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Academia Española de Bellas Artes (Gianicolo)

Academia Española de Bellas Artes






Alberti y la Academia Española en Roma

Academia

Foto extraída de www.academiaroma.com

Un tren nos llevó a Roma. Desde un balcón del palacio Venezia gesticulaba histérico Mussolini. Valle-Inclán imperaba como director de la Academia Española de Bellas Artes. Había amenazado al Gobierno de la República con ponerse a pedir limosna con sus hijos en la Plaza Cibeles si no lo socorrían con algún cargo. Y allí, en la Academia, lo vi yo, amable, señorial, maravilloso. [...] Asistí a un desfile cívico-militar de los fascistas, que me pareció operístico y grotesco. Presencié en un momento de vocinglera y gran exaltación -brazos tendidos, ¡Duce, Duce, Duce!- cómo se deshacían algunas filas de la manifestación y se ponían a mear, con toda naturalidad romana, contra los árboles y las piedras consagradas del Coliseo.


(Texto de Rafael Alberti, La arboleda perdida 2, Tercero y cuarto libros (1931-1987), Madrid, Alianza Editorial (Biblioteca Alberti), 1998, p. 54.)                





Con Valle-Inclán en Roma

Valle-Inclán

Yo venía de Odesa, en el Aventino, un barco italiano, con escala en Constanza, Burgas, Varna, Estambul, Atenas, Patrás, Nápoles y, como punto final, Génova. Llegaba de Moscú, de asistir en viaje de invitado al I Congreso de Escritores Soviéticos, trayendo de éstos para don Ramón un cariñoso saludo admirativo, fresco aún el éxito de sus Sonatas y su Farsa de la reina castiza, traducidas al ruso. Bajar en Italia con pasaporte sellado de hoces y martillos, coincidiendo, además, con los días de la insurrección asturiana, era aventura fácil de convertirse en peligrosa. [...] Cruzarse Italia de Nápoles a Génova, deteniéndose en Roma, con Valle-Inclán como doble aliciente, hacía trocar las dudas del menos decidido en un alarde de valor. Y ya con mis recuerdos de dos días por las calles y plazas de Pompeya, la resbalada lava tumultuosa del volcán, cantándome en la lengua el dulzor fuerte de sus vides de fuego, me presenté súbitamente una mañana en lo alto del Gianicolo, donde como un genio de la romana colina soñaba don Ramón entre los pinos y cipreses, los rosales y fuentes con estatuas de la Academia Española de Bellas Artes. [...] La Academia, pobre Academia de España con escasa pensión y malos directores, venía arrastrando una sucia e incómoda vida desmantelada, dentro de un hermoso recinto descuidado, con jardines y patios adorables, hasta centrado uno de éstos por un gracioso templete del Bramante. [?] Roma entera iba pasando ante nuestro asombro, en un amarillento atardecer otoñal, lleno de grandeza que don Ramón prestigiaba aún más con su silencio, interrumpido solamente para indicarme los lugares, adormeciéndose, emocionado, sobre la música de cada nombre: Il Pincio... Piazza Venezia... Sant-Angelo... Il Quirinale... Sant-Pietro... Via Apia... [...] Yo paseé con él varios crepúsculos por los jardines de la primorosa Villa Madama o los lentos salones de Castell Gandolfo, la residencia veraniega del Papa, oyéndole alabanzas y críticas de todo, llegando hasta indicar al más inesperado y confundido vigilante la conveniencia de podar tal arbusto, de cambiar de sitio, por razones de luz o de capricho, tal cuadro, tal objeto. Tan dueño y señor se sentía de Roma.


(Texto de Rafael Alberti, Imagen primera de..., Madrid, Ediciones Turner, 1975, pp. 78-81.)                






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