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Advertencias a los que han de copiar inscripciones

Documento CAG/9/7980/20 del Archivo de la Real Academia de la Historia en Madrid

José Ortiz y Sanz

Jorge Maier Allende (comentario y transcripción)


[Nota preliminar: se reproduce la transcripción del facsímil del manuscrito original.]




ArribaAbajoComentario

Uno de los proyectos más importantes que promovió José Cornide al ser nombrado Presidente de la Sala de Antigüedades de la Real Academia de la Historia en 1802 fue el de la formación de la Colección Litológica o de las Inscripciones de España. La Sala de Antigüedades, que había sido creada en 1792, estaba integrada en estos años por Diego Clemencín, secretario, y los vocales Isidoro Bosarte, José Antonio Conde y José Ortiz y Sanz. Tras el fallecimiento de Cornide en 1803 se incorporó José Pérez Villamil y, en 1804, Juan Crisóstomo Ramírez de Alamanzón para sustituir a José Ortiz, que tuvo que trasladarse a Játiva. Este proyecto constituyó la principal tarea de la Sala y, de haberse concluido, hubiera sido uno de los logros más importantes de la Historia de la Arqueología en Europa. Para ello no escatimaron esfuerzos y se trató de abordarlo con la mayor eficacia posible aunque, finalmente, como veremos, se vieron obligados a desistir ante la envergadura de su coste principalmente. En realidad, se trataba de reactivar un antiguo proyecto académico.

En efecto, la primera propuesta para la formación de la colección de inscripciones españolas se debe al académico Martín de Ulloa en 1750 y guardaba relación con el Tratado de la Cronología de España. Ulloa, propuso que se repartiesen entre los distintos académicos aquellos autores que en sus obras trajesen copiadas inscripciones y lápidas antiguas para que se fueran extractando y así ir formando la colección, es decir, se trataba de reunir las inscripciones ya publicadas. Pero Ulloa hubo de partir destinado a Panamá, en 1751, y el proyecto fue de nuevo planteado a la Academia por Pedro Rodríguez de Campomanes que contó con la colaboración de Tomás Andrés de Guseme, quien lo presentó en la junta del 15 de agosto de 1755 con el título Traza, methodo y distribución, para la colección general de inscripciones de España, con la Biblioteca de los autores que deben examinarse y consultarse para su formación. Junto a estas iniciativas destaca sobre todo la de Luis José Velázquez, Marqués de Valdeflores, quien llevó a cabo entre 1752 y 1755 el Viaje para averiguar y reconocer las Antigüedades de España para el que dio unas Instrucciones el Marqués de la Ensenada, principal promotor del proyecto.

Diversas dificultades, que no vienen ahora al caso, paralizaron el proyecto durante varios años, hasta que en la Junta de 19 de febrero de 1794 la Academia encargó a José de Guevara y Cándido María Trigueros la preparación para su publicación de la colección litológica que tenía la Academia. Leyeron su propuesta en la junta de 14 de marzo de 1794 con el título Inscripciones geográficas antiguas de España, recogidas y examinadas por la Real Academia de la Historia, pero nunca se llevó a cabo en la forma en la que lo plantearon.

Tras la renuncia de José de Guevara del cargo de Anticuario y el fallecimiento de Trigueros en 1798, el proyecto fue retomado por la Sala de Antigüedades bajo la presidencia de José Cornide, a partir de 1802, pero con un planteamiento nuevo. Una de las primeras medidas que se adoptaron fue la petición al Rey del material reunido por Cándido M.ª Trigueros que se encontraba en la Biblioteca de los Estudios Reales de San Isidro y que ingresó en 1803. En 1796 habían ingresado los papeles del Marqués de Valdeflores que se encontraban en poder de sus herederos a petición de José Cornide. Los primeros pasos de este esfuerzo titánico estaban encaminados a revisar el material que ya poseía la Academia que decidió acometer bajo un criterio geográfico. Se acordó así comenzar por el reino de Sevilla, para lo que se acordó imprimir una circular dirigida a los curas párrocos y otras personas del reino de Sevilla en la que se les piden noticias de inscripciones y otros monumentos, aunque también se solicitaron de oficio las colecciones reunidas por el Conde de Lumiares y Vicente Joaquín Noguera del reino de Valencia, la de Carlos Benito González de Posada, Juan Sans y Barutell, Jaime Pascual, José de Vega y Sentmenat y Fr. Benito de Ribas de Cataluña, así como la colección del Canónigo de Murcia, Juan Lozano y la del Fontanero Mayor de Murcia, Carlos Marín de Cartagena.

En estos años se revisaron abundantes manuscritos y obras impresas. Entre los primeros se revisaron el archivo del Marqués de Valdeflores, manuscritos de Tomás Guseme, de Diego de Villata sobre las antigüedades de Martos, las disertaciones del P. José del Hierro, un cuaderno de inscripciones del reino de Sevilla dirigidas por Patricio Gutiérrez Bravo a Gregorio Mayans, que también se denomina Quaderno de inscripciones del Arahal recogidas por Patricio Gutiérrez Bravo; los papeles de José Cornide, los de Cándido María Trigueros, la colección de Marco Zuerio Borhormio, el manuscrito Origen y Maestres de la orden del toisón por Baltasar Porreño que contenía un descripción del museo cordobés de Pedro de Villacevallos, el manuscrito Inscripciones antiguas que vio y leyó Rodrigo Caro visitando el arzobispado de Sevilla en los años de 1621, 22, 23, 24 y 25, además de Los Claros varones de Andalucía y Días geniales o lúdicos. Las colecciones del Conde de Malvasia y Marquardo Gudio, la colección de lápidas de Andalucía recogidas en los años 1540, 1549 y 1560 titulado Monumentos e inscripciones romanas, un manuscrito de Álvaro Gómez de Castro, el manuscrito anónimo Q, 87 de la Real Biblioteca, el tratado de lápidas de la Bética del Licenciado Franco, la colección de un Armengol de Tarragona, y varios manuscritos de Martín Vázquez Siruela. Se revisaron asimismo las obras impresas de Muratori, Argote de Molina, Luis Núñez, Rodrigo Caro, Grutero, Roa, Fabreti, Reinesio, Flórez, Ambrosio de Morales, Escolano, Diago, Olmo, Juan Bautista Suárez de Salazar, las historias de Sevilla de Alonso de Morgado, Pablo Espinosa de los Monteros y Diego Ortiz de Zúñiga, la Cádiz Ilustrada del P. Gerónimo de la Concepción, la Historia de Gibraltar de Ignacio Ayala, las Antigüedades eclesiásticas del P. Argaiz, el Origen de la lengua castellana de Bernardo de Alderete y el Tesoro de Covarrubias, la Monarquía Lusitana del P. Brito, la Historia eclesiástica de España de Francisco de Padilla, la Historia del Apóstol Santiago de Mauro Castellá Ferrer, la descripción de la provincia de Jaén de José Martínez Mazas, la Historia de Murcia de Francisco Cascales, la Historia de Santo Domingo de Fr. Hernando del Castillo, el Viaje a España de Antonio Ponz, la Introducción a la geografía física de España de Guillermo Bowles, el primer tomo de las Memorias de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, los Diis Hispaniae de Rodrigo Caro, las Adiciones a la Historia de Écija del licenciado D. Andrés Florindo, médica astigitano, y las Adiciones de Rodrigo Caro a su Corografía de Sevilla y, por fin, el Epílogo de Utrera de Pedro Román Meléndez.

El proyecto, sin embargo, tropezó con serios problemas técnicos, sobre todo en cuanto a las transcripciones, pero también por la pérdida o extravío de cédulas y artículos de las antiguas recopilaciones, así como dificultades en la disponibilidad del material, como, por ejemplo, el reunido por Pérez Bayer, que se encontraba en la Biblioteca de la Universidad de Valencia, y gracias a que fueron copiadas las partes esenciales del mismo entre 1805 y 1808, bajo la dirección del académico correspondiente Vicente Joaquín Noguera, es la única copia que se conserva, pues el original se perdió en el incendio de este establecimiento provocado por el ejército napoleónico, en 1813. Para salvar estos contratiempos y especialmente aquellos relacionados con la transcripción de los textos de las inscripciones, la Sala dispuso una serie de normas con las que alcanzar una homogeneización que facilitara su trabajo, que fueron aprobadas por la Academia en diciembre de 1802.

Tras dos años de trabajos, la Sala desistió en continuar la labor, ya que tras largas deliberaciones se llegó a la conclusión que

sin viages literarios que aseguren de la legitimidad de las lápidas y de la exactitud de sus copias,


no era posible publicar la colección litológica de Andalucía y mucho menos la de España. Aunque el proyecto quedó paralizado como tal, se continuaron recibiendo en la Academia numerosas noticias sobre inscripciones e informes epigráficos de toda España.


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Advertencias a los que han de copiar inscripciones

1.ª Notarán el tamaño y forma de la Piedra en que está la inscripción, expresando, dibujando, o describiendo las molduras, figuras, y demás entalles que tuviese.

2.ª Si estuviere terrosa se lavará y limpiará con esmero sin estropearla.

3.ª Se copiará la inscripción servilmente, con sus abreviaturas, siglas, puntos, obelos, y demás señales que tenga, sin hacer más ni menos renglones, ni poner más, ni menos letras en cada renglón que las que tiene el Original.

4.ª Si en él hubiera alguna dicción de mala ortografía, o letras trastornadas, no le enmendará, sino que la trasladará como esté en la piedra.

5.ª Se notará la magnitud y forma de la letra, para lo qual será lo mejor copiar una palabra del tamaño y forma misma q(u)e tenga el original.

Tal es el resultado de las Juntas celebradas en discurso del mes de Dic(iemb)re de 1802 de que certifico.







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