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Afinidades entre el género cuento y el cuadro de costumbres: Carlos Frontaura

Enrique Rubio Cremades





En la segunda mitad del siglo XIX prolifera una serie de publicaciones que insertan en sus páginas diversas modalidades literarias que, sin embargo, plantean los mismos contenidos y utilizan técnicas narrativas de parecido corte. El periódico, la revista ilustrada y publicaciones colectivas de índole costumbrista ofrecen a los lectores un copioso material literario cuyo denominador común es la presentación de una historia mediante las fórmulas arquetípicas del cuento embadurnado con dosis descriptivas e intención crítica.

La fórmula más peculiar del cuadro de costumbres en el último tercio del siglo XIX tiende hacia la pintura o descripción de unos específicos ambientes y tipos engarzados mediante una acción novelesca. Lo que caracteriza al cuento no son tanto sus dimensiones o extensión como su intención, al igual que el artículo de costumbres; incluso, el artículo de costumbres suele introducir modalidades literarias más propias del género cuento que del cuadro de costumbres puramente descriptivo. Cabe recordar al respecto que los maestros del género -Larra, Mesonero Romanos y Estébanez Calderón- publicaron numerosos artículos de costumbres considerados por la crítica como auténticos cuentos, de ahí su inclusión en antologías de cuentos publicadas tanto en el siglo XIX como en el XX. También sería difícil precisar hasta qué punto las diversas escenas recreadas por Estébanez Calderón no son sino relatos más próximos al cuento que a otros géneros literarios. De igual forma determinados cuadros de Mesonero Romano -El retrato, De tejas arriba, Una noche en vela...-, Larra -El castellano viejo- y Estébanez Calderón -Los filósofos en el figón, Pulpete y Balbeja- son escenas consideradas por numerosos antólogos como auténticos cuentos. En idéntica situación estaría Carlos Frontaura, autor cuya producción literaria se sitúa en los límites de difícil precisión existentes entre dicho género y el cuadro de costumbres.

La trayectoria del artículo de costumbre complica, aún más si cabe, la distinción entre estas dos formas literarias, pues a partir del último tercio del siglo XIX el cuadro de costumbres aparece mucho más novelado. Con frecuencia el lector tiene la impresión de encontrarse en una especie de cajón de sastre en el que aparecen entremezclados cuentos, novelas cortas y cuadros de costumbres. El único denominador común es el título genérico del libro que suele llevar los enunciados tipos, escenas o paisajes, como en el caso de Antonio Flores, Pereda y Carlos Frontaura. Incluso Frontaura llega al cuento a través de una serie de tanteos cuyo contenido y estilo se identifican, en ocasiones, con el cuadro costumbrista, como en el caso de E. Pardo Bazán que en algunos cuentos tiende hacia un costumbrismo impresionista (Cuentos de la tierra). De parecido corte sería el caso de Clarín, pues se percibe una concomitancia entre el cuadro de costumbres y el cuento en determinados relatos realizados con mentalidad y técnica de crítico satírico (El hombre de los estrenos, Bustamante, Zurita, El número uno, La imperfecta casada, Don Urbano, El señor Isla, González Bribón...) Narraciones que si bien representan la parte más endeble de su creación literaria, ofrecen claros antecedentes literarios costumbristas que nos remiten a los artículos satíricos de Larra.

La propia denominación o rotulación de los relatos publicados en la prensa periódica durante la segunda mitad del siglo XIX provoca aún más, si cabe, mayor confusión sobre los límites existentes entre el cuento y otros géneros afines, como en el caso de su relación con el poema en prosa, la leyenda y la novela corta. En el Semanario Pintoresco Español, El Laberinto, El Español, El Museo de las Familias, entre otras publicaciones periódicas, se entremezclan relatos de difícil clasificación, pues en el subtítulo de los mismos figuran indistintas dichas acepciones y otras no menos comunes, como relación, historia novelada, cuento largo... Incluso, los autores de cuadros de costumbres se refieren también al mismo con idénticas denominaciones, desde relación o cuento hasta historia, relato o, simplemente, librejo. En el caso de Carlos Frontaura no difiere en gran medida de lo aquí expuesto, pues nomina sus cuadros de costumbres y cuentos con dispar criterio. Incluso su temprana vocación teatral1 y crítica se filtra en los cuentos y cuadros de costumbres, al igual que su labor periodística en los medios de publicación más importantes de su época2.

Todas estas dificultades se acrecientan a la hora de analizar la obra cuentística y costumbrista de un autor, como en el caso de Frontaura, pues tanto una modalidad como la otra participan de elementos comunes. Así, por ejemplo, el conjunto de relatos que lleva por título Las Madres. Cuentos de Salón3 presenta rasgos característicos de los cuadros de costumbres escritos por Frontaura bajo el título de Tipos madrileños4 y Las Tiendas5. Incluso en determinados artículos publicados en las colecciones costumbristas de la segunda mitad del siglo XIX utiliza recursos propios del género cuento6. El caso más significativo de este confuso panorama ofrecido por Frontaura lo ofrece en el relato Las madres abandonadas, que en un principio figura en un libro más costumbrista que de cuentos (caricaturas y retratos) y, posteriormente, lo incluye en una colección cuyo título específico es Cuentos de Salón7.

En la colección costumbrista titulada Tipos madrileños encontramos también cuadros que se asemejan mas al género cuento que al artículo de costumbres, como en el caso de Consuelo, Veraneantes averiados, El tranvía abierto, Las mamás, El Buzón del Correo y La vecindad. El resto de los cuadros que componen la citada colección de Tipos se desliza por los difíciles límites existentes entre el artículo de costumbres dotado de peripecia argumental y el cuento. En el caso del cuadro que figura al frente de la colección de Tipos, Consuelo, el lector tiene la impresión desde un principio de encontrarse con un relato corto y no con un artículo de costumbres, pues una vez finalizada su lectura considera más oportuno su inclusión en una antología de cuentos o relatos breves que en una colección de cuadros de costumbres. Consuelo podría figurar en la colección Cuentos de Salón por derecho propio, pues tanto la historia narrada por una dama de la denominada sociedad de buen tono, como la participación y opiniones de quienes forman parte de dicha sociedad configuran la parte esencial de lo que constituye esta modalidad literaria. Concomitancias que no sólo se perciben en las fórmulas narrativas elegidas por Frontaura, sino también por los contenidos, valoraciones y juicios críticos que subyacen en el cuadro Consuelo8.

El trasvase de elementos o rasgos propios del cuento al cuadro de costumbres es una práctica habitual en el corpus literario de Carlos Frontaura, circunstancia que provoca una confusión a la hora de rotular o clasificar su obra9. Incluso, ciertos cuentos del autor son más bien novelas cortas, aunque no se le puede atribuir a Frontaura el concepto que, por ejemplo, tenía Fernán Caballero de dichos géneros, pues los consideraba como sinónimo de ficción, de fantasía plena, alejados de la fiel pintura de la sociedad circundante. Frontaura publica una serie de relatos que por su extensión y forma de narrar se aproxima a la novela corta o a la denominación que E. Pardo Bazán utilizaba para citar historias -cuento largo-. En el caso de Frontaura ciertos cuentos no son sólo una serie de relatos cuyo asunto requiere la extensión propia de la novela corta, como en el caso de Carmen y, en menor medida, Doña Mariquita. Novelas cortas cuyo eje esencial es el argumento, prescindiéndose del análisis de los tipos y de los ambientes sociales. En cualquier caso, y en su conjunto, Frontaura y escritores de la época adscritos al realismo-naturalismo español escriben cuentos y novelas cortas sirviéndose de idénticos procedimientos, sin apenas personajes secundarios, sin digresiones y sin interferencias perceptibles.

En la colección de Las Madres. Cuentos de Salón se advierte también la influencia de ciertos géneros o subgéneros literarios que tuvieron una gran vigencia en la segunda mitad del siglo XIX, como en el caso del folletín. Si bien es verdad que la época áurea de dicho subgénero corresponde al segundo tercio del siglo XIX, no se debe olvidar que hacia el último tercio del siglo se aprecia un resurgimiento del mismo. Afamados escritores, como en el caso de Alarcón, Valera o Galdós, entre otros, incluyeron en sus páginas héroes de ficción muy próximos al folletín. Carlos Frontaura no es una excepción en este sentido, pues el primer cuento que figura al frente de la citada colección, Carmen, se percibe las influencias o las filtraciones del folletín. Por ejemplo, Dimas, personaje de gran relevancia en la historia narrada, es huérfano, desdichado y con un alto concepto del honor y la honra. Es un personaje dadivoso que representa el contraste frente a otros personajes que no hacen gala, precisamente, de estas virtudes. No existe en este mundo de ficción un personaje intermedio, sino seres antagónicos para acrecentar la maldad o bondad, como en el caso de no pocos productos subliterarios. La abnegación de la madre y su entrega a su familia es proverbial. Ella, Carmen, es un prodigio de bondad, de entrega y abnegación. Sufre un cúmulo de desdichas difícilmente superables. Sólo el amor maternal y su entrega por el hijo sirven de sustento a una madre zarandeada cruelmente por el destino. Carlos Frontaura se adscribe de esta forma en la nómina de escritores que publicaron en su día, cuentos de amor, trágicos y dramáticos. La sensibilidad de Frontaura se vierte en esta modalidad de relatos cuyo denominador común es la exaltación de la vida y la protección de los seres débiles y menesterosos. La ternura se concentra de esta forma en la mujer-madre que actúa de protagonista en la serie de relatos pertenecientes a los Cuentos de Salón. La existencia de triángulos amorosos, la pasión paternofilial y, especialmente, el amor de la mujer por el hijo serán los pilares básicos del conjunto de narraciones que configuran dicha colección10.

El trasvase de elementos propios del cuadro de costumbres al cuento no sólo se percibe en los aspectos ya señalados, sino también en otros de clara filiación costumbrista, como, por ejemplo, la inclusión de digresiones que detienen la acción del cuento. La digresión suele ser habitual en el cuadro de costumbres, pues actúa como boceto preparatorio del tema analizado o descrito. La digresión en este caso suele ser breve, concisa y reflexiva. Los maestros del género costumbrista suelen introducirla en sus escritos mediante la fórmula comunicación autor-lector o a través de un personaje del cuadro de costumbres que, por regla general, suele ser el alter ego del autor. En determinados cuentos de Frontaura aparecen estas dos modalidades, aunque suele predominar la primera fórmula en sus narraciones. El cuento absorbe de esta forma específicos rasgos habituales del cuadro de costumbres, circunstancia nada extraña en un escritor que escribía indistintamente artículos de costumbres y cuentos. En Frontaura las digresiones que figuran en los cuentos suelen ser, por regla general, breves, adecuadas a la acción y al peculiar comportamiento de los personajes. Sin embargo, en algunas ocasiones suelen ser excesivamente largas, centradas en reflexiones personales sobre la figura y conducta de la mujer, como en el caso del cuento Las madres abandonadas. La digresión ocupa casi un tercio de la extensión del relato y su contenido no es otro que el de la madre burlada por el hombre, abandonada y obligada a una serie de penosas y duras obligaciones. El cuidado de su hijo centra todas las obligaciones de una abnegada mujer que se siente despreciada por la sociedad11. Mujeres burladas por el don Juan de turno y condenadas a una cruel existencia motivada por los prejuicios de una sociedad que castiga a la persona inocente y exculpa al autor del engaño. Frontaura sigue las pautas de otros escritores que denunciaron estas injusticias materializándolas en sus relatos. Delitos que no se hallan penados en ningún código, como diría Balzac, y son vilmente desvirtuadas por una sociedad que condena al inocente. Digresiones, en definitiva, que merman la calidad del relato y lo convierten en un ensayo moral o reflexión sobre la condición de la mujer. Afortunadamente dichas digresiones, apoyadas en citas de autores afamados12, no son tan frecuentes en el resto de los cuentos, ni tan condicionadas por el talante ideológico del autor. Entre el cuento y el cuadro de costumbres de Frontaura existe en el campo de la digresión una sustancial diferencia, pues frente a la intención claramente denunciadora existente en los cuentos, en los cuadros de costumbres dichas reflexiones suelen ser de carácter festivo y tono desenfadado, acordes siempre con el contenido del cuadro.

Las afinidades entre el cuadro de costumbres y el cuento no sólo se limitan a los aspectos apuntados en estas líneas, sino también a otras de gran arraigo entre los coetáneos del propio Frontaura. Sería por ejemplo la presencia en sus cuentos de la modalidad costumbrista tipos. Se trata de una galería de personajes que irrumpen en la ficción y que representan en su aparición fugaz los diversos oficios o profesiones de la época. Médicos, sangradores, prestamistas, usureros, cesantes, abogados charlatanes, marisabidillas, petimetres, etc., representan una faceta característica del costumbrismo que se desliza sutilmente en la cuentística de Frontaura. La veta satírica, mordaz, hace posible que su autor arremeta contra las profesiones liberales o contra la administración por considerar nula su capacidad profesional. Las críticas realizadas por Frontaura en sus cuentos son de indudable filiación costumbrista, como la realizada contra los médicos, tipo que ya estaba presente en la primera colección costumbrista, Los españoles pintados por sí mismos13 y en otras posteriores, coetáneas al autor, como en Los españoles de ogaño14. En Las Madres. Cuentos de Salón se referirá a ellos de forma asaz negativa, tachándolos de farsantes e incompetentes, pues en su opinión el médico «en estos tiempos de alta farsa necesita rodearse de cierto aparato, tener amigos que le elogien en los periódicos, ir en coche corriendo por Madrid a toda hora, aunque no tenga ni un mal constipado que curar a nadie; el caso es que se le vea en coche a escape; y tampoco le viene mal meterse a hombre político, porque puede llegar a ser, con asombro de Esculapio, hasta gobernador de provincia, o ministro del Tribunal de Cuentas, o de la Marina, que se han visto cosas más raras»15.

Las afinidades o concomitancias entre el género cuento y el cuadro de costumbres son, en este sentido, múltiples, no limitándose a la sola presencia de unos tipos, sino también al contenido mismo del cuento, como el titulado Doña Mariquita. En este cuento de salón encontramos numerosísimas raíces de filiación costumbrista, hasta el punto que pudiera incluirse en una colección de cuadros de costumbres. Doña Mariquita no es sino un tipo de mujer cuya mejor virtud es el ahorro, al igual que el artículo de Eduardo del Palacio -La económica- perteneciente a Las españolas pintadas por los españoles16. Las citas literarias y el uso de patronímicos con claras intenciones connotadoras se suman a este corolario de índole costumbrista. El cuento adopta y adapta los recursos característicos del cuadro, incidiendo en lo más peculiar de sus recursos y motivos. Por ejemplo, el cesante, tipo de ilustre tradición costumbrista desde que Mesonero Romanos creara su Homobono Quiñones, se engarza en la peripecia argumental como un eslabón más, pues el padre de la heroína del cuento, D. Pedro Salido, será un sufrido «cesante del ramo de sales»17. La ficción se desarrolla, igualmente, en un marco o contexto ambiental de raigambre costumbrista, pues el lector tiene ante sí un amplio marco urbano madrileño prácticamente idéntico al de Mesonero Romanos o Larra. Evidentemente la configuración urbanística ha cambiado de una generación a otra; sin embargo, las fórmulas empleadas son idénticas. La fonda de los Leones de Oro, el teatro del Príncipe, cafetines y bares de la calle de San Bernardo y Desengaño y Luna, el célebre salón de baile Capellanes -que según un cronista de la época organizaba «bailes que dejaron gratos o tristes recuerdos en la historia privada de algunos que hoy figuran como padres graves de la patria»18- aparecen perfectamente engarzados en la acción. Un Madrid urbano en el que no sólo tiene cabida la escena sino también los tipos. El cuento se convierte así en páginas híbridas, simultaneando diversas formas de describir y narrar que dificultan su adscripción a un determinado género. Un ejemplo más de lo aquí expuesto lo tiene el lector en el cuento La Cantarina, cuadro, relato o cuento en el que se describe la ambientación de los llamados cafés cantantes a través de una historia folletinesca de una mujer misteriosa.

Los hábitos, usos y costumbres de una determinada generación o época aparecen descritos con la habitual agilidad y gracejo por Frontaura. En determinados cuentos del autor, como el titulado La señora María se engarza la peripecia argumental con los hábitos de los jóvenes lions. Los herederos de los petimetres, lechuguinos, pisaverdes y gomosos acampan sus respetos por las páginas de la historia narrada. Las costumbres de los jóvenes adinerados, los lugares de ocio del dandy, lion o gomoso19 se hilvanan con la correspondiente historia cuyo protagonismo lo ocupa la relación madre e hijo. Se podría señalar, al igual que en los cuadros de costumbres, la existencia de una moraleja al final de los cuentos de Frontaura. De esta forma se pone de manifiesto en algunos de sus cuentos, como el de La señora María, un didactismo que pretende educar y prevenir al mismo tiempo, al igual que en numerosos artículos dotados de peripecia argumental.

Si las afinidades del género cuento con el cuadro de costumbres son múltiples, también se puede indicar que otro tanto sucede a la inversa, pues no pocos artículos de Frontaura adoptan rasgos peculiares del cuento. Ya señalábamos con anterioridad la inclusión por parte del autor de ciertos cuadros en publicaciones de índole cuentística, consciente el autor de las semejanzas que ambas modalidades presentaban. En la colección Tipos madrileños, subtitulada cuadros de costumbres, se observa con nitidez las afinidades de estos tipos con el género cuento. En Consuelo, primer cuadro de la colección tipos, es la historia de una mujer casada con un bravucón que pretende matar a su mujer, la heroína de la historia. El autor crea una suspensión relativa a los hechos, creando un relato híbrido entre el cuento policiaco y social. El misterio o suspense se resuelve al final. Un desenlace un tanto rocambolesco que premia a los personajes generosos y castiga a los perversos. El siguiente cuadro -Veraneantes averiados- se aproxima, al igual que el anterior, más al género cuento que al artículo de costumbres. La censura a los establecimientos o casas de baños llevada a cabo por el autor se materializa a través de las aventuras y desventuras de una familia que sufre los inconvenientes de estos establecimientos. El requiebro amoroso, la infidelidad de intrigantes veraneantes, el engaño y los escarceos amorosos de un falso lord inglés, casado y con cinco hijos, con la joven hija de los protagonistas del cuadro son los elementos más significativos del argumento. El resto de los artículos de costumbres asumen también idénticos planteamientos, aunque en alguno de dichos cuadros asome con mayor insistencia la peculiar actitud del escritor de costumbres en materia de espectáculos o diversiones públicas, como por ejemplo en el titulado En un entreacto. En dicho artículo asoma el característico didactismo de los maestros del género, pues buscan un teatro verosímil y una finalidad ético-docente. Frontaura figura así en la ingente nómina de escritores costumbristas, encabezados por Larra y Mesonero Romanos, que rechazaron un teatro carente de veracidad, truculento, patibulario y plagado de anacronismos20. De esta forma el cuadro de costumbres armoniza aspectos propios del cuento y del artículo de costumbres, aunando el relato con la sátira social.

Es evidente la presencia de tipos en los escritos costumbristas de Frontaura, pero a diferencia de lo que suele predominar en las colecciones -análisis de un tipo, sin apenas acción-, en su caso la presentación de un tipo o tipos conlleva siempre una escenificación dotada de una peripecia argumental. Así, por ejemplo, el cuadro Carmita y Julita cuenta la historia de dos viudas verdes, antítesis de las auténticas madres que figuran en los Cuentos de Salón, que descuidan por completo la educación de sus hijos. La historia de estas viudas verdes permite a Frontaura ofrecer una amplia galería de tipos y escenas, desde prestamistas, gomosos, políticos, hasta lugares de veraneo, casas de juego, tertulias y otros centros de ocio de la época21. Se trata de ofrecer, en definitiva, un rico mosaico social animado, al igual que los cuadros Visitas de fin de año, Los cocheros, El tranvía abierto, La vicaría, Diálogos nocturnos, Historia de un billete de banco, El buzón del Correo. Bolsistas arruinados, cesantes, matrimonios malavenidos, aprendices de escritores, pobres del Hospicio, petimetres, marisabidillas, cursis, jugadores empedernidos, estafadores, usureros, jóvenes calaveras, poetas famélicos, actrices, funcionarios, horteras o dependientes del comercio, sangradores, médicos, jueces... Sería el caso también de diversas escenas costumbristas no pertenecientes a estas obras y que ofrecen una variada gama de tipos, como en los cuadros que figuran en su obra Las Tiendas -A Numancia destruida, El Café, Pastelería...-. Es, por supuesto, una tónica general en el quehacer literario de Frontaura que permite al lector el conocimiento perfecto de los usos y costumbres del último tercio del siglo XIX.

La repetición de motivos es también frecuente en el corpus literario de Frontaura, dándose por igual en los cuentos y cuadros de costumbres. El tema de la cesantía, por ejemplo asoma en ambas modalidades, al igual que determinadas críticas sociales a los comportamientos de la época, como la denuncia a la sociedad del «quiero y no puedo»22, trasladada magistralmente por Galdós en su novela La de Bringas23. Actitudes propias del escritor costumbrista se deslizan tanto en su producción de esta índole como en sus cuentos, como, por ejemplo, la xenofobia. Frontaura censura en ambas modalidades literarias la adopción de costumbres extranjeras que corrompen las tradiciones españolas. Frente a la censura de lo francés surgen los valores patrios, las costumbres enraizadas en la tradición. El lector encuentra también idénticos itinerarios costumbristas en el corpus literario perteneciente tanto a los cuentos como en los artículos de costumbres. De esta forma ambas modalidades comparten contenidos y recursos literarios. Cuentos, por ejemplo, que parecen cuadros por su ambientación y contenido. Artículos de costumbres que parecen auténticos cuentos desde el inicio mismo de la narración. Afinidades, en definitiva, propias de una generación literaria que adapta la técnica del cuadro a la del cuento, fundiéndose dichas modalidades literarias con peculiar estilo y proyección.





 
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