Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


JORNADA CVARTA *CUARTA*

[215]


ÁGVILA *ÁGUILA* DE BLASÓN


JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA PRIMERA


 

(VNA *UNA* ANTESALA en la cruz de dos corredores. Sobre el muro se desenvuelve, en estampas que ostentan larga leyenda al pie, la historia amorosa de la Señorita de La Valiera. En el fondo hay una ventana desde donde el Caballero se divierte tirando a los vencejos que vuelan en la tarde azul sobre el oscuro jardín de mirtos. Don Juan Manuel aun lleva una venda sobre el entrecejo. La fiebre le enciende los ojos y le ahonda las mejillas. Su mal, es la tristeza de recordar la figura amorosa y gentil que otras veces había encantado, como triunfo [216] de rosas que florecen en un viejo tronco, el soberbio declinar de su vida apasionada y violenta. Don Galán asoma por uno de los corredores.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Has averiguado algo? Te dije que no te mostrases ante mis ojos, en tanto no supieses si era viva o muerta. ¿Qué nueva me traes?

DON GALÁN.-  Olfateo, mi amo. Ando como un can perdiguero de acá para acullá.

EL CABALLERO.-  ¡No ha pensado que me dejaba solo, sumido en la tristeza, cuando voy para viejo! No, no me hubiera abandonado si yo tuviese diez años menos. Entonces sería mi esclava sin que le cansase estar ante mí de rodillas... ¡Otras han estado! Esta pena que [217] siento ahora y que jamás he sentido, es la tristeza de la vejez, es el frío que comienza. Llegó el momento en que cada día, en que cada hora, es un golpe de azada en la sepultura. ¡Ah, como tuviese yo diez años menos!

 

(EL CABALLERO se interrumpe y dispara sobre una bandada de vencejos. Ladran los perros en la lejanía. Por uno de los cerredores *corredores* llegan el molinero y su mujer.)

 

EL MOLINERO.-  Allí tienes el amo, Liberata.

LIBERATA.-  Venturosos los ojos que tornan a verle con salud.

EL MOLINERO.-  ¿Da su licencia?

EL CABALLERO.-  Adelante. ¿Llegáis ahora?

[218]

LIBERATA.-  Sí, señor.

EL CABALLERO.-  Liberata, me han dicho que no andas buena, y te hallo pálida.

EL MOLINERO.-  Pero no es el mal de antaño lo que la tiene con esa color de cera.

LIBERATA.-  Antier pasé un susto muy grande. ¡Creí que era llegada mi hora!

EL MOLINERO.-  Por eso hemos venido los dos, para decirle que nos perdone...

LIBERATA.-  No podemos seguir con el molino, mi amo. Don Pedrito nos tiene amenazados con picarnos el cuello.

[219]

EL CABALLERO.-  ¿Y quién es Don Pedrito?

LIBERATA.-  Habla tú, pariente.

EL MOLINERO.-  Habla tú que mejor lo sabes, Liberata.

LIBERATA.-  Dice que habemos de pagarle una renta o dejar el molino.

EL CABALLERO.-  Y vosotros habréis temblado como liebres.

LIBERATA.-  Nosotros, mi amo, queremos vivir en paz.

EL MOLINERO.-  Tal, que le traemos la llave. Entrégasela al amo, Liberata.

EL CABALLERO.-  Guardad la llave, y no me tentéis la paciencia.

[220]

LIBERATA.-  Por todos los santos del cielo no me haga volver al molino. Don Pedrito quiso matarme, azuzóme los perros, y tengo mi cuerpo atarazado.

EL MOLINERO.-  Dígole que da dolor verla. Muéstrale al amo cómo tienes las piernas, Liberata.

EL CABALLERO.-  No sabe ese ladrón que no es tu carne para los perros.

LIBERATA.-  Las señales de los dientes las tengo hasta en los pechos.

EL MOLINERO.-  Muéstraselas, Liberata.

EL CABALLERO.-  Pedro Rey, no quiero que ese bandido salga con su empeño. ¿Os conviene el molino con las tierras de Lantañón?

[221]

EL MOLINERO.-  Hay que servir al amo, Liberata. Puesto que su gusto es que sigamos en el molino, habemos de seguir.

LIBERATA.-  No lo temo yo por mí, sino por lo que llevo en mis entrañas.

EL CABALLERO.-  ¿Os conviene?

EL MOLINERO.-  Nos conviene lo que mi amo ordenare. Ya sabemos que no habrá de ser tirano para la renta.

EL CABALLERO.-  Renta ninguna.

LIBERATA.-  Aun así el corazón me anuncia una desgracia.

EL CABALLERO.-  ¡Basta de lamentos! Pedro Rey vuélvete al molino, [222] y si ese faccioso asoma la cabeza por encima de la cerca, suéltale un tiro. Yo te doy mi palabra de que te sacaré de la cárcel. Y como para tales empresas las mujeres más estorban que ayudan, se quedará en mi casa Liberata. Aguarda: Quiero que le mates con mi escopeta y que sea cargada por mi mano.

 

(LOS MOLINEROS se miran a hurto, a la vez con gozo y temor. Don Juan Manuel vierte la pólvora en su palma trémula de cólera y después de repartirla en los dos cañones arranca con brío la baqueta. La brisa perfumada del jardín, entra por la ventana y mueve la ola de su barba y sus cabellos blancos de Rey Mago.)

 

[223]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA SEGVNDA *SEGUNDA*


 

(LA ALCOBA de Doña María. Es la prima noche. Una cama antigua, de nogal tallado y lustroso, se destaca en el fondo, entre cortinajes de damasco carmesí, que parece tener algo de litúrgico, tanto recuerda los viejos pendones parroquiales. Un Niño Jesús con túnica blanca bordada de plata parece volar sobre la consola, entre los floreros cargados de azucenas. En las losas de la plaza resuenan las herraduras de un caballo que se detiene piafando debajo del balcón. Han pulsado blandamente en los cristales. La señora se estremece y escucha: Sobre los labios marchitos zozobra el rezo. Están llamando otra vez y se oye el susurro de una voz. Doña María abre el balcón. De pie, sobre el rocín, con ambas manos en los hierros, aparece Cara de Plata.)

 

[224]

CARA DE PLATA.-  ¡Buenas noches, Doña María!

DOÑA MARÍA.-  No escandalices, hijo.

CARA DE PLATA.-  ¿Estaba usted dormida?

DOÑA MARÍA.-  Estaba rezando. ¿Quién viene contigo?

CARA DE PLATA.-  Vengo solo.

DOÑA MARÍA.-  ¿Y tus hermanos?

CARA DE PLATA.-  No los he visto.

DOÑA MARÍA.-  De ti no temo nada. Has sido siempre un caballero, y confío que seguirás siéndolo. Pero no estés así sobre el caballo, que puedes matarte.

[225]

CARA DE PLATA.-  ¡Qué más da un día que otro!

DOÑA MARÍA.-  No digas locuras.

CARA DE PLATA.-  Madre, vengo a despedirme de usted. Me voy con los carlistas.

DOÑA MARÍA.-  ¡Valate Dios! ¿Tú necesitas dinero?

CARA DE PLATA.-  Le digo a usted la verdad. Xavier Bradomín me ha convencido de que los hombres como yo, sólo tenemos ese camino en la vida. El día en que no podamos alzar banderas por un rey, tendremos que alzarlas por nosotros y robar en los montes. Ese será el final de mis hermanos.

DOÑA MARÍA.-  ¡Calla! No quiero oirte. No me agoníes. ¿Qué necesitas? [226] ¿Qué quieres? ¡Si es preciso venderé hasta la última hilacha, pero no me digas que voy a dejar de verte para siempre!

CARA DE PLATA.-  ¿Y quién asegura que no volveré? Yo también tengo siete vidas, como los gatos monteses y como mi señor padre.

DOÑA MARÍA.-  Pero mis ojos no te verán.

 

(DOÑA MARÍA, tiende las manos hacia su hijo, y le besa en la frente. Cara de Plata se descubre con respeto. A lo lejos, detrás de los cipreses, brilla el mar que parece ofrecer su manto de luces y de aventura, al mancebo segundón que se apresta a correr el mundo.)

 

DOÑA MARÍA.-  ¡Hágase la voluntad de Dios!

[227]

CARA DE PLATA.-  Amén, señora madre.

DOÑA MARÍA.-  ¿Cuándo te irás?

CARA DE PLATA.-  Mañana mismo.

DOÑA MARÍA.-  ¿Sin besarle la mano a tu padre?

CARA DE PLATA.-  Temo que me reciba a tiros Don Juan Manuel.

DOÑA MARÍA.-  Hijo mío, sé humilde, y solicita su bendición. Yo intercederé.

CARA DE PLATA.-  ¡Señora, temblaba de decirlo, pero aun ayer pudo usted defendernos y no quiso o no supo!

DOÑA MARÍA.-  ¡Y sabes las torturas de mi corazón!

[228]

CARA DE PLATA.-  ¿Acaso no veo como el cariño lo hace cruel? Mi padre acusa a todos sus hijos y mi madre no sabe decirle que fué uno solo, quien entró en esta casa con la gavilla de Juan Quinto.

DOÑA MARÍA.-  No ha sido ninguno.

CARA DE PLATA.-  Ha sido Pedro.

DOÑA MARÍA.-  ¿Y serás capaz de acusarle?

CARA DE PLATA.-  Por eso creo mejor no recibir la bendición de mi amantísimo padre.

DOÑA MARÍA.-  Hijo del alma, ten la de tu madre.

[229]

 

(DOÑA MARÍA, se inclina sobre el balcón. La mano, de albura lunar, traza una cruz en la noche y se posa en la arrogante y varonil cabeza del mancebo. Cara de Plata la besa con respeto, y se deja caer sobre la silla del rocín. Doña María solloza viéndole partir, y permanece en el balcón hasta que desaparece. Con una congoja, vuelve a entrar en la alcoba, se arrodilla y reza. El Niño Jesús, con túnica de lentejuelas y abalorios, sonríe bajo su fanal y tiende las manos cándidas, hacia la pobre madre que se queda sin hijo.)

 

[231]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA TERCERA


 

(VAN el Niño Jesús y Doña María, perdidos por el monte, y se sientan a descansar en la orilla de un camino. El arco iris cubre el cielo y doce campanas negras doblan a muerto en la lejanía: Las doce campanas cuelgan, como doce ahorcados, de las ramas de un árbol gigante.)

 

DOÑA MARÍA.-  ¿Divino Niño, no me dirás por quién doblan esas campanas?

EL NIÑO JESÚS.-  Doblan por Sabelita ¿No la has visto caminando por la otra ribera del río, y que un demonio negro le tiraba de la falda arrastrándola hacia las aguas?

[232]

DOÑA MARÍA.-  ¡Sálvala de morir en pecado, mi Niño Jesús!

EL NIÑO JESÚS.-  Si tal sucede, tú habrás regalado esa alma a Satanás.

DOÑA MARÍA.-  ¡Vamos en su ayuda, mi Niño Jesús!

EL NIÑO JESÚS.-  No sabemos el camino y nos perderíamos en los breñales del monte, Doña María.

DOÑA MARÍA.-  Iremos a la ventura, mi Niño Jesús. Yo te llevaré en mis brazos, Divino Infante.

EL NIÑO JESÚS.-  Tú eres muy vieja y te cansarías. Dame la mano. Nos guiaremos por aquella paloma blanca.

[233]

DOÑA MARÍA.-  Divino Infante, deja que mis brazos se santifiquen llevándote en ellos.

EL NIÑO JESÚS.-  ¡Si apenas puedes caminar, Doña María!

 

(SE ALEJAN por el sendero, hacia el árbol de cuyo ramaje cuelgan las doce campanas, y al acercarse las hallan convertidas en doce cuervos que vuelan graznando sobre sus cabezas. Doña María se estremece.)

 

DOÑA MARÍA.-  ¡El vuelo de los cuervos cubre mi corazón! Niño Jesús, deja que me arrodille y que rece por mi ahijada.

EL NIÑO JESÚS.-  Reza por ella y por ti, que cuando la viste arrepentida no te condolió su desamparo. Si muere en pecado mortal, tú irás también al Infierno.

[234]

DOÑA MARÍA.-  Niño Jesús, no acongojes mi alma.

EL NIÑO JESÚS.-  Aprende a oir la voz de la verdad, Doña María. Llora, pero no oscurezcas con tu llanto mis palabras. Don Juan Manuel oye las burlas crueles que le dice un criado, y tú no quieres oir al Niño Jesús.

DOÑA MARÍA.-  ¡Perdóname, Divino Infante!

EL NIÑO JESÚS.-  ¿Ignorabas que aquella desgraciada iba a verse sola, sin amparo de nadie? ¿Por qué no la guardaste a tu lado, para llevarla al convento contigo? No has querido ampararla, porque eres muy mala, Doña María. En el Cielo están enojados contigo, pues dejaste que la mujer arrepentida volviese a caer en el pecado. Eres muy mala, y por serlo tanto sufres el [235] castigo de que el mejor de tus hijos se vaya a la guerra, donde hallará la muerte.

 

(DOÑA MARÍA, llora desconsolada. El Niño Jesús se aleja por la orilla del sendero, cogiendo margaritas silvestres, y la señora cuando después de un momento levanta hacia él los ojos llenos de lágrimas, le llama con maternal y piadosa alarma.)

 

DOÑA MARÍA.-  Niño Jesús, que el camino está lleno de trampas que ponen los pastores para los lobos.

EL NIÑO JESÚS.-  ¡Qué miedosa eres, Doña María!

 

(AÚN VIVEN en el eco estas palabras, cuando en lo profundo de una cueva, desaparece el Niño Jesús. Doña María lanza un grito, y cierra los ojos donde queda luciente el aleteo afanoso que agitó las manos [236] del Niño. Entonces, de la sombra de los breñales sale una doncella que hila con un copo de plata, en una rueca de cristal, y acercándose al borde de la cueva, deja caer el huso que se columpia como una escala de luz por donde sube el Niño. Ante aquel milagro la señora se arrodilla y reza reconociendo en la doncella que hilaba bajo la sombra de los breñales, a la Virgen Santísima. Un rayo de luna la deslumbra como la estela del prodigio, y sus ojos, llenos de santas visiones, vuelven a contemplar entre los floreros de azucenas, la túnica blanca del Niño Jesús.)

 

[237]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA CVARTA *CUARTA*


 

(DON Juan Manuel Montenegro, tras de cenar y beber con largura, oyendo las burlas del criado, se levanta de la mesa tambaleándose y cae en su lecho. Don Galán comienza a quitarle las botas.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Qué hora es, Don Galán?

DON GALÁN.-  Hora de dormir, mi amo.

EL CABALLERO.-  Llama a Liberata.

DON GALÁN.-  Le silbaré.

EL CABALLERO.-  Quiero que me caliente la cama.

DON GALÁN.-  ¡Jujú!

[238]

 

(DON GALÁN acaba de acostar a su amo y sale. El Caballero se ha dormido cuando el bufón y la manceba entran en la alcoba con misterio de clásica trapisonda.)

 

DON GALÁN.-  Si no eres celosa, has hecho tu suerte, Liberata la Blanca!... ¡Que no fuese tu marido Don Galán! ¡Jujú!

LIBERATA.-  ¡Calla, burlista, no despiertes al señor mi rey!

DON GALÁN.-  Ya eres el ama, Liberata.

LIBERATA.-  ¡Qué tengo de ser el ama!

DON GALÁN.-  El ama. ¿Pues no sabes que dejó la casa Doña Sabelita?

[239]

LIBERATA.-  ¡La casa! ¡Qué tiene de dejar la casa!

DON GALÁN.-  ¡Así muerto me entierren si te cuento mentira!

LIBERATA.-  ¡A los Infiernos vayas con tus andrómenas!

DON GALÁN.-  ¡Jujú! Bien puedes mercarme unos calzones.

LIBERATA.-  ¿Pero cuidas que no magino a lo que llamas tú la casa?

DON GALÁN.-  Pues es malicia que a mí no se me alcanza.

LIBERATA.-  ¡A ti, que eres el padre de todas!

DON GALÁN.-  ¡Por estas que son cruces!

[240]

LIBERATA.-  No condenes tu alma.

DON GALÁN.-  ¿Quieres declararte?

LIBERATA.-  A la cama del amo llamas la casa.

DON GALÁN.-  ¡Jujú!

LIBERATA.-  ¿Qué no?

DON GALÁN.-  ¡Jujú!

LIBERATA.-  Mira si alcanzo tus teologías.

DON GALÁN.-  ¡Jujú! Tendrás que mercarme los calzones.

LIBERATA.-  Fuera ello cierto que habías de tenerlos de paño sedán.

[241]

DON GALÁN.-  ¡Cuánta majeza! ¿Y si luego te enamorabas de verme?

LIBERATA.-  Ya tendría el buen tino de cerrar los ojos cuando pasares por la mi vera.

 

(EL CABALLERO se agita en su lecho y murmura palabras confusas, entrecortadas con ronquidos. El bufón y la molinera callan un momento. Fuera se oye el ladrido de los perros.)

 

LIBERATA.-  ¡Asús! No puedo sentir los canes sin que se me estremezcan las carnes.

DON GALÁN.-  ¡Qué ricas!

LIBERATA.-  ¡No relinches, rijoso!

[242]

DON GALÁN.-  Si fuese can te lamería toda... Y como tienes unas carnes tan blancas, también alguna vez te chantaría los dientes, pero haríalo con más amor que los sabuesos de Don Pedrito.

LIBERATA.-  ¿Escomenzamos, Don Galán?

DON GALÁN.-  Aquí, no... Tras de la puerta.

LIBERATA.-  ¡Mira que si el amo te escuchare!

DON GALÁN.-  Reiríase.

LIBERATA.-  ¿Mía fe, que sabes jugar de burlas!

DON GALÁN.-  Por ellas como.

[243]

LIBERATA.-  ¿Oye, Don Galán, debo esperarme aquí hasta que el amo se despierte?

DON GALÁN.-  Pues mandó que te llamase, tú verás.

LIBERATA.-  Pero tú conoces las costumbres.

DON GALÁN.-  Aun no las tengo bien deprendidas.

LIBERATA.-  ¿Y si en toda la noche no se despierta?

DON GALÁN.-  Te acuestas, que la cama es ancha.

LIBERATA.-  No hables más picardías, Don Galán.

DON GALÁN.-  ¿Pues no me has preguntado?

[244]

LIBERATA.-  Fué por aquel mor de saber si tenía de esperarme o si tenía de irme.

DON GALÁN.-  ¡Nueva eres, y más que te haces, Liberata!...

LIBERATA.-  ¡Calla!... Parecióme que iba a despertarse.

DON GALÁN.-  Si eso deseas, ¿por qué no le haces cosquillas donde le guste?

LIBERATA.-  No escomiences.

DON GALÁN.-  A tú solas te dejo.

LIBERATA.-  En este rincón voy a descabezar un sueño, hasta que mi señor sea servido de abrir los ojos.

[245]

DON GALÁN.-  ¡Jujú!

 

(LIBERATA se acomoda para dormir a los pies de la cama. Don Galán sale de la alcoba con los carrillos inflados por su gran risa bufonesca. Liberata le ve salir, se santigua y reza una oración. Con el amén en los labios va a correr el cerrojo de la puerta, y comienza a desnudarse. Toda blanca y temblorosa llega a la cama, mulle las almohadas y se oculta en las cobijas con arramacos *arrumacos* de gata. La alcoba yace en silencio. En una lamparilla de plata, tiembla la luz. Los ratones corren y chillan bajo las tablas del piso.)

 

[247]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA QVINTA *QUINTA*


 

(LA CASA de la Pichona. Una cocina terreña. La Pichona, sentada bajo el candil, hace encaje de Camariñas. El humo sale por los resquicios de la tejavana. Al fondo, separada por viejo cañizo y sobre caballetes de pino emborronados de azul, está la cama: Gergón *Jergón* escueto de panocha, sábanas de estopa y manta de remiendos. Una gallina clueca escarba la tierra del piso en medio de amarillenta pollada, y como distintivo de su dueña, luce calzas de bayetón colorado, que anduvo largo tiempo en un refajo de la Pichona. Cuantos aciertan a cruzar la callejuela, pulsan en la ventana con insolente mofa. La Pichona responde con una letanía de denuestos que dura hasta que se apaga el rumor de los pasos. Es mujer lozana y de buen donaire para las trapisondas. Llaman en la puerta.)

 

[248]

LA PICHONA.-  ¿Quién es?

DON FARRUQUIÑO.-  Abre.

LA PICHONA.-  Estoy en la cama. ¿Quién es?

DON FARRUQUIÑO.-  Abre con mil demonios, Pichona.

LA PICHONA.-  Abriré con la llave.

 

(LA PICHONA descorre el cerrojo. Don Farruquiño entra, y quiere abrazarla festero. La moza le empuja, y el tricornio, atravesado con gentil desgaire sobre la cabeza del estudiante, rueda por los suelos.)

 

LA PICHONA.-  Manos quedas.

[249]

DON FARRUQUIÑO.-  ¿No ha venido Cara de Plata?

LA PICHONA.-  En todo el santo día no le han visto mis ojos. Agora tiene algún divertimiento que me lo roba. ¡De por fuerza! Me quería por los quereres del mundo, y alguna bruja le hizo mal de ojo, pues se pasan para mí los días sin probar de la su parte un consuelo de amor. Parece, talmente olvidado que soy mujer y moza. Me crea que no, en todo el mes no hemos deshecho esa cama. ¿Ha visto una brasa en el hogar, que es tal como un sol pequeño, y la meten en el cántaro y sale hecha un carbón oscuro como la noche? Tal le ha sucedido con sus ardores al rey de mi alma, y también rey de mi cuerpo, pues no vale que él lo desprecie para que no sea suyo.

[250]

DON FARRUQUIÑO.-  Mal hecho. Concluirás por secarte, que las mujeres como las plantas necesitan su riego.

LA PICHONA.-  ¡Nunca dijo mayor verdad!

DON FARRUQUIÑO.-  Tanto me conmueven tus quejas que estoy dispuesto a consolarte. Vamos a deshacer esa cama, Pichona.

LA PICHONA.-  No sea faccioso.

DON FARRUQUIÑO.-  ¡Lucrecia pudibunda, te asusta el incesto?

LA PICHONA.-  Hable en cristiano, y déjese de latines.

DON FARRUQUIÑO.-  No son latines, Pichona.

[251]

LA PICHONA.-  Para mí como si lo fueren, puesto que no alcanzo lo que quiere decir.

DON FARRUQUIÑO.-  Pero lo imaginas.

LA PICHONA.-  Magino que será alguna picardía.

 

(TORNA la moza a sentarse bajo el candil: Pone la almahadilla *almohadilla* en el regazo y mientras desenreda los bolillos, tiene en la boca los alfileres que luego va clavando en la onda del encaje.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Pichona, cuando cante misa, te llevaré de ama. ¡Buena vida nos aguarda! Tú tienes ricas manos para rellenar morcillas, y cebar capones, y guisar compotas, que es lo necesario para ser ama de cura, Pichona.

[252]

LA PICHONA.-  ¿No teme que lo descomulgue el Santo Padre?

DON FARRUQUIÑO.-  Para evitar ese contratiempo, tendrías que llamarme señor tío.

 

(RIE la Pichona. Don Farruquiño se acerca y la pellizca. Ella le clava un alfiler en la mano, y redobla la risa. Pulsan en la ventana y la moza se encrespa con el rondador de la calle.)

 

LA PICHONA.-  Así estés toda la vida tocando a muerto! ¡Que no andes tres pasos sin quebrarte una pierna. ¡Tiñoso! ¡Piojoso! ¡Sarnoso!

DON FARRUQUIÑO.-  Eumenide mereces ser llamada, y no Pichona.

LA PICHONA.-  No ponga alcuños que luego quedan. A ustede [253] tampoco le gustaría que le dijese Don Repenico. Y lo es, y habrá de serlo toda la vida, que para eso tiene toda la cara repenicada de las viruelas. Fué Dios Nuestro Señor quien le puso ese alcuño.

DON FARRUQUIÑO.-  Pichona, me parece que no te llevo de ama.

LA PICHONA.-  Para más me estimo.

 

(SE OYE el paso de un rocín, y luego al jinete que descabalga. La Pichona abre la puerta. Entra Cara de Plata tirando de las riendas al caballo. La Pichona vaga en torno con aire sumiso y amoroso.)

 

CARA DE PLATA.-  ¿Pichona, tienes un puñado de maíz para el rocín?

LA PICHONA.-  No tengo ni un grano.

[254]

CARA DE PLATA.-  ¡Pues que ayune!

DON FARRUQUIÑO.-  Ahora le llevaremos a donde podrá darse un hartazgo de yerba. Tenemos que llegarnos al cementerio de la Orden Tercera.

LA PICHONA.-  ¡Al cementerio! ¿Y a qué van al cementerio? No será a rezar por sus difuntos. ¡Mi alma, así me diesen una onza de oro no iba de noche! A un curmano de mi madre que hizo la aventuranza de ir y traer un hueso se le apareció la Santa Compaña... ¡Y de allí a poco tiempo dió en ponerse amarillo como la cera y murió!

DON FARRUQUIÑO.-  No tengas miedo, yo sé un exorcismo para la Santa Compaña.

CARA DE PLATA.-  Vamos allá.

[255]

DON FARRUQUIÑO.-  Pon al fuego un caldero grande con agua, Pichona.

LA PICHONA.-  Pondré el de la colada.

DON FARRUQUIÑO.-  Y dame un saco si tienes.

 

(UN POCO atónita, la Pichona le da el saco, y los segundones salen a la callejuela sin responder a las preguntas de la moza, que al verlos desaparecer atranca la puerta, llena de curiosidad y de miedo.)

 

[257]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA SEXTA


 

(LA CALLEJUELA. Un perro escarba en un muladar. Llueve. Cara de Plata, que conduce su rocín de las riendas, oye atento las razones de Don Farruquiño.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Vamos al cementerio de la Venerable Orden Tercera. Se trata de hacernos con un esqueleto para venderlo al Seminario. Ya tengo hablado y están deseándolo, porque no vale nada el que hoy tenemos en el aula de Historia Natural. Es un esqueleto formado con huesos reunidos poco a poco y que no se corresponden. Las tibias, una es de enano y otra de gigante. ¡Buen esqueleto el que yo he vendido cuando estudiaba en el Seminario de Santiago! El que teníamos allí también era una visión.

[258]

CARA DE PLATA.-  ¿Y te dieron una onza?

DON FARRUQUIÑO.-  No los pagan más. ¿Te parece poco?

CARA DE PLATA.-  Como nunca he tratado en esqueletos, no sé qué decirte.

DON FARRUQUIÑO.-  Hermano, una onza nunca es de despreciar.

CARA DE PLATA.-  Yo te ayudaré sin interés alguno. ¡Una onza es ruin fortuna para repartirla entre los dos!

DON FARRUQUIÑO.-  Creso, el latino, no hablara con mayor desdén. ¡Y, sin embargo, esta tarde hubieras vendido tu alma por cuatro pelos de una pelucona!

CARA DE PLATA.-  Pero esta noche amaneció para mí. Xavier Bradomín [259] me abre su bolsa, y me manda con una misión de confianza al campo de Don Carlos. Dentro de algunas horas debo ponerme en camino.

DON FARRUQUIÑO.-  Has hecho tu suerte.

CARA DE PLATA.-  Creo que sí. Solamente me apena tener que dejar a la pobre Pichona.

DON FARRUQUIÑO.-  Nómbrame a mí tu heredero.

CARA DE PLATA.-  Si no entra en un convento, la dejaré a los usureros para pago de deudas.

 

(SIGUE lloviendo. Los segundones bajan por la Cuesta de San Francisco donde está el cementerio de la Venerable Orden Tercera. Se detienen ante la reja coronada por una cruz. La luna, anubarrada, se [260] levanta sobre los negros cipreses que bordean la tapia y esclarece en el fondo, las ruinas de una iglesia románica, que sirve de osario. Los dos segundones miran por la reja.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Tendremos que saltar la muralla. Yo subiré primero. Ayúdame.

CARA DE PLATA.-  ¿Y después quién me ayuda a mí?

DON FARRUQUIÑO.-  Ya dentro, yo te abriré la puerta.

CARA DE PLATA.-  ¿Por el lado de la iglesia, no estaba caída la muralla?

DON FARRUQUIÑO.-  La han levantado.

[261]

 

(DON FARRUQUIÑO, se encarama, con ayuda de su hermano y una vez sobre la cresta salta al otro lado. Con la muralla por medio hablan los dos segundones.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Por poco me rompo una pierna.

CARA DE PLATA.-  Pues ahí te hubieras quedado hasta mañana.

DON FARRUQUIÑO.-  No había visto una cruz medio enterrada en la yerba. Si es aviso del cielo, ya llega tarde.

CARA DE PLATA.-  Ahora sólo falta que no pueda abrirse la puerta.

DON FARRUQUIÑO.-  Ya esta abierta.

[262]

 

(CARA DE PLATA entra conduciendo de las riendas a su rocín, que olfatea la yerba húmeda de las tumbas. Farruquiño arrima la puerta, y los dos hermanos se alejan haciendo la ronda del cementerio, mientras el rocín pace sobre una sepultura. A espaldas de las ruinas, allí donde nadie puede verlos, buscan entre los nichos de la tapia uno que tenga las piedras desencaladas.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Probemos en éste.

CARA DE PLATA.-  Aquí hay otro. No puede leerse el epitafio.

FARRUQUIÑO.-  Qué importa. Hace tiempo que no entierran por esta parte.

[263]

 

(AFIRMAN las manos en las argollas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tiene el epitafio, y tiran. Lentamente apartan la piedra, y el hueco negro y frío aparece ante ellos. Farruquiño aventura el brazo dentro del sepulcro, y arrastra hacia fuera una tabla desenclavada por donde corren los gusanos. Un enjambre de mariposas nocturnas, revolotea sobre su cabeza. Con ayuda de la tabla, que se deshace entre sus manos, barre hacia la boca del nicho algunos huesos polvorientos confundidos con las hojas de un misal.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Vamos a otro, que aquí es todo ceniza.

CARA DE PLATA.-  Probemos en éste.

DON FARRUQUIÑO.-  Falta una anilla.

[264]

CARA DE PLATA.-  No importa.

 

(TIRAN de la argolla, y cuando han apartado la losa la dejan caer sobre la yerba. En el hueco del nicho se columbra el ataúd, por cuya tapa corre asustada una lagartija. Los dos hermanos lo arrastran hacia fuera y con sendas piedras lo desclavan. Entre los jirones del sudario aparece una momia negra que aun conserva parte del cabello.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Esta vez hemos tenido suerte. ¿Dónde está el saco?

CARA DE PLATA.-  Tú lo traías.

DON FARRUQUIÑO.-  Allí está sobre la yerba.

[265]

CARA DE PLATA.-  Sólo falta que este compadre no quepa en él.

DON FARRUQUIÑO.-  Se le hace caber.

 

(METEN AL MUERTO de cabeza en el saco y al entrar los pies se desprenden los zapatos deleznables y llenos de gusanos. Cruzado sobre el rocín lo sacan del cementerio, pero como unas veces se escurre y otras se ladea, en el camino, para sostenerlo acuerda montar Cara de Plata. Una rondalla de estudiantes con garrotes y guitarras canta al pie de una reja en la esquina de la calle, y tienen que hacer largo rodeo.)

 

[267]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA SÉPTIMA


 

(VNA *UNA* cocina terreña. El candil agoniza, y en el silencio de la noche se oye el borboteo del agua que hierve en un gran caldero de cobre pendiente de la gramallera. Dormita la moza al amor del fuego, y a los golpes con que llaman los segundones, se despierta sobresaltada, y va con los ojos soñolientos a descorrer el cerrojo. Cara de Plata se encorva para poder entrar a caballo, y tras el, recatado entre el tricornio y el manteo, entra Farruquiño. Cara de Plata deja escurrir la carga del borrén y el saco se aplasta sobre el piso terreño con un golpe estoposo. Los pies del muerto asoman fuera.)

 

LA PICHONA.-  ¡Santísimo Jesús!... ¡A quién mataron?

[268]

CARA DE PLATA.-  No te asustes, Pichona.

LA PICHONA.-  ¡Santísimo Jesús! ¡Santísimo Jesús!

DON FARRUQUIÑO.-  Vas a tener cerdo salado todo el año.

 

(LA PICHONA cierra los ojos horrorizada, y se deja caer al borde de la cama ocultando el rostro en las cobijas remendadas. Cara de Plata se acerca sonriente, y le halaga el cuello como a un perro fiel.)

 

CARA DE PLATA.-  Quítame las espuelas, Pichona.

LA PICHONA.-  ¡Divino Jesús, vendrá la Justicia!

CARA DE PLATA.-  No tengas miedo.

[269]

LA PICHONA.-  ¿A quién mataron?

CARA DE PLATA.-  Al Señor Gimeno *Ginero*. ¿No te parece bien?

LA PICHONA.-  ¡Era un cristiano!

CARA DE PLATA.-  Era un judío, Pichona.

 

(HINCADA ante el segundón, la moza le deshebilla las espuelas con las manos trémulas. Don Farruquiño, en tanto, mete al muerto en el caldero, y el agua que se vierte hace chirriar las brasas. La Pichona lanza un grito de espanto y se estrecha a las rodillas del galán hablándole con afligido murmullo. Cara de Plata sonríe.)

 

LA PICHONA.-  ¿Por qué le mataste? No fuiste tú, que eres de [270] buena ley, fué ese otro, que es malo como un verdugo de Jerusalén. ¿Verdad que no fuiste tú? ¿Por qué has oído sus palabras? ¿No sabías que tiene el engaño de los raposos y las mañas de los lobos?

 

(CARA DE PLATA, siempre sonriente, la besa en los ojos y en la boca con besos largos y calientes, como prendas de amorosa juventud. La manceba suspira con celo.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  ¿No tienes un caldero más grande, Pichona?

LA PICHONA.-  Aun cuando lo tuviera no se lo daba, Iscariote.

CARA DE PLATA.-  ¡So!... No te desboques, Pichona.

 

(LA PICHONA vuelve a suspirar sobre el hombro del segundón, y con los brazos en torno de su cuello, dulcemente, le arrastra al borde de la cama. [271] Crujen las tablas. Cara de Plata desliza una mano entre los tibios y blancos pechos de la manceba.)

 

LA PICHONA.-  Espera a que se vaya tu hermano.

CARA DE PLATA.-  Qué importa.

LA PICHONA.-  Tengo vergüenza...

CARA DE PLATA.-  ¡Rica!

LA PICHONA.-  ¡Mi rey!

 

(SE TIENDEN sobre la cama abrazados y comienzan a besarse. Don Farruquiño se vuelve y los contempla con alguna malicia.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  ¿No hay un sitio para mí?

[272]

CARA DE PLATA.-  Ya tienes tu pareja en el caldero.

LA PICHONA.-  ¡Divino Jesús!

DON FARRUQUIÑO.-  Es una vieja que parece de cordobán. Tiene la piel pegada a los huesos y no la suelta. Bien hacéis en divertiros, porque esto va para largo.

LA PICHONA.-  Tesorín, dile que apague la luz.

CARA DE PLATA.-  ¡Qué remilgos de monja!

LA PICHONA.-  Díselo.

CARA DE PLATA.-  Hermano, tu cuñada te ruega que apagues el candil.

[273]

DON FARRUQUIÑO.-  Que perdone mi cuñada, pero yo no renuncio a las buenas vistas.

LA PICHONA.-  ¡Iscariote!

 

(LA MOZA, con los ojos brillantes y los pechos fuera del justillo, se incorpora quitándose un zapato que arroja al candil. En la sombra de la chimenea el gato, tiznado de ceniza, maúlla y enarca el lomo, mientras el candil se columpia y se apaga esparciendo un olor de pavesa. Los maullidos del gato continúan en la oscuridad, y acompañan el hervir del agua y el voltear del cuerpo que cuece en el caldero, asomando unas veces la calavera aún recubierta por la piel, y otras una mano de momia negruzca y engarabitada.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  ¡Un rayo me parta si no es el cuerpo de una bruja! [274] Está como mojama dura y no es posible hacerle soltar los huesos. Le doy con las tenazas y suenan como en una pandera vieja. La otra vez, me acuerdo que apenas echamos el cuerpo a cocer se quedaron mondos los huesos. Es lo que hacen los rabadanes para limpiarlos del sebo... ¡Un rayo me parta, si no es una bruja!...

 

(SE OYE el golpe de las tenazas sobre las costillas de la momia, y los suspiros de la manceba y el rosmar del gato.)

 

CARA DE PLATA.-  Esta dice que no reces, Farruquiño.

LA PICHONA.-  ¡No me asuste ahora, cuerpo de tal!

DON FARRUQUIÑO.-  ¡Así te lleve el Demonio!

LA PICHONA.-  A ustede, lo ha de llevar de los pelos.

[275]

CARA DE PLATA.-  ¡Que te como la lengua, Pichona!

LA PICHONA.-  ¡Tesorín de la Pichona!

 

(CANTA un gallo y poco después una campana toca a misa de alba. Farruquiño reniega con mayor furia, y su hermano, ya incorporado en el camastro, ríe con francas carcajadas. En los resquicios de la ventana comienza a rayar el día.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Tengo que entrar en el Seminario antes de que salga el sol... ¡Maldita suerte!

CARA DE PLATA.-  Pues tú dirás qué hacemos.

DON FARRUQUIÑO.-  No hay más que volver con la bruja al cementerio.

[276]

CARA DE PLATA.-  Pues vamos allá antes de que claree.

LA PICHONA.-  ¡No era tal, el Señor Ginero!

CARA DE PLATA.-  Ya oyes que es una bruja.

LA PICHONA.-  ¡Divino Jesús! ¡Divino Jesús!

DON FARRUQUIÑO.-  Poco te lamentabas hace un momento.

 

(LA PICHONA gimotea acurrucada en el camastro, con la cara entre las manos. Los segundones apartan el caldero de la lumbre, vierten el agua en un sumidero y meten en el saco a la momia horrible en su desnudez negruzca y rugosa. Farruquiño la carga sobre el rocín, y sale tirando de las riendas. Cara de Plata pone sobre el hogar un puñado de dinero que [277] saca del bolsillo, gana la puerta y en el umbral se despide de la manceba que sigue gimoteando.)

 

CARA DE PLATA.-  ¡Adiós, Pichona! Puede ser que no volvamos a vernos porque me voy con los carlistas.

LA PICHONA.-  Ya lo sabía.

CARA DE PLATA.-  ¿Quién pudo decírtelo si lo decidí esta noche?

LA PICHONA.-  Las cartas de la baraja me lo dijeron.

CARA DE PLATA.-  ¡Adiós!

LA PICHONA.-  Llévese su dinero.

[278]

 

(LA MOZA habla con voz sorda y entenebrecida, los dedos enredados en la crencha y el rostro escondido en la almohada. Cara de Plata cierra la puerta de un golpe, y al alejarse cree oir un sollozo desgarrador. Apresura el paso para juntarse con su hermano, y caminan a la par, silenciosos, recelando a cada momento toparse con alguna beata madrugadora, de las que van a la misa de alba. Cuando llegan a la puerta del cementerio no pueden menos de reir al verse libres de aquel cuidado. Farruquiño se afirma el tricornio, se tercia el manteo, coge el saco por el cuello, y dándole dos vueltas en el aire lo arroja por encima de la tapia. Al caer produce un golpe sordo que tiene un eco en la calle.)

 

DON FARRUQUIÑO.-  Era una vieja de cordobán.

CARA DE PLATA.-  Debía ser la tía Dolores Saco. ¡Maldita vieja! En [279] vida hizo testamento en favor de la criada y de muerta ni los huesos quiso dejarnos. Por su poco amor a la familia estará dando vueltas en el Infierno.

 

(LOS segundones se alejan, y al final de la calle se separan. Cara de Plata pone su rocín al galope, y se pierde entre los álamos del río cuando una campana toca al alba con alegría, y dos beatas bajan la cuesta para oir la misa en la Venerable Orden Tercera.)

 

[281]



JORNADA CVARTA *CUARTA*

ESCENA OCTAVA


 

(VN *UN* SALÓN en la casa infanzona. Es ya media mañana. Don Juan Manuel pasea de uno a otro testero, pasea desde el alba en que abandonó su lecho después de haber arrojado con bárbaro y musulmán desdeño a su nueva barragana. El bufón levanta el cortinaje de la puerta y da un paso tambaleándose. Su amo le mira con tristeza.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Quién te ha llamado?

DON GALÁN.-  ¡Jujú! Si me hubieran llamado habríame hecho el sordo.

EL CABALLERO.-  Ya no me divierten tus burlas. ¡Estoy demasiado triste, imbécil!

[282]

DON GALÁN.-  El que está triste, siempre lo está demasiado.

EL CABALLERO.-  Siento cómo si un gusano me royese el corazón.

DON GALÁN.-  Es el pensamiento: Un cuervo loco que por veces húyese de la cabeza y se esconde en el pecho.

EL CABALLERO.-  ¡No puedo olvidarla!

DON GALÁN.-  Estos ojos la han visto, a orilla del río.

EL CABALLERO.-  ¡Ten cuidado con las burlas, Don Galán!

DON GALÁN.-  ¡Jujú! ¡Se ha hecho pastora! ¡Quien lo pensara!

[283]

EL CABALLERO.-  Despides un vaho de vino que marea.

DON GALÁN.-  Esas son figuraciones. Un vaso he bebido para refrescarme, pero nunca estuve más en mis cabales. ¡Cuitado de mí, había de mercar en vino la soldada del año, y aun no me podrían decir borracho!

EL CABALLERO.-  ¡He de pisarte como a un racimo!

DON GALÁN.-  ¡Jujú! Atienda mi amo que guapo trenzado de pies, y diga luego.

 

(DON GALÁN hace un punto de baile tambaleándose. El Caballero le contempla con desdeñosa tristeza, y vuelve a continuar su paseo entenebrecido y suspirante, con la cabeza caída sobre el pecho.)

 

[284]

EL CABALLERO.-  ¡Sin duda ha muerto! Esta pena que cubre mi alma es porque lo adivina.

DON GALÁN.-  Yo he visto a Doña Sabelita.

EL CABALLERO.-  Se te habrá aparecido muerta.

DON GALÁN.-  Me pidió con mucho duelo que a nadie dijese donde se ocultaba... ¡Tente lengua!

 

(DON GALÁN se da con la mano en los labios vinosos, y ríe con su risa bufonesca, que parece brotar sobre el belfo amoratado y reluciente, como en una rústica fontana brota el agua sobre el belfo limoso, de una máscara de piedra. El caballero vuelve a suspirar.)

 

[285]

EL CABALLERO.-  ¡Aquellas manos, que otras veces me servían como a su rey, están ya frías! También a mí se me apareció el alma en pena. En las manos llevaba un rosario que era como una gran cadena, y lo llevaba arrastrando.

DON GALÁN.-  Acaso fué también aparición del otro mundo la que yo tuve. Necesita oraciones para su descanso, y en tanto no las consigue, el alma vaga en pena.

EL CABALLERO.-  Mañana se dirán cien misas en la capilla de mi casa.

DON GALÁN.-  Mi amo, recemos nosotros dos por Doña Sabelita.

EL CABALLERO.-  Hace mucho que tengo olvidado el rezar.

[286]

DON GALÁN.-  No sea judío, mi amo.

EL CABALLERO.-  Mañana cantará mil responsos Don Manuelito.

DON GALÁN.-  ¡Mil responsos! ¡Jujú!

EL CABALLERO.-  Creo que eso vale más que nuestras oraciones, Don Galán.

DON GALÁN.-  ¡Mil responsos libertan del Purgatorio a cualquier ánima! Mas eso no quita para que recemos nosotros, mi amo.

 

(DON GALÁN se arrodilla, y hace la señal de la cruz con esa torpeza indecisa y sonámbula que tienen los movimientos de los borrachos. La imagen del bufón aparece en el fondo de un espejo, y el Caballero [287] la contempla en aquella lejanía nebulosa y verdeante como en la quimera de un sueño. Lentamente el cristal de sus ojos se empaña como el cristal del espejo.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Tú sabes rezar, Don Galán?

DON GALÁN.-  Como el Padre Santo.

EL CABALLERO.-  Empieza.

DON GALÁN.-  ¡Mi amo, y si no es muerta? Yo la vide y me habló. ¡Tente lengua! Un responso por el eterno descanso de mi ama Doña Sabelita. Mi amo, no tenemos hisopo ni caldero.

EL CABALLERO.-  Calla, borracho, que quiero rezar y me distraes.

[288]

 

(EL CABALLERO permanece absorto, con la frente inclinada sobre el pecho y las manos en cruz. Doña María entra sin ruido, y se acerca al ensimismado Caballero.)

 

DOÑA MARÍA.-  ¿Rezas?

EL CABALLERO.-  ¡Rezo por ella...! María Soledad, ¿quieres que recemos los dos, porque yo solo me pierdo...?

 

(DOÑA MARÍA se arrodilla, y guía el padrenuestro, que acompañan el hidalgo y el bufón. Al terminar se pone en pie el Caballero.)

 

EL CABALLERO.-  María Soledad, reza tú sola porque mis oraciones de nada valen, y no pueden ser atendidas en [289] el Cielo. Soy un gran pecador y temo que los bienaventurados se tapen los oídos por no escucharme. ¡Reza tú que eres una santa!

 

(CON ademán soberano acaricia la plateada cabeza de la dama, y sale. Don Galán hace una carantoña bufonesca, y rezonguea con lengua estropajosa, arrodillado a espaldas de Doña María.)

 

DON GALÁN.-  Dice mi amo que es ánima en pena. ¡Jujú! Yo la he visto vestida con mantelo y madreñas.

DOÑA MARÍA.-  ¿Tú has visto a mi ahijada?

DON GALÁN.-  Habíame dicho mi amo: Búscala, Don Galán. Y díjele a los canes: Anday conmigo, hermanos, rastreade bien. ¡Jujú!

[290]

DOÑA MARÍA.-  ¿Dónde la has visto?

DON GALÁN.-  ¡Mi amo irá por ella y otra vez la traerá a la casona! ¡Jujú!

 

(DON GALÁN ríe sentado enfrente de la dama. Micaela la Roja asoma en la puerta, y gruñe con su autoridad de criada antigua.)

 

LA ROJA.-  ¿Qué hace aquí ese borracho? ¡Anda a dormir, Don Galán!

DOÑA MARÍA.-  ¿Será verdad lo que dice? ¿Habrá visto a mi ahijada?

DON GALÁN.-  ¡No hablarás, boca de tierra!

[291]

LA ROJA.-  En la cocina contó que medio muerta, la recogieron unos aldeanos de Brandeso.

DON GALÁN.-  ¡No hablarás, boca de tierra!

LA ROJA.-  Asegura haberla visto, y que se arrastraba de rodillas, clamando que si el amo iba por ella, la hallaría muerta. ¡La pobre cordera teme volver al pecado!

DON GALÁN.-  ¡Cuida que hasta las manos te besó, Don Galán! ¡Manos negras, manos de trabajo, no merecíais el regalo de que os tocase aquella boca de carabel!

DOÑA MARÍA.-  Esta noche tuve una visión que llenó mi alma de remordimiento. Un sueño que fué como un aviso del Cielo.

[292]

LA ROJA.-  Somos hijos de pecado, y no podemos alcanzar el misterio de las ánimas que nos visitan dormidos, ni entender sus avisos.

DOÑA MARÍA.-  Alguna vez en el sueño, nuestra alma oye y entiende sus voces, pero al despertar pierde la gracia y olvida...

LA ROJA.-  El día es como un gran pecado, y pone tinieblas en los ojos que han visto y en los oídos que escucharon...

DOÑA MARÍA.-  Roja, iré adonde está esa criatura, y le diré que vuelva a ser mi hija.

LA ROJA.-  ¡Dama María, mi señora, mi gran señora, hija de mis entrañas! ¡Si talmente parece un ejemplo de los santos, cuando andaban por el mundo!

[293]

DON GALÁN.-  ¡No hablarás, boca de tierra!

LA ROJA.-  ¡Álzate del suelo! Espabílate, borracho, que estás en presencia de nuestra ama. Espabílate, que tienes de acompañarla adonde está Doña Sabelita.

 

(EL BUFÓN ríe con su risa vinosa y grotesca, y se revuelca sobre la tarima hostigado por el zueco de la vieja. Doña María, sentada en un sillón, ha quedado como abstraída.)

 

[295]





JORNADA QVINTA *QUINTA*

[297]


ÁGVILA *ÁGUILA* DE BLASÓN


JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA PRIMERA


 

(VNA *UNA* GRAN ANTESALA en la casa infanzona. Están cerradas las ventanas, donde bate el sol de la tarde, y en la vaga oscuridad se presiente el bochorno de la siesta. Sobre un arcón están las jalmas de una montura, y al pie un sarillo con su gran madeja de lino casero, a medio devanar. Dos tórtolas, prisioneras en una jaula de mimbres, cantan encima de la puerta que se abre sobre la solana, en la sombra de una parra. Liberata hila sentada en el umbral.)

 

[298]

LIBERATA.-  ¡Rosalva!... ¡Juana!... ¿Qué hacéis en la cocina? Venid para aquí.

ROSALVA.-  Ahora vamos.

 

(LAS CRIADAS salen con sus ruecas, y van a sentarse en dos taburetes, cerca de la molinera, como azafatas a los pies de una reina. Liberata las mira risueña.)

 

LIBERATA.-  ¿Fuese Doña María?

LA MANCHADA.-  Fuese. Siempre dije que nunca mucho tiempo estaba en la casona.

ROSALVA.-  Ya eres el ama, Liberata.

LA MANCHADA.-  Y por muchos años lo seas. Confiésote mi culpa, [299] y no he de negarte que en un comienzo te miraba con mala voluntad, pero bastaron dos días para que te cobrara ley.

ROSALVA.-  A mí sucedióme lo mismo.

LA MANCHADA.-  Ingrata serías si otra cosa te ocurriere. ¿Quién te ha dado el mantelo que llevas, y el justillo, y hasta la camisa? Desnuda estabas y te ves vestida como una Infanta de las Españas.

LIBERATA.-  A ti tengo de regalarte aquella gargantilla de los corales que me mercó el amo cuando aun estaba rapaza.

LA MANCHADA.-  Si no eres celosa, has hecho tu suerte. Ya eres aquí la reina.

LIBERATA.-  ¡Qué tengo de ser la reina! Soy una criada como [300] vosotras. ¿No sabéis cuánto el amo suspira por Doña Sabelita? Mañana, si no es hoy, la veremos entrar por esta puerta. De por fuerza le ha dado algún hechizo para tener así cautivo su corazón.

LA MANCHADA.-  Contra hechizos hay hechizos, y si una bruja sabe mucho, dos saben más.

ROSALVA.-  Los hechizos se rompen.

LA MANCHADA.-  ¿Por qué no ves a la Saludadora de Céltigos? Esa sabe palabras de conjuro y tiene remedios para congojas de amores.

LIBERATA.-  Ya la he visto.

ROSALVA.-  ¿Y qué te ha dicho?

LIBERATA.-  Díjome que si hay hechizo, para romperlo precisaba [301] una prenda que hubiese llevado mucho tiempo Doña Sabelita. Como no la tenía, quedó en venir por ella.

ROSALVA.-  ¿Vendrá hoy?

LIBERATA.-  Ahora la espero. ¿Vosotras no podríais darme esa prenda?

ROSALVA.-  Yo guardo un pañuelo bordado, regalo suyo. Te lo daría, pero temo que le venga algún mal.

LIBERATA.-  ¡Ave María, rapaza! ¿Por qué ha de venirle mal?

ROSALVA.-  ¡Cuéntanse tales cosas de la vieja de Céltigos! Una moza que había en mi aldea fué a verla para que le diese un hechizo con que retener a un hombre [302] casado. Dióselo, pero fué tal, que al día siguiente la que era su mujer se murió abrasada.

 

(ÓYESE LLAMAR en el postigo de la cocina. Liberata se pone en pie y escucha: Vuelven a llamar con golpes furtivos y misteriosos. Las tres mujeres se miran, y en sus manos tiemblan suspendidos los husos.)

 

LIBERATA.-  ¡Ya está ahí! ¿Negarásme el pañuelo, Rosalva?

ROSALVA.-  ¡Que no sea para mal!

 

(ENTRE medallas de cobre, y cortezas de borona, saca de la faltriquera un pañuelo doblado y se lo entrega. Liberata va a la puerta y abre con sigilo. La Saludadora de Céltigos aparece en el umbral encapuchada con un manteo: La bruja y la barragana, [303] juntas y en silencio, atraviesan la sala. Cuando desaparecen, se miran con susto la Manchada y Rosalva.)

 

LA MANCHADA.-  Rapaza, por todo el oro del mundo no hiciera lo que ahora has hecho.

ROSALVA.-  ¿Vendrále algún mal a Doña Sabelina?

LA MANCHADA.-  Yo no cargara mi alma con ese recelo.

[305]



JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA SEGVNDA *SEGUNDA*


 

(VNA *UNA* CASA labradora, sobre un viejo camino cerca de Viana del Prior. Dos mujeres platican en el fondo del zaguán que tiene oscura techumbre de castaño, cuartelada por una viga donde la abuela, en el tiempo de la vendimia, cuelga los grandes y dorados racimos. La puerta abierta, deja ver un fondo de colinas por donde los pastores conducen sus rebaños, y del interior de la casa, llega el canilleo de un telar. Aquellas dos mujeres que platican, son La Preñada y La Suegra.)

 

LA PREÑADA.-  Mucha codicia dase mi padre a mover la lanzadera.

LA SUEGRA.-  Tiene de entregar una tela al ama del Señor Arcipreste.

[306]

LA PREÑADA.-  ¿No hacía pensamiento de llegarse a la villa?

LA SUEGRA.-  Paréceme que ya mudó de idea, y que seré yo quien haya de verse con el Señor Don Juan Manuel. También tengo el corazón compasivo, mas no hemos de seguir toda la vida en un interín.

LA PREÑADA.-  ¿No dice cosa ninguna la señora mi comadre?

LA SUEGRA.-  Nada dice, y esta es la hora que aun no determina de caminarse. Bien está una caridad, mas no podemos tenerla siempre como una recogida, que hartos trabajos cuesta vivir, y una boca más en todas las ocasiones es un pan más fuera del horno y un cuenco más de la fabada.

LA PREÑADA.-  ¡Fortuna que no cata el vino!

[307]

LA SUEGRA.-  Compréndese que la cuitada no quiere ser gravosa, pues aun cuando dice que nunca lo ha catado, paréceme solamente un decir por la vergüenza que le da. ¡Cuando la oigo suspirar toda la noche desvelada, entráme una pena! Te lo digo, mi hija, si tuviese posibles como tengo para ella buen corazón, nunca la dejaría partirse de mi vera.

LA PREÑADA.-  ¡Y qué será de la triste! Tiene contado mi padre que cuando el rapaz le dió alcance, arrodillóse en la ribera diciéndole que la dejase morir, porque sus penas eran más que las estrellas del cielo.

LA SUEGRA.-  Primero de verla partirse sola por esos campos, como una paloma sin palomar, tengo determinado llegarme a la villa, si tu padre no lo hace, y pedirle un socorro al Señor Don Juan Manuel. La señora [308] vivió mucho tiempo en la su compaña, y aun magino que tuvo un hijo que se está criando en San Clemente de Brandeso.

LA PREÑADA.-  Pues tan gran caballero no puede dejarla en el triste desamparo que ahora se ve. Extráñame que la señora mi comadre no le tenga enviado a decir dónde se halla recogida. ¡Mas clama que prefiere la muerte antes que descubrirle este retiro!

LA SUEGRA.-  ¡Celos con rabia a la puerta de la casa! Hallábase acostumbrada a ser la reina, y no quiso partir la vara con la mujer de Pedro Rey. Yo bien la aconsejo: Hay que tener paciencia en este mundo, y el mayor sonrojo ya lo había pasado, pues no hay otro más grande que condenar el alma y perder la gracia de Dios.

[309]

 

(SIGUE un largo silencio. La Preñada levanta el demacrado perfil, y queda como en éxtasis. Cuenta con murmullo de plegaria los saltos del hijo, en el claustro de la entraña llena de virtud mística y sagrada. Aquella estancia con su oscura techumbre de castaño, y el telar que llena la casa, tiene esa paz familiar, ingenua y campesina que se siente como un aroma de otoñales manzanas, conservadas para la compota de Noche Buena.)

 

[311]



JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA TERCERA


 

(SABELITA está sentada a la sombra de unas piedras célticas, doradas por líquenes milenarios. Desde el umbral de la casa se la divisa guardando una vaca, en lo alto de la colina druídica que tiene la forma de un seno de mujer. Sabelita ha cambiado tanto que apenas evoca su recuerdo. Lleva ahora atavíos de aldeana, camisa de estopa, refajo remendado y madreñas. La vaca, una vaca marela, alarga el yugo mordisqueando la yerba, que brota en la sombra de aquellas piedras sagradas. De pronto, por entre unas breñas aparecen dos perros: Son los galgos que en el zaguán de la casa infanzona suelen verse atados de una cadena. Sabelita palidece al reconocerlos, y otea hacia el camino con ojos asustados, mientras los perros retozones [312] y saltantes, acuden con ladridos de júbilo a lamerle las manos. Un hombre sube por la falda de la colina: Es Don Galán que llega acezando.)

 

DON GALÁN.-  ¡Alabado sea Dios! Vengo en una carrera desde la villa.

SABE LITA.-  ¡Qué susto me han dado los perros!

DON GALÁN.-  ¡Jujú! ¿Cuidó, sin duda, que venía el Señor Don Juan Manuel? ¿Maginóse que yo le había contado como, por un casual, teníala visto en la ribera del río?

SABELITA.-  ¡Lo que temí, no sé!

DON GALÁN.-  La señora mi ama es quien viene a visitarla.

[313]

SABELITA.-  ¿Tú le has dicho donde yo me ocultaba?

DON GALÁN.-  ¡Así muerto me entierren, si palabra le dije!

SABELITA.-  ¿Y cómo lo supo?

DON GALÁN.-  ¡Mía fe, que no lo discierno! Presumo que habrá tenido revelación, porque muy de mañana me llamó y me dijo de esta conformidad: Don Galán, tú has visto a mi ahijada, y es preciso que me lleves adonde está, para que mi alma se libre de un gran pecado. Anda y avisa que aparejen la pollina. ¡Jujú! Yo quédeme maginando si sería revelación de un ángel o cuento de Micaela. La gran raposa habíame estado sonsacando, y dióme torrijas del yantar del amo, y subió de la cueva por me desatar la lengua, un jarro de vino de la Arnela.

[314]

SABELITA.-  ¡Y tú, necio, se lo has contado todo!

DON GALÁN.-  ¡Jujú! Contóselo el jarro. Pero no suspire, que ningún mal habrá de venirle por esa visita. Doña María viene para llevársela consigo, y sacarla de guardar la vaca y comer caldo de unto. ¡Jujú!

SABELITA.-  Es preciso que no me vea.

 

(DON GALÁN sentado sobre la yerba, mueve la cabeza con gravedad lenta y triste. Después descuelga el zurrón que trae a la espalda, y se lo presenta a Sabelita. En los ojos del bufón hay una llama de tímida y amorosa ternura.)

 

DON GALÁN.-  Cordera, aquí le traigo un pichón estofado que da gloria. ¡Jujú! Un abade no lo toma mejor. También [315] le traigo dos manzanas de sangre, las primeras que se cogen este año. ¡Mírelas que lindas!

SABELITA.-  Es preciso que no me vea Doña María.

DON GALÁN.-  Paloma del palomar del rey, no eres nacida para comer caldo de unto.

 

(SABELITA calla suspirando, y lentamente sus ojos se arrasan de lágrimas. Don Galán extiende una servilleta sobre la yerba, y saca del zurrón la vianda.)

 

SABELITA.-  Vuelve a guardar todo eso, y lleva la vaca a su establo, que yo voy al encuentro de mi madrina.

DON GALÁN.-  No desprecie el don de un pobre, Doña Sabelita. Tome tan siquiera esta manzana.

[316]

 

(SABELITA, toma una manzana encendida como las rosas, y suspira gozando aquel aroma de bálsamo y de flor. Después sus ojos se detienen amorosos en la vaca marela que pace a su lado arrastrando el ronzal.)

 

SABELITA.-  ¡Si pudiese no pensar en las tristezas de mi vida, y ser como tú, pobre Marela!... Llévala a su dueño, Don Galán.

 

(DON GALÁN se enrolla a la muñeca el ronzal de la vaca, y alarga el belfo vinoso para beberse una lágrima. Sabelita se aleja por un sendero entre maizales que bajan a la orilla del río, y en sus manos pálidas, la manzana de sangre parece un corazón.)

 

[317]



JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA CVARTA *CUARTA*


 

(LA ORILLA DEL RIO. Arrodilladas en la arena, lavan dos mujerucas, y los pardales de una nidada pían escondidos en el mimbral que tiende su cabellera sobre el espejo del remanso. A lo lejos se perfila un puente romano por donde cruza la recua de un arriero. Sabelita sube por la ribera, con la mirada estática, y al reconocerla se asombran las dos lavanderas: Juana la Gazula y Andrea la Visoja.)

 

LA GAZULA.-  ¿Rapaza, tú distingues quién viene por allí?

LA VISOJA.-  ¿Pues quién es, rapaza?

LA GAZULA.-  ¡Asombráraste! Doña Sabelita vestida de mantelo. Agora nos ha visto.

[318]

LA VISOJA.-  ¿Adónde irá por esos campos sola? Dijéronme, y no lo había creído, que ya no estaba a la vera del Señor Don Juan Manuel.

LA GAZULA.-  De por fuerza está adolecida. No la miras como se entra por el río...

LA VISOJA.-  ¡Virgen Santísima!

 

(LAS dos mujerucas se yerguen despavoridas. Sabelita está en medio del río y la corriente la arrebata. Las mujerucas gritan y piden socorro con los brazos en alto. En la otra orilla, el barquero que dormitaba al sol, desatraca la barca, y boga ayudado por la corriente. Un bulto aparece a corta distancia sobre las aguas y vuelve a desaparecer. El barquero deja los remos e inclinado sobre la borda explora la corriente. [319] Se incorpora de pronto y se arroja al río. Las aguas verdosas le cubren. Pasa un momento. Las dos mujerucas que gritaban en la orilla, han enmudecido pálidas de terror. El barquero aparece otra vez sobre las aguas: Nada con un brazo, y con el otro arrastra por el cabello el cuerpo de Sabelita. Las dos mujerucas rezan arrodilladas en la orilla, y el barquero las entrevé con angustia, mientras nada sesgando la corriente. Al fin sus pies tocan la arena, se yergue y sale del río llevando en brazos el cuerpo inanimado de Sabelita. Las dos mujerucas corren a él.)

 

LA GAZULA.-  ¡Te creímos perdido!

LA VISOJA.-  ¡Bien le rezamos por ti a la Virgen Santísima!

EL BARQUERO.-  ¡Un cirio le debo!

[320]

 

(EL BARQUERO sobre una piedra, se sacude al sol como los perros de aguas, y contempla su barca que ha ido a dar de través en un juncal. Sabelita yace tendida en la ribera, y las dos mujerucas le desabrochan el justillo y procuran darle calor. Desde la vereda habla un viejo peregrino que va peregrinando a Santiago.)

 

EL PEREGRINO.-  Volvedla boca abajo para que vierta el agua que ha bebido.

[321]



JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA QVINTA *QUINTA*


 

(VN *UN* CAMINO cercano al río. Doña María cruza al paso de su pollina, y el espolique, que camina al flanco, espanta con una rama verde las moscas que zumban sobre el manso testuz de la bestia.)

 

EL ESPOLIQUE.-  Algo acontece en la ribera del río, mi ama. ¿No ve allí reunida mucha gente?

DOÑA MARÍA.-  Nada veo. Los años se han llevado la vista de mis ojos.

EL ESPOLIQUE.-  Toda la gente que estaba labrando en los campos, baja hacia la ribera. ¿Quiere que me llegue a preguntar, mi ama? Mi ama, llego en una carrera [322] y así también pido razón del camino, y me aseguro mejor...

DOÑA MARÍA.-  Dicen que la casa está pasada la Gándara de Brandeso. ¿Tú no sabes el camino?

EL ESPOLIQUE.-  Lo tengo andado cuando era rapaz. ¡Otro tiempo lo tengo andado!

EL PEREGRINO.-  ¡Vaya muy dichosa Dama María! Si no quiere tener un mal encuentro, pase desviado de la ribera del río, pues toda aquella gente que allí se ve, rodea a una mujer ahogada que está tendida en la arena.

 

(LA SEÑORA se santigua rezando en voz baja por la mujer ahogada, y el espolique, sin esperar la venia de su ama, baja en una carrera a la orilla del [323] río. Doña María sigue adelante. Una vieja que guarda tres cabras sentada al borde del camino, la interroga con una salmodia.)

 

LA VIEJA.-  Alma caritativa, ¿quieres decirme si es puesto el sol?

DOÑA MARÍA.-  Tiempo hace que se puso, abuela.

LA VIEJA.-  Cinco años llevo en una noche oscura, que no soy ciega de nacencia. Por tener un pedazo de pan que llevarme a la boca, guardo estas cabras de otra pobre. Los animales me conocen, y yo conozco los parajes a donde llevarlos para que puedan triscar. Soy Liberata la Manífica, que otro tiempo iba a la villa con las peras de oro y las manzanas reinetas de mi huerto. ¡Tiempos aquéllos! Después casóse una hija moza que me quedaba, partiéndose de mi vera sin más acordarse. Por tener un pedazo de pan [324] que llevarme a la boca, guardo estas cabras de otra pobre.

DOÑA MARÍA.-  ¡Dios le da el Cielo a ganar! ¡Así nos lo diese a todos!

 

(LA MANSA pollina de la señora sigue camino adelante, con las riendas sueltas mordisqueando por la verde orilla, y la vieja, con sus tres cabras, va trenqueando detrás: Su voz de sibila se extiende en el silencio del anochecer.)

 

LA VIEJA.-  ¡Qué triste es la espera de la muerte! Estas cabras me tienen más ley que aquella mala hija. Poco hace oí que sacaban del río a una moza ahogada, y saltóme el corazón pensando si sería esa loba, y deseé tener luz en los ojos para verla muerta. ¡Pero ni aun la muerte la quiere, y no era ella sino una [325] cuitada que tenía desvariado el sentido! Aquí venía algunas tardes con la vaca, y un día contóme que conocía a mi hija y al caballero que la tiene con el regalo de una reina en un molino suyo. ¡Maldito había estar el vientre de las mujeres como el vientre de las mulas! Los hijos sólo sirven para nos condenar, porque cada hijo es un pecador que damos al mundo. El fuego de la mocedad nos lleva a cometer esa culpa de darle ejércitos al gran Satanás, y todos los años los inocentes que inda beben en el pecho de las madres, crucifican al Divino Señor. ¡Ay, el día de la muerte! ¡Ay, el día de la muerte! ¡Ay, el día de la muerte!

 

(SE EXTINGUE poco a poco la voz de la vieja, que ha ido quedando muy atrás. Entre los álamos que marcan la línea irregular del río lucen algunos faroles mortecinos. Doña María avanza al paso de su montura, y de tiempo en tiempo se detiene medrosa [326] para ver si torna su espolique. Las luces se acercan por entre los álamos. Se oye el tardo caminar de gente aldeana que se acerca con un sordo rumor de voces y de pisadas. Los galgos salen al camino horadando la maleza, y detrás asoma Don Galán.)

 

DON GALÁN.-  Señora mi ama, no siga más adelante. ¡Ya no es de este mundo aquella paloma blanca!

DOÑA MARÍA.-  ¡No has querido perdonarme, Divino Jesús! ¡Señor, no cubras mi vida de sombras! ¡Señor, si mi vejez era ya tan triste, por qué la acabas con este remordimiento! ¡Señor, alivia el peso de mi cruz!

 

(DOÑA MARÍA solloza sentada sobre la orilla del camino, y en torno saltan los galgos dando ladridos de júbilo que hacen enderezar las orejas a la vieja pollina. Don Galán les habla severo y lloroso.)

 

[327]

DON GALÁN.-  Condenados animales, estarvos quietos, ya que sois faltos de entendimiento, y no podéis alcanzar estas penas del mundo, cosas de la vida y de la muerte que solamente sentimos los cristianos. ¡Estarvos quietos, ladrones! ¡Canoso, Liberal, no asustéis a la pollina y estarvos quietos por amor de Dios! No hace mucho saltabais como agora alredor de aquella cordera. ¡Acordarvos mal agradecidos como os dió su yantar y lamísteis aquellas manos que agora están frías!

 

(LAS luces se acercan por entre los árboles. Algunos aldeanos traen a la mujer ahogada en unas andas de ramaje, cubiertas con una sábana blanca. La cabellera de la muerta cuelga fuera.)

 

EL PEREGRINO.-  Yo venía por el mismo sendero que esa pobre mujer, y me pareció que estaba loca.

[328]

LA VISOJA.-  Se agarraba a las arenas del fondo y no podían desasirla. Aún trae entre los dedos las algas.

LA GAZULA.-  ¡Parece muerta!

LA VISOJA.-  No es muerta, que el corazón le late.

LA GAZULA.-  Yo puse el oído sobre su pecho y no lo sentí.

LA VISOJA.-  Late muy despacio, muy despacio...

EL PEREGRINO.-  ¿Adónde la conducimos?

UN ZAGAL.-  Estaba recogida en la casa del tejedor. Aún hoy andaba con la vaca...

LA GAZULA.-  Fuera mejor conducirla a la villa.

[329]

EL PEREGRINO.-  ¿Tiene allí familias?

LA VISOJA.-  Tuvo el regalo de una reina, mas hoy no tiene ni unas pajas donde morir.

 

(HABLAN DETRÁS de los árboles: Se acercan lentamente. La niebla del anochecer vela los bultos y las luces. Doña María se incorpora y va a su encuentro con penoso esfuerzo, sacudida por los sollozos.)

 

[331]



JORNADA QVINTA *QUINTA*

ESCENA ÚLTIMA


 

(SALA EN LA CASA de Don Juan Manuel Montenegro: Es de noche y apenas la esclarece un velón de aceite. Las dos criadas se disponen a cubrir la mesa con manteles que sacan de una alhacena. El Caballero entra huraño, y se sienta a la cabecera, en un sillón de moscovia.)

 

EL CABALLERO.-  Decid a vuestra ama que venga a ocupar su puesto.

LA MANCHADA.-  Fuese Dama María.

EL CABALLERO.-  ¡Todos me abandonan!... ¡Liberata! ¡Liberata!

LIBERATA.-  Mande, mi señor.

[332]

EL CABALLERO.-  Ven a cenar conmigo.

 

(PERMANECE un momento abatido, la frente entre las manos, inclinado sobre los manteles. Liberata entra con los ojos brillantes de fiebre. El Caballero, al sentirla, se incorpora. Las dos criadas comienzan a servir, vagan en torno de la mesa, vienen y van a la cocina. El Caballero bebe con largura, y muestra aquel apetito animoso, rústico y fuerte de los viejos héroes en los banquetes de la vieja Iliada. Sentada en frente, la barragana le sirve los manjares y le escancia el vino.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Ha estado aquí el cabrón de tu marido?

LIBERATA.-  Al caer de la tarde estuvo...

EL CABALLERO.-  Me había parecido entender su voz.

[333]

LIBERATA.-  Es un hombre muy de bien, y por serlo tanto tiene que verse sin calzones. Otra vez volvió a presentarse en el molino uno de los hijos de mi amo.

EL CABALLERO.-  ¿Qué pretendía ese bandido?

LIBERATA.-  Dejó allí su caballo y llevóse las dos vacas. Montado en una, con el rabo sirviéndole de freno, pasó el río.

EL CABALLERO.-  ¿Y por qué no le recibió a tiros ese cabrón?

LIBERATA.-  Es un hombre muy de bien.

EL CABALLERO.-  ¿No le había dado mi escopeta y no le había dicho que yo le sacaría de la cárcel?

LIBERATA.-  Fuera bueno que hubiera sido Don Pedrito.

[334]

EL CABALLERO.-  ¿Quién ha sido?

LIBERATA.-  Cara de Plata, que se va con los carlistas... También se llevó la escopeta.

 

(EL CABALLERO queda un momento cejijunto, y luego ríe con su risa violenta y feudal. La molinera le llena el vaso que se enrojece con la sangre de aquellos parrales donde, en la holganza de las largas siestas, solía pacer el rocín de Cara de Plata. Cuando el linajudo deja de beber, entra Micaela la Roja.)

 

LA ROJA.-  ¡Señor amo, qué hace sentado a la mesa con esa mala mujer, cuando la muerte está entrando por sus puertas?

EL CABALLERO.-  ¿Qué dices, vieja loca?

[335]

LA ROJA.-  ¡Escuche las voces de las almas caritativas que la sacaron del río!... ¡Escuche el gañido de los canes!

EL CABALLERO.-  Estoy sordo, y agradecéselo a Dios. Lléname el vaso, Liberata. ¡Pobre vieja, sus cien años la hacen chochear! Sin duda habíase dormido en la cocina pasando las cuentas del rosario, y se ha despertado con ese sueño.

LIBERATA.-  ¡Asús! Miedo en el alma pusiéronme sus palabras.

 

(SE OYE en la cocina el rumor de una voz aldeana, que grave y piadosa narra entre los criados, cómo vio en las aguas del río los cabellos de una mujer, y las manos blancas asomando fuera. Glosan a coro otras voces mendigas, y en espera del aguinaldo, [336] loan su ayuda para salvar a la cuitada que tenía desvariado el sentido. Sobre aquel murmullo codicioso y lejano se levanta trémula la voz de Don Juan Manuel.)

 

EL CABALLERO.-  ¡Qué sucede en mi casa! ¿Esa gente habla o reza? ¿Tú has dicho, vieja loca, que la muerte entraba por estas puertas?

LA ROJA.-  Sí lo he dicho.

EL CABALLERO.-  ¿La muerte para quién?

LA ROJA.-  Para los inocentes.

EL CABALLERO.-  Siendo así poco puede importarnos a los pecadores.

[337]

 

(DON Juan Manuel, apura el vaso. Doña María llega por el largo corredor, y desde lejos, en una vaga penumbra, se la ve: Llega lentamente la resignada señora, y en la puerta, con grave y justiciero continente, se detiene sin hablar. El Caballero vuelca de un puntapié el sitial de la molinera, que no osa levantarse del suelo.)

 

LIBERATA.-  ¡Qué no acierte a verme, Divino Jesús!

EL CABALLERO.-  Métete debajo de la mesa, can.

LA ROJA.-  ¡Can rabioso!

EL CABALLERO.-  ¡Silencio! Creí que me habías abandonado, María Soledad.

[338]

 

(LA RESIGNADA señora permanece muda y altiva ante la farsa carnavalesca del marido que esconde a la manceba debajo de la mesa. Después de un momento deja oír su voz, que suena religiosa y apagada, como la voz que atribuye la fantasía a las almas en pena.)

 

DOÑA MARÍA.-  Saldrás de esta casa, y no volverás, mientras en ella esté la pobre criatura. Nuestro Señor no quiso que muriese, y con vida la sacaron del río... La he perdonado, y vuelve a ser mi hija.

EL CABALLERO.-  ¿Dónde está?

DOÑA MARÍA.-  ¡Aquí!... Pero tú no intentes verla.

EL CABALLERO.-  ¡Quién me lo impediría!

[339]

DOÑA MARÍA.-  ¡Yo!... Yo que saldré de aquí llevándola conmigo, y que en la primera puerta pediré por caridad un rincón para las dos.

EL CABALLERO.-  ¡Esta casa, desde hace trescientos años, es la casa de mis abuelos!

DOÑA MARÍA.-  No tardará en volver a ella.

 

(DON Juan Manuel, con mano trémula y rabiosa coge el plato que ante él humea apetitoso, y se lo alarga a la manceba escondida debajo de la mesa, al socaire de los manteles.)

 

EL CABALLERO.-  Hártate, can.

DOÑA MARÍA.-  ¡Adiós, para siempre!

[340]

EL CABALLERO.-  Espera. ¿La has perdonado?

DOÑA MARÍA.-  ¿No te había perdonado a ti?

EL CABALLERO.-  ¡María Soledad, tu alma es grande y loca! María Soledad, tú eres santa y si digo mentira que me lleve el Demonio! ¡Vamos, can!

 

(DE UN PUNTAPIÉ vuelca la mesa, y entre los manteles, y el vino que se derrama ensangrentándolos, y el pan, y la sal, se arrastra la manceba. Doña María se aleja.)

 

LIBERATA.-  ¡No me haga mal! ¡Por lo que llevo en mis entrañas, no me haga mal!

EL CABALLERO.-  ¡No ladres, cadela! Sígueme.

[341]

LIBERATA.-  ¡Ni aun puedo alzarme!

EL CABALLERO.-  ¡No ladres! Vámonos de esta casa... Sígueme, cadela.

 

(ATRAVIESA los resonantes corredores, desciende la ancha escalera de piedra, y sale a la plaza silenciosa y abandonada. En la puerta, bajo el blasón que tiene en sus cuarteles espuelas de caballería y águilas de victoria, se detiene sollozando, y la luna platea su cabeza desnuda. El bufón sale del ancho zaguán y se acerca a su amo que no le ve llegar.)

 

DON GALÁN.-  ¿Adónde ir con la carga de nuestros pecados?

EL CABALLERO.-  No sé...

[342]

LIBERATA.-  ¡La noche es fiera, Virgen Santísima!

DON GALÁN.-  Qué nos importa, si somos tres estrellas de la noche.

EL CABALLERO.-  Tú eres una estrella porque eres un alma de Dios... Pero esa mujer es una zorra y yo soy un lobo salido, un lobo salido, un lobo salido...

 

(SE ALEJA. Huye. Sus voces y sus pasos resuenan en la plaza desierta. El eco repite sus palabras fatales. Las ráfagas del viento aborrascan sus cabellos y la ola nevada de su barba. El bufón y la manceba le pierden en la oscuridad de la noche y dejan de oir sus voces.)

 





[343]

ACABÓSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LA IMPRENTA DE SÁEZ HERMANOS EN MADRID A XXII DIAS DEL MES DE JUNIO DE MCMXXII AÑOS