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Al salir del paraíso

Antonio Rodríguez Almodóvar





En nuestra colección de enigmas de la literatura infantil y juvenil llamada, no es de poca monta saber a quién demonios se le ocurriría meter en el mismo saco las dos edades. La edad del paraíso (infancia) y la edad de la sospecha (adolescencia). Está la primera tan ricamente instalada en la creencia de un tiempo feliz e ilimitado, mientras la segunda se constituye, justamente, a la salida del Edén. Allí donde la espada flamígera impedirá todo retorno.

No toda la industria de esta literatura tiene suficientemente en cuenta que los adolescentes, como que ya no se fían de nada, dan por resuelto su compromiso con la lectura, precisamente por el afán de mantenerlos en el mismo saco donde siguen alborotando los locos bajitos. Más aún, ni siquiera la adolescencia es un hecho continuo, sino que va como a trancos, de sorpresa en dolor, de evasión en desgarro. Hay que distinguir muy mucho entre lo que serían púberes atolondrados (11-13 años), adolescentes taciturnos (14-16) y jovencitos prenúbiles (17-18).Chispa más o menos. Ni que decir tiene que en cada uno de esos peldaños se piensa que los del anterior son unos mequetrefes.

Algunos escritores sí que toman en consideración la existencia de estas arenas movedizas. Isabel Allende, por ejemplo. Conocedora, como debe, de que sus apasionantes relatos para adultos suelen gustar mucho también a los jóvenes, parece haberse decidido por retroceder un escalón. La ciudad de las bestias, como se llama su última novela, está pensada para ese tramo de turbulencias iniciáticas, en torno a los 15, se diría, pues es la edad que atribuye a su personaje, el joven Alexander Cold. La misma edad que tiene Dick Sand, el personaje de Julio Verne en Un capitán de quince años; o Jim Hawkins, el aprendiz de pirata de La isla del Tesoro, y varios más de esa pandilla. «Tengo quince años, papá, edad de sobra para que al menos me preguntes mi opinión», protestará ese Alex, cuando su progenitor se dispone a enviarlo con su abuela neoyorquina (ellos viven en un pueblo idílico de la costa californiana), por problema familiares. Lo malo es que Kate, la abuela, es una excéntrica antropóloga que se dispone a su vez a emprender un viaje por el Amazonas, en busca de La Gran Bestia. Y allá que va el muchacho, que no sale de su desconcierto, de la selva humana de la ciudad de los rascacielos al fragor brasileño más espeso.

Carlo Frabetti es otro de esos escritores conscientes de los escabrosos límites de las edades de paso. Aparte de analista implacable de la realidad político-social (lleva emprendida una larga y excitante batalla dialéctica contra el imperio de Bush en su página web), es también matemático, y con esa compleja personalidad escribe para adolescentes unas historias (tiene ya más de 30) llenas de inquietantes sabores. Utilizando como personaje conductor de varias a un enano pelirrojo, Ulrico, en esta nueva, La magia más poderosa, procede a una divertida desmitificación de algunos cuentos infantiles. Para ello se introduce en la historia de Blancanieves sin ninguna corrección política, al estilo de James Finn Garner, hasta subvertir cualquier orden establecido entre los otros enanos, la bruja, el espejito, el guardabosques y todo lo que se le ponga por delante.

En un tono más amable, Laura Gallego, otra veterana de la literatura juvenil, nos deja en La leyenda del rey errante un oportuno recordatorio de la cultura árabe como contenedora de una exquisita sensibilidad literaria. Un príncipe poeta, Walid, descubre que todo el poder de su padre no basta para convertirlo en el mejor autor de casidas del reino.





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