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Alacant blues: investigación y poesía


Georges Tyras1





La memoria española es un campo minado en el
que nadie quiere internarse.


Antonio Muñoz Molina                


Mariano Sánchez Soler es hijo de Alicante, y Alacant blues, esta Crónica sentimental de una búsqueda que ahora conoce una nueva, cuidada y merecida edición, es hija de la doble ascendencia de Mariano Sánchez Soler: la investigación y la poesía.

Hacen falta muchas dotes de investigador para firmar libros como Villaverde, fortuna y caída de la casa Franco, en el que se desvelan las finanzas ocultas de la familia del dictador; Los crímenes de la democracia, un análisis de la transición española a través de sus delitos de sangre, o Ricos por la patria, que reconstituye el itinerario de los grandes nombres de las finanzas españolas desde sus raíces franquistas hasta la posmodernidad del pensamiento único. Por no hablar de algunos otros libros en los que, con valor y compromiso lúcido, el autor emprende la Historia violenta del fascismo español. Todos estos títulos son fruto del periodismo de investigación, pero de un periodismo que, como dijo Andreu Martín, «no tiene su punto de partida en la noticia de periódico, sino mucho más allá, en el mismo corazón de la noticia». Es decir, en el meollo de la realidad, donde siempre disputan la política y el delito. Y es que Mariano Sánchez Soler lleva a cabo sus investigaciones a la manera terca, minuciosa, íntegra de un verdadero detective privado, abocado a desenmarañar los turbios enredos del subsuelo de la sociedad, que es en última instancia la función que se le puede asignar a la novela negra.

De ahí que Mariano Sánchez Soler sea también autor de ficciones policiacas en las que, como advierte el propio escritor en el umbral de una de ellas, «Los nombres y personajes son ficticios. Los hechos, sin embargo, han sido extraídos de la realidad». Carne fresca, sobre las redes de prostitución de menores que infectan la costa mediterránea; Festín de tiburones, sobre la colusión entre las altas esferas de las finanzas, el mundillo de la política y la institución policial; Para matar, sobre el asesinato por un comando fascista de una militante estudiantil, por citar tan sólo algunos títulos, constituyen otras tantas pruebas fehacientes de la fragilidad -o mejor dicho de la porosidad- de la frontera entre lo real y el relato.

Todas estas palabras previas para entender mejor lo que podrían ser los cimientos, o las raíces textuales, de un libro tan peregrino como lo es Alacant blues, híbrido de literatura factual y de narrativa ficcional, investigación real en la que se ofrece la crónica. Alacant blues. Crónica sentimental de una búsqueda empieza como una auténtica novela negra: después de unos diez años empleados en ir tirando en Madrid, un hombre vuelve a su ciudad natal donde se instala como detective privado, abriendo una «Agencia Terratrèmol. Investigaciones» de muy buen ver. Sólo que las cosas se complican enseguida cuando el primer cliente encarga al detective novel que encuentre «Alacant, la ciutat on vaig nàixer, els carrers de la meua infantesa, la memòria». El detective acepta el reto, es decir, el caso, y emprende una larga encuesta que consiste en buscar los rasgos del pasado disimulados bajo las máscaras, o las fachadas, de la (pos)modernidad. Una fuente cargada de Historia, un barrio antiguo que huele a recuerdos de infancia, una vieja sala de cine que encierra la huella de imágenes míticas, el puerto, la playa, las calles... son los lugares explorados, uno tras otro, por la actuación o la memoria detectivesca en veintisiete capítulos de una novela corta ágil y llena de nostálgica emoción.

Claro que la labor acometida poco tiene que ver con la de los célebres modelos de novela, «detectives de ficción capaces de resolver tramas insólitas e incógnitas enrevesadas, siempre rodeados de cadáveres, policías corruptos y rubias de peluquería», pero el caso es que Terratrèmol, individuo de pasado incierto, antaño involucrado en «un turbio asunto de falsa identidad», amante de largas lecturas y de paseos nocturnos, invierte en sus pesquisas todo su buen hacer y sigue todas las pistas sin ceder nunca al desaliento. Y poco a poco, el paciente deambular por el espacio urbano, pretexto de descripciones minuciosas de la ciudad mutante, conduce al detective sobre las huellas de su propio itinerario vital, lo lleva a identificar escenarios de sus propias vivencias: «Apenas tenía quince años Terratrèmol cuando la extensión industrial del puerto, la reorganización y ampliación de su zona pesquera, arrancó los astilleros de allí, los trasladó a otro sitio y acabó para siempre con aquella playa pobre en la que el detective tantas veces se había bañado.» Y es que, acorde con los cánones tradicionales del género, la investigación sobre un objeto, máxime cuando «el objeto habla de la pérdida, de la destrucción, de la desaparición de los objetos», como dice J. Johns, siempre es autorreflexiva, es decir, siempre se convierte en una búsqueda del sujeto. Un sujeto puesto en condiciones, por medio de la improbable investigación que se le confía, de recapacitar sobre sus raíces, espaciales pero también familiares, sociales y culturales. Cuando Terratrèmol, al cabo de muchos pasos, acaba dando con viejas carpetas dejadas por su padre, repletas de «episodios perdidos de la memoria», tiene la sensación de hacerse con un «inmenso tesoro». Y es aquí cuando se cumple la función última del investigador, que, al tomar posesión metafórica de la ciudad, la toma también de sí mismo. Fusión biológica de los cuerpos, urbano, humano, que traduce la dolorida imagen de la amputación, aplicada tanto a la muerte del padre («aquella muerte resultaba una amputación») como a los atropellos cometidos contra la morfología urbanística: «una amputación como aquella, ejecutada en carne viva y sin anestesia a toda una ciudad».

De ahí que tenga poca importancia que este (re)encuentro fundamental se enmarque en un juego literario aplicado al objeto de estudio de un historiador o de un sociólogo. El ejercicio de deconstrucción de la poética de la novela policiaca, literatura de desguace donde las haya, al que se entrega Mariano Sánchez Soler funciona perfectamente hasta el sabroso desenlace que refiere el epílogo titulado «Caso cerrado», como es debido. La escritura es crisol de una fusión íntima entre ficción y realidad, y se coloca bajo el marbete de la memoria recuperada, último y único refugio contra los avatares de la modernidad. «Los años sesenta habían transformado la ciudad hasta convertirla en una auténtica desconocida de sí misma.» Conocerla, conocerse, es escribir la crónica de lo que pudo ser y no fue. En ello estriba, quizá, el valor poético de tan entrañable libro, al que aludía al comenzar este prólogo. No sólo Mariano Sánchez Soler tiene el sentido exacto de la fórmula semánticamente llena, y escribe con «el material con que se forjan los sueños», sino que lo hace desde una perspectiva cuya dimensión poética es consustancial de su autenticidad. Y la referencia discreta que opera el subtítulo a la labor de Manuel Vázquez Montalbán, autor de un poemario titulado Una educación sentimental, amén de su conocida Crónica sentimental de España, dice bastante el precio de la fidelidad a los valores transmitidos por la educación y a los ideales de la juventud. La poesía no sólo es cuestión de forma; también la poesía es hablar de lo que importa.

Mariano Sánchez Soler dedica su libro a su padre desaparecido, y contempla su ciudad con la compleja mirada del periodista de investigación y del poeta. Este libro es fruto de un doble nacimiento, y lo declara hasta en el proceso de su génesis. Su primera ascendencia, de corte periodístico, es una serie de reportajes, publicados por un diario de Alicante, La Verdad, entre el 30 de agosto de 1992 y el 21 de marzo de 1993, e ilustrados con fotos coetáneas. La primera edición de Alacant blues recogía en portada la última foto publicada, un paisaje de ruinas urbanas, con un letrero en primer plano que ostenta el lema de los republicanos durante la batalla de Madrid: «No pasarán». El periodista, quizá también el escritor de novela negra, se afirma como historiador del tiempo presente. La segunda ascendencia de Alacant blues es de índole literaria; la constituyen dos textos: un poema, «Alacant blues 76», publicado en el espléndido poemario La ciudad sumergida en el mar, y «Alacant blues», uno de los relatos que componen las Historias del viajero metropolitano. La veta poética que recorre todos estos textos es la de la melancolía. Nunca título de novela fue más adecuado: Alacant blues, música nostálgica y voz profunda, ritmo binario entre investigación y poesía. En otro de sus libros, Mariano Sánchez Soler pone como epígrafe una pintada leída en Bogotá: «La inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido». Hace mucho tiempo que Mariano se ha dejado alcanzar.





(Grenoble, 14 de enero de 2002)



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