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[Alfonso el Cristiano o de la Espinera]

Francisco de Paula Mellado

Christelle Schreiber di Cesare (ed. lit.)

Después de hablar de la visita de Carlos I, que es el gran recuerdo histórico de Villaviciosa, hablaremos del origen del dicho vulgar en Asturias de llamar a sus moradores los hijos de Alfonso el Cristiano o de la Espinera, según nos lo refirió uno de los alquiladores de nuestros caballos.

Dice, pues, la tradición, que allá en tiempo de entonces, hubo en esta villa un guerrero muy valiente y feroz llamado Alfonso; el cual, menos que por la defensa de la religión de Cristo, combatía con los moros por satisfacer sus crueles instintos de matar a los hombres, robar las doncellas, etc., etc. Su santo titular quiso a toda costa salvar aquella alma que caminaba a largos pasos a su perdición eterna, y un día revestido de sus ricos ornamentos episcopales y rodeado de una aureola de gloria, se le apareció en lo alto de un espino reprendiéndole su mala vida y ordenándole fuese en penitencia a peregrinar a Covadonga, Roma, y Jerusalén. Prometióle el glorioso San Ildefonso a su protegido, que cuando Dios le hubiese perdonado sus enormes pecados, vería en sí mismo una señal evidente.

Alfonso, ya convertido desde aquel momento, arrojó la espada y la lanza, y empuñando el bordón de los romeros, dio sus bienes a los pobres y marchó a obedecer el precepto divino.

De regreso a su patria, entraba todos los días en la iglesia al toque del alba, y no salía sino cuando el sacristán lo echaba fuera para cerrar las puertas. Ayunaba de continuo, maceraba sus carnes pecadoras, y dormía siempre bajo el espino donde había visto al santo arzobispo cuyo nombre manchara hasta el día de su conversión.

Por fin, Dios, conmovido de tan severa penitencia le perdonó, y la señal que San Ildefonso pronosticara, apareció por fin. Consistía esta en verse siempre el tal Alfonso en una atmósfera contraria a todos los demás hombres. Así es, que cuando todos buscaban en diciembre el fuego para libertarse del frío que helaba sus miembros, Alfonso el Cristiano sudaba copiosamente; y viceversa, en las calurosas tardes de la canícula, pedía de limosna algunas ramas de árboles para formar una hoguera en la que se calentaba.

Finalmente, Alfonso el Cristiano llegó a muy avanzada edad, murió en opinión de santo, y fue sepultado al pie del Espino milagroso.

FUENTE

Mellado, Francisco de Paula, Recuerdos de un viaje por España. Castilla, León, Oviedo y Provincias Vascongadas, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1849, pp. 117-118.

Edición: Christelle Schreiber di Cesare.