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Alfonso X el Sabio en la historia del español

Inés Fernández-Ordóñez


(Universidad Autónoma de Madrid)

El siglo XIII fue la época en que se dieron los primeros pasos encaminados a la transformación del castellano en una lengua estándar. En esa transformación tuvo un papel fundamental la iniciativa regia, pero no todos los reyes castellano-leoneses de ese siglo, Fernando III (1217-1252), Alfonso X (1252-1284) y Sancho IV (1284-1295), impulsaron el proceso en la misma medida: entre los tres sobresale a distancia el rey Sabio por haber institucionalizado el uso del castellano y haber promovido la creación de una serie de producciones textuales sin parangón en su tiempo.

La constitución de una lengua estándar es un proceso plurisecular en que la intervención consciente sobre la lengua persigue la creación de un producto escrito, altamente codificado en todos sus niveles, al servicio de funciones sociales desarrolladas por parte de la comunidad lingüística en que esa lengua se emplea. Las lenguas nacionales europeas han experimentado todas ellas procesos de estandarización, que suelen atravesar etapas parecidas. Un proceso de estas características siempre se desarrolla en tres frentes, en los que se deben cumplir ciertos requisitos: en primer lugar, la selección de la variedad lingüística que será la base de la lengua estándar; en segundo término, la capacitación de esa variedad seleccionada, esto es, su utilización en todos los ámbitos funcionales posibles y que sean de interés social en la comunidad lingüística dada; en tercer lugar, la codificación o fijación de los empleos lingüísticos de esa variedad. Si siempre se ha resaltado la importancia del rey Sabio en el proceso de «normalización» del castellano escrito, es porque durante el reinado de Alfonso X se avanzó considerablemente en esos tres frentes y se cumplieron así las condiciones iniciales para que se pusiera en marcha la larga transformación del castellano en lengua estándar, andadura que todavía necesitó recorrer varios siglos para alcanzar su meta.






ArribaAbajo1. Selección de la variedad lingüística1

Cuando en la primera mitad del siglo XIII comienza la producción de textos en lengua vulgar, eran varios los reinos peninsulares y varias las lenguas en ellos habladas. En los territorios pertenecientes al reino de León se hablaban variedades lingüísticas que hoy agruparíamos como pertenecientes al gallego-portugués y al astur-leonés. En el reino de Castilla se empleaban también diversas modalidades: desde el castellano occidental de Palencia y Valladolid, identificable en muchas de sus características lingüísticas con el leonés oriental, hasta el castellano oriental de Álava, La Rioja y Soria, de rasgos lingüísticos de estirpe navarra. En el reino de Navarra, aparte de vascuence, también se hablaba una modalidad ligüística navarro-aragonesa, y en el de Aragón, el aragonés y el catalán. En realidad, todas estas variedades constituían al norte un continuum dialectal, que sólo agrupaba algunos de los límites lingüísticos que lo fragmentaban hacia el sur, como resultado de la repoblación y la reconquista.

Hasta que Castilla y León unieron sus destinos en la persona de Fernando III en 1230, tras la muerte del rey leonés Alfonso IX (1188-1230), la cancillería leonesa, dependiente del arzobispo de Santiago de Compostela, había emitido sus documentos sólo en latín. La cancillería castellana, vinculada a la curia arzobispal de Toledo, venía redactando esporádicamente, en cambio, documentos en castellano. Dejando aparte los precedentes aislados del reinado de Alfonso VIII (1189-1214)2, la práctica de poner en romance algunos documentos cancillerescos no parece haber tomado una curva ascendente hasta que Fernando III alcanzó el trono de Castilla en 1217 y, con él, obtuvo el cargo de canciller Juan de Soria, puesto que mantendría durante veintinueve años. Entre 1217 y 1230, fecha de la unión definitiva de Castilla y León, la cancillería castellana se entrenó en poner en romance cierto tipo de documentos, especialmente aquellos que requerían amplia divulgación y precisión denominativa3. Aunque en esos años previos a la unión con León, el número global de diplomas en romance es más reducido que el de los latinos, sólo un 7,2 % de los originales hoy conservados4, hay que resaltar que el romance reproducido en ellos es el castellano, modalidad que alcanzaba así una práctica escrituraria refrendada por la autoridad regia de la que carecían las variedades romances habladas en el vecino reino de León. Tras la unión de los reinos en 1230, Juan de Soria amplió sus funciones al reino de León, como canciller para todos los territorios que dependían de Fernando III, pero mantuvo el empleo del castellano como modalidad romance preferida de la cancillería5. La suerte estaba echada y, aunque el leonés comenzó a emplearse en los diplomas privados y locales hacia 1230, perviviendo su uso hasta finales del siglo XIII al menos, su ausencia en los contextos oficiales debió de ser determinante para que se frustrase la posibilidad de su estandarización6.

En el período que transcurre entre 1231-1240 el porcentaje de textos romances de la cancillería castellano-leonesa se duplicó7, y a partir de 1241, los romances superan a los latinos. En ese proceso influyeron varios factores. Por una parte, la tipología documental, ya que se escribieron antes en lengua vulgar aquellos documentos en que fuera necesario establecer definiciones legales, topográficas o jurisdiccionales, como las pesquisas judiciales, los deslindes de términos y las concesiones de fueros. Por otra, el destinatario, pues los diplomas dirigidos a particulares y concejos se redactaron en romance antes que los destinados a iglesias y monasterios, quizá por suponerles mayor conocimiento del latín. Por último, la reconquista de Andalucía, en la que las necesidades generadas por el proceso de repoblación, -el reparto de bienes y tierras y la organización administrativa-, parecen haber acelerado el proceso: en esa época el latín se reserva por lo general para confirmar concesiones anteriores previamente redactadas en esa lengua, mientras que en las nuevas disposiciones es abrumador el manejo del romance -por supuesto, romance castellano-. Cuando Alfonso X asciende al trono castellano-leonés en 1252, la cancillería de su padre había emitido durante la última década alrededor del 60% de los documentos en castellano8. El rey Sabio hizo desde entonces universal esa costumbre y sólo los documentos destinados a otros reinos se escribieron en latín9. Al adoptar tan decididamente el vernáculo con exclusión del latín, la cancillería castellana se adelantó a las de los otros reinos de la Península Ibérica10, y también a la inglesa y a la francesa, que tardaron al menos medio siglo más en hacer general esta práctica11.

Las razones de la preferencia de la cancillería por el castellano como modalidad vernácula son diversas: por un lado, está el hecho aludido de que Fernando III fue rey de Castilla antes que rey de León y de que para entonces la cancillería castellana ya había introducido la novedad de escribir en la lengua vulgar de su reino. Este avance cultural no surgía de la nada, sino que fue consecuencia del desarrollo que en ciertas diócesis y centros monásticos castellanos había experimentado la representación gráfica de la lengua hablada desde tiempo atrás12. Por otra parte, no hay que olvidar que la unión de los reinos implicó el asentimiento de la nobleza y de la iglesia de León a la autoridad del rey castellano. Pero, sobre todo, el castellano fue la lengua preferida para las prácticas jurídicas y administrativas concernientes al conjunto del señorío castellano-leonés porque ya desde años atrás, desde mediados del siglo XII al menos, Castilla era el reino con más peso demográfico, de mayor extensión territorial y con una economía más pujante13.

Tal selección lingüística debió de realizarse de forma plenamente consciente. En los diplomatarios de Fernando III y Alfonso X las menciones de la lengua vulgar nunca especifican la variedad lingüística de que se trata: vulgari idiomate, romanz son los términos que aparecen para justificar el traslado del Fuero Juzgo en su concesión a Córdoba en 124114, y romanz el que emplea Alfonso el Sabio al hacer traducir el Fuero de Palencia en 125615. Este neutro romanz también monopoliza, junto a la expresión nuestro lenguage, todas las referencias a la lengua vulgar en la Primera partida, aunque, de hecho, ese romance sea castellano. Pero el testimonio de las obras prosísticas acometidas por iniciativa del rey Sabio fuera del ámbito jurídico no deja lugar a dudas y reconoce, sin ambages, la opción lingüística de la corona. En ellas Alfonso X se intitula como «rey de Castiella, de Toledo, de León, de Gallizia, de Sevilla, de Córdova, de Murcia, de Jaén e dell Algarbe», titulaciones que vemos repetirse también en sus privilegios rodados con pocas variaciones, pero cuando se refiere a la lengua en que éstas están redactadas, las expresiones más usadas son lenguage de Castiella, castellano o lenguaje castellano16.

Gracias a la práctica cancilleresca alfonsí, durante treinta años largos el castellano fue diseminado a lo largo y a lo ancho del reino en infinidad de documentos que de facto lo proponían como modelo de lengua escrita por encima de las demás modalidades lingüísticas del reino. La percepción del nítido contraste existente entre las vacilaciones lingüísticas de los diplomas de Fernando III y la coherente seguridad de la colección documental de su hijo explica que desde antiguo se atribuyera, no sin razón, al rey Sabio la responsabilidad de la iniciativa17. Si bien no fue su inventor, la regularidad alfonsí fue definitiva para que el castellano se convirtiese en la lengua de la corte regia, esto es, en la lengua «oficial», y como tal, en ella se formulasen las relaciones jurídicas, administrativas y económicas en que intervenía la corona. Esta labor de estatalización lingüística no puede desvincularse de la existencia de una cancillería de estructura compleja y cualificada, en la que se centralizó la administración del reino. Y tampoco puede desligarse de otros procesos uniformadores emprendidos por el rey Sabio, como la homogeneización de pesos y medidas, la centralización de la recaudación de muchos impuestos y la creación de tributos extraordinarios (llamados servicios) aplicables por vez primera a todos los estamentos; o como los intentos de alcanzar para el rey el monopolio legislativo y la unificación jurídica del reino, superando la fragmentación normativa propia de los viejos fueros municipales, o como la ubicación de todas las apelaciones judiciales en la corte y, en última instancia, en el monarca. Todo ello suponía, en definitiva, una mayor concentración del poder político en el rey y un refuerzo de las estructuras administrativas a su servicio, de modo que estas reformas le acarrearon no pocos problemas con la nobleza, la Iglesia y las ciudades, que se resistían a perder sus viejos fueros al tiempo que veían incrementarse la presión fiscal. El aspecto lingüístico, por tanto, no es el único en que se puede decir que Alfonso X comenzó a sentar las bases de un estado moderno.




ArribaAbajo2. Aumento del ámbito funcional

Pero ese respaldo administrativo no fue el único que recibió el castellano. Si vemos brotar ya en época de Fernando III (e incluso en la de Alfonso VIII) la corriente que conducía hacer general el castellano en la documentación interna del reino, no sucede lo mismo con otros ámbitos de la cultura escrita. Alfonso X emprendió desde su corte el proyecto cultural más ambicioso promovido por monarca alguno de nuestra Edad Media y, por su mecenazgo e impulso, se expresaron en lengua vulgar materias que hasta entonces estaban reservadas al latín y al árabe, las dos grandes lenguas de cultura de la Edad Media hispana.

Aunque en época de Fernando III vemos atisbar tímidamente el deseo de extender el uso del castellano a otros ámbitos distintos del cancilleresco, lo cierto es que no hay pruebas claras de que el monarca se implicase en esa tarea, a diferencia de su hijo. Nos consta que hizo traducir del latín algunos de los fueros que concedió, como el de Córdoba, texto basado en el Fuero Juzgo que estaba vigente en Toledo y que concedió a Sevilla y Carmona, al menos. También parecen pertenecer a su entorno una serie de traducciones, sea vertidas desde el latín, como la de la Biblia, sea desde el árabe, tal como El libro de los doze sabios, los Bocados de Oro o el Libro de las animalias que caçan. Pero otros textos en cuyo alumbramiento participan altos personajes de la corte, como el canciller Juan, permanecen en latín18. Además, el núcleo de esta actividad cultural se circunscribe a los últimos años de su reino, cuando tras la conquista de Andalucía y Murcia (1236-1248) los castellanos se toparon con los tesoros albergados por las bibliotecas de las ciudades musulmanas: precisamente los mismos años en que la cancillería tomó la decisión de escribir preferentemente en romance. Y en ninguna de esas traducciones aparece Fernando III como responsable o instigador, no digamos autor, de modo que tenemos que conformarnos con atribuirlas a su tiempo a través de pruebas indirectas19.

Alfonso el Sabio, en cambio, siendo todavía infante y por los mismos años, muestra una voluntad decidida de inaugurar una nueva era cultural. Al haber encontrado un libro con las propiedades astromágicas de las piedras tras la conquista de Murcia en 1243, ordenó traducirlo del árabe a su médico, Yehudá, en 1250 «por que los omnes lo entendiessen mejor e se sopiessen d'él más aprovechar» (Alfonso el Sabio, Lapidario, f. 1v)20. En contraste con la ausencia de mecenazgo explícito de las traducciones que suponemos acometidas en época de Fernando III, estas primeras producciones alfonsíes muestran ya lo que será una constante en toda la obra creada bajo su patronato: la proclamación de Alfonso como impulsor o autor de las mismas. Todas ellas van precedidas de un prólogo en que se alude a las circunstancias de composición de la obra, el fin de la misma, a veces su fecha y, cómo no, la directa responsabilidad regia en su alumbramiento bajo las fórmulas «don Alfonso mandó fazer», «Nós, don Alfonso, mandamos fazer», «Nós, don Alfonso, fiziemos», «Nós, don Alfonso, compusiemos» o «Yo, don Alfonso, fiz fazer»21. A diferencia de tantas obras medievales, en las que debemos conformarnos con suponer la autoría, o en la que ésta aparece intercalada en el texto o sólo mencionada al final, sin protagonismo estructural alguno, las creaciones alfonsíes son las primeras en lengua vulgar en que el autor ocupa un lugar ya moderno, antes del texto, reivindicando con firmeza su responsabilidad en la composición del mismo22.

El grado de compromiso del rey con esta producción cultural no sólo es palpable en esas menciones de su persona en los prólogos de cada obra, sino que se refleja paralelamente en la ejecución material de los libros, muchos de los cuales se inician con miniaturas que representan a Alfonso como rey Sabio que dicta el libro a sus colaboradores23. Como resultado, la colección de manuscritos del scriptorium alfonsí puede considerarse la más amplia creada en la Edad Media española por iniciativa regia, y aunque se han perdido no pocos de los códices originales, todavía conservamos muchos de sus lujosos manuscritos, caracterizados por una cuidada letra gótica libraria de tipo francés, ricas miniaturas, y una disposición del texto siempre organizada a través de particiones internas reforzadas formalmente con rúbricas y capitales en colores, tablas y cabeceras. Apenas nos quedan textos (sean literarios o doctrinales) del siglo XIII conservados en manuscritos originales o contemporáneos. Si a este hecho sumamos las distorsiones textuales y lingüísticas y los errores textuales que se introducen en los textos como resultado de su transmisión manuscrita en sucesivas copias a lo largo de los siglos, resulta que la colección alfonsí constituye una fuente inapreciable para conocer, en testimonios originales, la lengua del siglo XIII. Esa relevancia se incrementa por la variedad de materias que recibieron expresión en prosa romance, amplitud que permitió tratar muy diferentes registros discursivos y campos terminológicos.

Sin embargo, los textos promovidos por Alfonso el Sabio no deben confundirse con un corpus de carácter enciclopédico, en el que se hubieran acumulado materiales sin ejercer selección alguna. Muy por el contrario, fueron elaborados respondiendo al interés propio de un monarca intensamente preocupado por el ejercicio del gobierno y por reformar las bases del mismo. Las producciones alfonsíes se encuadran, sin duda, en el enciclopedismo didáctico y el deseo de vulgarización del saber que recorrió Europa tras el IV Concilio de Letrán (1214), afán de secularización que se esconde tras la primera literatura culta en romance (como la del mester de clerecía o las traducciones de la Biblia) (LOMAX 1969). Pero no hay que olvidar que, a diferencia de la mayor parte de las obras anteriores, la iniciativa de su creación fue regia, no eclesiástica, y que tanto la selección de la lengua vehicular como de las materias seleccionadas para ser expuestas está estrechamente conectada con las labores de gobernante del rey Sabio.


ArribaAbajo2. 1. Textos producidos en el scriptorium regio

El conjunto de textos alfonsíes puede dividirse en tres grandes áreas de conocimiento: el derecho, la ciencia y la historia. El derecho había recibido ya antes de Alfonso X plena expresión en la lengua romance en muchos de los fueros: en el reino castellano-leonés, aparte de la traducción del Fuero Juzgo de Fernando III, cabe destacar otros fueros romances como los de Brihuega y Alcalá, concedidos hacia 1230-1240 por el arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada. Y en Navarra los reyes venían concediendo fueros romances desde los tiempos de Sancho el Fuerte, proceso que culmina en el Fuero general de Navarra otorgado por Teobaldo I (h. 1238-1253)24. La novedad alfonsí no radica, pues, en ordenar la redacción de un fuero romance, el Fuero real (1254), sino sobre todo en hacer redactarlo en la corte con la ayuda de los «omnes sabidores de derecho» y en extenderlo, durante diez años al menos, por el reino de Castilla y las Extremaduras como código que, escrito en castellano, acabase con la acusada fragmentación legislativa en fueros locales en los que la creación de las leyes no emanaba de la figura real. Junto al Fuero real, Alfonso concibió la elaboración de un código más ambicioso, el Espéculo (h. 1254-55), no sólo destinado a defender el monopolio legislativo para el monarca, sino también la unificación jurídica. Pero el Espéculo fue abandonado probablemente sin terminar en 1256 para dar a luz un proyecto aún más ambicioso en consonancia con el inicio de las aspiraciones de Alfonso a ocupar el trono del imperio romano-germánico: un código estructurado en siete partes, de ahí el nombre, con que fue conocido posteriormente, de las Siete Partidas25. El texto del Espéculo fue refundido, aprovechado y ampliado en las Partidas. Tanto el uno como las otras supusieron una importante revolución cultural, ya que acogen in extenso el derecho común, no sólo atendiendo a la parte dispositiva, sino también a la dimensión doctrinal, argumentando de forma didáctica sobre los nuevos términos e instituciones jurídicas. El ius commune o derecho común es la versión medieval, en un corpus conjunto de doctrina constituido en el siglo XII, del derecho civil romano (procedente, en último término, de Justiniano pero adicionado por los glosadores medievales como Accursio y Azón) y del derecho canónico (basado el Decreto de Graciano y en las Decretales de los pontífices). Las Partidas recogen de forma enciclopédica este corpus doctrinal, incorporando además obras de canonistas hispanos como Raimundo de Peñafort o de procesalistas como Jacobo de la Junta, junto a fuentes filosóficas y doctrinales como la Política y la Ética de Aristóteles, orientales como los Bocados de oro o latinas como la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso. El resultado es una detallada casuística de todas las áreas del derecho: canónico, político, procesal, notarial y administrativo, familiar, civil y penal, al menos. El Espéculo y las Partidas constituyen, además, la primera formulación del derecho común en una lengua vulgar en la Península Ibérica26. A finales de su reinado (h. 1282-1284), Alfonso parece haber ordenado una nueva reformulación de las Partidas, redacción que, inconclusa, se nombra a sí misma con el nombre de Setenario27.

En el campo de la historia la aportación alfonsí a la «normalización» del idioma no fue menor, ya que los cronistas regios de la época de Fernando III habían empleado exclusivamente el latín28. A Alfonso el Sabio se debe la composición de la primera historia de España, concepto que para Alfonso está acotado por el solar geográfico formado por la Hispania romana, esto es, la Península Ibérica, y por todos sus habitantes, con independencia de su religión. Pero además de la Estoria de España (h. 1270-74), ordenó escribir una historia universal de gran magnitud, la General estoria (h. 1270-80), en la que se narraba la historia de la Humanidad desde el origen del mundo. La pluralidad de fuentes empleadas en la composición de estas obras históricas, que se fueron taraceando en una compleja labor de compilación, produjo las primeras traducciones al vernáculo en la Península Ibérica del canon de auctores antiguos del que bebía la cultura medieval: Lucano, Ovidio, Plinio el Viejo, Orosio, Isidoro o Pablo Diácono, que son usados por extenso. También las principales fuentes de la historia cristiana fueron vertidas al castellano: la Biblia, Eusebio de Cesarea, Josefo y comentadores medievales como Pedro Comestor y Godofredo de Viterbo29. Pero la mayor singularidad alfonsí en esta labor traductora se encuentra en haber recurrido a textos de lenguas diferentes del latín, ya que también se incorporaron romans franceses que narraban las historias de Tebas y Troya, e historias árabes, de las que muchas veces sólo hemos conservado la traducción alfonsina, además de prosificaciones de poemas épicos como el de Bernardo del Carpio, los Infantes de Lara o el Poema de Mio Cid30.

Es, sin embargo, en la ciencia donde la excepcionalidad de la obra alfonsí se hace más acusada en su contexto europeo. Alfonso X promovió ya en plena Edad Media la redacción de obras científicas en lengua vulgar, ámbito en que el latín se mantendrá con vitalidad en Europa hasta bien entrada la Edad Moderna31. La producción científica alfonsí puede agruparse en dos grandes colecciones misceláneas: una dedicada a las predicciones astrológicas, para las que era necesario no sólo saber interpretar la disposición de las estrellas en el cielo sino también haber hecho previamente los cálculos correctos a través de los instrumentos astronómicos adecuados, y otra dedicada a la magia astral o talismánica y a su capacidad para modificar el futuro. Inmerso en la mentalidad medieval, como muchos de sus contemporáneos y por muy extraño que hoy nos pueda parecer, Alfonso creía en el carácter científico de la astrología y aprobaba la magia talismánica. La primera colección astronómico-astrológica empezó a constituirse ya en los primeros años de su reinado con la traducción de dos tratados sobre la construcción y el uso de dos instrumentos astronómicos, los Libros de la açafeha (1255) y de la espera redonda o dell alcora (1259), de otro sobre las constelaciones estelares, conocido como Libro de la ochava espera o Libro de las figuras de las estrellas fixas que son en el ochavo cielo (1256), y de tres monografías de astrología judiciaria (esto es, destinada a la interpretación astrológica), el Libro complido en los judizios de las estrellas (1254), el Libro de las cruzes (1259) y el Quadripartitum (¿?) de Ptolomeo32. Es posible que también en esta época se trasladasen los Cánones de Albateni con sus Tablas y las Tablas de Azarquiel33. En todos estos textos existe un original árabe subyacente, de modo que el trabajo de los colaboradores alfonsíes parece haberse limitado a hacer el traslado introduciendo ciertas interpolaciones y comentarios. Pero, convencido Alfonso de que sus fines de predicción astrológica no podían cumplirse adecuadamente sin un conocimiento profundo del firmamento y los instrumentos oportunos para medirlo, ordenó construirlos y que durante diez años (1263-72) se observasen detenidamente los movimientos estelares para elaborar unas tablas astronómicas, las llamadas Tablas alfonsíes, basadas en la observación directa y no sólo en el conocimiento libresco de otras tablas que juzgaba parcialmente erróneas (como las de Azarquiel y, probablemente también, las de al-Batani)34. Sólo una vez que esas observaciones astronómicas llegaron a buen puerto es cuando el rey parece haber ordenado la gran colección miscelánea de los Libros del saber de astrología (1276-77), formada por dos códices del scriptorium. En ella se recogen versiones mejoradas del Libro de las figuras de las estrellas fixas, de la Espera y de la Açafeha, a las que se añadió un conjunto de doce tratados en los que se explica cómo construir y usar otros tantos instrumentos astronómicos35, y se copiaron los Cánones y las Tablas de al-Batani y de Azarquiel36. De esos nuevos tratados incorporados la mayor parte carecen de fuente árabe, y se encargó su realización a Ishāq ben Sīd (o ben Sayyid) de Toledo (Rabiçag)37. Gracias a todos estos textos, el castellano se habilitó por vez primera para la expresión de cálculos matemáticos y de procesos técnicos (como los que exigía la construcción de los aparatos astronómicos).

El otro campo de interés científico de Alfonso X fue el de la magia astral, a través de la cual se querían obtener los conocimientos necesarios para modificar el curso de los acontecimientos a través de la elaboración de talismanes38. De ahí que se considerara esta disciplina una base fundamental para el adecuado ejercicio de la medicina, materia sobre la que discurren ampliamente varias de estas obras. Dentro de esta área deben inscribirse las traducciones del Lapidario (1250), del que hemos hablado, del Picatrix (1257) y del Liber razielis (1259?)39. A diferencia de los dos primeros, que proceden de fuentes árabes, éste último está basado en un compendio de magia cabalística hebrea. Las informaciones contenidas en estos textos fueron objeto de reelaboración a finales de la década de los setenta, época en que el rey Sabio parece haber ordenado, al igual que en el caso de las obras astrológicas, recopilaciones que ofrecieran una versión más perfecta y completa que los textos anteriores: una colección dedicada a las propiedades astromágicas de las piedras, formada por el códice conservado del Lapidario y su compañero del Libro de las formas e las imágenes (1277-79), del que sólo sobrevive el índice, y otra colección conocida como Libro de astromagia (h. 1280)40.

La decisión de traducir textos árabes al romance no fue una innovación absoluta alfonsí, ya que se venía practicando desde mediados del siglo XII en Toledo y en otros centros hispánicos de traducción. Los traductores trabajaban en equipos dobles, en el que un judío conocedor del árabe se encargaba de verter el texto árabe en romance y un europeo, experto en latín, solía trasladar esa versión románica intermedia al latín (MENÉNDEZ PIDAL 1951). La novedad introducida por Alfonso fue la de conceder dignidad a la versión intermedia, hasta entonces sólo un texto de trabajo, haciéndola copiar en códices de lujo regio en que constaba su utilidad «pública» y el patronato del rey. Pero ello no implicó que se interrumpiera la tradición anterior, ya que hasta la década de 1270, al menos, continuaron las versiones latinas de textos astrológico-astronómicos y son éstas, precisamente, las únicas que llegaron a alcanzar difusión europea41.

Aparte de estas grandes compilaciones integradas en los campos del derecho, la historia y las ciencias de la naturaleza, el rey Sabio impulsó la traducción de otras obras árabes, como la Escala de Mahoma (h. 1264), destinada a convencer de los errores del Islam, y ordenó componer el Libro de acedrex, dados e tablas (1283), enmarcable en las actividades de la corte regia. También en ese ámbito cortesano debe situarse la producción poética promovida por el rey, las Cantigas de Santa María y algunas cantigas profanas, para las que se eligió como lengua poética el gallego, hablado en su reino, frente a la gran lengua poética del mundo mediterráneo, el provenzal42.




ArribaAbajo2. 2. Razones de la producción alfonsí

Al tomar la extraordinaria decisión de acometer todo este vasto programa de renovación intelectual en lengua vulgar, en Alfonso pesaron motivos acordes con las corrientes ideológicas de la Europa de su tiempo. Por un lado, el enciclopedismo didáctico es manifiesto en los prólogos, en los que repetidamente se declara la voluntad de alcanzar la exhaustividad y la claridad en las materias tratadas. Tanto el arranque de las Partidas como los prólogos del Libro de las armillas y del Libro del astrolabio redondo, dedicados a explicar la construcción y uso de estos aparatos astronómicos, exponen modélicamente esta doble finalidad:

Complidas dezimos que deven seer las leyes, e muy cuydadas e muy catadas por que sean derechas e provechosas comunalmientre a todos, e deven seer llanas e paladinas por que todo omne las pueda entender e aprovecharse d'ellas a su derecho, e deven seer sin escatima e sin punto por que non pueda venir sobr'ellas disputación ni contienda.


(ASabio, Primera partida, f. 1v)                


Et por ende mandamos a nuestro sabio Rabiçag el de Toledo que lo fiziesse bien complido e bien llano de entender [el libro], en guisa que pueda obrar con él [el instrumento] qual omne quier que cata en este libro


(ASabio, Astrología, Armillas, f. 132v)                


Por end Nós, rey don Alfonso el sobredicho, mandamos al dicho Rabiçag que lo fiziesse bien complido e bien paladino [el libro], de guisa que lo entendiessen aquellos que oviessen sabor de lo fazer nuevamientre [el astrolabio].


(ASabio, Astrología, Astrolabio redondo, f. 40r)43                


Por otra parte, Alfonso representa la culminación hispánica del paradigma sapiencial de la realeza, ideología que venía recorriendo Europa desde el siglo XII y sobre la que se quería cimentar una nueva autoridad para los príncipes cristianos. De acuerdo con estas ideas, el poder de los señores temporales, que ostentan por delegación divina, se asienta en su sabiduría superior a la de los demás hombres del reino. Cuando Alfonso se presenta como promotor o autor de los textos elaborados en su corte, no pretende hacer accesibles los conocimientos a sus súbditos sólo gratia et amore, sino subrayar los fundamentos de la autoridad regia y transmitirles las bondades de un sistema de organización del mundo y de la sociedad a cuya cabeza se sitúan los reyes. Dentro de ese programa de adoctrinamiento, el derecho expone minuciosamente los pormenores organizativos del nuevo orden que Alfonso pretendía hacer vigente en su reino, mientras que la historia permite alcanzar la convicción de las bondades del mismo a través del ejemplo y la enseñanza adquiridos del conocimiento profundo de los hechos pasados44. Las obras «científicas», por su parte, forman parte también de la práctica política, aunque, en este caso, parecen más bien instrumentos auxiliares del monarca en sus tareas de gobierno que obras destinadas a la divulgación general. Inscritas en la astrología y la magia talismánica, debieron de ser concebidas con el fin primario de ayudar a los reyes a conocer adecuadamente el porvenir y, si fuera necesario, a modificarlo45.

Pero no se puede explicar plenamente la excepcionalidad de las creaciones alfonsíes recurriendo sólo a su inserción en las corrientes ideológicas contemporáneas: es necesario tener en cuenta también la personalidad del rey Sabio, de cuya inagotable sed de conocimiento, extraordinaria inteligencia y fe en el saber como fuerza transformadora de la sociedad, dan testimonio muchos contemporáneos46. Sólo ese interés personal explica la generosidad de su patrocinio cultural, rodeándose de múltiples colaboradores a los que recompensaba liberalmente, y que éste se mantuviera constante, o incluso se acrecentara, a lo largo de todo su reinado. Pero, sobre todo, sólo ese empeño es capaz de aclarar una característica peculiar de toda la producción alfonsí, que no encontramos ni en otros autores medievales ni, por supuesto, en otros mecenas regios: de la mayor parte de los textos alfonsíes no conservamos una única versión, sino varias, y todas producidas por su mandado. Según iban pasando los años, el rey ordenaba reelaborar los textos, rehaciéndolos o completándolos, para obtener versiones más «perfectas» y adecuadas a su momento presente47. Sucede así que, según los avatares que haya experimentado la tradición textual de una obra concreta, conservamos a veces la primera, a veces la segunda o la tercera versión, o incluso todas, desde los materiales preparatorios (los llamados cuadernos de trabajo o borradores) hasta la versión definitiva puesta en limpio en un códice de lujo regio. Esa concepción de los textos como entidades siempre sujetas a revisión sólo encuentra su explicación en la personalidad autoexigente del rey y en un afán de superación poco común48.

Si bien es cierto que durante la época de su hijo, Sancho IV (1284-1295), prosiguieron las actividades literarias y que muchos de los colaboradores de Alfonso se integraron después en la corte de su sucesor, hay un cambio de orientación no despreciable: ni el derecho ni la ciencia serán objeto del interés del nuevo monarca. En lugar de dar a luz códigos jurídicos de validez general, Sancho IV, que volvió a reconocer los fueros particulares, se conforma con ordenar la redacción de colecciones sapienciales y textos doctrinales, inspirados en fuentes latino-cristianas. Así, los Castigos del rey Sancho (1292-93) es una obra destinada a la educación cristiana del príncipe heredero. En cuanto a la ciencia, no hay constancia de traducciones de originales científicos árabes durante su reinado. Es más, el Lucidario (1292-93), también compuesto en su entorno, quiere demostrar la superioridad de la teología sobre la ciencias de la naturaleza. Respecto a la historia, si bien hay cierta continuación de la actividad historiográfica, ésta no parece de nueva planta, ya que Sancho IV impulsó obras que explotaron textos remanentes del taller alfonsí: así refundió la Estoria de España en una Versión amplificada (1289) y probablemente aprovechó materiales derivados de la Historia sobre las cruzadas de Guillermo de Tiro para la creación de su Gran conquista de Ultramar (h. 1290), una historia de las cruzadas en la que se interpolaron relatos caballerescos y legendarios. Los contenidos de las producciones sanchianas muestran, en muchos aspectos, una eclesiastización de la cultura. Mientras que el rey Sabio llevó personalmente las riendas de su vasto programa cultural, rodeándose de sabios judíos y cristianos a los que dirigía y aleccionaba, Sancho IV parece haber delegado en la escuela catedralicia de Toledo la ejecución de sus principales logros, escuela a la que pertenecen la mayor parte de los clérigos que vemos activos en la nueva etapa49.

  • TABLA: Principales obras compuestas por impulso de Alfonso X el Sabio (1252-1284)50

  • Derecho
  • - Fuero real (h. 1254)*.
  • - Espéculo (h. 1255) → Libro del fuero de las leyes (primera versión de las Siete partidas, h. 1256-1265)* → Segunda versión de las Siete partidas (h. 1272-1275) → Setenario (h. 1283).
  • Historia
  • - Estoria de España (h. 1270-1274)* → Versión crítica (h. 1283).
  • - General estoria (h. 1270-1280)*.
  • - Vitae Patrum (1257-1273): Bernardo de Brihuega.
  • Científicas
    • I. Astrológicas
    • - Libro complido en los judizios de las estrellas (1254)*: Yehudá ben Mošé.
      • → Versión latina: Álvaro.
      • → Versión latina: Egidio di Tebaldis de Parma / Pietro di Reggio.
    • - Libro de las figuras de las estrellas fixas que son en el ochavo cielo (1256) (perdido): Yehudá ben Mošé / Guillén Arremón de Aspa.
    • - Libro de la açafeha (1255-56) (perdido): Fernando de Toledo.
    • - Libro dell espera redonda o dell alcora (1259) (perdido): Juan de Aspa / Yehudá ben Mošé.
    • - Libro de las cruzes (1259)*: Yehudá ben Mošé / Juan de Aspa.
    • - Quadripartitum de Ptolomeo con el comentario de Alī ibn Ridwān (perdido) (?) → Versión latina: Egidio di Tebaldis (post. a 1257).
    • - Libro de las Tablas alfonsíes (1263-1272): Yehudá ben Mošé / Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
      • - Cánones alfonsíes.
      • - Tablas numéricas (perdidas) → Versión latina.
    • - Libros del saber de astrología (1276-1277)*:
      • Primer códice:
        • - Libro de las figuras de las estrellas fixas que son en el ochavo cielo (1276): Versión más completa y corregida de la traducción de 1256: Alfonso X, Juan de Mesina, Juan de Cremona, Yehudá ben Mošé, Samuel.
        • - Libro de la espera redonda o dell alcora (1277): Nueva versión de la traducción de 1259 con cuatro nuevos capítulos por el principio y otro por el final, atribuido éste a Mošé.
        • - Libro del astrolabio redondo: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro del astrolabio llano.
        • - Libro de la lámina universal: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro de la açafeha (1277): Nueva traducción de una versión árabe más completa: Bernaldo el arávigo / Abraham.
        • - Libro de las armillas: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro de las láminas de los VII planetas.
        • - Libro del cuadrante (1277): Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro del relogio de la piedra de la sombra: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro del relogio del agua: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro del relogio dell argent vivo: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro del relogio de la candela: Samuel el Leví.
        • - Libro del palacio de las horas: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
        • - Libro dell atacir: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
      • Segundo códice:
        • - Libro de los Cánones de Albateni.
        • - Las Tablas de Albateni.
        • - Libro de las Tablas de Zarquiel.
        • - Tratado de cuadrante señero: Ishāq ben Sīd (Rabiçag).
    • - Cosmología de Ibn al-Haytan (perdido) (?): Abraham → Versión latina.
    • II. Mágicas
    • - Lapidario (1250) (códice perdido): Yehudá ben Mošé / Garcí Pérez.
    • - Liber Picatrix (1257) (perdido) → Versión latina.
    • - Liber razielis (h. 1259?) (perdido): Juan de Aspa → Versión latina.
    • - Lapidario (h. 1277-79)*: versión en que se incorporan materiales del Picatrix.
    • - Libro de las formas e las imágenes (1277-1279)*.
    • - Libro de astromagia (h. 1280)*.
  • Otros textos
  • - Libro de la escala de Mahoma (?) (perdido): Abraham → Livre de leschiele Mahometi (1264) (versión francesa y versión latina): Buenaventura de Siena.
  • - Cantigas de Santa María (h. 1264-1275) (primera redacción, 100 cantigas) → Cantigas (h. 1275-82)* (segunda redacción, 400 cantigas: dos versiones de las últimas doscientas).
  • - Cantigas profanas (44 cantigas).
  • - Libro de acedrex, dados e tablas (1283)*.





ArribaAbajo3. Codificación51

El empleo del castellano en este vasto conjunto de obras prosísticas contribuyó, sin duda, a la fijación de sus usos lingüísticos, esto es, a su codificación. No sólo porque tuvo que ejercitarse en materias antes siempre reservadas al latín o al árabe, tarea en la que a menudo se tuvo que decidir entre varias soluciones lingüísticas posibles, sino sobre todo porque se propuso como modelo de lengua escrita en esas áreas de conocimiento, alcanzando así una situación de prevalencia sobre cualquier otra variedad lingüística del reino que hasta entonces no hubiera recibido un cultivo equivalente. Sin embargo, la influencia del modelo de lengua alfonsí en la conformación de la norma lingüística culta del castellano medieval es variable. En primer lugar, hay que tener en cuenta la difusión de los textos: mientras que el Fuero real, las Partidas, o la Estoria de España se copiaron hasta la saciedad a lo largo de la Edad Media, como prueban los numerosos manuscritos medievales preservados, las obras científicas, el Espéculo, el Setenario, la General estoria o el Libro de acedrex tuvieron una divulgación mucho más restringida y, por tanto, menores posibilidades de que sus soluciones lingüísticas ejercieran influjo sobre la evolución general de la lengua escrita y culta52. Por otro lado, no debe olvidarse que la repercusión que pudiera tener el modelo alfonsí sobre la codificación del idioma sólo es pertinente para ciertos aspectos lingüísticos, como el léxico o la construcción de los períodos oracionales en los diferentes tipos de discurso manejados en los textos. Pero aun dentro de la dimensión terminológica y discursiva, apenas puede hablarse de una norma lingüística alfonsí tal como hoy entendemos ese concepto, esto es: el empleo mayoritario o uniforme de ciertas opciones lingüísticas con exclusión de otras, que pasan a ser consideradas dialectales o subestándar. La única opción que comparten nítidamente los textos alfonsíes es la de emplear una modalidad castellana, pero ello no implica que el castellano de los textos esté exento de variación dialectal. Es más, incluso cuando, sumados todos los textos, pueda estimarse que hay un acuerdo general en un empleo lingüístico, muchas veces sucede que ese empleo preciso no fue el que se impuso en la norma culta que triunfó posteriormente.

Hasta hace poco se ha considerado que la contribución mayor del corpus alfonsí a la codificación del español era la de haber favorecido la generalización de una grafía casi fonológica, grafía que se venía usando en la cancillería castellana desde tiempo atrás, al menos, desde época de Fernando III. Aunque es indudable que el conjunto favorece ciertas soluciones, tanto los documentos emitidos por la cancillería de Alfonso el Sabio como los códices realizados en su corte no desconocen la variación gráfica53. En otras cuestiones, -fonéticas, morfológicas, sintácticas o léxicas-, tampoco existe una norma clara, lo que no es de extrañar si consideramos la gran cantidad de colaboradores de que se rodeó el rey para impulsar sus creaciones prosísticas, sus diversos orígenes geográficos y la variada formación cultural que debían de poseer.


ArribaAbajo3. 1. El rey y sus colaboradores54

El papel de la intervención de Alfonso X en las obras que lo proclaman autor se aclara a la perfección en un pasaje de la General estoria:

El rey faze un libro non por quel él escriva con sus manos mas porque compone las razones d'él e las emienda et yegua e endereça e muestra la manera de cómo se deven fazer, e desí escrívelas qui él manda. Peró dezimos por esta razón que el rey faze el libro


(ASabio, General estoria I, f. 216r).                


Parece claro que concebía la obra, ponía los medios para realizarla y daba instrucciones precisas sobre su estructura y contenido, descendiendo incluso a precisar los dibujos e ilustraciones que debían acompañar al texto55. Esta preocupación por la perfección de sus libros se manifiesta de forma palmaria en el prólogo del tratado inaugural de los Libros del saber de astrología, el Libro de las figuras de las estrellas fixas que son en el ochavo cielo, versión revisada acometida en 1276 de una primera traducción realizada en 1256. Allí se dice que el rey ordenó la traducción del texto a Yehudá ben Mošé y a Guillén Arremón de Aspa en 1256,

E después lo endereçó e lo mandó componer este rey sobredicho, e tolló las razones que entendió que eran sobejanas e dobladas e que non eran en castellano derecho, e puso las otras que entendió que cumplían, e quanto al lenguaje endereçolo él por sí. E en los otros saberes ovo por ayuntadores a maestre Joan de Mesina e a maestre Joan de Cremona e a Yhudá el sobredicho e a Samuel. E esto fue en el año XXV de su reinado56.


Hoy sabemos que la expresión castellano derecho no alude a un criterio de corrección lingüística semejante al normativo moderno en el que se desechan ciertas soluciones fonéticas o formas gramaticales a favor de otras, sino que se refiere esencialmente al contenido del texto57. En efecto, el tratado va discutiendo la adecuación de los nombres conocidos de las constelaciones, en la tradición árabe y la latina, con las figuras que las estrellas construyen en el firmamento y con su representación iconográfica y, en cada caso, propone como nombre castellano el que juzga más descriptivo de cada una, optando a veces por la denominación latina, a veces por la de tradición árabe58. La intervención lingüística del rey parece referirse a estos problemas de adaptación terminológica y al empeño de que no se incluyera la información que no venía al caso (las razones sobejanas e dobladas)59.

En el Libro de las figuras de las estrellas fixas, al igual que en la mayor parte de producciones alfonsíes, no se detecta un comportamiento lingüístico uniforme. Es más, precisamente este tratado muestra, en los primeros libros de los cuatro en que está estructurado, una concentración de soluciones no castellanas desconocidas de otros muchos textos del scriptorium regio60: son frecuentes las formas de asimilación de la preposición al artículo, quizá leonesas, como pollas palabras de los filósofos, enna figura, enna su rueda, ennos catamientos que an connas otras estrellas segund ya dixemos, e ennas huebras que fazen, ennos libros (ASabio, Astrología, Estrellas fixas, ff. 7v, 12v, 13v), o incluso del verbo al clítico, toviéronna (f. 9v), la formas nos castellanas de SI con circumflejoNE, sen gran significança (f. 8v), de COLLI con circumflejoGERE > coller (f. 12v) y de GELATAS > yeladas (f. 15v), el pretérito leonés encobriron (f. 11), así como magar, maguera (ff. 7v, 14v) (en lugar de la más frecuente en Castilla maguer), soluciones que desaparecen desde el comienzo del libro IV (f. 18v), al igual que la forma escuantra. Ello se relaciona con la composición de la obra, en la que los redactores de los libros I-III actuaron insuficientemente coordinados con los del libro IV61, y pone de manifiesto la complejidad del producto lingüístico final de las obras alfonsíes, en donde es segura la intervención sucesiva de traductores o trasladadores, emendadores o correctores, esplanadores o glosadores, capituladores y copistas, pudiendo haber dejado cada uno su impronta lingüística particular y sin que podamos determinar con seguridad qué es lo que corresponde a cada uno62.

Por todo ello, no resulta fácil localizar el origen geográfico o social de las variantes empleadas en cada una de las obras del corpus alfonsí. De éstas, sólo las científicas citan el nombre de los colaboradores, relegando a Alfonso al papel de instigador («mandó fazer», «mandamos fazer»), y permiten especular con tal localización. La nómina de colaboradores científicos incluye judíos, que, además de conocedores del árabe y el hebreo, eran médicos y expertos en astronomía-astrología. Los principales fueron Yehudá ben Mošé, traductor y médico, e Ishāq ben Sīd, astrónomo, ambos de familias arraigadas en Toledo, por lo que la lengua de los tratados en que intervinieron bien podría reflejar en parte el uso toledano63. Dentro de los cristianos, sabemos de dos aragoneses o gascones, Guillén Arremón de Aspa y Juan de Aspa, y de varios italianos, como Juan de Mesina y Juan de Cremona, u otros involucrados en las versiones latinas, como Egidio di Tebaldis de Parma, Pietro di Reggio (de Emilia) o Buenaventura de Siena64. Pero no se percibe claramente el alcance lingüístico de su influencia salvo en el caso de Juan de Aspa, cuyo dialecto de estirpe oriental aflora en la lengua del Libro de las cruzes.

En el resto de la producción prosística se ocultó por completo el nombre de los colaboradores, por lo que se hace aún más compleja su localización dialectal. En las obras jurídicas e históricas, y en su creación más personal, las Cantigas de Santa María, el rey se atribuye la autoría («feziemos», «compusiemos») de los libros65, hecho que debe relacionarse con el papel esencial que el derecho y la historia jugaban en su programa de reformas del reino y en la representación de sí mismo como fuente emanante del saber, en él depositado por Dios, y, en el caso de las Cantigas, como intermediario privilegiado, dada su condición regia, entre la Virgen y sus súbditos. Para estas obras sólo contamos con los nombres de los dos copistas que figuran en los colofones del Fuero real (1255), Millán Pérez de Aillón, y de la cuarta parte de la General estoria (1280), Martín Pérez de Maqueda, cuyas modalidades de castellano quizá presentasen diferencias paralelas a las que se observan en esos textos del scriptorium. El hecho de que Millán Pérez sea también un importante escribano de la cancillería permite postular una cierta conexión entre las creaciones alfonsíes, al menos las jurídicas, y la actividad diplomática de su cancillería, relación que se percibe también en el hecho de que los colaboradores italianos que traducen algunas obras al latín sean, al mismo tiempo, notarios del rey66.

Pero ¿cuál era la base dialectal de la documentación regia? De más de cien escribanos nombrados, sólo una cuarta parte añaden a su apellido un topónimo que ayude a su localización geográfica y que pueda contribuir a aclarar esta cuestión. Entre ellos predominan claramente los escribas del reino de Castilla (66%), frente a los del reino de León (16%), y dentro de los castellanos, la mitad proceden de Segovia, una cuarta parte de Castilla la Vieja y la otra de Castilla oriental y Toledo67. La mayoría de estos escribas, que estaban adscritos a la cancillería central y a la notaría de Castilla, parecen provenir, pues, de las tierras situadas al sur del Duero68. A la vista de estas proporciones, no hay seguridad de que el castellano de la cancillería alfonsí siga un modelo burgalense o toledano, como se ha supuesto69. Además, hay que tener en cuenta que la producción del documento, al igual que la génesis de los libros, pasaba por diversas etapas elaborativas en las que podían participar diversos oficiales, de forma que el redactor de la nota o borrador y el escriba que ponía en limpio esa nota no tenían por qué ser la misma persona ni coincidir en sus usos lingüísticos.

Ahora bien, existen algunas pruebas de que los colaboradores alfonsíes pudieron residir preferentemente en Toledo y Sevilla, -sin que ello excluya que también se desplazaran con la corte itinerante del rey-. En Toledo trabajaron sus colaboradores judíos y, quizá, también el redactor de la General estoria que constataba un uso lingüístico que tal vez no era el suyo al afirmar: «e avié y otrossí nogales que tenién nuezes grandes como aquel fruto a que en España en el regno de Toledo e en otros lugares dizen sandías» (ASabio, General estoria IV, f. 228v). Sevilla fue el lugar en que residió más tiempo la corte de Alfonso el Sabio, donde el rey fundó unos «estudios generales de latín e arávigo», donde posiblemente encontró muchos de los códices árabes cuya traducción ordenó, ciudad cuyos topónimos urbanos son los únicos mencionados en las Partidas y a cuya catedral pertenecían varios de los colaboradores identificados, y lugar donde dispuso componer de principio a fin el Libro de acedrex70. Apunta a un colaborador quizá ajeno a la tierra, pero residente en ella, el siguiente comentario, también incluido en la historia universal alfonsí: «En aquel lago á muchos mugles. E non tenemos nós qué son mugles, si non que son aquellos peces a que en el Andaluzía llaman alvures, e el latín les llama mugles» (ASabio, General estoria II, ms. K, f. 138r). Pero ello no implica que la lengua de los textos corresponda a un modelo toledano o sevillano. Por el contrario, la norma es más bien la variación dialectal, tanto dentro de una sola obra como entre ellas, y debe achacarse a la pluralidad de usos lingüísticos de los colaboradores regios.



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