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La historia imperial se distingue de la historia de los godos en muchos aspectos, presentando otro modelo de castellano en el que aparece leísmo moderado restringido a animados masculinos, el numeral quaraenta y, esporádicamente, adverbios en -mient(e) y la conjunción maguera, por ejemplo. El núcleo inicial de la obra, por su parte, está más cercano a la lengua de la historia de los godos, pero, al tiempo, ofrece no pocas peculiaridades internas, algo lógico si tenemos en cuenta la existencia de varios copistas y equipos de redacción. Ya Menéndez Pidal demostró que la apócope extrema sólo se daba en los primeros 116 capítulos de la obra: (19773), y Echenique (1979) y Sanchís Calvo (1992) han estudiado las discrepancias en el uso pronominal entre unas partes y otras, que deben de ponerse en relación tanto con los cambios de copista como de equipo de redacción que se observan en el códice y en el texto (cf. CATALÁN 1997).

 

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Hilty (1955) descubrió diferencias lingüísticas significativas entre el prólogo del Libro complido y el resto del texto, y entre las secciones I-III, V y la cuarta, que hacen distinto manejo de los determinantes posesivos. Esa divergencias han sido corroboradas por Matute (2004) respecto al empleo de los pronombres átonos, ya que la sección cuarta es más leísta que las demás. El tipo lingüístico de la primera parte de la General estoria desconoce los rasgos leonesizantes de la cuarta (cf. SÁNCHEZ-PRIETO, en este volumen).

 

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A favor de esta idea está el hecho de que alguno de los libros atribuidos a Rabiçag, como, por ejemplo, el del Cuadrante señero emplea fasta, adelante (pero ambos). El problema estriba en determinar donde termina lo que obedece a una tradición gráfica (como parece ser el caso de la variación que afecta a ambos - amos) y donde comienza la manifestación de una variación dialectal. El caso de cuemo - como ilustra bien este problema (cf. DUNCAN 1950 y ARIZA 1998: 80-81).

 

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Según pone de manifiesto Sánchez (2002), hay abundantes leonesismos en los dirigidos al reino de León. Ello puede deberse tanto a que la cancillería estaba integrada por individuos de muy diversas procedencias como a que los escribas regios ponían en limpio a veces documentos preparados en lugares diversos, como acuerdos entre partes ratificados por el rey, dada la obligación existente de que fuera el escribano cancilleresco el autor material del documento (LÓPEZ GUTIÉRREZ 1992: 256-258).

 

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Pero la riqueza léxica de las obras jurídicas no se limita a estas voces técnicas, sino que incluye un rico vocabulario en otros muchos campos aún poco estudiado (como muestra, cf. LAPESA 1984: XXII-XXIII).

 

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Aparte de los neologismos derivados recurriendo a -miento, son también característicos de las traducciones del árabe los calcos formados mediante el sufijo -dor. En el Lapidario las propiedades de las piedras se describen regularmente por este sistema: por ejemplo, la piedra a que llaman bedunaz que quiere dezir tanto como arredrador de sueño, (ASabio, Lapidario, f. 10r). Hay piedras para todos los gustos y necesidades: dador de alegría, estancador de bavas, fazedor del empreñamiento, tolledor de tristeza, vedador de canas, etc. (GÜIDA 2000: 167-174). Véase también BOSSONG (1979: 129-134).

 

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A pesar de que sólo suman el 30% de las nuevas palabras constituidas en el proceso traductor. La preferencia por los cultismos sobre los neologismos románicos calcados del árabe está clara al contrastar la traducción propuesta para el concepto «equinocio» en tres diferentes tratados astronómicos. El primero, los Cánones de Albateni, muestra una traducción literal y prefiere un calco románico sobre el término árabe, (cerco del) eguador del día. El Libro de la açafeha, del que Alfonso ordenó una traducción completamente nueva en 1277, ofrece este calco directo junto al cultismo liña equinoctial. En el tercero, el Libro dell alcora, revisión concienzuda de una primera traducción, el calco desaparece y sólo queda el cultismo (cerco dell) equinoctio (BOSSONG 1982: 7-8). La predilección de Alfonso X por las voces románicas o latinas a las árabes no sólo se da en el campo científico (cf. GARCÍA GONZÁLEZ 1993-94).

 

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Sobre estos calcos sintácticos del árabe en las traducciones alfonsíes, véanse BOSSONG (1979: 165-196, 1982 y 1987) y GALMÉS (1981 y 1985).

 

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Sobre los procedimientos de traducción alfonsíes a partir de fuentes latinas véanse LIDA (1958-59), BADÍA (1958-59, 1960, 1962), LÁZARO (1961), IMPEY (1980), CANO (1990) y ALMEIDA (2004: CXLII-XCXVI).

 

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Sobre la organización sintáctica del período en la prosa de Alfonso X, véanse ELVIRA (1993-94 y 1996-97), CANO (1996-97) y PÉREZ TORAL / DÍEZ ITZA (2002).

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