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ArribaAbajoElegía VI


ArribaAbajo    D' aquel error en que viví engañado,
salgo a la pura luz, y me levanto
tal vez del peso, que sufrí cansado.

    Pudo mi desconcierto crecer tanto,
qu' anduve de mí mesmo aborrecido,  5
sugeto siempre a la miseria y llanto.

    Ya buelvo en mí, y contemplo, cuán perdido
rendí el loçano coraçón sin miedo
a los dañados gustos del sentido.

    Más sé, qu' , aunque m' esfuerço, apena puedo  10
abraçar la razón; porqu' el engaño
no se me aparta de la vista un dedo.

    Y no me vale, aunqu' en mi bien m' engaño,
pensar quién soy, ni deduzir del cielo
la clara origen contra un dulce daño.  15

    ¡Cuán mal se limpian del corpóreo velo
las manchas, y cuán tarde se desata
de su pasión quien anda en este suelo!

    Mil buenos pensamientos desbarata
la ocasión a deleites ofrecida,  20
cuando menos el ombre se recata.

    Mas éstos son peñascos de la vida,
do se rompe la nave en mar ondoso,
si no va con destreza bien regida.

    ¿Quiénes tan temerario y desdeñoso,  25
que s' entregue a la muerte en esperança
del caso siempre incierto y peligroso?

    Quien quisiera hartarse en la vengança
de mis males, hallara a su deseo
colmada la medida sin mudança;  30

    si, conociendo yo mi devaneo,
no diera al vano gusto de la mano,
y alçara de la tierra al fiero Anteo.

    Grande trabajo es, aunque no es vano,
querer mudar una costumbre larga;  35
grande es, pero es el premio soberano.

    Traxe en los ombros esta grave carga
sin reposar, como otro nuevo Atlante,
en quien del cielo el peso todo carga.

    No soy después del daño tan constante,  40
que no tiemble en pensar lo que sufría,
y de mi ostinación que no m' espante.

    Aora voy por una llana vía
a la seguridad del bien, que sigo,
do no acertar será desdicha mía.  45

    Considero apartado yo comigo,
del roxo sol la inmensa ligereza,
y en cuanto infunde su calor amigo;

    la tibia instable Luna, la grandeza
del ancho mar, su vario movimiento;  50
el sitio de la tierra y su firmeza.

    Iuzgo, cuánto es el gusto y el contento
de gozar la belleza diferente,
qu' en sí contiene este terrestre asiento;

    y cuán dulce es vivir alegremente  55
espacios largos d' una edad dichosa,
y contemplar tan alto bien presente;

    do en esta vista y luz maravillosa
el ánimo encendido ensalce el buelo
a la profunda claridad hermosa;  60

    y allí s' afine d' aquel torpe velo,
qu' en sí lo traxo opreso; y no le impida
la gruesa niebla y el error del suelo.

    ¡Cuánta miseria es perder la vida
en la purpúrea flor de la edad pura,  65
sin gozar de la luz del Sol crecida!

    ¡Cuán vana eres, umana hermosura!
¡cuán presto se consume y se deshaze
la gracia y el donaire y compostura!

    La bella virgen, cuya vista aplaze,  70
y regala al sentido, en tiempo breve
al mesmo, qu' agradó, no satisfaze.

    No así tan presto aparta el viento leve,
y disipa las nieblas, y el ardiente
Sol desata el rigor d' elada nieve;  75

    como a la tierna edad la flor luziente
huye, y los años buelan, y perece
el valor y belleza juntamente.

    ¡Cuán breve y cuán caduca resplandece
nuestra gloria!, ¡cuán súbito, en el punto  80
que deleita a los ojos, desparece!

    Mas, ô si ser pudiese, qu' este punto
de breve vida, alegres, en sosiego
gozásemos sin miedo y dolor junto.

    Cual, d' ambición y d' avaricia ciego,  85
sulca el piélago inmenso peregrino,
y vê del Sol más tarde el claro fuego.

    Cual, ardiendo en furor de Marte indino,
arma el osado pecho en duro hierro
contra el estrecho deudo y el vezino.  90

    Cual, de sí mesmo puesto en un destierro,
niega su voluntad por otra agena,
y sigue inferiör el mayor ierro.

    Lisongeros halagos, dulce pena,
buscado mal del desvarío umano  95
traen de gusto la esperança llena.

    Ningún monte, o desierto, ningún llano,
a do pueda llegar gente atrevida,
nos tendrá libres del error profano.

    Ira, miedo, codicia aborrecida  100
nos cercan, y huir no es de provecho,
que las llevamos siempre en la huída.

    Incierto y congoxoso tiene el pecho,
quien espera; no goza ni sosiega,
si sus vanos contentos no a deshecho.  105

    Quien sabe en qué se goza, y nunca entrega
su buena dicha en el poder ageno,
de la virtud a l' alta cumbre llega.

    Estos deleites, tras quien fui sin freno,
qu' al fin tan caro cuestan, me traxeron  110
siempre de confusión y temor lleno.

    Ni fueron firmes ni fiëles fueron,
dañáronme huyendo; y si uvo alguno
que no, huyó con cuantos me huyeron.

    Seguro gozo puede ser ninguno,  115
ninguno puede ser perpetuo, en cuanto
la tierra cría, y cerca el gran Netuno.

    Sola Virtud, tú sola puedes tanto,
qu' el gozo dar perpetuo, y bien seguro
puedes, si en amor tuyo me levanto.  120

    Lugar puede hallarse tan oscuro,
do s' asconda algún tiempo el error cierto,
mas sale a fuerça al cabo al aire puro.

    La vergüença del proprio desconcierto,
el miedo, vengador de nuestras penas,  125
nos muestran nuestra falta en descubierto.

    El delito y las culpas son agenas
de nuestra condición, pero nacimos
con mil flaquezas de miseria llenas;

    y tan mal nuestros bienes conocimos,  130
y dimos tanta mano al torpe gusto,
que solos sus regalos admitimos.

    ¿Do está el deseo ya del onor justo?
¿do el amor verdadero de la gloria?
¿do contra el vicio el coraçón robusto?  135

    Gran hazaña es gozar de la vitoria
del bravo contendor, y los despojos
guardar para blasón de la memoria;

    pero es mucho mayor, ante los ojos
que miran bien, por la no usada senda  140
caminando entre peñas y entre abrojos,

    sobrepujar en áspera contienda
sus contrarios, y vêr s' en l' ardua cumbre,
do no alcance el nublado, ni l' ofenda.

    Mas, ¿quién podrá subir sin viva lumbre?  145
¿quién sin favor qu' aliente su flaqueza,
y l' alce desta grave pesadumbre?

    Si yo pudiese bien en tu belleza
fixar mis ojos, Musa soberana,
y contemplar cercano tu grandeza;  150

    del ciego error y multitud profana,
que s' entorpece en la tiniebla oscura,
no seguiría la opinión liviana.

    Antes con voluntad libre y segura,
abrasado en tu amor, ocuparía  155
la vida en admirar tu hermosura.

    Y aquí do el Betis desigual varía
el curso, y buelve y trueca la creciente,
un apartado puesto escogería.

    Do l' ambición de tanta errada gente,  160
los deseos injustos, la esperança,
dulce engaño del ánimo doliente;

    en este estado, libre de mudança,
no podrían turbarme del sosiego,
qu' en la discreta soledad s' alcanza.  165

    Rompa los senos otro del mar ciego
con prestas alas de su osada nave,
do no s' aventuró Romano, o Griego;

    llegue, do el sacro Océano se trave
con el piélago Austral, y no cansado,  170
cerque el golfo, qu' el ielo torna grave;

    que bien puede alabarse confiado
d' aver visto, tratado y conocido,
y mil varios peligros allanado;

    pero no avrá gozado, ni entendido  175
los bienes, qu' el silencio en el desierto
da a un coraçón modesto y bien regido,
fuera de todo umano desconcierto.




ArribaAbajoÉgloga venatoria


ArribaAbajo    D' aljava y arco tú, Diana armada,
que por el monte umbroso y estendido
fatigas a las fieras presurosa,
huye del alto Ladmo desdichada,
donde tu caçador duerme ascondido;  5
que ya otra caçadora más hermosa
persigue impetuösa
al javalí espumoso y enojado;
que ya otra más hermosa caçadora
al ciervo sigue aora.  10
Si Endimión la viere, tu cuidado,
venciendo de la fiera la braveza,
te dexará por ella con tristeza.

    A Endimión no dexes tú Diana,
queda con él, no siga al amor mío,  15
tu amor, Endimión esté contigo,
en la callada noche, en la mañana,
al Sol ardiente, al importuno frío
mi dulce caçadora esté comigo.
Este bosque es testigo,  20
cuántas vezes la llamo y busco en vano,
l' Aurora me oye sola sin su amante,
y s' ofrece delante,
cuando espera las fieras en lo llano,
suspira ella su amor, yo lloro el mío,  25
si al monte mira, yo a mi valle y río.

    Hermosa caçadora, qu' as llevado
del frío bosque mi herido pecho
con el cabello d' oro suelto al viento,
y de flores y rosas coronado;  30
¿Eres Napea deste valle estrecho,
qu' alcança con ligero movimiento
al javalí sediento,
y del ciervo la planta voladora?
que tu paso, y tu voz, y tu belleza  35
más que mortal grandeza
descubre a tu Menalio, que te adora.
Tal va Cintia con trage soberano,
y enciende en fuego al amador Silvano.

    ¿Qué dios, ô Clearista, t' a ofrecido  40
a mis ojos, corriendo yo una fiera
sin cuidado d' Amor; y vista luego
te me llevó, dexándome perdido,
porqu' en llama inmortal ardiendo muera?
De tus luzes provó el tirano ciego  45
con mi daño su fuego,
mas tú abites el bosque oscuro y prado,
o la tendida selva deste río,
jamás del pecho mío
s' apartará el Amor, que m' a abrasado,  50
el bosque y prado del amor testigo,
a amarte aprenderá también comigo.

    O la ligera garça levantando
mire al halcón veloce y atrevido,
o espere al javalí cerdoso y fiero,  55
o l' aura entre los árboles gozando;
con silencio y voz muda, en lo ascondido
del pecho solo lloraré primero
el dolor, en que muero.
Sin ti el feroz cavallo, el rayo ardiente  60
del imitado trueno, y la sabrosa
caça, m' es enojosa,
pues tú me dexas mísero y doliente.
Todo m' agradará y será mi gloria
si buelves, y de mí tienes memoria.  65

    ¿Por qué huyes, y quieres que sin lumbre
en estas breñas muera con tormento,
y no miras tu amante, que te llama?
Baxa desa fragosa y alta cumbre,
que, según el ruido grave siento,  70
por entre una y otra espesa rama,
que las hojas derrama,
un feroz javalí s' a recogido.
Con el arco en la blanca y tierna mano
baxa, qu' antes, qu' al llano  75
llegues, atravesado y estendido
de mi venablo, y muerto, la espumosa
cabeça, llevarás vitoriösa.

    No fíes, Clearista, en tu belleza,
que vendrá el día en que las hebras d' oro  80
mude la edad ligera en blanca plata,
antes muera, que vea tu tristeza.
Mas, ¿para qué suspiro triste, y lloro
por quien a mis querellas es ingrata?
Si tu dureza mata  85
a quien te sigue, aquél que t' aborrece,
¿qué pena avrá, qu' iguale con su culpa?
Pero, ¿quién me culpa,
pues sigo solo el mal, que se m' ofrece?
Suspenso en el amor y en el deseo,  90
al fin doy en un ciego devaneo.

    Mas vos Amores, roxos dulcemente,
dexad las ondas claras de Citera,
y a mi Ninfa herid con vuestra llama;
que su hermosa flor perder no siente  95
sin fruto inútil en la edad primera.
Y tú Latonia, pues Amor t' inflama,
cuando el monte te llama,
por el dormido amante, y ya el tormento
conoces del Amor; si e venerado  100
tus aras, y colgado
del javalí terrible y viölento
l' alta frente y del ciervo la ramosa,
muéstrat' a mis dolores piädosa.

    Si contigo viviera, Ninfa mía,  105
en esta selva, tu sutil cabello
adornara de rosas, y cogiera
las frutas varias en el nuevo día;
las blancas plumas del gallardo cuello
de la garça ofreciendo, y te traxera  110
de la silvestre fiera
los despojos, contigo recostado,
y en la sombra cantando tu belleza;
y en la verde corteza
de la frondosa enzina mi cuidado  115
estendiendo, comigo lo leyeras,
y sobre mí las flores esparzieras.

    ¡Ah cuántas vezes entre aqueste juego
a tu cuello los braços rodeara!
y en tus ojos mis ojos encendiendo,  120
cuando más descuidada de mi fuego,
a tu boca el espíritu hurtara,
mi espíritu en el tuyo convirtiendo,
dulcemente muriendo.
Esto preciara más que vêr el buelo  125
del halcón, más que dar de un golpe muerte
al javalí más fuerte,
o alcançar, por el ancho y largo suelo,
junto a l' agua, herido y sin aliento,
el ciervo, qu' atrás dexa el presto viento.  130

    No dudes, ven comigo, Ninfa mía;
yo no soy feo, aunque mi altiva frente
no se muestra a la tuya semejante,
mas tengo amor, y fuerça y osadía,
y tengo parecer d' ombre valiente;  135
qu' al caçador conviene este semblante
robusto y arrogante,
iremos a la fuente, al dulce frío,
y en blando sueño puestos, al ruido
del murmurio esparzido  140
de l' agua, tú en mis braços, amor mío,
y yo en los tuyos blancos y hermosos,
a los Faunos haría invidiösos.

    Mas si t' agrada, y ô si t' agradase,
ven comigo a esta sombra, do resuena  145
l' aura en los ciclamoros revestidos
de iedra; do se vio jamás qu' entrase
alçado el Sol con luz ardiente y llena.
Aquí ay álamos verdes y crecidos,
y los povos floridos,  150
y el fresco prado riega l' alta fuente
con murmurio suäve y sosegado.
Aquí el tiempo templado
te combida a huir el Sol caliente.
Ven, Clearista, ven ya Ninfa mía,  155
este prado te llama y fuente fría.