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Abajo

Algunas obras de Fernando Herrera

Fernando de Herrera


(Sevilla, M. D. LXXXII)


ArribaAbajoProlegómenos

Don Phelipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Ierusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Iaén, de los Algarves, de Algezira, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme del mar océano; archiduque de Austria, duque de Borgoña y de Brabante y de Milán; conde de Abspurg, de Flandes y de Tirol y de Barcelona; señor de Vizcaya y de Molina, etc. Por cuanto por parte de vos, Hernando de Herrera, nos fue hecha relación que vos avíades compuesto un libro intitulado Obras de Hernando de Herrera, en verso, el cual sería provechoso, y nos suplicastes le mandásemos ver y daros licencia para le imprimir, o como la nuestra merced fuese, lo cual visto por los del nuestro consejo, por cuanto se hizo en el dicho libro la diligencia que la pregmática agora nuevamente por nos fecha dispone, fue acordado que devíamos de mandar dar esta nuestra carta para vos en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien; por la cual vos damos licencia y facultad, o a cualquier impresor destos nuestros reinos que vuestro poder oviere, para que por esta vez podáis imprimir y imprimáis el dicho libro que de suso se haze mención, sin que por ello caigáis ni incurráis en pena alguna; y mandamos que, después de impreso, no se pueda vender ni venda sin que primero se traiga al nuestro consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana, y firmado al fin del de Pedro Pacheco, nuestro escrivano de cámara, de los que en el nuestro consejo residen, para que se vea la dicha impresión si está conforme al original, y se tase el precio por que se oviere de vender cada volumen, so pena de caher y incurrir en las penas contenidas en la dicha pregmática y leyes de nuestros reinos, y no fagades ende al, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra cámara. Dada en la villa de Madrid, a veinte y siete días de Iunio de mil y quinientos y ochenta y dos.

Antonius, Episcopus; el Licen. Fuenmayor; Licenc. don Pedro Puertocarrero. El Licenciado don Fernando Niño de Guevara; el Licenciado Núñez de Boorques. El D. Iuan Fernández Cogollos.

Yo, Pedro Pacheco, scrivano de cámara de Su Magestad, la hize escrevir por su mandado con acuerdo de los de su consejo.


AL ILUSTRÍS. S. D. FERNANDO ENRÍQUEZ DE RIBERA, MARQUÉS DE TARIFA

Bien conosco que no a sido mucho acertamiento aver prometido a V. S. ilustrís. hazelle servicio en publicar estos versos, poco merecedores de la estimación que les da V. S., y así temo grandemente perder en la opinión de todos el crédito de recatado y escrupuloso en este estudio, que es lo último que me podía quedar en consuelo, ya que me hallava falto en las demás cosas; y por esto quisiera no aver ofrecido tan liberalmente lo que descubrirá la oscuridad y rudeza de mi ingenio. Mas tengo tanto respeto a la satisfación que mostró tener V. S. cuando me hizo merced de amparallos con su nombre; que quiero antes aventurarme al juizio, no sólo de los ombres, que saben, pero de los inorantes, que retraerme de mi propósito. Cuanto más que tiene fuerça de imperio el ruego de los príncipes, y no podía yo rehusar de obedecer a V. S. sin caer en culpa. Suplico pues a V. S. ilustrís. que los favoresca de la suerte que suele hazerme merced, que si por ventura merecieren ser vistos y acogidos de algunos, deverán eso a V. S., aunque no lo espero de su poco merecimiento.

Ilustrís. S.

B. l. m. a V. S.

S.S.

Fer. de Herrera.




DEL ILUSTRÍSIMO SEÑOR MARQUÉS DE TARIFA



   La cítara suave y voz doliente
d' aquel, que osó baxar al reino oscuro,
y subir a la luz del aire puro
a quien perdió con ánimo impaciente;

    y la que juntar pudo en alta frente  5
las duras piedras al Tebano muro;
y la qu' en el veloz delfín seguro
sacó libre a Arión del mal presente;

    al nuevo son de tu dorada lira
se rinden con invidia, ô clara gloria,  10
Fernando, y onra del Esperio suelo.

    Dichoso tú, en quien vivo Febo espira;
y yo; pues vivir hazes mi memoria
igual al curso del eterno cielo.




AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR MARQUÉS DE TARIFA EL MAESTRO FRANC. DE MEDINA, DE LAS RIMAS DE FERNANDO DE HERRERA



   Las torres, cuyas cumbres levantadas,
clarísimo Marqués, miráis al cielo;
las colunas que Alcides en el suelo
por término dexó de sus jornadas,

   serán al fin por tierra derribadas,  5
y cubiertas de olvido en negro velo;
qu' el tiempo tiene a muerte y triste duelo
nuestras mortales obras condenadas.

    Mas el alto, el eterno monumento,
qu' el ingenio divino de Fernando  10
os fabrica con arte milagrosa,

    siglos y siglos durará sin cuento;
vuestro nombre y el suyo celebrando,
de donde sale el sol a do reposa.




FRANC. MEDINAE HISPALENSIS EPIGRAMMA, AD FERD. FERRARIUM HISPALENS. DE LUCE


   His poëmatib. ad immortalitatem consecrata.
Lux tua, Ferrari, superas dum fulsit ad auras,
Fulgenti haud cessit lucida terra polo;
    Ast Ereby spissis postquam se condidit umbris,
Heu mansit Tellus lumine cassa suo.  5
    Tu petis, abreptam Ditis in regna, puellam,
Etruscae quatiens aurea plectra lyrae;
    Hispanísq. refers numeris ad luminis oras,
Offusas terris discutiens tenebras.
    Quin etiam aetherias, splendet, sublata per arces,  10
Inter sidereos candida virgo choros;
    Nam, qua Cephêis fulget, qua Cassiopea;
Iam micat ambrosiis dia puella comis.




DE DIEGO GIRÓN



    Fértil España, a do el Pierio vando
su sacro bosque, y plantas a traspuesto;
en tu mejor terreno, y más repuesto,
trasfiere éstas, que planta aquí Fernando.

    Verás que, iendo el tiempo destroncando  5
las que por mano inculta en ti s' an puesto,
solas éstas tendrán su tronco enhiesto,
de sí cien mil, renuevos propagando.

    De cuyos ramos, y olorosas flores,
podrá el Tartesio Príncipe, a quien llama  10
el Cirreo furor, ceñir su frente.

    Tras quien del patrio estilo los cultores
podrán, guiados de una y otra llama,
subir al monte ecelso osadamente.




APROBACIÓN

Yo he visto este libro de sonetos y canciones, en buen lenguaje y verso justo. Tócanse en ellas cosas y fábulas de mucho gusto para los aficionados a la poesía, en las cuales muestra Hernando de Herrera su buen ingenio y gentil espíritu, y no hallo en ellas cosa por donde no se puedan imprimir.

Don Alonso de Ercilla.










ArribaAbajoSoneto I


Abajo    Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más m' enciende y arde,
cuanto más la esperança se desvía.

    Gasté en error la edad florida mía;  5
aora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, qu' el seso guarde
a quien s' entrega ciego a su porfía.

    Tal vez pruevo (mas, ¿qué me vale?) alçarme
del grave peso que mi cuello oprime;  10
aunque falta a la poca fuerça el hecho.

    Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es onra ya, ni justo, que s' estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.




ArribaAbajoSoneto II


ArribaAbajo    Voy siguiendo la fuerça de mi hado
por este campo estéril y ascondido:
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro la desdicha de mi estado.

    Crece el camino, y crece mi cuidado;  5
que nunca mi dolor pone en olvido.
El curso al fin acaba, aunqu' estendido;
pero no acaba el daño dilatado.

    ¿Qué vale contra un mal siempre presente
apartar s' y huir, si en la memoria  10
s' estampa, y muestra frescas las señales?

    Buela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta qu' olvide aquella istoria,
que descubrió la senda de mis males.




ArribaAbajoSoneto III


ArribaAbajo    Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro ielo el pecho mío;
porqu' el fuego d' Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.

    Procuré no rendir m' al mal que siento;  5
y fue todo mi esfuerço desvarío.
Perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.

    El fuego al ielo destempló en tal suerte,
que, gastando su umor, quedó ardor hecho;  10
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.

    Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerça más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.




ArribaAbajoSoneto IV


ArribaAbajo   El Sátiro qu' el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocallo; mas provó, encendido,
qu' era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.

    Yo, que la pura luz do ardiendo muero,  5
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.

    Belleza, y claridad antes no vista,
dieron principio al mal de mi deseo,  10
dura pena y afán a un rudo pecho.

    Padesco el dulce engaño de la vista;
mas si me pierdo con el bien que veo,
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?




ArribaAbajoSoneto V


ArribaAbajo    Órrido ivierno, que la luz serena,
y agradable color del puro cielo
cubres d' oscura sombra y turbio velo
con la mojada faz de nieblas llena;

    buelve a la fría gruta, y la cadena  5
del nevoso Aquilón; y en aquel ielo,
qu' oprime con rigor el duro suelo,
las furias de tu ímpetu refrena.

    Qu' en tanto qu' en tu ira embravecido,
asaltas el divino Esperio río,  10
que corre al sacro seno d' Ocidente,

    yo triste, en nuve eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no m' enciendo en los rayos de su frente.




ArribaAbajoSoneto VI


ArribaAbajo    Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas, con mi nave
desnuda tras el canto voy suäve,
que forçado me lleva a mi despecho.

    Temerario deseo, incauto pecho,  5
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro m' entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.

    Veo los uesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;  10
y crecer de las ondas el bramido.

    Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.




ArribaAbajoElegía I


ArribaAbajo    Si el grave mal qu' el coraçón me parte,
y siempre tiene en áspero tormento,
sin darme de sosiego alguna parte;

    pusiese fin al mísero lamento,
qu' en los úmidos cercos de mis ojos  5
conoce sólo su perpetuo asiento;

    podría yo, Señor, vuestros enojos
consolar, como bien exercitado
del ansiöso afán en los despojos.

    Pero nunca permite Amor airado,  10
que yo levante la cerviz cansada,
o en algo desocupe mi cuidado.

    Por la prolixa senda y no acabada
de mi dolor prosigo; y mi porfía
en el mayor peligro es más osada.  15

    En el silencio de la noche fría
me hiere el miedo del eterno olvido,
ausente de la Luz del' alma mía.

    Y en la sombra del aire desparzido
se me presenta la visión dichosa,  20
cierto descanso al ánimo afligido.

    Mas veo mi serena Luz hermosa
cubrirse; porqu' en ella aver espero
sepulcro, como simple mariposa.

    Entonces me derriba el dolor fiero,  25
y mi llorosa faz fixando en ella,
cual cisne hiere el aire en son postrero;

    digo: «Luz de mi alma, pura estrella,
si os perturba el osado intento mío,
y por eso celáis la imagen bella;  30

    ponedme, no en orror de duro frío,
mas dond' a l' abrasada África enciende
el cálido vapor del seco estío;

    y allí vêréis, qu' al coraçón no ofende
su fuerça toda; qu' el sutil veneno  35
que de vos lo penetra, lo defiende.

    No m' ascondáis el resplandor sereno,
que siempre e de seguir vuestra belleza,
cual Clicie al Sol d' ardientes rayos lleno.

    Amo, mas con temor, vuestra grandeza;  40
para apurar en vuestro sacro fuego,
lo qu' en mí guarda esta mortal corteza.

    Que sea inmensa gloria, yo no niego;
pero por este paso en alto buelo,
do es sin vos imposible alcançar, llego.  45

    Y separada del umbroso velo,
como desea estar, mi alma pura,
se halla alegre en el luziente cielo.

    Yo espero a vuestra sola hermosura
por tanto bien con inmortal memoria  50
hazer del tiempo y su furor segura.

    No gravaré en colunas vuestra istoria,
ni en las tablas con lumbres engañadas,
y sombras falsas os daré la gloria;

    mas en eternas cartas y sagradas,  55
con la virtud, que Febo Apolo inspira
de las Cirreas cumbres ensalçadas.

    Y si a do opreso Atlante no respira
con la pesada carga, y a do suena
turbado el alto Ganges, lleno d' ira;  60

    y si a do el Nilo la secreta vena
derrama, y do el Duina grande y frío
las tardas ondas con el ielo enfrena;

    no pudiere alcançar el canto mío,
al menos onrará vuestra belleza,  65
cuanto Ebro y Tajo cerca, y nuestro río.

    Seré el primero yo, que con pureza
de coraçón, y con umilde frente
osé mirar, mi Luz, vuestra grandeza.

    Así le digo, y viendo el Oriente,  70
do el cielo y tierra tocan, esmaltado
y que mi Luz s' asconde en Ocidente;

    al lloroso exercicio del cuidado
buelvo, de mis trabajos perseguido,
de vida sí, no de pasión cansado.  75

    En tal mísero estado aquí perdido
me halla el canto vuestro, qu' esclarece,
y guarda vuestra gloria del olvido.

    Y al rudo ingenio y nombre mío ofrece
eternamente no cansada fama,  80
merced del ardor sacro qu' en vos crece.

    Si, do el deseo justo, que m' inflama,
fuese mi voz, sería en onra vuestra
una inmortal y siempre viva llama.

    Pero no sufre la fortuna nuestra,  85
qu' intente tanto bien, y así me dexa
desplegar sólo esta pequeña muestra.

    «El Tracio amante, a cuya dulce quexa
el severo Plutón, enternecido,
buelve aquella, qu' en sombra dél s' alexa;  90

    cuando en el frío Ródope, y tendido
yugo del alto y áspero Pangeo
cantó llorando con dolor perdido;

    y traxo al son del número Febeo
las peñas, fieras y árboles mesclados,  95
y atento el coro, que bañó el Olmeo;

    con inmortales versos y sagrados
en l' ascondida niebla refería
los principios del mundo començados;

    el Sol ardiente, Cintia blanca y fría,  100
los celestiales giros, y belleza
de l' alta, inmensa luz, y l' armonía.

    Y arrebatado en la mayor grandeza
del tenebroso cerco reluziente,
cantó el ardor profundo, y su riqueza.  105

    Mas porqu' el mortal ánimo doliente,
indino de sentir su hermosura,
s' ofuscava en aquella luz presente;

    con otra voz menos ecelsa y pura,
pero sublime, y que rudeza umana  110
desdeña, y sólo la virtud procura.

    Bolvió a sonar la lira soberana,
onrando a quien la bella Melpomene,
lexos de tanta multitud profana,

    con blandos ojos mira, y lo sostiene  115
en alteza, do nunca vêr se puede
el gran varón, que su favor no tiene.

    A éste sólo tanto bien concede,
que cuando llegue la implacable muerte,
libre de su furor viviendo quede.  120

    Aquél también, que mereció tal suerte,
qu' el sacro verso haga del memoria,
no temerá su agudo hierro fuerte.

    Tal por este camino dio a la gloria
de la inmortalidad el paso abierto,  125
quien celebró de Grecia la vitoria;

    y el otro mayor qu' él (si no es incierto
lo que la fama afirma) qu' el troyano
puso en Italia, y cantó a Turno muerto.

    Tal el suäve espíritu romano  130
huyó con Delia del mortal tormento,
y el puro, el terso y el gentil Toscano.

    Por esta senda sube al alto asiento
Laso, gloria inmortal de toda España,
mesclado en el sagrado ayuntamiento.  135

    Do, si al deseo mío Amor no engaña,
yo espero vêros, siendo colocado
en l' alta cumbre; que Castalia baña,

    si en medio el curso no dexáis cansado
la vía, llana a vos, y no ofendido  140
lleváis por ella el paso acostumbrado.

    El rico Tajo vuestro, conocido
será por vos a donde riega el Indo,
y el collado de Cintra, esclarecido
con tal onra, será otro nuevo Pindo.  145

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