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Eugenio F. Granell, La novela del Indio Tupinamba, Madrid, Fundamentos, 1982, p. 127.



 

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María Teresa González de Garay, «El clavo en la narrativa de Eugenio F. Granell», en El exilio literario español de 1939, II, cit., p. 127.



 

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Piénsese en García Márquez que en El otoño del Patriarca presenta los mismos elementos, pero al revés, es decir vistos por los indígenas.



 

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Recordemos que había sido el Conquistador quien había cortado la cabeza al Indio y luego la había puesto otra vez en su lugar.



 

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Existe una traducción al castellano, autorizada por el autor, de la cual cito: Palabras de Opoton el viejo. Crónica del siglo XVI de la expedición azteca a España, Barcelona, Ediciones 29, 1977. El texto comprende una Introducción en que el autor, un pintor y escritor español que vive en México, revela haber encontrado un «manuscrito con nuestra grafía del siglo dieciséis, pero redactado en náhuatl» (p. 19) que está ahora en el Museo de Culturas Prehispánicas. Varias notas referenciales y una larga lista de «fuentes de comprobación de datos», desde Bernardino de Sahagún hasta Miguel León Portilla, hacen una lectura de tipo casi pragmática (es decir, la de las novelas históricas tradicionales según la terminología de K. Stierle en «¿Qué significa "recepción" en los textos de ficción?», en AA. VV., Estética de la recepción, Madrid, Arco, 1987, pp. 87-143).



 

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La descripción de esas canoas -tan diferentes de las que usaban normalmente- y de las galeras españolas son ejemplos magníficos de «escritura extrañada» y de ingenua correspondencia entre el nombre y la cosa: «Lo mismo podía ser una casa que cualquier otra cosa extraña, todo menos una canoa. Pero me consta que sí lo era y además Cuauchichic me lo dijo y me lo aseguró desde el primer momento» (p. 30); «Las galeras dichas naves son como una imitación de nuestras canoas, pero más redondas por fuera, pues ellos tienen maderas curvadas que nunca se han visto en el Aztlán [...]. No tienen remos, pero el viento las mueve cuando hay viento. Llevan mantas grandes y gruesas, dichas velas, y el viento las hincha y las hace caminar [...] y como van atadas a la galera, la galera se va detrás del viento» (p. 135). Estas descripciones, y la idea misma de la novela, se pueden comparar con la Crónica del descubrimiento (Montevideo, Banda Oriental, 1980) del uruguayo Alejandro Paternáin, ejemplo de novela histórica hispanoamericana posmoderna, que igualmente cuenta el viaje en canoa, el descubrimiento y la fallida conquista de Uropei por parte de una tribu charrúa en 1492 (cfr. mi «Hacia un descubrimiento de Europa», en Río de la Plata, n.º 15-16 [1996], pp. 11-20).



 

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«Decíamos que el Viejo Aztlán era el más viejo de los Aztlanes, o sea, de donde Él [Quetzalcóatl] había venido. Y ese Primer Lugar era el que nosotros buscábamos» (pp. 83-84).



 

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«Fue un libro de difícil y lenta gestación: ¡tardé trece años en escribirlo! Bueno, sin exageración: en pensarlo, escribirlo, reescribirlo, estudiar una geografía ignorada y aprender un bellísimo idioma. Ésta que el lector tiene en sus manos es la tercera versión: las dos anteriores no resistieron exámenes posteriores» (sobrecubierta). Por lo tanto podemos deducir que Artís-Gener, si bien ha ideado y empezado la novela en México, escribió la versión definitiva estando ya en España.



 

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Generalmente las novelas históricas contemporáneas se insertan en la línea trazada por Walter Scott (personajes ficticios dentro de un marco histórico) mientras que en la literatura latinoamericana abundan casos de protagonistas históricos (según el esquema de Alfred de Vigny) «revisitados» por la óptica posmoderna como el Colón de El arpa y la sombra de Alejo Carpentier o el Lope de Aguirre de Daimon de Abel Posse.



 

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Ramón J. Sender, Siete domingos rojos, Barcelona, Balagué, 1932, p. 5.



 
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