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Arriba Escritores olvidados: Manuel Abril

Carmen Bravo–Villasante


Manuel Abril es el primero a la izquierda que está sentado en el cuadro de Solana de la tertulia de Pombo de Ramón Gómez de la Serna. Al otro extremo está su gran amigo Salvador Bartolozzi. Ramón, de pie, en el centro, está perorando, ante los adictos contertulios. Tanto Manuel Abril como Bartolozzi, en la órbita ramoniana, izan la bandera del espíritu festivo del creador de las greguerías, del humorismo vanguardista que sucede al espíritu moralizante de una literatura pasada y aburrida, especialmente para los niños.

De la greguería de Ramón, de la originalidad subversiva del gran preboste que oficiaba en el café de Pombo, nacen los cuentos de Manuel Abril: El arte de Birlibirloque, Trampolín y la pájara pinta, Pan frito y Borla de Polvos y tantos otros que hoy sacamos del olvido. Manuel Abril (1884–1940) fue un escritor de muy diversos intereses, que no puede clasificarse como una dedicación literaria única. Empezó como poeta escribiendo Canciones del corazón y de la vida (1906) y Hacia la luz lejana (1914). Fue crítico lúcido y perspicaz publicando su estudio Felipe Trigo, su vida, su obra, su moral (1917) y como crítico de arte publicó numerosas monografías sobre artistas españoles en la Editorial Renacimiento que dirigía Gregorio Martínez Sierra. Hay que destacar la de Julio Romero de Torres y la de Ramón Casas, libros preciosos por el contenido y por la forma.

En 1934 Manuel Abril obtuvo el Primer Premio de Literatura del Concurso Nacional por su libro De la naturaleza al espíritu. Ensayo Crítico de pintura contemporánea. Desde Sorolla hasta Picasso.

Su obra como traductor fue muy extensa. Tradujo la monografía sobre Leonardo da Vinci, el volumen VI de la Historia del Arte de Karl Woeman, el Adolfo de Benjamín   —40→   Constant y obras de Vigny y de Chejov.

Como novelista escribió La salvación, sociedad de seguros del alma (1926). Fue Manuel Abril colaborador de «La Ilustración española y americana», la «Revista Musical» y «Cruz y Raya». Colaboró asimismo en Unión Radio de Madrid, con programas para niños de narración de cuentos.

Pero, con ser tan interesante y varia la creación de Manuel Abril, ahora lo que más nos interesa son las obras que dedica a los niños. Que un eminente crítico de arte y de literatura dedicase su atención a la literatura infantil era signo de los tiempos. También Ramón Gómez de la Serna había escrito una obra de teatro ¡Cuento de Calleja! y Por los tejados del mundo (1924) y El bazar más suntuoso del mundo (1924).

Jacinto Benavente había creado el «Teatro de los niños» (1909). La compañía de Gregorio Martínez Sierra en el Teatro Eslava estrenó el 14 de Diciembre de 1917 La princesa que se chupaba el dedo, de Manuel Abril. Un cartel de Robleda no anunciaba la comedia, con decoraciones de Higueras y bocetos de Fontanals, inspirados en Kay Nielsen y decoraciones de estilizada belleza. Con elementos de la comedia italiana, de los cuentos tradicionales infantiles y hasta de las comedias benaventinas, Abril crea una obra valiosa.

Él mismo en su autocrítica en el periódico «La Tribuna» dice que: «es una comedia de humor, farsa o como se la quiera llamar, pertenece a un mundo en donde hay, por un lado, elementos de la comedia italiana; por otro, de los cuentos infantiles, y, por lo demás, de la fantasía libre e independiente... Me contentaría con que mi obra fuera un juego, nada más, no en el sentido transcendente arte–juego, sino simplemente en el de brincar, correr, pensar y reír con ligereza».

Una vez estrenada la obra y publicada en la Editorial Renacimiento, con el subtítulo de Cuento burlesco en tres actos, se añadieron como apéndice los juicios de todos los periódicos, que elogiaron texto, decorados y las ilustraciones musicales de   —41→   Schuman. «El País» dijo: «El decorado y los trajes están perfectamente en relación con el sentido de la obra. Montañas azules, casas de juguete, árboles que parecen pimientos y flores astrales. El fondo es de baile ruso, de pura pantomima, todo muy original, muy alegre y optimista». Unos años antes Ramón del Valle Inclán había estrenado La farsa infantil de la cabeza del dragón (1910), en el estilo de pantomima.

Vuelve Manuel Abril a repetir la experiencia con el Viaje al portal de Belén, con música de Conrado del Campo y decorados de Fontanals.

El ambiente era muy propicio a la literatura infantil, la Editorial Calleja publicaba los Pinochos de Bartolozzi y la revista infantil «Pinocho», renovadora y divertida, donde colaboraban Bartolozzi, Magda Donato y dibujantes famosos como Penagos, K–hito–López Rubio, etc.

En «Pinocho» colaboró Manuel Abril publicando varios cuentos: Aventuras de Juan el marinero (1925), Trampolín y la pájara Pinta (1925), El príncipe Medordo, gordo, gordo (1925), Una damisela de China exageradamente fina (1925) y El arte de Birlibirloque.

Anteriormente había publicado en «Los Lunes del Imparcial», donde también colaboraba Magda Donato. El cuento de La Nuez Bartolo y el constipado del diablo se publicó allí en 1920, así como La primera salida de Napoleón el Chico (1920) y otros varios más... De «El Imparcial» era director José Ortega y Munilla, el autor de la novela para niños Los tres sorianitos y de Lecturas infantiles y La voz de los niños.

La gracia, la invención disparatada, la paradoja, el estilo de greguería, por calificarlo así, eran elementos distintivos de las narraciones de Manuel Abril. El absurdo como medio de ruptura reinaba en estos cuentos singulares de la nueva narrativa, que establecía una línea divisoria entre todo lo anterior.

El grupo, porque en verdad se trataba de un grupo renovador de escritores e ilustradores, tenía en común la ilusión alegre de divertir a los niños con sus números circenses literarios   —42→   y sus graciosas parodias de los tópicos tradicionales.

En 1930 la mayor parte de los cuentos de Manuel Abril se editaron en la compañía Iberoamericana de Publicaciones que tenía sede en Madrid, en Barcelona y en Buenos Aires, en tres volúmenes, con el título de Cuentos para niños. El primer volumen titulado Diablos y diabluras incluía los cuentos: Los tres hijos del diablo, Totó, Tití, Loló, Lilí, Frufrú, Pompoff y la Señora Romboedro, Don Poldito, el atrevido, Napoleón, el chico, El niño que quiso ser gigante y La nuez de Bartolo y el constipado del Diablo. El segundo volumen titulado Aventuras asombrosas incluía El secreto de Garlopilla, El arte de Birlibirloque, El cuento de ¡no es verdad!, El Lord John y el Marabú, Las sombras y Doña Semana. El tercer volumen se titulaba Aventuras de Animales e incluía los cuentos de Trampolín y la pájara Pinta, Pan frito y Borla de Polvos, El cuento del Pío Pío, Limpiaplumas, El domador de leones y el brujo estrujalimones y La aventura de Don Veloz.

Los tres volúmenes tenían numerosas ilustraciones en negro y en tres colores de los famosos dibujantes: Climent, Esplandiú, Sama, Garrán, Tauler y Renau, que también estaban en la vanguardia de la ilustración.

En un ambiente circense, muy dinámico, se desenvuelve el cuento de Totó, Tití, Loló, Lilí, Frufrú, Pompoff y la Señora Romboedro. Desde el propio título, juguetón y malabaresco, todo el cuento tiene algo de juego de prestidigitación, para terminar con un final humorístico en que se dice: «¡Todo ha sido una broma, señores!».

Don Poldito, el atrevido es la historia de un niño que no se quería vestir de marinerito, como todos los niños, sino con chistera, pantalón a rayas y puro en la boca. Acudirá a la cámara de los Nones, parodia de la Cámara de los Pares.

El cuento de Napoleón, el chico no se queda atrás en originalidad y vanguardismo. Napoleón el chico sólo tiene diez meses. Se encuentra en el jardín un acordeón y, por el sistema asociativo de la greguería, se cree que es una oruga. Cuento muy   —43→   cinematográfico, como muchos cuentos de Manuel Abril.

El niño que quiso ser gigante, inspirado en el clásico cuento tradicional, es muy humorístico y va salpicando con versos o ripios graciosos que recuerdan a los que también usó Antonio Robles en sus cuentos y Bartolozzi en sus Pinochos.

En El secreto de Garlopilla vemos una princesa calva a la que ponen una peluca de virutas de madera. En el cuento de ¡No es verdad! al fondo está el recuerdo de las patrañas del Barón Münchausen. Nada más empezar notamos la primera patraña: «Una vez en el desierto del Sáhara, nos refirió un Jeque el siguiente cuento “Ruso”». El Lord, John y el Marabú es un cuento de isla desierta con náufragos. Gracias a la inventiva de Manuel Abril se convierte este tópico en una novedad.

Las sombras recuerda el cuento de Peter Schlehmil, el hombre que perdió su sombra, pero de nuevo el estilo abrilesco ofrece una recreación.

Manuel Abril juega también con el lenguaje e inventa palabras. En el cuento de Totó, Tití, Loló, Lilí... se refiere a una persona como requetevehementísima y dice que otra entró «haciendo patimanes y aspavientos». En Don Poldito, el atrevido nos dice que: «Doña Rufa estuvo a punto de galliparse con los gritos que pegaba».

La renovación del estilo, de los personajes y lenguaje es propia de los ramonianos, y Manuel Abril lo es, con las peculiaridades de su propia personalidad. A él le cabe, como a Bartolozzi, a Magda Donato, a Antonio Robles, a Elena Fortún, la gran renovación de la literatura infantil española, que la guerra civil dejó olvidados, y que ahora a nosotros nos corresponde resucitar ese injusto olvido.