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Amigos del Libro

Año XIV, núm. 32, abril-junio 1996

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ArribaAbajoPaisaje de la Literatura Infantil y Juvenil en España


ArribaAbajo El tema del niño en la poesía española actual (I)

Mª Isabel Jiménez Morales1


Si queremos estudiar el protagonismo del niño en la literatura española, debemos, sin duda, remontarnos a épocas pretéritas y a las más antiguas y diversas manifestaciones literarias. Los ejemplos serían muchos, y muy larga y prolija su enumeración. Una buena muestra nos la ofrece Ana Mª Pelegrín en su antología de 19692. Divide su obra, permítanme el recordatorio, en apartados relativos a los meses del año y las estaciones; a las flores, árboles y animales; a los juegos; a las diferentes regiones de España; etc., pero no se olvida de iniciar su antología con un capítulo dedicado al niño. El recorrido cronológico que en él nos ofrece se remonta a las épocas literarias caracterizadas por la anonimia, hasta llegar a los escritores contemporáneos -los más antologados-, sin olvidar a un Gil Vicente, un Lope de Vega o un Miguel de Cervantes.

El objeto de este artículo se circunscribirá al estudio del tema del niño atendiendo tan sólo al género poético y al período literario más actual. Rastrearemos su figura en dos tipos de poesía, la de aquéllos que la escriben y dedican consciente y exclusivamente a los niños, los considerados escritores de literatura infantil, y la de aquellos autores consagrados -pensemos en F. García Lorca, M. Hernández o J. R. Jiménez, por citar a unos pocos de tan largo y sobresaliente etcétera- que sólo en ocasiones componían teniendo en cuenta a sus destinatarios infantiles, y en cuya poesía podemos encontrar, no obstante, interesantes ejemplos de esta presencia infantil.

Comenzaremos analizando este segundo tipo de literatura. Son muchos los autores que en este siglo escribieron, al menos en alguna ocasión   —16→   aislada, poesía con niños, aunque no siempre estuviera destinada a ellos. Tenemos al Gabriel Celaya de «Pipirigana» o de «Los que nos ganan»; a Gerardo Diego en «Niño», «San Baudelio de Berlanga» y «El niño y el molino»; a Rafael Alberti con «El niño de la palma. (Chuflillas)». No podemos olvidar la importante presencia de esta figura en los poemas de Antonio Machado, tema magníficamente estudiado en la conferencia pronunciada por la Dra. Vega Martín en las V Jornadas de Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad de Málaga3. Ni debemos omitir las numerosas poesías que Jorge Guillén dedicó en vida a sobrinos, hijos, nietos, biznietos y niños en general. Antonio A. Gómez Yebra, perfecto conocedor de su obra poética y estudioso de este tema concreto en sus versos4, apunta que en una ocasión le confesó personalmente el autor que le hubiera gustado escribir un libro de poemas dedicado expresamente a ellos, pero le había faltado tiempo para hacerlo. Por fortuna, un mes antes de morir, Jorge Guillén pudo ver reunidas en el volumen titulado Niños5 todas las poesías que les había brindado en vida y en las que hablaba de la infancia.

También son reseñables, por numerosas, las referencias que Miguel Hernández dedicó al niño en sus poemas, en especial a sus dos hijos y al recuerdo, entre angustiado y dolorido, de su propia infancia. Nos consta el amor que este poeta sentía por los niños, él mismo nunca dejó de serlo, siempre vivió una infancia interior: tal era su inocencia y candor -cuentan quienes le conocieron-, condiciones que tanto se aproximan al mundo de los más pequeños. Pero advierte, y con razón, Francisco Esteve que Miguel Hernández no confunde niñez con ñoñería, pues los poemas que tienen al niño por tema contienen una fuerte carga social -ésta se aprecia en «Las desiertas abarcas» o en «El niño yuntero»-; una ternura especial -recordemos poemas como «Nanas de la cebolla», «Con dos años, dos flores» o «Niño (1939-1941)»-; o un dolor profundo como el de la poesía dedicada a la muerte de su primer hijo, tras diez meses de vida y luz6. Los niños, su niño, son para el poeta alegría y esperanza, su única razón de vivir, su perpetuación. Sobresale un tema recurrente en estas poesías dedicadas a su hijo, la risa, que es la luz del mundo, lo que le hace libre y le pone alas, lo único que puede ayudarle a conservar el paraíso de su infancia. El niño es la mejor promesa de futuro para este escritor:

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Eres mañana.
Tren con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El universo eres,
que gira esperanzado.



Pero entre los poetas españoles que escribieron en algún momento de su quehacer lírico pensando en ellos, siempre han destacado dos nombres, los de J. R. Jiménez y F. García Lorca. Ambos rememoraron repetidamente su juventud e infancia en sus versos. El primero escribió de forma consciente para niños, al dedicarles algunas poesías de su libro Historias (1909-1912). Estas historias poéticas son tristes, pero muy bellas. Nos referimos a «El niño pobre», «La cojita» y «La carbonerilla quemada». En los dos primeros, lo meramente anecdótico se transfigura en puro lirismo, no así en el último poema, donde el autor se enfrenta a la tragedia   —18→   de la muerte de una niña chiquita, lejos de su madre. En el último verso dice Juan Ramón que mientras «la niña, rosa y negra, moría», «Dios estaba bañándose en su azul de luceros.»

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Il. de Ulises Wensell para «Caballito de mar» en El libro loco de todo un poco, de Gloria Fuertes (Madrid: Escuela Española, 1980, p. 34)

García Lorca, a juicio de Carmen Bravo-Villasante, es el primero de los poetas que captó realmente la esencia de la poesía infantil: «Sus canciones y cancioncillas, saladísimas, desatinadas, tienen el ritmo que le gusta a los niños»7. En Libro de poemas (1921) aparece este personaje, aunque sus poesías tampoco fueron, claramente, destinadas a un público infantil. Digno de resaltar es el poema titulado «Balada de la placeta», donde el poeta, en diálogo con los niños, quiere recuperar su alma infantil:


Y yo me iré muy lejos,
más allá de esas sierras,
más allá de los mares,
cerca de las estrellas,
para pedirle a Cristo
Señor que me devuelva
mi alma antigua de niño,
madura de leyendas,
con el gorro de plumas
y el sable de madera,



pues teme que si deja de ser niño pueda perder su condición de poeta. Estos simbólicos niños del poema son niños inspiradores pues le indican a aquél dónde debe buscar la fuente de su poesía:


Bebe el agua tranquila
de la canción añeja.



En Canciones (1927), los niños cantan, juegan y se unen a la Naturaleza, como esa niña de «Arbolé, arbolé», que desdeña a todos sus pretendientes porque va «con el brazo gris del viento / ceñido por la cintura», o la de «Mi niña se fue a la mar», quien se distrae contando olas y chinas a orillas del Guadalquivir. En «El niño mudo», sirviéndose de recursos surrealistas, el   —19→   personaje busca su voz, no para hablar sino para hacerse con ella un anillo, y en «El niño loco» aparece un pequeño que se obstina en decir lo que ya no puede ser. Una parte de este libro la destina Lorca conscientemente a ellos, al titularla «Canciones para niños». Compuestos en sus primeros años de estancia en la Residencia de Estudiantes, son poemas apropiados para los niños. Aquí, su musa «se viste de corto», como él mismo dice. Aquí, el poeta juega y salta con ingenuidad y recuerda su niñez siempre añorada. Las alusiones a las canciones y juegos infantiles son abundantes. Incorporar el mundo de los más pequeños a su poesía, dice Eutimio Martín8, era para nuestro poeta la mejor manera de seguir siendo niño.

Los siete poemas de «Canciones para niños» se consideran obras maestras de la literatura infantil, pero el protagonismo de esta figura es escaso. Aparecen sólo dos alusiones: a unos niños que contemplan el paisaje que se ha vestido de frío; y al niño caprichoso de «Canción tonta», quien dialoga con su madre porque quiere ser de plata y agua.

Hemos visto cómo algunos de estos poemas estaban destinados al niño, pero la mayoría de ellos no eran propiamente infantiles por presentar sus autores una postura un tanto alejada del niño real y de su universo. Podemos hablar, por tanto, de poesía con niños, pero no para niños. Pese a esta diferenciación, el público infantil en las décadas siguientes leía este tipo de obras, pues no había surgido aún el grueso de creadores de lo que hoy en día se conoce como literatura para niños. El testimonio de Bravo-Villasante, cuando habla de sus propias vivencias, viene a confirmar nuestra opinión: «en aquel tiempo de mi infancia y mi primera juventud» -nos dice- «no se hablaba de poetas para niños, se leía poesía de los grandes poetas, y se asimilaba, porque se amaban aquellos poemas»9. Llega, no obstante, el momento en que una serie de creadores comienza a dedicar, de intención, poesías al niño, de adaptarse a una determinada imagen de la infancia. Ello condicionó, a juicio de Jaime García Padrino, la evolución actual de la poesía infantil. Entre aquellos pioneros debemos recordar el nombre de dos mujeres y mencionar una fecha. Nos referimos a Pura Vázquez con Columpio de luna a sol y a Gloria Fuertes, con sus Canciones para niños, publicaciones ambas de 1952. Este año sería considerado desde entonces el «inicio de Lina búsqueda de nuevos tratamientos   —20→   en la literatura infantil española, en favor de una dignificación del género, sentida entonces necesaria e indispensable»10.

Gloria Fuertes ha escrito, y no aisladamente, para la infancia. Su poesía, de formas versificadas elementales y situaciones simples, puede considerarse como el paso intermedio entre estos escritores consagrados a los que acabamos de aludir y la más reciente producción de literatura infantil. Canciones para niños (Madrid, Escuela Española, 1952), primer libro de poemas infantiles de la escritora madrileña, está compuesto por seis canciones, en la línea de la poesía divertida, con estribillos desatinados, como conviene al género. La presencia del niño en él no es reseñable. Predominará, no obstante, el protagonismo del mundo animal. Sólo hemos encontrado dos alusiones a aquel personaje: «Versos de la madre», una nana que encarece la belleza y carácter travieso del hijo; y «Mariquita», de un relativo interés, pues ya desde estos primeros versos aparece el aleccionamiento religioso propio de aquellos años:


Quien da, quien da,
al cielo se irá.
Quien tiene y no da,
al infierno caerá.



En su segundo poemario, Pirulí (Madrid, Escuela Española, 1955), ya se apunta la importancia que posteriormente tendría el personaje de un niño privilegiado: el Niño Dios, presente en casi todas sus obras posteriores. Sólo sobresale en este libro dedicado a los párvulos el poema titulado «La niña rosa», donde aparece una pequeña con inquietudes intelectuales, pues prefiere leer antes que desempeñar otras tareas propias de su sexo.

El niño sigue estando relegado a un segundo plano en Don Pato y don Pito (Madrid, Escuela Española, 1970), título con el que inicia su autora la singladura de la década de los setenta. Aparecen nanas, el Niño Jesús jugando con angelitos blancos y negros, y el niño anónimo de «El pensamiento», quien con sus lágrimas cálidas, sentidas y auténticas resucita a una flor helada.

En 1973 aparecerán dos obras de poesía infantil. El hada acaramelada (Madrid, Escuela Española, 1973) es la primera de ellas. No desentona del resto de las obras aparecidas en la misma década con respecto al tratamiento

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Il. de Sánchez Muñoz para El dragón tragón, de Gloria Fuertes (Madrid: Escuela Española, 1979)

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del tema que estamos analizando. Sólo podemos aludir al poema «Todo en su sitio», donde su autora advierte que los niños tienen cabida en su universo poético. Destacable es su poesía «Niño Tom», con la que pretende aleccionar a quien n o es lo suficientemente amable con la Naturaleza. Todo el poema es un alegato de civismo y de defensa del mundo natural:


Si vas al campo,
sé bueno.
¡Échate en la hierba,
canta,
estate quieto!
No deshagas las
casas de los insectos.
Si vas al campo,
sé bueno,
niño pequeño.



En los versos de El camellito cojito. Auto de los Reyes Magos (Madrid, Escuela Española, 1973), el segundo de los títulos de aquel año, el único niño que aparece con presencia clara y constante es el Niño Dios. Gloria Fuertes elabora un cancionero donde abundan los villancicos. Nos ofrece en ellos una visión cercana de Jesús. Su belleza es reseñable, pero lo que más destaca, lo más hermoso es la idea que de él se tiene sobre la tierra.

Este personaje tan egregio seguirá presente en El perro que no sabía ladrar. (Cuentos, versos y algo más), aunque también aparecen los niños de «Dialoguillo», ingenuos hasta el delirio; los niños tristes de «Cuando, cuando», donde defiende la alegría como uno de los logros y condiciones indispensables del universo infantil o los niños amigos de la naturaleza de «El músico del jardín». En este libro, el Niño Dios se nos ofrece bajo diferentes advocaciones, pero siempre es muy particular y divertido. Comentamos el poema «¡Niños, pedid la paz al Niño!», porque en él lo anecdótico desaparece al escribir su autora un poema decididamente pacifista. Desde sus versos, pide la sonrisa para el hombre bueno y el temblor para el malvado. Entre exclamativa e interrogante, se pregunta qué les sucede a los hombres, pues en vez de ovejas le   —23→   ofrecen al Niño ojivas, y en lugar de alegres canciones, peligrosos megatones. Tema tan sesudo lo acerca a los niños, con esos juegos de palabras tan del gusto infantil. E introduce el toque contemporáneo con la alusión a dos conocidos dirigentes políticos del momento, aunque sin dejar de lado ciertos vulgarismos gratos al lenguaje de los más pequeños. Tenemos en esta poesía -y no es la única de la literatura infantil española- un ejemplo de que la ausencia de ideología, ya sea social, religiosa o política, no siempre es posible en la literatura destinada a tan jóvenes lectores. Debemos apuntar que el tema de la guerra ha sido muy tratado en la poesía para adultos de Gloria Fuertes. Ella añora la paz que traiga felicidad y alegría porque la guerra es siempre triste. Pero pese a los enfrentamientos bélicos, la autora confía en la humanidad que Dios ha creado, y en especial en los niños. Así, puede contemplarse en «Sólo tres letras. (Canción para la paz)», poesía recogida en un libro de 1986: El pirata mofeta y la jirafa coqueta (Madrid, Escuela Española, 1986). Aquí, el niño es el interlocutor ideal de la escritora:


No hace falta ser sabio,
ni tener bayonetas,
si tú te aprendes bien
sólo estas tres letras,
úsalas de mayor
y habrá paz en la tierra.



Su confianza radica en que, educando a los niños con la poesía, quizás lleguen a ser mejores que los adultos y así pueda lograrse la garantía de un planeta pacífico.

En 1977 publicaría La oca loca (Madrid, Escuela Española, 1977), el libro de menos alusiones al personaje niño de toda su producción. Tan sólo ofrece interés el poema titulado «¿Cómo se dibuja un niño?». Lo primero que nos dice es que para ello hace falta mucho cariño, después realiza su prosopografía y nos describe algunas de sus cualidades, su risa y su inteligencia, y algo curioso:

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debajo del brazo un cuento
por eso está tan contento.



Esta apreciación de la autora nos mueve a comentar que, si bien no es muy frecuente, en sus libros, y en mayor medida conforme avanzan las décadas, sí refleja a niños con dotes cercanas a la poesía. En El libro loco de todo un poco (Madrid, Escuela Española, 1980), formado por cuentos, chistes, poesías y acertijos, aparece un poema titulado «Dialogillo». En él, un niño conversa con un adulto. Aquél empieza a decir que las gafas crecen, que las flores cantan, que los pájaros adornan. La réplica de su lógico interlocutor no se hace esperar:


-Oye, oye, que te has equivocado.
Las flores no cantan,
los pájaros no adornan,
ni las gafas parecen bicicletas
- Pero tú, ¿quién crees que eres?
-¿Yo? El poeta.



En el libro ya aludido El pirata mofeta y la jirafa coqueta aparece un niño, uno de los pocos, que junto a los poetas e inventores de palabras, pregunta algo digno de interés. En una clase que pretende enseñar los diferentes sabores, le dice a su maestra:


-¿Si chupas a un sabio
te sabe a saber?


-¡Uy, qué niño tan listo!
¡Hay que ver!



Y en otra poesía del mismo libro, «El día de la madre, en la escuela», la autora madrileña nos presenta a cuatro niños poetas: Pepito, Pepita, Carlitos y Carmencita. Todos escriben versos de circunstancias en un libro de versos.

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Hasta aquí una rápida ojeada sobre la poesía de Gloria Fuertes, donde el niño no es su tema principal, frente al claro predominio de los animales y, en menor medida, de las plantas. Román López Tamés dice de sus poemas que son mezcla de ternura y redonda simpleza, que están basados en onomatopeyas, en rotura de palabras en rimas caprichosas, en retahílas tradicionales de los juegos y en disparates del sinsentido11. Aunque la autora aluda a los niños, acostumbra a situarlos de forma velada en sus poemas. No siempre son protagonistas de sus versos, tan sólo meras referencias que hemos creído interesante reseñar. Cuando habla de ellos, nos ofrece, eso sí, una imagen positiva: son seres, ante todo, inteligentes, a los que hay que cuidar porque son la única promesa de futuro.

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Il. de Julio Álvarez para Don Pato y don Pito, de Gloria Fuertes (Madrid: Escuela Española, 12ª ed., 1988, p. 15).





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