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Acto segundo

El teatro representa una sala de una posada pobre con varias puertas y ventanas. Es de noche



Escena I

M. LOYZEROLE, EDUARDO.

El criado de M. LOYZEROLE y el POSADERO entran en uno de los cuartos unas maletas y salen inmediatamente.

     M. LOYZEROLE.- ¿Quieres más de mí?... ¿Estás ya contento?

     EDUARDO.- (Va a arrodillarse para besarle la mano.) ¡Padre mío!

     M. LOYZEROLE.- ¿Qué haces, Eduardo?

     EDUARDO.- ¿Con qué podré yo pagaros?...

     M. LOYZEROLE.- Con amarme como yo te amo... He perdido a tu pobre madre, que era mi encanto, mi consuelo... He perdido a tu hermano mayor, objeto de tantas esperanzas; de toda mi familia no me queda sino tú... Tú eres el único lazo que me une a la tierra... ¿Para qué quisiera yo la vida si te perdiera a ti?...

     EDUARDO.- Pero ¿por qué os enternecéis ahora?

     M. LOYZEROLE.- No tengo más afán que verte dichoso...

     EDUARDO.- ¿Cómo pudiera yo dudarlo?

     M. LOYZEROLE.- Y no he querido que pudieras acusarme de que me oponía a tu felicidad... Yo sé cuánto amas a Matilde...

     EDUARDO.- Más que a mi corazón...

     M. LOYZEROLE.- Sé que no puedes vivir sin ella...

     EDUARDO.- Imposible.

     M. LOYZEROLE.- Y no he de sacrificar a un despique de amor propio la dicha de entrambos... En cuanto llegue el marqués... Pero ¿estás seguro de que han de parar aquí?...

     EDUARDO.- No hay duda; Juan me lo dijo y no hay otro paraje donde puedan descansar, no queriendo entrar en ningún pueblo... Esta posada es la más a propósito, por lo mismo que está en el campo, y poco concurrida...

     M. LOYZEROLE.- ¡A qué estado nos han reducido!... ¡Esta es la felicidad que han traído a la Francia!... Los hombres honrados tienen que andar como los forajidos, de noche, por los despoblados...

     EDUARDO.- Y fortuna que la estación es favorable, ¡que si fuera en invierno!... Me parece que suena ruido... (Asomándose a una ventana.) Nada se divisa... ¿Si les habrá sucedido algo?

     M. LOYZEROLE.- No, hijo mío, ¡no querrá Dios!... Nosotros hemos llegado demasiado temprano... Tenías tanta prisa...

     EDUARDO.- Deseaba llegar antes que ellos... ¿No es natural?... ¡Qué sorpresa va a tener Matilde!...

     M. LOYZEROLE.- ¿Y qué va a decir el marqués cuando nos halle aquí?... Diga lo que quiera, ya está hecho... y no me arrepiento.

     EDUARDO.- Ahora sí... (Se asoma otra vez.) ¡Ellos son! (Corre hacia la puerta.)

     M. LOYZEROLE.- Fuera esta mala vergüenza... Se trata de la dicha de un hijo.



Escena II

Dichos, EL MARQUÉS, MATILDE.

     M. LOYZEROLE.- (Saliendo a recibirle con los brazos abiertos.) ¡Amigo mío!...

     MARQUÉS.- ¡Vos aquí!... (Se arroja en ellos.)

     MATILDE.- ¡Eduardo!...

     EDUARDO.- ¿Ves cómo lo cumplí? (Un momento de silencio.)

     MARQUÉS.- Pero ¿qué es esto? ¿Cómo os hallo aquí?

     M. LOYZEROLE.- Esto es ser padre... Como sois padre también, no tengo vergüenza en confesaros mi debilidad...

     MARQUÉS.- Vamos a sentarnos siquiera..., que con el día de calor, y con esta sorpresa ahora...

     MATILDE.- Pues a mí ya se me han olvidado todas las incomodidades del camino...

     M. LOYZEROLE.- Lo creo; me parece que has crecido en tan poco tiempo... ¡Y siempre tan linda!... (Matilde va a sentarse en una extremidad y Eduardo en otra. M. Loyzerole dice al marqués:)

     M. LOYZEROLE.- ¿Os parece bien que se sienten tan separados?

     MARQUÉS.- Yo también me rindo a discreción... Que hagan lo que quieran. (Eduardo coge su silla y va a colocarse al lado de Matilde, hablando entre ellos, mientras sigue el diálogo de los padres.)

     MARQUÉS.- Vamos, contadme siquiera lo que ha sucedido.

     M. LOYZEROLE.- Es muy sencillo: mi hijo supo que ibais a emigrar y que os llevabais a Matilde... No sé si ella se lo escribió o cómo lo supo... Lo vi entrar tan demudado, que temí le costase una enfermedad... Ni acertaba con las palabras... Mas no era difícil comprender lo que deseaba... Hacía tiempo que tenía pensamiento de salir de Francia... Pero ¡cuesta tanto trabajo abandonar uno a su patria!... Lo fui dejando de un día para otro; y tal vez nunca lo hubiera realizado... Mas cuando vi que iba en ello la felicidad y tal vez la vida de mi hijo, no vacilé un solo instante... La idea de quedarme solo con él, aislado de las gentes, y verle siempre triste, reprimiendo a duras penas su dolor por no afligirme..., no pude resignarme a ese continuo torcedor, y antes prefiero todos los trabajos, todos los peligros del mundo...

     MARQUÉS.- Lo comprendo muy bien amigo mío; y aquí donde me veis, vez no hubiera tomado la resolución emigrar, si hubiera sido solo... ¿Qué tenía yo que temer para los pocos años de vida que me quedan?...

     MATILDE.- ¡Padre mío!

     MARQUÉS.- Pero tenía esa hija, que Dios me ha dado, y no quería que viviese en medio de tanta corrupción, de tanta impiedad... ¡Cómo han puesto a nuestra pobre Francia!...

     M. LOYZEROLE.- No hay que hablar de eso, porque se parte el corazón de sólo imaginarlo...

     MARQUÉS.- ¡Una nación tan civilizada, tan culta, proscribir la virtud, el saber, el talento... y estar gobernada por unos monstruos sedientos de sangre!...

     M. LOYZEROLE.- Nuestros nietos no lo creerán... Ni nosotros mismos que lo. estamos sufriendo...

     MARQUÉS.- ¡La tierra de San Luis renegar del Dios de sus padres!... ¡La patria de Duguesclin y de Bayardo arrastrar al patíbulo la flor de la nobleza!...

     M. LOYZEROLE.- Pero ¿quién había de creer?... Yo me equivoqué, lo confieso... Juzgué que había llegado el momento de que mi patria disfrutase de una justa libertad bajo el cetro de aquel buen rey... Nací con esos sentimientos, los llevaba en mi sangre como otros muchos nobles... Fue una ilusión honrosa que pagamos muy cara.

     MARQUÉS.- Todos nos hemos equivocado; y por eso en tiempos tan revueltos es preciso ser muy indulgentes... ¿Quién tiene el derecho de arrojar la primera piedra? Los unos por un extremo y los otros por otro, todos hemos contribuido a que se engrosara el torrente, y después nos ha arrollado a todos... ¡Sólo Dios es capaz de atajarlo!... ¿Qué miráis?

     M. LOYZEROLE.- Reparaba si podía alguien escucharnos.... En estos afortunados tiempos, hasta las paredes oyen...

     MARQUÉS.- ¡Esa es la libertad u hemos alcanzado!... Todo está poblado de espías, de delatores; se proscriben clases enteras y se castiga con la pena de muerte hasta la más leve sospecha...Y luego hablaban de la Inquisición de España y del Tribunal de Venecia... ¡Más sangre han derramado ellos en un año que aquéllos en un siglo!



Escena III

Dichos, JUAN, EL POSADERO y SU MUJER.

     JUAN.- (Al marqués.) No me parece que he tardado...

     MARQUÉS.- No, por cierto...

     JUAN.- Con lo poco que traíamos y lo poco que hemos hallado aquí...

     POSADERA.- No habrá mucho; pero lo que es limpio...

     JUAN.- Como tu cara... ¡Posadero!

     POSADERO.- Ciudadano me llamo...

     JUAN.- Perdona, hombre... ¿Ciudadano qué?

     POSADERO.- Ciudadano Marco Bruto...

     M. LOYZEROLE.- ¡Hola!... ¡Nada menos que eso!...

     POSADERO.- Yo me llamaba Marcos... porque nací el día de San Marcos, cuando había santos...

     M. LOYZEROLE.- Ya...

     POSADERO.- Y luego me añadí lo de Bruto...

     JUAN.- ¡Y qué bien que le sienta!...

     POSADERO.- Porque dicen que fue un gran republicano, que mató a no sé quién...

     M. LOYZEROLE.- ¡Verdad!... (Aparte.) ¡Qué simple!

     JUAN.- Ciudadano Bruto, trae un par de botellas del tinto de Borgoña..., y que no esté bautizado...

     POSADERO.- Ya no se bautiza...

     JUAN.- A las criaturas puede ser; pero lo que hace al vino, aún no ha entrado en la moda republicana...

     MARQUÉS.- Déjate de tonterías. (A Juan.) ¿Está todo listo?

     JUAN.- Ya está...

     MARQUÉS.- (Levantándose.) No sé si es el aire del campo, o el ejercicio, o el vernos todos reunidos, la cierto es que tengo más apetito que hace muchos meses.

     M. LOYZEROLE.- ¿No es verdad que cuando se recobra un antiguo amigo parece como que se quita una losa del corazón?

     MARQUÉS.- Así es... (Se sientan a la mesa.) Tú, Matilde, harás los honores de la mesa, como si fueras el ama de casa; ¡es menester ir aprendiendo!... ¿Por qué te pones tan encendida, muchacha? ¿Y tú también? ¡Qué edad tan dichosa, en que todos los sentimientos se asoman al rostro!... Después, con los años y con la experiencia del mundo...

     M. LOYZEROLE.- Y aun todas las precauciones no bastan...

     MATILDE.- (Al posadero.) ¿Para aquí mucha gente?

     POSADERO.- Poca, y ahora menos.

     M. LOYZEROLE.- ¿Por qué?

     POSADERO.- Porque la gente pobre no está para gastos, y los ricos... harto hacen en esconderse en sus huroneras... para no pagar todo el mal que han hecho...

     JUAN.- (Aparte.) Me están dando unas tentaciones de dar un puntapié al ciudadano Marco Bruto..., allá..., hacia el remate de la quilla, donde principia la cámara de popa...

     MARQUÉS.- Juan... ¿Qué estás ahí gruñendo?

     JUAN.- Estoy repasando una cuenta...

     MARQUÉS.- ¿No quieres que probemos ese vino? (Lo sirve Juan.)

     M. LOYZEROLE.- Yo desearía echar un brindis..., si lo permitís...

     MARQUÉS.- ¿Por qué no?

     M. LOYZEROLE.- ¡A la felicidad de entrambos!...

     MARQUÉS.- ¡A su felicidad!... (Beben los dos.)

     MATILDE.- (A Eduardo.) Me parece que estoy soñando...

     EDUARDO.- ¡Es tan grande mi dicha, que me pesa en el alma!...

     M. LOYZEROLE.- ¿A qué vienen ahora esas lágrimas?

     EDUARDO.- Son de placer, de ternura... ¡No las trocaría yo por todos los tesoros del mundo!...

     MARQUÉS.- ¡Dios os haga tan dichosos, hijos míos, como merecéis serlo!...

     M. LOYZEROLE.- ¿También vos?... Entre todos, yo solo tengo juicio..., y eso... con sus trabajos... (Levantándose Juan, el posadero y su mujer retiran la mesa y se van.)



Escena IV

MARQUÉS, MATILDE, M. LOYZEROLE, EDUARDO.

     MARQUÉS.- Al clarear el día es menester ponernos en camino...

     M. LOYZEROLE.- A la hora que gustéis...

     MARQUÉS.- Mañana no me harás, como siempre, la perezosa...

     MATILDE.- A buen seguro..., he de ser la primera...

     EDUARDO.- ¿A que no?

     MATILDE.- Allá lo veremos.

     MARQUÉS.- Por fortuna, todo este camino está muy solo... Lo andaremos poco a poco y luego haremos noche en el monasterio de la Cartuja...

     M. LOYZEROLE.- ¿No es ése el que han incendiado hace poco?

     MARQUÉS.- Así es; pero no ha de estar tan destruido que no haya algún paraje donde acogerse; al fin y al cabo se trata de pocas horas, y en una estación tan hermosa...

     M. LOYZEROLE.- Como queráis.

     MARQUÉS.- El pueblo más cercano dista algunas leguas... ¿Y cómo hemos de exponernos?

     M. LOYZEROLE.- Nada menos...

     MARQUÉS.- Vamos ahora a descansar un rato para tener fuerzas mañana...¡Juan!...



Escena V

Dichos, JUAN.

     JUAN.- (Saca una luz en la mano.) Aquel es el aposento...

     MARQUÉS.- Felices noches.

     M. LOYZEROLE.- Muy felices.

     MATILDE.- (A M. Loyzerole.) ¿No queréis que os bese la mano?...

     M. LOYZEROLE.- Con mil amores, hija mía...

     MATILDE.- (Haciendo una cortesía muy grave a Eduardo.) Muy buenas noches, caballero...

     EDUARDO.- Ya veremos quién gana apuesta mañana.



Escena VI

POSADERO y su MUJER.

     POSADERO.- ¿No has oído?... Le llamó caballero. El diablo me lleve sí...

     POSADERA.- Pero ¿por qué tienes as sospechas?

     POSADERO.- A cien leguas olfateo yo un aristócrata... Y eso que me tienen por tonto. (Con misterio.) ¿No reparas. te los cumplidos que se hacían..., y que nunca se tuteaban..., y que tenían las manos muy blancas?... Si no son aristócratas, que me los claven en la fren. te... ¡Lo menos algún príncipe de la sangre o algún par de Francia!

     POSADERA.- ¡Majadero!...

     POSADERO.- ¡Pues la tal niña!... ¡Si fuera la Delfina y la tuviéramos en casa!...

     POSADERA.- ¡Estás borracho, hombre!...

     POSADERO.- Como de esas cosas suceden en el mundo..., y luego se dice: «¡Quién pensara!...»



Escena VII

Dichos, JUAN.

     JUAN.- Ponme unos cuantos panes y otras dos botellas de ese mal cristiano... Envuelve en una servilleta ese trozo de vaca fiambre, a que nadie ha tocado..., y un poco de fruta... Cualquier postre para quitar el gusto de la boca...

     POSADERO.- ¿Para cuántos?

     JUAN.- ¿No lo has visto?... Para los mismos que han cenado..., antes que rompa el día me llamarás a mí...

     POSADERO.- Bien está...

     JUAN.- Para que podamos salir entre dos albas...

     POSADERO.- Bien...

     JUAN.- ¿Cuántas leguas hay de aquí al monasterio quemado?

     POSADERO.- Podrá haber..., según y conforme... Si se va por los montes se ahorra una legua...; pero si se va por el camino, hay una legua más...

     JUAN.- Quedamos enterados. ¿Dónde está mi camarote?

     PASADERO.- El último, a mano derecha al final de aquel corredor.

     JUAN.- ¡Si la ciudadana Marca Bruta quisiera acompañarme!...

     POSADERO.- No; yo iré, que es mejor... ¿Habrase visto viejo más marrullero? (Se van todos por el lado opuesto a los aposentos donde han entrado 1os amos; queda el teatro a oscuras y se ve subir un hombre con sigilo por una ventana.)



Escena VIII

POSADERO, SU MUJER, AGENTE DE POLICÍA.

     POSADERO.- (Al salir.) ¿Quién está ahí?

     AGENTE.- (Apuntándole con una pistola.) Si respiras, mueres... (Se acerca le enseña una faja tricolor.)

     POSADERO.- ¡Ah!... (El agente de Policía se acerca a la ventana, por donde entra otro compañero.)

     AGENTE.- Abre la puerta principal, sin que lo sienta la tierra!... (Vase el posadero y el otro hombre.)



Escena IX

AGENTE DE POLICÍA, POSADERA.

     AGENTE.- ¿Qué gente hay hospedada aquí?

     POSADERA.- Un hombre de cierta edad con un joven, y un viejo con su hija...

     AGENTE.- ¿Nadie más?

     POSADERA.- Nadie.

     AGENTE.- ¿Vinieron juntos?

     POSADERA.- Separados.

     AGENTE.- ¿Dónde duermen?

     POSADERA.- En esos cuartos.



Escena X

Dichos. ROBERTO, EL POSADERO y otros dos HOMBRES.

     AGENTE.- Ellos son... Ahí están.

     ROBERTO.- ¿A qué hora llegaron?

     POSADERO.- Poco después de anochecido.

     ROBERTO.- ¿A qué hora tienen intención de salir?

     POSADERO.- Apenas amanezca.

     ROBERTO.- ¿Han dicho qué camino piensan llevar?

     POSADERO.- No lo sé; pero por algunos cabos sueltos que he cogido al vuelo, apostaría que van hacia el monasterio quemado...

     ROBERTO.- ¡Hacia el monasterio quemado!... (Aparte.) ¿Qué irán a hacer allí? ¿Si irán a reunirse con otros conspiradores? Aquel sitio está desierto... Metido entre breñas... ¡Quién sabe!... Estos ya están seguros; y tal vez... (Al agente de policía y al otro que entró por la ventana.) Quedaos aquí ocultos... y seguidlos sin perderlos de vista. (Al posadero y a su mujer.) ¡Una palabra os cuesta la vida!... (A los que le acompañan.) Vamos. (Sale seguido de dichos dos hombres y alumbrándole el posadero y su mujer.)

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