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Amor de padre

Drama histórico

Francisco Martínez de la Rosa




ArribaAbajoAdvertencia

Esta es la única de mis composiciones dramáticas que hasta ahora no se haya sometido al juicio del público ni representada, ni impresa. Hacía largo tiempo que, a causa de graves ocupaciones y cuidados tenía abandonado el cultivo de este campo de la amena literatura, cuando en el año de 1849, hallándome en Nápoles con un grave cargo, se me ocurrió emprender la composición de este drama, como por vía de distracción y pasatiempo.

Tal vez el apacible clima y el hermosísimo cielo contribuyeron a despertar en mi ánimo el amortiguado gusto a la poesía; pero de seguro contribuyó a ello la circunstancia de hallarme hospedado en casa de mi amigo el duque de Rivas, embajador de S. M. C. en la corte de las Dos Sicilias. Sabido es su afición a la poesía y al teatro, que con tanto éxito ha cultivado; y apenas le insinué mi pensamiento, lo juzgó en tales términos y me estimuló de tal suerte, que al cabo puse manos a la obra.

Es de advertir que el argumento de este drama rodaba en mi cabeza, si así puede decirse, desde que leí la historia de la Revolución francesa, si bien había olvidado hasta el nombre del principal personaje. Un padre que toma el nombre de su hijo para salir por él al cadalso, y la situación de éste, al enterarse de semejante sacrificio, me parece que es una de las situaciones capaces de despertar con más fuerza en el ánimo de los espectadores el terror y la compasión, sentimientos tan propios de esta clase de composiciones.

Con este propósito, y con objeto de darle todavía colorido más fuerte, me pareció conveniente encerrar este sangriento episodio en un gran cuadro, que representase la situación de la Francia en aquella época, sin ejemplo en la historia.

El punto culminante me pareció ser el día en que cayó Robespierre y su partido, pues desde entonces puede decirse que con más o menos rapidez comenzó a descender la revolución.

Aquel momento ofrecía también una singular ventaja, pues es imposible, aun poniéndose a imaginarlo de propósito, ofrecer un cuadro tan variado, tan lleno de alternativas y de peripecias como el que presentó, en el término de veinticuatro horas, la capital de la República francesa.

Una vez concebido el plan, procuré, en cuanto estuvo a mi alcance, ofrecer con fidelidad el retrato de los varios partidos en que estaba dividida aquella malhadada nación.

En el desarrollo del argumento mis conatos se encaminaron a que creciese, en cuanto me fuese dable, el interés del drama, dividiéndole en los actos que parecían reclamarlo, y presentaba cada uno de ellos un cuadro distinto.

Nada diré del estilo ni del lenguaje; sólo sí que cada día me afirmo más en el concepto de que debe procurarse huir de toda afectación y afanarse por alcanzar la mayor sencillez.

Terminado el drama, se leyó delante de algunos españoles, que a la sazón residían en la corte de las Dos Sicilias, y alentado con el efecto que produjo, se decidió el autor a que se representase en España, poco después de volver a su patria.

Brindábase a ello la circunstancia de haberse planteado el pensamiento de restaurar el teatro español, que tanto lo había menester, y que con tantas veras reclamaba la solícita protección del Gobierno.

Desconfiando de su propio voto, y tal vez no reputando bastante imparcial el de sus particulares amigos, reunió el autor a algunos de ellos con otros literatos que a esta circunstancia allegaban la de ser autores dramáticos de merecida reputación.

Su opinión se mostró sumamente favorable al drama, y alentado con un voto de tanto peso, decidiose el autor a que se representase.

Mas antes de que se verificase, vino a tierra el plan de reforma del teatro y se deshizo la comenzada obra, de cuyos resultados el secretario de la Junta Gubernativa, creada al efecto, devolvió al autor el original de su obra, manifestándole el motivo de semejante determinación.

La situación en que desde aquella época ha quedado el teatro es tan notoria como lamentable; siendo tanto más de sentir cuanto que abundan autores de gran mérito que pudieran levantar nuestra escena a una altura desconocida desde los tiempos de Felipe IV.

Devuelto el manuscrito de este drama, ha dormido con otros durante algunos años, y quizá no hubiera salido a luz, a no ser por la circunstancia de haber decidido el autor publicar la colección completa de sus obras dramáticas. Una vez formado este propósito, era natural que le ocurriese el deseo de no dejar sepultada en el olvido una composición que tan extraña suerte había corrido y que presentaba más de un título en su abono.

Tal como se escribió entonces se da a la prensa ahora, sin haber hecho en el drama ni la más leve alteración; al público imparcial toca el calificarle.



Personas
 

 
EL MARQUÉS DE MONTFLEURY,    capitán de navío retirado.
MATILDE,   su hija.
M. DE LOYZEROLE.
EDUARDO,    su hijo.
JUAN,   criado antiguo del marqués.
ROSALÍA,   aya de Matilde.
JULIETA,   sobrina de Rosalía.
ROBERTO,   comisario de la República.
PRIOR DE LA CARTUJA.
UN NOVICIO.
UN POSADERO.
SU MUJER.
CAPITÁN DE BANDOLEROS.
DOS BANDIDOS.
ALCAIDE DE LA CÁRCEL.
SU HIJO.
COMISARIO DEL TRIBUNAL REVOLUCIONARIO.
AGENTE DE POLICÍA.
COMANDANTE GENERAL HENRIOT.
HOMBRE DEL PUEBLO 1.º PRESO 1.º
HOMBRE DEL PUEBLO 2.º PRESO 2.º
HOMBRE DEL PUEBLO 3.º PRESO 3.º
MUJER DEL PUEBLO 1.ª PRESA 1.ª
MUJER DEL PUEBLO 2.ª PRESA 2.ª
MUJER DEL PUEBLO 3.ª PRESA 3.ª
PRESOS, GENTE DEL PUEBLO Y GENDARMES.

La escena en Francia, en el mes de julio de 179...






ArribaAbajoActo primero

 

El teatro representa una sala pequeña de una casa de campo, adornada con muebles antiguos. Una puerta en medio que da al campo, y otras que conducen al interior de la casa. Hay colgado un retrato del marqués y otro que se supone de en mujer; un tocador. Es de noche.

 

Escena I

 

MATILDE, ROSALÍA. MATILDE vistiéndose de aldeana.

 

ROSALÍA.-  Vamos, hija mía; es menester que tengas más ánimo... Hazte juicio de que te estás disfrazando para un baile de trajes... Así como así, te sienta mejor que el que estrenaste ahora tres años... ¿No dices nada?

MATILDE.-  ¿Y qué quieres que diga, si me está ahogando la pena que tengo aquí en mi corazón?

ROSALÍA.-  Llora, hija, desahógate; pero cuidado, que si vuelve tu padre vas a afligirle más; ¡y hartas penas tiene el infeliz!

MATILDE.-  Ya lo sé, y por eso es mayor mi tormento. Tener que parecer tranquila cuando se me está despedazando el alma; animar a mi padre, consolarle, sostenerle en su resolución cuando dejo aquí tantos recuerdos, tantas esperanzas... ¡Sería menester ser de piedra para no sentirlo...!

ROSALÍA.-  Nadie lo conoce mejor que yo... Tú sabes el cariño que te tengo desde que tu madre, que esté en gloria, te dejó aún muy niña en mis brazos... Deja que te estreche en ellos, siquiera en memoria de aquella santa señora, que está mirando desde el cielo.  (La abraza.) 

MATILDE.-  En esta casa he nacido, aquí me he criado, aquí recibí la bendición de mi madre pocas horas antes de morir... ¿Cómo he de alejarme de estos sitios sin tener siquiera la esperanza de volverlos a ver en mi vida?...

ROSALÍA.-  ¡Pues no faltaba más! ¿Crees que va a durar siempre este infierno en que han convertido a la Francia?... No, hija mía; Dios tendrá piedad de nosotros; los malvados llevarán su merecido y volverán los buenos... Sí, volverán, mal que le pese al diablo... Lo que importa ahora es salvarse de la tormenta poniendo tierra de por medio...

MATILDE.-  ¡Ay!...

ROSALÍA.-  ¿A qué viene ahora ese suspiro? ¿Por qué bajas los ojos y te pones encarnada? ¿Te parece que yo no lo adivino?... Que lo sientas, es muy natural...

MATILDE.-  Me he criado con él cual si fuese mi hermano; le veía todos los días, a todas horas, a cada momento; no sabía estar sin él, ni él sin mí; nuestros juegos eran unos mismos, unos nuestros pensamientos, nuestros deseos... Y cuando estaba próximo el instante de nuestra felicidad, cuando iba a unirme por toda la vida al único hombre que he amado, al único que, amaré en el mundo..., entra la discordia en las familias, crece la enemistad entre nuestros padres y hasta nos prohíben hablamos, vernos...

ROSALÍA.-  ¡Maldita sea la revolución y quien la trajo, amén!... Por su culpa están las familias desunidas, reñidos los hermanos, enemistados los padres con los hijos... ¡Hasta mi pobre Matilde es víctima de ella....!

MATILDE.-  Mientras vivíamos cerca alimentaba la esperanza de que un día se reconciliasen nuestros padres; han sido íntimos amigos, se aprecian en el fondo de su corazón y sólo estos malditos partidos han podido dividirlos así... Pero en yéndonos de aquí, en hallandome en tierra extranjera, sin saber siquiera si vive Eduardo, si me ha olvidado, si aún me ama... ¡Mejor quiero morir mil veces que vivir en esta incertidumbre!...

ROSALÍA.-  Parece que te complaces en atormentarte... Nunca son tan grandes los males como nos los nuestra imaginación...

MATILDE.-  ¿Y qué remedio cabe, nos vamos a apartar para siempre?... Yo no he querido irme sin decirselo... Temía que me culpase, que atribuyese a otra causa mi silencio; pero carta que le he escrito no llegará a sus manos, sino veinticuatro horas después partida... Ya no tendrá remedio... ¿Crees tú que lo sentirá mucho?

ROSALÍA.-  ¿Pues no lo ha de sentir si el señorito Eduardo es un ángel y os quiere más que a las niñas de sus ojos?... ¡Buena pesadumbre le aguarda cuando llegue a saberlo!...

MATILDE.-  Ya he encargado el a Juan lo que tiene que hacer...

ROSALÍA.-  ¿Juan ha llevado la carta?... Pues ya se echó todo a perder.

MATILDE.-  No lo creas; yo no sé, por qué siempre estás de riña con ese viejo honrado...

ROSALÍA.-  Porque es muy hablador y porque en todo se mete; y porque a trueque de no oírle contar sus viajes a América y sus combates con los ingleses me iría yo...



Escena II

 

Dichos. JUAN, abriendo con tiento la puerta de afuera.

 

JUAN.-   Gracias, señora Rosalía; con una compañera de tantos años tengo bien guardadas las espaldas... Se conoce que es el cumplido de despedida...

ROSALÍA.-  Yo no le quiero mal; pero con ese maldito genio...

MATILDE.-  Dejaos de tonterías...  (A ROSALÍA.)  Ve y acaba de arreglar las cosas...  (A JUAN.)  ¿Has hecho bien lo que te encargué?...

JUAN.-  ¡Toma, si lo he hecho bien! Y no hay miedo que no reciba la carta...

MATILDE.-  ¿Cómo?

JUAN.-  Si se la he entregado en manos...

MATILDE.-  ¿Qué has hecho, Juan? ¡Me has perdido!...

JUAN.-  Pero ¿por qué?... Yo hecho lo que usted me mandó: llegué a la casa de campo, pregunté por su ayuda de cámara... No está... Por el otro criado... Tampoco... A ninguna mujer no le quise entregar la carta, ¡porque todas son tan habladoras!... Bajé a la cuadra y me puse a hablar con el que cuida los caballos... En esto vuelvo la cara y oigo el trote de uno que llega... Dicho y hecho: era el señorito Eduardo que venía por la veredita de la derecha... Apostaría que había estado en aquel altozano desde donde se descubre esta casa... Así que me vio se inmutó... Yo no le di la carta, no, señora; él me la tomó... Clavó los ojos en ella... La leyó para sí dos o tres veces...

MATILDE.-  ¿Y qué te dijo?

JUAN.-  Es menester que yo la vea...

MATILDE.-  ¿A quién?

JUAN.-  Yo no sé... No repetía más que eso... A mí me pareció que estaba loco... Tenía los ojos tan desencajados que me daba compasión el verle... Luego me hizo mil preguntas... Tan sin atadero... Ni aguardaba siquiera mis respuestas... «¿Adónde van? ¿Qué camino llevan? ¿Qué camino llevan? ¿Cuándo podré reunirme con ellos?...» Yo no sé cuántas cosas más...

MATILDE.-  ¿Y tú qué respondiste?

JUAN.-  ¿Qué le había le responder?... Todo cuanto sabía...

ROSALÍA.-   (Acercándose.)  ¿Ve usted, señorita, si tenía yo razón?...

MATILDE.-  ¡No sabes, Juan, el daño que me has hecho!...

JUAN.-  ¿Y por qué?

MATILDE.-  ¡Qué va a ser del infeliz y que va a ser de esta desventurada!...

JUAN.-  No hay que afligirse, señorita...

MATILDE.-  ¿Cómo quieres que no me aflija, sí tengo un puñal en el corazón?... Yo no quería que lo supiese hasta después de haberme alejado...

JUAN.-  Pues, según le dejé, es capaz de haberme seguido...

MATILDE.-  ¡Qué dices!...  (Sobresaltada.)  Mira cómo tiemblo de sólo imaginarlo...

JUAN.-  ¿Y qué mal habría en eso?... Hablarse unos momentos, despedirse, quedar en el modo de cartearse durante la ausencia, de reunirse tal vez... ¿Qué hay en eso de malo?... El uno ha nacido para el otro; y lo que está de Dios ha de ser, más tarde o más temprano.

ROSALÍA.-   (Acudiendo hacia los otros.)  Me parece que oigo ruido en la puerta...

MATILDE.-  ¿Quién puede ser a estas horas?

JUAN.-  ¡Yo lo veré!... El contramaestre Juan no le ha visto nunca la cara al miedo...  (Acercándose a la puerta de afuera.)  ¿Quién está ahí?... ¿Que abra? ¡Pues no es mala la pretensión! Más alto, que se conozca la voz... Ahora, sí... Señorita...  (Haciéndole una seña.) 

MATILDE.-  ¿Qué vas a hacer?

JUAN.-  Si no le abro es capaz de echar la puerta abajo...



Escena III

 

Dichos, EDUARDO.

 
 

MATILDE se arroja sobre una silla en la mayor aflicción; EDUARDO corre hacia ella y le habla con vehemencia; JUAN y ROSALÍA Se apartan hacia el fondo de la escena, entrando y saliendo de cuando en cuando, como para hacer los preparativos de viaje.

 

EDUARDO.-  ¡Matilde mía!... ¿Por qué tiemblas así?... ¿No respondes?... Tienes la mano helada... Una palabra, una sola siquiera...

MATILDE.-  Deja, déjame, por Dios, Eduardo...

EDUARDO.-  ¡Que te deje!... ¿Y es así como me recibes cuando traigo traspasada el alma?... Yo estaba triste... Afligido más que otros días... No parece sino que el corazón me anunciaba alguna desgracia... Vine cerca de tu casa por ver si te divisaba de lejos... Y ni aun tuve ese consuelo... Al volver recibo tu carta... Y al leerla me quedé muerto. La sangre se me heló en las venas... Mas no perdí un instante, corrí a buscar a mi padre y por desgracia no lo hallé... Entonces volé sin saber yo mismo lo que me hacía, y a los pocos momentos me hallé a la puerta de tu casa... Ya estoy a tu lado, Matilde; ¿quién en el mundo podrá separarnos?

MATILDE.-  ¡Eduardo!...

EDUARDO.-  ¿Por qué me miras así?¿Imaginas acaso que estoy loco?... Lo estoy sí; te lo juro; ¡primero que nos separen me arrancarán la vida...

MATILDE.-  ¡Cálmate, Eduardo mío! Si viniera mi padre... Si te encontrara aquí... Yo me caía muerta de vergüenza.

EDUARDO.-  ¿Y por qué? ¿No vas a ser mi esposa? ¿No lo ofreció él mismo? ¿No tiene que suceder, aunque se oponga el cielo y la tierra?

MATILDE.-  Me da pena, Eduardo... Me da pena de verte así...

EDUARDO.-  Yo me tranquilizaré... Pero escúchame... No me hagas reflexiones... Todas las he hecho yo... Y he tomado mi resolución... Oye... En cuanto vuelva me arrojo a los pies de mi padre...

MATILDE.-  ¿Para qué?

EDUARDO.-  Oye; yo te lo ruego... Mi padre me ama con la mayor ternura; no tiene más hijo que yo, y todo su cariño se ha reconcentrado en mí... Sabe que yo te adoro, que no puedo vivir sin ti, que tu separación me cuesta la vida... No lo dudes, accederá a mis deseos, dejará también esta tierra desventurada y os seguiremos donde quiera...

MATILDE.-  ¡Qué ilusión, Eduardo! Tu pasión te pone una venda en los ojos ¿Cómo lo imaginas posible?

EDUARDO.-  ¿Y por qué no? Mi padre ha pensado ya más de una vez alejarse de la Francia, donde es imposible vivir mientras la tiranizan esos malvados... Mis ruegos, mis instancias acabarán de decidirle... Nuestro enlace ha sido el pensamiento, el anhelo, el afán de toda su vida... Nuestra felicidad iba a ser su felicidad, nuestra dicha es su dicha... ¿No recuerdas, Matilde, que alguna vez llegó a darte el dulce nombre de hija?

MATILDE.-  Y esos recuerdos son los que me hacen más infeliz...

EDUARDO.-  ¿Y pudieras renunciar a esperanza?... No, amor mío; no pueda más que ese recurso, y es menester tentarlo... Si consigo que mi padre condescienda en ello no tengo duda de que el tuyo dará su consentimiento... A pesar de sus preocupaciones tiene un corazón excelente, te ama con delirio y no querrá hacerte desdichada por toda la vida.

MATILDE.-  Tus palabras me sirven de consuelo..., pero..., ¡tengo tan pocas esperanzas!...

EDUARDO.-  ¡Así, Matilde, así!... Estrecha mi mano... ¿Cómo quieres que renuncie a esta felicidad?... Ser tu esposo, llamarte mía, vivir para ti...,Sólo para ti... Yo no tengo ambición, y desprecio el mundo... ¡Le veo tan pequeño, tan miserable!... Tú, tú sola tú serás mi ocupación, mi dicha... No pensaré sino en ti, no me separaré de ti en tus brazos me hallará la muerte...

MATILDE.-  Eduardo mío, tus palabras me hacen mal... Y no sé por qué... ¡He padecido tanto, que hasta la imagen de la felicidad me oprime el corazón! ¡Mentira me parece que hemos de ser dichosos!...  (Volviendo la cara con sorpresa.)  Creí que sonaba ruido... ¡Si viniera mi padre!... Vete, Eduardo, vete; yo te lo ruego... Estoy tan sobresaltada, tan fuera de mí, que me lo van a cono.:», cer en la cara...

EDUARDO.-  Tienes razón... ¡Pero me cuesta tanto trabajo apartarme de eso que va a ser por poco tiempo...

MATILDE.-  ¡Por poco tiempo!...

EDUARDO.-  Sí, yo te lo ofrezco... ¿No tienes confianza en mí?

MATILDE.-  Sí Eduardo; ¡pero somos tan infelices!... ¡Vamos a correr tanto riesgos!...

EDUARDO.-  No te aflijas, Matilde, mía; ¿cómo quieres que te deje así?

MATILDE.-  Ya no lloro... ¿Lo ves?.. Estoy más serena... Pero vete, Eduardo... Mira que si vienen me muero.

EDUARDO.-    (Besándole la mano)  Adiós, ángel mío...

MATILDE.-  ¡Adiós!

EDUARDO.-    (Al salir.)  ¡Quién en el mundo más dichoso que yo!...

MATILDE.-  Ve, Juan, y cuida de que no le vea nadie... No te apartes de mí, Rosalía... Apenas puedo tenerme en pie...



Escena IV

 

MATILDE y ROSALÍA.

 

ROSALÍA.-  ¿Quién ha acertado, señorita? Estaba yo segura y le conozco como si le hubiera parido... Desde que era así, tamañito, descubría tan buen natural y era ya tan guapo... ¡Qué distraía estás, hija mía!... No atiendes a lo que te digo...

MATILDE.-  Si le viese alguien... Si al salir le hallase mi padre...

ROSALÍA.-  Siempre te pones en lo peor... ¿Para qué necesitas más enemigo que tú?... Parece que lo haces adrede.

MATILDE.-  No falta más sino que me riñas.... cuando me ves en el estado que estoy...

ROSALÍA.-  Es riña de cariño por lo mucho que me duele el verte padecer... ¿Te parece que todos no Padecemos aquí, en nuestros adentros?... Yo voy a separarme de ti por la primera vez... Y ya ves cómo estoy... Serena... Esta lagrimilla es que tengo malos los ojos...  (MATILDE se le acerca con muestras de cariño.)  Nada de ternezas ahora... Lo que es menester es despachar pronto... ¡Julieta!... ¡Julieta!... ¿Dónde se habrá metido esta sobrina?...



Escena V

 

Dichos. JULIETA.

 

JULIETA.-   Estaba allá adentro...

ROSALÍA.-  Recoge todo eso y mételo en el escondite... Ya sabes... Ahora es menester vivir muy alerta, y más en yéndose los señores... ¡Hay tanto bribón por el mundo!...

MATILDE.-  ¿Y quién nos ha de querer mal a nosotros?... Mí padre no ha hecho más que beneficios a todas estas gentes...

ROSALÍA.-  Pues por lo mismo, hija mía; se conoce que no has visto el mundo sino por un agujero, como suele decirse... En tiempos revueltos salen de debajo de la tierra los ingratos como los gusarapillos después de una tormenta... Sin ir más lejos... ¿No estás viendo lo que pasa con Roberto? Su padre y su abuelo fueron colonos de la casa... Tu padre los ha librado de mil apuros; a ese mismo Roberto lo sacó de pila y le costeó los estudios... ¿Y cómo le paga ahora?... No hay jacobinazo más perro en toda la comarca; desde que le han hecho comisario de aquellos diablos no se le puede sufrir... ¡Qué facha tiene con aquel gorro! ¡Qué miradas tan atravesadas!... Todo él es envidia y ponzoña; cuando ve la hacienda de un rico parece que dice en sus adentros: «Ya que no es mía, hemos de arrancarla.» ¡Dios nos libre!

 

(JULIETA se va con los trajes que se ha quitado MATILDE.)

 


Escena VI

 

MATILDE, ROSALÍA y JUAN.

 

JUAN.-  Ya se fue sin ningún accidente; y hasta salí a su lado, para que Otelo no le ladrase.

MATILDE.-  ¿Crees que le podrá suceder algo?...

JUAN.-  ¿Qué ha de sucederle?

MATILDE.-  Desde que andan las cosas así está una siempre tan asustada que parece como que falta la respiración...



Escena VII

 

Dichos. JULIETA.

 

JULIETA.-  Al portón de la huerta están llamando... Quizá sea el señor, que habrá preferido aquel camino por ser más excusado.

MATILDE.-  Ve, Juan, no te detengas.

JUAN.-  Allá voy, y por si van mal dadas llevo a babor y a estribor este par de esmeriles.  (Enseñando las pistolas.) 



Escena VIII

 

Dichos, menos JUAN.

 

ROSALÍA.-  Siempre con sus guapezas... Bueno era él para quedarse en esta casa, que parece un palacio encantado, sin más que esta muchacha y el hortelano... Pero yo no tengo miedo...¿Qué le han de hacer a esta pobre vieja?... ¿Qué rezas tú entre dientes?...

JULIETA.-  Yo, nada... Pero, la verdad, desde que cuentan cosas tan terribles... No hay noche que no sueñe con ellas.

JUAN.-   (Desde afuera al MARQUÉS.) Ninguna novedad ha ocurrido.

 

(Entran JUAN y el MARQUÉS; salen ROSALÍA y su sobrina.)

 


Escena IX

 

MATILDE, el MARQUÉS, JUAN.

 

MARQUÉS.-   (A JUAN.)  Ve a ponerlo todo corriente... Ya es la hora y no hay que perder tiempo.  (Sale JUAN.) 



Escena X

 

MARQUÉS, MATILDE.

 

MARQUÉS.-  Hija mía, ¡qué linda estás con ese traje!...

MATILDE.-  ¿Os parezco bien?

MARQUÉS.-  Más hermosa que nunca.  (Acercándose a ella.)  Pero me parece, que tienes los ojos llorosos...

MATILDE.-  Es aprensión, padre mío; ¿por qué había de llorar?...

MARQUÉS.-  Me pareció... Y nada tendría de extraño... Tú no has vivido aún lo bastante para que a fuerza de desengaños te se endurezca el corazón... Pero hablemos de otra cosa... Todo está ¿no es verdad?

MATILDE.-  Sí, señor; y ya estaba yo inquieta al ver que tardabais más de lo acostumbrado...

MARQUÉS.-  Lo he hecho adrede; me he detenido más en el pueblo para que viendome ahí hasta entrada la noche no sospechasen mi próxima partida... En estes tiempos de libertad tiene uno que guardarse hasta de su sombra... Y en habiendo cometido el crimen de nacer noble y rico... ¡Oh! Entonces... No hay más que dos caminos: el de la emigración o el de la guillotina... No te aflijas, hija mía, que ya he tomado mi partido y Dios nos sacará de todo con bien ¡Juan!...



Escena XI

 

Dichos, JUAN.

 

JUAN.-  ¡Señor!... Aquí está esto, me parece os ha de venir de molde (Le da una levita.) 

MARQUÉS.-  Ya todo me es igual er, mundo... Lo mismo andaré con sayo que con mi uniforme de marino...

MATILDE.-  Yo os lo pondré, papá...

JUAN.-  Qué tiempos aquéllos, señor!... El diablo no andaba suelto como anda ahora.

MARQUÉS.-   (Acercándose a una puerta.)  ¡Rosalía!... ¡Julieta!...



Escena XII

 

Dichos, ROSALÍA, JULIETA.

 

MATILDE.-  ¿No queréis despediros de mí?... Un abrazo y muy apretado... Un abrazo cada una. ¡Tú eres la que lloras ahora y antes me reñías a mí!... De todos los de casa yo soy la que tengo más valor... ¿No hago bien, padre mío?

MARQUÉS.-  Sí, Matilde, y no sabes consuelo que me das con verte así tan animada...  (A ROSALÍA.)  Cuidado con todo lo dicho...

ROSALÍA.-  Ya estoy...

MARQUÉS.-  No hacer ninguna novedad en casa... Enviar al mercado todos los días... Al hortelano que tenga e dado con lar, puertas... Y si alguien preguntase por mí, que estoy indispuesto... Que me hallo recogido... Así... ¿Estás?

ROSALÍA.-  Ya...

MARQUÉS.-  El caso es que no puedan sospechar mi partida hasta que ya estemos distantes...

ROSALÍA.-  Bien...

MARQUÉS.-   (Alargándole la mano)  Adiós, buena mujer... ¡Dios querrá que llegue el tiempo en que pueda pagar tanta lealtad y tanto cariño!...

ROSALÍA.-  Lo que es menester es que Dios os lleve con bien... Que por mi parte estoy ya pagada...

MATILDE.-   (Abrazándola.)  ¡Rosalía!...

ROSALÍA.-  ¡Hija!...

MATILDE.-  Ven también, ven tú...

JULIETA.-  ¡Señorita!...

MATILDE.-  No me llames así... ¿No te has criado conmigo cual si fueses mi hermana?...

JUAN.-  ¡Mi capitán! Si no pone usía orden en esta tripulación, quedamos aquí encallados y nos vamos todos a pique.

MARQUÉS.-  Tienes razón... Vamos, hija mía...  (A JUAN.)  Ve tú guiando y saldremos por la huerta, que es mucho mejor...

JUAN.-  Yo voy delante, a la descubierta, como buen militar...

MATILDE.-   (Se vuelve, abraza otra vez a ROSALÍA y a JULIETA y corre hacia el MARQUÉS.)   ¡Ah! Padre mío... Apoyado en mi brazo... Así no os faltarán fuerzas, aunque vayamos al fin del mundo.



Escena XIII

 

ROSALÍA y JULIETA.

 

ROSALÍA.-    (Después de un breve silencio.)  Basta de lloros... Basta...

JULIETA.-  Yo tenía el corazón tan oprimido...

ROSALÍA.-  Lo mismo me ha sucedido a mí, y eso que me parecía mentira que después de llorar a mi esposo había de volver a llorar en el mundo. Pero estos amos son tan buenos... ¿Cómo no se les ha de tener cariño?... Y luego hablan mal de ellos esos bribones que no sirven ni para descalzarlos... ¡Si les cayeran encima las maldiciones que yo les echo, no tendrían ni un pelo en la cabeza... Vamos a ponerlo todo como corresponde, a rezar nuestras oraciones... Y hoy hemos de rezar doble, por nuestras buenos amos... Y después, con el favor de Dios, a descansar hasta otro día...  (Al ir a entrar por una puerta interior se detiene y dice:)  ¿No oyes?... Me parece que ladra el perro...

JULIETA.-  Tal vez habrá sentido pasar gente por el camino...

ROSALÍA.-  Y ladra más fuerte... No hay duda que ha sentido algo...

 

(Acercándose hacia la puerta que conduce al campo. Oyen a lo lejos unos golpes.)

 

ROSALÍA.-  ¡Dios mío!...

JULIETA.-  ¡Qué será de nosotras, tía mía de mi alma!...

ROSALÍA.-  Calla, muchacha, y no me agarres así... Y este Pedro, ¿dónde estará metido que no acude siquiera?... ¡Pedro!... ¡Pedro!...  (Suenan otros golpes más fuertes.) Aun cuando se lo hubiese tragado la tierra tenía que oír esos golpazos... Toma esa luz, muchacha...

JULIETA.-  Si no puedo moverme con el temblor que tengo...

ROSALÍA.-  ¡Qué vergüenza!... Yo iré...

JULIETA.-  Pues tampoco me quedo sola...

 

(Se coloca detrás de su tía. Al ir a salir se oye un estrépito, como de forzar una puerta, y se oye ruido de pasos precipitados; una y otra retroceden despavoridas.)

 


Escena XIV

 

Dichos. ROBERTO, seguido del AGENTE DE POLICÍA y de otros cuantos.

 

ROBERTO.-  ¿Dónde está ese aristócrata?...

ROSALÍA.-  ¿Quién?

ROBERTO.-  Tu amo.

ROSALÍA.-  ¿Mi amo?... Está indispuesto... Y se ha acostado temprano...

ROBERTO.-  Dile que el comisario de la República tiene que verle.

ROSALÍA.-  ¿Cuándo?

ROBERTO.-  Ahora.

ROSALÍA.-  ¿Ahora?.

ROBERTO.-  Ahora mismo. ¿No lo has oído? ¿Qué tardas?...

ROSALÍA.-  Es que el año estará. ya durmiendo..., y cuando lo despiertan, regaña...

ROBERTO.-  ¡Lindo reparo!... Pasaron ya los tiempos en que los aldeanos estaban apaleando las lagunas para que el ruido de las ranas no interrumpiese el sueño de los señores... ¿No has ido todavía?... Yo iré... está ahí.

ROBERTO.-  ¿Pues dónde?

ROSALÍA.-  En aquel aposento... En ése, no... En ese otro...

ROBERTO.-   (Apartándola con enojo.)  ¿Piensas, bruja maldita, que estamos aquí para sufrir tus impertinencias?... Id volando y que no quede por registrar ni el último rincón de la casa.

 

(Vanse el AGENTE DE POLICÍA y los demás. Las dos mujeres se colocan unidas en un extremo de la estancia; ROBERTO se pasea por ella.)

 


Escena XV

 

ROSALÍA, JULIETA, ROBERTO.

 

ROBERTO.-  No hay duda, la delación no puede faltar... ¿Qué sería de la República con tantos millones de enemigos si no hubiese quien velase por ella? ¡Señor marqués de Montfleury, señor marqués... Tú que mirabas como un favor insigne saludar a los viles pecheros... Tú que te mostrabas satisfecho con arrojar al hambriento pueblo las sobras de tus banquetes, que compartía con tus perros... El día de la reparación ha llegado, y el que mirabas poco hace a tus pies es el que ha escogido el destino para ser instrumento de su venganza!



Escena XVI

 

Dichos, el AGENTE DE POLICÍA y los demás.

 

AGENTE DE POLICÍA.-  No hemos hallado a nadie.

ROBERTO.-  ¡A nadie!  (A ROSALÍA.) ¿Dónde están?

ROSALÍA.-  Yo no lo sé...

ROBERTO.-  ¿Dónde están?

ROSALÍA.-  No lo sé.

ROBERTO.-  ¿No lo sabes?... Yo te arrancaré tu secreto...  (Hace una seña y aquellos hombres sacan con violencia a entrambas.) 

ROSALÍA.-  ¡Por Dios!

JULIETA.-  ¡Piedad!...

ROBERTO.-   (Al salir repara en el retrato del MARQUÉS y se suspende a contemplarle unos momentos.)  Yo te encontraré... ¡Aunque te escondas en el centro mismo de la tierra!...




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