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Acto tercero

El teatro representa un monasterio incendiado, que se descubrirá a mano derecha de los actores; se verán algunos arcos de iglesia en pie y una capilla medio arruinada con un altar de piedra; en medio del teatro se descubrirán sillares, vigas quemadas y escombros esparcidos; a mano izquierda se verá el cementerio con sepulturas de tierra y algunas cruces derribadas. En el fondo del teatro unos montes escuetos, con veredas que conducen al monasterio. Es de noche. Al principiar el acto se divisan algunos relámpagos, y se oye el ruido lejano de truenos; va cesando poco a poco la tormenta, y sólo se oye de cuando en cuando el gordo rumor del viento.



Escena I

EL PRIOR, UN NOVICIO.

Bajan poco a poco del monte; el joven precede y sostiene al anciano; vienen cubiertos con unas capas negras, y debajo el hábito de monjes; el NOVICIO trae en la mano una linterna sorda.

     NOVICIO.- Cuidado, padre mío, cuidado al bajar.

     PRIOR.- Gracias a Dios ya estamos aquí... ¿Ves cómo todo se consigue cuando hay fe viva y voluntad firme y ardiente?

     NOVICIO.- Esta noche aún ha sido peor que otras, ¡tan oscura y con la tormenta tan cerca!... Los relámpagos deslumbraban los ojos y ni siquiera se veía dónde se ponía el pie...

     PRIOR.- Ya ves cómo hemos llegado con el favor de Dios... (Se sientan.) Ahora descansaremos un poco y principiaremos nuestra tarea... Tú, hijo mío, que ya no tengo fuerzas sino para animarte con mis palabras.

     NOVICIO.- Y a mi me basta... Yo solo lo haré, as no siempre ha sido así.-.

     PRIOR.- Más no siempre ha sido así... Aquí donde me ves he sido muy robusto; trabajaba con la azada en mi huerto... y apenas pasaba un día sin que removiese la tierra de mi sepultura.... ¡Quién me había de decir entonces!... Pero cúmplase la voluntad de Dios...

     NOVICIO.- ¿Por qué os afligís así?

     PRIOR.- En más de sesenta años no había salido del monasterio, como no fuese a pasear por esos montes... Todo el mundo se reducía para mí a lo que alcanzaba mi vista... Mi sola ambición, mi único deseo era vivir tranquilo a la sombra de esos altares..., y cuando se cumpliera mi última hora... ¡Ya ves cuán cerca estaba mi morada hasta que llegase la eternidad!

     NOVICIO.- Me da pena el veros así...

     PRIOR.- Deja que me desahogue, hijo mío... A pesar de los años, ¿crees que se seca el corazón y que no hay lágrimas para lamentar tanta desventura... ¡No lloro por mí!... ¿Qué me importa a mi el mundo?... La vida misma la sobrellevo como una carga que la voluntad del Señor me ha impuesto... Lloro por mis hermanos, por mi triste patria, por tantas víctimas inocentes como perecen cada día en esta tierra desventurada... ¿Imaginas que puedo ver con indiferencia tanta profanación y tanto escándalo?... ¡La religión del Crucificado, proscrita, escarnecida; se arroja ál Señor de su templo y sobre el ara santa se coloca a una criatura inmunda!

     NOVICIO.- ¡Cómo tembláis, padre mío!...

     PRIOR.- La sangre hierve en mis venas al recordar tanta impiedad y al prever la tremenda expiación que el cielo le prepara!... (Arrodillase.) ¡Ten piedad, Dios mío, ten piedad de la Francia!... Están ciegos y no saben lo que se hacen... Perdona hasta a esos malvados así te blasfeman y ultrajan... ¡Tú pediste desde el Calvario por los mismos que te crucificaron!... (Silencio.) Ya estoy más sereno... Sosiégate... Lo que causa pena, hijo mío, es pensar en suerte... ¿Qué va a ser de ti?

     NOVICIO.- No os inquiete semejante cuidado...

     PRIOR.- Por mí nada tengo que temer. ¿Qué se puede temer a mi edad?... Pero ¡tú, tan mozo, tan gallardo!...

     NOVICIO.- Yo no he conocido más padre que vos... y el que está en los cielos... Huérfano y desvalido me recogisteis en el monasterio; en él me he criado, en él iba a consagrar a Dios mi vida... ¿Dónde queréis que vaya abandonándoos en medio de tantos peligros?...

     PRIOR.- ¿Y por qué los has de correr tú por mi causa?... Todavía no habías hecho tus votos...

     NOVICIO.- Los había hecho delante de Dios, y eso me basta... Quizá me ha destinado a ser el báculo de vuestra vejez, vuestro apoyo, vuestro consuelo... A cerraros los ojos con mis manos cuando Dios os lleve a su seno...

     PRIOR.- ¡Sí, hijo mío, sí!... Ya que no me concede el Señor expirar en esta santa casa, concédame a lo menos el morir en tus brazos... (Le abraza con la mayor ternura y permanece así unos cuantos momentos.) Vamos, hijo, no perdamos tiempo... Vamos con buen animo a continuar la tarea comenzada... (El novicio coloca la luz sobre el ara, saca una pala pequeña y un pico que traía y se pone a trabajar, como para apartar unos escombros y buscar algo escondido.) Ahí deben de hallarse; yo mismo las coloqué con mis propias manos después de haberlas presentado a la adoración de los fíeles... Las más preciosas se hallaban reunidas en un nicho sobre el altar... Ahí están las que dejó al monasterio su piadoso fundador y las que envió San Luis desde la Tierra Santa... ¿Y había yo de dejarlas expuestas a la profanación y los insultos? No, no por cierto; ¡aunque me costara mil vidas, tengo de salvarlas!...

     NOVICIO.- Me parece que suena hueco en el muro... Tal vez habremos acertado.

     PRIOR.- Animo, hijo mío, ánimo... Si yo pudiera ayudarte... Dame, dame ese pico... Vas a ver si me quedan fuerzas al cabo de mis años... Uno. dos, tres... No te sonrías, muchacho... ¿Te parece que no puedo?...

     NOVICIO.- Pero si yo lo haré... ¿Para qué os cansáis?...

     PRIOR.- ¿En qué pudiera emplear mejor las cortas fuerzas que el Señor me ha dejado?...

     NOVICIO.- Nada de eso; sentaos aquí..., y mientras yo trabajo contadme los viajes de aquel misionero que conquistó para Dios tantas gentes sin más armas que sus palabras... (Principian a quebrarse las nubes y la luna ilumina sucesivamente los montes y después la escena; se divisan pasando por las alturas algunos caballos que conducen del diestro Juan y el criado de M. Loyzerole, dirigiéndose desde la izquierda de los espectadores a la derecha, y luego se pierden de vista. Vense bajar por una senda del monte a Eduardo, detrás Matilde, guiando su padre y después M. de Loyzerole.)

     PRIOR.- ¡Qué tiempos aquéllos, y quién es capaz de enumerar los prodigios que obraron aquellos santos varones!... Con el Evangelio en una mano y la Cruz en la otra atravesaban tierras desconocidas, civilizaban las tribus salvajes, les hacían detestar los sacrificios humanos, les enseñaban a cultivar la tierra y a labrar sus hogares;'y mil veces sellaban con su propia sangre la fe que predicaban... Así le sucedió a aquel buen misionero, cuya vida te empecé a contar la otra noche... ¡Mas me parece que siento ruido!...

     NOVICIO.- ¿Y quién pudiera venir a este desierto?...

     PRIOR.- ¡Quién sabe!... Algunos caminantes que se hayan extraviado o que vengan a recobrarse de la pasada tormenta... Oigo rodar algunas piedras... Asómate tú..., pero poco a poco y sin que te descubran...

     NOVICIO.- No tengáis cuidado... (Asómase con cautela, escondiéndose detrás de una pilastra.) No hay duda... Gente viene... y ya está muy cerca...

     PRIOR.- Pues ocultémonos aquí... Ven, hijo mío, ven...

     NOVICIO.- Yo no me apartaré de vuestro lado...



Escena II

Dichos. EDUARDO, MATILDE, EL MARQUÉS, M. DE LOYZEROLE.

El PRIOR y el NOVICIO se ocultan en la capilla medio derribada, en tanto que los otros bajan al llano

     EDUARDO.- Por fin llegamos con bien al cabo de tantos trabajos...

     MATILDE.- Mentira me parecía que habíamos de llegar cuando me veía en medio de esos riscos y teniendo que bajarlos a pie para no despeñarnos... ¿Venís muy cansado, papá?...

     MARQUÉS.- Un poco, hija mía; más lo estarás tú, que has traído conmigo tanto cuidado... Ahora descansaremos hasta que amanezca; y después, con la ayuda de Dios...

     MATILDE.- Aquí estaréis mejor, sobre esta piedra... Yo me sentaré a vuestro lado... Eduardo, para todos hay sitio... Aquí hay uno muy bueno...

     EDUARDO.- No cabe mejor. (Se sienta al lado de Matilde.)

     MARQUÉS.- (A M. Loyzerole.) ¿Qué estáis haciendo ahí?

     M. LOYZEROLE.- Estoy contemplando estas desdichas... ¡Un monasterio tan antigua, tan lleno de gloriosos recuerdos, reducido a ceniza!...

     MARQUÉS.- ¿Y por qué lo extrañáis? ¿No han hecho lo mismo en todas partes?... Para ellos no hay nada respetable ni sagrado... ¿No han devastado la basílica de San Dionisio y arrojado al viento las cenizas de nuestros reyes?... Si sigue así el furor de esos vándalos pronto no ofrecerá Francia sino un campo de ruinas y de escombros... (Mientras hablan entre sí los dos padres, se emprende el siguiente diálogo:)

     MATILDE.- No era miedo...

     EDUARDO.- Pues ¿qué era, mi vida? A cada relámpago cerrabas los ojos y cuando se oía un trueno...

     MATILDE.- ¡Eran tan fuertes, Eduardo!... Y luego se repetían cien veces en esas montañas... Involuntariamente apretaba el brazo de mi padre... ¡Y sentía tanto consuelo cuando te veía cerca de mí!... En medio de los dos, ¿qué puedo temer yo en el mundo?...

     EDUARDO.- Nada.

     MATILDE.- Si no fuera por eso... Ahora sí, te confieso mi debilidad... La vista de esas ruinas... Y al otro lado eso, sepulcros... No me quedaría aquí sola....

     EDUARDO.- ¿Es ése todo el valor que mostrabas antes?...

     MATILDE.- La verdad, yo lo hacía para animar a mi buen padre; pero en mis adentros...

     EDUARDO.- ¿Ves tú cómo acerté?... ¿Cómo quieres que no adivine lo que pasa en tu alma?...

     MATILDE.- ¿Y qué mérito ha en ello cuando yo te dejo que leas hasta el fondo de mi corazón?...



Escena III

Dichos. JUAN y el CRIADO de M. de Loyzerole vienen de la parte de la derecha de los espectadores; pasan por detrás de donde están sus amos y se dirigen hacia la capilla arruinada; traen unas mantas y unos arreos.

     JUAN.- Mientras los señores siguen en sus pláticas y contemplando las estrellas..., que mi amo conserva esa afición desde que navegábamos por esos mundos sería cosa muy acertada buscar un fondeadero... ¿Qué te parece?... Por malo que sea el puerto no ha de faltarnos donde echar el ancla. Allí hay un buen paraje... A lo menos estaremos a cubierto y cerca de los amos... ¡Calle..., es una capilla y está medio arruinada!... Yo a los vivos no les tengo miedo; pero ¡cuando entro en una iglesia de noche y parece que me miran aquellos santos tan grandes y que hacen visajes las lámparas!... (Arroja un grito y retrocede, azorado.)

     MARQUÉS.- ¿Qué es eso, Juan?

     JUAN.- ¡Señor!... ¡Señor!... Al entrar, en esa capilla...

     MARQUÉS.- Acaba...

     JUAN.- He visto...

     MARQUÉS.- ¿Qué has visto?...

     JUAN.- He visto un bulto... alto, muy lo.... vestido de blanco...

     MARQUÉS.- ¡Estás borracho!...

     JUAN.- Al lado del altar... ¡Y me miró con unos ojos!...

     MARQUÉS.- Aparta, majadero...

     EDUARDO.- Yo iré a ver...

     MARQUÉS.- Ese hombre está soñando... No hay que hacerle caso...

     MATILDE.- No vayas, Eduardo, no vayas...

     EDUARDO.- No tengas cuidado... Luego no será nada.



Escena IV

Dichos. EL PRIOR, EL NOVICIO

     PRIOR.- (Saliendo de la capilla al tiempo de acercarse los otros.) ¿Qué buscáis aquí?... (Los otros se detienen suspensos.)

     MARQUÉS.- Perdonad... Estábamos tan lejos de imaginar siquiera...

     MATILDE.- ¡Qué susto he llevado, Eduardo!

     PRIOR.- Pero ¿quién sois? ¿Qué os ha traído a este sitio y a semejantes horas?

     MARQUÉS.- ¿No lo adivináis? La misma revolución que ha causado todos esos estragos...

     M. LOYZEROLE.- Venimos huyendo de su furor... y buscamos los parajes más solitarios...

     PRIOR.- En otros tiempos, hijos míos, hubierais hallado aquí un albergue cómodo y seguro... Nunca se cerraban esas puertas para los desgraciados... Mas ahora... ya lo veis... Apenas quedan en pie esas paredes para denotar donde tenía el Señor su morada... (Acércase el novicio y le sienta en una piedra; a su derecha, M. Loyzerole; a su izquierda, el marqués, y después, Matilde y Eduardo. El novicio se coloca detrás, a cierta estancia; Juan y el otro mozo se sientan más lejos, al pie de la montaña.)

     M. LOYZEROLE.- Habíamos oído hablar del incendio de este monasterio; pero no era de creer que hubiese hecho tantos estragos...

     PRIOR.- ¡Y en una sola noche, que el corazón se me parte de solo recordarla! Hacía tiempo que una banda de malhechores vagaba por esta comarca... Habían quemado algunas mieses y pegado fuego a una u otra casa de campo... ¿Qué puede esperarse de unos hombres sin religión, sin ley, a quienes se quita todo freno divino y humano?... Hasta aquí llegó el rumor de sus atrocidades; pero esperábamos que nos salvase nuestra soledad y retiro... ¡No lo ha querido Dios!... Una noche..., poco más de las doce serían..., estábamos en el coro...; reinaba el silencio más profundo... y sólo resonaban los cánticos que dirigíamos al Señor, cuando de repente oímos un ruido espantoso y vimos por las vidrieras el resplandor de las llamas... Acudimos todos, todos... Algunos de nuestros hermanos perdieron la vida por preservar del incendio las cosas santas... Otros no fueron tan dichosos... Yo permanecí hasta el último instante en aquella capilla... Y ese joven que veis ahí y otro buen religioso me sacaron sin conocimiento de en medio de las llamas... Los malvados habían pegado fuego al edificio por los cuatro costados... Y a las pocas horas.... ¡ya veis, hijos míos, ya veis lo que ha quedado!... (Cúbrese el rostro con entrambas manos y calla por unos momentos.)

     MARQUÉS.- Sentimos haberos, causado tanta pena con traeros a la memoria...

     PRIOR.- Al contrario, es un desahogo... Siento un consuelo que no puedo explicaros al verme rodeado de vosotros... Cuando en medio de las tribulaciones que el Señor nos envía se encuentran almas caritativas que las compadezcan..., ¡cómo que se alivia su peso y debemos dar gracias a la Divina Providencia!... Pero ¿quién sabe?... Quizá sois más desgraciados que yo, ¡y os estoy afligiendo en vez de consolaros!...

     MARQUÉS.- ¡No, padre mío!... Vuestras palabras son un bálsamo para nuestras almas!...

     M. LOYZEROLE.- Y debemos bendecir el momento en que hemos venido a este sitio...

     MATILDE.- (A Eduardo.) ¿No es verdad que este buen religioso parece un santo en la tierra?...

     MARQUÉS.- ¡Hace tanto tiempo que no oímos la palabra de los ministros del Señor!... Ni aun ese consuelo nos han dejado en medio de nuestras desdichas...

     PRIOR.- ¿Cómo habían de respetar la religión los que se han declarado enemigos de Dios y de los hombres?... Mas ella saldrá triunfante, no lo dudéis, hijos míos; está escrito por la mano del Altísimo y no puede faltar... ¡Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella!... En medio de tan cruel persecución, ¿no descubrís clara, patente, la mano de la Providencia?... Ved a los ministros del Señor resistir igualmente a la seducción y a las amenazas, celebrar los divinos misterios en las profundidades de la tierra, como los primitivos cristianos, y recibir como ellos la palma del martirio... ¡Dichosos, dichosos mil veces que están ya gozando del cielo!...

     MATILDE.- ¿No ves, Eduardo?...

     EDUARDO.- ¿Qué, mi vida?

     MATILDE.- Un resplandor allá a lo lejos...

     EDUARDO.- No veo nada...

     MATILDE.- Si ha pasado como un relámpago...

     EDUARDO.- ¿Estás todavía pensando en la tormenta?

     MATILDE.- No lo dudes, lo he visto.

     EDUARDO.- Fue tu imaginación...

     MATILDE.- ¿Y ahora?

     EDUARDO.- (Levantándose, y lo mismo hacen los demás.) Es cierto.

     MARQUÉS.- ¿Qué será?

     M. LOYZEROLE.- ¿Quién puede adivinarlo?

     PRIOR.- ¿Hacia dónde se descubre esa luz?...

     EDUARDO.- Allá en el fondo, que apenas se divisa...

     PRIOR.- Ahí está la sepultura del santo fundador.

     EDUARDO.- Pues de allí sale el reflejo...

     MATILDE.- ¿Y no ves como unas sombras en aquellas paredes?... Mira, mira cómo se mueven.

     EDUARDO.- Allí hay gente... No tiene duda... Y parece como que se dirigen hacia aquí...

     PRIOR.- Venid, venid conmigo detrás de esa capilla... Desde ahí podremos estar en acecho hasta salir de incertidumbre... (El novicio acude y conduce el prior; los demás le siguen.)

     MATILDE.- Pronto empezamos a llevar sustos...

     MARQUÉS.- ¡Animo, hija mía!...



Escena V

Sale el CAPITÁN DE BANDOLEROS con otros cuantos, entre ellos un mozo de pocos años, que trae un saco a cuestas; el BANDIDO 2.º trae una manta con candeleros de plata y otros objetos; sacan dos teas encendidas, que colocan entre las piedras, y se sientan en el suelo formando un semicírculo en el primer término de la escena

     CAPITÁN.- Después de tanto sudar, ¡bravo botín hemos sacado!...

     BANDIDO 1.º-¡Y luego decían que estos zánganos eran tan ricos!...

     BANDIDO 2.º- ¡Quién sabe! Quizá tienen escondidos sus tesoros debajo de tierra...

     CAPITÁN.- El modo de que no vuelvan nunca jamás es quemarles todas las madrigueras...

     BANDIDO 2.º- ¡Como les quedan tantas!...

     CAPITÁN.- Cuando sea hombre este rapaz y cuente que ha visto un fraile o un noble, se van a quedar las gentes eón la boca abierta...

     BANDIDO l.º- ¿Te se ha pasado ya el miedo? ¿No te da vergüenza?... Al des tapar aquel sepulcro se quedó más amarillo que la cera... Temblando estaba como un azogado al quitarle el anillo al muerto...

     BANDIDO 2.º- Yo no sé a quién ha salido..., porque su padre y toda su casta... Y eso que aquel maldito juez les cortó muy pronto los vuelos; que si hubieran vivido ahora...

     CAPITÁN.- Ahora cada cual campa por sus respetos...

     BANDIDO l.º- Mira cómo está... Aún no le ha salido el susto del cuerpo...

     CAPITÁN.- ¿Temes que te lleve el diablo mentecato?... Aún cree en tonterías como su abuelo.

     BANDIDO 2.º- (Abriendo la manta en que trae los objetos robados.) No sería malo, ya que tenemos tiempo...

     CAPITÁN.- Cepos quedos... Ahí nadie toca...

     BANDIDO 1.º- Tiene esa maldita maña...

     BANDIDO 2.º-Es que siempre me toca lo peor..., y aquí todos somos iguales...

     CAPITÁN.- ¿Y quién dice que no?... Pero si hemos de seguir juntos y no ha de volverse esto un infierno, es preciso que alguno mande... Si no, se llevó el diablo la compañía y cada cual tire por su lado...

     BANDIDO 1.º- Tiene razón...

     BANDIDO 2.º-¿Y quién se lo disputa?...

     CAPITÁN.- Recoged ahora esos trebejos... Llevémoslos a la cueva; los juntaremos con los demás, y cuando estemos todos reunidos se hará el reparto como es regular... Pero así que cada cual haya guardado lo suyo, si otro se atreviese ni siquiera a mirarlo... Ya sabéis que no necesito alguaciles ni verdugos para hacer justicia a palo seco. (Levántanse y se dirigen a la montaña; delante va el número 1.º, quien al acercarse donde están durmiendo Juan y el otro criado, retrocede; va amaneciendo poco a poco.)

     BANDIDO 1.º- (Al capitán.) Allí hay dos hombres tendidos y están dormidos como troncos...

     CAPITÁN.- ¿Qué casta de gente es?

     BANDIDO 1.º- No se distingue bien; pero tienen trazas de criados...

     CAPITÁN.- Dales un buen zamarreo y verás qué pronto despiertan...

     BANDIDO l.º- ¡Hola!

     JUAN.- ¿Es ya la hora?... Pues no es mal modo de despertarme... ¡Ah!...

     BANDIDO 1.º- ¡Chito, o mueres!...

     JUAN.- ¡Señor, señor! ¿Dónde está mi amo? (Va a echar mano a las pistola que tiene al lado.)

     BANDIDO 1.º- ¿Qué vas a hacer?

     CAPITÁN.- Matadle, si se mueve...

     JUAN.- ¡Señor! ¡Señor!... (Le atan y le tienden boca abajo en el suelo; en este tiempo escapa el otro criado y echa a correr hacia detrás de la capilla.)

     CAPITÁN.- Seguidle y que no se escape ese perro... (Unos cuantos bandidos le persiguen y se ven salir juntos a los que estaban escondidos.)



Escena VI

Dichos. EL MARQUÉS, MATILDE, EDUARDO. M. DE LOYZEROLE, EL PRIOR, EL NOVICIO

     CAPITÁN.- ¿Qué hacíais ahí? ¿No respondéis?

     PRIOR.- Habían venido para buscar un refugio después de la tormenta, y la casualidad nos ha reunido en este sitio.

     CAPITÁN.- A ti no te pregunto...

     MARQUÉS.- Es la pura verdad...

     CAPITÁN.- ¿Adónde vais?...

     M. LOYZEROLE.- A Nevers...

     CAPITÁN.- ¿Y por qué habéis tomado este camino?...

     M. LOYZEROLE.- Nos dijeron que era el mejor...

     CAPITÁN.- No te turbes... En la cara se te conoce que estás mintiendo...

     EDUARDO.- ¿Cómo te atreves?...

     CAPITÁN.- ¿Y quién eres tú, miserable, para hablarme a mí de esa suerte?

     M. LOYZEROLE.- ¡Hijo mío!

     MATILDE.- ¡Eduardo!...

     CAPITÁN.- Parece que ese mozo tiene bríos... Yo se los cortaré... ¡Todos de rodillas!... Ahí... Y el que siquiera respire... Registradlos, a ver el dinero que traen... (Matilde se abraza a su padre, y al lado se coloca M. de Loyzerole. Eduardo se pone en ademán de defenderlos; el prior, apoyado en el novicio, está cerca de él.)

     EDUARDO.- Nadie se acercará sin que primero me arrebaten la vida...

     CAPITÁN.- Ahora lo veremos... (Va a abalanzarse hacia ellos; Eduardo saca de pronto una pistola y le dispara un tiro; el capitán se detiene y le apunta con otra, y en este momento el prior se interpone entre ambos.)

     PRIOR.- ¡Por Dios!... ¿Qué va! a hacer!... ¡Ay!... (Cae herido mortalmente en brazos del novicio y le indica con señas que lo conduzca a la capilla.) Ahí... Ahí... Que tenga ese consuelo... (El novicio le conduce al pie del altar y allí expira en sus brazos.)

     CAPITÁN.- (A Eduardo.) ¿Qué me miras así?... ¿Crees que voy a quitarte la vida?... No, te la guardo para mayor tormento... Conducidlos a la cueva... Allí confesarán dónde tienen escondido el dinero... (Se estrechan todos formando un grupo como para ampararse mutuamente.) Separadlos. ¿Qué tardáis?... Pronto... Así, así se hace...

     MATILDE.- ¡Eduardo!...

     EDUARDO.- ¡Matilde mía!...

     M. LOYZEROLE.- ¡Hijo de mi vida!...

     CAPITÁN.- Llevadlos arrastrando y llegarán más pronto... (Los separan con violencia y dan algunos pasos hacia el monte; en esto aparece gente con escopetas y otras armas de fuego, distribuida en los riscos; al mismo tiempo que salen otros por distintos lados de la escena.)



Escena VII

Los mismos. EL AGENTE DE POLICÍA.

El AGENTE DE POLICÍA sale por un lado y grita al momento de presentarse.

     AGENTE.- ¡Nadie se mueva!... (Quedan todos suspensos.) ¡A un lado!... (Los bandidos se apartan hacia el lado de los sepulcros; los demás, al opuesto.)

     CAPITÁN.- Tenían traza de gente sospechosa...

     AGENTE.- Nadie te lo pregunta...

     CAPITÁN.- Y por eso íbamos a presentarlos...

     AGENTE.- Basta... (El capitán se aleja y se une con los otros bandidos.) El pasaporte...

     MARQUÉS.- Aquí está.

     AGENTE.- (Leyendo.) «Juan Batut, labrador...» Tendrías muchas yuntas de bueyes, ¿no es verdad?...Con su hija María... «No está, muy tostada del sol... Se conoce que salía muy poco de casa... (A M. de Loyzerole.) ¿Y el tuyo?... (Leyendo.)Francisco Lamothe, comerciante.» Un labrador y un comerciante juntos... ¿Iríais a la feria a hacer algún negocio de granos?... ¿Dónde te dieron este pasaporte?...

     M. LOYZEROLE.- En la capital del distrito...

     AGENTE.- Pero advierto que la fecha es atrasada... y lo mismo esta... uno de Brumario y otro de Prarial... Son ya añejos y es preciso renovarlos...

     M. LOYZEROLE.- ¿Cómo?...

     AGENTE.- Volviendo al mismo punto donde los sacasteis... ¿Por qué te pones amarillo?... ¿Tienes algo que temer?...

     M. LOYZEROLE.- Nada.

     AGENTE.- Tanto mejor; seguidme...

     MARQUÉS.- Advierte que se nos causan graves perjuicios... Ya me ves, viejo y achacoso... Mi hija con una salud delicada... (Se le acerca y le habla al oído.)

     AGENTE.- ¿Cómo tienes valor? Olvidas que hablas con un republicano? Más quiero yo la sangre de un aristócrata que todos los tesoros del mundo... Vamos.

     M. LOYZEROLE.- Ten compasión siquiera de estos dos padres desgraciados...

     EDUARDO.- ¿Qué vais a hacer?... ¡Más vale perder la vida que humillarse ante ese malvado!...

     AGENTE.- ¡Insolente!...

     MATILDE.- ¡Por Dios, Eduardo!... Mira que nos pierdes...

     AGENTE.- Yo castigaré su osadía...

     M. LOYZEROLE.- Sírvanle de disculpa sus pocos anos... Es joven, fogoso, y en un arrebato... ¿No es verdad que no has querido ofenderle?... (Eduardo calla.)

     AGENTE.- Muy alta tiene la cabeza... Y es mala señal en estos tiempos... Vamos...



Escena VIII

Dichos, ROBERTO.

Éste aparece en medio de los riscos.

     MATILDE.- ¿No veis, padre mío, quién está allí?...

     MARQUÉS.- ¿Quién?

     MATILDE.- Roberto.

     MARQUÉS.- ¡Dios de mi vida!...

     MATILDE.- Tal vez no habrá olvidado tantos beneficios.

     MARQUÉS.- Mira, Roberto, mira en la situación en que me hallas... Recuerda dónde naciste..., dónde te criaste... Recuerda el último encargo que te hizo al morir tu buen padre... Una palabra, una sola palabra y nos salvas...

     ROBERTO.- ¡A París! (La gente armada corre y cerca al marqués y a M. de Loyzerole y a sus hijos; los bandidos se van por el lado de los sepulcros; Roberto permanece inmóvil. Cae el telón.)

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