Escena II
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Dichos. El
MARQUÉS, MATILDE
|
MATILDE.-
¿Cómo sigue? |
JUAN.-
Poco más o menos... |
MATILDE.-
¿Ves como me engañabas?...
¡Bien me lo decía el corazón!... |
MARQUÉS.-
Vamos, hijo mío; es menester que no te abandones así...
¿Qué va a ser de este pobre viejo con tantas penas
y sin nadie que le consuele? |
MATILDE.-
Disculpadme, padre
mío; pero ¡tengo tan traspasada el alma!... Ver a
Eduardo en ese estado..., sin proferir una palabra... y como
si hubiese perdido la razón... Si llorase... Si se
quejase siquiera..., ya tendría ese des. ahogo; pero
si sigue como está... |
MARQUÉS.-
¡No, Matilde,
no querrá Dios!... El dolor le ha sobrecogido... Ha
sido tan recio el golpe..., tan inesperado... Pero, en pasando
algún tiempo, volverá en sí y le verás
más tranquilo... Si fuesen ciertas las voces que corren...
Si nos viésemos pronto fuera de la prisión...,
tal vez en perdiendo de vista estos objetos que le recuerdan
su desgracia, respirando el aire del campo..., con nuestros
cuidados y con tu cariño... |
MATILDE.-
¡Dios lo haga!...
Porque yo no tengo corazón para verle así...
(Se acerca a EDUARDO.) Eduardo..., soy yo... ¿No me conoces?...
Mírame... Soy Matilde, que decías que amabas
tanto... (La mira y no contesta.) Una palabra, una palabra
siquiera... No exijo más de ti... (Se sienta a su
lado, y al otro lado el MARQUÉS.) |
MARQUÉS.-
Estás aquí, entre tus amigos que vienen a consolarte
en tus penas..., a compartirlas, a llorarlas contigo... ¿Por
qué no explayas tu corazón y verás como
sientes alivio?... |
MATILDE.-
Sé dócil, Eduardo;
escucha los consejos de mi padre... |
EDUARDO.-
(Levantándose
de improviso.) ¡De tu padre!... |
MATILDE.-
Sí, Eduardo.
¡Pues qué! ¿No le conoces?... Mira qué sudor
corre por tu frente... Siéntate, Eduardo, siéntate
a mi lado, que yo lo enjugaré... (Siéntase
con el mayor abatimiento.) |
EDUARDO.-
No me muestres esa
compasión... Yo no la merezco... ¿Sabes tú
con quién estás hablando?... Yo te lo diré
a ti, a ti sola... (Con reserva.) ¡Yo he asesinado a mi padre!...
(Ella se cubre con las manos el rostro.) ¿Te horrorizas?...
Tienes razón; pero ¡no te causo a ti más horror
del horror que me causo a mí mismo!... |
MATILDE.-
¿Por qué te atormentas de esa suerte? |
EDUARDO.-
¿Lo
dudas?... Pues es la verdad; ¡ojalá pudiera borrarla
con toda la sangre de mis venas! Escucha; pero cuidado con
revelar a nadie mi secreto... Yo me hallaba con mi padre
en una cueva de asesinos... Estaba con él noche y
día, velaba por su vida, mil veces más preciosa
que mi vida..., pero un momento, un momento solo le abandoné...,
¡y cuando volví le hallé muerto!... ¡Su hijo,
su ingrato hijo es quien le ha asesinado!... |
MATILDE.-
¡Yo
no puedo más, padre mío!... |
MARQUÉS.-
Mejor es dejarle unos instantes hasta que esa fatal idea
se aparte de su imaginación. |
MATILDE.-
¡Infeliz!...
¡Qué tormento está padeciendo en su alma! La
muerte misma no fuera más cruel... |
|
(EDUARDO queda
como abismado en su pena; JUAN viene a su lado, MATILDE y
su padre se apartan algún tanto.)
|
Escena III
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Dichos.
PRESOS que vienen por ambas galerías, entre ellos
de todas condiciones, y algunas MUJERES
|
PRESO 1.º-
Aquí
es mejor, donde todos oigan... |
VOCES.-
¡Todos!... ¡Todos!...
|
PRESO 1.º-
No hay que agolparse así... Un poco de
silencio. |
PRESO 2.º.-
¡Silencio! |
PRESO 3.º.-
Sobre una mesa,
y hazte cuenta que estás en la tribuna. |
PRESO 1.º.-
(Se sube sobre una mesa y lee un impreso.) «¡La patria se
ha salvado!... Y hoy acabó la tiranía...»
|
TODOS.-
¡Viva!... |
PRESO 1.º.-
«La Convención Nacional
se ha cubierto de gloria; y pocos instantes han bastado
para echar por tierra la obra de la iniquidad y sus autores...»
|
TODOS.-
¡Mueran!... |
PRESO 1.º.-
(Leyendo.) Apenas se reunió
la Asamblea, Tallien se abalanza a la tribuna, más
terrible y amenazador que una nube tempestuosa... »Llegó
el día de desgarrar el velo... «Sí... sí...»
(Gritan de todas partes.) Pues bien, oídme: si no
tenéis valor para descargar el hacha de la ley la
cabeza del nuevo Cromwell, yo lo tengo para atravesarle el
corazón... Diciendo esto mostró en su diestra
un puñal que brilló en los aires como el puñal
de Bruto...» |
TODOS.-
¡Viva!... |
PRESO 1.º.-
(Leyendo.) «A
su vista Robespierre se queda pálido, desconcertado,
como quien ve en los ciclos su sentencia de muerte... Hace
el último esfuerzo y corre desatentado a la tribuna...,
se vuelve a la montaña, y un grito de indignación
confunde sus acentos...» |
TODOS.-
¡Viva!... |
PRESO 1.º.-
(Leyendo.)
«Se vuelve la llanura que sus verdugos han dejado casi desierta;
y todos apartan el rostro con espanto...» |
TODOS.-
¡Viva!...
|
PRESO 1.º-
(Leyendo.) «Invoca la autoridad del presidente
y cien veces invoca en vano... ¡Presidente de asesinos (clama
en su frenesí), dejame siquiera que hable!... Ni aun
acabó de pronunciar estas palabras que se pegaron
a sus fauces..., y una voz le gritó desde lejos: «La
sangre de Danton te ahoga!...» Al oír aquel nombre
cayó en su asiento como herido de un rayo: Saint-Just,
a su lado, impasible; el deforme Couthon, revolcándose
por el suelo, cual un reptil inmundo...» |
TODOS.-
¡Mueran!...
|
PRESO 1.º-
(Leyendo.) «Agólpase cien oradores a la
tribuna; los decretos se votan por aclamación, en
medio de un ruido espantoso; todos acusan; nadie defiende
a aquellos monstruos; y los que hoy al salir el sol aterraban
con nombre a la Francia, se ven a la hora esta encarcelados,
proscritos, próximos a satisfacer en el cadalso la
justa venganza del pueblo... ¡Viva la libertad!...¡Mueran
los tiranos!...» |
TODOS.-
¡Mueran!... |
PRESA 1.ª-
Con cien
vidas no pagan... |
PRESA 2.ª-
Yo no sé qué
daría por expirar a esos infames... ¡Toda mi familia
la han sacrificado!... |
PRESA 3.ª-
¡Hipócrita!...
¿Si creerían engañar a Dios con la fiesta del
Ser Supremo?... ¡Aquel mismo día pudo ya leer en los
rostros su próxima caída!... |
PRESA 2.ª-
Dicen
que quería hacerse pontífice, dictador, ¡qué
sé yo cuántas cosas!... |
PRESA 1.ª-
Pues ya
llegó su hora, como les llega a todos los malvados.
|
|
(Cierto número de presos se aparta y se agrupa a un
lado, a la izquierda de los actores.)
|
PRESO
1.º-
No perdamos el tiempo, que es precioso... ¡y tal vez
lo lloraríamos luego!... |
PRESO 2.º.-
¿Pues dudas acaso?...
|
PRESO 1.º-
No, pero temo la debilidad de la Convención
y que ese impulso no haya sido sino un arrebato pasajero...
Los jacobinos, tan dispuestos al combate..., cuentan con
el comandante general Henriot y con la fuerza armada de las
secciones... Cuentan con la Municipalidad..., pronta a dar
la señal de la insurrección... |
PRESO 3.º.-
Siempre te pones en lo peor... |
PRESO 1.º.-
Porque no me alimento
con ilusiones... No debemos perder un momento; nuestros amigos
están prevenidos... y la ocasión no puede ser
más favorable; tal vez habrán puesto la señal
desde la casa de enfrente... |
PRESO 2.º.-
Voy a verlo. (Va,
y los demás se quedan hablando en secreto.) |
MUJER
1.ª-
Cuando estamos todos tan alegres, me da lástima
ver a aquel buen señor y a su hija, que parece un
ángel... |
MUJER 2.ª.-
No es extraño... ¡Han
recibido un golpe tan terrible!... |
MUJER 3.ª-
Vamos a acercarnos
y les servirá de consuelo... |
MUJER 2.ª.-
Hoy es día
de abrazarnos todos como hermanos... (Van hacia ellos.)
|
PRESO 2.º-
En la ventana más allá hay una cinta
tricolor... |
PRESO 1.º.-
Pues no hay duda; ya está
todo dispuesto... Sólo es menester que demos nosotros
el golpe... A la primera señal... |
PRESOS 2.º y 3.º-
Basta. |
|
(Se oye ruido de gente por la calle y se distinguen
las voces «¡Mueran los tiranos!...» Los presos se asoman
a las ventanas y responden: «¡Mueran!...»)
|
PRESO 2.º.-
Van
hacia la Convención, que tal vez se hallará
amenazada... |
PRESO l.º-
¿No, os lo he dicho?... Este día
puede ser terrible... Van a correr arroyos de sangre...
|
PRESO 2.º-
Hoy se decide la suerte de la patria... |
PRESO
3.º-
¡Hoy se salva!... |
PRESO l.º-
Mirad si alguien nos observa...
|
PRESO 2.º-
Nadie... (PRESO 1.º saca un pañuelo blanco
por entre las rejas.) Ya han sacado otro lienzo blanco y
están haciendo señas... |
PRESO 1.º.-
(Como contestando
a las señas de enfrente.) Sí... A la puerta
todos... Bien está... |
Escena IV
|
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Dichos, ALCAIDE.
|
ALCAIDE.-
¿Qué hacéis ahí? ¡Fuera de
las rejas!... ¿No lo tengo mandado?... |
PRESO 1.º.-
¿Y quién
eres tú para hablarnos así?... |
ALCAIDE.-
¿Quién
soy?... Ya lo veréis. |
PRESO 1.º.-
En el rostro se
te conoce, miserable, el miedo que tienes... Prepara tus
calabozos para recibir a Robespierre y a otros malvados como
él... Esos son dignos de que tú los guardes.
|
ALCAIDE.-
Pronto empezáis a levantar la voz... |
PRESO
1.º-
Antes levantamos el brazo. (Saca un puñal y le
amenaza con él.) |
PRESO 2.º.-
(Interponiéndose.)
Déjale, siquiera en gracia de su hijo... |
PRESO 3.º.-
No te manches con esa vil sangre... |
PRESO 1.º.-
Este es el
momento... (Se arrojan sobre él y le quitan las llaves.)
|
ALCAIDE.-
¡Favor! ¡Favor!...
|
PRESO 1.º-
Encerradle en un calabozo..., donde ese infame
ha atormentado a tantos inocentes... |
PRESO 2.º.-
¡Allí
podrás gritar hasta que te oiga el diablo! (Le llevan
al calabozo donde estuvo M. de LOYZEROLE.) |
Escena V
|
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Dichos,
menos el ALCAIDE.
|
PRESO 1.º-
¡A ponernos en salvo!... Seguidme
todos... Nuestros amigos ya estarán a la puerta...
|
PRESO 2.º-
Aprovechemos la ocasión... |
PRESO 3.º.-
(A un grupo de MUJERES.) No hay que vacilar... ¿Quién
sabe lo que puede suceder?... Y si Robespierre llegara a
triunfar... ¡capaz sería de anegar a París
en sangre!... |
EL GRUPO DE MUJERES.-
¡Vamos!... ¡Vamos!...
|
PRESO 1.º-
Ánimo y seguidnos... Nosotros os abriremos
paso... |
MUJER l.ª.-
(A MATILDE.) ¡Ved que todos se van y
os vais a quedar solos!... |
MATILDE.-
¿Y cómo abandonamos
a ese infeliz?... |
MUJER l.ª.-
¿Y qué adelantáis
con quedaros?... |
MATILDE.-
Si fuera posible, llevarle con
nosotros... |
MARQUÉS.-
¿Cómo, hija mía?... |
MATILDE.-
Intentémoslo siquiera... ¡Eduardo!... ¡Eduardo!...
Nos han puesto en libertad, y a ti también... |
EDUARDO.-
¡A mí! |
MATILDE.-
¡Vámonos fuera de esta prisión;
verás qué placer disfrutas al respirar el aire
del campo!... |
EDUARDO.-
¿Y mi padre?... |
MATILDE.-
Ya está
libre. |
EDUARDO.-
No... Me engañas... Yo no le dejo
aquí... |
MATILDE.-
Créeme, Eduardo... Se halla
fuera y te está esperando. |
EDUARDO.-
No... No...
¿Quién me lo asegura?... |
MARQUÉS.-
¿Conoces
este libro de memorias? |
EDUARDO.-
Sí... Es el de
mi padre. (Lo arrebata y lo besa.) |
MARQUÉS.-
Pues te lo envía en señal de que está
aguardando... |
EDUARDO.-
Vámonos corriendo... ¿Dónde
está?... ¡Pronto, que lo estreche en mis brazos!...
(Sale apresuradamente y se detiene de pronto al pasar por
delante del calabozo donde estuvo su padre; va y se asoma
por la rejilla.) ¿Ves como me engañabas? |
MATILDE.-
No te hemos engañado... |
EDUARDO.-
¡Allí está!...
¡Allí está!... Yo no me muevo de aquí
si no viene mi padre... |
MATILDE.-
¡Por Dios, Eduardo!...
Te lo pido con las lágrimas de mis ojos... Que te
pierdes... Y nos pierdes a todos... |
MARQUÉS.-
Hija
mía... |
MATILDE.-
Yo no le dejo así, aunque
me costara la vida... |
MARQUÉS.-
Es preciso salvarle
cualquier manera que sea... El infeliz está lejos
de conocer el daño que hace... (A su CRIADO.) Juan
y tú, a ver si podéis apartarle de esa puerta... |
MATILDE.-
¡ Por Dios, con tiento!... Cuidado no le hagáis
mal... (Bajan algunos presos por la escalera.) |
PRESO
2.º-
¿Aún estáis aquí?... |
MARQUÉS.-
Por no abandonar a ese desgraciado... |
PRESO 2.º.-
¡Pobre
mozo!... |
PRESO 3.º.-
Todos ayudaremos a salvarle... |
MATILDE.-
¡Dios os lo premiará!... |
EDUARDO.-
¿Adónde
me lleváis? Dejadme... Dejadme... |
MATILDE.-
Ven con
nosotros, Eduardo... ¿No quieres seguir a tu Matilde?... |
EDUARDO.-
¡No, yo no dejo a mi padre!... (MATILDE va delante
al lado de su padre; detrás JUAN y el otro CRIADO,
llevando de ambos brazos a EDUARDO y ayudándoles algunos
presos. A los pocos instantes se oye ruido de pasos y entra
EDUARDO precipitadamente, echa el cerrojo de la puerta y
se asoma a la verja.) |
Escena VI
|
|
Dentro, EDUARDO. MATILDE,
el MARQUÉS, JUAN desde fuera.
|
EDUARDO.-
¿Quién
ha podido más?... |
MATILDE.-
¡Eduardo de mi alma!
¿Qué has hecho?... |
EDUARDO.-
Para que no me engañes
otra vez. |
MATILDE.-
¡Por Dios, Eduardo, por Dios!... Mira
que te va en ello la vida... |
MARQUÉS.-
¡Abre!...
Oyenos siquiera... Te lo decimos por tu bien. |
MATILDE.-
¡Yo te lo ruego con todas las veras de mi corazón!...
Por el amor que me tuviste... Por el Señor que está
en los cielos... De rodillas te lo pido... ¿Quieres más,
Eduardo?... |
EDUARDO.-
No... No... ¡Yo no salgo de aquí
sin mi padre! |
|
(Óyese a lo lejos una campana que toca
a rebato, y se acerca un grupo de gente que pasa por la calle
gritando: «¡Muera la Convención!... ¡Viva Robespierre!...
¡Viva!...»)
|
MARQUÉS.-
¿Oyes, hija mía?...
Vámonos de aquí, vamos... Dios tendrá
piedad de ese desdichado... |
MATILDE.-
¡Eduardo de mi alma
y de mi vida!... ¡Eduardo!... |
MARQUÉS.-
Te sacrificas
sin provecho... y sacrificas a tu padre... |
MATILDE.-
¡Ay!...
|
|
(MATILDE da un quejido y cae desvanecida en brazos del MARQUÉS;
éste se aleja con ella, ayudado de JUAN.)
|
Escena IX
|
|
ALCAIDE,
su HIJO.
|
ALCAIDE.-
¿Ahora vienes, infame? |
HIJO.-
No ha
sido culpa mía; al momento que oí el primer
rumor corrí a ponerme a vuestro lado..., pero el tropel
de gente me atajó los pasos y de milagro vivo... Uno
dijo al verme: «¡Ahí va ese carcelero!...» Y se arrojaron
sobre mí para hacerme pedazos... Las mujeres, sobre
todo, parecían furias... Por fortuna llegó
un oficial que me conocía y a quien había hecho
algunos favores..., y para salvarme del furor del pueblo,
me condujo arrestado al cuerpo de guardia; a eso sólo
le debo la vida... |
ALCAIDE.-
¿Y cómo te han puesto
en libertad? |
HIJO.-
¡Pues qué! ¿No sabéis
lo que pasa?... El arresto de Robespierre y de los otros
no duró sino pocos momentos... El comandante general
Henriot los libertó y los sacó en triunfo...
Todos se hallan reunidos en la casa de la ciudad; ya la campana
ha tocado a rebato, y en el puente de la Revolución
ha sonado el cañonazo de alarma... ¿No lo habéis
oído?... La gente que pasó por la calle, ya
furiosa contra la Convención... Las secciones acuden
en tropel y sólo aguardan la señal para entrar
dentro a fuego y sangre... |
ALCAIDE.-
¡Infeliz de mí!...
¿Qué disculpa doy? El menor descuido se paga con la
vida. |
HIJO.-
Lo más urgente es ocultaros... Libraos
del primer arranque... |
ALCAIDE.-
No sé qué
hacer... |
HIJO.-
Lo primero es poneros en salvo... (Van hacia
la puerta del fondo, y el HIJO DEL ALCAIDE dice:) ¡Gente
viene!... Ocultaos corriendo. (Se sube el ALCAIDE por la
escalera.) |
Escena X
|
|
El HIJO DEL ALCAIDE, COMISARIO DEL TRIBUNAL, ROBERTO, AGENTE DE POLICÍA.
|
HIJO.-
Ni respirar
puedo... |
COMISARIO.-
¿Dónde está el alcaide?
|
HIJO.-
No lo sé... Yo acabo de entrar... |
COMISARIO.-
Buscadle por todas partes... y al Tribunal revolucionario...
Allí responderá con su cabeza del depósito
que le confió la República... (El HIJO DEL ALCAIDE va a echarse a sus pies.) ¡Quitá allá!...
Tan malvado eres tú como él... (El HIJO DEL ALCAIDE se retira al fondo del teatro.) Poco les duró
su contento... El desengaño ha llegado pronto y la
venganza será tremenda... |
ROBERTO.-
Yo mismo he visto
pasar los cañones que llevaban contra la Convención
escoltados por un gentío inmenso, y los artilleros
con la mecha encendida... Tal vez, a la hora ésta...
|
COMISARIO.-
Las sangrías que se le han hecho no han
sido suficientes... Es menester diezmarla y colocar una guillotina
en la puerta... ¡Así los representantes del pueblo
serán fieles a su mandato!... Toda nuestra diligencia
ha sido inútil... Eduardo de Loyzerole se habrá
fugado con los demás... |
ROBERTO.-
Así es.
|
COMISARIO.-
Pero ¿estás seguro de que no era él
quien murió en el cadalso?... |
ROBERTO.-
¿Pues no
he de estarlo?... Yo le conozco hace muchos años...
Es mozo todavía; y el que vi llevar a la guillotina
era un hombre de edad... Era su padre..., que tampoco se
llama Eduardo, sino Carlos... |
COMISARIO.-
¿Carlos de Loyzerole?...
Ese venía en la lista de los deportados... El Tribunal
le había tratado con indulgencia...; pero entonces,
pudo suceder?... |
ROBERTO.-
¡Quién sabe!... Tal vez
el hijo estaría durmiendo y su padre respondió
por él!... |
COMISARIO.-
¿Si creería salvarle
así?... ¡Insensato!... |
ROBERTO.-
¡Aquel es!... |
AGENTE.-
¡Aquél!... |
Escena XII
|
|
El teatro representa una plaza con varias calles
entrambos lados. Se ve atravesar la plaza, de izquierda a
derecha de los actores, a un representante del pueblo, acompañado
por gente armada; una turba le sigue gritando: «¡Viva la
Convención Nacional! ¡Vivan los representantes del
pueblo!» Otro grupo de gentes a da leer el edicto que acaban
de poner en esquina
|
HOMBRE 1.º-
¡El que tenga mejor voz!...
Y que lo lea recio... |
MUJER l.ª.-
¡Y bien recio, para que
todos lo oigamos!... |
MUJER 2.ª.-
¡Que me ahogan!... No apretéis
tanto!... |
HOMBRE 1.º.-
¡Silencio!... |
HOMBRE 2.º.-
(Leyendo.)
«En nombre del pueblo francés, la Convención
Nacional decreta: Los representantes del pueblo Robespierre,
Saint Just, Couthon, Robespierre, el menor, y Lebas quedan
fuera de la ley. »Los miembros de la Municipalidad de París,
el comandante general Henriot y todos los que favorezcan
la insurrección o la auxilien en sus proyectos liberticidas
quedan igualmente fuera de la ley. »Aprehendidos que sean,
y reconocida la identidad de las personas, se les impondrá
en el acto la pena de muerte. »Los comisionados de la Convención
Nacional harán promulgar este decreto y requerirán
la fuerza armada de las secciones. »El representante Barrás
tomará el mando y marchará inmediatamente contra
la Municipalidad rebelde y sus cómplices. »¡Ciudadanos,
la patria está en peligro!... ¡La Convención
Nacional os fía su defensa!... »¡Los representantes
del pueblo aguardan en sus asientos la victoria o la muerte!...
»¡Viva la República, una e indivisible!» |
VOCES DEL
PUEBLO.-
¡Viva!... |
PRESO 2.º.-
Lo primero es acudir a la
Convención, antes que la degüellen... |
HOMBRE
1.º-
¡Vamos todos!... |
LOS DEL GRUPO.-
(Responden:) ¡Todos!...
|
HOMBRE 1.º-
Cada cual con las armas que pueda... |
HOMBRE
2.º-
Que pasen por encima de nuestros cadáveres si
quieren penetrar por las puertas... |
HOMBRE 1.º.-
¡Vivan los
representantes del pueblo!... |
VOCES EN LOS GRUPOS.-
¡Vivan!
|
|
(Se dirigen hacia la última calle de la izquierda.)
|
Escena XIII
|
|
El PRESO 1.º viene seguido de un grupo de
gente por la callea donde se dirigen los otros.
|
PRESO 1.º-
¿Dónde vais? |
PRESO 2.º.-
A la Convención.
|
PRESO 1.º-
La Convención ya se ha salvado... |
PRESO
2.º-
¿Cómo?... (El grupo se abre y le rodea para oírle.)
|
PRESO 1.º-
Yo no sabré deciroslo... Todo ha cambiado
en un instante... Los cañones estaban ya asentados,
y el comandante Henriot, ebrio y fuera de sí, dio
la voz de ¡fuego!, pero los artilleros se aterraron a la
idea de sepultar entre las ruinas a los representantes del
pueblo... Algunos de éstos se presentan en aquel terrible
momento y leen en voz alta el decreto contra los rebeldes...
Pareció cosa de encanto: a un tiempo resonó
en todas las filas: «¡Viva la Convención Nacional!...»
Y las armas que estaban dirigidas contra ella se vuelven
contra los traidores y van a exterminarlos... |
HOMBRE 1.º.-
Todos se hallan reunidos en la Casa de la Ciudad. |
HOMBRE
2.º-
¿Pues hay más que volar el edificio y que den
un salto a los infiernos?... |
PRESO 1.º.-
¡Vamos allá!...
Y que al salir mañana el sol, no halle vivo a ninguno.
|
VOCES EN EL GRUPO.-
¡Ninguno ! |
|
(Se dirigen hacia la última
calle de la derecha; de la inmediata sale corriendo JUAN
y se encara con, el PRESO 1.º)
|
Escena XV
|
|
Dichos. Por
otra calle de la derecha desemboca el COMISARIO DEL TRIBUNAL
con ROBERTO y el AGENTE DE POLICÍA, seguidos de algunos
subalternos de dicho Tribunal y gendarmes, que traen en el
centro a EDUARDO y a otros cuantos presos.
|
PRESO l.º-
¿Aún
estáis sedientos de sangre?... |
HOMBRE l.º-
¡Traedles
una cuba llena, a ver si se hartan!... |
COMISARIO.-
Lo que
queremos es que se cumplan las leyes... Dejad libre el paso...
|
VOCES EN EL GRUPO.-
¡Que los suelten!... ¡No más
guillotina!... |
COMISARIO.-
Ya lo he dicho otra vez... ¡Paso!...
¡Paso!... (La gente se irá retirando poco a poco y
de manera que pueda envolver al grupo que lleva los presos;
de pronto se arrojan sobre él y las MUJERES gritan
a los gendarmes:) ¡Dejad a esos infelices!... ¡Dejadlos!...
|
|
(Se interponen de suerte que no pueden hacer uso de las armas.
Ellos permanecen indecisos, sin hacer caso de ellas. La gente
del pueblo liberta a los presos, que se confunden entre la
muchedumbre: sólo permanece EDUARDO inmóvil,
con la cabeza descubierta. El COMISARIO DEL TRIBUNAL y el
AGENTE DE POLICÍA desaparecen en medio del tumulto.
ROBERTO, al irse, descarga con el sable desnudo un golpe
en la cabeza de EDUARDO.)
|
ROBERTO.-
Tú no te salvarás...
|
|
(JUAN venía a colocarse al lado de EDUARDO y dispara
un pistoletazo sobre ROBERTO.)
|
JUAN.-
¡Toma tu merecido!
|
|
(ROBERTO, herido mortalmente, va a caer entre bastidores.
Alguna gente le sigue, gritándole: «¡Asesino!... ¡Asesino!...»
Otros se dirigen hacia la última calle la derecha.)
|
Escena XVI
|
|
Dichos, menos el COMISARIO DEL TRIBUNAL, el
AGENTE DE POLICÍA, ROBERTO y algunos gendarmes; otros
se quedan entre la gente del pueblo y fraternizando con ella.
|
EDUARDO.-
¡Ay de mí!... (JUAN le sostiene; un grupo
de gente le rodea.) |
MUJER l.º-
Toma... y atájale
la sangre... (Alarga un pañuelo a JUAN.) |
EDUARDO.-
No... No... Dejadla correr... |
JUAN.-
¡Señorito!... |
EDUARDO.-
¡Que se me quite peso!... Este peso que me está
ahogando... ¡Así... Así..., que respire siquiera...
(Mirando en rededor con asombro como volviendo en sí:)
¿Dónde estoy Dios mío?... |
JUAN.-
Soy yo...
¿No me conocéis? Juan... (EDUARDO prorrumpe en lla
y reclina la frente en su hombro.) |
MUJER l.º-
¡Pobrecillo!...
Y esos malvados iban a asesinarle... MUJER 2.º- Se conoce
que tiene el alma traspasada de pena... |
JUAN.-
Llorad...
Llorad cuanto queráis; así os desahogaréis...
La señorita Matilde no decía más que
eso; lo que necesita es llorar... ¡Qué contenta se
va a poner!... Está libre... y muy cerca de aquí:
está escondida con su padre... |
EDUARDO.-
¡Y mi padre!...
¿Quién me restituye a mi padre? |
JUAN.-
Por Dios...
No os aflijáis así... Vámonos de aquí
cuanto antes... |
EDUARDO.-
¡Mi padre!... ¡Mi padre!... ¡Me
han asesinado a ¡ni padre!... |
PRESO 1.º.-
No es tiempo de
llorar su muerte, sino de vengarla... |
EDUARDO.-
Tienes razón...
¡Un arma!... ¡Un arma!... |
PRESO 1.º.-
Aún están
vivos los asesinos de tu padre... |
EDUARDO.-
¡Un arma!...
¡Que sea yo primero que vierta su vil sangre!... |
|
(Coge la
pistola que tiene JUAN en la y corre precipitadamente hacía
la calle de en medio, a la derecha de los actores; un grupo
de gente le sigue.)
|
Escena XVII
|
|
Al ir ya cerca EDUARDO,
desemboca por la misma calle el COMANDANTE GENERAL HENRIOT,
y a su izquierda el COMISARIO DEL TRIBUNAL y el AGENTE DE POLICÍA; le siguen algunos gendarmes y gente de la
ínfima plebe armada; por las demás calles del
mismo lado del teatro salen también otros. EDUARDO
se queda solo; los que le seguían retroceden y se
colocan al otro lado de la plaza.
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COMISARIO.-
(A HENRIOT,
señalando a EDUARDO.) ¡Ese es uno!... ¡Ese!... |
EDUARDO.-
¡Ya te conozco, infame! (Se adelanta hacia él y le
dispara un pistoletazo, sin que salga el tiro. Algunos gendarmes
se arrojan sobre él y hacen ademán de matarle.)
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COMISARIO.-
¡No!... Dejadle
con vida... para que se ejecute la sentencia... |
HENRIOT.-
¡Al suplicio!... |
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(El COMISARIO DEL TRIBUNAL y el AGENTE DE POLICÍA se colocan al lado del grupo en que está
EDUARDO; la gente se dispersa buscando las bocacalles, y
otros detrás de las puer. tas entreabiertas.)
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VOCES
DEL PUEBLO.-
¡Asesinos!... Malvados!... |
HENRIOT.-
(Al pueblo.)
¿Creéis atemorizarme con vuestra gritería?...
(A los gendarmes.) ¡Hola! Despejad la plaza; y al que se
resista hacedle mil pedazos... (Al COMISARIO DEL TRIBUNAL.)
¿Qué aguardáis ahí?... ¡El reo al suplicio!...,
que yo castigaré a esta canalla. |
VOCES EN LOS GRUPOS.-
¡Muera!... (Da algunos pasos hacia adelante, a tiempo que
van a llevarse a EDUARDO; éste le grita con tono inspirado:) |
EDUARDO.-
¡Oye, detente, escucha!... Antes de veinticuatro
horas tú y los otros malvados compareceréis
ante el Tribunal de Dios... ¡Allí os aguardo!... |
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(Suenan
voces en toda la plaza, en calles y ventanas «¡Mueran!» HENRIOT
se muestra como suspenso; se llevan a EDUARDO; cae el telón.)
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