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La actividad autobiográfica de Ridruejo ha sido bien estudiada por Danielle Corrado. Su trabajo más reciente: «Los diarios de Dionisio Ridruejo», en La literatura de la memoria entre dos fines de siglo: de Baroja a Francisco Umbral, ya citado, págs. 91-112.

 

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Interesante, en este sentido, el artículo de Susana Reisz «Hablar de sí» sobre el desfase, la tensión, el forcejeo que se da entre el hecho, que puede ser trivial, de asumir una escritura del «yo» y hablar de sí verdaderamente. Lo primero es una convención literaria mientras que lo segundo constituye una experiencia radical que puede resultar angustiosa. De un pasaje de su artículo extraigo la idea de la autobiografía como motor de transformación de la identidad colectiva, que Reisz aplica al discurso femenino fundamentalmente. Escrituras del yo. España e Hispanoamérica, Rosalba Campra y Norbert von Prellwitz (coords.), Roma, Bagatto Libri, 1999.

 

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Un dossier reciente titulaba los artículos recogidos en su publicación en torno a biografías y memorias: «La memoria como arma arrojadiza» con ganas de subrayar sólo un aspecto tangencial y prescindible tal vez de la memoria: su carácter revanchista. El motivo: las figuras de Ortega y Gasset, Tierno Galván y Jorge Semprún sacudidas por la mirada crítica de Gregorio Morán, César Alonso de los Ríos o Marguerite Duras. ¿Arma arrojadiza?Memoria sí, venganza no. ¿Es que libros como Un maestro en el erial o La verdad sobre Tierno Galván no pueden considerarse como muestras de una voluntad de contribuir al esclarecimiento de nuestro pasado, a través de la reconsideración de algunos de sus personajes más emblemáticos, antes que sospechar de su malévola intención? ¿Es que acaso es preferible el cultivo de la estatua -Ortega y Gasset, Tierno Galván- a la manera franquista antes que conocer qué guarda la estatua en su interior cuando ese interior, en cierto modo, nos afecta a todos? ¿No interesa analizar las discontinuidades, humanísimas, entre realidad y apariencia?

 

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El narrador de Coto vedado (1985) vuelve a la Universidad de Barcelona, años después de pasar pasar por sus aulas como estudiante de Derecho. Goytisolo busca ansiosamente instantáneas, retales de recuerdos que le permitan evocar aquel muchacho de entonces. Lo ve:

«Zapatos: negros. Color del terno: beige o gris perla. Un abrigo ajustado y guantes del mismo color que el traje, como convenía a un futuro diplomático».


Se recuerda tímido y vulnerable en aquel patio de Letras y escribe:

«Vana tentativa de tender un puente sobre tu discontinuidad biográfica, otorgar posterior coherencia a la simple acumulación de ruinas: buscar el canal subterráneo que alimenta de algún modo la sucesión cronológica de los hechos sin saber con certeza si se trata de la exhumación de un arqueólogo u obra flamante de ingeniería».


Alianza, Biblioteca JG, 1999, pág. 174                


 

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Un par de artículos publicados en 1876 y 1877 los aprovechó Mesonero en las Memorias, cuyo texto empezó a aparecer regularmente en la revista entre el 22-III-1878 y el 30-XI-1879 a lo largo de treinta y una entregas; el texto se recogió en volumen, con cambios, en 1880 y de nuevo corregido en 1881. Ha habido ediciones al menos en 1924-1926, 1961, 1967, 1975, 1982, 1994 y 1997. Pueden verse los detalles bibliográficos en Durán López (1997, nº 293) y en la edición preparada por José Escobar y Joaquín Álvarez Barrientos (Mesonero 1994, págs. 71, 75-83), que es la que seguiré aquí, única con carácter crítico, que coteja las sucesivas versiones y anota sus fuentes.

 

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Una excepción la suponen el artículo de José Escobar (1993) y la excelente edición de las Memoriashecha por éste mismo y por Joaquín Álvarez Barrientos, donde se efectúa un meritorio esfuerzo por reconstruir los lazos de Mesonero con otras autobiografías; no obstante, el juego de referencias a textos autobiográficos españoles sigue siendo demasiado escaso para obtener conclusiones sólidas, lo que contrasta con el mucho mayor espacio consagrado a desentrañar la evolución que supone para Mesonero este libro respecto a sus colecciones de cuadros de costumbres.

 

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En mis trabajos ya citados se pueden encontrar las referencias detalladas de casi todos los textos que cito, por lo que sólo mencionaré título y año de cada obra. Me limito a obras impresas, únicas que en el XIX establecen una influencia real sobre el público, pero también han de tenerse en cuenta las muchas que quedaron inéditas, incompletas o se publicaron muy tardíamente.

 

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Joaquín Álvarez Barrientos (1995) ha desarrollado la relación de las Memorias de un setentón con la novela, pero deja bien claro que cualquier proximidad entre Mesonero y ese otro género se refiere a la novela histórica y de costumbres contemporáneas, al estilo de Galdós. Pero también había otros modelos novelescos en vigor, como los seguidos por Pérez Escrich y Escosura, que practican un tipo de narración romántica, melodramática y folletinesca, centrada en un héroe al que suceden toda clase de aventuras. En la novela, como en la autobiografía, no se puede llegar a ninguna conclusión válida si se toman como bloques homogéneos que caminan por una sola dirección.

 

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Muchos de estos libros tienen un destacado componente autojustificativo y polémico, pero su desarrollo va más allá de la simple defensa circunstancial. Son mucho más frecuentes las memorias que denomino justificativas, piezas más breves y coyunturales sobre asuntos concretos de los que el autor, en caliente y con agresividad, se defiende. En mi catálogo puede verse una muestra representativa de esas obras, sobre todo a partir de 1808, y he tratado de ofrecer una caracterización más completa de ese subgénero en mi edición de uno de sus mejores productos, las Memorias de Manuel José Quintana (Durán López 1996, págs. 21-45).

 

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Los límites de Mesonero como escritor los ha definido contundentemente Alberto Gil Novales al decir que «su fama es tan grande como sus contradicciones, y en el fondo su ausencia de pensamiento» (1991, pág. 433).