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531

En otro lugar, Barrantes escribe «¡Soy el terrible Muñoz, / el asesino feroz / que nunca se encuentra inerme, / y soy capaz de comerme / cadáveres con arroz...!», y, recitados estos versos ante Baroja, exclama el novelista: «Eso no tiene nada de particular [...] Y menos para un valenciano...». Y cuando Barrantes pregunta por qué, contesta Baroja «-Porque los cadáveres con arroz es lo que constituye la paella». Pío Baroja, Ob. cit., 723. (N. del A.)

 

532

Carrère, «Perfil burlesco», La canción de la farándula, 128. (N. del A.)

 

533

José María de Cossío, Ob. cit., 823. También cita con cierta extensión el prólogo a las Coplas de Gil Parrado y recordemos las siguientes frases: «...Publicamos estas colecciones con vistas al porvenir, cediendo a los terribles impulsos de la vanidad o a la tristeza que nos produce la inutilidad de nuestro esfuerzo cotidiano... ¡Y sentimos verdadera angustia al pensar que las frases, las observaciones y las ideas, pueden desaparecer para siempre en las aguas del Leteo! Por eso nos arrojamos a salvarlas, presentándolas de nuevo a la pública admiración (823-824)». (N. del A.)

 

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En su prólogo al Cancionero de Gil Parrado escribe Jacinto Octavio Picón: «Y claro está que, dada la muchedumbre de aspectos y fases que presenta la vida moderna, la musa inspiradora del humorismo es ese conjunto de sucesos y hechos que surgen al día naciendo hoy para morir mañana, y que forman lo que en lenguaje periodístico se llama la actualidad (XI)». (N. del A.)

 

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Aurora de Albornoz, La prehistoria de Antonio Machado, Puerto Rico, Ediciones de La Torre, 1961. Es lástima que no haya hablado más en su breve presentación de los textos acerca de Paradas, porque son escasos los informes sobre él al alcance del investigador.

Sobre el mismo tema, véase Miguel Pérez Ferrero, Vida de Antonio Machado y Manuel, Col. Austral 1135, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1952, 41-42, que da algunos datos más sobre la vida pintoresca de Paradas. A última hora, gracias a Ricardo Gullón, he podido leer los dos artículos que Manuel Machado dedica a la vida y obra de su exaltado amigo, textos publicados en Arriba (26 de octubre y 16 de noviembre de 1941). Comienza el retrato del siempre inquieto Paradas con el siguiente párrafo: «El poeta Enrique Paradas era, después de todo, como la Vida: algo sorprendente, ilógico, disparatado, fluente, cambiante, contradictorio, vulgar y maravilloso al mismo tiempo, sin atadero ni sentido apreciable. Y siempre en marcha...». En efecto, su vida era movimiento constante (alguien lo llamaba por eso Corrientes), totalmente sin sentido común e irreflexiva. Había derrochado una fortuna -afirma Machado- pero quería ganar dinero por los más absurdos y extraordinarios caminos. Era todo lo contrario de un hombre de letras; no le importa ba tampoco la gloria; y la publicación de un libro (vendía ejemplares yendo de casa en casa) representaba una momentánea tregua en los frecuentes períodos de extremada indigencia. Cochero en provincia, actor en la capital. Abandonado el teatro, quedó nuevamente «a la clemencia divina, con el día y la noche por todo capital».

Machado cita varios cantares de Agonías, libro del cual el viejo Campoamor había comprado siete ejemplares para ayudar económicamente a Paradas, y reproduzco uno de ellos: «No encuentro vino en el mundo / que se suba a mi cabeza. / Como el aceite en el agua / así flotan mis tristezas». Rehuía siempre la publicidad y totalmente ignorado logró, paradójicamente, la gloria de ser sentido y comprendido.

Tras las clases de latín proporcionadas por Benot y el fracaso del negocio de La Caricatura, se esfumó la única seguridad que tenía Paradas, quien se marchó de la Corte recorriendo «media España como anticuario o trapero, fotógrafo ambulante y librero de viejo». De tiempo en tiempo venía a Madrid, enriquecido el caudal de cantares pero empobrecida pronta la bolsa volvía a marcharse. Al levantar su librería de Cádiz, nos dice Machado, regresa a Madrid con la idea de instalarse definitivamente, pero fatigado por tantas correrías, pronto murió al cumplir sesenta años. Eso, pues, en 1925. (N. del A.)

 

536

Sobre la temprana poesía de Manuel Machado, véase mi artículo «Los comienzos de Manuel Machado», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, núm. 1, enero-marzo de 1975. (N. del A.)

 

537

Manuel Machado, Unos versos, un alma y una época, 48 y 50. (N. del A.)

 

538

Antonio Machado, Juan de Mairena, I, Buenos Aires, Losada, 1942, 173. (N. del A.)

 

539

Cossío, Ob. cit., 495-496. (N. del A.)

 

540

Ibidem, 497. (N. del A.)