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Universidad de California, Santa Bárbara
Para Dorothy, siempre
Rubén Darío, «Versos de Año Nuevo» |
Con las
páginas actuales en que se estudian algunas novelas modernas
de la bohemia española, publicadas durante un período
de unos cincuenta años, concluyo mis someras investigaciones
en ese mundo o submundo literario característico de aquellos
años finiseculares y de los primeros decenios del siglo XX.
Constituyen también una continuación de dos trabajos
anteriores publicados asimismo en los Anales de literatura
española. En el primero (núm. 4, 1985) me
propuse ordenar sistemáticamente algunos textos
hispánicos para intentar
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Así, con las indicadas reservas, se ofrecen ahora algunas consideraciones sobre la novelística de los bohemios mismos y de algunos autores que, sin ser ellos mismos bohemios, cultivaron ese tema literario. El punto de partida remonta a mediados del siglo XIX cuando en 1848 se publicaron las Escenas de la vida bohemia, libro de Murger que da una visión risueña de los artistas que habitaban en aquel entonces el Barrio Latino. Sin embargo, en la época que me concierne, ya no existe ese mundo idealizado por los románticos. Había terminado la edad dorada de la risa y de los amores fáciles, y el bohemio se encuentra frente a las duras e implacables realidades de una sociedad más pragmática y materialista. En su pintoresco libro Tipos de café (Imprenta Galo Sáez, Madrid, 1936), por cuyas páginas desfilan casi todos los bohemios habidos y por haber, el novelista Eduardo Zamacois evoca con amplio conocimiento de causa el alma del café madrileño y sobre todo el modo de ser bohemio en algunos fragmentos que merecen ser recordados aquí:
La bohemia no se halla vinculada inexorablemente a la pobreza. Hay muchos ricos de instintos bohemios y muchos pelagallos con alma de burgués. La bohemia, consiguientemente, supone una disposición de espíritu sustantiva y aparente. El bohemio artista «nace» y sus rasgos temperamentales mejor acusados son: la improvisión y un culto desbordado a la Belleza (60)... Por eso, la mayoría de los
escritores y artistas viven desgobernadamente. Ilusionados siempre,
no establecen equilibrio entre su labor y sus ganancias. Las
comodidades materiales no les absorben; ambulan fuera del tiempo;
el ensueño les venda los ojos; no saben por donde van, y de
la terrible desproporción entre lo mucho que ambicionan
-nada menos que la inmortalidad buscan- y lo poquísimo que
tienen, dimana su bohemia. Adoran la independencia. Son orgullosos,
ególatras, díscolos (61)... La bohemia no es una
moda, ni una librea... La bohemia -no confundamos
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Hay dos obras de gran calidad literaria que recrean con fidelidad el mundo artístico de la bohemia en España: Troteras y danzaderas (1913) de Ramón Pérez de Ayala y Luces de bohemia (1920) de Valle-Inclán. Ninguno de los dos escritores fue en realidad bohemio aunque Valle, más que Pérez de Ayala, se movía siempre en aquel mundo fantasmagórico poblado por los tipos más raros de aquellos años. Sin embargo, ambos libros son testimonios auténticos, y han sido estudiados exhaustivamente por la crítica, lo que me exime de comentario dilatado648. Sin embargo, para comenzar, algo tiene que decirse acerca de las dos obras estrechamente emparentadas en más de una forma.
Para 1913 y 1920
Pérez de Ayala y Valle se habían alejado del
movimiento modernista, y su literatura mientras tanto había
asumido un aspecto sarcástico y de parodia. Ambos relatos no
sólo son de tipo satírico sino también de
clave, porque están creados sobre realidades de la
época, y en ellos pueden reconocerse rostros verdaderos de
escritores, libreros, políticos y otros tipos más o
menos pintorescos del día. Como hemos visto ya, el personaje
Teófilo Pajares de Troteras y danzaderas, poeta modernista
de cisnes ebúrneos y pálidas princesas, tiene mucho
de Villaespesa, y el modelo más cercano para el
hiperbólico Max Estrella de Luces de bohemia es sin
duda Alejandro Sawa, ciego, borracho y loco, que se movía en
aquel Madrid absurdo, brillante y hambriento para morir luego en
circunstancias grotescas. Tanto Pérez de Ayala como
Valle-Inclán, indignados por la farsa de la vida nacional,
se comprometen con la abyecta y deformada realidad. Es verdad que
por la naturaleza dialogada de Luces suelen faltar las
largas digresiones ensayísticas sobre España y la
regeneración, pero eso no implica que Valle esté
menos comprometido con una dimensión político-social
revelada en las palabras y acciones de
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Si bien rebasa los
estrictos límites cronológicos de mi trabajo, el
indispensable punto de partida al comenzar el examen de la novela
bohemia es El frac azul (1864) de Enrique Pérez
Escrich, obra que en España corresponde a las
Escenas de Murger e inicia la modalidad en el
país650.
En efecto el autor, abundante folletinista, cita al popular
escritor francés, y un personaje de la novela dice
textualmente: «... vas hecho un príncipe, y te
quejas... ¡Ah! malditos sean los falsos bohemios que hablan
con entusiasmo de las excentricidades de Henry Murger», y se
añade al pie de la página la siguiente nota:
«Este escritor francés es conocido en París por
el rey de los bohemios»651.
También al empezar su novela Pérez Escrich escribe:
«La vida bohemia, como dicen los franceses, apenas
se comprende en provincias, pero en Madrid ya es otra cosa; porque
Madrid es el inmenso hospital donde se refugian todos los
desheredados, todos los soñadores, todos los perdidos de
España». Y otra vez la nota al pie de la
página: «Así denominan los franceses, y es una
denominación que se ha hecho general en Europa, a esos hijos
del genio que, abandonando la paz de sus hogares,
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El mecanismo utilizado en El frac azul es sencillo: se trata de las memorias de un joven poeta inédito, Elías Gómez, valenciano, que abandona su hogar y dirige sus pasos a Madrid con todas sus ilusiones a cuestas, representadas éstas por un frac azul con botones dorados. Gómez es, según se afirma, amigo del narrador que cuenta los episodios de su vida de bohemio a otro joven, de nombre Arturo, quien a su vez ha llegado a la Corte con dos dramas en su baúl y la cabeza llena de sueños de gloria. Pérez Escrich insiste en la verdad histórica de su novela, y se va a limitar a narrar solamente las escenas que considera «de más interés o de más provecho para los jóvenes que sueñan en los inmarcesibles laureles de la gloria» (132). Al final de la obra se revela lo que todo lector ya sabe: que Elías es, por su puesto, el mismo narrador que aconseja a Carlos que lo medite bien antes de decidirse por una vida tan azarosa como la de un poeta (365).
Elías,
durante su estancia madrileña, conoce todos los rigores del
provinciano recién llegado a la ciudad con aspiraciones a la
gloria literaria. Infructuosas sus gestiones teatrales, primero se
gana la vida escribiendo romances y aleluyas, pero el porvenir
ofrece pocas esperanzas y se amontonan las dificultades. Pasa a
escribir artículos y discursos, así como un memorial
en verso que le ha encargado un cura, y con el tiempo pasa a ser
corrector de pruebas, oficio que daña de manera grave su
vista. Mientras tanto lleva una obra suya a Ventura de la Vega,
quien le ofrece consejos y a cuenta un billete de banco, siendo el
dramaturgo popular la tabla salvadora de Elías (208). Logra
por fin el triunfo artístico con el estreno de su drama,
pero para componer la salud se retira del mundo literario,
instalándose a la orilla del Mediterráneo donde se
dedica como terapia a la caza. Ha comenzado a escribir una novela
(«procurando darle a su libro ese perfume
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El último capítulo de la novela se titula «Una retirada a tiempo» (366-367), y en él se cuenta que Arturo (el escritor a quien el autor narraba los sucesos de la vida de Elías) está resuelto a abandonar la literatura por el estudio de leyes. El autor se aprovecha de la ocasión para puntualizar el propósito moralizador de su obra: «Dichoso yo, si con mis humildes escritos pude ser útil alguna vez a los que me honran dedicándome por algún momento su atención, porque la esterilidad de un libro es el mayor castigo que puede recibir aquel que lo ha escrito» (367). En estos términos, pues, se formula el fondo admonitorio e intención ejemplar de la novela.
Uno de los aspectos más simpáticos de El frac azul es el compañerismo entre Elías y sus amigos bohemios, lo que contribuye notablemente al sentido vitalista de esas amistades:
Dichosa edad... Período encantador de los sueños de color de rosa, de las alboradas sin nubes, en que todo sonríe en derredor de la juventud; dichosa edad en que hasta las lágrimas se derraman cantando, y con la hermosa sonrisa de la esperanza en los labios; dichosa edad en que el corazón exento de la abrumadora prosa de la vida, encuentra armonía hasta en el ruido de las cadenas y las tétricas paredes de una cárcel se revisten de los poéticos encantos de la primavera. |
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El predilecto
punto de reunión de los amigos es el Café de la
Perla, y allí el lector conoce a varios jóvenes
entusiastas de la democracia y el arte; entre ellos se destaca uno
que se llama Florencio Moreno Godino, quien se hace llamar
Floro-moro-godo por el sentido armonioso del nombre
(«...tiene algo de perfume, algo de oriental, aunque
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Una palabra final sobre el frac azul: Arturo ha comprado en el rastro el mismo que Elías había traído de Valencia años antes, traje de mártires y suicidas (76). Representa fatalmente la mala suerte que sigue a quien se lo pone, y cuando se guarda comienzan los éxitos. Al alejarse del mundo literario, Arturo se quita el frac azul, lo que permite su eventual salvación. Vale la pena consignar que Cansinos-Asséns cree que irónicamente y a pesar del propósito ejemplar de Pérez Escrich, esa decisión actúa no como forma de disuadir sino de in citar a los jóvenes sedientos de gloria artística653.
Menos interés quizá tiene aquí Declaración de un vencido (Madrid, 1886) por Alejandro Sawa aunque el personaje principal Carlos Alvarado, joven de Cádiz y autor de unas obras exiguas, también como Elías Gómez dirige sus pasos a Madrid donde espera hallar el renombre literario. Carlos no es propiamente dicho un bohemio profesional aunque en la Corte pertenece por algún tiempo al cuerpo de redacción de La voz pública, periódico de oposición, y sufre su primera decepción al averiguar que el diario está vendido al gobierno. Otra vez es poco menos que evidente la estrecha relación que hay entre el fermento liberal de los cafés y las redacciones donde también se congregan los marginados.
Creo que
Declaración, novela de contenido misceláneo
que acoge muchos materiales digresivos y hasta doctrinales (por
ejemplo, los primeros capítulos constituyen una larga
disertación histórica y social en que se satiriza la
España del XIX), tiene dos aspectos dignos de destacarse
aquí. En primer lugar, es la historia de Carlos y su
progresivo envilecimiento, que termina en el suicidio, otra
víctima de la sociedad. Conoce la pobreza y se entrega a la
borrachera; hacia finales de su penosa trayectoria vive con Carmen,
una prostituta generosa y compasiva, a quien Carlos trata muy mal
aunque ella lo atiende
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Lo que me interesa advertir ahora es que en otro plano la historia de Carlos es la de otros muchos, desde la existencia oscura de provincia en el seno de una familia acomodada hasta la derrota final en la ciudad. La novela, pues, es un documento simbólico de la época, que refleja no sólo el lastimoso caso individual sino también un estado de ánimo colectivo. Carlos vive los mismos conflictos sociológicos y psicológicos con los cuales tenían que luchar Sawa y sus compañeros generacionales durante la época inmediatamente anterior al desastre de 1898. Triste y pesimista es el panorama intelectual (46-47); su suicidio una protesta contra la vida (227). En la «Nota al lector» que abre la novela, Sawa explica que Carlos merece vivir y que la multitud tiene sus manos manchadas con la sangre del joven escritor; nadie acude en su ayuda; y, agotados los recursos, no hay para él otra solución. Sigue diciendo Sawa, con su habitual vehemencia, que la obra puede servir de pieza de acusación «el día... en que se entable un proceso formal contra la sociedad contemporánea», y añade que publicándola puede ayudar a los historiadores del porvenir.
Alejandro Sawa,
con todos los bríos de su relativa juventud en aquel
entonces, postula un arte audaz y fuerte, combativa y redentora,
con la misión de purificar un pueblo envilecido, un arte
capaz de despertar en el país una nueva conciencia. Esa
premisa revolucionaria fue acogida por los bohemios, cuyo calvario
Carlos Alvarado conoce muy bien. Como comentario último,
agrego que ésta es tal vez la novela extensa menos
naturalista de cuantas escribió Sawa, abanderado en sus
comienzos de un fuerte y atrevido naturalismo que prodigaba los
análisis clínicos y detalles sórdidos o crudos
de toda índole. Tales inmundicias y degradaciones
explícitas faltan casi por completo en
Declaración de un vencido, documento de aquella
edad conflictiva.
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La horda, novela de la ciudad que pertenece a la segunda etapa de Blasco Ibáñez, describe con detallado realismo social toda la miseria de los barrios pobres en las afueras de Madrid: Cuatro Caminos y Vallecas, Tetuán y las Cambroneras656. Los habitantes de aquellos sitios, que viven rodeados de basura y desperdicios, son traperos, golfos, mendigos, albañiles y otros obreros del bajo proletariado. En fin, la escoria de la sociedad, los pobres indefensos que entran en la capital al amanecer para regresar a sus casuchas sórdidas por la tarde. Una triste vida circular que se repite y se repetirá siempre. Esa es la horda que lleva el hambre a cuestas y azuzada por el deseo de vivir percibe en la lejanía inalcanzable la belleza y la monstruosidad a la vez de Madrid, ciudad dominadora y sin piedad. Con ella se funde el destino inevitable de la horda y su sufrimiento diario. De ahí, pues, la posible relación con las novelas de Pío Baroja agrupadas en la trilogía de La lucha por la vida. El fondo social y revolucionario es una parte integral de la obra, y no se limita a la mera discusión teórica sino que también el lector presencia una grave confrontación entre la policía y los obreros (1471 y siguientes).
El protagonista de
La horda es un intelectual, Isidro Maltrana, producto de
aquellas circunstancias adversas que en parte ha podido superar
gracias a la desinteresada bondad de una generosa protectora,
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Rechazada la universidad como otra mentira de la sociedad e inútil para el verdadero intelectual, se afilia Maltrana a lo que Blasco Ibáñez llama «la tumultuosa e ingobernable República de las Letras» (1386). Se re crean en la novela las noches de Fornos, acompañado Maltrana de otros genios convencidos de su propio valor aunque no habían producido ni una línea de los libros inmortales que iban a revolucionar los destinos humanos. Exaltaban, al mismo tiempo que insultaban a los grandes, a los autores oscuros y de poca obra (1386-1387). La fortuna relativa comienza para Maltrana cuando entra sin remordimientos en trato con don Gaspar Jiménez, Marqués y Senador, para escribir por encargo de su protector un libro notable que consolidase su prestigio de economista y pensador, con la idea de facilitar así su nombramiento de ministro. Ese tomo se iba a titular El verdadero socialismo y lo que más demandaba el falso autor eran no tas eruditas en cada página. Desde luego, don Gaspar simboliza lo práctico y su muletilla tantas veces repetida: «La vida no es un sueño; hay que trabajar, hay que ser práctico».
Nuestro bohemio,
que no tiene nada en absoluto de práctico, acepta sin
vacilación alguna el dinero que le paga don Gaspar por esa
piratería literaria. Constituye un liberación de la
miseria y garantiza por algún tiempo el bienestar material.
En seguida, Isidro, como buen bohemio despreocupado y hambriento,
se dirige a la taberna de los genios, sirviéndose
los mejores platos bien rociados con vinos y otras delicias. Piensa
también en el porvenir, uno más ordenado y dedicado
al trabajo metódico, y hasta se le ocurre la idea de ponerse
una casa (1420). En virtud de su nueva prosperidad, se aburguesaba,
como decía, y ya habían comenzado sus relaciones con
Feli, simpática y débil hija de un amigo de Isidro;
poco tiempo dura el idilio que
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En la segunda
parte del presente trabajo me ocupé con cierto detenimiento
de la poesía del bohemio empedernido Emilio Carrère
(1881-1947), cuyos versos son en el fondo todavía
modernistas si bien en ellos se cultivan temas de la ciudad y de la
mala vida. Ahora me propongo estudiar someramente su
extensísima obra de prosista. En virtud de su inagotable
facilidad, Carrère dejó literalmente miles de
páginas en los periódicos y revistas del día,
páginas no recogidas en los numerosos volúmenes
publicados por el escritor. También escribió
ocasionalmente para el teatro, en verso y en prosa, siendo tal vez
la obra más conocida La canción de la
farándula, comedia lírica de
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Basta decir nuevamente que Carrère, quizá el último de los grandes bohemios españoles, era una figura muy conocida y muy popular en su tiempo aunque la crítica posterior le da un lugar mucho más modesto y hasta secundario entre los escritores de su época. Sin embargo, leído y admirado, alentaba a los jóvenes, y presidía un sector amplio del mundo literario entre 1910 y 1930 aproximadamente. Trasnochador impenitente, recorría los barrios bajos, y, poeta lunático, frecuentaba el hampa así como otros lugares ínfimos de la ciudad. Bien pagado por sus abundantes colaboraciones en aquellas revistas populares que publicaban semanalmente cuentos y novelas cortas, Carrère puede ser clasificado entre los continuadores de un tipo de realismo español relacionado por un lado con una picaresca moderna y, por otro, fundido a menudo con un modernismo verbal, si bien no deja jamás de inspirarse en las amarguras del hampa y la miseria de la vida bohemia. En vista del fuerte erotismo típico de las ficciones de Carrère, recordemos también que ése era el momento del auge de la novela erótica o galante, moda a la cual paga evidente tributo657
Aquí me
concierne tan sólo una reducida porción de su
abundante ficción distribuida entre quince o veinte tomos, y
advierto de nuevo que descaradamente Carrère, para la
desesperación de futuros estudiosos, solía publicar y
repetir textos en diferentes volúmenes a veces con un mero
cambio de títulos, y la lectura de esas refundiciones da la
extraña sensación de haber visto lo mismo en
distintas partes. Leer todos los relatos de Carrère
sería entonces contraproducente, porque tratan con pocas
excepciones de un idéntico si no parecido mundo de
enormidades y violencias brutales motivadas por el sexo o por la
maldad congénita de sus personajes. Se describen con prolijo
detalle los encuentros sexuales y ocupan un primer plano los
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Por tanto, muy contados son los personajes decentes y buenos en la novelística de Carrère. Son las heces de la sociedad, los degenerados que buscan refugio de la calle inhóspita para encontrar momentáneo asilo en los hostales baratos o dormitorios en que comparten las mugrientas camas gentes de ambos sexos. Esos personajes, abyectos y groseros, suelen ser vagabundos, hampones, presidiarios, mendigos, galloferos y trashumantes de toda clase. Y el arquetipo: el poeta fracasado e impotente creador, llegado de la provincia en busca de la gloria literaria. Transcribo la descripción ahora de dos cofrades: García de Tudela y Gonzalo Aparicio. Del primero se sabe que era de una capital norteña y, despreciado por su progenitor, dueño de un pingüe figón, se entrega a sus sueños y toma un tren para la corte armado de una maleta llena de libros659:
... su espíritu, enfermo de esa exquisita y monstruosa pasión de la literatura, y alucinado por el espejismo de la corte, sólo soñaba en una loca expedición a la casualidad que le permitiese ver de cerca a los grandes maestros, recitar sus versos en los cenáculos de pipas y melenas e ir de tertulia a las redacciones. Pero sobre todo, lo que más le seducía era hallar un ambiente propicio para la lucha, para la heroica y tartarinesca lucha por el brillo del nombre y del alucinante laurel...
Respecto a la nutrición no había pensado nada serio, y así fueron sus huesos de molino de calle en plazuela y de figón en zahúrda por los esquinazos dolorosos de la bohemia cortesana. Era alto y bien configurado, a pesar de la petulante extravagancia de su indumento. El sombrerillo de fieltro se arrugaba sobre la rizosa y negra melena merovingia; sus ojos, negros y audaces, parecían siempre alucinados, y el bigote incipiente se corría sobre la boca gruesa y sensual. Sus botas, sus calzones y sus chalinas eran vetustas reliquias. Pero por la prenda que él sentía una rara ternura era por un gabancillo color de aceituna, con cuello y bocamangas de astracán, y que podía decirse que había sido el fiel compañero de su juventud. A la sazón era una ruina,... (10-11). |
Del otro que había abandonado la riente campaña de Galicia, otra víctima del encanto de la bohemia, a quien poco le importaba comer y sin lugar fijo donde dormir, se lee:
... poeta espectral, era un superviviente de sí mismo. Después de las hambres y de los fríos de la invernada, cuando se arrastraba moribundo por los quicios y sus camaradas se despedían todas las noches diciéndole: «Hasta mañana, amigo Aparicio; en el Depósito de cadáveres, ¿eh?»; tras de aquellas horas errantes, y vacías y miserables, el poeta desapareció, y todos supusieron que el trashumante había tomado definitivo alojamiento en alguna Sacramental... Tocaba su amarilla cabeza de difunto con una especie de birretillo azul, del que descendía lacia la melena bizantina, de un rubio desvaído. Los ojos azulencos tenían una dulzura opaca de melancolía y resignación. Su figura escuálida y enfermiza tenía los cueros tundidos en su chocar cotidiano por las encrucijadas de la mala vida; pero a pesar de su guisa, de extremo apocamiento, de su aire de vencido, de débil, Aparicio poseía un alma ardiente y visionaria, una honda fe en su ideal y sufría los azares de su horrible vivir con una calma estoica y magnífica (11-12). |
Aunque la vida prostibularia y la del hampa es el fondo favorito y más cultivado por Carrère en su prosa, no es justo silenciar su profundo amor a las viejas tradiciones madrileñas de épocas pretéritas (Los ojos de la diablesa, El reloj del amor y de la muerte, La leyenda de San Plácido).
En el presente
apartado me limito a examinar un muy reducido número de
textos en prosa de Carrère: «La cofradía de la
pirueta» del libro con el mismo título (Madrid,
Renacimiento, s.a., 7-79)660;
«Aventuras de Amber el luchador» (El encanto de la
bohemia, Madrid,
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La cofradía de la pirueta, novela corta de unas setenta y cinco páginas, cuenta la historia de dos piruetistas o navegantes en su lucha para sobrevivir: el pobre Belda, antiguo bajo de ópera, y Ataúlfo Roldán, fracasado escritor que había venido de lejos a la conquista de Madrid. Se encuentran en el «palacio nocturno», hostal impúdico regido por doña Magdalena, quien cobraba a cada huésped treinta céntimos la noche. El empeño de ambos pícaros fue operar (expresión más bonita que la villana de dar sablazos, 23), y así, con unas miserables pesetas pagar una cena en «La cocina encantada», lugar «...en donde entraban perros vagabundos y gatos tuberculosos que salían trocados en chuletas con patatas y suculentos pedazos de solomillo por arte de magia del cocinero criminal... Por una peseta podían organizar dos personas un menú de cuatro platos exquisitos, con tal de que no adoleciesen de prejuicios burgueses ni quisieran conocer el obscuro origen de los animales sacrificados» (23).
En la novela, de
floja y episódica estructura, se narran a menudo con tono
humorista picardías de toda clase. Por ejemplo, la Filo
finge ser moribunda para recibir el viático y así,
tras estafa sacrílega, su compañero Belda
recibirá de la cofradía del Refugio tres duros, con
los cuales podrían comer y beber, entregándose
«con verdadera religiosidad al aguardiente escarchado»
(35), amén del vino ya digerido por ambos. También
otros episodios recuerdan anécdotas aparentemente
verídicas de la época, una de las cuales era la
siguiente: siempre se cuenta que Pedro Luis de Gálvez,
bohemio de quien se hablará luego, iba de café en
café llevando a su hijo muerto en una caja pidiendo dinero a
la clientela. Así en La cofradía de la
pirueta lo hace igual un tal Luis Villegas (24-25), y se lee
este diálogo: «-¡Esto es operar con dinamita! No
hay quien se resista. -¡Es que este Villegas es un genio de
la pirueta! Puede que ese fiambre sea alquilado...» (26). De
la misma manera se narran otras tretas inventadas para
engañar a los candorosos e ingenuos, y hasta un tipo,
catedrático en el oficio, ha escrito la biblia de los
timadores, viviendo sus propios textos con gran éxito.
Todos, pues, viven a salto de mata y en el capítulo
«Los
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Para la vida bohemia es preciso poseer la doble energía. El fracaso está en no tener esa fuerza. Generalmente se gasta la actividad durante todo el día en conseguir algún dinero para las necesidades apremiantes, y al caer de noche en el diván de un café o en la soledad del hostal, se ha gastado toda la imaginación, y el alma está seca y el cuerpo tundido. Hay que dividir la energía en buscar dinero, en operar, en atacar a los transeúntes, para tener derecho a sentarse ante el mantel de un figón, y después del condumio, con la energía reservada, trazar el artificio de una novela o dejar pedacitos luminosos de corazón entre los renglones de un soneto. Si no, de la bohemia literaria se desciende a la gallofa, y en vez de un caballero bohemio, que lleva en sus hombros el penacho de su ideal y el optimismo de su juventud, se es solamente un hampón vulgar o un sablista menesteroso. |
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No falta en esta obrita de Carrère el tema amoroso, y Ataúlfo queda hechizado por Lola la rubia, mujer inquietante y sensual que no se entrega (60-61). Dominado por la pasión y la frustración de sus deseos mata a Lola e n un arranque de locura (78). Consumado el asesinato la despoja de sus joyas, y se refugia en la casa de «el Avión», quien lo delata ante la autoridad, quitándole las alhajas mientras Ataúlfo duerme la borrachera. Camino de la legación pasa revista de su vida, cuya trayectoria marca una curva descendiente desde el sueño literario hasta el hampa, y, al toparse con un cofrade, derrengado y hambriento a quien antes había engañado, quien le pregunta por el lamentable trance en que se encuentra, contesta Ataúlfo con amarga ironía: «¡Esta es mi última pirueta!» (79). La ironía final es característica de Carrère y, de hecho, una nota evidente de sus narraciones en prosa es el sesgo humorístico con que se relata hasta las pequeñas tragedias de esas vidas inútiles. El autor, como Valle, está viendo a sus criaturas desde un nivel más alto, y los considera inferiores. Quisiera añadir que también el lenguaje popular contribuye al humor de La cofradía de la pirueta, lenguaje seguramente muy común entre las personas de aquella sociedad bohemia662.
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Uno de los textos sin duda más graciosos de Carrère es el titulado «Aventuras de Amber el luchador» (a pesar de algunos cambios evidentes, el mismo texto abre El reino de la calderilla, pero ahora tengo a la vista la versión aparecida en El encanto de la bohemia), y en él se trata de otro paladín melenudo e intrépido que llega a la conquista de Madrid trayendo bajo el brazo un volumen de poesías inéditas titulado Mariposuelas. Ha venido a luchar el fiero Jesús de Amber, antihéroe absurdo e ingenuo, que es el blanco de las repetidas burlas y estafas realizadas por los pícaros con quienes se encuentra en su camino. Siempre está a punto de llevar a cabo algún acto de gran importancia como en aquel momento cuando en El irreconciliable, periódico demagógico y clerófobo, le encargan un artículo de fondo. Después de seis horas de lucha ha logrado una sola frase: «Todas las fuerzas vivas del país están muertas» (95).
Un amigo suyo es Gonzalo Seijas, el mismo poeta espectral llamado Gonzalo Aparicio, cuya fisonomía e indumentaria ya conocemos por la presentación que se hizo de tan estrafalaria persona en una página anterior del presente trabajo663. Finalmente abandona la literatura y se amanceba con una paisana, generosa con los últimos favores y dueña de una casa de huéspedes. Gonzalo se convierte en burgués, vistiéndose con pulcritud y durmiendo ahora en una cama blanda con sábanas. En algún momento, sin embargo, antes de la transformación de Gonzalo, los dos se dirigen a una covacha especializada en la venta de ropa robada de los cadáveres, y si no fuese por tan fúnebres prendas «veríamos por esas plazas tantos cueros vergonzantes» (89). La ropa de Amber provoca cierto escándalo entre los perros vagabundos que lo persiguen por la calle y también los concurrentes del café, porque huele a cadaverina. Amber también es víctima por inocente de los discursos retóricos con que le adula del modo más exagerado otro tipo desorbitado llamado Monteleón el equilibrista, quien le pega un estupendo sablazo culinario (99-100).
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Otro personaje de increíble traza es el socio de Monteleón, una señora Jacamalanga, unidos los dos por una notable pasión: el aguardiente. Esa lírica dama entona canciones en las plazas de Madrid con una voz ruinosa, y ofrece a nuestro poeta candoroso comida y hospedaje en su palacio, sucio y tirado, donde roncaba ya el cínico Monteleón. Amber también se duerme sin que se realicen los proyectos amorosos de la señora; compadece a los tres niños obligados a vivir en el tal pobreza, pero resulta que en realidad son alquilados para efectuar una combina. La filosofía de vida y artes picarescas del equilibrista se resumen en los siguientes términos:
... el ideal de toda persona decente es vivir sin trabajar. El trabajo es sucio, triste y embrutecedor... Soy un alma de príncipe que, al encarnar, se equivocó de entrañas, y, en vez de nacer en un palacio, nació en un piso tercero de la calle del Tribulete. Ahora, lo que parece más difícil es realizar el precioso ideal de holganza. Sin embargo, el hombre listo ve en seguida que la sociedad es perfectamente imbécil, hipócrita y vanidosa, y estos tres defectos son los admirables resortes del éxito. Lo demás es un trabajo de adaptación al medio. Para el oficio de equilibrista es preciso un gran talento, ser doctor en filosofía vivida, saber pulsar la cuerda flaca de nuestra víctima, ser sutil antropólogo para hacer la ficha exacta de nuestros prójimos y gran esgrimidor para tirarse a fondo en el instante oportuno. |
(109-110) |
Sería excesivo contar un episodio final, tan absurdo como los anteriores inclusive el enamoramiento de Amber, de triste desenlace, y basta decir que una aventura anarquista precipita la vuelta a su destino final en la provincia donde sirve de ayudante en el figón de su padre. Agrego, sin embargo, que nuestro antihéroe había conocido en la casa de huéspedes a dos tipos siniestros, naturalmente anarquistas, y al oír los gritos de uno que proclama la revolución social y la lucha contra los tiranos, así como los burgueses, se contagia Amber del mismo ardor. Cuando oye la palabra lucha, exclama: «... ¡Yo iré con la tea encendida a quemar los palacios de los poderosos, a destruir los templos y los Bancos, que son las catedrales de la burguesía!... ¡Esta sociedad está podrida! ¡Ya asoma en el horizonte la aurora roja de la revolución!» (116). Instalado por fin en el rincón provinciano e influido por el vino proyecta, en sus ratos de ocio, una segunda salida para Madrid, otra vez con sus Mariposuelas, y, como ironía final, los con tertulios del Casino local le invitan a relatar algunas de sus aventuras fantásticas en la Corte.
La tercera y
última novela de Carrère que considero en las
presentes páginas es La tristeza del
epílogo, un texto que también se publica
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Por supuesto las novelas de Carrére, pocas veces pensadas como estructuras unitarias, suelen componerse de cuadros algo sueltos, y El dolor de llegar no es excepción. Muchas páginas se dedican naturalmente al mundo dantesco de los cafés y sus habitantes bohemios, de lenguaje soez, cuyo concurso tenía aire alucinante y siniestro (432-433). Tampoco los escritores hispanoamericanos y su lenguaje se salvan de las ironías punzantes de Carrère, y en el texto hace breve aparición Panchito Bengali, escritor paraguayo de excesivas reverencias y zalemas (439). Por otra parte, hay que confesar que el novelista sabe recrear, con todos sus colores chillones, aquel mundo anacrónico mediante una serie de instantáneas que contribuyen al conjunto movido.
Rubín
siempre había vivido al instante sin pensar nunca en el
futuro.
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En resumen: la
abundante novelística de Emilio Carrère, de tipo
fragmentario (por ejemplo, él era uno de los más
asiduos colaboradores en La novela corta desde sus
comienzos hacia 1916 y en otras publicaciones de la misma
índole), es en más de un sentido monocorde en cuanto
a los personajes y los ambientes en que se movían. Con un
fondo muchas veces satírico y a menudo humorista, predomina
obviamente el tema de la bohemia o la mala vida, y Carrère
tiene una decidida predilección por los sitios viciosos y
fúnebres. Ironiza sin embargo sobre la inutilidad de aquella
existencia a salto de mata, reconociendo
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En la segunda generación de bohemios profesionales, junto con Pedro Luis de Gálvez, mejor conocido como poeta, se destaca Alfonso Vidal y Planas (1891- 1965), autor de una amplia obra como novelista y dramaturgo665. Hacia 1920 era una figura típica de la bohemia literaria: ex-seminarista, vagabundo, militar, presidiario y golfo auténtico que había vivido realmente aquellas dolorosas vicisitudes; colabora en periódicos de combate y funda otros (El loco, España republicana, La linterna); y, tras un período de destierro y otra temporada en la cárcel, pasa a ser redactor de El Parlamentario. Este bohemio, no obstante, tuvo un instante de gloria y popularidad a raíz del estreno en 1922 de Santa Isabel de Ceres, pero un poco después, por motivos no del todo aclarados, a pesar de un proceso sensacional, mató en el Teatro Eslava (2 de marzo de 1923) al escritor Luis Antón de Olmet, con quien había colaborado en la representación de una comedia fracasada, El señorito Ladislao. Pasados algunos años en el presidio, emigró a los Estados Unidos y murió a los setenta y cuatro años en Tijuana (México).
Vidal y Planas era
una persona rebelde y agresiva, de carácter difícil.
Su obra es producto directo de sus experiencias vividas y descritas
sin mayores pretensiones literarias. Sus temas: el presidio y la
locura, el prostíbulo y el hampa. Por encima de todo flota
un acre
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No he podido consultar dos de las primeras obras de Vidal y Planas, cuyos títulos son elocuentes: El rancho de la cárcel (confesiones de Ángel Malo), 1914 y Tristezas de la cárcel (confesiones de Abel de la Cruz), 1917. En el prólogo para Memorias de un hampón, libro citado en la nota anterior, Cansinos-Asséns comenta esos libros y la literatura de su autor: «está demasiado llena de amargura real y de rebeldía, demasiado llena de úlceras enconadas para ser una obra de arte» (17), pero, dicho esto, se apresura a añadir que esto es lo que le confiere un valor único a su obra. «En esta obra abigarrada e incoherente -sigue Cansinos- como un vórtice de pasión, se nos da enteramente un alma, un corazón, y resulta así una obra sinceramente fervorosa, tanto como las más serenamente sentidas y formadas (18)... Por eso esta obra, escrita con la pasión del momento, es apenas una obra literaria y es más una vida...» (19). En fin, Vidal y Planas vive visceralmente su tragedia y la de todos los desafortunados. Tiene simpatía por ellos; los compadece e indudablemente se molesta sincera y profundamente por las iniquidades e injusticias del mundo.
Como preámbulo algo tiene que decirse de las Memorias de un hampón, cuyo narrador es Abel de la Cruz, alter ego del autor, y su muerte arranca de los hampones del dormitorio Han de Islandia la siguiente oración con que termina el epílogo:
Abel de la Cruz: tú que estás en el cielo, porque ya tienes novia que te comprende, ruega por nosotros. Se seca de tristeza nuestro pobre corazón, igual que se secaba el tuyo. ¡Pide a Dios nuestro Señor que nos lo arranque y lo deposite en las manos de la Muerte, novia amantísima de todos los tristes y los locos! (102). |
En el fondo es un
librito anecdótico y fragmentario acerca del hampa
madrileña y algunos de los tipos que la habitan666.
Se describe con detalle prolijo la casa de Han de Islandia, el
horrendo dormitorio
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Al remate de un luengo corredor tenebroso, que hiede a suciedad y miseria, está la alcoba. Es amplia esta alcoba... pero de baja techumbre y muy opaca, con dos ventanucos que dan a un patio interior. Veinte sórdidos camastros se hacinan en la habitación. Las colchas son encarnadas, con caprichosos dibujos negros, como las de los hospitales. En el centro de la alcoba, sobre una mesa perniquebrada, la lúgubre luz de aceite agoniza con agonía tremenda e interminable, con quejumbroso y constante chisporroteo. Y los amarillentos reflejos de esta luz pintarrajean los rostros de los durmientes con pinceladas misteriosas... (26-27). El dormitorio es tétrico. Parece fosa común de cementerio, en la que se pudriesen trágica y fatalmente veinte almas juveniles, floridas... (29). |
Duerme también en el mismo hostal Abel de la Cruz, que compra para las prostitutas medias de seda con el dinero ganado con la publicación de Tristezas de la cárcel. El mismo, que alterna la literatura y la pirueta, presenta a algunos de los tipos reales del hampa, y cuenta anécdotas de sus andanzas tanto en las tabernas como en los burdeles. Se dedican unas páginas a Vicente del Olmo, el bueno que opera por carta; se habla del pícaro Gonzalo de Seijas, celoso de su dignidad de sablista profesional y personaje en la ficción de Carrère; y otros capitulillos refieren las tretas de Dorio de Gadex, quien dilapidó una fortuna, así como las de Pedro Luis de Gálvez, recitador de sonetos, e inclusive se cuenta el episodio folletinesco del niño que nació muerto. En unas páginas casi finales del libro el autor se refiere a dos artículos de periódico, uno de Basilio Álvarez y el otro de Antonio Zozaya, que elogiaban la emoción y el valor de las Tristezas de la cárcel (65-71).
A mi juicio, una
de las obras más interesantes de Vidal y Planas es la novela
tardía titulada El manicomio del doctor Efe
(Madrid, Renacimiento, s.a.) y escrita según lo que se dice
en el prólogo cuando estuvo loco667.
Además se trata de un relato autobiográfico e
introspectivo, cuya realidad se ajusta al menos parcialmente al
crimen por el cual fue procesado el autor. La novela consta de un
largo monólogo del protagonista Adolfo, a veces alucinado,
contradictorio e incoherente,
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¡Ah, pero estoy en la cárcel! Es seguro que estoy en la cárcel. ¡Pobre de mí, que necesito creer en la mentira de mi realidad! ¡Pobre de mí, que querría fugarme del presidio horroroso de mi cordura, de la negra verdad que me enjaula! ¡Pobre de mí, que no puedo escaparme de la prisión, como no sea por una de estas dos puertas que dan a la libertad: la de la Locura o la de la Muerte! |
(46) |
Parece que el
amigo le traicionó con su amada, lo que causó el
asesinato involuntario de aquel mal amigo que lo humillaba constan
temente (109-110). Su consuelo: que Monigote existe y que él
no está loco. En algún mo mento también el
narrador piensa en sus buenos propósitos fracasados que
influyeron en los pasos más significativos de su propia vida
(30-31): el seminarista en Toledo cuando quería ser santo;
el golfillo en las capeas; el soldado en Melilla; el bohemio en
Madrid, cargado de ilusiones y en busca del renombre literario; y
luego el romántico que soñaba con un amor puro y
honesto hasta llegar al triunfo teatral en la capital. Con su
dinero iba a comprar las penas de los demás, redimir a las
rameras y alimentar a los golfillos hambrientos (32). No obstante,
sus buenas intenciones fueron destruidas por la Vida «de
clima ponzoñoso, dentro del cual se asfixian y mueren todas
las honradeces espirituales» (33). Al vivir su pesadilla
contradictoria Adolfo se pregunta repetidamente
¿quién soy? y ¿dónde estoy? Necesita
ser convencido sobre todo de la realidad de Monigote, y quiere que
ella le saque de sus dudas: ¿cárcel? o
¿manicomio? Ella y solamente ella sería capaz de
curarle del mal terrible de creer ser un criminal encarcelado por
haber matado a su amigo. Muy bien se resume su concepción
del mundo en las siguientes frases: «La calle, señor,
es un gran manicomio. Desde la cárcel se ve muy bien... La
calle es eso: pasillo de manicomio de incurables, lóbrego
corredor de una inmensa y sombría casa de locos, de pobres
locos cuerdos: almas que se asfixian, corazones que se secan...
Todo es mentira en la calle; todo es quimera, ilusión, fe...
No hay religión; y si no hay religión,
¿quién es menos obispo: el loco que se cree obispo o
el cuerdo que es obispo?» (78-79). Eficaz, pues, es el
sentido fluctuante en las realidades interiores y exteriores que
está viviendo Adolfo en esa novela de tipo confesional. La
obra se resuelve en un aire de locura y demencia. Por lo visto
había muerto Monigote (quizá Adolfo también);
los dos
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El libro
Bombas de odio (Madrid, Mundo Latino, s.a.), como indica
el título, revela otro aspecto significativo de la obra de
Vidal y Planas. Se trata de una novela de tema político, de
terrorismo y sindicalismo barcelonés, cuyos personajes se
mueven en un mundo siniestro de asesinos y presidiarios. Pienso que
el mérito principal del libro es documental al reflejar con
acierto el alcance de los movimientos obreros que sacudían
el país hacia aquellos años. Vidal y Planas publica
otra novela extensa, La virgen del infierno (Barcelona,
López Librero, 1927), con subtítulo de «novela
de presidio»669.
La obra, cuya acción transcurre dentro de la cárcel,
manicomio sombrío de los presos, relata la historia de Sor
Martirio, hermana enfermera que atiende con ejemplar caridad y
afecto a dos presidiarios alucinados. Uno de ellos (El Cartagena)
la mata con un puñal en un rapto de locura, creyendo que Sor
Martirio no abraza a su compañero moribundo (El Gaviota)
sino al amante de la mujer que por celos mató hace tiempo.
Cuando muere el Gaviota se escuchan las palabras de Jesús:
«¡Ven conmigo a mi Gloria, esposa mía!
¡Abrázate a mi cuello!» (139). En aquel momento
se abre la puerta y aparece el Cartagena, hundiendo el puñal
en el cuerpo de Sor Martirio670.
Con el subtítulo de «novela
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En 1919 Vidal y
Planas publicó una novela dramática de grandes
pasiones y sacrificios titulada Santa Isabel de Ceres
(Madrid, Imprenta Artística de Sáez Hnos.); la
acción transcurre principalmente en dos sitios familiares:
el prostíbulo y la cárcel671.
Aunque los episodios novelescos de la trama melodramática
son por lo general previsibles y no presentan ninguna novedad
especial, la glorificación de Santa Isabel, capaz del
más sincero sacrificio y abnegación, alcanza por
momentos cierta grandeza inesperada. Sin pecar de vanos
sentimentalismos,
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Se cuenta en la novela la historia de la caída de Isabel y su vida posterior de prostituta (La Lola), víctima de todos los sufrimientos físicos y morales experimentados por las mujeres del oficio. El pintor León, quien quiere a Isabel de un modo noble y misericordioso, le desea redimir sacándola del burdel. Encarcelado injustamente algún tiempo, conoce a Abel de la Cruz (de quien hablaré luego); un chulo deja desfigurada a Isabel, cosiéndole una mejilla; y ella decide desaparecer para no ser carga ni estorbo, despidiéndose de León mediante una carta conmovedora escrita desde el hospital (121-124). No obstante, superados los obstáculos, llegan a establecer un modesto hogar, y León comienza a alcanzar cierto renombre como retratista. Por fin un caballero rico le encarga el retrato de su hija Sagrario. Poco tiempo después surge el conflicto esperado cuando el protector de León quiere que se case con Sagrario. Aunque su conciencia no le permite abandonar a Isabel, ella se entera de estas circunstancias durante el delirio de su amante que regresa borracho a casa. El día en que se le ofrece a León en El Palace un homenaje, Isabel madura su propósito heroico y así asegurar la felicidad de León: se irá a la calle de Ceres y refugiarse en un burdel cualquiera donde no la podrá hallar su amante. Deja una carta en que explica que nunca le ha querido y que sólo se ha aprovechado de él para retirarse de la mala vida. Sigue diciendo que ya no puede aguantar su romanticismo y su cursilería; por tanto se va con su chulo recién salido de la cárcel. Una noche no puede más y, empuñando una navaja, se suicida pasándola por todo el cuello al mismo tiempo que sus últimos pensamientos son los de las caricias de León. Allí, en el prostíbulo, la encuentra Abel, quien tiene la costumbre de dormir en ese sitio de placer. Un breve epílogo da fin a la novela con tres secas noticias periodísticas: el banquete, el suicidio, y el anuncio de las bodas de León.
El argumento del
arreglo teatral, aunque menos desarrollado naturalmente,
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Como ya se dijo,
Abel de la Cruz es el alter ego de Vidal y Planas, y se identifica
de manera estrecha con ese personaje que expone sus ideas y
concepto del mundo. A Abel se le cuentan cosas; escucha y comenta;
y fundamental es su papel en Santa Isabel672.
León el pintor conoce en el calabozo hediondo del Juzgado a
un hombre, de capa andrajosa, sentado en el rincón de la
celda, y piensa que es un loco. El individuo curioso contesta:
«Yo no soy un loco; yo soy un hampón que lleva en el
pecho una gran rosa de fuego. Nadie la ve. Vivo de las limosnas de
unos cuantos, y yo lo agradezco, tirando a la Humanidad las piedras
preciosas de mi tesoro espiritual» (73). Es escritor bohemio,
sorprendido de que León no conoce sus libros, pero
éste siente la necesidad de narrar la historia de su odisea,
lo que da origen a la siguiente observación cínica de
Abel: «La realidad, compañero, es una cucaracha que
nos hurga en las narices» (75). Más adelante se
vuelven a encontrar, y León lo recuerda como aquel muchacho
del rincón, reminiscencia que arranca de Abel otra
confesión sobre su persona. Vive tirado en el último
rincón de la vida -dice- y para escribir se mete en un
café, donde todos le conocen pagándole el café
con media tostada (154). Se retiran a un café donde Abel lee
un capítulo de la novela que está escribiendo, y,
como todo bohemio, está borracho de ilusiones e
indignaciones (157). Abel duerme en los burdeles donde le tratan
con toda generosidad; ha prometido escribir para sus hermanas las
rameras un libro noble pero vengativo «que haga
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En la adaptación escénica, Abel está casi siempre presente, borracho de entusiasmos encendidos (11). De cuando en cuando habla en verso, y a una de las niñas (La Romántica), quien está enamorada de él, le «daría pétalos de rosa; pétalos de esta magnífica rosa de fuego» (16), que está donde la gente tiene el corazón. En el segundo acto Abel está encarcelado por escándalo público, habiendo alborotado a los ignorantes con blasfemias. En el momento de estar conversando con el Juez levanta una cruz y entona un largo himno a Jesús, del cual transcribo algunas frases:
... El de los brazos abiertos en hambre furiosa de abrazar corazones; esposo casto y calenturiento de todas las bellas y puras inquietudes desmelenadas; el del costado manante, fuente perenne, inagotable fuente de rubíes, que riega las almas... ¡¡Beso-estrella de amor en frentes de rameras y en pechos de hampones!! ¡¡Jesús, egregio, alto, único amigo de los que sufrimos terriblemente, porque la vida, exangüe de sangre tuya, anémica de sentido tuyo y de doctrina tuya, nos aplasta como el pie de un monstruo,... (25). |
Loco o visionario, según el juez, Abel, siempre generoso con la Humanidad, se contenta con que Jesucristo le tenga consideraciones especiales. Finalmente un periodista le hace una entrevista al bohemio (45), quien da sus señas en la calle de Ceres donde la dueña le consiente, y por último para Abel de la Cruz la vida es como un gran burdel, porque es imposible vivir sin mancharse (46).
Poco ó ningún interés realmente dramático tiene Los gorriones del Prado (Madrid, Tipografía Artística, 1923), drama en cinco actos dedicado a Martínez Sierra, quien al año anterior le había facilitado el escenario del Eslava. Se estrenó la obra sin éxito taquillero, manteniéndose solamente cinco días en cartel, lo que no sorprende dada la naturaleza endeble de la obra. Se trata de las tristes aventuras de tres golfillos, por los cuales Vidal y Planas siente sincera compasión. Se marchan de Madrid con la ambición de ser toreros, y el desenlace subraya el dolor de la madre al saber de la muerte de su hijo fusilado por la Guardia Civil. Termina el drama una Nochebuena: la luna se apaga y un borracho dispara dos tiros a la luna exclamando: «...Quiero matar la Vida, la Vida perra, la Vida mala, la Vida feroz y antropófaga, que se ceba con carne tierna de golfillos y con tajadas de dolor humano. ¡Dejadme!» (171).
Aunque sea de modo
muy somero, quisiera referirme a otra obra de Vidal y Planas:
El loco de la masía (Barcelona, Ediciones
Adán y
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El loco de la
masía es un drama rural, por tanto excepcional en la
obra del autor, tenso y esencial, de diálogos convincentes y
sobrios dentro del ambiente simbólico en que se desenvuelve
la acción. Se impone sobre todo una fuerza indomable que
adquiere a menudo sobretonos cósmicos: el deseo carnal. Las
notas de farsa aludida en el subtítulo tienden a ser
disminuidas ante la tremenda seriedad de la pasión y la
monstruosidad del violento crimen. Bien presentado a mi ver es el
conflicto anímico de remordimientos y escrúpulos
dentro de la torturada conciencia de Ramonet, ahijado de don
Hermógenes, que es amante de Cándida, la mujer de
éste. Ella es la vida y el deseo: «¡Eras el
abismo! ¿Qué fieras de espanto, qué
monstruosos reptiles de horror hay en tus profundidades?»
(20). Persigue a Ramonet un demonio atroz, y, dominado por su
infamia, es meramente una hoja arrastrada por el viento de su
deseo. Por su traza fuerte los personajes me traen eco lejano de
las Comedias bárbaras de Valle-Inclán y,
posteriormente, del teatro de Lorca, en el último caso por
los explícitos valores simbólicos representados
frecuentemente de modo cósmico. El tema de la locura, con
toda su ambivalencia acentuada a propósito en la obra,
acompaña la actuación de don Hermógenes, quien
al final descubre la verdad y, corriendo hacia la tormenta, cae
muerto fulminado por un rayo de oro. A menudo caen rayos en su
corazón y
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Es difícil llegar a un juicio ponderado del valor de la obra de Vidal y Planas, en parte por los evidentes desniveles que caracterizan el conjunto y la imperiosa necesidad que siente el autor de escribir sin grandes preocupaciones literarias. Contados son en realidad los momentos felices en ella (destacaría yo quizá la sentida emoción lograda por momentos en Santa Isabel de Ceres o unos fragmentos de la prosa simbólica de El loco de la masía), y como novelista y dramaturgo Vidal y Planas está destinado a quedar siempre situado en tercera fila entre los prosistas de la época. Sin embargo, para algunos lectores el fuerte realismo, si bien temáticamente monocorde, sería su mayor mérito, y es imposible negar la sinceridad e indignación con que escribe sus páginas sobre la maldad humana. No elude el compromiso con los tiempos ruines e injustos que golpeaban al desafortunado novelista, autor de una obra desgarrada y palpitante674.
Ya se ha dedicado suficiente espacio a Pedro Luis de Gálvez (1882-1940) como poeta pero cabe decir algo, aunque relativamente poco, sobre su obra de narrador. De su generación Gálvez es sin duda el tipo más pícaro, siempre listo para pegar un sablazo hasta a sus mejores amigos, entre los cuales contaba Vidal y Planas. Como en el caso de éste, tiene una obra bastante nutrida de narrador (novela y cuento) y también de dramaturgo.
Aunque sólo
de manera marginal me concierne la producción
dramática de Gálvez; sin duda alguna el sainete
Bohemia y la comedia La señorita Bohemia,
escrita en colaboración con Pedro Mata, interesan en el
presente contexto, pero si hay ediciones no las he podido
localizar. Sin embargo, me permito llamar la atención sobre
otra comedia, Los caballos negros (Madrid, Sociedad de
Autores Españoles, 1922), que se estrenó en Barcelona
con apropiado subtítulo de melodrama
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En realidad poco interés novelesco tiene el temprano libro de Gálvez Los aventureros del arte (Madrid, Imprenta Ibérica, 1907) que iba a iniciar una trilogía titulada Existencias atormentadas. Se anuncia también al final la publicación de una serie de folletos «de su doliente bohemia por Europa» y algunas semblanzas de personajes a quienes ha visitado en sus viajes. Su novela de 1907 se llena de largas disquisiciones sobre los monumentos de Ocaña, así como anécdotas de los próceres del pueblo. La obra fue escrita desde la cárcel de Ocaña y lleva dedicatoria al Inspector General de Prisiones. También en ella el lector sigue las andanzas del poeta Tirso Muñoz, que ha frecuentado asiduamente a Baudelaire y Verlaine, y no faltan rápidas viñetas de la bohemia madrileña a principios del siglo XX675.
En La santita
de Sierra Nevada (Los contemporáneos,
núm. 105, 30 de Diciembre de 1910) Soledad, una pueblerina
muy devota, se enamora de un cura liberal, pero ella muere antes de
que regrese el muchacho a Granada, pero al terminar el relato deja
un largo beso en los labios de la difunta que parece
sonreír. De cierto interés son las páginas en
que se describen la vida y costumbres de Lanjarón,
especialmente las que se dedican a la política y la lucha de
clases. El maestro de escuela piensa que ninguna fortuna es
legítima y sobre
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El argumento de la novela es sencillo: los amores de la simpática y ocurrente hija del tapicero llamada Carmen con Leopoldo Soria, pintor bohemio y amigo de todo lo exótico. Ha regresado a Madrid después de varios años durante los cuales recorre toda Europa a pie, y, como todo bohemio, gusta de su vida libre sin trabas de ninguna clase. Conoce los caminos ásperos de la bohemia «andariega y sentimental»; se gana la vida en París pintando cuadros de tipo costumbrista; y en Montmartre se apasiona del ajenjo rodando de taberna en taberna. Ya no es el bohemio alegre de antes sino «envejecido, maltrecho, arrastraba su miseria moral y física, enmascarada tras un escepticismo de buen tono». Antes de haberse entregado a la vida nómada había sido amigo de Carmen, y se enamora de ella a pesar de una prolongada lucha interior. Superados los escrúpulos de ambos, huyen; pero pronto en el idilio amoroso ocurren problemas sentimentales debido a la mudanza en el carácter de Leopoldo. Al final sin embargo todo se resuelve felizmente. Lo más interesante es que Gálvez introduce en la novela al poeta gallego Veigas, burlón y gracioso, que tiene papel activo en la historia, y de él se narran anécdotas conocidas. Se lee de Veigas:
...no tenía domicilio.
Solía pasar las noches en el estudio de un amigo pintor, o
en casas mal famadas, cuando poseía numerario. Todo un
verano durmiendo estuvo en una fosa del cementerio del Este.
Tenía el poeta gallego el espíritu burlón de
nuestros pícaros más famosos, y esto
constituía todo su patrimonio; pues, fatigado pronto de la
bohemia
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No es otro que Gonzalo Seijas, por supuesto, y en otra instancia caminando por las calles se les acerca otro ciudadano descrito en los siguientes términos:
Acercóseles un tipo extraño, liado en una capita verde y tocado de un sombrero negro, redondo, pequeñín, con el ala arrugada, formando canalones. Mordía una enorme pipa, bajo los azules bigotes ásperos. Parecía su rostro un acerico plagado de alfileres, por tener la barba muy poblada, ocho días sin rasurar. Los ojos, enormemente grandes, tenían una expresión de rara melancolía. Reíanse sus botas, con el cinismo de un Voltaire, y de los extremos inferiores de sus pantalones, pendían unos hilachos en los que el barro de dos inviernos habíase secado. Era otro poeta, y poeta célebre: Eduardo Carrillo... |
Creo que es posible reconocer a este célebre poeta así retratado.
Pedro Luis de Gálvez, si bien más preocupado por la forma, ocupa como narrador un sitio muy parecido al que un poco después se le concede a Vidal y Planas. Los dos bohemios poseían mucho en común y seguramente en la época sus libros tenían lectores benévolos. Ambos se quejaban de las instituciones oficiales y protestaban ante las injusticias sociales, pero creo que hay una diferencia en su actitud. No sé si me explico diciendo que la protesta revolucionaria de Gálvez abarca la humanidad entera. Quiere cambiar las raíces de la sociedad y corregir los abusos. Por otra parte, las constantes imprecaciones lanzadas por Vidal y Planas sobre el dolor de vivir y la crueldad del destino parece tener su origen en algo mucho más personal e intimista aunque no por esto menos acres y desilusionadas. Tal vez sería más exacto afirmar que a Vidal y Planas le gustaría hallar algo bueno en la maldad si fuera posible. Lo que percibe Gálvez y expresa sin paliativos en la parte más característica de su obra es el vicio y la perversidad humanas676.
De singular
importancia aunque no lo suficientemente valorado en los
círculos académicos es el papel de
Cansinos-Asséns en la literatura contemporánea
española. Su obra es variada y abundante: novelista,
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Como novela La
huelga de los poetas es inerte, pero las extensas
disquisiciones sobre el arte y la vida intelectual tienen un
evidente interés ahora. Sin embargo, resulta sumamente
difícil resumir en poco espacio la parte doctrinal del
libro, porque se sostiene una constante dialéctica mediante
la cual se examinan desde distintas perspectivas una serie de temas
antitéticos: la literatura y el periodismo, el arte
aristrocrático y el del proletariado, la verdad y el
ensueño, el creador y el obrero además de otros
tópicos parecidos. Los méritos y deméritos de
esos conceptos se discuten por el Poeta con su hermana y con su
amigo Irisarre, quien por motivos prácticos ha renunciado a
las vanidades del arte y cree paradójicamente en un
socialismo individualista
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Desde un principio el Poeta protagonista, que vive en su casa rodeado de libros y, en el café rodeado de los discípulos que le llaman Maestro, duda de la bohemia por su falsedad y los engaños de ese tipo de vida anticonvencional. No obstante, a la vez se siente irresistiblemente atraído por la locura del Arte y la sirena de la bohemia. Para escapar de ella se ha refugiado en el periodismo, trabajo desde luego indigno de un escritor que acepta tan sólo a regañadientes: «¡Ni siquiera el consuelo de la vida errabunda de los bohemios verdaderos y francos, sino la pobreza triste y grave!» (41). Frecuentes son las escenas de la bohemia capitalina y la vida de café, vistas generalmente de un modo negativo:
¡Oh, bohemia horrible del escritor, lepra hedionda que a todos los oficiantes de las excelsas aras mancilla, aun a los más arrogantes y de más solemne aspecto, aun a los que procuran y se jactan de tener las manos más puras! ¡Oh, fatalidad del escritor que le condena siempre a arrastrar la pompa de su existencia por el cieno más bajo, a encoger su talla excepcional ante los hombres ruines que tienen en sus manos las llaves de esas cajas cuyo contenido asegura la vida!... Hay el bohemio absoluto, impenitente y voluntario, que hace una prez de su miseria; pero hay también el bohemio forzado, que no desearía serlo -antes cualquier cosa- y que, sin embargo, por la tremenda insuficiencia de los dones del arte, se ve obligado a caer en esa actitud ambigua e histriónica del bohemio... |
(76-77) |
Hasta aparece en los divanes del café una musa, la poetisa joven Laura (a veces Leonor), que se muere de anemia, y todos los jóvenes poetas quieren hacer de ella la Mimí de su bohemia (45).
El sindicato de
periodistas declara huelga, pero para los artistas no hay
sindicato. Aunque pocos beneficios se logran a la larga, el Poeta
se ha sentido proletario por algún tiempo rechazando la
mentira
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Desde ese momento en adelante se efectúa un profundo cambio en el protagonista, ahora más viejo espiritual y físicamente. Se propone vivir en la verdad (263, 278), y comienza a desprenderse de los libros, su única riqueza. Piensa en una huelga de los poetas, pero no se puede concebir el silencio del poeta destinado fatalmente al canto (269). Permanece fiel no obstante a su huelga solitaria; ya no escribe; y deja de fomentar la locura del arte. Al romper borradores deja caer los blancos papeles como una nevada: «se ha restañado la vena generosa y, en adelante, su pluma será una cosa simplemente útil, humilde y respetable, como esos instrumentos del trabajo que se exhiben en los cortejos cívicos» (284). Vuelve a pensar, pues, en el arte proletario, y se pregunta si el proletariado irá a recoger la lira abandonada por los poetas (281). Liberado de las redes del ensueño, el Poeta por casualidad se da con un pobre copista, residuo de los divanes rojos del café, y dice al Poeta que los otros, desesperados, han regresado a sus provincias, aunque algunos han formado una nueva escuela de obras herméticas y piden la muerte de los viejos. El copista también le informa de la muerte de Laura. No ha muerto del mal romántico y declara en un rapto emocionado: «...no ha muerto de eso. Ha muerto víctima de la tremenda crueldad del arte. La ha matado el arte» (286). Al terminar la novela de nuevo se insiste en los cruentos sacrificios que exige el Arte, así como en la posibilidad de un cambio cuando se reparta entre todos el don de la inspiración. El poeta ha renunciado y dice, finalmente: «Los proletarios enriquecidos por el trabajo van a recoger las liras de los pobres poetas. Yo ya les di la mía...» (289).
Aunque no haya una
fórmula cómoda que abarque la pluralidad de
direcciones estéticas que se dan en la novela finisecular,
el mundo del arte y los artistas es sin duda un rasgo constitutivo
de la realidad
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Las tres novelas
de la bohemia parisiense de Enrique Gómez Carrillo fueron
escritas en aquel momento de una cierta vacilación y, por
tanto, comparten algunas cualidades de un pasado superado, aunque
sobre todo apuntan a un nuevo y más atrevido concepto del
arte de novelar. Basta decir aquí que las novelas que se
examinarán ahora de Gómez Carrillo logran recrear un
mundo exótico para muchos lectores y audaz para otros, pero
no se sacrifica la andadura novelesca a una mera serie de
páginas de brillante prosa lírica. Es decir,
Gómez Carrillo sabe mantener un equilibrio entre la
narración y la efusión poética. Otra cosa
merece tenerse en cuenta: el subtítulo del segundo volumen
de sus memorias Treinta años de mi vida es
«En plena bohemia»; en el tercero y último
volumen («La miseria de Madrid») se evoca la bohemia
literaria fin de siglo y se dan datos sobre varios escritores del
día, siendo de interés especial la estrecha amistad
que tenía Gómez Carrillo con Dicenta, Bonafoux y Luis
París681.
El quinto tomo de las Obras completas (Madrid, Mundo
Latino, ¿1920?) del guatemalteco se titula Tres novelas
inmorales, en que se recogen
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Como se indica en el título, Bohemia sentimental da un relieve muy especial al tema, ya no del sexo vicioso sino del sincero y verdadero sentimiento de amor entre dos bohemios: Luciano, poeta y dramaturgo, y Violeta, anteriormente modelo en los talleres de Montparnasse, con aspiraciones actuales de actriz. Ambos han conocido la miseria y ella la vida horizontal del barrio para poder comer, y la presencia física en algún momento de Verlaine da un toque realista a la descripción del Barrio Latino. Poco a poco sus vidas se van acercando y, vencida cierta repugnancia por el amor físico, Violeta se enamora de verdad del poeta, y lo abandona todo para ir a vivir a su lado en la modesta «celda» bohemia que habita. La bohemia eterna, libre e ilusionada, matiza los amores de Luciano y Violeta, y Gómez Carrillo logra penetrar el alma femenina, haciendo que sean convincentes y hasta conmovedores los sentimientos amorosos.
Sin mencionar las
complicaciones secundarias de la trama otras dos cosas son dignas
de mencionar aquí. Cuando comienza la obra Violeta es la
querida de René Durán, hombre rico que compra versos
y el drama que se va a representar con Violeta en el papel de
protagonista femenina. El mismo está buscando datos para
escribir un libro sobre la bohemia en el siglo XIX. Luis, otro tipo
bohemio e íntimo amigo de Luciano, cree que la pantomima es
el más noble de los géneros (39-41) y representa con
gran éxito artístico (no económico) una en que
intervienen solamente él como Pierrot y su amante como
Colombina.
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Del amor, la segunda novela inmoral, es una obra francamente erótica y sexual. Inclusive el amor lésbico se sugiere en varias ocasiones; se exaltan la lujuria y la voluptuosidad en un ambiente de bohemia aristrocrática. ¡En los refinados salones de París estamos ya muy lejos de la sórdida taberna madrileña frecuentada por el hampa literaria! Más que nada se acentúa la vertiente decadentista, en los personajes y los ambientes. Tanto las mujeres como los hombres son raros, muy fin de siglo en sus gustos e indulgencias. Vale la pena transcribir la siguiente semblanza de un personaje:
En realidad, Carlos había sido siempre un ser débil, sensitivo y orgulloso, sin ninguna verdadera robustez moral. Degenerado, como casi todos los artistas modernos, no a causa de las condiciones atávicas de su naturaleza, sino por culpa de la vida contemporánea y de la evolución de su propia personalidad en el medio ambiente de la existencia literaria de París, sus cualidades enérgicas habíanse atrofiado de un modo precoz e insensible, en beneficio de sus gustos refinados. Lo ideal del mundo real confundíanse en su cerebro con la idea artificial de un mundo fantástico, y de esa mezcla de visiones inarmónicas nacía en él una doble personalidad que le impedía conocerse a sí mismo |
(154-155). |
Según su amante Liliana, ponía Carlos en sus caricias algo de literario, y, para ella, «la palabra literario quería decir artificial, quintaesenciado, decadente» (165). Todos los personajes de la novela expresan con claridad un manifiesto desprecio y odio hacia la burguesía (42, 108). A Liliana le atraían ciertos aspectos de la vida parisiense que revelan, sin duda alguna, su personalidad enfermiza y no desperdicia ocasión de ver algo raro u original:
...Todo lo extraño, todo lo misterioso, todo lo infame, despertaba su curiosidad enfermiza, hasta el punto de producirle verdaderas crisis de deseo... los bebedores de éter y de opio, los pálidos hijos de Tomás de Quincey; los bohemios satánicos a la Baudelaire; los efebos adoradores de su propio sexo, verlenianos o wildistas; toda la gran caravana de la moderna decadencia latina, en fin, atraía a la antigua marquesa, con el prestigio de sus pecados y de sus refinamientos (160). |
En una casa alejada de la vida
cotidiana y situada en las afueras de París solían
reunirse los amigos artistas, de distintos oficios aunque todos
«diletantes apasionados» (41), y se organizaban
suntuosas fiestas, con platos suculentos rociados con los
más escogidos vinos. ¡En efecto, en estas fiestas
alegres no se indicaban en el menú los nombres de los platos
sino los de los vinos! Estos artistas bohemios formaban
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Pobre clown, la última de la trilogía cuyo título original era Maravillas por el nombre del teatro en que trabajaban los personajes, es una novela de mayor complejidad argumental. Los motivos de siempre, sin embargo, se imponen en ese ambiente bohemio del teatro: el amor, el sexo y el vicio. En cuanto a los actores parecen distribuirse en parejas de amantes y se polarizan en el grupo de los buenos y el de los malos, destacándose entre los últimos Ofelia, la viciosa cantadora de canciones obscenas. El cambio de título corresponde al deseo de acentuar los conflictos psicológicos y emocionales de Rip-Rip, antes trapecista pero resignado ahora a ser clown683. Ofelia representa por supuesto el amor perverso y la tentación erótica: Venus del arroyo y docta en los más bajos erotismos es «flor de fango» (205) y «carne de alquiler y del placer vil» (207). Por otra parte, Luisa, bailarina, siempre mantiene su fidelidad a Eugenio, un burgués que tiene empleo burocrático en una oficina comercial. Cuando abandona su trabajo, en busca de otro destino, lo hace «...no con la febril actividad de un principio, sino perezosamente, a la manera de los Rodolfos y de los Marcelos, que, en la novela de Murger, se pasaban las tardes en el bulevar San Miguel esperando a la fortuna» (247). Si bien honrado, es en el fondo un hombre débil e indeciso, cuyo carácter comienza a cambiar debido a la nociva influencia de la gente de Maravillas deseosa de corromperle. A pesar de su amor a Luisa, puede más el sexo y se deja seducir por Ofelia. Pronto se descubre el engaño y, por la oportuna intervención de Rip-Rip no se suicida Luisa, quien se refugia en la casa del clown. Al final éste no puede dominar ya sus pasiones y se precipita sobre ella, quien se deja poseer creyendo en su borrachera que es Eugenio684.
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Novelista e historiador de la literatura mexicana, Carlos González Peña (1885-1955) escribió en su juventud una obra no despreciable titulada La musa bohemia (Valencia, Sempere y Cía, 1908), digna de breve comentario aquí. En cuanto a la trama, se trata de una novela todavía en muchos aspectos romántica, en que se narran los desafortunados amores de un escritor (Mauricio Villaescusa) con su musa bohemia, una joven muy simpática (Nita), pero la fina prosa de González Peña delata un evidente parentesco con el modernismo. La musa bohemia es la historia del derrumbe de una vida. Mauricio, nacido en la burguesía rica con alma de bohemio, tiene con el tiempo cierto éxito con la publicación de sus libros y es objeto de varios homenajes. Consigue un puesto bien remunerado en El siglo, periódico importante, y hasta se casa con la hija del director abandonando a Nita a quien quiere volver al final de la novela. Poco apoco su carácter va transformándose, y, tras períodos de esterilidad y frustración creadores, se convierte en burgués, pero «...sentía ansia de vivir como antaño viviera; un deseo invencible de retornar a la juventud y al arte... En sus horas de amargura había pensado muchas veces que su facultad de crear belleza habíase desvanecido con la musa bohemia, desdeñada, perdida para siempre» (255- 256).
Dos años antes había aparecido en México una novela del conocido escritor, musicólogo y folklorista Rubén M. Campos (1876-1945): Claudio Oronoz (México, J. Ballesco y Cía, 1906). El autor pertenecía al círculo bohemio formado en torno a la importante Revista moderna. Fundamentalmente es una novela psicológica, la de una personalidad, superado ya el realismo decimonónico más orientado hacia las circunstancias exteriores. No obstante hay en la novela de Campos unas excelentes páginas descriptivas de la vida moderna de la capital y el incesante movimiento de sus calles, así como otras dedicadas al paisaje mexicano presidido por los eternos volcanes, que a su vez funcionan en la obra como testigos de la acción y símbolos de lo permanente.
Es casi imposible reducir a síntesis viable el alcance de una obra de tan misceláneo contenido. Es paradigma de la novela modernista. Claudio rechaza el utilitarismo mercantil, yendo a México una vez liberado del yugo familiar, donde vive por algunos meses una vida bohemia despreocupada y rodeado de amigos igualmente indolentes, llegados también en su mayoría de la provincia. Les esperaba, sin embargo, una desilusión:
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... en vez del barrio bohemio y de los artistas luchadores que yo soñaba, había encontrado una muchedumbre anónima de rostros calenturientos, el estruendo de la lucha por la vida en talleres, en fábricas, en almacenes, en el tráfico diario de las calles, en el apresuramiento de los transeúntes. ¿Dónde estaba, pues, aquel barrio dichoso que, como París, las metrópolis de raza latina debían tener? Yo había imaginado una zona aparte para los soñadores, para los contemplativos, un barrio especial para músicos, pintores, escultores, poetas... (29-30). |
Carlos, tísico incurable cuya agonía final se describe con infinitos detalles típicos de naturalismo en las últimas páginas de la novela, es autor de prosas poemáticas, algunas de las cuales se insertan en la marcha de la obra (especialmente bella es la prosa «Sobre la lluvia nocturna» 131-135). Demuestra también una sensibilidad muy especial por la música. Otro síntoma de la rebeldía de Carlos, hastiado y abúlico, son sus distintos amoríos, evocados en una exuberante prosa sensualista, de signo decadentista685. Esa «vorágine de placeres» (146) da origen al mismo conflicto espiritual evidente en las novelas de Nervo, Rebolledo y otros escritores de aquellos tiempos cuando Carlos siente un tipo de amor, más puro y casto, por la mujer que le cuidó durante una crisis de salud.
La vida bohemia de
Carlos y sus amigos, incorregibles trasnochadores y elegantes
hedonistas, se confunde con el arte y con una especie de
indiferencia ante la problemática del país en los
últimos años del porfiriato. Esos jóvenes por
lo general no son viciosos aun que se entregan con entusiasmo a la
vida y a la aventura. Nuevamente existen en un mundo
hermético, cuyos habitantes sin propósito definido
vagan un poco al azar, a la deriva en busca de nuevos placeres. Es
curioso notar el repetido uso del verbo flanear en este
contexto: «salíamos a flanear por las avenidas»
(51) o «sus ojos se adormecen mirando a las mujeres que
flaneaban bajo las arcadas» (62). No creo
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Junto con la vida bohemia y del arte, se funden en Claudio Oronoz muchos elementos típicos de las ficciones de aquellos tiempos: interiores rellenos de objetos de arte; largas digresiones sobre la música y la pintura; evocaciones sugestivas de las bellezas femeninas; alusiones cultas de toda clase; lujos exóticos e indigenismos (110-111); motivos helénicos; y de máxima importancia un cuidadoso estilo imaginativo, rico en imágenes y toques de cromatismo, que dan a la prosa un marcado tono lírico.
En un libro híbrido, de verso y prosa, Letra menuda (Madrid, Carlos Bailly-Bailliere, 1877) de Manuel del Palacio, además de un gracioso cuadro de costumbres titulado «La puerta del sol» (7-16), hay un breve capítulo «Un día de ayuno. Escenas de la vida literaria» (17-27), en que se describe de manera alegre y humorista la existencia de un grupo de semi-bohemios llegados a la Corte hace algunos años. Actualmente han superado aquella etapa juvenil de hambre y pobreza. Sin embargo, un viernes de cuaresma en 1855 todos aquellos muchachos que vivían en estrecho compañerismo idean un plan para ganarse algún dinero y así mitigar los rigores económicos. El grupo de bohemios sale a la calle en dirección del Café Suizo, donde se congregaban los más afortunados del mundo artístico, pero siguen adelante, comprando pan y queso con los pocos céntimos que llevaban. En la fuente de Neptuno celebran, «entre brindis y discursos tan sentidos como inspirados» (27), un sabroso e inolvidable ágape. A pesar de la prosperidad actual de todos: ¿quién no se acuerda -pregunta Manuel del Palacio- con nostalgia de aquel festín opíparo de hace dos años?
No menos bohemio
que su hermano Alejandro aunque llevaba una vida más
ordenada, Miguel Sawa (1866-1910) era una figura muy
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Una de las
tempranas novelas de Manuel Ciges Aparicio (1873-1936) se titula
Del periódico y de la política (Madrid,
Mundo Latino, 1907), y, fiel a lo anunciado, los temas son
precisamente el periodismo visto desde dentro y la política
radical688.
La novela se nutre de recuerdos autobiográficos de la vida
bohemia entre los periodistas, y Ciges Aparicio, escritor formado
en el ambiente noventayochista,
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-Matará lentamente la voluntad; se degradará; caerá deshecho. Esto es muy hermoso desde afuera; dentro es un muladar. El trabajo es estéril; el desinterés, indicio de tontería. Este periódico es un compendio de España: se habla de regenerarla y redimirla, pero íntimamente sabemos todos que es imposible: el veneno lo llevamos en la sangre. Cada uno propone su receta para depurarla, y todas sólo sirven para neutralizarse, mientras progresa el mal. Faltan el carácter y el tesón colectivos. Un momento hay en que el desengaño desciende, y entonces nos rendimos con indiferencia, esperando lo más cómodamente posible la hora de morir (77). |
Sin embargo, de mayor interés en el presente contexto es Circe y el poeta (Madrid, 1926), obra en la cual el protagonista (Adolfo Lena), revolucionario y poeta, deserta del ejército y se refugia en París, donde tiene lugar la acción principal. Nuevamente el lector entra en el mundo de las editoriales y la política avanzada; personajes reales (Bonafoux, Estévanez, Lapuya, Romo-Jara y otros) intervienen en la novela; y, a través de sus relaciones amorosas con Sara, el poeta llega a conocer la vida viciosa de los apaches, mitad bohemia y mitad hampa. Adolfo concibe la idea de un largo poema («Circe y el poeta»), y arregla su publicación con don Daniel Hervás en la editorial Iberoamericana. A pesar de las amonestaciones constantes del editor, Adolfo no se cuida y enferma gravemente. Recluido en un sanatorio en las afueras, todo París comienza a vaciarse ante el avance de los alemanes. Se encargó a un amigo del poeta la entrega de su manuscrito al editor, pero distraído, Sancho Quintín tan sólo se lleva el sobre con los cinco mil francos dejando el otro con el poema debajo de la almohada de Adolfo, ya moribundo. Así acaba la novela con la huida de Sancho, quien se duerme de modo indiferente en un tren que lo lleva fuera de peligro.
De contenido
misceláneo (relatos, entrevistas, estampas provincianas y
urbanas) es el volumen El libro de la bohemia (Madrid,
Establecimiento Tipográfico de Jaime Ratés, s.a.) por
Luis Antón del Olmet (1886-1923), afamado periodista y
mundano novelista. Se trata de una obra fragmentaria, producto de
la juventud irreverente e inquieta del autor, y contiene
también unas semblanzas de pobres artistas que luchan para
hallar un lugar decoroso en el mundo artístico de Madrid.
Sobre todo se impone en esos breves textos la nota cínica y
despreocupada, así como una ironía escéptica.
En las páginas que
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Merecen un lugar
en el presente bosquejo algunas narraciones del escritor valenciano
Federico García Sanchiz (1886-1964), intelectual que con el
transcurrir del tiempo logró cierta celebridad literaria en
el mundo hispánico. Escenas pintorescas. Diario de un
bohemio mundano (La novela corta, II, núm. 69,
28 de Abril de 1917) cuenta los amores de un escritor
español y una francesa; Champagne (Madrid,
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Distinguía a Brunetti su arte en glosar las invenciones de los modistos y componer deliciosos grupos femeniles. Otra característica del afamado escritor era su fastuosidad en la literatura de viajes. Considerábasele como el Loti de las letras castellanas. A través de sus crónicas palpitaba un temperamento impresionable, mimoso, efusivo, cándido y cordial. A falta de criaturas de carne y alma que adormecen con sus caricias, trabajaba el estilo sensualmente. De cuando en cuando asomaba su flor de cinismo con que el parisiense armaba la intención del criollo. |
(Barrio latino, 50) |
No puede ser
excluido aquí un curiosísimo libro, que no es novela
ni relato, por el sevillano Antonio Sánchez Ruiz titulado
Cosas de Hámlet-Gómez (Madrid, Imprenta
Valery Díaz, 1903). Constituye por lo visto un largo
prólogo general para tres otros libros, cuyo protagonista es
el mismo Hámlet Gómez. Dudo sin embargo que las
anunciadas continuaciones (Adán y Eva, El
hombre, Hacia el super-hombre) se hayan
publicado690.
Una noche se reunían cuatro alegres bohemios y
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... Y no es que yo piense mal de este glorioso país, no;... En España se ama mucho la vida; es país de hambrientos y de esclavos, de héroes y de santos... y se adora con fruición a las mujeres en lo que tienen de hembras... es país de Tenorios y de artistas... es país de oradores y de literatos... la literatura española, en general, es la más insoportable retórica, fría e insubstancial de todas; pero es, en cambio, la menos sucia e infecciosa, y la menos fea, por lo tanto... así como en otras partes el objeto principal del arte y de la literatura es hacer dinero, en España el objeto del arte y de la literatura es comer... |
(XXV-XXVI) |
En efecto, en una de las partes más interesantes del monólogo de Gómez, a veces muy pesado, se hacen algunas recomendaciones al dramaturgo, al novelista, al poeta y al crítico sobre el cultivo de sus artes respectivas (LIX y ss.).
Este tipo
estrafalario sufre de lo que él llama «la rabia de
vivir» (XXXVI) y al escepticismo expresado entre burlas y
veras se opone la actitud de los bohemios. Poco se sabe en realidad
de este joven que expone hasta el amanecer su pensamiento
paradójico, pero de cuando en cuando se le permite al lector
una mirada directa hacia su interior: «yo soy la Humanidad
que sufre, rebelde por naturaleza, y ansiosa, por lo mismo de lo
mejor... adquirí el atroz convencimiento de mi
superioridad... la terrible certeza de que, teóricamente, yo
soy hasta ahora el único ser humano que vale la pena de
haberle dado a
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Mediante una prosa
sumamente amanerada y literarizada, lujosa en el detalle y cursi en
la descripción de personas e interiores, el abundante
escritor Antonio de Hoyos y Vinent (1885-1940) incursiona en aquel
mundo bohemio de poetas a lo Musset y chulos peligrosos, como ha de
esperarse dada su reconocida orientación hacia la novela
erótica y los fondos bajos de la ciudad. En Bohemia
triste, (Los contemporáneos, I, núm.
12, 19 de Mayo de 1909), por ejemplo, combina la nota decadentista
con el aire de un capricho goyesco de un colmado donde, una noche
de carnaval, muere el elegante poeta y bohemio Florito Salazar,
víctima de los celos de un gitano. El bohemio, afectado y
teatral, siempre quería «epatar» y se define en
sus modos de hablar: «... Hablaba mucho, mezclando raros
conceptos, juicios malévolos, flamenquerías,
alambicados sentimientos y sensaciones raras, paradojas
brillantes... barajaba con quintaesenciadas palabras,
incompresibles para el vulgo, exóticas frases y graciosas
chulerías que tenían el picante aroma del barrio de
Lavapiés». Así un ambiente típico de
juerga, escenas de baile y de amor, pasión y muerte. Muy
diferente a pesar de una semejanza de título entre ambas
obras es el relato La tristeza de la bohemia (Los
contemporáneos, núm. 356, 22 de Octubre de 1915)
por E. Loygorri de Pereda, novela breve que refiere las aventuras
de un joven que abandona su rincón provinciano para buscar
en Madrid la gloria literaria. No difiere mucho de otras
historias
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No creo que haya
una viable definición que abarque la gran variedad, en forma
y contenido, de las novelas de la bohemia literaria. Suele
combinarse en ellas un realismo tradicional, cuyas raíces
remontan a la picaresca, con ciertas modalidades de la novela
modernista,
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Hay distintos niveles de bohemia: primero, la bohemia galante de los aristócratas, y, segundo, la sórdida de los víctimas de la pereza e impotencia creadora, cuyos ensueños se disipan ante el empuje implacable de la realidad. Existía también una bohemia heroica: sus pocos adeptos mantienen con fidelidad los ideales del arte y la verdad. El destino más probable de los bohemios es sucumbir ante el encanto de la sirena de la bohemia o salir de ella, superando su vida irregular y aceptando las normas impuestas por la sociedad. Dan lástima los que no pueden (o no quieren) apartarse de ese calvario, condenados a la pobreza e indiferencia de los demás. Hecha la excepción de las obras de Pérez de Ayala y Valle-Inclán, los logros artísticos de los bohemios son muy contados. Sin embargo, esta literatura refleja un tema significativo basado en una realidad vivida, y no cabe duda de que los bohemios constituían un activo núcleo de política avanzada. Así estos iluminados fomentan la ruptura con todo lo rutinario e intentan abrir nuevos caminos, que merecerían una más detenida consideración crítica.