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ArribaAbajo Sobre emblemática

Jesús González de Zárate, Emblemas regio-políticos de Juan de Solórzano, Madrid, Ediciones Tuero, colección Impar, 1987


Rafael García Mahiques


Con la presente monografía, Ediciones Tuero abre la colección Impar, dedicada a ofrecer una selección de las obras más notables y significativas de nuestra literatura emblemática. Afortunadamente, con esta loable iniciativa poco a poco se va llenando un importante vacío editorial del que hasta ahora sufre el público interesado en el mundo cultural del Barroco, o en la literatura castellana del Siglo de Oro.

Parece haber llegado el momento en el que la moderna investigación en España comience a interesarse por el fenómeno barroco de los emblemas, las empresas y los jeroglíficos. Poco tiempo hace que los estudios sobre la emblemática hispánica se limitaban a las aportaciones de intelectuales extranjeros: Mario Praz, Karl Selig, Arthur Henkel, etc., a los cuales debemos no poca incentivación para el desarrollo de las investigaciones en nuestro país.

En los últimos años han aparecido ediciones de obras emblemáticas por la vía del facsímil, una también elogiosa iniciativa, pero insuficiente si queremos restaurar para el estudio de nuestra época una faceta importante de la producción literaria y artística del Siglo de Oro. Sobre todo desde el campo de la Historia del Arte, hoy empezamos a ver los primeros resultados de los estudios sobre la literatura emblemática con un nuevo enfoque. Se encuentran actualmente encauzados por un grupo de investigadores, formado y encabezado desde la Universidad   —474→   de Valencia por Santiago Sebastián713, autor por su parte de una serie de ediciones comentadas, como los Emblemas de Alciato, la trilogía de Otto van Veen y, últimamente, Paulo Giovio714. De este grupo forma parte Jesús M. González de Zárate, profesor hoy en la Universidad del País Vasco (Álava). Esta vez, el profesor Zárate, que cuenta en su haber ya muchos trabajos como historiador del arte, ofrece al público la edición crítica de los emblemas de Juan de Solórzano, un trabajo en la misma línea que ya inició anteriormente con la edición de las Empresas Políticas de Diego Saavedra715.

A la elección de este clásico por la editorial Tuero ha contribuido sin duda el hecho de que su autor estuviera vinculado al campo americanista, lo cual no deja de tener interés hoy, momento en que se prepara la celebración del V centenario del descubrimiento de América. Solórzano nació en Madrid (1575), y luego de su formación en humanidades pasó a la Universidad de Salamanca, donde se licenció en Leyes en 1599, siendo nombrado tres años más tarde para la cátedra de Prima de Leyes en sustitución del maestro Diego Enríquez. Gracias a esta preparación pudo llevar a cabo más tarde la inmensa tarea de compilación de las Leyes de Indias, labor que lo consagró como el clásico en dicha materia. Protegido del conde de Lemos, fue propuesto en 1609 como oidor de la Real Audiencia de Lima y marchó a América en plena madurez. El virrey, el conde de Montesclaros, lo calificaría como «sujeto de muchas letras de extraordinario caudal, capacidad y entendimiento ajustado». Cumplida su estancia en América, su ascenso en las tareas de la administración fue continuo. Llegó a fiscal del Supremo Consejo de Castilla y mereció, por su labor, las insignias de la orden de Santiago, y en la persona de su hijo, las de Calatrava.

La importancia de Juan de Solórzano Pereyra se debe fundamentalmente a un doble motivo: por un lado, como jurista es autor del Indiarum Iure, y como humanista erudito de los Emblemas Regio-Políticos. Una autoridad como Karl Ludwig Selig ha destacado esta última obra entre las producciones emblemáticas hispanas de mayor altura. La edición príncipe de los Emblemas sale en Madrid en 1653, poco antes de morir su autor. Es curioso observar, no obstante, que esta obra no tuvo en su día el eco que merecía. Fue una obra de minorías, y   —475→   a ello debió de contribuir el hecho de ser editada en latín, lo cual reducía enormemente el número de potenciales lectores. También debió influir el que la traducción castellana, a cargo del taller Mateu y Sanz, de Valencia, cinco años más tarde, fuese demasiado libérrima y no a tono con la edición príncipe. De tal modo debió de ser así, que el padre jesuita Andrés Mendo, vinculado a la corte como predicador, publicó su obra Príncipe perfecto y ministros aiustados con los mismos grabados de Solórzano y un texto en castellano más breve. Aun con todo, la obra de Solórzano será valorada durante el siglo siguiente, volviéndose a publicar mediante otra edición latina (1779).

Solórzano dirigió los Emblemas Regio-Políticos a los universitarios como una guía para su formación humanística, al tiempo que expresó todo un tratado de moral y política conforme a la idea de monarquía espiritualista que inspira a los Austrias del siglo XVII. El autor explica en la portada que se trata de una obra conducente a la recta administración de las repúblicas y a la guía de la institución de los reinos. Es evidente que Juan de Solórzano exageró el papel de la monarquía hispana, al considerarla como privilegiada entre los estados europeos. Su patriotismo acérrimo hace que también se declare enemigo de la leyenda negra. Solórzano se vincula, con sus ideas políticas, al ideal propugnada por la Contrarreforma, por eso la religión es el marco en el que organiza su pensamiento.

A la profundidad doctrinal y a la belleza literaria de Juan de Solórzano se une la belleza de los grabados, que trazó y grabó el gran orfebre y grabador flamenco Roberto Cordier, uno entre la cohorte de artistas que enriquecieron los libros españoles del Siglo de Oro. Roberto Cordier, sin duda, inmortalizó su arte con los cien grabados que componen los cien Emblemas Regio-Políticos de Juan de Solórzano. Aunque es verdad que la idea alegórica corresponde al autor, su concreción visual con la variedad de cartelas, figuras, escenas y paisajes es la manifestación de un artista experto, con gran dominio técnico de su arte. La elección de este artista por parte de Solórzano no fue casual, ya que lo conoció en 1629 cuando realizó la portada de su Disputationem de Indiarum Iure, en la que se combinan elementos iconográficos con otros de carácter emblemático.

La vía de acceso con la que el profesor vasco se acerca a los emblemas de Solórzano es el método iconográfico-iconológico, orientado a descifrar y analizar los significados conceptuales que encierra la obra de arte. Se trata por tanto de un planteamiento metodológico que nace de la historia del Arte, no de la crítica o historia literaria, aunque con una visión interdisciplinar, característica esencial de este método cuyas bases fueron sistematizadas por el germano E. Panofsky. Los emblemas constituyen una modalidad importante en el fecundo mundo del artificio barroco, en los que se combina lo visual con lo literario, llegando a constituir un documento de especial consideración para acceder a la mentalidad del hombre de los siglos XVI y XVII. Sus grabados requieren un adecuado análisis iconográfico para poder descubrir los móviles culturales que   —476→   los inspiran y los fines hacia los que se dirigen, y al mismo tiempo ofrecen las bases sobre las que se asientan el lenguaje figurativo de las artes plásticas del período, concluyendo con el desciframiento de sus códigos. Es evidente que al historiador del arte le interesan los grabados emblemáticos porque su comprensión puede ayudar a entender gran cantidad de obras, como ha sido demostrado ya con algunas obras con gran trasfondo jeroglífico de Rubens, de Velázquez, de Goya incluso. La emblemática así -hasta ahora despreciada por la historiografía, salvo honrosas excepciones, como la del malogrado profesor José Antonio Maravall-, es una fuente enriquecedora de las lecturas de los temas iconográficos.

Teniendo en cuenta estos dos aspectos apuntados (el interés de la emblemática por ser en sí fuente de la historia general de la cultura, y por ser fuente para los códigos iconográficos) González de Zárate ha procedido al análisis de cada emblema. Aquí tratará de conectar, por medio de las fuentes gráficas y literarias, con la tradición iconográfica o simbólica de los elementos que conforman el artificio, la metáfora o la alegoría que muestra el cuerpo gráfico del emblema, llegando con ello a desentrañar el código figurativo. Establecido esto, nos presenta los emblemas regio-políticos de Solórzano Pereyra ordenados en un plan historiográfico digno de un historiador de la cultura, del pensamiento y de las tendencias de la sociedad del siglo XVII. Para esto último aporta también el suficiente aparato crítico de citas y referencias a autores de la época, que le permiten fundamentar su planteamiento y contrastar los contenidos literarios del propio Juan de Solórzano.

La edición incluye, además del extenso estudio de los emblemas, una amplia Introducción, en donde el autor plantea el problema del concepto de la literatura emblemática y ofrece un esquema sintetizador del conjunto de fuentes que inspiran este género literario-pictórico, típico del Manierismo y del Barroco. Asimismo recoge un útil repertorio de los principales libros de emblemas europeos; 200 textos clásicos aparecidos en el continente entre los siglos XVI y XIX. En el prólogo, Santiago Sebastián analiza y perfila la excepcional figura de Juan de Solórzano en sus dos facetas: jurídica y humanista.

Con una presentación muy cuidada, por lo que hay que felicitar también a un editor consciente de que su labor puede elevarse a la categoría de arte, en definitiva los Emblemas Regio-Políticos de Juan de Solórzano quedan a disposición de los lectores interesados en la iconografía de las artes visuales y en la literatura, así como en los diferentes aspectos que pueden englobarse en lo que llamamos historia de la cultura. Se encuentra en estos momentos en preparación el número dos de esta colección «Impar»: Empresas Sacras de Núñez de Cepeda, cuyo estudio ha sido realizado por quien firma la presente recensión.