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441

G. Gullón, La novela como acto imaginativo, Madrid, Taurus, 1983, pp. 43-4.

 

442

He intentado detallar este aspecto en mi estudio «Humor y decoro en El capitán Veneno de Pedro Antonio de Alarcón», Boletín de la Real Academia Española (en prensa). Sobre el fin de la novela de tesis, vid. L. Alas, Galdós, Madrid, Renacimiento, 1912, pp. 95-113, y J. Oleza, La novela del XIX: del parto a la crisis de una ideología, Valencia, Bello, 1976, p. 25.

 

443

Pedro Antonio de Alarcón, El capitán Veneno, en Obras completas, Madrid, Fax, 1943. Todas las citas de las obras de Alarcón remiten a esta edición; se indica el número de página entre paréntesis.

 

444

A este respecto, Dendle escribe: «The Catholic attitude can only be described as one of fear: fear of the present, fear of the city, fear of the alien ideas», B. J. Dendle, The Spanish Novel of Religious Thesis, 1876-1936, Princeton UP, 1968, p. 21. Comentando esta cita, J. Oleza, La novela, cit., lug. cit., escribe: «Así aparece esta sensación de atemporalidad tan frecuente en el lector de Alarcón [...] Lo malo llega de fuera, es extranjero y arraiga en Madrid, la gran ciudad».

 

445

Sobre la peripetia como inversión de la acción en un sentido infortunado vid. H. Lausberg, Manual de retórica literaria, Madrid, Gredos, 1976, vol. II, pp. 488-9.

 

446

Aunque la comparación es injusta, dada la gran diferencia que existe entre las dos novelas comparadas, recuérdese la casa de doña Lupe, en Fortunata y Jacinta, donde hay cocina y en ella se ve a Papitos, a Rubín y a su hermano, así como a doña Lupe misma. En El capitán se mencionan comidas, caldos, sopas, etc., pero en ningún momento hay mención alguna de la cocina. Tan sólo el salón de la casa y una habitación están en el ángulo de visión del lector.

 

447

«Ventura de la Vega», en J. Valera, Obras completas, Madrid, Aguilar, 1961, vol. II, pp. 571-88.

 

448

E. Pardo Bazán, «Prefacio» a Un viaje de novios, Barcelona, Labor, 1971, pp. 57-62. Asimismo, vid. L. Alas, «El libre examen y nuestra literatura presente», en Solos de Clarín, Madrid, Alianza, 1971, pp. 65-78, y su reseña a La desheredada recogida en L. Alas, Galdós, cit., lug. cit.; y J. Ortega Munilla en R. Schmidt, José Ortega Munilla y sus novelas, Madrid, Revista de Occidente, 1973, pp. 179-96.

 

449

Esta necesidad de los límites de la novela se halla manifiestamente explícita, a posteriori, en su «Discurso sobre la oratoria sagrada», del año 1883, en el que Alarcón hermana la bondad, la belleza y el buen gusto del lector, diciendo: «Agradezco, pues, al Sr. Pidal, y también a ciertos modernos escritores franceses, la justificación que han hecho de mis opiniones, el uno autorizándolas con su dictamen y con tan importantes citas, y los otros comprobándolas ad absurdum; quiero decir, apestando y sublevando a todas las personas de buen gusto y buenas costumbres con obras realistas o naturalistas en que anda la verdad a la greña con la belleza, o la belleza divorciada de la bondad» («Oratoria sagrada», 1768; sub. mío).

 

450

B. Pérez Galdós, La desheredada, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1975, Vol. I. Salvo indicación contraria, todas las citas del texto remiten a esta edición.