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ArribaAbajo Un arte de memoria rimado en el Epítome de la Elocuencia Española, de Francisco Antonio de Artiga

Fernando R. de la Flor


I. B. «Fray Luis de León». Salamanca

Cien años después de ser emitidos, los juicios de Menéndez Pelayo sobre el tratado de retórica de Francisco Antonio de Artiga, publicado por vez primera en las postrimerías del siglo XVII (Huesca 1692), parecen todavía difícilmente revocables. En efecto, la importancia de la obra toda del polifacético escritor oscense ha caído en un generalizado olvido, del que parecerá una extravagancia pretender sacarla. Su libro más editado, este Epítome de la eloqüencia española. Arte de discurrir y hablar con agudeza y elegancia en todo género de assumptos..., «absurdo y chistoso [...] degeneración pedestre de la escuela conceptista»230, representa, sin duda, el punto extremo de una decadencia gestada a todo lo largo del siglo XVII.

Situada al final de una larga tradición, que en la época de su aparición ofrece claros signos de agotamiento y repetición, la retórica de F. A. Artiga se constituye antes como un pequeño prontuario que repertoriza lo retórico, que como una obra que prolongue el esfuerzo de formalización   —116→   que, teóricamente, preside la historia misma de la técnica a la que se dice servir con su publicación.

Sin embargo, pese a estas evidencias, puede resultar pertinente revisar la ubicación de esta obra, que actúa como un verdadero revulsivo para los intentos más modernos de construir una verdadera ciencia literaria. Moderna retórica esta última, que se proyecta como secularizada, belletristica, manifestando su distanciamiento de la Oratoria sagrada y del modelo rígido ciceroniano. Retórica novatora que, como ha visto D. Abbot231, es impulsada, ya en la época ilustrada, por teóricos como Mayans, Capmany o Jovellanos.

Desde otra perspectiva más, que es la que ahora nos va a interesar, esta retórica de Artiga es destacable, en cuanto que mantiene una estructura heredada, alguna de cuyas partes estaba a punto de caer en el total desuso; convirtiéndose así el libro en un depósito arqueológico y en el vehículo, como veremos, de unos saberes amenazados por la nueva época y por el pensamiento teórico que la formaliza.

Si fue su propio crédito -extendido entre un cierto tipo de público necesitado de una formación oratoria- el que hizo posible que el Epítome... fuera de los textos de retórica que mayor difusión alcanzaran a lo largo del siglo XVIII (con ediciones en 1692, J. Lorenzo de Larumbe, Huesca; 1725, s.i., Madrid; 1726, A. Burguete, Pamplona; s.a., F. Rodríguez, Madrid; 1737, F. Rodríguez, Madrid; s.a. (pero 1747), s.i., Madrid; 1750, M. Martí, Barcelona; 1760, M. Martí, Barcelona; 1770, Vda. de Martí, Barcelona; 1771, A. Mayoral, Madrid; 1792, s.i., Huesca)232, se debió fundamentalmente a dos aspectos que le confieren   —117→   un valor peculiar desde la perspectiva de nuestro tiempo233. Por un lado, su formulación atrevida, extravagante, que tiende a convertir el dispositivo académico de la retórica en un recetario novedoso en su factura; de otro, el hecho de que en sus páginas se conserva la reliquia de un saber apenas modificado desde los tiempos de Cicerón: la mnemotecnia. Esta alianza contradictoria de innovación y tradicionalismo convierte el Epítome de Artiga en un discurso situado al límite mismo de las tensiones que difícilmente puede sostener un texto dedicado a la pedagogía, siendo por ello mismo atractivo para un gran número de sus contemporáneos, que todavía buscaban en la originalidad la razón de ser de la lectura234.


El proyecto mnemotécnico en el Epítome de la elocuencia española

Todo el Epítome se encuentra inscrito en un proyecto mnemotécnico: «Mas sírvame de disculpa/ -escribe Artiga- mi fin que ha sido abreviar/ en la mía a todas juntas/ y en nuestra lengua española/ y en verso; porque ésta ayuda/ la memoria...»235. Se trata, pues, de una obra para su memorización en una suerte de vademécum, con aplicaciones a un variado repertorio de situaciones que provienen del mundo de la conversación, del trabajo epistolar, del ars praedicandi... De esta inscripción suya en la psicología pedagógica provienen las dos marcas fundamentales que estructuran el libro todo: su disposición dialógica, en la línea de algún otro tratado español de mnemotecnia236, y su carácter rimado237.

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Retórica para ser memorizada fácilmente, en el Epítome no pueden dejar de conservarse aquellas cinco operaciones principales que definían la tecné retórica, desde sus primeras formulaciones debidas a Cicerón, a Quintiliano, al anónimo redactor del Ad Herenium y, atrás en el tiempo, al mismo Aristóteles: inventio, dispositio, elocutio y, las más inestables desde el punto de vista de su conservación en el dispositivo retórico, memoria y pronuntiatio. Todas ellas se hallan vulgarizadas, pero sustancialmente fieles a una determinada tradición expositiva, en el texto de Artiga.

Es precisamente esta fidelidad con que Artiga mantiene una visión de la retórica ya por entonces gravemente cuarteada, la que llena su libro de unas extrañas resonancias que enseguida vamos a tratar de elucidar.

P. Kuentz ha escrito recientemente que «la imagen que nos propone la historia de la retórica es la de su deterioro»238. Desmantelamiento, en efecto, de la retórica clásica, que se ha operado, primero, sobre los elementos más materiales del sistema: la pronuntiatio y la memoria, desplazadas ambas por la reconversión del ars dicendi en ars scribendi, por la proliferación del libro y el paralelo debilitamiento de la palabra, de la prédica. Estas dos partes de la elocuencia a las que antaño les estaba confiada la salvaguardia memorística de las figuras del discurso239 y la puesta en escena -actio- del mismo, respectivamente, se encuentran ya completamente atrofiadas en el siglo XVII240, quedando relegada   —119→   su aparición dentro del ars praedicandi, que las mantendrá obstinadamente en nombre de la finalidad que persigue: el movere, conmover las almas.

La retórica de Artiga es la última en su tiempo en mantener la estructura intacta del viejo sistema caído en el descrédito. La inclusión en ella de un Arte de la memoria, sujeto a toda la tópica que sobre este saber se había ido generando desde las secciones correspondientes del De oratore, ciceroniano241 las Institutio de Quintiliano o en las referencias incluidas en las obras de Tomás de Aquino (Summa Theologiae II, 2, 49; Comentario al De memoria et reminiscentia de Aristóteles)242, Iacopo Ragone da Vicenza (Artificialis memoriae regulae) y del San Agustín de Las Confesiones (lib. X)243, supone un afán vulgarizador en un área marginal y marginada244.

Voluntad de perseguir el asombro, la curiosidad, cierta heterodoxia, que ha acompañado siempre toda formalización de una mnemotecnia, hasta el punto de convertir el tratado de Artiga en una operación de rescate de una técnica intelectual casi secreta245. Lo que se manifiesta   —120→   en el libro es un esfuerzo repertorizador de datos dispersos, de conocimientos que la práctica estaba comenzando a desechar, y es así como el Epítome de Artiga juega un papel fundamental, traspasando de un siglo al otro, del XVII a l XVIII, y entre una extensa capa de lectores de su obra, un tipo de disciplina intelectual que sin su concurso y el de otros (Ortiz, Memoria, entendimiento, voluntad, Sevilla 1677; Ximenez Patón, Mercurius Trimegistus, Madrid 1621), hubiera terminado, sin duda, por desaparecer.

Si queremos atender a una versión peyorativa de esta función de puente hacia otra época que el Epítome ejemplarmente cumple, las palabras de Ferrer del Río en su Discurso sobre la Oratoria española en el siglo XVIII: «El siglo XVII no transmitía al XVIII más que escoria»246, pueden parecer particularmente apropiadas referidas al objeto de nuestro estudio. Pero desde el punto de vista de la aparición y desaparición de unos saberes que han incidido en la evolución compleja de una cultura, el Epítome de la elocuencia de Artiga ocupa una posición clave.

Es de este modo, paradójico si se quiere, como el mantenimiento en una retórica de finales del XVII de un tratado de mnemotecnia evidencia, por un lado, una vocación anticuada y retardataria en la concepción de esa disciplina, pero por otro constituye un magnífico ejemplo de la vitalidad que mantienen ciertos paradigmas, contrarios ya en todo a la nueva situación de la ciencia y del mundo secularizado, en medio del cual son convocados. Presencia amortiguada, si se quiere, con la que la mnemotecnia figura junto a otros corpus doctrinales, teñidos en general de heterodoxia -como la astrología judiciaria, la cábala...-, que harán una de sus últimas apariciones en la escena cultural en el primero de sus revival desde el Renacimiento: el que tiene su lugar en los primeros decenios del siglo XVIII247.

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En esta posición charnela de 1692 es inevitable que el Epítome contenga una mirada retrospectiva a los cerca de trescientos años de mnemotecnia española, que se abren con los Dichos y hechos de los filósofos antiguos de A. Magno, con un Arte de Memoria248. De este modo, en su sección dedicada a la mnemónica, el Epítome cumple el cometido de vulgarizar los ciertamente más complejos tratados de Sánchez Ciruelo (De arte memorandi, Alcalá, 1528); Aguilera (Ars memorativa, Salamanca 1536); Velázquez de Acevedo, (Fénix de Minerva y Arte de Memoria, Madrid, 1626) o Gutiérrez Godoy (Disputationes philosophicae ac Medicae super libros Aristotelis de memoria et reminiscentia, Jaén, 1629)249, de todos los cuales vendrá a realizar una síntesis, en la que se ha eliminado la inmensa casuística que presenta el sistema mnemonicum, sustituido por un breve manual de consejos para afianzar una cierta memoria artificial:


      Para mi estudio lo hice
recogiendo los selectos
preceptos de grandes libros
en éste que es tan pequeño (pág. 10).



La publicación de este tratado de mnemónica y su reedición sistemática a lo largo del siglo XVIII avanza en perspectiva una serie de fenómenos en torno a los cuales se va a ir solidificando, a veces por reacción, el pensamiento ilustrado. Cierto renacer del lulismo en los primeros años del siglo XVIII250, la polémica contra Feijoo en la cuestión del   —122→   Ars Combinatoria251 y la aparición en 1735 del texto con que, eventualmente, se cierra la proyección histórica del Ars en España: la obra de Nolegar Giatamor (Girolamo Argenti) el Assombro elucidado de las ideas o Arte de Memoria; todos estos fenómenos se encuentran vinculados al breve tratadito de Artiga, y con él expresan la imposible pervivencia de una técnica intelectual cuya dudosa evolución (de una operación retórica a una magia, pasando por una instrumentación piadosa) aparece ya como sentenciada, desde el punto de vista de la razón y de la historia: «Dudo -escribe Feijoo- de lo que se puede conseguir con el Arte de la Memoria [...] De la Arte Magna de Lulio, sin perplexidad alguna, pronuncio que es enteramente vana, y de ninguna conducencia para el fin que su Autor propone»252.




Memoria artificial y oratoria sagrada

La inclusión de un Arte de la Memoria, casi autónomo del contexto general en que se presenta, en una retórica de finales del siglo XVII como es el Epítome de la elocuencia, proviene de la compleja evolución que la llamada memoria artificial corre en el seno de dos sistemas diferentes, pero que cierta práctica tenderá a reunir: en primer lugar, la mnemotecnia, como hemos visto, se presenta como parte integrante del dispositivo retórico, preservándolo en cierta manera, y contribuyendo así a su eficacia indiscutible. Por otro lado, y esto ya desde el tiempo en que los retóricos escolásticos, siguiendo al Aristóteles de De memoria et reminiscentia... y a sus comentaristas Alberto Magno (De bono) y Tomás de Aquino (In Aristotelis. De sensu et sensato)253, comenzaron   —123→   a adaptar la retórica a un uso piadoso254. La Memoria aparece como memoria de imágenes y loci -vistas persuasivas del cielo y del infierno-255. Esta versión virtuosa hace que, junto a la Prudencia y la Voluntad, la Memoria aparezca convocada a la hora de construir el lenguaje de lo sagrado. Todo el dispositivo retórico se ajusta minuciosamente para construir y avalar el sermón, la oratio cristiana, pero será precisamente en su parte IV o Memoria donde muchas de las retóricas al uso a lo largo del siglo XVII se conviertan en retóricas cristianas. Y ello principalmente por el uso de una imaginería que proviene del repertorio iconográfico fundado en la tradición cristiana256.

En el uso que la primitiva escolástica hacía de los procedimientos mnemotécnicos, repertorizados en la anónima retórica Ad Herennium, podemos comprobar cómo las intenciones espirituales se visten con similitudes corporales, facilitando así el paso a la existencia independiente de una memoria artificial, que se sitúa a caballo entre la propia retórica de signo clásico, a la que sin duda pertenece, y la ética, en cuyo ámbito pretende radicar el sentido de su actuar sobre el mundo psicológico257.

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Ha sido V. G. de la Concha258 quien ha señalado en el primer tratado de mnemotecnia conocido en España -Dichos y hechos...- esa gravitación hacia la conversión del lector, que guía el Arte y su conexión, fuertemente afianzada, con los planteamientos del ars praedicandi. A lo largo de los siglos XVI y XVII se va construyendo el edificio de una retórica vertida a lo divino. Y dentro de ella la memoria, la memoria artificial, tiene un papel decisivo a la hora de estructurar los procesos de oración.

La vinculación existente entre mnemotecnia y el procedimiento, específico dentro de la ascética jesuística, de la compositio loci, es una constante en la literatura espiritual del Siglo de Oro259, y ello ha sido analizado recientemente en los casos particulares de Teresa de Jesús260 y de Gracián261.

En torno a esta práctica de la vista del lugar ignaciana, cristalizan, como he demostrado en otra parte262, las diferentes operaciones de referencia   —125→   mnemotécnica. La meditación por imágenes -formadas bajo los preceptos de las secciones de mnemónica que en las retóricas del momento siguen fielmente los preceptos de Quintiliano, Cicerón y el anónimo redactor del Ad Herennium- alcanza una máxima difusión en el seno de obras como las Evangelicae Historiae Imagines de J. Nadal, el Epistolario del beato Juan de Ávila o La conquista del espiritual y secreto reino de Dios de fray Juan de los Ángeles.

Los elementos dispersos de toda esta tradición los encontramos reunidos en el Epítome de la elocuencia de Artiga, pero, de un modo mucho más concreto, el tratado IV de la obra nos remite a todas las retóricas que, bajo el signo de una utilización piadosa, fueron apareciendo a lo largo del siglo XVII263. Es en obras como las del cercano a Artiga, Francisco Ameyugo (Retórica sagrada y evangélica ilustrada con la práctica de diversos artificios retóricos para proponer la palabra divina, Zaragoza, 1667) donde la memoria artificial se propone como un recurso para dotar a la palabra sagrada de toda su impresividad y eficacia: «Dispuesto el sermón con el orden, hermosura y sal que hemos notado hasta aquí, resta el sacarlo a la luz representándole bien. Para este fin, la primera diligencia es tomarlo bien de memoria...» (pág. 69).

Estas obras teóricas de la pedagogía cercana al espíritu de la Ratio studiorum264 retoman las normas mnemotécnicas clásicas e infunden a su lenguaje una dirección que afecta a la vida moral, objetivo último   —126→   de la potenciación de los recursos psicológicos en la esfera de lo individual265.

Es desde esta perspectiva desde donde mejor podemos entender la orientación religiosa que todo el Epítome conserva, y en especial su tratado IV, del que venimos hablando. Dirigido, como ha visto J. Castán266, a un público mayoritariamente formado por sacerdotes, su utilidad se revela vinculada a la construcción del sermón, y, dentro de él, a la atención particular por los loci e imagines relacionados con la Historia Sagrada:


      Y assí el Arte de Memoria,
cuyo exercicio se emplea
en acordar lo que hizo
la Divina Providencia,
también se funda en imágenes (pág. 432).






La referencia hermética

La dirección piadosa que hemos examinado, y que se sitúa en la línea de otras retóricas jesuíticas, no agota en modo alguno el haz de direcciones diversas que el tratado de la memoria artificial de Artiga viene a repertorizar. A la impostación de signo cristiano que sobre el primitivo saber retórico imprime Artiga se añaden multitud de referencias que construyen otra nueva imagen de lo que la mnemotecnia representa al final de una tradición que la ha desgastado. Sobrevive en la superficie del tratado, pese a su propósito desmitificador, una referencia hermética. Es, por otra parte, la obra toda de Artiga la que está sumida en un proyecto de construcción o, al menos, de conservación de unos saberes marginales: de un lado, los relacionados con la astrología judiciaria (Discurso de la naturaleza, propiedades, causas y efectos de los planetas, Huesca, 1681; Espejo astronómico, Huesca, 1684; Laberinto intelectual astronómico y elemental; Breve apología de los astrólogos   —127→   que yerran algunas predicciones; Libro del Áustrico Júpiter)267 por otro, su libro dedicado a los lenguajes ideográficos como revelación y sello de las verdades ocultas: Cartilla geroglífica de sabios.

El saber mnemotécnico mismo, como se han encargado de revelar Yates268, Rossi269 o Fagiolo Dell’Arco270, independizado ya en el siglo XVI de la específica técnica literaria que le vio nacer de espaldas a la práctica piadosa que el jesuitismo sancionaba, ostentará también, y simultáneamente, una marcada conexión con el pensamiento mágico. Al perder su contacto con la primitiva formulación de una técnica retórica, reaparece la mnemotecnia en la escena de la cultura humanística como instrumento de un saber total, de una pansofía. Esta nueva dirección es la que produce en España un texto como el Fénix de Minerva y Arte de Memoria de Velázquez de Acevedo271, que, alabado por Lope, adquirirá, sesenta años después de su publicación, una gran resonancia en las páginas del Epítome.

Como teatro del mundo, como aula para los arcanos, los sefirotas brunianos, las empresas y emblemas de filiación hermética, como escritura interior, la mnemotecnia vertebra gran parte del discurso del saber heterodoxo, que se constituía enfrentado a la ortodoxia cristiana y, finalmente también, en contra de la evidencia que suministraban la ciencia y la razón272.

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Esta última -la razón, el impulso clarificador- continuamente invocada por Artiga, se abre paso trabajosamente en el seno mismo de los materiales de tradición hermetista que sucesivamente van haciendo su aparición, convocados en el capítulo IV del Epítome. Disección la que allí se realiza entre principios sicológicos, influencias, misterios, resonancias religiosas y de otros tipos, que no terminan nunca de asentar esta mnemotecnia del lado de una mera técnica pedagógica. Así, el «juzgo/ que algún gran secreto encierra [el ars mnemónica]», con que se abre el Epítome, lo clausura también a la exposición, pese a ser su declarado fin el de venir a introducir las luces en un arte pretendidamente misterioso porque «la ocultan y la pertrechan/ con tanto escuadrón de enigmas/ que es imposible emprenderla» (pág. 379).

La antigua pretensión luliana de configurar un sistema -la Combinatoria- capaz de estructurar -de conferir un lugar, un locus- a toda la diversidad de los entes, dotados de sus imagines correspondientes, percusivas para la memoria273, reaparece aquí, en el Epítome, sometida a una simplificación que casi constituye una parodia. El ars rotunda, las ruedas lulianas que presentan conexiones astrológicas, son evocadas en el texto de Artiga desprovistas por completo de la densidad simbólica que da sentido al Ars magna de Lulio. Zodiaco y mnemotecnia aparecen, de nuevo, así vinculados en un único proyecto, que pondrá al hombre en conexión con el universo y, a través de él, con la Idea última que es su causa:


      Porque dentro la Memoria
todos los cielos rodean,
todos los astros relucen,
brillan todos los Planetas (pág. 395).



Es la tradición hermética, dentro de la cual se encuentra incluido el artificio luliano, la que presta un cercano sentido a muchas páginas del Epítome de la elocuencia. Lulio mismo, a quien en todo sigo, como confiesa Artiga274, es situado junto a Egipcios, Arithméticos y sabios clásicos, en una misma secuencia que sirve para evidenciar que las verdades instituidas por revelación permanecen secretas para el vulgo. Instalando   —129→   así al Epítome en una falla de la historia, en el paso mismo para la diafanía universal de unos saberes, por fin al alcance de todos. Ya no se trata para Artiga de una técnica al servicio de los sabios, sino que la mnemotecnia del Epítome se constituye como divulgadora de unos principios que puedan convertir al hombre sin estudios, al ignorante incluso -y con poco esfuerzo- en el posesor de la eterna memoria de todas las cosas.

Por todas partes, diseminadas en este tratado de mnemotecnia insertado en el Epítome, se encuentran las ruinas y supervivencias de la gran tradición hermética renacentista: el cabalismo cristiano275, el Ars notoria, cierta simbología de matiz alquímico... Junto a todo ello, los restos también de un sistema mnemonicum; fragmentos de teorías en gran medida desechadas, que aparecen situadas, como en una correa de transmisión, entre los dos corpus de mayor solidez conceptual dedicados al arte en España: el Fénix de Minerva de Velázquez de Acevedo, publicado en 1626, y el Assombro elucidado de las ideas de Girolamo Argenti, en 1735.

Cuando Feijoo, en 1742 y en sus Cartas eruditas XXI («Del Arte de Memoria») y XXII («Sobre el Arte de Raymundo Lulio»), instrumente el golpe definitivo a los restos del pensamiento mágico, desterrando a la mnemotecnia del lugar desorbitado en que la habían situado sus cultivadores en España, no recordará siquiera a este Francisco Antonio Artiga. Texto que, sin embargo, seguirá testimoniando obstinadamente, a través de sus múltiples reediciones en el siglo XVIII, la credibilidad firme en una técnica hacía ya mucho tiempo expulsada del corpus modélico de la retórica.