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Arteaga, Investigaciones, op. cit., pág. 54.

 

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Arteaga define la belleza ideal, objetivo de la imitación ideal, como «el modelo mental de perfección aplicado por el artífice a las producciones de las artes» (Ibídem, pág. 55).

 

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Paralelo al proceso dieciochista según el cual se va concediendo una mayor importancia teórica al impacto de la naturaleza en la mente del creador, podemos observar el proceso mediante el cual se tiene en mayor consideración la reacción del lector. Todo ello está basado en el empuje del sensualismo, y está relacionado con el paso desde una poética «preceptiva» a una concepción «estética», como muy bien explica Eva Kahiluoto Rudat, «From Preceptive Poetics to Aesthetic Sensibility in the Critical Appreciation of Eighteenth-Century Poetry: Ignacio de Luzán and Esteban de Arteaga», en Dieciocho, 11, 1, págs. 37-74.

 

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Arteaga, Investigaciones, op. cit., págs. 19-20. Este sensualismo no es incompatible con el clasicismo. Arteaga es un clasicista si aceptamos con Panofsky, que «al igual que la doctrina artística del Renacimiento, la doctrina artística del clasicismo también afirma que la Idea no es sino una visión de la naturaleza purificada por nuestro espíritu» (Erwin Panofsky, Idea, Madrid, Cátedra, 1981, pág. 98).

 

65

Ibídem, pág. 147.

 

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Ibídem, pág. 56. En consonancia con estas palabras, Arteaga hace otra definición de la belleza ideal como «arquetipo o modelo mental de perfección que resulta en el espíritu del hombre después de haber comparado y reunido las perfecciones de los individuos» (Ibídem, pág. 55). También es evidente que Arteaga propugna el levantarse por encima de la naturaleza, «un poeta, un pintor, un escultor o un músico pueden decirse cada uno a sí mismo: Yo no soy esclavo de la imitación (...), poseo una imaginación con la cual dispongo en un cierto modo de todo el universo, hago visibles los pensamientos más abstractos, doy cuerpo a las ideas, perfecciono la naturaleza, me levanto sobre ella...» (Ibídem, pág. 136).

 

67

Ibídem, pág. 147.

 

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Ibídem, págs. 52-53. Con estas palabras Arteaga se está refiriendo a los dos tipos de imitación de la naturaleza que en su clasificación ocupan el tercer y cuarto grado. Uno se correspondería con la imitación universal (concentrar en un solo objeto las bellezas esparcidas en otros) y otro con la imitación ideal (añadiendo con la propia fantasía perfecciones ficticias).

 

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Ibídem, págs. 153-154. Idéntico razonamiento sigue con Shakespeare, «naturalista» por excelencia, de enorme ingenio pero criticable por «la representación de una naturaleza tan cargada de imperfecciones y bajezas» (pág. 156). Por otros motivos parece criticar a «nuestros dramáticos españoles», que sí supieron hacer uso de la imitación ideal pero con poco fruto por no haber sabido fundarse ni sobre la «naturaleza universal» ni sobre las reglas de la buena crítica (págs. 156-157).

 

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Ibídem, pág. 148.