121
Ibíd., pág. 145.
122
Ibíd.
123
Ibíd., pág. 146.
124
Ibíd., pág. 149.
125
Ibíd., págs. 147 y 150.
126
Ibíd., págs. 158-166.
127
Ibíd., pág. 166.
128
Ibíd., págs. 74-80 y 89-102.
129
Los hombres del siglo XIX comprendían perfectamente el origen rusoniano de la ausencia de lloros como producto de una educación peculiar de la sensibilidad y de las pasiones recomendadas por el filósofo francés. Don Jacinto Sarrasí, discípulo del pedagogo Montesino, es una prueba contundente de ello:
(J. Sama, Montesino y sus doctrinas pedagógicas, Barcelona, Librería de Juan y Antonio Bastinos, 1888, págs. 15-16). |
130
Pedro Antonio de Alarcón, op. cit., pág. 50.