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ArribaAbajoFuentes históricas y literarias de La vuelta al mundo de la Numancia

Carlos García Barrón


La Guerra del Pacífico, hecho poco estudiado a nivel literario en España, constituye la trama del citado episodio nacional de don Benito Pérez Galdós considerado por algunos como «uno de los menos interesantes».198 Quizá por ello permanezca hasta ahora sin recibir la merecida atención de los especialistas en la obra galdosiana. Intentaré acercarme en las páginas que siguen a un estudio sobre los móviles que llevaron a don Benito a escribir este episodio, sugiriendo las fuentes en que se inspiró y poniendo de relieve la postura del autor sobre el delicado tema de las relaciones entre España y sus exprovincias, Chile y el Perú.


Resumen del conflicto

Antes de entrar en materia es oportuno resumir sucintamente algunas de las causas que provocaron el enfrentamiento bélico.

Reinaba en el Perú allá por 1860 una acusada desconfianza dirigida hacia España, Inglaterra y Francia basada en las intervenciones militares de estas potencias en Santo Domingo, México y la actitud del gobierno español de «recordar por doquier nuestro pabellón y la civilización de la antigua Iberia».199 En el caso concreto del Perú permanecía sin resolverse el asunto de la deuda del gobierno español incurrida durante la Guerra de la Independencia. El Perú había reconocido su obligación de pagarla mas postergaba su pago hasta que España reconociese oficialmente su independencia. Otro elemento de discordia es el incidente conocido por el nombre de «Talambo». Así se llamaba una hacienda peruana en la que, a consecuencia de una disputa entre los colonos, españoles, y sus patronos, peruanos, resultaron heridos varios de los primeros así como un muerto. Este suceso deteriora aún más las ya muy tirantes relaciones hispano-peruanas. El jefe de la escuadra española en el Pacífico, en misión supuestamente «científica», llevaba instrucciones de dar a los representantes diplomáticos españoles toda la cooperación necesaria para una inmediata reparación de los atropellos cometidos contra súbditos españoles en Chile y, sobre todo, en el Perú. Debía actuar con firmeza para que no quedase duda de que «había llegado el término de las vejaciones».

Por último cabe mencionar la funesta actuación de don Eusebio Salazar y Mazarredo, enviado del gobierno español ante el Perú que viola las instrucciones recibidas en el sentido de negociar pacíficamente las diferencias. Este pintoresco personaje, dotado de mucha labia, logra convencer al almirante Pinzón200 para que tomase por la fuerza las Islas Chincha, ricas en guano y por lo tanto importante fuente de ingresos para el Perú. Pinzón, hombre enérgico   —112→   y poco inclinado a las sutilezas diplomáticas, accede a los deseos de Salazar y Mazarredo, ocupando las islas el 14 de abril de 1864. A partir de ese momento la suerte está echada. Las fuerzas antiespañolas en el Perú, con el apoyo de agentes provocadores chilenos, hostigan al gobierno peruano, induciendo una insurrección en Arequipa que eventualmente asumirá el poder declarando la guerra a España.




Sinopsis de La vuelta al mundo de la Numancia

Expuesto someramente el marco histórico en que se desarrollará el episodio en cuestión, recordemos su contenido novelesco. El español Diego Ansúrez, hombre modesto y marino de profesión, contrae matrimonio con una ex-monja con la que tiene una hija, Mariana, «Mara». Con el pasar del tiempo, «Mara» conoce a un peruano, Belisario Chacón, huido a España de su hogar limeño para emanciparse de la autoridad paterna. «Mara», enamorada de Belisario, se marcha con él al Perú. A Ansúrez se le acumulan los problemas y tragedias: prematura muerte de su mujer; fracaso en sus negocios de cabotaje; fuga inesperada de su única hija. Solo y desamparado decide retornar a la mar. Una visita a la Numancia le convence de la necesidad de reanudar su carrera de marino de guerra. Se enrola como segundo contramaestre en la fragata y hace la travesía hasta el Pacífico en busca de su hija. Una vez en Lima se entera de que tanto «Mara» como su marido -perteneciente a una de las mejores familias limeñas- se han pasado al bando antiespañol. Surge el conflicto militar del 2 de mayo de 1866 y el bombardeo del puerto del Callao por la escuadra española. Concluida la operación, la Numancia recibe órdenes de regresar a España vía Tahití. Ansúrez, triste por no haber dado con su hija, vuelve a España para, inesperadamente, encontrársela a ella, a su marido e hijo recién nacido, esperándole en el puerto.




Móviles

¿Qué lleva a don Benito a escribir este episodio nacional? En primer lugar, es evidente que deseaba dejar testimonio de un hecho histórico de cierta importancia de la España decimonónica. Recordemos que el tema del poderío naval español fue objeto de numerosos estudios entre los que despunta el de Joaquín Costa, todo como consecuencia del desastre de 1898.201 Galdós aprovecha la ocasión para hacer constar su apoyo a la escuadra española y al heroísmo de sus marinos, si bien critica acertadamente los errores de la diplomacia española. La vuelta al mundo de la Numancia será, pues, una síntesis lograda de esa fusión de historia y ficción mediante la cual su autor divulga ampliamente el acontecer nacional. Ricardo Gullón declara al respecto:

Que los Episodios Nacionales no son historia sino novela, es una verdad incuestionable, sólo controvertible desde otra certeza, muy difundida y aceptada, que pudiera anunciarse así: en ninguna obra puede aprenderse mejor la historia de España que en los Episodios.202



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Por último, no está de más señalar el especial interés que sobre Galdós ejerce la marina. Ya en 1888, don Benito se vale de una reunión de escuadras que se lleva a cabo en Barcelona para fijarse en la Numancia:

Allí teníamos la Numancia, con la insignia de Almirante. Este hermoso buque, que fue en un tiempo perfecto tipo de acorazado, si ha perdido hoy su importancia como máquina de guerra, conserva el prestigio de su pasado glorioso. Fue el primer barco de su clase que se arriesgó a una larga navegación, y el primero que dio la vuelta al mundo, como recuerda la placa con elocuente inscripción colocada en el castillo de proa. En él demostró su pericia y arrojo el almirante Méndez Núñez. Por estas circunstancias, los marinos de todas las banderas mirarán siempre con respeto a la Numancia, veterano glorioso, que a tantos títulos une su belleza incomparable así de casco como de arboladura para cautivar la atención.203






Fuentes sobre el Perú

Como hemos visto, la acción principal de este episodio se centra en el Perú. Cabe preguntarnos: ¿qué relaciones tenía Galdós con ese país? ¿Cómo se documentó para narrar tan fielmente las costumbres limeñas y la Ciudad de los Reyes? Un detallado estudio de esta faceta me permite concluir que fueron Ricardo Palma y unos cuantos excelentes libros acerca del Perú las fuentes primordiales de su documentación.

Palma había visitado España en 1892 recogiendo sus impresiones en un ameno libro, Recuerdos de España, en el que no hace mención de haber conocido a don Benito, si bien menciona sus conversaciones con literatos como Zorrilla, Núñez de Arce, Campoamor y Menéndez Pelayo, entre otros.204 Es a través de un epistolario, no muy regular ni frecuente, que Galdós y Palma llegan a conocerse y a elogiarse mutuamente por sus respectivas obras literarias. El 12 de octubre de 1901, don Benito en una carta a Palma confiesa lo siguiente:

Seguramente será para usted esta carta una sorpresa. No lo sería si hubiera dicho a usted, a su debido tiempo, que la lectura de sus Tradiciones peruanas ha sido para mí la más grata y sabrosa que puede imaginarse, y que hace años me atormenta y me halaga la idea de llevar al teatro español una de esas tradiciones suyas cuya intensidad dramática y colorido de época superan a cuanto en igual género poseemos aquí.205



Al mes siguiente, Palma le contesta alentándole en el empeño:

Talento le concedió a usted Dios para compenetrarse, a poco que lea libros sobre mi tierra, de lo que fue el mundo limeño en la época de los virreyes. Estoy seguro de que sin mucha fatiga se asimilará usted tipos y costumbres. Tengo fe en que saldrá usted airoso en la labor literaria que se ha impuesto el deber de realizar.206



Por razones que desconocemos, don Benito no realiza su proyectada obra, mas las citadas cartas y los libros que tiene en su biblioteca sobre el Perú son pruebas irrefutables de su profundo interés por aquel país.207 Hay, sin embargo, un importante problema en este contexto. Ninguna de las Tradiciones de Palma versa sobre el Perú de 1864-1866, tal y como lo describe Galdós en su episodio. La obra de Palma podía ambientarle pero no proporcionarle los datos específicos necesarios para pintarnos el Perú de aquellos años. Sin   —114→   temor a equivocarme demasiado pienso que Galdós se apoyó en dos obras que no aparecen en el catálogo de Berkowitz de los libros de la biblioteca de don Benito pero que pienso que leyó. Me refiero a La Perla de Lima, Madrid, 1869, del español Fernando Fulgosio, y el grueso libro del peruano Manuel A. Fuentes, Lima: Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres, París, 1867, del que hay una edición inglesa y otra francesa, prueba de su popularidad. Curiosamente, el propio Fulgosio confiesa haberse documentado en el libro de Fuentes. El que Galdós leyera La Perla de Lima es más que probable, ya que poseía en su biblioteca otra obra del mismo autor.208




Fuentes españolas

En este caso y sin lugar a dudas puedo afirmar que Galdós se basó, para la documentación histórica y naval, en el libro del teniente de navío don Pedro Novo y Colson, Historia de la guerra del Pacífico, Madrid, 1882,209 obra documentadísima y hecha por encargo del rey Alfonso XII. El libro aparece citado en la bibliografía de Berkowitz junto con otro del mismo autor sobre El poderío naval, Madrid, 1909,210 posterior éste a la publicación del episodio de Galdós. A su vez, Novo y Colson se documenta sobre la base del testimonio oral de los supervivientes; archivos del Ministerio de la Guerra; expedientes oficiales y dos obras fundamentales, según sus propias palabras: Viaje de circunnavegación de la Numancia, del marqués de la Reinosa, libro presente en la biblioteca de Galdós, y el diario del alférez de navío don José Emilio Pardo de Figueroa, oficial de la Numancia, que da a conocer póstumamente su hermano, el famoso «Doctor Thebussem».




Cotejo de textos

A continuación, y con el fin de documentar mi aserto sobre las fuentes galdosianas, citaré y cotejaré ejemplos del episodio nacional, utilizando para ello la edición de Aguilar (Madrid, 1941), y los diversos textos enumerados. No me ha sido posible manejar el libro del marqués de la Reinosa, por lo que me ceñiré, en la parte militar, al de Novo y Colson.




Bombardeo de Valparaíso

Galdós describe el castigo que inflige la escuadra española a la indefensa ciudad de Valparaíso. Su juicio, al igual que el del propio Novo y Colson, es crítico. Declara éste:

El bombardeo de Valparaíso fue un acto cuyo recuerdo debe entristecer siempre a la Marina española. Obligada por las circunstancias, hubo entonces de dirigir su fuego sobre una población indefensa, lo que ni gloria ni lucro le podía reportar, y sí sólo la animadversión de enemigos y neutrales.


(p. 426)                


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He aquí la opinión de Galdós:

El cañoneo no llegó a durar tres horas; ya era bastante; aun quizás demasiado para simple castigo o reprimenda de una madrastra austera, harto pagada de su carácter venerable y de sus históricos blasones. La hija, herida y maltrecha de los crueles disciplinazos de la madre, miraba a ésta desde tierra con el más agrio cariz que puede suponerse. Hasta entonces, sólo íbamos ganando en el Pacífico la malquerencia de las Repúblicas. España, al fin y al cabo, pagaba las culpas de sus diplomáticos y de sus gobernantes.


(p. 513)                


Rodolfo Cardona ha manejado el manuscrito de este episodio cuyas notas me ha permitido leer y por lo que desde estas páginas le expreso mi profundo agradecimiento. Señala el director de Anales Galdosianos cómo, en una falsa cuartilla, Galdós había trazado someramente la disposición de las naves españolas antes del combate. Al cotejar esta versión con la definitiva demuestra cómo Galdós amplía los detalles para dar así mayor relieve y autenticidad al incidente.




Estado de la tripulación

Novo y Colson glosa el tema de las innumerables vicisitudes de los sufridos marinos españoles:

Años enteros habían transcurrido sin que pisaran tierra los marinos españoles, haciendo una vida de continua alarma y sobresalto; alimentados solamente de carnes saladas y vegetales secos; trabajando sin un momento de reposo durante el día y durante la noche en continua vigilancia; sufriendo las humedades intensas sin calor y sin abrigo, y lo que es más terrible sin tabaco, que en hombres de mar equivale a la privación suprema y todo esto se sufría sin que jamás llegase el eco de una murmuración o de una queja a oscurecer el mérito de tanto heroísmo.


(p. 434)                


Galdós se hace eco de esta lastimosa situación con estas palabras:

Después de la dura lección a Valparaíso, la penitencia de los españoles se acentuaba, sin que se agotara ni mucho menos, el caudal de abnegación que las almas llevaban consigo. Incomunicados con tierra, se alimentaban de substancias secas, de carnes y tocinos en mediana conservación. El tabaco, que hace llevadera la soledad y el exceso de trabajo, escaseaba de tal modo, que cualquier porción de hierba fumable adquiría fabulosos precios. Pero la falta de buena comida no quebrantaba la salud de los tres mil hombres tanto como la vida de continua ansiedad y alarma en que todos vivían obligados a una vigilancia minuciosa y sin reposo.


(p. 514)                


La referencia al número exacto de marineros se basa, probablemente, en la lectura del libro del marqués de la Reinosa.




Suicidio del almirante Pareja

Mandado por el gobierno español para tratar de encontrar una fórmula satisfactoria a los problemas con Chile y el Perú, este insigne marino, limeño de nacimiento, se suicida al enterarse de que uno de sus buques, el Covadonga, había sido alevosamente capturado por los chilenos. Novo y Colson relata así los últimos momentos de Pareja:

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El General continuó paseando, y después de algún tiempo bajó a su cámara; á los pocos minutos, oyeron desde cubierta la detonación de un arma de fuego, y casi en seguida los gritos del criado de Pareja. Corrieron todos, y entrando en el camarote del General, lo hallaron tendido en su cama, muerto al parecer, y con un revólver en la mano. A Pastor, que era su secretario y sobrino político, iban dirigidas las pocas líneas que escribió Pareja en sus últimos momentos; decían así: «Te estoy agradecido; que no me sepulten en aguas chilenas; que todos se conduzcan con honor».


(p. 356)                


La versión de don Benito es, como siempre, más esmerada y con más información:

Por la tarde, el general comió con mediano apetito; después paseó un rato en la toldilla, fumando un cigarro. Bajó a su cámara. Tenía la costumbre de tirar desde el balcón con revólver a los pájaros vecinos. Así lo hizo aquella tarde. Tres veces disparó... Pasó tiempo. El cuarto disparo sonó en los oídos del comandante y del mayor general con mayor estruendo que los anteriores. Pero apenas se fijaron en la intensidad del ruido. De pronto salió de la cámara, dando gritos, el asistente italiano del general. Acudieron, y hallaron a Pareja tendido en la cama, sangrando de la cabeza, Aún tenía en su mano derecha el revólver. En la mesa vieron un papel, en que había trazado el suicida, con firme pulso, sus últimos pensamientos, dirigidos a Pastor y Landero, su sobrino y secretario. Tres pensamientos eran: «Te estoy agradecido... Que no me sepulten en aguas de Chile... Que todos se conduzcan con honor».


(p. 506)                





El Perú

Firmado el efímero Tratado Vivanco-Pareja, al que volveremos más adelante, se restablece la normalidad entre España y el Perú. Los marinos españoles desembarcan en el Callao y se deciden a hacer un poco de turismo. Galdós describe, por ejemplo, Chorrillos, pueblo a 22 kilómetros de Lima, en la costa, donde entonces como hoy acude la gente a bañarse y a disfrutar de sus playas. Galdós no pudo haberse documentado en Ricardo Palma, ya que en sus Tradiciones apenas hay un par de mínimas referencias tales como «el aristocrático Chorrillos».211 Por lo tanto habrá que descartarle como posible fuente de documentación. Manuel Fuentes sí nos proporciona una detallada descripción:

En los meses de diciembre a marzo, en que se hace sentir en Lima el mayor calor, se van a Chorrillos las familias acomodadas; las personas de poca ó ninguna fortuna se refrescan en la capital, ó no se refrescan; tal es la suerte de los pobres que, en todas partes del mundo, disfrutan completamente de los placeres del frío y del calor. Es preciso que la moda ejerza un imperio despótico para que haya elevado al pueblo de Chorrillos hasta hacerlo un sitio de reunión de la aristocracia y de la belleza. A pesar de las nuevas y costosas fincas, angostas y la falta de empedrado hace un piso molesto que llena los vestidos de polvo y de arena.

¿Cuál es el gran atractivo que ofrece Chorrillos? ¿Por qué es el pueblo predilecto de la aristocracia? ¿Por qué no es hombre de tono el que no pasa siquiera los domingos en Chorrillos? ¿Por qué es ese pueblo el sitio de reunión de los vagos de la capital? ¿Son sus aguas? ¿Es su temperamento? Nada de eso. Es porque allí tiene establecidos sus templos la diosa de la fortuna; es porque el mayor número de las casas son otros tantos campos de batalla, en que luchan todo el día y todas las noches los genios prósperos y adversos de los hombres; es porque de Chorrillos se trae una fortuna adquirida en uno ó dos días, ó se saca la pérdida de la economía de todo el año, ó de toda la vida.212


Galdós toma como punto de referencia esta minuciosa descripción para pintarnos a Chorrillos de esta forma:

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El Chorrillos, la pintoresca playa que al sur del Callao se extiende, era lugar de recreo y descanso para la sociedad limeña. Allí concurrían ricos y semirricos, pobres y semipobres, en busca del trato expansivo y ameno de la vida saludable. En aquel campo de la ociosidad, donde crecían lozanas la paz, la higiene, la cortesía graciosa y alegre, no podía faltar la planta viciosa y viciada del juego. Formidables timbas actuaban en garitos elegantes, donde la juventud florida y la vejez exponían caudales de oro a la fatalidad del azar. Allí las fortunas improvisadas con la venta y embarque del guano, pasaban en horas al bolsón de los banqueros del envite.


(pp. 495-496)                


Vemos, pues, cómo el excelente novelista que es Galdós utiliza los datos esenciales y verídicos para incorporarlos a su proceso novelesco con pinceladas que intensifican el colorido de la narración. En otros momentos opta por lo contrario, es decir, en vez de ampliar esos mismos datos los reduce a una mínima expresión. Como ejemplo de esto último presento el tratamiento que da Galdós a las comidas y bebidas peruanas. Ansúrez se encuentra en la pulpería de su amigo Mendaro, español afincado en Lima, y con él va a saborear algunos de los manjares de la cocina criolla. Don Benito es un tanto lacónico:

Sentáronse a comer y con alegría y buena conversación despacharon uno tras otro los platos que Josefa (la mujer de Mendaro) encarecía pomposamente antes y después de que fueran gustados. A la sopa de rabioso picante siguió el sancochado que viene a ser como nuestro cocido; desfilaron luego el pejerrey (pescado chico) y la corvina en salsa (pescado grande); y por fin con honores extraordinarios, el pato en arroz, que era más bien una morisqueta con pato.


(p. 485)                


Fuentes incluye en su libro una larga relación de comidas y bebidas como son la empanada, el puchero, el ceviche, el chupe, la chicha y muchos otros, ninguna de ellas mencionada por Galdós.213




El cholo

Es éste uno de los tipos étnicos más comunes del Perú al que se le ha considerado tradicionalmente como poco fiable, Galdós, al tanto de esta caracterización, lo describe en forma bastante negativa:

Fosco y sombrío, el indio no desmentía la condición suspicaz de su raza humillada y decadente. No miraba a la cara de los españoles, sino al suelo, como más digno de sus miradas...


(páginas 487-488)                


Es muy posible que Galdós tuviera en cuenta la novela de Fernando Fulgosio, en la que aparece esta pintura de uno de sus personajes:

Rosario de Castro era un mulato pequeño de cuerpo, de aspecto enfermizo, efecto de las calenturas tan frecuentes en Lima y mirada sanguinaria y traidora. No quiera Dios vayamos a dar á entender que no hay esperanza de regeneración para las razas mestizas; pero es indudable que éstas, conforme más se alejan del blanco, más peligrosas suelen ser para la sociedad. Desprecian a los indios y negros, a cuya sangre deben el ser inferiores, no sólo por su escaso juicio, sino por la misma fealdad del rostro, y aborrecen al blanco por envidia, que es la más temible causa del aborrecimiento.214





La limeña

La fama de la mujer limeña no se le escapa a Galdós. Descrita ampliamente a lo largo de las Tradiciones, es objeto de una recopilación por Ventura   —118→   García Calderón, La limeña, publicada en 1922 y que lógicamente no pudo servirle a don Benito. Fulgosio en su novela La Perla de Lima pinta a la mujer limeña guiado, según él mismo confiesa,215 por el testimonio que de ella hace Manuel Fuentes. Ilustrado con preciosos grabados de la época, Fuentes nos habla de la «esbeltez del cuerpo de las limeñas, lo pequeño y bien formado de sus pies, la elegancia y desenvoltura de su andar... la saya y manto que llevan, la costumbre de las tapadas». Luego subraya, «La mujer de Lima criada desde la cuna con engreimiento, adquiere amor al lujo desde muy tierna y generalmente tiene gusto para escoger los adornos que mejor le tientan».216 Galdós, por otra parte, no se detiene demasiado en trazarnos el perfil de la limeña usando como pretexto el que éstas rehuyeran el contacto con los marinos españoles debido a la tensa situación de aquel momento. Cito ahora la visión bastante fugaz que nos proporciona Galdós:

De calle en calle, se fijaban en los balcones a la turquesa, en las rejas y celosías, por cuyos huequecitos veían o creían ver los negros ojos de las limeñas. ¡Qué ilusión! ¿Pero estaban en la América del Sur o en Ronda, Tarifa o Algeciras? La mujer limeña, sutilizada por la imaginación, era el tormento de aquellas pobres almas españolas, condenadas por un melindre internacional al desconsuelo de Tántalo. Cerrado el teatro, suspendidas las reuniones y tertulias, no se mostraban las limeñas más que en la calle y para mayor desventura no eran entonces muy callejeras. Por lo poco que vieron los oficiales al paso y de refilón, reconocían y declaraban que era la hija de Lima traslado fiel de la mujer de acá, más bien refinada que desvanecida en sus cualidades. Por aquellos días no podían extenderse a más detalladas apreciaciones del tipo físico y moral de tan seductoras hembras. El famoso manto negro a estilo de Tarifa ya poco se usaba. Sólo por las mañanas, cuando iban a misa, se las veía entapujadas con exquisita gracia y travesura, sin dejar ver más que los ojos: el misterio, el juego de tapa y destapa, los hacía más ardientes y luminosos, más afilados de malicia o recargados de amoroso fluido. Por junto al suelo se veían los pies chiquitos, y se apreciaba el andar ligero... andar de gacelas cuando van al paso.


(pp. 482-483)                





Lima

Tampoco vemos en este caso que Galdós se esforzara excesivamente al pintarnos esta, la más importante ciudad del Perú. De hecho, la visión que tenemos de Lima la obtenemos a través de los ojos de Ansúrez, quien recorre las calles limeñas de la mano de su amigo Mendaro. Sin embargo, Ansúrez, preocupado por encontrar a su hija, no se fija mucho en lo que le muestra su amigo.

La única observación que hizo Ansúrez fue para indicar la semejanza del caserío de Lima con el de algunas ciudades andaluzas, y el tono claro de las fachadas, blancas las unas, otras de ocre o azul muy bajo. Fijóse también en que no habían tejados, sino azoteas.


(p. 486)                


Ya Ricardo Palma en su libro, Recuerdos de España, se había percatado de esta semejanza al viajar por Andalucía. Fuentes, y Fulgosio que le copia literalmente, trazan cuidadosamente a Lima señalando, entre otras cosas, cómo debido a la escasez de lluvias, «no exige la construcción de techos angulares ni el empleo de la teja; así es que son perfectamente planos».217 Lo que sí hace Galdós y con gran maestría es ambientar al lector en el embrujo de Lima buscando siempre las raíces hispanas en lo que nos presenta. Así al describir la catedral declara:

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Nuestro, de casa, de familia, era el rostro de aquel monumento; nuestro también el alma, el interior, impregnado de dulce misterio y de místico encanto. Igual impresión de parentesco les daba el palacio de los virreyes, hogaño presidencial.


(p. 482)                


Curiosamente, en La Perla de Lima, el autor recurre a esta misma técnica:

Para nuestros marinos hollar tierra y pasear por las calles de Lima, era el mayor bien que se les pudiera conceder, salvo el tornar a España. Aún hoy, á pesar de lo poco favorable que debe ser para nosotros el modo de pensar de los limeños, no es posible piense en la capital del Perú ningún buen español sin cariño. Eran tan grandes los vínculos que nos unían con aquellos españoles, que habrá de pasar centenares de años, y la ciudad de los reyes, la hermosa población que fundó el gran Francisco Pizarro á 18 de enero de 1535, la que reemplazó á la capital del antiguo virreinato, que era Jauja; la perla del valle de Pachacamac, en fin, será siempre, orillas del Rimac, noble reflejo del honrado solar castellano.218





El Tratado Vivanco-Pareja y su secuela

Las negociaciones diplomáticas entre el almirante Pareja y el general Vivanco concluyen con el tratado que lleva sus nombres y que pone fin, temporalmente, a la tensión entre los dos países. España, por su parte, se compromete a devolver las Islas Chincha, promesa que cumple fielmente, y el Perú, entre otras cosas, acepta indemnizar a España una fuerte suma, «tres millones de pesos fuertes que se han visto obligados a desembolsar para cubrir los gastos hechos desde que el gobierno de dicha república desechó los buenos oficios de un agente de otro gobierno amigo de ambas naciones, negándose a tratar con el de S. M. Católica en estas aguas y rechazando de este modo la devolución de las Islas Chincha que espontáneamente se le ofrecía».219

El Congreso peruano se niega a ratificar el tratado por considerar oneroso el citado artículo octavo. La aceptación del tratado por el gobierno peruano es el detonante que sirve para dar pie al pronunciamiento de la guarnición de Arequipa, que inicia su marcha sobre Lima y a cuya causa se adhieren todos los que, por un motivo u otro, se oponían a la presencia española. Novo y Colson relata todos los pormenores diplomáticos, políticos y militares que preceden al estallido final del 2 de mayo de 1866. En La Perla de Lima su autor refleja ya un buen conocimiento de los hechos históricos que motivan el conflicto. Galdós, ampliamente documentado por la lectura del libro de Novo y Colson y otras fuentes, pone de manifiesto su sentir en La vuelta al mundo de la Numancia. Fenelón, compañero de Ansúrez, conjetura que «Mara» y su marido, antiespañoles los dos, se encontraban ya en Arequipa con los sublevados:

¿No has conocido que la revolución late en el Perú? Late y colea; sólo que anda todavía por debajo de las sillas y de las mesas, por debajo de las camas, por debajo de los altares. Belisario y su mamá doña Celia son del partido revolucionario, como amigos y no sé si parientes, del gran mariscal Castilla, gigantón de esta fiesta. ¿No caes en la cuenta de que la razón o pretexto de los revolucionarios es el tratado de paces con España, que firmaron Pareja y el Presidente Pezet, arreglo que la gente levantisca considera como la mayor ignominia del Perú? Este patriotismo gordo y populachero es excelente cosa para ornamentar las banderas revolucionarias en los países de sangre española... Pues oye más, hombre inocente y sin hiel. Tu yerno Belisario y tu consuegra ilustre son los adeptos más rabiosos del bando antiespañol del Perú. Mira por donde tu graciosa Mara, la morenita del tipo de la Virgen de Murillo, la de las sales granadinas, la discípula de las monjas, ha venido a ser una antiespañola furibunda.


(p. 489)                




  —120→  
El combate del 2 de mayo de 1866

Se acerca el temido momento del desenlace militar. En la novela de Fulgosio el protagonista, don Álvaro de Sande, joven oficial de la marina española, presenciará la batalla desde la Numancia. Galdós, al llegar a esta parte, centra su atención igualmente en el barco insignia en el que se encuentra Ansúrez, bajo cubierta. Mas tendremos que repetir una vez más que es el libro de Novo y Colson el que sirve de fuente principal para Galdós. Aquél describe así los preparativos de la escuadra:

Todas las fragatas calaron sus masteleros de gavia, echaron abajo las vergas mayores y culebrearon las jarcias... También se pintaron de negro las fajas blancas de los costados para disminuir la visualidad y la Blanca blindó con sus cadenas la parte del centro correspondiente a la máquina. Todos los barcos habilitaron hospitales de sangre para la pronta curación de los heridos, y multiplicaban las precauciones que sugería la previsión de una lucha en que se iba a jugar á vida ó muerte. También los peruanos trabajaban con actividad extraordinaria en los últimos preparativos de sus formidables baterías.


(pp. 440-441)                


Galdós sigue de cerca el teatro citado para darnos esta versión:

Todos los barcos desmontaron sus vergas y colaron los masteleros, dejando no más que los palos machos a la exposición de los tiros enemigos. Algunas de las fragatas de madera blindaron con cadenas la parte central de sus costados, correspondiente a la caja de máquina y todas pintaron de negro las fajas blancas de las portas. Interiormente se previno lo necesario y lo accesorio para acudir a las eventualidades del combate, y las enfermerías de guerra quedaron listas para recibir a cuantos heridos quisieran mandarles la suerte adversa.


(p. 516)                


El acertado manejo de vocablos técnicos por Galdós apunta, como en otras ocasiones ya citadas, el uso de fuentes secundarias.

La escuadra española se encontraba ahora dispuesta a bombardear un puerto no indefenso, como el de Valparaíso, sino muy bien fortificado. Sobre este punto Novo y Colson cita el parte oficial dirigido por el jefe del Estado Mayor al ministro de Guerra y Marina peruano en el cual se enumeran las baterías y el número de cañones que defienden el Callao. Hay, sin embargo, una aparente discrepancia entre esta versión y la que suministran la propia escuadra española y otros navíos de guerra extranjeros que se hallaban a la sazón en el Callao. El citado historiador naval piensa que la versión peruana abulta -en su favor- los dispositivos militares y llega a esta conclusión al ver que, según los peruanos, los cañones de la flota española sumaban 300, es decir, 55 más de los efectivos. De ahí que, refiriéndose a las defensas peruanas, decida proponer un promedio entre el número adelantado por los peruanos y el que proponen los españoles y extranjeros presentes, o sea «que las baterías del Callao están artilladas con 76 cañones por lo menos» (p. 442).

Galdós, que tenía delante el libro de Novo y Colson, consciente de esta discrepancia opta, como en otras ocasiones, por la prudencia, es decir, por la versión sugerida por éste. Méndez Núñez, al otear el difícil horizonte, reacciona así según don Benito:

Al norte de la ciudad vio don Casto dos baterías rasantes, con veinte cañones la una, la otra con doce, y en medio de ellas una torre blindada con dos piezas Armstrong. En los extremos   —121→   de la batería había cañones del sistema Blakely. Las baterías al sur de la población eran tres, y se extendían hacia la punta en cuyo término está el «Boqueña», entrada del puerto para embarcaciones menores. En aquella parte contó el general unas treinta piezas, entre ellas algunas de los poderosos tipos antes citados, y vio otra torre blindada, como la del lado norte. Frente al muelle vio los monitores Loa y Victoria, armados de cañones y un Blakely campaba en mitad del muelle...


(pp. 515-516)                


Mientras los marinos españoles se preparan para el combate, los peruanos hacen otro tanto. El propio ministro de Guerra, don José Gávez, acude junto con otros dignatarios a la Torre de la Merced, blindada y por lo tanto seguro refugio contra los cañones españoles. Ricardo Palma, amigo de Galdós y, como ya queda señalado, entusiasta admirador de España, está presente en la citada torre para alentar con su presencia a sus compatriotas. Declarada la guerra a España por el Perú -con el apoyo chileno- llega el temido 2 de mayo de 1866. Novo y Colson, siguiendo la documentación a su alcance, nos ofrece esta visión panorámica:

Amaneció el día 2 de mayo de 1866. Una espesa neblina envolvía aquella costa americana, pero los rayos solares la disiparon lentamente, y fue apareciendo cada vez menos confuso y al fin límpido y claro un hermoso paisaje de tierra y mar, de cielo y nubes, de barcos y caseríos...


(p. 446)                


Galdós toma estos datos y les agrega las pinceladas necesarias, fruto de su poderosa imaginación, para realzar el impacto deseado:

Serena y recamada de estrellas fue en sus primeras horas la noche última del plazo fatal; luego se enturbió de celajes y en cerrada neblina amaneció el día más fatal que la noche, el 2 de mayo de 1866.


(p. 516)                


La escuadra toma posiciones antes de romper fuego. He aquí la descripción de Novo y Colson:

En primer término avanzaban con lentitud las fragatas Numancia, Blanca y Resolución, que iban á atacar las formidables baterías del S. de la ciudad. Componían la segunda división la Berenguela y Villa de Madrid, que se dirigieron hacia las baterías del N. La fragata Almansa y goleta Vencedora ocupaban el centro, y su misión era batir á los monitores Loa y Victoria y vapor Tumbes, que estaban inmediatos á los muelles.


(p. 448)                


Don Benito toma el material arriba descrito y lo presenta de esta forma:

Levaron anclas todos los barcos, y acudieron a las posiciones que les designaba el telégrafo de banderas en la mesana de la Numancia. Esta y la Blanca y Resolución habían de batir las fortificaciones del Sur; las del Norte corrían a cuenta de la Berenguela y Villa de Madrid; la Almansa, con la Vencedora, se encargaban de los monitores fondeados en el muelle, así como de causar todo el estrago posible en el interior de la población.


(p. 517)                


Se inicia el combate que durará menos de seis horas y que Galdós nos lo dibuja con precisión, fiel al testimonio de Novo y Colson. No voy a explayarme en citar muchos más ejemplos como prueba de la tesis que vengo sosteniendo, pues pienso que ya ha quedado ampliamente corroborado. Los tiros de la escuadra hacen blanco en la Torre de la Merced, que vuela por los aires ocasionando la muerte del ministro de la Guerra peruano y por poco la de   —122→   Ricardo Palma.220 Galdós, conocedor de que Novo y Colson se apoyaba en el Diario del alférez de navío Pardo de Figueroa, representa a este último en la Numancia, tal y como sucedió históricamente:

Lobo y Antequera permanecían en el castillo de popa con los tenientes de navío Lahera y Basáñez. Alonso mandaba la batería; Barreda continuaba en funciones de segundo; Pardo de Figueroa estaba en cubierta.


(p. 520)                


Méndez Núñez es abatido por el fuego peruano y cae herido. El combate, sin embargo, ha infligido suficiente daño al enemigo y el propio almirante da la orden de que «cese el fuego, que suba la gente á las jarcias y que se den las tres vivas de ordenanza antes de retirarnos» (p. 459). Una vez más, don Benito demuestra haber leído el libro de Novo y Colson:

Poco después, Lobo mandó hacer la señal de que cesara el fuego. Subió a las jarcias la marinería y dio tres vivas a la Reina, el último aliento del furioso Marte en aquel terrible día.


(p. 521)                


Tanto el Perú como España se consideran victoriosos de la contienda.221 Cánovas del Castillo, jefe del gobierno español a la sazón, despacha sucintamente las noticias de la «victoria» española cuando se le pregunta qué más había que hacer:

Pues absolutamente nada más que mandar cantar un tedéum, echar la voz de que han sido ya suficientemente castigadas las repúblicas enemigas y hacer volver la escuadra.222


La Numancia recibe órdenes de regresar a España por Tahití y el Cabo de Buena Esperanza, larguísima travesía en la cual la tripulación sufre los estragos del escorbuto, falta de comida y de bebida y mil vicisitudes hasta que llegan a Papeete, verdadero Edén donde los marinos españoles se reponen y descansan de sus tribulaciones. Galdós nos describe la estancia de la Numancia en Papeete, al igual que lo hace Novo y Colson, pero con la maestría e imaginación del excelente novelista que es. Ansúrez no disfruta tanto como sus compañeros, triste por no haber podido localizar a su hija, y preocupado, pues piensa que pudo haber encontrado la muerte en la batalla.

Eventualmente, la Numancia vuelve a España convertida en una leyenda épica y gloria de la marina de guerra. Galdós en las últimas páginas de este episodio manifiesta su particular sentir acerca del hecho histórico. Aunque resulte un poco larga la cita merece incluirse en su totalidad, ya que en ella veremos cómo Galdós deslinda nítidamente la culpabilidad de los dirigentes, por un lado, y la honradez y espíritu de sacrificio de los marinos:

El hecho que debe ser puesto aquí, como guión de los que marcan el paso de la Historia, fue el siguiente: nuestro Gobierno de entonces, ni más cauto ni más animoso que los que le precedieron y después le heredaron, se sintió de súbito aterrado de la prolongación dispendiosa de la campaña del Pacífico. Quizás vio, tarde ya, la locura de haberla emprendido por un impulso de pueril fiereza, cediendo a los estímulos de la moda imperialista (segundo Imperio francés) que a la sazón reinaba, moda que imponía con los miriñaques otras cosas vanas, como la hinchazón de guerras sin sentido común, para deslumbrar y dominar más fácilmente a los pueblos. Conocidos el error y la tontería, no vio el Gobierno más camino de arreglarlo que decretar la terminación de la campaña; y al efecto, mandó al Pacífico al señor Alvarez de Toledo, alférez de navío, con pliegos para Méndez Núñez, ordenándole el inmediato regreso de la escuadra.

  —123→  

Defectuoso y precipitado era este modo de concluir como fue impensado y calaveresco el modo de empezar. El enviado español tomó el camino más corto que era el de Panamá, y en el Callao apareció el 1 de mayo, cuando ya la escuadra española estaba haciendo puntería, como si dijéramos, contra las defensas de la plaza. Y véase aquí cómo procede un caudillo valiente que tiene en su mano la bandera de su país y el honor de las armas. Méndez Núñez leyó el papel, y devolviéndolo al mensajero le dijo:

-Mañana, 2, bombardeo el Callao. Usted no ha llegado todavía; llegará pasado mañana, y en cuanto me comunique la orden del Gobierno, me apresuraré a obedecerla.

Así se hizo. ¡Honor a los hombres que, en circunstancias tan solemnes y críticas, saben desobedecer obedeciendo!


(p. 524)                


Universidad de California. Santa Bárbara





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