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En su «Revista de la semana», La Nación, 24-XII-65.

Adiciones a las notas numeradas

El artículo puede leerse en mi libro, Los artículos de Galdós en «La Nación» 1865-1866, 1868, Madrid, Ínsula, 1972, núm. 51, pp. 246-249; el mismo artículo fue utilizado en parte, «refrito», dos años más tarde, en RMIE, 23-XII-67 (consúltese en el libro de Leo J. Hear Jr., Benito Pérez Galdós y la Revista del Movimiento intelectual de Europa, Madrid, 1865-1867, «Anejo de Anales Galdosianos», Madrid, Ínsula, 1968, núm. 39, pp. 283-287. (N. del E.)

 

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Véase mi Los prólogos de Galdós, p. 82. Para los no enterados de lo que es el Papamoscas vale explicar que bajo la bóveda de la nave central se puede ver un gran reloj del siglo XVI, con un busto que abre la boca al sonar las horas.

 

93

Elogio y nostalgia de Toledo, pp. 95-96.

 

94

El Caballero Audaz, en Nuevo Mundo, 9-I-20.

 

95

En Nuevo Mundo, 28-IX-11.

 

96

Véanse Morote, en Heraldo de Madrid, 31-VIII-03; Diego Montaner, en El día gráfico, de Barcelona, 9-IV-17; El Bachiller Corchuelo, en Por Esos Mundos, Vol. XXI, p. 28; Ramírez Ángel, en ABC, 2-XI-24; Berkowitz, en Hispania, XVI (1933), p. 262; Marañón, Elogio y nostalgia de Toledo, pp. 75-77; y muy recientemente la nota de Josette Blanquat, Ob. cit., p. 163.

 

97

Luis Bello, «El Madrid de Don Benito», en Ensayos e imaginaciones sobre Madrid, Madrid, 1919, p. 102.

 

98

«En casa de Galdós», Blanco y Negro, 27-I-94. Galdós dijo que el día que dejaba de regar no dormía bien de noche (según M. Ciges Aparicio, «Al caer de la tarde -Don Benito», España Nueva. 10-VIII-07. Rubín declaró que en los veinticuatro años de servicio vio a Galdós «incomodado dos veces. Una, cuando Victoriano, el camarero, trajo un día fuegos artificiales y los encendió en el jardín; los estampidos asustaron al perro, y entonces don Benito ¡cómo se puso! Allí era nada, ¡asustar a su perro! Otra vez, cuando a una remolacha de las que él cultivaba en el huerto le echaron azúcar al servirla: '¡Qué dulce está la remolacha!' dijo con alegría infinita don Benito, y se pavoneó con orgullo de agricultor. 'Está dulce, es cierto -dijo el camarero- pero es porque yo eché azúcar.' ¡Hubo que ver cómo se puso de enfadado el pobre señor» (José Castellón, «El recuerdo de Galdós / La casa vacía», La Tribuna, 21-VIII-20).

 

99

«Dos del 98 y Galdós», Heraldo, 5-I-33.

 

100

La indefectible amistad de Ortega Munilla (véase Ruth A. Schmidt, «José Ortega Munilla: Friend, Critic, and Disciple of Galdós», Anales galdosianos, VI (1971), pp. 107-111) no se extendía desgraciadamente a su insigne hijo, José Ortega y Gasset (véase Ciriaco M. Arroyo, «Galdós y Ortega y Gasset: Historia de un silencio», Anales galdosianos, I (1966), pp. 143-150).

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