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See Galdós' furious letters, attempting through political influence to have Ignacio transferred to the Canary Islands as Captain General in order to care for the family interests («en grandísimo peligro a causa de la gestión torpe e inepta de mi cuñado Hurtado»): Armas, citing Ignacio's achievements, adds «Y, con todo, hermano de don Benito, subordinado a él: «Galdós Editor», Asomante (Puerto Rico), XIX (1963), 41-45, 50. See also Armas, «Galdós en sus cartas», Papeles de Son Armadans, 32-34.

 

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Montesinos, Galdós, II, 254.

 

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Gullón, Galdós: Novelista moderno, 175.

 

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This is the phrasing of Barchilon, «Camus, 'The Fall'», Journal of the American Psychoanalytic Association, 231.

 

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Stephen Gilman ha comentado el tema del ave en la tercera parte de su excelente artículo, «The Birth of Fortunata» (Anales Galdosianos, 1966, pp. 71-83), pero su análisis del tema se limita en lo esencial a unas observaciones de tipo social, histórico y simbólico sobre la presentación y desarrollo sólo de Fortunata. El creador de este personaje «introduces her to us garbed with significance», pero en el ensayo de Gilman los demás personajes, que figuran de una manera muy importante en el refuerzo del simbolismo ornitológico, quedan fuera del cuadro. Si bien la asociación «Fortunata - Ave» llega a ser la imagen predominante de la novela, creemos que esta observación debe amplificarse para abarcar todas las manifestaciones del proceso simbólico. Considérese, pues, lo que toca a la imagen del ave en el presente artículo como suplemento y dilatación del breve pero acertado comentario del profesor Gilman.

 

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Todas las citas, en las que van indicados entre paréntesis el capítulo, página y columna del texto de Fortunata y Jacinta, proceden del segundo tomo (Novelas: serie contemporánea) de la edición de 1970 de Obras completas, Aguilar, Madrid.

 

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Merece notarse de paso la intensa concentración en la percepción visual y auditiva a lo largo del pasaje que vamos analizando: en las dos columnas justas del texto contamos nada menos que 14 verbos, 1 adjetivo y 8 sustantivos todos referentes a la vista, y numerosas referencias indirectas a la audición. Es, sobre todo, la acumulación de estos vocablos con su acusada énfasis en lo sensorio, y los consecuentes juegos de perspectiva física y moral lo que le da al pasaje su carácter único en la novela. Sin proponernos aquí una investigación más detenida de este capítulo interesantísimo, no podemos menos de sugerir que el episodio del disco de noria quizás abarque -en síntesis muy embrionaria, claro está- las claves principales de la técnica y visión narrativas del Galdós realista.

 

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Véanse los pasajes siguientes:

1) II, vi, 7 (681a): «El gran disco que transmitía a la bomba la fuerza del viento estaba aquel día muy perezoso, moviéndose tan sólo a ratos con indolente majestad; y el aparato, después de gemir un instante, como si trabajara de mala gana, quedaba inactivo en medio del silencio del campo» (a propósito de la salida de dos filomenas, Fortunata y Mauricia la Dura, para llevar al convento agua fresca del depósito).

2) II, vi, 8 (684a): «Dondequiera que daba el sol, el ambiente seco, quieto y abrasado tostaba. Ni aun las ramas más altas de los árboles de la huerta se movían, y el disco de Parson, inmóvil, miraba a la inmensidad como una pupila cuajada y moribunda. De doce a tres se suspendía todo trabajo en [el convento], porque no había cuerpo ni espíritu que lo resistiera».

3) II, vi, 9 (685-86): «Eran ya las nueve, y la tierra abrasaba; el aire no se movía; las estrellas parecían más próximas, según el fulgor vivísimo con que brillaban... Las [filomenas, incluso Fortunata] recogidas formaban diferentes grupos, sentadas en el suelo y en la escalera de madera que comunica el corredor principal con la huerta, y se quitaban las tocas para disminuir el calor de la piel. Algunas miraban el motor de viento, que seguía inmóvil...»

4) II, vii, 10 (718b): «[Maxi] volvió a tomar la dirección Norte, sintiendo en su alma el suplicio indecible que producía la conjunción de dos sentimientos tan opuestos como el anhelo de la verdad y el terror de ella. Al distinguir el motor de noria que se destacaba sobre la casa de las Micaelas, no pudo reprimir un ahogo de pena que le hizo sollozar. El disco no se movía».

5) III, ii, 2 (747a): Parte de una riña entre Jacinta y su marido, provocada por la confesión de una nueva escapada amorosa; dice Jacinta: «Guillermina, con quien únicamente me clareaba, decíame siempre: «Paciencia, hija mía, paciencia». Y por fin llegaba yo a tenerla, y el molinillo que me daba vueltas en el corazón molía, haciéndomelo polvo, y yo aguanta que aguanta, siempre callada, poniendo cara de Pascua y tragando hiel, tragando hiel...»

6) IV, i, 1 (850a): Habla Maxi a Fortunata: «-Mira una cosa: si yo no estuviera casado contigo me consagraría por entero a la vida religiosa. No sabes tú cómo me seduce, cómo me llama... abstraerse, renunciar a todo, anular por completo la vida exterior, y vivir sólo para adentro. Este es el único bien positivo; lo demás es darle vueltas a una noria de la cual no sale nunca una gota de agua».

 

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En efecto, hay más de 45 si incluimos rigurosamente cada referencia; pero no es el mero cómputo lo que nos interesa sino el hecho de que el autor haya querido volver a lo del ave con una regularidad innegable a lo largo de la obra. He aquí el índice de las alusiones -en orden de apariencia textual- que sirven de apoyo a nuestro tema y que suplementan las 27 que mencionamos en nuestro estudio. Dejamos para otro ensayo el debido análisis de cada cita; por lo pronto, el lector interesado podrá sacar de ellas sus propias conclusiones:

1) I, iv, 1 (478b): «Dicho y hecho. Padres e hijo salieron para el Norte el día de San Pedro. Barbarita iba muy contenta, juzgándose ya vencedora, y se decía por el camino: «Ahora le voy a poner a mi pollo una calza para que no se me escape más.» [...] [barbarita] esperaba la ocasión propicia, y en cuanto ésta llegó supo acometer la empresa aquella de la calza, como una persona lista y conocedora de las mañas del ave que era preciso aprisionar. Dios la ayudaba sin duda, porque el pollo no parecía muy dispuesto a la resistencia».

2) I, v, 3 (488b): «[Juanito y Jacinta] se miraban, se reían, y nada más. Para sí dijo la esposa: "A su tiempo maduran las uvas. Vendrán días de mayor confianza, y hablaremos... y sabré si hay o no algún hueverito por ahí"». (Alusión muy indirecta, pero no impertinente.)

3) I, v, 5 (493-94): Juanito describe a su esposa cómo era Fortunata: «-[...] criaba los palomos a sus pechos. Como los palomos no comen sino del pico de la madre, Fortunata se los metía en el seno, ¡y si vieras tú qué seno tan bonito! Sólo que tenía muchos rasguños que le hacían los palomos con los garfios de sus patas. Después cogía en la boca un buche de agua y algunos granos de algarroba, y metiéndose el pico en la boca... les daba de comer... Era la paloma madre de los tiernos pichoncitos...»

4) I, vi, 3 (502b): «La alcoba de los pollos [de Juanito y Jacinta, se entiende] se comunicaba con habitaciones de servicio...»

5) I, vi, 5 (507b): Habla don Plácido con Barbarita: «-¡Cómo está hoy el mercado de caza! ¡Qué perdices, señora! Divinidades, verdaderas divinidades».

6) I, viii, 1 (518a): Habla Juanito a Jacinta: «-El marido piensa en sus negocios; la mujer, en las cosas de su casa, y uno y otro se tratan más como amigos que como amantes. Hasta las palomas, hija mía, hasta las palomas, cuando pasan de cierta edad, se hacen sus cariños así..., de una manera sesuda».

7) I, viii, 5 (530b): Le pregunta Juan a Jacinta: «-¿Crees que tengo calentura? -De pollo asado».

8) I, ix, 1 (532b): «Jacinta salió acompañada de Guillermina. Había dejado a su esposo con Villalonga, después de enjaretarle la mentirilla de que iba a la Virgen de la Paloma a oír una misa que había prometido».

9) I, ix, 1 (534a): En el barrio de Fortunata, visitado secretamente por Guillermina y Jacinta: «Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse. Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas, meneando el cuerpo como chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron vuelo y se plantaron en el tejado.»

10) I, x, 3 (567a): «Cuando a los tamborazos se unía el estrépito de las latas de petróleo parecía que se desplomaban las frágiles casas. En los breves momentos que la tocata cesaba, oíase el canto de un mirlo silbando la frase del Himno de Riego, lo único que del tal himno queda ya».

11) II, iv, 4 (646b): «Despachados los más urgentes quehaceres del día, peinóse [Fortunata] con mucha sencillez, se puso su vestido negro, las botas nuevas; púsose también su pañuelo de lana obscuro, sujeto con un imperdible de metal blanco que representaba una golondrina, y mirándose al espejo aprobó su perfecta facha de mujer honesta».

12) II, vi, 1 (667a): «Las recogidas [en las Micaelas] dividíanse en dos clases: una llamada las filomenas y otra las josefinas. Constituían la primera las mujeres sujetas a corrección; la segunda componíase de niñas puestas allí por sus padres para que las educaran, y más comúnmente por madrastras que no querían tenerlas cerca de su lado. Estos dos grupos o familias no se comunicaban en ninguna ocasión. Dicho se está que Fortunata pertenecía a la clase de las filomenas».

13) III, iii, 1 (755-56): «Si esta pavisosa -pensó Santa Cruz, mirándola también [a Fortunata]- viera con qué donaire se sienta en un puff Sofía la Ferrolana, tendría mucho que aprender. Lo que es ésta, ni a palos aprenderá nunca esas blanduras de la gata, esos arqueos de un cuerpo pagadizo y sutil que acaricia el asiento. ¡Ah! ¡Qué bestia nos hizo Dios!...»

14) III, iv, 3 (766b): Sobre Fortunata, en una lucha moral consigo: «Su conciencia giraba sobre un pivote, presentándole ya el lado blanco, ya el lado negro. A veces esta brusca revuelta dependía de una palabra, de una idea caprichosa que pasaba volando por su espíritu, como pasa un pájaro fugaz por la inmensidad del cielo. Entre creerse un monstruo de maldad o un ser inocente y desgraciado, mediaban a veces el lapso más breve o el accidente más sencillo; que se desprendiese una hoja del tallo ya marchito de una planta, cayendo sin ruido sobre la alfombra; que cantase el canario del vecino o que pasara un coche cualquiera por la calle, haciendo mucho ruido».

15) III, vii, 5 (845b): «Después de permanecer allí largo rato, [Fortunata] fue a la Virgen de la Paloma...» (Cf. 5: 8 arriba.)

16) IV, iii, 1 (895a): «Desde la rebotica, donde [Ballester] estaba trabajando, la vió pasar [a Fortunata] por la calle: "Allá va la nave... Siempre tan puntual a la cita. Doña Lupe, furiosa; el pobre Rubín, ido, y esta paloma volando al tejado del vecino. ¡Qué lejos está ella de que le he descubierto el escondrijo!... De seguro que al volver del tortoleo entra por aquí..."»

17) IV, vi, 13 (969a): «Al volver en sí [Fortunata] advirtió que era ya de día claro, y oyó el piar de los pajarillos que tenían su cuartel general en los árboles de la Plaza Mayor y en las crines de bronce del caballo de Felipe III».

18) IV, vi, 13 (969b): «El piar de los pájaros también se precipitaba en aquel sombrío confín [i.e., la escena de la muerte de Fortunata], y los chillidos con que Juan Evaristo pedía su biberón».

 

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En cuanto a los coloquialismos que tratamos aquí en un nivel simbólico, como «edad del pavo», «rabia de paloma», el epíteto despectivo (o cariñoso) «pájaro», la exclamación «¡aire!» -debiéramos recordar una observación muy sensata del profesor Gilman sobre el lenguaje galdosiano: «Las palabras, por tópicas que sean, no son moldes rígidos e inflexibles del pensamiento. Siempre pueden redefinirse en las situaciones adecuadas y en la boca y el espíritu de los hablantes apropiados. Un ejemplo decisivo en Fortunata y Jacinta es la palabra rasgo, que aparece primero en sus páginas con toda la falsedad, el convencionalismo y la prevaricación de sus orígenes periodísticos y teatrales, y que hacia el final se hace sublime» («La palabra hablada y Fortunata y Jacinta», NRFH, XV [1961], 558-59).

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