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En su afán de condenar los alzamientos populares, Galdós olvida que los pronunciamientos fueron el instrumento del que se sirvieron las revoluciones liberales del siglo XIX para luchar contra el absolutismo monárquico y la corrupción política; cf. Carr, op. cit., pp. 124, ss. y 132, ss. León Trotsky apunta que «El sistema de gobierno de España podría definirse, en apretada síntesis, como un régimen de absolutismo degenerado, sin más dique que los pronunciamientos periódicos», La Revolución española, publicaciones Teiros, Madrid, 1931, p. 15.

 

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El origen social de los moderados determinó las metas de su ideología y de su posición política: su misión era la de hallar una doctrina para la clase dominante que no estuviera basada en premisas tradicionalistas (es decir, carlistas, clericales ni absolutistas). Esto mismo, mutatis mutandis, lo ha mostrado para la Revolución francesa, Barrington Moore, Jr., Social Origins of Dictatorship and Democracy. Lord and Peasant in the Making of the Modern World, Beacon Press, Boston, 1966, p. 518: «To be sure, there were members of roughly the same social strata fighting on opposite sides. But they were fighting for opposed social objectives, the restoration of the old order or its abolition. Victory for one side or the other meant the victory or defeat of class privileges». Cf. también Albert Soboul: Histoire de la Révolution française, 2 vols., Paris, 1962.

 

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Cf. J. M. Jover, «España, contemporánea», en España moderna y contemporánea, Teide, Barcelona, 1964 (2.ª ed.), pp. 186-88 y H. Butler Clarke, Modern Spain, 1815-1898, Cambridge University Press, 1906, pp. 60-65. No debemos olvidar que tanto moderados como radicales surgen del tronco común que forma la burguesía liberal. Lo que los diferencia esencialmente es que unos eran los «oligarcas del liberalismo», prósperos y acomodados comerciantes y terratenientes, y los otros, representantes del radicalismo urbano, de la pequeña burguesía insatisfecha y económicamente inestable.

 

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Sobre El Zurriago véase el artículo de Iris M. Zavala, «La prensa exaltada en el trienio constitucional: El Zurriago», LXIX (1967). Bulletin Hispanique. En el número 45, El Zurriago dice de los liberales de 1812. «Ellos se declararon enemigos de Riego y por consiguiente del nuevo liberalismo creado por este hombre eminente [...]: ellos han votado constantemente contra las ideas populares...» (p. 376). Más adelante Zavala cita una satírica definición de lo que es la moderación: «Ella es la hija del despotismo, prima hermana del tribunal de la santa Chicharra, sobrina de la policía de los malparados Echaverri y Arjona; y es, en fin, amiga de los pobrecitos serviles, de los infelices pancistas y de los bienaventurados indiferentes que clamando moderación de continuo, echan a correr cuando hay bullanga, y no paran hasta esconderse en las entrañas de la tierra, para quitarse de riesgos y ruidos [...]».Y continúan luego: «En la disyuntiva de sufrir el yugo de un déspota o de tener que correr a las armas para defender la libertad, es necesario no titubear un instante en adoptar el último extremo [...] ¿no es mejor esta guerra civil que sufrir las cadenas de la arbitrariedad, las hogueras de la inquisición y la dura muerte de esclavos, en cuyo estado no hay patria y viven los hombres sin derechos pues hasta al pensar juran vasallage y sumisión al déspota?» (número 3), Zavala, op. cit., p. 376.

 

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OC, 7 de Julio, T. I, p. 1371.

 

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Esto sucede en el caso de Riego por el cual Galdós siente la doble antipatía del moderado y el antimilitarista: «La glorificación de la figura de Riego como defensor de las libertades y de los fueros del pueblo, es quizás una de las mayores extravagancias que registra nuestra historia», Obras inéditas, Madrid, 1923 (en adelante OI). En cambio para LeBrun, op. cit., pp. 47-8 (cf. ut supra, nota 16), Riego «Es el apellido de la libertad de la última época del año de 1820 en que la proclamó, y se va a hacer en la historia tan glorioso y memorable como el de Padilla, y en la posteridad tan lisongero y dulce como la palabra libertad».

 

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Hablando del cantonalismo de 1873, por ejemplo, olvida lo que tuvo de protesta popular, debida a la penosa situación política y económica, y dice: «Ya se sabe que a Castelar [se deben] las medidas salvadoras que pusieron fin a la espantosa anarquía de 1873», OI, T. III, p. 114.

 

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Cf. OC, Un faccioso más y algunos frailes menos, T. II, 324. También en Cádiz dice: «[...] por no aburrir a mis lectores presentándoles uno tras otro a estos tipos tan característicos como extraños, he hecho con las personas lo que hacen los partidos; es decir, una fusión, y me he permitido recoger las extravagancias de los tres y engalanar con tales atributos a uno solo de ellos...» OC, T. I, p. 666.

 

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OC, «La batalla de los Arapiles», T. I, p. 985.

 

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Cf. Hinterhäuser, op. cit., p. 188, ss., donde indica los valores progresivamente burgueses del personaje. Esto lo había estudiado ya muy bien Joaquín Casalduero en Vida y obra de Galdós, Losada, Bs. As., 1943, pp. 47-9.

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