El «día» y la «noche», fenómenos físico-naturales y realidades objetivas externas al hombre, han sido objeto de descripciones científicas y de interpretaciones teológico-filosófícas1.
Frente a la «formalización» que efectúa la ciencia, articulando sus contenidos y organizando sus nociones en áreas claramente delimitadas, la lengua que utiliza el hombre en su comunicación coloquial, establece la antinomia «día» / «noche» a partir de varias notas que interpreta como caracterizadoras2. Entre las más representativas destacan por antonomasia la luz y la oscuridad, respectivamente. El carácter alternativo de estos dos fenómenos cíclicos, sirve de referencia elemental para situar los sucesos y acontecimientos que configuran la vida humana.
Dichas características sensibles ofrecen una base sobre la que se apoyan diversas connotaciones afectivas, enriquecidas, a lo largo de la historia, de múltiples simbolismos3. Algunos de estos -mitificados y hasta sacralizados- hunden sus profundas raíces en antiguas tradiciones religiosas. Ejemplos elocuentes y de alto nivel poético nos lo ofrecen las obras de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa, en las que la noche se constituye como símbolo central de la teología mística4.
Muchos de los estudiosos, críticos y antólogos de poesía gaditana coinciden en que uno de los rasgos que con más intensidad especifica a las abundantes creaciones surgidas en este rincón extremo, es la luminosidad, singular reflejo de su geografía5. Al objeto de profundizar en la significación real de tales afirmaciones, vamos a analizar la obra poética de un autor gaditano hondamente arraigado a su medio paisajístico: Pedro Pérez Clotet6.
Dividiremos nuestro trabajo en dos partes: en la primera estudiaremos la presencia de la luz y de la sombra en los diferentes libros: el espacio y el tiempo que ocupan y los valores denotativos y connotativos que poseen. En la segunda, analizaremos las estructuras semánticas de las imágenes que construye el poeta a partir de dichos elementos.
La luz y la sombra como símbolos poéticos
Agrupamos junto al día el alba y junto a la noche, la tarde. El amanecer y el ocaso -germinales anuncios- participan de manera privilegiada de la luz y de la oscuridad que, respectivamente, definen al día y a la noche.
Las luces del día
El día, en los primeros libros de poemas, es interpretado como realidad positiva y activa. Las imágenes con las que se caracteriza poéticamente al día, en Signo del Alba, ilustran plásticamente su valoración positiva; por ejemplo, serpentina (tira de papel de vivos colores que en las fiestas se arrojan unas personas a otras) evoca, con las sensaciones de movimiento y color, sentimientos de alegría.
A la misma conclusión nos lleva el análisis de los adjetivos que utiliza el poeta. Tanto la luz como el sol, su fuente, son calificados como buenos, jubilosos, animosos, joven, florecida, etc., atribuciones que poseen, igualmente, alto valor positivo.
El día es también un factor activo, desarrolla una actividad. Gramaticalmente este carácter se manifiesta porque el sustantivo «día» funciona como sujeto de verbos activos: mira, enlaza, abate, prende, riega, tritura, etc.
El mismo fenómeno se repite con los términos «luz» y «sol» que, en sinécdoque, expresan idéntica realidad:
En Soledades en vuelo, la luz aparece en la mayoría de los poemas, y es protagonista de los cuatro poemas de la tercera parte titulada «Vida y muerte», homenaje a Jorge Manrique. Simboliza a la vida humana y sus etapas fundamentales, niñez y juventud -luz jovial de la aurora-, madurez -luz amarilla y estival del mediodía-, vejez -luz tenue del ocaso-.
En A orillas del silencio, la luz del amanecer renace, revive del pueblo, a las montañas y al hombre que los contempla:
La luz, que «envuelve» y «acuna» al niño, tiene un carácter divino. La mirada «luminosa» de Dios alivia el llanto infantil, el dolor de la tierra -de la sombra nocturna-11.
Pero la luz humana lleva en sus propias entrañas el germen de la oscuridad. Su limitación esencial la hace paradójica: el gozo no alegra, la voz es silencio y la luz, oscuridad:
En Ruedo Soñado Ronda se ve liberada gracias a la luz que la baña: «... liberada en cada gajo / de pura luz»14 y su plaza de toros destella un «mágico fulgor»15.
En Primer Adiós la luz de la aurora le trae resonancias de despedidas:
En Signo del Alba, por el contrario, la noche, la oscuridad y la sombra, están cargadas de caracteres negativos y de connotaciones de tristeza. Los mitos sagrados y las cosmogonías religiosas más antiguas ofrecen una amplia base de tópicos para esta interpretación valorativa.
Las imágenes con las que Pérez-Clotet simboliza la noche refuerzan eficazmente dicha impresión. La noche es «muro» que separa, «coto» que aísla, etc. La adjetivación es también suficientemente expresiva. La noche es callada, viuda, cóncava, etc.
La tarde, precursora de la noche, participa de sus mismas notas: La tarde está encerrada en una sala, un panal, o cubierta por un tapiz o un vestido.
Las sombras que definen a la tarde y a la noche, son acusadas de terquedad.
Además, la noche, la tarde y la sombra adoptan una postura pasiva, soportan y sufren las acciones del día y de la luz: la noche es abatida, punzada, regada, picoteada, ungida, prendida, etc. por las luces del día.
A partir del segundo libro, Trasluz, los símbolos van cambiando progresivamente de signo. Mientras el día y la luz van perdiendo protagonismo -espacio e importancia- la noche y la oscuridad lo van ganando. Podemos decir que ya Trasluz posee una tonalidad grisácea, formada por negros y blancos diluidos.
La noche sin la amada se extiende y difumina con ella, alcanza intensa densidad:
La luz, los ojos de la amada se encienden precisamente en la «oscuridad de la noche» y se apagan «con rubio paréntesis» durante el día. Cuando las sombras llegan y su negro misterio se recuesta en su frente, abre la oscuridad y el círculo de la amistad20
Pero la intensidad de la noche de la amada «vacía de estrellas de consuelo / y soles de alegría» puede ser tan densa, que ni el sol, ni las estrellas sean capaces de destruir la oscuridad de una vida solitaria y vacía:
El poeta acepta o permanece indiferente ante la marcha de la amada con tal de recibir su sombra, regalada, olorosa, permanente mensajera de su gracia lejana:
Las sombras -«el negro silencio»- se posarán incluso en los ojos del poeta, cubrirán su espíritu y, todo y por siempre, se hará de noche -«eterna noche del mundo»24-.
En A la sombra de mi vida, la ausencia de la luz -la sombra y la oscuridad- es el motivo central del libro tal como se anuncia en el título. La sombra se carga de simbolismo plurivalente y sirve para desvelar los «misterios» que no descubren los sentidos.
El libro se abre con un poema que describe las negras sombras -del que al perder la vista se le ha parado la vida multicolor, y se siente encerrado en una cárcel25.
La noche del poeta, profunda, redonda, mullida, adornada de alicientes para los sentidos y el espíritu, destruye su frialdad interior:
Las sombras de la noche -«con los románticos escalofríos de luna»- configuran el ambiente propicio para la declaración de amor28. La amada, como respuesta, ofrece la oscuridad de la sombra:
Presencia Fiel se abre con un poema en el que el poeta expresa su gozo al contemplar un paisaje nocturno, marco y espejo de sus sentimientos amorosos. Las sombras envuelven los perfiles dotándolos de hondura, seducción y gracia33. El jardín aumenta sus alicientes cuando se cubre con las sombras de la noche. Sus colores «concretos» pueden ser descubiertos por la fecunda imaginación del poeta:
Pero la noche, a pesar de las apariencias de libertad, está aprisionada por invisibles y frágiles cadenas, su perfección estriba en la esclavitud que soporta por estar encerrada entre leves «hierros como plumas»:
En Noche del Hombre el tema general del libro, tal como indica el título, es la noche. Las sombras desempeñan también una función importante como símbolo de valores espirituales (religiosos, morales o estéticos).
La noche se ofrece como ámbito adecuado para el encuentro con Dios. La oscuridad de la noche del hombre hace más penetrable la «infinita luz» del Señor:
El poeta muestra sus preferencias por la noche: la llama y, cuando la encuentra, intenta detenerla y amarrarse a ella. La noche significa su seguridad, su reposo y su deleite:
En Primer Adiós, libro póstumo, existe un predominio total de las sombras sobre la luz. El poeta se instala en la noche para contarnos su postura frente a la vida y la muerte. Prefiere las luces «difíciles» y «puras» de las estrellas y lunas nocturnas:
Cuando evoca el «dolor y la gloria» de Juan Ramón Jiménez, expresa sus preferencias en favor de la noche oscura -«corriente desbocada»- y por la luna solitaria -«inmensa lágrima»- y en contra de las luces amargas de la aurora:
Pero en ocasiones, la noche se opone al día para completarlo. Lo sigue y lo perfecciona:
«El día es la prisión. Y la noche es el ángel
de libertad que ordena con su llama impalpable.
[...]
El día es la verdad que se esfuma. Y la noche
la fugitiva imagen que en sus sombras esconde
la verdad de la nieve, de la estrella y de la luna:
la verdad que, por serlo, tiene voz de aventura;
que en la activa penumbra de sus puros cristales
es verdad porque olvida tantas claras verdades»52.
Sistematización semántica de las imágenes
La imagen literaria es una transposición semántica. Llenamos y vaciamos parcialmente de contenido un término y esta operación hace posible el empleo de lexemas «en sentido figurado». Por medio de la imagen el poeta ofrece su interpretación personal del contenido referencial que nos transmite y su valoración propia de las palabras que utiliza53.
Vamos a realizar una descripción ordenada, -siguiendo un criterio semántico- de los modelos de transposición significativos que usa Pérez-Clotet.
Tomando como referencias al hombre como límite superior y a la naturaleza inanimada como punto de partida, podríamos trazar dos líneas con sentido inverso que pasan por sucesivos niveles, ascendente la primera, descendente la segunda:
HOMBRE
↑
-personificación
↑
- animalización
↑
- vegetalización
↑
- vivificación
↑
NATURALEZA INANIMADA
↑
HOMBRE
↓
- despersonificación
↓
- desnaturalización
↓
- sensibilización
↓
- solidificación
↓
NATURALEZA INANIMADA
↓
Las imágenes sinestésicas podríamos representarlas por medio de dos líneas paralelas, también orientadas en sentidos contrarios:
IMÁGENES SINESTÉSICAS
←
→
Vivificación
Constituye el primer paso en el proceso hacia la personificación. El poeta contempla a los seres inanimados como si estuvieran dotados de principio vital y, en consecuencia, los ve nacer, vivir, morir... El sol, por ejemplo, se ha vivificado con tanta frecuencia que las imágenes de su nacimiento o de su muerte se han lexicalizado. Pérez-Clotet deshace el tópico cambiando con ingenio el léxico:
Otras veces, la vivificación se consigue de una manera implícita o indirecta. El verbo «enterrar» posee una fuerte connotación mortuoria que incluso debilita su valor etimológico y denotativo. Se entierra a los difuntos, a los seres que han «vivido»:
Pérez-Clotet transforma en animales a seres inanimados mediante procedimientos lingüísticos diversos. Podemos distinguir la animalización explícita y directa en la que, incluso, nos da el nombre preciso del animal, y la animalización implícita o indirecta que consigue asignando órganos o partes del cuerpo animal a seres inanimados o haciéndolos protagonistas de acciones animales.
Animalización directa
En este caso, Pérez-Clotet muestra su preferencia por los peces y las aves. Así la noche...
La naturaleza inanimada, gracias a las luces diversas que la bañan, alcanza sucesivos grados de la vida superior: está dotada de alma, posee capacidad para experimentar sentimientos y emociones, protagoniza acciones humanas y desempeña el papel de interlocutor del poeta:
Otra manera de personificación se consigue dotando de órganos propiamente humanos a seres que carecen de ellos. El poeta se apoya, para hacer esta interpretación, en el parecido formal o en la analogía de las impresiones que le produce la proyección de las luces y sombras sobre el paisaje.
La luz solar del alba es lo mismo una «mirada» que una cariñosa «mano» de enamorado:
Los elementos del paisaje, iluminados por el sol o por la luna, representan acciones propias del hombre, aquellas que lo definen como ser dotado de vida superior.
Gestos afectivos
El beso, muestra de amor, sirve para expresar la proximidad física de diferentes elementos:
Agrupamos aquí personificaciones realizadas mediante la asignación, a objetos o fenómenos naturales, de acciones que, aunque llevadas a cabo por algún órgano corporal, son manifestaciones de una facultad humana.
«La noche -«la rosa más lozana»- inundada por la luz del amanecer olvida su tersura:
Podríamos incluir aquí también todos los ejemplos de sustantivos que designan seres no humanos y funcionan como sujetos de verbos que significan operaciones desarrolladas sólo por el hombre:
En el discurso oral, para indicar al receptor de la comunicación lingüística, usamos los sustitutos, los posesivos y los morfemas verbales de segunda persona. El oyente, elemento necesario en el diálogo es, por definición, persona, ser dotado de vida superior o, al menos, considerado como tal por el hablante. En esto último consiste precisamente el procedimiento llamado apelación y es otra fórmula de personificación.
Este procedimiento, por el que el hombre pierde su condición de ser racional y es interpretado como ser inferior, natural o artificial, no puede ser frecuente en una creación poética de contenido eminentemente paisajístico. Encontramos, sin embargo, algunos ejemplos suficientemente ilustrativos.
En un poema dedicado al aire del atardecer, se vale de instrumentos materiales para descubrir diferentes miembros del organismo humano.
Los elementos del paisaje iluminados de forma diferente durante el día y durante la noche adquieren apariencias de objetos o instrumentos elaborados por la industria humana. El paisaje natural se convierte en paisaje artificial:
El cielo del ocaso pasa a ser una bandeja de plata:
A veces, la imagen cumple la función de hacer sensibles realidades abstractas. Los conceptos adquieren así propiedades que pueden ser percibidas por los sentidos.
Durante la noche, la intimidad, por ejemplo, adquiere la forma, el color y el perfume de una rosa:
Otras veces, el poeta, mediante la imagen, solidifica elementos físicos que carecen de solidez como, por ejemplo, la luz, la oscuridad, el aire o el rocío.
Consiste, como ya sabemos, en la transferencia de los sentidos con que son percibidas las sensaciones. Aunque el «simbolismo» elevó la sinestesia a la categoría de doctrina estética, su uso es muy antiguo y universal. Veamos algunos ejemplos de la poesía de Pérez-Clotet.
Mientras que al comienzo de la obra de Pérez-Clotet la luz es interpretada positivamente y cumple una función activa, y la noche es considerada de manera negativa y sufre pasivamente la acción de la luz, en los libros que siguen a Trasluz se invierten progresivamente los signos valorativos de dichos símbolos, hasta llegar a la última obra, Primer Adiós, en la que ese carácter positivo corresponde plenamente a las sombras.
La luz sigue siendo en la obra de este poeta un elemento clave, pero, al contrario de lo que ocurre con otros poetas gaditanos, su influencia la ejerce por ausencia. Son las sombras -la oscuridad, la noche- las que, paradójicamente, llenan de luminosidad el paisaje serrano y crean el ambiente propicio para el amor.
La luz y la sombra constituyen el elemento mágico -traumatúrgico- con el que todos los objetos y acontecimientos descubren sus auténticos perfiles y sus profundos significados. Las piedras adquieren vida; las flores y los árboles, capacidad de movimiento; los animales hablan; los hombres se eternizan. En definitiva, toda la naturaleza se trasciende a sí misma, transformada por la fuerza vivificante de la luz y la oscuridad.