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Ancha y ajena es América Latina: sobre la literatura infantil en América Latina


Ana Garralón




Intro

Comencemos con una confesión: adoro esa extensión denominada América Latina, su paisaje humano y natural, sus gentes, sus sabores y olores. Por eso este artículo es tan sólo un intento -apasionado, eso sí- de dar una visión de conjunto a una pequeñísima parte de lo que allí ocurre relacionado con la literatura infantil. Mi mirada es imparcial y, además, intrusa. Espero que los lectores así lo entiendan y mi único objetivo es despertar la curiosidad y que cada lector, cada lectora, encuentre su propio camino olvidando pronto el trazado por mí.






La madre patria es una mala mamá

Cada cierto tiempo, España dirige su mirada hacia América Latina (AL). Es lo que corresponde a un país con una deuda histórica como la nuestra. Y en el mundo de los libros infantiles esta tendencia se ha podido observar con la misma frecuencia. La última y más destacada mirada fue con motivo de la celebración del «descubrimiento», en 1992. En esa ocasión, y esperanzados por la gratuita publicidad, los editores se apresuraron a incorporar en sus catálogos autores latinoamericanos, prácticamente desconocidos en nuestro país. Ante tales onomásticas incluso la Asociación de Amigos del Libro Infantil y Juvenil dedicó una de sus publicaciones sobre el tema1. Ese gran boom, sin embargo, no tuvo el efecto deseado y los editores abandonaron la búsqueda de manuscritos. A la dificultad de promocionar autores que, a pesar de su indiscutible mérito en sus países, resultaban del todo desconocidos en la península, los editores se toparon con la peliaguda cuestión lingüística y las variedades del español, tan difíciles de aceptar -todavía hoy- por los mediadores y promotores de literatura infantil. Hace poco, durante la presentación en México del Diccionario de uso del español, un investigador lexicográfico mexicano indicó con mucho acierto: «sigue privando en España la idea de que el español peninsular es la lengua española y que las variedades americanas no son sino complementos periféricos de aquélla»2. Esto desvela bastante del legado cultural que durante siglos España impuso a sus colonias americanas. Un legado donde el clasismo, el desprecio a lo propio y la admiración por lo foráneo siguen estando presentes. En los libros infantiles, al igual que en el mundo de la cultura, esta influencia es muy destacada y, durante años, ha relegado a un segundo plano las cuestiones y autores locales y primado todo aquello que tenía un cierto sabor extranjero.




La identidad es lo diferente

Si bien hay unas tendencias compartidas, sería muy incauto hablar de una identidad común. Es cierto que se comparte un pasado histórico y una lengua que poco tiene que ver con la «oficial» de España, hablada por 400 millones de personas en todo el mundo. La vitalidad de esta lengua puede observarse en las ricas variedades que no pasan desapercibidas para el turista o viajero que recorra esas tierras. Una misma palabra puede tener significados tan diferentes en Chile o en Cuba como para impedir la comprensión de una frase cotidiana. Esto da una idea de la dificultad de definir la identidad con el tópico del idioma compartido.

Hay otras realidades diferentes: la variable tasa de alfabetización, la integración en la cultura de las minorías -o mayorías- indígenas y el respeto hacia sus tradiciones. Mientras países como Argentina, con una escasísima presencia indígena, pueden desarrollar una cultura para una clase media alfabetizada, otros, como en Centroamérica, Ecuador, Bolivia, Perú, etc., la población indígena sufre todavía marginación y su cultura no está reconocida por las minorías que ostentan el poder. Si a esto añadimos que en países como México existen más de setenta variedades de lenguas indígenas -y hay que celebrar que desde hace pocos años editoriales de libros infantiles promueven ediciones bilingües-, acercarnos a la cuestión de una identidad común se torna una cábala imposible de resolver, y pensar en el libro infantil como un conducto que crea e impulsa esa identidad suena igualmente a tópico.

Existen, sin embargo, factores que propician el desarrollo y difusión del libro infantil por el continente: el respeto a los derechos del niño brindándole educación y unas condiciones mínimas de salud y bienestar crean una población sensible al libro y a la lectura. La democracia ayuda al desarrollo de la industria cultural nacional, como ocurrió en Argentina donde, en la actualidad, el 80 por ciento de los libros para niños que se vende pertenece a autores nacionales. Las políticas culturales de cada país son otro de los factores que propician una saneada difusión y en este sentido hay que destacar proyectos como Libros del Rincón de la Secretaría de Educación Pública (SEP) de México, gracias a cuya labor de llevar libros hasta los rincones más insospechados del país, produjo cerca de dieciocho millones de ejemplares, distribuidos gratuitamente3. Por último, y gracias a la población indígena que se reparte por todo el continente, puede hablarse de un rico y variado acervo de tradiciones populares difundidas mediante la palabra que tiene raíces comunes y es perfectamente reconocible sea cual sea el país de su procedencia.




Lo local es global

Estas tradiciones orales son rescatadas por algunas editoriales que basan su prestigio en esta identidad, propia y con capacidad para diferenciarse de lo que llega de fuera, permitiendo a los lectores un conocimiento más profundo y verdadero de su cultura. Podríamos hablar, entonces, de editoriales como Piedra Santa en Guatemala, pionera en esta labor, cuyos libros alcanzaron incluso una amplia distribución por Centroamérica. En Venezuela, Ediciones Ekaré nació igualmente con esta intención editando álbumes donde se recogen historias populares y se ofrecen cuidadas ediciones, motivando de esta manera a autores e ilustradores en su trabajo. En esta editorial lo local tiene vocación de ser global y para ello desarrollaron una amplia distribución en toda América. Se trata de una ardua labor en la que tienen que sortear todo tipo de dificultades, desde las económicas hasta las ideológicas y que, en ocasiones, les hacen perder el norte del proyecto. En el reciente XXIV Congreso del Ibby en Cartagena de Indias, Carmen Diana Dearden, una de las fundadoras de la editorial, explicó cómo la necesidad de abrirse a otros mercados -en especial el norteamericano- les estaba llevando a incluir en sus catálogos traducciones de otros países con las que perdían su encantador sabor local.

Paralelamente a estas editoriales que tienen ambición de globalidad, hay otras cuya difusión queda limitada al ámbito local. Así ocurre, por ejemplo, con la pequeña y exquisita Ediciones del Tecolote, que publica libros para niños sobre la historia mexicana, o la colombiana Carlos Valencia, hoy desaparecida, con un catálogo de gran prestigio. Argentina es también un ejemplo de editoriales que permanecen en el país y en él encontramos a Ediciones del Quirquincho, Colihue, etc.

A finales de los ochenta podemos hablar de dos destacadas iniciativas que pretenden romper fronteras con libros de alta calidad. Una de ellas es la editorial estatal mexicana Fondo de Cultura Económica (FCE). Su catálogo de libros para niños incluye autores locales, pero prima la presencia de traducciones y cultivan una línea de autor hoy desaparecida en muchas colecciones. El otro gran proyecto es Norma Editores, con predominio de la narrativa, y su catálogo se alimenta tanto de autores latinoamericanos como de traducciones de escritores extranjeros de calidad. En él pueden encontrarse ahora, por ejemplo, los libros de la brasileña Lygia Bojunga Nunes, publicada y ya descatalogada en nuestro país por Alfaguara. La editorial, en colaboración con Fundalectura, convoca cada año el premio Norma-Fundalectura, que ha conseguido, en poco tiempo, ser un importante referente para los escritores de toda América. En su catálogo encontramos autores puertorriqueños, argentinos o colombianos. Son dos casos de editoriales que pertenecen a grandes grupos con amplias redes de distribución que favorecen su presencia en todos los países y que demuestran que, si se desea, la calidad puede encontrarse también en editoriales grandes.

Existen también instituciones que hoy en día son puntos de referencia por su labor de difusión de la literatura infantil y formación de mediadores. Una de ellas es el CEDILIJ (Centro de Estudios e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil) en Córdoba, Argentina. Con más recursos, por ser instituciones donde participa económicamente el estado, El Banco del Libro en Caracas, Venezuela y Fundalectura en Bogotá, Colombia, desarrollan programas que van desde la organización de eventos hasta la creación en sus sedes de centros de documentación. El Comité de Lectura del Banco del Libro publica cada año una revista (Boletín Tres Estrellas y Más) con los mejores libros leídos cada año, y algo similar edita Fundalectura (Cincuenta libros sin Cuenta). En Fundalectura se gestó hace pocos años la idea de fundar la Revista Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil en la que participan prestigiosos investigadores de todo el continente y se abordan temas específicos latinoamericanos. Además, dedican dossiers a escritores o ilustradores renombrados, ordenando en muchos casos por primera vez la bibliografía de los mismos y brindando un corpus de artículos muy orientativo. Se encargan de difundir la revista las diversas asociaciones del IBBY en América Latina. En este caso resulta muy oportuno destacar su inexistencia en España, debido únicamente a la indiferencia que muestran mediadores e instituciones por lo que ocurre en asuntos de literatura infantil más allá de España.

En los últimos años está ganando espacio global la herramienta local Internet. En este mundo virtual se encuentran varias revistas entre las que destacan las independientes Cuatrogatos (Miami), Imaginaria (Argentina), Docedeletra (Brasil) y Caleidoscopio, editada por el Banco del Libro, Venezuela4. Estas jóvenes revistas se benefician de un formato económico y pueden eliminar los pesados costos de impresión, almacenamiento y distribución. Todas ellas comparten un mismo concepto, el de las revistas tradicionales de papel, pero desprecian las ricas posibilidades de los multimedia. Al menos en mi opinión, el formato internet debería ser un espacio en el que se ofreciera todo aquello que no puede ofrecerse en el papel, es decir, abundante material gráfico, entrevistas donde la voz pueda escucharse y no haga falta leer, animaciones interactivas, música, vídeos, etc.




El libro no se mueve

Esta es una realidad que no se puede obviar cuando hablamos de AL. Sus largas distancias, a veces sin medios de comunicación ni de transporte, hacen difícil la circulación del libro. Además, las diferentes políticas culturales de cada país entorpecen considerablemente este intento, a pesar de que en diversas ferias del libro se ha expuesto la necesidad de una política común. En muchas ocasiones hay una absurda pretensión de favorecer la industria local librándola de la competencia. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Chile, cuyo 16% de IVA más un 4% de tasas aduaneras, más los gastos derivados del transporte, convierten los libros importados en artículos de lujo que apenas un 5% de la población está dispuesta a pagar. Otro tanto ocurre con otras industrias, como la del papel. En El Salvador, una política que limita la importación de papel, condena a su mercado editorial a producir libros que no tienen ningún atractivo en países cercanos como México o Colombia, más desarrollados en técnicas de impresión y con papel de calidad al alcance.

En muchos países de América Latina la posibilidad más económica es importar los libros de España. Nuestros editores conocen estas dificultades y, como cualquier empresa, aprovechan la oportunidad que les da poder mover un producto -en este caso un libro en español- por numerosos países. En el caso de las grandes empresas, incluso, aprovechan sus exportaciones para «liquidar» fondos que en España ya no se venden, llegando a América con precios tan económicos con los que las editoriales locales ni siquiera pueden competir.




Lo global es local

Muchos editores españoles, además de las ventas a distribuidores y librerías, participan en las grandes licitaciones del estado, que suele comprar importantes cantidades de libros. Hay otros intereses, como el impulso que necesitan los grandes grupos a la hora de estar presentes en un país donde ya hay participaciones económicas como son desde tener librerías hasta su presencia en medios de comunicación masivos. Por eso en muchos casos acaban optando por crear en el país su propia sede editorial, donde producen y distribuyen los libros que importan y producen novedades de autores locales. Esto se podría denominar «lo global es local», pues hablamos de grandes grupos con amplia presencia en el mundo hispanohablante que, en sus sucursales de América Latina, promueven y trabajan con lo local. Esto significa, por ejemplo, que los libros de autores mexicanos de Santillana México sólo se distribuyen allí y no resulta extraño que los responsables de libros de Chile, pongamos por caso, desconozcan lo que sus otros colegas de empresa publican. Sólo se «mueve» aquello que ha sido un rotundo éxito. Si en España resulta difícil dar difusión a autores latinoamericanos (por muchos motivos, incluido el muy razonable de los autores que al publicar en España no sólo abandonan sus editoriales locales sino que en ocasiones los libros ni siquiera llegan a distribuirse en sus países), con esta estrategia las editoriales les aseguran difusión y promoción dentro del país. Las consecuencias de esto son una gran producción -las editoriales locales también se ven obligadas a ello- y un deterioro de la calidad, pues deja de ser considerada como un criterio.






Finale

Aunque estas últimas líneas finales hayan podido parecer un tanto pesimistas, lo cierto es que la literatura infantil en AL es, a mi modo de ver, un interesante fenómeno que deberíamos tener en cuenta. Obras de altísima calidad deberían poder ser promocionadas y difundidas en España, así como el trabajo de editores exigentes, mediadores, y curiosos investigadores. Por eso es de agradecer iniciativas como ésta, de Fadamorgana, al brindarnos un espacio de reflexión.



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