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«Andrés Pérez, maderista», de Mariano Azuela

Luis Juan Carlos Argüelles Lona





La primera vez que leí Andrés Pérez, maderista, la encontré interesante, divertida y llena de intensidad y fuerza; entre las novelas de Azuela posee características que la hacen especialmente valiosa, porque las fechas de su escritura y publicación, la convierten en un documento invaluable, casi fotográfico de un momento histórico que conmocionó a nuestro país: la Revolución Mexicana.

Se conocen dos versiones de Andrés Pérez, maderista, publicadas en vida de Azuela, la primera, de 1911, y la segunda, de 1945, en la que el autor realizó una cuidadosa corrección que aportó más de quinientas modificaciones a la primera versión; eso refleja a un creador preocupado por el perfeccionamiento (léxico, sintáctico y estilístico) y la concreción, evidenciada en la economía de recursos con grandes efectos, como lo reconoció Xavier Villaurrutia al estudiar la poética del novelista.

Como lectores del siglo XXI, nos hacemos las siguientes preguntas: ¿Por qué pasó inadvertida la novela Andrés Pérez, maderista, en su momento? ¿Por qué no fue reconocida de inmediato como la primera novela de la Revolución por el canon y en su lugar se le otorgó ese sitio a Los de abajo, también tardíamente -hasta 1925- y no se recuperó el tema hasta finales del siglo XX y principios del XXI? ¿Por qué no se conoce la magnitud y alcances de la obra de Azuela en su conjunto? ¿Es Azuela el creador del género de la novela de la Revolución? Y finalmente: ¿Es un escritor revolucionario o sólo un autor que escribe sobre la Revolución?

Si bien no desde un principio, con el tiempo se ha ido revaluando muy lentamente la obra de Azuela; por ejemplo, al ser considerada, Andrés Pérez, maderista, por Francisco Monterde, Luis Leal y José Emilio Pacheco, entre otros, como la primera novela de la Revolución Mexicana. Si bien comparte este lugar con La majestad caída, de Juan A. Mateos, del mismo año. Pacheco consideró más lograda la novela de Azuela y explicó que, mientras Mateos representa «el final de la novela de folletín, Azuela inaugura la novela moderna».1 Rafael Olea Franco declaró que el género novela de la Revolución Mexicana «se funda con ambas novelas».2 En 1973, Luis Leal define lo que caracteriza a este género en Azuela: «encontramos allí un nuevo modo de expresión en el cual predomina el diálogo sobre las descripciones, la caracterización de los personajes por medio de las acciones y no por el retrato físico o psicológico; la acción vista o contada por el protagonista y no por el autor; la selección de un tema palpitante, de la hora, y otras innovaciones formales».3

Andrés Pérez, maderista, es una novela corta, de precisión y economía de recursos narratológicos evidentes. En opinión de su autor, esta obra surge de la «Incertidumbre, confusión, fracaso: así quise condensar en menos de un centenar de páginas, un aspecto del movimiento de Madero, cuyo triunfo rápido fue la causa mayor de su caída, por no haber dado tiempo a que madurara en la conciencia del pueblo».4 Publicada durante el inicio del gobierno de Francisco I. Madero, en ella advertimos un marcado afán crítico en torno a los participantes de aquel movimiento revolucionario. Este punto de vista me parece que es lo más valioso en la literatura de Azuela, pues reúne inteligencia con cierta premonición. En ese pensamiento encontramos una síntesis de lo que fue la Revolución: simulación, comedia de enredos, sainete, esperpento, relajo, «bola», humor y tragedia. Con Andrés Pérez, maderista, bastaría para que Mariano Azuela ocupara un sitio de reconocimiento en las letras mexicanas, simplemente por la creación de un género que vino a cambiar el rostro de nuestra literatura nacional, a través de una forma renovada del realismo. Utilizo a propósito la categoría género -vinculado con la novela de la Revolución-, a sabiendas de que es un término discutido y polémico (ya que los más clásicos solo aceptan tres divisiones posibles del género: lírico, épico, dramático) que, sin embargo, ha sido avalado por distintos críticos a lo largo de la historia de la literatura mexicana: Francisco Monterde, Luis Leal y Xavier Villaurrutia, para citar sólo algunos. Entiendo el género como clase o tipo de discurso literario determinado por la organización propia de sus elementos en estructuras, por sus temas, por su correlación, en un momento dado, con determinados rasgos estructurales, en este caso, de prosa y narración; y con un registro lingüístico específico. La novela de la Revolución, como género, se define por reflejar la atmósfera de tensión, de inconformidad, de injusticia, de malestar social; tiene una estructura episódica fragmentaria; está escrita con descripciones realistas, y sus personajes son «tipos». Se describe el movimiento de masas y sus personajes pasan de ser individuos a convertirse en fuerzas sociales5. Lo anterior no impide que cada autor le dé un toque particular a su estilo. Hallamos en este género, desde el lenguaje neoclásico de Martín Luis Guzmán, pasando por la prosa poética de Nellie Campobello, dos polos narrativos.

El mismo Azuela, en sus memorias, considera que a partir de Andrés Pérez, maderista, dejó de ser un «observador sereno e imparcial» para convertirse en uno «parcial y apasionado».6 Se ha dicho que en esto influyó su desilusión por el maderismo: («vertí todo mi desencanto»)7, al ver cómo encumbrados porfiristas ocupaban posiciones en el gobierno de Madero y sobre todo que gente que persiguió a los maderistas tomó las primeras posiciones; él mismo tuvo que devolver el poder a los representantes del antiguo régimen en su natal Lagos de Moreno.

A la manera de Balzac, Zola o Galdós, Azuela elaboró un mosaico donde podemos rastrear nuestra historia; una suerte de episodios nacionales que van abordando en cada novela un momento y que, al final, nos muestran en su conjunto a México en su devenir. Particularmente son ricas sus aportaciones a la comprensión del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. En sus novelas, se describen una a una las grandes revoluciones que ha sufrido nuestro país en el intento de darse rostro como nación. Azuela vivió durante 37 años el nacimiento, esplendor y caída del porfiriato, y 42 de los sucesivos regímenes revolucionarios. Su vasta obra refleja, como pocas, los claroscuros de ambos periodos.

Si Andrés Pérez, maderista, no ha sido tan conocida se debe a que propone una visión desencantada, poco heroica y crítica de la Revolución. En ella, Azuela define al movimiento revolucionario como una simulación pactada para dar oportunidad a caciques, hacendados, políticos y militares de reacomodarse política y económicamente. Para él, la oligarquía mantuvo el poder, no importando quién detentara el gobierno. En su momento, esta visión crítica de Azuela no podía ser avalada por el régimen; convenía una explicación más enraizada en el imaginario colectivo: una revolución agraria encabezada por campesinos agraviados por el antiguo régimen. Por eso Los de abajo fue redescubierta y ensalzada por el status quo como el canon de la literatura viril que necesitaba enarbolar la Revolución Mexicana, exhibiéndola como la antítesis del estridentismo, la novela colonialista y la novela escrita por la generación de Contemporáneos. Sin embargo, pasado el tiempo, el horizonte de expectativas del lector del siglo XXI coincide cada día más con la visión crítica que expresó Azuela en esa primera novela sobre la Revolución, haciéndola cada día más legible y aceptable a nuestros gustos literarios.

El gran tema de Azuela es la Revolución Mexicana en todos sus aspectos; en el camino revolucionó la literatura que se escribía en ese momento en México. Creó la novela de la Revolución, más allá del naturalismo y del realismo, que fueron sus modelos, caracterizada por su estructura episódica fragmentaria, con economía lingüística, personajes tipo, y aun simbólicos, atmósfera de tensión, injusticia, inconformidad y malestar social. Es importante resaltar que el realismo de Azuela es una forma distinta del que prevaleció en el siglo XIX, porque no solo busca la descripción secuencial, sino que forma parte de una nueva construcción simbólica sintética que logra un efecto narrativo en sí misma.

Por su tono directo y contundente, Azuela elabora en Andrés Pérez, maderista, un nuevo discurso, una literatura renovada, en la que el protagonista nos cuenta en primera persona y compartiéndonos sus pensamientos de forma sintética, una historia en distintos planos. Vemos en ella la realidad social, la interior del personaje principal y la historia de amor entre líneas de Andrés Pérez y María, esposa de su amigo Toño, que representa el deseo, como la diosa egipcia Isis, pero a la vez la fecundidad y la tierra; no en vano parece representar el botín de los nuevos revolucionarios.

En esta obra, Azuela introduce un componente sociológico en su literatura, al analizar la situación social de los diferentes actores sociales: campesinos, hacendados, caciques, etcétera. Además, logra articular una prosa revolucionaria en el sentido estético. El ritmo narrativo que utiliza -soportado en la elipsis- consigue la rapidez expositiva característica de la novela breve, equiparable a la del cine8. Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en el pasaje de la novela donde Andrés Pérez despierta en una celda oscura, cuando al finalizar el capítulo anterior se disponía a asaltar el tren con las armas o a darse a la fuga con el dinero que le habían entregado los revolucionarios.

Azuela fue un escritor comprometido, que no tuvo empacho en llamar a las cosas por su nombre. Describió la debacle moral de México. Utilizó para ello el lenguaje coloquial del pueblo. Logró escribir con precisión y contundencia, al grado que fue equiparado con Tácito por el crítico francés Valéry Larbaud9, tal vez por las descripciones crudas que encontramos a lo largo de su obra y que reflejan una imagen del hombre capaz de todas las monstruosidades posibles. No es gratuito que al paso del tiempo se reconozca cada día más su importancia como innovador.






Bibliografía

  • AZUELA, Mariano. Páginas autobiográficas. México: FCE, 1974.
  • ——. Andrés Pérez, maderista. México: Imp. de Blanco y Botas, 1911.
  • ——. Andrés Pérez, maderista. Domitilo quiere ser diputado. «De cómo al fin lloró Juan Pablo», 2ª. ed., México: Botas, 1945.
  • CORONADO, Juan. «Independencia y Revolución (la historia en la novela)», Literatura Mexicana, vol. XXI, núm. 1, 2010, pp. 83-99.
  • GONZÁLEZ EGUIARTE, Laura Adriana. «Presencia del lenguaje cinematográfico en la narrativa moderna de Mariano Azuela: un análisis comparativo.» Literatura Mexicana, vol. XIII, núm. 1, 2002.
  • GONZÁLEZ DE LEÓN, Ulalume. «Le vain de travail de voir divers pays», Valéry Larbaud, Obras escogidas de A. O. Barnabooth, México: Editorial Vuelta, 1987, p. XX.
  • LEAL, Luis. «Prólogo», Mariano Azuela, Páginas escogidas, México: UNAM, 1973 (Biblioteca del Estudiante Universitario, 97), pp. 5-34.
  • PACHECO, José Emilio. «¿Juan A. Mateos o Mariano Azuela?», Proceso, núm. 1777, 21 nov 2010, pp. 64-66.
  • RUIZ, José Luis. «Novela de la Revolución, retrato del movimiento», El Universal. 16/11/2010, <http://www.eluniversal.com.mx/cultura/64243.html>


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