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En el año 2009 fue publicado el Epistolario de Gabriel Miró: un volumen de 750 páginas que contiene 767 cartas escritas por el novelista alicantino a lo largo de su vida. Es el resultado del encomiable y meritorio trabajo desarrollado durante años por los profesores Ian R. Macdonald y Frederic Barberà, recopiladores y autores de la edición; ellos han puesto a nuestra disposición un material riquísimo, necesario tanto para el conocimiento de la biografía íntima del escritor, como para proveernos de información fundamental sobre sus criterios estéticos. En este trabajo utilizamos, por primera vez, algunos de estos criterios para realizar un nuevo acercamiento crítico a Años y leguas.

 

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Puesto que las citas del Epistolario de Gabriel Miró van a ser frecuentes, se hará constar, detrás de cada una de ellas, entre paréntesis, la inicial E seguida por el número de la página.

 

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Contamos con solo un libro dedicado al estudio de esta obra, el de María del Carmen Díaz Bautista (1989), que no es sino un comentario lingüístico que la autora realiza sobre una selección de textos tomados del libro, distinguiendo en su análisis el plano del contenido del plano de la expresión. Se trata de un análisis muy ceñido a las citas, de escaso alcance. Tiene la apariencia de tratarse de una Tesina.

 

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La conferencia fue pronunciada en el Ateneo Obrero de Gijón en abril de 1925. Al estar dedicada a tratar sobre Figuras de la Pasión del Señor, no se ha reparado en que los criterios estéticos que contiene son los adecuados para entender, desde ellos, el libro que nos ocupa, entonces en plena redacción. Sobre este asunto me he ocupado en otro lugar (Lozano Marco, «Años y leguas, ensayo de aproximación...» 139-150).

 

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No obstante, así la han entendido críticos prestigiosos. Para José Rubia Barcia, la obra sobre la que tratamos señalaría «la culminación de una novelística no entendida en su época como tal» (Rubia Barcia 51), y para Ricardo Gullón sería un ejemplo eminente de «novela lírica»: «Es Gabriel Miró quien ofrece los ejemplos más puros del fenómeno descrito por Freedman como transformación del héroe en máscara del poeta» (Gullón 27). Son criterios que comparte el autor de este artículo, para quien Años y leguas constituye un ejemplo acabado de novela lírica: la culminación de una trayectoria iniciada en 1904 (o antes), en cuyo curso encontramos los títulos más representativos de novela lírica de nuestra literatura.

 

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El escritor reiteró en diferentes lugares que no tomaba notas, que escribía siempre a distancia de lo que le hubiera impresionado, y lo dijo de manera magistral en El humo dormido: «hay episodios y zonas de nuestra vida que no se ven del todo hasta que los revivimos y contemplamos por el recuerdo; el recuerdo les aplica la plenitud de la conciencia» (OC 2:698). En la conferencia que venimos citando, Miró expresó de manera muy directa este proceder estético: «porque la distancia las despoja [a sus experiencias vitales] de todo lo que en ellas puede haber de episódico y de transitorio, dejándoles la verdad profunda sobre la que acciona el Arte» («Lo viejo...» 569).

 

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Algunos capítulos se publican con variantes en otros periódicos: Diario de Alicante, La Verdad o Idella. Destaca la publicación en Los Lunes de El Imparcial (15 de junio de 1924) de «Doña Elisa y la eternidad» (no recogido en El Sol), donde aparece con el rótulo: «Novela corta original de Gabriel Miró».

 

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En agosto de 1920, recién llegado a Madrid con su familia, había escrito a Gabriel Maura una carta en la que soñaba con el regreso a su tierra; le dice que trabajaría en lo que fuera durante unos años, y con un mediano caudal: «me apartaré en una vieja casa mediterránea, con parral y todo, y allí me llamaré, me buscaré a mí mismo, y todavía he de encontrarme» (E 383).

 

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Ambas obras comparten un esquema organizativo: llegada-búsqueda-hallazgo (conocimiento)-regreso. Si en Años y leguas se contienen cuatro meses, en el de 1904 encontramos seis jornadas repartidas en diez capítulos; y como en el que nos ocupa, su experiencia real fue muy diferente de la relatada; con apariencia naturalista, el texto va elevándose desde lo real a lo moral, lo existencial y lo metafísico (Lozano Marco, Los inicios... 124-137).

 

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El término «emoción» en el arte de Miró tiene un significado especial al que Edmund King se aproxima en un texto memorable: «la 'emoción' no tiene nada que ver con lo emotivo -tristeza, alegría, miedo, etc. Es más bien la totalidad de los sentimientos engendrados en la mente por las sensaciones que produce el objeto contemplado, un tejido de sentimientos unificado, un sentido total de la identidad única del objeto» ( King, «La estética...» 24).