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Anteproyecto de trabajos y publicaciones árabes que la Academia debiera emprender

Francisco Codera y Zaidín







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Cuantos se interesan por el progreso de los estudios históricos en España van comprendiendo que nuestra historia de la Edad Media tiene que ser deficiente, mientras no se conozca mejor el periodo árabe, cuya historia pocos son los que creen hoy que está hecha, como pudo creerse por algún tiempo, luego de publicada la tan conocida obra de D. José Antonio Conde.

Mucho se ha hecho después, principalmente por el infatigable Sr. Dozy, quien sin duda alguna ha hecho más que todos los otros juntos; pero quizá erró el camino, queriendo sintetizar la historia cuando no había bastantes datos publicados y discutidos, aunque se aprovechó de cuantos documentos árabes y cristianos se conocían en Europa: su historia no abarca más que la mitad del período árabe en España, y aun para la parte escrita por él hay bastante que discutir, añadir y rectificar.

Personas ajenas á los estudios arábigos, pero ansiosas de conocer lo que de nuestra historia árabe puede saberse hoy, creen posible de llenar este vacío, y atribuyen á apatía de los que á tales estudios nos dedicamos el que no llenemos este hueco de nuestra historia. ¿Tienen razón los que así piensan? Creo que no. Convengo en que quizá pudiera y debiera escribirse un Manual de historia de los árabes de España, que desterrase de nuestras clases los muchos errores que, partiendo del falsario Faustino de Borbón, y poco escrupuloso Conde y escritores más atentos á intereses de escuelas que á los fueros de la verdad, han adquirido carta de naturaleza1. Si el historiador de las cosas de los árabes

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de España supiera limitarse á narrar lo averiguado y más importante de la historia externa, sin pretender entrar mucho, ni quizá poco, en filosofía de la historia, ni en la vida íntima del pueblo musulmán, ni en las relaciones con el pueblo cristiano muzárabe, ni con el independiente del Norte, quizá pudiera escribir la historia sin grandes riesgos de que su libro á los pocos años fuese una calamidad que mereciera ser quemado por mano del verdugo, como sucedería si pretendiera escribir una verdadera historia de los árabes de España; pues con los pocos datos que hasta ahora hay bien estudiados en lo referente á la historia interna, sería una temeridad querer filosofar partiendo de hechos poco ó mal averiguados.

En este estado de cosas, ¿qué convendría hacer?

Si se trata de un particular aislado, obrando por su cuenta y riesgo, todo lo que hiciese estaría bien hecho, con tal que en sus trabajos esté guiado por el amor á la verdad; si estudia puntos especiales y los ilustra con monografías, la historia patria tendrá que agradecerle mucho, y el público le agradecería más el que, aprovechando los datos hoy conocidos, escribiese una Historia de los árabes en España; pero con los trabajos particulares aislados es casi seguro que nunca se llegará á poder escribir una buena historia, á no darse la coincidencia de que durante varias generaciones hubiese quienes uno tras otro consagrasen una larga y bien aprovechada vida á estos estudios, completando y rectificando lo hecho por los anteriores.

No siendo posible que los esfuerzos individuales lleguen en mucho tiempo á poner á nadie en condiciones de llenar este vacío, y no pudiendo, como es consiguiente, llenarlo tampoco una Corporación, si á ello no se prepara con mucho tiempo, me propongo indicar lo que, en mi sentir, habría que hacer para que dentro de veinte años, por ejemplo, estuviesen las cosas en condiciones de que si nacía un genio, ó si se quiere un hombre de talento con vocación á estos estudios, encontrase el terreno en condiciones de poderse desarrollar y dar sazonados frutos.

Para esto, en mi opinión, se necesitaría lo siguiente:

1.º Publicar previamente el mayor número posible de textos árabes: calculo que deberían publicarse cien volúmenes, como

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los de mi Bibliotheca Arabico-hispana: la mayor parte de ellos de autores españoles, cuyos textos darían ocasión á la publicación de muchas monografías.

2.º Para facilitar el trabajo de los futuros investigadores sería preciso que en alguna de nuestras bibliotecas se formase una colección lo más completa posible de las obras publicadas en el extranjero, y buen número de papeletas de referencia.

Estos dos puntos me propongo desarrollar en este informe. Podrá parecer exagerado el número de cien volúmenes de textos arábigos que digo deberían publicarse; pero de seguro que no se agotaría lo que hoy está disponible en las diferentes bibliotecas de Europa; pues apenas hay libro de historia general árabe, ó particular de una población ó clase, donde no se trate de moros españoles; nótese que, como hace pocas noches tuve ocasión de hacer presente á la Academia, en nuestra pequeña colección de libros árabes hay obras inéditas é importantes que, tratando exclusiva ó casi exclusivamente de cosas de España, darían para dieciocho ó veinte volúmenes.

Además, si el Estado, ó la Academia en su representación, se propusiese trabajar de veras en este sentido, convendría mucho tener de un modo permanente en Marruecos, Túnez, Constantinopla y Egipto, agentes entendidos que gestionasen la adquisición de libros importantes, y esto solo me parecería hacedero, combinando las cosas de modo que nuestros agentes diplomáticos ó intérpretes en dichos puntos se eligiesen entre jóvenes, que á los requisitos ordinarios añadiesen el haber estudiado de veras el Árabe clásico en nuestras Universidades, y que después aprendiesen el vulgar, lo que sería más cuestión de práctica que de estudio.

Se dirá que sería imposible publicar cien volúmenes en pocos años, cuando apenas se ha publicado nada entre nosotros; yo creo, sin embargo, que no sería difícil organizar las cosas de modo que en España pudieran publicarse cuantos tomos se quisiera, como se publican en castellano, y me consta que hay impresor que con tres meses de tiempo tendría organizado el servicio: en realidad, al emprender la publicación en grande escala, al pagar cada volumen impreso, no se haría más que adelantar

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las 7.000 pesetas que calculo habría de costar por todos conceptos, y si por de pronto no podrían prepararse más de dos ó tres tomos por año, no pasaría mucho sin que pudiera publicarse mayor número.

Se comprenderá que al hablar de publicar textos árabes en estas condiciones, me refiero á solo el texto; pues la traducción, aun de las pocas obras que en mi sentir pudieran traducirse, exige mucho más tiempo y organización especial.

La traducción de textos árabes casi solo puede hacerse de libros impresos previamente y que se hayan leído mucho, para fijarse en las palabras ó frases dudosas ó difíciles, y por eso exige el concurso de dos ó más individuos, uno que haga el trabajo primero y más pesado, ó sea una traducción previa, y uno ó más que revisen, no por fórmula, sino con verdadero interés y libertad, circunstancias no fáciles de reunir: por el examen detenido que en estos días he tenido necesidad de hacer, de algunas traducciones de una misma obra, me he convencido de que es casi imposible que uno solo haga una buena traducción; pues dada la índole y obscuridad que para nosotros presenta la lengua árabe en ciertas frases, con facilidad se ilusiona uno, y solo podría quizá evitar este escollo siguiendo el precepto de Horacio: nonumque prematur in annum, pues en este tiempo tendría ocasión de advertir lo que de primera intención no hubiera visto.

Publicados cien volúmenes de textos, se tendrían los materiales para escribir la historia de los árabes en España; pero como nadie con solas sus fuerzas había de acometer la ardua empresa de estudiarlos despacio y tomar las notas correspondientes, sería preciso facilitar el trabajo de todos, haciendo papeletas de varias clases, y así, á medida que fueran publicándose los textos, serían aprovechados con facilidad: calculo que el número de papeletas podría llegar á 200.000, que podrían hacerse por 10.000 pesetas, pagando á 5 el ciento, que no sería mal pagar en las condiciones que propongo.

Las series de papeletas que deberían hacerse, y que yo en pequeña escala he ido haciendo para mi uso y el de mis amigos, son las siguientes:

1.ª De individuos por nombres propios.



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2.ª De individuos por los sobrenombres, apodos, ó por los nombres más característicos de alguno de sus ascendientes.

3.ª De nombres geográficos.

4.ª De nombres bibliográficos por autores.

5.ª Bibliográficos por títulos.

Papeletas biográficas. De todo individuo de quien se haga mención en los autores, debería hacerse la papeleta correspondiente, con la indicación concreta del autor y página en que se le menciona: estas papeletas son muy fáciles de hacer, pues no hay más que copiar en papeletas sueltas los índices de las obras que los tienen; por desgracia no en todas se ha hecho, pero desde hace algunos años se va haciendo en la mayor parte de los libros que se publican en Europa: debería de todos modos comenzarse por los muchos libros de biografías, y aun sería muy bueno poner en la papeleta los datos más importantes contenidos en la biografía, como yo las tengo hechas de todo lo publicado en los seis tomos de la Bibliotheca Arabico-hispana, anotando en cada una, si consta, el año de nacimiento y muerte, población en que nace, cargos que desempeña y toda circunstancia muy especial.

Las papeletas tomadas de índices podrían hacerlas jóvenes de nuestras Universidades que hubiesen estudiado con fruto el curso de Lengua árabe: á mí me han hecho algunos miles, copiándolas de los índices que yo había hecho de Abén Adzari, el Karthás, el Ajbar machmua, Dozy, Loci de Abbadidis y otros, y pagándoles á 10' rs. ciento, se daban por muy satisfechos, y habría siempre quien las hiciera, pues en muchos casos cada papeleta no exige más que el copiar un cuarto de línea.

Papeletas por sobrenombres. Como entre los árabes, dado su sistema genealógico, es muy enojoso determinar la personalidad, diciendo, por ejemplo, Abu Bequer Mohámmed, hijo de Alwalid, hijo de Mohámmed, hijo de Jálaf, hijo de Çuleimán, hijo de Ayub, el Fihrí, el de Tortosa, el conocido por Abén Abí Randaka, muchas veces, en especial después de hacer nombrado ya á un individuo, se le nombra como en abreviatura; así, al individuo anterior se le llama Abu Bequer el Tortoxí ó Abén Abí Randaka, que vienen á ser como un apellido nuestro: otras veces se menciona á los individuos por un apodo, ó por el apodo de uno de sus ascendientes,

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llamándole palabra árabe el Rubio, ó Abén Alahmar palabra árabepalabra árabe el descendiente del rubio.

El hacer papeletas, ó mejor dicho, el ordenarlas atendiendo á esto, pues para hacerlas no hay más que copiar las ordinarias y subrayar el apodo, es de suma importancia, prescindiendo de que en muchos casos es de necesidad; así que ya los mismos autores árabes hicieron algo de esto: Aççoyuthí, en su Diccionario de los gramáticos (manuscrito núm. 5.040 de la Biblioteca de Túnez), al terminar su obra (fol. 271 ver.), pone un apéndice, que pudiéramos llamar de papeletas de referencia, por orden alfabético de alcurnias, sobrenombres honoríficos y apodos, y comenzando por la letra palabra árabe alif, dice palabra árabe «El Ubedzi (ó sea el de Úbeda) hay muchos; el más conocido entre los mencionados es»: verdad que este procedimiento no determina perfectamente al individuo, pues es preciso saber quiénes han sido conocidos por el de Úbeda, y después saber á cuál de ellos se refieren en un caso dado; pero ¿tiene menos inconvenientes nuestro procedimiento, no empleando de ordinario más que un apellido, y á lo sumo los dos, paterno y materno?

Aun á trueque de aparecer exageradamente insistente en esto, para hacer comprender de un modo práctico los grandes servicios que reportaría nuestra historia árabe de tener muchas papeletas por este procedimiento, me limitaré á copiar algunas de mi colección, solo iniciada.

La primera de las papeletas de este género, que me viene á la mano, está ordenada por el nombre palabra árabe llamándose los tres individuos que hasta ahora están en ella palabra árabe el descendiente de mi padre, viniendo á encontrarse juntos

texto árabe

su hijo

texto árabe

y su nieto

texto árabe



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En la papeleta palabra árabe Abén Alabbar (el descendiente del que vendía agujas), se han reunido tres individuos, que parece nada tienen de común mas que el descender de vendedores de agujas, que probablemente son todos diferentes; en la papeleta inmediata hay otro cuyos descendientes se agruparían con los anteriores, pues él se llamaba por apodo Alabbar (el vendedor de agujas), y por tanto sus descendientes serían cada uno de ellos palabra árabe Abén Alabbar.

Con el sobrenombre palabra árabe Abén Alabrax (el descendiente del pecoso ó que tiene manchas en la cara), se han reunido dos papeletas pertenecientes á un mismo individuo: en una de ellas queda disimulada su procedencia de renegado, por la omisión del nombre Fortun, que lleva el abuelo: por el lugar que las papeletas correspondientes ocupan por el sistema común de los nombres propios, no es posible sospechar sean ambas papeletas de un mismo individuo, pues resultan muy separadas, y al examinar la una no es fácil recordar la otra.

Este ejemplo puede servir para probar la necesidad de hacer papeletas dobles, triples y hasta cuádruples algunas veces; pues la papeleta del individuo mencionado, cuando se le llama Abu-Alkáçim Jálaf, hijo de Yuçuf, hijo de Fortun, el de Santaren, conocido por Abén Alabrax, debe colocarse también como Abén Fortun, y de este modo se encuentra con cuatro individuos, á quienes podría saludar como parientes próximos, por descendientes todos de algún Fortun, pero que creemos sean todos diferentes, pues no coinciden en otra cosa.

Con el nombre palabra árabe Abén Ahmadux, ó como deba vocalizarse, se reunen tres papeletas, dos referentes á un mismo individuo, de quien en una se omite la particularidad de que era también conocido por palabra árabe contra cuya lectura llama la atención la papeleta del otro individuo, que parece ser padre del anterior, y era conocido no por palabra árabe Abén Alkarkabi, sino por palabra árabe Abén Alkarabaki? (el descendiente del de Caravaca).

Indicaciones como estas, que pueden salvar muchos pequeños

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errores, se podrían citar muchísimas, sin más que recorrer las papeletas que tenemos hechas.

El Sr. Simonet, en su reciente publicación Glosario de voces ibéricas y latinas empleadas por los mozárabes, ha dado á conocer apodos de personajes moros que han pasado á ser apellidos castellanos: bastantes más aparecerían en tales papeletas, con la particularidad de que, al reunirse, podrían compararse con facilidad, y algunos que de primera impresión nos parecen apodos españoles, al encontrarse también en personajes orientales, dirigirían la crítica por rumbos más seguros.

Papeletas geográficas. Si tanta falta hace un Nomenclátor geográfico de la Edad Media para fijar bien la correspondencia de ciertos lugares poco mencionados por los documentos antiguos, no es menor la necesidad de anotar los datos geográficos árabes que constan en los diferentes autores; pues reunidas las citas de una población ó de un nombre, anotando al mismo tiempo los detalles determinantes que constan en el texto, como distancia á otro punto ó dirección desde uno dado á otro, se podría fijar con alguna certeza la correspondencia, para la cual, hasta hace poco, en general solo se ha atendido al sonido de la lectura que ha ocurrido, haciendo caer en equivocaciones lamentables al mismo diligente investigador Sr. Dozy: hechas muchas papeletas, ellas solas resolverían cuestiones que la más exquisita crítica hoy no puede resolver.

Papeletas bibliográficas por autores. En primer término, deberían hacerse papeletas, por autores, de todos los catálogos que se hubieran publicado, y después, de todas las obras que tengan índices de esta clase, refiriendo las obras de cada autor á la papeleta de este: hecho esto, los que en lo sucesivo tuvieran que clasificar nuevos códices árabes, tendrían mucho adelantado para sus trabajos; pues si constaba el nombre del autor, ya sería fácil averiguar las obras que hubiera escrito, ya que todas las conocidas, existentes ó no, habrían ido agrupándose en torno del autor.

Papeletas bibliográficas por títulos. Como muchas veces en los manuscritos ó impresos consta el título y no el autor, sería preciso hacer índices por títulos, reuniendo en una papeleta todos los títulos iguales, indicando los nombres de los autores siempre

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que constasen: quizá conviniera tomar como base el Diccionario de Hachí Jalifa, aunque nos parecería más útil comenzar por averiguar lo existente, reduciendo á papeletas los catálogos publicados, y con esto se tendría en un catálogo de un uso cómodo los de todas las bibliotecas públicas y privadas más importantes, pues casi todas han publicado el suyo.

No se crea que esto que proponemos es cosa nueva: en las bibliotecas bien organizadas, en las que se ha pensado en serio el preparar elementos de trabajo para estudios de este género, se tenían catálogos manuscritos de las bibliotecas que no los tenían impresos, y aun han debido de hacer algo ó mucho de lo que proponemos; pues solo así se comprende que al tratar de un libro cualquiera, puedan decir si existe ó no en otras; verdad es que, respecto á cada libro, se puede examinar catálogo por catálogo, para ver si se conocen otros ejemplares; pero apenas se concibe esto con relación á los catálogos que no tienen índice alfabético de autores y títulos.

Hechas las series de papeletas que quedan indicadas, su solo examen haría surgir la idea de muchas monografías, para cuyos trabajos no habría más que repasar las papeletas y evacuar las citas correspondientes: por muchos años que Dios me conceda de vida, no podría yo estudiar y organizar los datos que mis papeletas me ofrecen para otras tantas monografías, en que pudiera tratar de los cargos administrativos que tengo anotados en las papeletas de los individuos que los desempeñan, -de los historiadores árabes españoles, -manuscritos que se conservan de autores españoles, -autores árabes españoles por orden cronológico, -ídem por géneros, -ídem por regiones, -etnografía probable de árabes y bereberes, según los patronímicos que más generalmente llevan los individuos de una región, y otros muchos que á cada uno ocurrirían según sus aficiones y estudios; y adviértase que, teniendo yo apenas la décima parte de las papeletas que en estas series resultarían, á medida que creciese el número de datos, repitiéndose algunos, surgirían nuevas comparaciones y la idea de nuevos trabajos.

Podrá decírseme, y con razón, que propongo lo que no pueda hacerse sino aunando los esfuerzos de muchos, y que la Academia

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no puede pensar en proyectos tales, pues no cuenta ni con personal suficiente ni con recursos para tal empresa; yo creo, sin embargo, que podría hacerse mucho, y que no se necesitan grandes recursos para tener personal subalterno apto para trabajar en la preparación de los textos que debieran imprimirse y en la formación de papeletas: aun á trueque de parecer inmodesto, como prueba de que puede hacerse lo que propongo sin grandes recursos, recordaré que, si pido la publicación de cien volúmenes, yo llevo publicados seis, más de la vigésima parte; y si pido 200.000 papeletas, quizá tenga yo más de la décima parte, todo hecho con escasos recursos, aunque apoyado por la Academia y secundado generosamente por jóvenes con vocación á estos estudios, á quienes, si he recompensado su trabajo menos de lo que merecían, más de una vez han propuesto se rebajase lo asignado á cada trabajo: pagando algo más la Academia, pero siempre por trabajo hecho, no dudo de que encontraría entusiastas colaboradores de tan patriótica empresa; y si, con ocasión de lo que yo he podido hacer, se han aficionado á estos estudios tres ó cuatro jóvenes, que puede decirse tienen probada ya su vocación definitiva, aunque no para el público, con ocasión de lo que propongo se manifestarían y llegarían á consolidarse otras vocaciones.

Lo que he tenido el honor de proponer á la Academia exige para su ejecución un plazo que, si es algo largo para nosotros, como particulares, para la vida de la Corporación es realmente muy corto, y aun una buena parte de los que hoy nos sentamos en estos sillones vería el resultado: quiénes hubieran de ser estos, solo Dios lo sabe palabra árabe

Madrid 21 de Febrero de 1890.





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