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Antigüedades sorianas por D. Antonio Pérez Rioja

Eduardo Saavedra





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Excmo. Sr.: Terminada con la unificación de la monarquía la inquieta actividad municipal de nuestras antiguas ciudades en la Edad Media, casi todas buscaron refugio en el recuerdo de pasadas glorias para distraer la acompasada regularidad de su nueva vida: y fija la atención en los ideales propios de la época, no salieron del círculo de la historia romana, ya que de la posterior no apreciaron otra cosa que las relaciones de la leyenda sagrada, ó la tradición que de sus santos é imágenes conservaba cada localidad piadosamente. No valió á Soria para escapar á la regla común el significativo mote de sus armas, que por ser capital de comarca fronteriza, así de moros como de aragoneses, la llama cabeza de Extremadura, ni despertó la curiosidad de sus cronistas la multitud de hermosos edificios románicos que cubren su suelo, entre los cuales descuellan, al lado de la Colegiata de San Pedro, con la magnífica arquería de su claustro, los bien conservados ingresos á la Sala Capitular primitiva y tal cual resto de viejas pinturas, la iglesia medio arruinada y singularísima de San Juan de Duero, análoga algún tanto á la Magdalena de Zamora, y las parroquias de Santo Tomé, de San Juan y de San Nicolás, sin contar no pocos templos de Ágreda, Almazán, Garray, Huerta y otros muchos pueblos de la provincia.

Siguiendo tal criterio, los antiguos escritores sorianos no reputaban   —9→   como cosas memorables sino el fiero heroismo de Numancia ó el dulce y celestial heroismo de San Saturio. Si por acaso descendían á tratar de tiempos más cercanos, era para buscar origen y fundamento á los privilegios del estado noble, repartido en los Doce Linajes, sin pararse á apuntar hechos tan famosos como la convocatoria de las huestes de Alfonso VII en Almazán para combatir á su padre político, ó el campo que asentó en Caltojar Don Álvaro de Luna después de haber rechazado sin lidia á los reyes de Aragón y de Navarra confederados, ó el real de Don Juan II en Velamazán, donde prendió y aseguró en su propio alfaneque al Duque de Arjona. Complácense muchas veces en describir menudamente las tradicionales fiestas de San Juan, sin ver en ellas viva todavía la organización militar y política del estado llano de la villa y tierra; y si ponderan la pasada prosperidad de las cabañas de ganado merino, no advierten que ya las señaló en sus versos el festivo Arcipreste de Hita.

No cabe negar que Loperraez dió notable impulso al estudio de las antigüedades romanas y de la historia eclesiástica de una parte considerable de la provincia, y que varias de sus tradiciones se han vulgarizado embellecidas por la pluma de un poeta tan dado á todo lo que sabía á romántico como Gustavo Adolfo Becquer. Pero el cuadro completo de los recuerdos de pasadas edades que el suelo soriano encierra, aprovechando los numerosos datos que suministran, por una parte los campos y los monumentos y por otra los documentos y los libros, todo examinado y discutido conforme á las exigencias de la crítica moderna, estaba todavía por hacer, y es la tarea que ha emprendido Don Antonio Pérez Rioja, ya conocido en la república de las letras por su Romancero de Numancia y su Crónica de la provincia de Soria.

El libro cuya publicación emprende ahora se titula Antigüedades Sorianas, y de él nos ha remitido el Gobierno los ocho primeros pliegos para pedirnos parecer sobre su contenido, á causa de la solicitud de auxilio que su autor ha elevado al Ministerio de Fomento. En estos pliegos hay una descripción de los principales monumentos arquitectónicos de la provincia, noticia de los restos de antiguas ciudades, datos biográficos relativos á sus hijos célebres, y lo que es más importante, se da principio á la publicación   —10→   de documentos curiosos con la reimpresión del Fuero de Soria. Como no es dudoso que entre otros de notoria utilidad habrá de ver la luz en esta obra el padrón de la villa y aldeas formado en tiempo de Alfonso el Sabio, así como las escrituras de la aljama morisca de Ágreda, cuyos restos se conservan en la Biblioteca Nacional, el que suscribe tiene la honra de proponer á la Academia que informe favorablemente la petición del autor en vista del mérito, originalidad y utilidad de su libro.

La Academia, como siempre, resolverá lo más acertado.





Madrid 29 de Noviembre de 1883.



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