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¡Paz en la tierra! El águila romana |
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tras largos vuelos retornó a su nido |
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la rica presa a devorar ufana |
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de todo un mundo a su poder vencido. |
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¡Paz en los anchos mares! |
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Ya el marinero, cual debida ofrenda, |
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cuelga la húmeda vela al negro muro |
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del templo de sus dioses tutelares. |
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Ciñe la frente Octavio |
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de verde oliva, símbolo de paces, |
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y a una señal de su potente mano |
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dóblanse al suelo las sangrientas haces, |
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las puertas cierra de su templo Jano. |
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Del César con la púrpura ceñida, |
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diadema de cien reyes por corona, |
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al arrullo del Tíber adormida |
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Roma descansa, la imperial matrona. |
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Grecia sus dioses le donó, el Oriente |
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la púrpura y el oro, |
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Cartago el mar, la Iberia su valiente |
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pueblo sin paz, temor de las naciones, |
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Italia noches de placer serenas, |
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y sus manchados tigres y leones |
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Libia mandó del circo a las arenas. |
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¿Qué tiene en tanto la ciudad señora |
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que en el lecho de flores duerme inquieta? |
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¿Por qué, su origen recordando, llora |
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en dulces versos su inmortal poeta? |
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¿Por qué siente ese frío |
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dentro del corazón, y el pueblo todo |
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se estremece en el circo en miedos vagos? |
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¿Le trajo el viento del clarín del Godo |
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el son que anuncia mortandad y estragos? |
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Es que trocó su fe por loco orgullo; |
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es que manchó su túnica de lodo, |
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y el ¡ay! del moribundo fue su arrullo: |
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por eso siente el corazón beodo |
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débil latir y su energía brava, |
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que en el vacío del placer se abisma: |
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reina del mundo y de su orgullo esclava |
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negó el Olimpo y se adoró a si misma. |
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¿Dónde la Fe? Perdida la esperanza |
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que con místico lazo al cielo unía, |
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huérfano el hombre queda; |
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y el mundo a la ventura, |
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ya de la duda entre la niebla fría, |
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ya de la nada entre la noche oscura, |
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lejos del sol de las verdades rueda. |
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La Fe está allá: colinas aromosas |
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cubiertas de racimos, |
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rientes valles, noches misteriosas, |
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dulces frutos opimos; |
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sombra de las palmeras, |
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céfiros de las tardes calurosas |
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que dais suspiros vagos, |
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torrente aprisionado en las laderas |
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que te derramas en tranquilos lagos, |
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monte que guardas a tu pie la aldea, |
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ahí en vosotros, misterioso, es donde |
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el germen sacro de la Fe se esconde |
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que al mundo absorto mostrará Judea. |
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Vírgenes de Sión, que en la llanura |
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ceñidas de guirnaldas, |
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dais a los soplos de la tarde pura |
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el canto alegre y las flotantes faldas, |
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¿Por qué la voz que suena en la floresta |
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se cambia en un suspiro? |
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¿Por qué bajo las galas de la fiesta |
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la palidez de los insomnios miro? |
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¿Por qué en el templo por la noche vela |
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el sacerdote sobre el libro santo |
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y descifrarle anhela, |
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y estremecido, a par de su salterio, |
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modula en dulce, incomprensible canto, |
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palabras de esperanza y de misterio? |
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Es que se cumplen los sagrados días: |
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alzad, hombres, las frentes; |
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digan sus alegrías |
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los montes, las llanuras, las ciudades, |
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que llega el esperado de las gentes, |
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que llega el prometido en las edades. |
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En su inclinada frente pensadora |
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la luz de Moisés brilla: |
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es Jeremías cuando triste llora, |
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es Isaac en la piedad sencilla. |
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De Job la mansedumbre |
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y de Josué el valor en sí atesora; |
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le sigue en pos la inmensa muchedumbre |
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de un pueblo que le adora. |
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De las montañas sobre el ardua cumbre |
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brota esa voz de su inspirado labio, |
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que es en la noche de los tiempos lumbre, |
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miedo del fuerte y confusión del sabio. |
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Decid, ¿cuál es su misterioso nombre? |
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Nadie lo sabe, y claro se adivina |
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al ángel tras el hombre, |
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y en la cárcel de barro alma divina. |
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¡Mejor que el hombre le conoce el mundo! |
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ved cuál se extiende alfombra de sus plantas |
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el ancho mar profundo. |
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Mensajeros de Dios, los mansos vientos |
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van a decirle sus palabras santas |
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con flébiles acentos. |
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De invisibles cantores la armonía |
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le saluda a su paso, |
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y es la aureola de su frente el día |
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muriendo en el ocaso. |
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La creación ante sus pies rendida |
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no opone a su poder, poder más fuerte: |
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Él solo ha sido origen de su vida, |
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sólo Él será la causa de su muerte. |
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¿Queréis saber quién es? En lo futuro |
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clavad vuestra mirada. |
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¿Qué apercibís en ese fondo oscuro |
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do va a brotar un mundo de la nada? |
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Errantes por los ásperos senderos |
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hombres extraños miro, |
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y en la ciudad, del campo en los linderos |
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dan al viento un suspiro. |
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Muchedumbres inquietas |
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en torno suyo su palabra escuchan. |
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Oigo su voz, que es voz de los profetas, |
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y combaten y luchan. |
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Y el siervo ha rechazado el torpe yugo, |
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y el hombre igual al hombre se levanta, |
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y se convierte en víctima el verdugo |
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que más la vida que la muerte espanta. |
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Nada vale el furor de las legiones, |
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nada la hoguera que encendida humea, |
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nada el poder del solio, |
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nada del circo hambrientos los leones, |
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a detener la marcha de la idea |
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que sube al Capitolio. |
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[...] |
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Y hubo noche de sombra y de misterio; |
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se oyó estertor de un mundo que moría, |
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desolación y asombros; |
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y del romano imperio |
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viéronse sólo en el siguiente día |
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los sangrientos escombros. |
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[...] |
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Y luego voces de contento suenan, |
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y ante la cruz rendidos, |
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los siglos con los siglos se encadenan |
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lejos, allá en la eternidad perdidos. |
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¿Le conocisteis ya? Sobre la tierra |
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fija la firme planta; |
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con abrazo de amor al orbe cierra; |
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su frente hasta los astros se levanta. |
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Viene a llenar el insondable abismo |
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del corazón del hombre. |
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Sólo igual a sí mismo |
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no tiene patria ni conoce nombre. |
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Es la santa creencia, |
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es la oración del religioso labio; |
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en Él concluye el libro de la ciencia. |
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Él es el solo sabio. |
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La creación sus galas le prepara. |
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Nadie a su ley contrario |
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con torpe duda su piedad ofenda: |
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en su Templo de Paz la tierra es ara, |
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el corazón del hombre rica ofrenda, |
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el cielo el santuario. |
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[...] |
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¿Qué hizo el mortal? El día se oscurece, |
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del Gólgota en la cumbre solitaria so |
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de Dios el hijo con baldón perece: |
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no alcéis por Él la mística plegaría; |
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tras breve muerte romperá el sudario. |
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[...] |
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¡Ay del que brinda amor a los humanos! |
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El hombre, en cambio de su bien, ofrece |
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una Cruz y un Calvario. |
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¡Volad, volad por la extensión vacía, |
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astros de plata y oro, |
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cruzando el curso y enlazando el vuelo, |
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como en la arena de la Grecia un día |
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sobre el carro sonoro |
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ágil cretense en rápida porfía, |
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con rueda igual y devorando el suelo, |
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a par del jonio pertinaz corría! |
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¡Volad, volad con insaciable anhelo, |
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Sol que iluminas con triunfal decoro, |
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Luna que imperas en la niebla fría, |
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por la carrera olímpica del cielo! |
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¡Astros, volad, como dispersa hueste |
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de luminosos ángeles vencidos, |
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que blanca sueltan la ondulante veste! |
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¡Id, id, como impelidos |
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por el dedo de Dios, buscando en vano |
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linde a la inmensidad; y ora encendidos |
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sobre la triste noche |
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de luz verted las argentadas olas, |
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ora apagados, pálidos, sin rastro, |
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los desiertos sin fin cruzando a solas, |
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id por la sombra lúgubre perdidos! |
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Bien en tomo de un sol, inmóvil astro, |
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cual mariposas a la luz, ¡oh! mundos, |
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rodad de niebla o de claror teñidos; |
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bien, agitando vuestras ígneas colas, |
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cometas, id, cual rápidos bridones |
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de destrenzadas crines, |
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donde el Querub cabalga, a las naciones |
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despertando al vibrar de cien clarines |
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Todos, brillando en las azules cumbres |
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o en las etéreas sendas, |
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del campamento sed las rojas lumbres, |
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do armado siempre Dios, vela en las tiendas. |
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¡Ay, si una vez, entrecruzando el rumbo, |
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como en la ciega tempestad dos naves |
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que arroja el loco mar de tumbo a tumbo, |
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chocáis rompiendo el eje diamantino! |
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Iréis, náufragos astros, |
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cual buques sin timón y sin marino, |
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siempre al azar, abandonados, solos, |
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cortando el viento, como rotas quillas, |
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con los truncados polos, |
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por ese mar sin fondo y sin orillas, |
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al soplo eterno de los euros dando |
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rasgadas las marchitas aureolas, |
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cual rotas velas del bajel precito, |
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hasta que el casco arrastrarán jugando |
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del éter blando las volubles olas |
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en la playa a encallar del infinito. |
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Y será, sí, será: muda la tierra |
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trémula aguarda el anunciado instante |
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en que a la antigua guerra |
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tornen Luz y Tinieblas, como un día |
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en los senos del Caos inconstante. |
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Ved cómo el astro de la niebla fría |
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pálido avanza hacia el cenit. La noche |
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mueve a par suyo las nubladas alas |
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tachonadas de estrellas; |
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y van los Sueños en redor. Sus galas |
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ostenta el Sol, como encendido broche |
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del manto de su Dios, y las centellas |
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de enrojecida lumbre |
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lanza a la inmensidad, reinando solo |
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del horizonte en la desierta cumbre. |
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Silencio en torno y majestad: se inclina |
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Dios a escuchar la sin igual batalla; |
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el astro al astro lento se avecina, |
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y el hombre, polvo vil, pasmado calla, |
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átomo inútil de tan gran rüina. |
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¿Qué será?, ¿qué será? Cuando el Profeta |
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en la ancha plaza al pueblo le decía |
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siniestro el porvenir, la plebe inquieta, |
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prodigios viendo, estremecida ola. |
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Nublábanse los cielos, |
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y del destino al desgarrar los velos |
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el hombre audaz con temblorosa mano, |
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del sol sangriento en las marchitas lumbres |
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de un Dios lela el pavoroso arcano. |
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Hoy, cual las muchedumbres |
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antiguas, tiemblo yo. ¿Do estáis, en dónde |
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augur de Grecia o sacerdote hebreo? |
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¿Cuál es el que se esconde |
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hondo misterio en el que en vano leo |
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libro de sombra y luz? No la sibila |
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muerta, o el mudo oráculo responde; |
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que el idioma del cielo olvidó el mundo, |
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y por ciencia maldita |
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trocando el hombre la divina ciencia, |
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en el banquete de su orgullo inmundo |
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ya no descifra, por su Dios escrita, |
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Daniel, de los humanos la sentencia. |
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Como ojo moribundo, |
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¡cuál palidece el astro de topacio |
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bajo el caído párpado de niebla! |
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Mézclanse Noche y Día, y el espacio |
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consorcio infame puebla |
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de luz opaca y luminosa sombra, |
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viéndose al par en confusión extraña |
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la Aurora en el Oriente suspendida, |
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que el mar naciendo baña; |
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y, detenido el paso, |
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coronando rojiza la montaña |
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la lumbre del Ocaso. |
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Sobre la tempestad de opacas tintas |
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que finge el cielo, el Iris |
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de oro, grana y azul suelta las cintas, |
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y el mar muge o se duerme, y trina el ave |
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o al nido torna, en tanto que la brisa |
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de primavera suave |
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lucha de invierno con el cierzo frío, |
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y el cáliz cierra o ábrelo indecisa |
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la flor sedienta a un alba sin rocío. |
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El corazón del hombre |
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opreso goza en la alegría triste |
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de una pasión sin nombre; |
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absorto al cambio universal asiste, |
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y ve nuevos el mar, la tierra, el viento, |
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nueva la luz que el firmamento viste, |
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nuevo el mundo en redor, trocado todo; |
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que Dios la esfera bosquejó un momento |
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con nuevas formas modelando el lodo; |
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no le plugo después, sopló... y no existe. |
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¡Oh! ¡Tinieblas, tinieblas! Ved; se asombra |
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muda la tierra en la profunda noche |
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con que se envuelve la extensión vacía. |
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Pasa Dios, y su sombra |
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es la que enturbia luminoso el día: |
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sí; juntos Luna y Sol, ruedas del coche |
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son en que vuela y al que uncir le plugo |
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bajo del mismo yugo, |
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blanco y negro corcel, la Luz y el Caos. |
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Mirad; el Sol ha muerto: |
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de su disco encendido y refulgente |
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por el cielo desierto |
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inútil rueda la apagada escoria, |
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y aún el vago esplendor lleva en la frente |
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dios destronado, de su antigua gloria. |
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La aciaga profecía |
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del fin cercano y mísero del mundo |
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cumplida viendo, el águila de Patmos |
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las alas bate entre la niebla fría |
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volando a un nuevo porvenir profundo. |
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Satán, que la audaz saña |
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de los vencidos ángeles renueva, |
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es quien con hueste nebulosa empaña |
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el claro azul que a conquistar la lleva; |
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y, última acaso, la primera lucha |
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del Bien y el Mal, por decidirse, estalla, |
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y atento el hombre al fin de la batalla |
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la sombra mira y el silencio escucha. |
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¿Quién triunfará? La desdeñosa niebla |
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mancha la tierra, y desde el mar de Atlante, |
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que alza y deprime sin mugir las olas, |
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hasta el desierto que de tiendas puebla |
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la caravana errante, |
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do se alzan las pirámides a solas, |
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tiendas también que abandonó en la arena |
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una aurora, al partir, pueblo gigante, |
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doquier la voz de los espantos suena, |
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doquier se elevan tímidos los ojos. |
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¿Quién triunfará?... -¿No veis? Rota ya, rota |
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la niebla, salta en torbellinos rojos, |
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fuente de luz que de los astros brota. |
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¡Es Dios, es Dios! ¡Hosana! ¡hosana! ¡hosana! |
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Con la primera luz bajó a la tierra |
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tal del Edén en la primer mañana, |
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y tal, vibrando enojos, |
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el día aciago que los tiempos cierra, |
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vendrá otra vez sobre la raza humana. |
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Luz, nueva luz, eléctrica volando |
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baña la inmensidad, los mundos baña: |
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así brillaba cuando, |
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recién salida de la antigua sombra, |
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por el mar, por la selva y la montaña, |
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del ancho campo por la verde alfombra, |
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por las sonantes ondas del gran río |
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pasé, pasó jugando, |
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vida, y colores y matices dando |
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desde las tenues gotas del rocío |
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hasta a los orbes de su eterno coro. |
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Caída de los cielos |
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duda la Sombra en movimiento blando, |
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y huye vencida en desgarrados velos |
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ante las flechas de oro |
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que de arco tenso arrojan los querubes |
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Aún entre informes nubes |
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lucha Satán, cuando el Arcángel vuela |
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con ímpetu sonoro, |
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ciñendo diamantina su armadura: |
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el sol de fuego embraza por rodela, |
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el haz de rayos como lanza vibra, |
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y en su antro hundiendo a la Tiniebla impura, |
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de nuevo al Cielo amenazando libra. |
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¡Triunfó el Señor! ¡Enalteced su nombre! |
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Pero, tras de su gloria |
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que desborda el espacio rutilante, |
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himnos de orgullo tributad al hombre. |
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Él anunció el instante: |
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lo dijo y fue. Su voz en las edades |
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que raudas vuelan señaló el momento; |
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su temblorosa mano |
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marcó el lugar del ancho firmamento; |
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su ojo tranquilo descifró el arcano. |
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Él los secretos de su Dios espía, |
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y sabe, alzando el rostro al horizonte, |
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qué mundos pueblan la extensión umbría, |
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y conoce sus sendas; |
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que desde el fausto día |
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en que el carro del sol lanzó a Faetonte, |
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empuñó audaz sus luminosas riendas. |
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No intenta ya, como en su origen quiso, |
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alzarse, igual a Dios, frágil arcilla: |
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hoy la fe redentora en su alma brilla, |
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hoy vuelve al Paraíso. |
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Como en los bosques del Edén, entabla |
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coloquios con el Cielo su alma inquieta; |
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y los secretos de la ciencia le habla |
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con la voz del poeta. |
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Rescatando ya Adán, todo lo sabe: |
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Dios le llevó consigo, |
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y el gran misterio de los mundos, grave, |
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amigo fiel, lo reveló a su amigo. |
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Con las sedas de Persia mal velados |
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el seno impuro y la marmórea espalda, |
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y al par mustios y ajados |
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el color de la tez y la guirnalda, |
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que en el festín ciñó, de húmeda yedra, |
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la matrona del Lacio, |
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las rosas ve con que el umbral de piedra |
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cubre de su palacio |
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cada noche el amor, de su honra insulto; |
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mézclase al coro de los himnos griegos, |
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que a Isis consagra el vergonzoso culto, |
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y murmurando sáficos de Horacio, |
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del circo acude a los sangrientos juegos |
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o ama del foro el popular tumulto. |
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La esposa del germano |
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desde el Danubio al Elba |
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su prole lleva en el sangriento carro |
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de las batallas, por la inmensa selva; |
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ella el muro de barro |
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alza, que el campo de su pueblo guarde; |
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ella entona las místicas endechas |
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cuando, al morir la tarde, |
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la hueste el bosque consagrado cruza; |
|
ella el haz de las flechas |
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sobre las aras del Irminsul aguza |
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o en ponzoñosas yerbas lo envenena; |
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para aplacar del cielo los enojos, |
|
ella coge la pálida verbena |
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que en tosco altar tributa, |
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y en la noche los míseros despojos |
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de la cruel victoria ella disputa |
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al voraz buitre o a la inmunda hiena. |
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Con los rebaños del botín vendida |
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y abandonada en el harén sombrío, |
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la hija del Asia vierte en el vacío |
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las lentas horas de su inútil vida. |
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Nació sin patria en las movibles tiendas, |
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creció sin padres, sucumbió sin duelo; |
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la religión desdeña sus ofrendas |
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y el casto amor nególe su consuelo. |
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Así al azar del viento su semilla |
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dando la flor del loto, |
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abre del Ganges en la verde orilla |
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las trémulas corolas, |
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hasta que el tallo roto |
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llevan al mar remoto |
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del turbio río las dormidas olas. |
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Tal la mujer, cuando la luz augusta |
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del cristianismo en el Oriente asoma: |
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fiera en los bosques de Germania adusta, |
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esclava en Asia y meretriz en Roma. |
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No así la que sestea |
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sus rebaños de cabras en las grutas |
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de las pardas montañas de Judea; |
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la que adorna su sien con las guirnaldas |
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de las campestres flores, y las frutas |
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maduras lleva en las cogidas faldas; |
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la que en el pozo bíblico, a la sombra |
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de las verdes palmeras, |
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llena el ánfora frágil, y al que nombra |
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tierna en el corazón buscan sus ojos; |
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la que gula el tropel de espigaderas |
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por los largos rastrojos; |
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la que lava los pies del peregrino, |
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y al huésped de una noche |
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da la miel blanca y el dorado vino; |
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la que esparce en el templo los aromas, |
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y sobre el ara santa |
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deja en ofrenda trémulas palomas, |
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o el himno dulce de Isaías canta; |
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la que al pie de las lomas, |
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bajo de los granados, |
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baila al compás del címbalo sonoro, |
|
y con ajorcas de oro |
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alza a la sien los brazos encorvados; |
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la que teje las redes |
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del pescador del mar de Galilea; |
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la que en la pobre aldea |
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hila el vellón del cándido cordero; |
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la que trepa a las cumbres |
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de Bairad por el áspero sendero |
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y ve, del sol a las murientes lumbres, |
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cómo cierran su patria bendecida |
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sin rumor y sin olas el mar Muerto, |
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del Líbano feraz la frente erguida |
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y el arenal confuso del desierto. |
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Tal fue la prometida |
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en los antiguos cánticos. Con ella |
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soñó en el cautiverio |
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del pueblo fiel la cándida doncella, |
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y en las sagradas noches de misterio |
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creyó el Profeta adivinar su nombre |
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en las lánguidas notas del salterio. |
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Tal fue la hija del hombre, |
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hoy desposada de Jehová. Tal era |
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la que en los días de la edad primera |
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el cielo escoger quiso, |
|
porque al nieto de Adán de nuevo abriera |
|
las puertas del perdido Paraíso. |
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Tal fue la última rama |
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del tronco de Judá. Su débil mano, |
|
de los siglos de hierro y de venganza |
|
el cielo infame para siempre cierra, |
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y acaba en el arcano |
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de renovada y mística alianza |
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el divorcio del cielo y de la tierra. |
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Rosa del campo y lirio de los valles; |
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humo de incienso y mirra; |
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fuente que brota en las umbrosas calles |
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de los manzanos verdes; |
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bella, cual de Cedar las blancas tiendas; |
|
corza, cuando en las sendas |
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del monte Hermión o de Samir te pierdes: |
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tu pecho es cual racimo |
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de los viñedos de Engadí; tu cuello, |
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como la ebúrnea torre, |
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do clava el sol el último destello; |
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tu boca es fruto opimo, |
|
tu voz es miel que corre |
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de panal comprimido, y tu cabello |
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de las palmas de Elath tierno retoño. |
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Son rojas tus mejillas, |
|
cual las dulces granadas del otoño; |
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son tus ojos cintillos de esmeraldas; |
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tu frente virginal cisne en el baño, |
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y son tus blancos hombros cual rebaño |
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que del monte Galaad pace en las faldas. |
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Tal, simbólica imita, |
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en los huertos de nardo y de azahares, |
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a María, la hermosa Sulamita, |
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la esposa del Cantar de los Cantares. |
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Vedla sobre las cumbres |
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de Oriente alzarse espléndida y serena, |
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ceñida de albas lumbres, |
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en sus manos la mística azucena, |
|
coronada la frente de astros de oro, |
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la luna al pie, y el coro |
|
de los almos querubes |
|
con las abiertas alas |
|
llevándola en el trono de las nubes. |
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Tal avanza. A su paso |
|
huyen del bosque las errantes ninfas, |
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muere en el mar la voz de las sirenas, |
|
desparece en las linfas |
|
del claro arroyo la voluble ondina, |
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Juno depone el cetro, |
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la musa olvida el cadencioso metro |
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de los festines lúbricos, su danza |
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torpe suspende la bacante impura |
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junto al altar de Venus Citerea, |
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y otra aurora de amor y de esperanza |
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logra encender, tras de la noche oscura |
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del mundo, al fin, la Virgen de Judea. |
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|
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¡Aurora del amor! ¡La humana historia |
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no registró en sus páginas severas |
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suceso igual, de tan inmensa gloria! |
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Hoy huellan nuestras plantas |
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polvo de veinte siglos, que han rendido |
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culto ferviente a sus virtudes santas, |
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Que ella endulzó del mártir la agonía. |
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a ella invocaba el demacrado asceta |
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en la gruta sombría; |
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a ella la virgen púdica decía |
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los secretos recónditos del alma; |
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a ella en la mar inquieta |
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pidió el marino la propicia calma; |
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a ella acudió la madre dolorida; |
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ella inspiró los versos del poeta; |
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ella sobre las cumbres |
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abrió al cansado caminante asilo; |
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ella aplacó las locas muchedumbres; |
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ella reinó sobre el hogar tranquilo. |
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Su imagen fue de las sagradas guerras |
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señera no vencida, |
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guarda de nuestras tierras, |
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gloria a las glorias de la patria unida. |
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Del castillo feudal a la cabaña, |
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del palacio al tugurio, |
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del numeroso pueblo a la montaña |
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fue su bendito nombre |
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símbolo fausto y bienhechor augurio, |
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fe y esperanza y caridad del hombre. |
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Por eso en sus altares |
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depuso el héroe triunfador su acero, |
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el poeta el laurel de sus cantares, |
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la madre su dolor, la virgen flores, |
|
el pastor la escogida entre sus greyes, |
|
el piloto el timón que abrió los mares, |
|
la infancia sus amores |
|
y la ambición los cetros de los reyes. |
|
[...] |
|
|
|
Cuando en la puerta gótica del templo |
|
las estatuas severas y tranquilas |
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de los antiguos mártires contemplo |
|
abrirse en dobles filas; |
|
por las arcadas de la ojiva alzarse |
|
la legión de los ángeles, y dentro, |
|
sobre el dintel oscuro, |
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a la madre de un Dios, triste, en el centro |
|
Yo, pecador impuro, |
|
que salen a mi encuentro |
|
las perdidas virtudes me figuro; |
|
y humilde entre las gentes |
|
por la ancha nave de la iglesia entro; |
|
la mofa impía arrostro |
|
de la mentida ciencia; donde brilla |
|
tu imagen dulce, ¡oh virgen sin mancilla!, |
|
reverente me postro |
|
con tierno afán, con filial cariño, |
|
y repitiendo mi oración de niño |
|
siento inundarse en lágrimas mi rostro. |
|
Fingid que el deshonor turbia y desdora |
|
la venerada frente |
|
de la que el ser os dio; que al torpe insulto |
|
alzar no osáis la mano vengadora, |
|
flaca y cobarde ante el oprobio oculto; |
|
y cuando estéril os devore la ira |
|
y la vergüenza el anima os taladre, |
|
sabréis qué musa mí canción inspira |
|
a España, que es mi mancillada madre. |
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|
|
¡Musa es también la indignación!... ¡Oh gloria! |
|
Cuando en cercanos juveniles días |
|
yo, de la patria historia |
|
las páginas brillantes o sombrías |
|
trémulo recorrí, de España el genio, |
|
atónito, a mis ojos |
|
se alzó y aún guardo su febril memoria. |
|
|
|
Él, numen sacro de la Patria, él era |
|
quien enfrenaba el paso |
|
del río en la pradera, |
|
lamentando el cantar de Garcilaso, |
|
o en la guerrera trompa |
|
vibraba el himno triunfador de Herrera; |
|
él, quien el áureo brillo |
|
y de los cielos la innarrable pompa |
|
trasladó sobre el lienzo de Murillo, |
|
y dando a Cano su fecundo soplo, |
|
como del barro Dios, del mármol rudo |
|
héroes formaban al golpe del escoplo. |
|
Por su pálida frente la indecisa |
|
sombra de los gigantes |
|
sueños de Calderón cruzaba adusta, |
|
y vagaba en sus labios la sonrisa |
|
inmortal de Cervantes. |
|
Para surcar la augusta |
|
soledad de los mares no sabidos, |
|
Colón guiaba sus audaces quillas; |
|
para domar vencidos |
|
en pavorosas lides |
|
los pueblos todos, con horrendo estrago, |
|
broquel y espada diéronle los Cides |
|
y su corcel Santiago. |
|
|
|
Y en cuanto el mar abarca, |
|
y en Cuanto el sol corona, |
|
las razas le aclamaron por monarca |
|
del mar de hielo a la abrasada zona. |
|
Que él sojuzgó la América en Otumba, |
|
hundió al Asia en Lepanto, |
|
abrió en Las Navas de África la tumba, |
|
y fue en Pavía de la Europa espanto. |
|
Escritas fueron en su altivo idioma |
|
de dos mundos las leyes. |
|
Él dio a los pueblos reyes |
|
y Césares a Roma. |
|
Para guardar sus valles |
|
fió a Guzmán las puertas de Tarifa, |
|
y dio al vasco el peñón de Roncesvalles. |
|
Y antorchas de su gloria, |
|
sobre el pasado oscuro |
|
de veinte siglos, colocó a distancia, |
|
para alumbrar su historia, |
|
de Zaragoza el incendiado muro |
|
y las eternas llamas de Numancia. |
|
|
|
Dios coronó de mieses sus llanuras, |
|
de bosques sus montañas; |
|
dio a sus valles rumores y espesuras; |
|
guardó de los metales el tesoro |
|
del monte en las graníticas entrañas, |
|
y sobre lechos de oro |
|
adormeció las ondas de sus ríos. |
|
Dios ciñó con guirnaldas |
|
de entrelazadas vides sus colinas, |
|
derramando en las faldas |
|
la plata de las fuentes cristalinas. |
|
Tachonó de topacios |
|
la sombra de sus noches estrelladas, |
|
llenando los espacios |
|
de eterno azul con brisas perfumadas; |
|
y ceñida de luz y resplandores, |
|
coronada de rosas y azahares, |
|
cual la diosa gentil de los amores, |
|
surgió España del beso de dos mares. |
|
|
|
¡Hoy!... La vergüenza muda |
|
puesto en los labios el discreto dedo, |
|
silencio exige a mi palabra ruda. |
|
¡Hoy! Cuando el llanto anubla mis pupilas, |
|
yo, con afán incierto, |
|
me pregunto, en mis horas intranquilas, |
|
si en tu recinto, España, |
|
la fe, el honor y la virtud han muerto. |
|
|
|
No es tu raza esa impura |
|
turba que arrastra por sangrientas charcas, |
|
Patria infeliz, tu regla vestidura, |
|
ciñendo, en vez de tu severa toga, |
|
el manchado disfraz de la locura. |
|
No se engendró en tu seno |
|
quien, si en el mar, do boga, |
|
de la codicia y la ambición, se anega, |
|
a las turbadas olas |
|
la honra, cual carga peligrosa, entrega. |
|
No nació de matronas españolas |
|
esa prole pigmea |
|
que en torno a la tribuna del sofista |
|
ebria le aplaude o gárrula vocea. |
|
Ni se forjó tu espada de conquista |
|
para las flacas manos |
|
que hoy blanden el puñal, que rojo humea, |
|
tinto en la sangre ¡oh Dios! de los hermanos. |
|
Repudia, oh Patria, la villana escoria |
|
que el claro brillo de tu estirpe amengua, |
|
que ella rompió tu pacto con la gloria; |
|
no sabe de tu honor, ni habla tu lengua. |
|
|
|
Pastor que guías las nevadas greyes |
|
de la ardua sierra a los tendidos llanos; |
|
tosco labriego que con tardos bueyes |
|
rompes los anchos campos castellanos; |
|
tú, que pueblas con vides las laderas; |
|
tú, a quien sus frutos de oro |
|
dan el naranjo umbroso y las palmeras; |
|
tú, que audaz buscas en remotas zonas |
|
el ganado tesoro, |
|
fiando al mar las combatidas lonas; |
|
virgen que con el lloro |
|
riegas hoy tus marchitas alegrías; |
|
viejo soldado que en la pobre aldea |
|
cuentas al nieto, en el hogar oscuro, |
|
las victorias sin mancha de otros días; |
|
madre infeliz, que sobre el pardo muro |
|
de la iglesia desierta, |
|
doliente apoyas las mejillas frías: |
|
todos cercadme, y cual sagrado coro |
|
clamad: -«¡Oh Patria, a quien lloramos muerta! |
|
Patria, caída en afrentosas luchas; |
|
Patria, si nos escuchas, |
|
álzate erguida en pie: ¡Patria, despierta!» |
|
No siempre, ajena a tu pasión ilusa |
|
pero no a tu dolor, oh Patria mía, |
|
verás muda, y sombría, |
|
y esquiva y fiera a mi ignorada musa. |
|
No siempre en noble ira |
|
su balbuciente labio |
|
responderá a la voz de la mentira |
|
con el silencio o con el duro agravio. |
|
Hoy, depuesto su enojo, a la confusa |
|
turba gozosa uniéndose, su canto |
|
mezcla del pueblo al jubiloso grito, |
|
y aún en su rostro pálido y marchito |
|
brillan las risas a través del llanto. |
|
|
|
¡No, no es el himno triunfador! No temas, |
|
Patria, que en las supremas |
|
horas de tu aflicción, cuando el tributo |
|
de las lágrimas tristes |
|
baña tu faz, y cuando el negro luto |
|
por tantos hijos que murieron vistes, |
|
no temas que implacable |
|
ella con dulce estrofa, |
|
como en villana mofa, |
|
de honor, de gloria y de laureles te hable. |
|
Cuando en un pueblo estalla |
|
la lucha fratricida, |
|
no va sobre sus campos de batalla |
|
la audaz Victoria del Honor seguida: |
|
va el Pecado no más, va la proterva |
|
desolación, y un eco sobrehumano |
|
clama en los aires con palabra acerba: |
|
«Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?» |
|
|
|
¿Quién, pues, que noble sea |
|
de triunfos hablará? La ardua pelea |
|
fue un amargo deber, y hoy que cumplido |
|
fue por ti, oh Patria, del combate infame |
|
los trances dad al perdurable olvido. |
|
¡Que ningún pecho inflame |
|
ominoso el rencor! Los vencedores |
|
pendones enlutad, y esos aceros, |
|
de un crimen vengadores, |
|
inclinando hacia tierra, los primeros |
|
sed que lloréis sobre la tumba fría |
|
de los que unió la muerte |
|
en sacra paz tras de contienda impía. |
|
Que oculte avergonzado el varón fuerte |
|
sus heridas sin gloria, |
|
y que, de Dios malditas, |
|
rasgar podamos de la patria historia |
|
las hojas, ¡ay!, con nuestro oprobio escritas. |
|
|
|
Que harto para memoria |
|
de nuestra infausta suerte |
|
durarán las rüinas |
|
todo un siglo quizá. Los rotos muros |
|
de la ciudad entrada; los oscuros |
|
restos del templo profanado; el yermo |
|
campo talado; al pie de las colinas |
|
los solitarios pueblos; sobre el monte |
|
la soberbia trinchera; |
|
al fin del horizonte |
|
del bosque antiguo la gigante hoguera; |
|
el puente roto sobre el ancho río, |
|
y en el hogar sombrío |
|
la orfandad, la miseria, el duelo, el llanto, |
|
y acaso horrible el deshonor, bastante |
|
causa han de ser para que a cada instante |
|
trémulo surja el renovado espanto. |
|
¡Ah!... ¡Felices si el santo |
|
temor de igual desolación nos veda |
|
de la discordia el castigado crimen! |
|
¡Felices si redimen |
|
nuestros dolores, de la Patria amada |
|
la miserable suerte, y si en el tierno |
|
corazón de sus hijos |
|
todas las madres de la Iberia imprimen |
|
la ley cristiana del cariño eterno! |
|
|
|
¡Amor y paz!... Que la dorada espiga |
|
los surcos que el cañón abrió en la tierra |
|
fértil encubra, y que la sombra amiga |
|
del árbol torne a coronar la sierra. |
|
Que, sin temor del daño, |
|
baje a abrevarse al apacible río |
|
el balador rebaño. |
|
Que en la festiva danza |
|
de la plaza del pueblo las doncellas |
|
rían y hablen de amor y de esperanza. |
|
Que cruce por la selva, |
|
donde el silencio duerme, |
|
cuando al hogar abandonado vuelva, |
|
solo, el soldado de la Patria inerme. |
|
Que al pie de la alta cruz de los caminos |
|
reposen los cansados peregrinos. |
|
Que el recelo no trunque |
|
del padre anciano el sosegado sueño. |
|
Que retumbe el martillo sobre el yunque. |
|
Que el hacha pula el derribado leño. |
|
Que en nuestros valles caiga |
|
la bienhechora lluvia, |
|
como don de los cielos, y nos traiga |
|
racimos negros y la espiga rubia, |
|
para que el pan y el vino en nuestras manos |
|
símbolo fiel de la obtenida calma, |
|
nos partamos alegres los hermanos |
|
como una santa comunión del alma. |
|
|
|
¡Amor y paz!... Que el corazón exhausto |
|
de ternura y de lágrimas, al templo |
|
lleve el sufrido mal, como holocausto, |
|
y allí gima y medite, y que el ejemplo |
|
de tanto día infausto |
|
le hable con grande voz. Las ansias vanas |
|
de la ambición soberbia, el torpe arrullo |
|
de la lisonja vil, las inhumanas |
|
cábalas del orgullo, |
|
de la mentida ciencia |
|
la audaz palabra, el usurpado rango, |
|
la quebrantada ley de la conciencia, |
|
del goce impuro el cenagoso fango, |
|
la inicua complacencia |
|
con el delito y la honradez cobarde |
|
que en el hogar sin combatir se encierra, |
|
los monstruos son de la oprobiosa guerra |
|
que inextinguible en nuestros pueblos arde. |
|
Patria, siempre vencida |
|
en esa lucha infame, álzate erguida, |
|
y en la honra, en Dios y en tu preclara historia |
|
puestos los ojos fijos, |
|
busca el laurel de tu mejor victoria |
|
dentro del alma de tus propios hijos. |
|
¡Triste ley de la Tierra! Eternamente |
|
todo el humano fruto |
|
nacerá con dolor: nacerá todo |
|
pagando al mal su mísero tributo; |
|
y la semilla entre el infecto lodo |
|
tenderá sus raíces, |
|
tal como la razón sus claras lumbres |
|
tenderá entre las sombras infelices |
|
que ciegan a las ebrias muchedumbres. |
|
|
|
¡Tú también, Libertad? De tu alto rango |
|
la agregia vestidura |
|
rota en jirones, por la charca impura |
|
llevar, de sangre y fango, |
|
yo te miré, y aún dura |
|
en mí el trémulo horror. La hija del cielo, |
|
trocada en vil ramera, |
|
pasó rasgando el pudoroso velo, |
|
dando al viento la suelta cabellera, |
|
y en insensata furia |
|
mostrando a los hermanos |
|
en sus labios la injuria |
|
y el cruel puñal en las sangrientas manos. |
|
|
|
Yo me aparté y lloré como quien llora |
|
la inesperada muerte |
|
de lo que más amó. Cuando en la aurora |
|
de mi edad juvenil mi ánimo fuerte |
|
soñaba en la esperanza, el noble grito |
|
que brotó de mis labios |
|
fue tu nombre bendito, |
|
oh amada Libertad, y en tus agravios |
|
o en tu próspera suerte |
|
cifré mi dicha o mi dolor. Yo ansiaba |
|
de toda patria esclava |
|
romper el torpe yugo, |
|
verter mi sangre y que a mi dulce metro |
|
depusieran los pueblos su ira brava, |
|
su hacha cruenta el pálido verdugo |
|
y el ruín tirano el usurpado cetro. |
|
|
|
Pero al cielo le plugo |
|
trocar mi sueño en la verdad siniestra |
|
de los humanos crímines, y ahora |
|
siento flaca mi diestra |
|
para el acero o el clarín. Batalle |
|
quien arda, oh gloria, en tu vibrante rayo, |
|
y quien sufra, cual yo, torpe desmayo, |
|
que en duelos gima o que apartado calle. |
|
|
|
Yo sé que en esa eterna |
|
ley misteriosa, que los mundos gula |
|
y que del hombre el porvenir gobierna, |
|
por la ruta sombría |
|
de un arcano insondable |
|
marcha la humanidad. Sé que navega |
|
sobre una mar instable |
|
la barca de la vida, y que está el puerto |
|
siempre a distancia igual. Pero entre el tumbo |
|
del oleaje incierto, |
|
la Libertad es brújula, que el rumbo |
|
marca a la nave por el mar desierto; |
|
y cuando su voz manda |
|
que un pueblo se alce y la jornada siga, |
|
la tribu que durmió en larga fatiga |
|
sus tiendas pliega, y se levanta, y anda. |
|
|
|
¿Dónde va?... ¿Quién lo sabe?... |
|
¡Va, de la opresión grave |
|
de los imperios persas, al riente |
|
suelo de Grecia, y con Platón medita, |
|
o con la voz ardiente |
|
de Demóstenes grita |
|
su odio implacable y vengador! Va oculta |
|
por tus selvas, Germania, o con el oro |
|
y púrpura vestida, |
|
clama de Roma en el inmenso foro, |
|
y cae al pie de su tribuna herida. |
|
Va detrás de Jesús a la montaña; |
|
va en la santa compaña |
|
del demacrado asceta; |
|
va donde tú peligres, |
|
ley del amor. Su fe no la conturba |
|
ni en la plaza el rugido de la turba, |
|
ni en el circo el rugido de los tigres. |
|
Resignada y risueña, |
|
va hacia el lejano porvenir que sueña, |
|
y el miedo nunca inmuta |
|
el ánimo sereno |
|
con que, invencible y fuerte, |
|
de Sócrates bebió la agria cicuta, |
|
el puñal de Catón se hundió en el seno |
|
y halló en la cruz del Gólgota la muerte. |
|
|
|
¡Sagrada Libertad!... No eras tú aquella |
|
vi] meretriz que entre la inculta plebe |
|
pasó dejando ensangrentada huella. |
|
Tú eres, sí, la que mueve |
|
la legión de las almas soñadoras |
|
tras de un ansiado bien, que en lontananza |
|
con los reflejos doras |
|
del nunca muerto sol de la esperanza. |
|
Sin ti, es el arte la venal mentira |
|
de la cobarde adulación, y el canto |
|
de la acordada lira |
|
fugaz murmullo o comprimido llanto. |
|
Sin ti, la ciencia muda |
|
su antorcha extingue entre la niebla densa |
|
que al alma envuelve en insondable duda. |
|
Sin ti, sagrada Libertad, la inmensa |
|
labor, la pena ruda, |
|
la santa empresa del trabajo humano, |
|
es tan sólo el villano |
|
triste deber de esclavitud sañuda. |
|
Sin ti no hay patrio amor ni ansia de gloria; |
|
es, sin ti, la irrisoria |
|
justicia, cortesana del tirano; |
|
el culto a Dios menguada hipocresía; |
|
y en las páginas fieles de la Historia, |
|
con inflexible dedo, |
|
no escribe la Verdad solemne y fría, |
|
sino, temblando calumnioso, el Miedo. |
|
|
|
¡Cuándo será que impere |
|
tu influjo bienhechor, Libertad santa, |
|
de donde nace el sol a donde muere! |
|
Que aún, bajo el yugo de oprobiosas leyes, |
|
cubren la tierra las humanas razas, |
|
como un tropel de embrutecidas greyes. |
|
Y en las estepas de Asia, en las llanuras |
|
que el sacro Ganges baña |
|
con sus ondas impuras; |
|
al pie de la montaña |
|
del Atlas colosal; en las oscuras |
|
selvas de África ignotas; |
|
en las playas remotas |
|
que el Polo envuelve con perpetuas brumas; |
|
en las islas risueñas |
|
que el Pacífico mar borda de espumas; |
|
en las no holladas breñas |
|
que alzan los Andes, próximas al cielo, |
|
y hasta en tu propio suelo, |
|
Europa, entre esos pueblos sin fortuna |
|
que degrada y oprime, |
|
vergüenza nuestra, la menguante Luna, |
|
por todas partes gime |
|
siglos y siglos, de la estirpe humana |
|
la prole envilecida, |
|
que hoy triunfadora y víctima mañana, |
|
va en loca muchedumbre |
|
escarnio a hacer de la nación caída, |
|
u oprobio a ser de innoble servidumbre. |
|
|
|
La ley de Dios se cumplirá, y su lumbre |
|
desparcerá la niebla |
|
del hondo valle a la empinada cumbre. |
|
¿Veis todo cuanto puebla |
|
la inmensidad del Universo? Todo, |
|
desde el sol hasta el lodo, |
|
fue a inquebrantable esclavitud sujeto, |
|
menos el alma del mortal. Batalla |
|
en vano el mar inquieto |
|
para romper la valla |
|
que lo enfrena impotente. Baja el río |
|
siempre desde el umbrío |
|
monte hacia el llano por el cauce eterno. |
|
La semilla germina |
|
siempre de un modo igual. Seca el invierno |
|
los marchitados árboles, y el fruto |
|
torna con el retoño |
|
a pagar el tributo |
|
que el hombre espera del fecundo otoño. |
|
La fiera de la selva, el pez que anida |
|
en los antros del mar, todos sin rastro |
|
pasan cumpliendo su inmutable vida; |
|
y hasta el enorme astroso |
|
que rueda en los espacios sin medida, |
|
y hasta la inmensa máquina del mundo, |
|
todo, al moverse, ignora |
|
el misterio profundo |
|
de la ley creadora |
|
que el curso eterno y renaciente adora. |
|
|
|
Sólo en el alma humana |
|
hizo el Señor que vibre, |
|
destello de su lumbre soberana, |
|
la inteligencia libre, |
|
la libre voluntad; y el que fabrica |
|
el yugo o lo soporta, ese, el misterio |
|
sagrado infringe, y temerario abdica |
|
del orbe todo el concedido imperio. |
|
Seis años ya que el alma de mi alma |
|
en la triste postrera despedida |
|
me dijo su adiós tierno. |
|
¿Por qué, infiel corazón, lates en calma? |
|
¿Por qué, cuando es eterna la partida, |
|
no es el dolor eterno? |
|
|
II |
|
Y eterno es mi dolor, que aún el agudo |
|
dardo yo siento en la cerrada llaga |
|
cuando una voz la nombra. |
|
No está muerto mi duelo, aunque está mudo. |
|
Secos al llanto, por mis ojos vaga |
|
siempre una triste sombra. |
|
|
III |
|
Cuando el invierno pálido se aleja |
|
y primavera con las frescas galas |
|
orna el árido suelo, |
|
cual mariposa que la cárcel deja, |
|
su alma entreabrió las transparentes alas |
|
para volar al cielo. |
|
|
IV |
|
De entonces que al tornar las tibias brisas, |
|
cuando en Oriente el sol rojo fulgura, |
|
mi corazón opreso |
|
ve en las luces del alba sus sonrisas, |
|
y el soplo del abril se me figura |
|
su codiciado beso. |
|
|
V |
|
Y al pensar en su blonda cabellera |
|
y en la luz de sus ojos de esmeralda, |
|
me finjo en mi congoja |
|
que es su imagen la verde primavera, |
|
cuando de mustias rosas la guirnalda |
|
tristemente deshoja. |
|
|
VI |
|
Que ella murió en la edad de la hermosura, |
|
en la edad de los cándidos hechizos; |
|
y cuando piense en ella |
|
veré siempre su blanca vestidura, |
|
su tersa frente y sus dorados rizos: |
|
la veré siempre bella. |
|
|
VII |
|
Morando en los espacios de la gloria |
|
tú aún vives con nosotros, pobre Adela; |
|
tú para mí no has muerto. |
|
Yo en mis duelos invoco tu memoria, |
|
cual protector espíritu, que vela |
|
sobre mi hogar desierto. |
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VIII |
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Y, al vencer los escollos de la vida, |
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yo comprendo ahora bien cuánto se encierra |
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inefable consuelo, |
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en el místico lazo, en que va unida |
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parte de una familia por la tierra |
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y parte por el cielo. |
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IX |
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Como en el bosque solitario el ave, |
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cual flor nacida en el cerrado huerto, |
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como en el mar la ola, |
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cuya breve existencia nadie sabe, |
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tú, en el hogar donde naciste has muerto |
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desconocida y sola. |
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X |
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Pero al orgullo vano de la ciencia, |
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y a las fútiles pompas de la gloria |
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o al opulento brillo, |
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prefiero yo tu cándida inocencia, |
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y esa vida sin mancha y sin historia |
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de un corazón sencillo. |
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XI |
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Fugaces horas de inocentes juegos, |
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fiestas alegres del hogar, veladas |
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de infantiles consejas, |
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de estudio grave o de devotos ruegos, |
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ésas son las memorias adoradas |
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que a tus hermanos dejas. |
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XII |
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Yo sé por qué, tras de suspiro blando, |
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mi madre enjuga con callado duelo |
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sus húmedas pupilas; |
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yo sé en qué piensan mis hermanas, cuando |
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clavan absortas en el albo cielo |
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sus miradas tranquilas. |
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XIII |
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La limosna, el perdón de los agravios, |
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la alegría, el dolor que purifica |
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el corazón del hombre, |
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la oración que pronuncian nuestros labios, |
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todo a ti nuestro amor te lo dedica, |
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todo se hace en tu nombre. |
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XIV |
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Así llenas tú aún nuestra morada; |
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así de nuestro amor te hizo señora |
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para siempre la muerte; |
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y cuando llegue la vejez cansada, |
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pienso que ha de endulzar mi última hora |
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la esperanza de verte. |