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Odas

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Jesucristo

                   ArribaAbajo¡Paz en la tierra! El águila romana
tras largos vuelos retornó a su nido
la rica presa a devorar ufana
de todo un mundo a su poder vencido.
¡Paz en los anchos mares!
Ya el marinero, cual debida ofrenda,
cuelga la húmeda vela al negro muro
del templo de sus dioses tutelares.
Ciñe la frente Octavio
de verde oliva, símbolo de paces,
y a una señal de su potente mano
dóblanse al suelo las sangrientas haces,
las puertas cierra de su templo Jano.
 
   Del César con la púrpura ceñida,
diadema de cien reyes por corona,
al arrullo del Tíber adormida
Roma descansa, la imperial matrona.
Grecia sus dioses le donó, el Oriente
la púrpura y el oro,
Cartago el mar, la Iberia su valiente
pueblo sin paz, temor de las naciones,
Italia noches de placer serenas,
y sus manchados tigres y leones
Libia mandó del circo a las arenas.
 
   ¿Qué tiene en tanto la ciudad señora
que en el lecho de flores duerme inquieta?
¿Por qué, su origen recordando, llora
en dulces versos su inmortal poeta?
¿Por qué siente ese frío
dentro del corazón, y el pueblo todo
se estremece en el circo en miedos vagos?
¿Le trajo el viento del clarín del Godo
el son que anuncia mortandad y estragos?
Es que trocó su fe por loco orgullo;
es que manchó su túnica de lodo,
y el ¡ay! del moribundo fue su arrullo:
por eso siente el corazón beodo
débil latir y su energía brava,
que en el vacío del placer se abisma:
reina del mundo y de su orgullo esclava
negó el Olimpo y se adoró a si misma.
 
   ¿Dónde la Fe? Perdida la esperanza
que con místico lazo al cielo unía,
huérfano el hombre queda;
y el mundo a la ventura,
ya de la duda entre la niebla fría,
ya de la nada entre la noche oscura,
lejos del sol de las verdades rueda.
 
   La Fe está allá: colinas aromosas
cubiertas de racimos,
rientes valles, noches misteriosas,
dulces frutos opimos;
sombra de las palmeras,
céfiros de las tardes calurosas
que dais suspiros vagos,
torrente aprisionado en las laderas
que te derramas en tranquilos lagos,
monte que guardas a tu pie la aldea,
ahí en vosotros, misterioso, es donde
el germen sacro de la Fe se esconde
que al mundo absorto mostrará Judea.
 
   Vírgenes de Sión, que en la llanura
ceñidas de guirnaldas,
dais a los soplos de la tarde pura
el canto alegre y las flotantes faldas,
¿Por qué la voz que suena en la floresta
se cambia en un suspiro?
¿Por qué bajo las galas de la fiesta
la palidez de los insomnios miro?
¿Por qué en el templo por la noche vela
el sacerdote sobre el libro santo
y descifrarle anhela,
y estremecido, a par de su salterio,
modula en dulce, incomprensible canto,
palabras de esperanza y de misterio?
Es que se cumplen los sagrados días:
alzad, hombres, las frentes;
digan sus alegrías
los montes, las llanuras, las ciudades,
que llega el esperado de las gentes,
que llega el prometido en las edades.
 
   En su inclinada frente pensadora
la luz de Moisés brilla:
es Jeremías cuando triste llora,
es Isaac en la piedad sencilla.
De Job la mansedumbre
y de Josué el valor en sí atesora;
le sigue en pos la inmensa muchedumbre
de un pueblo que le adora.
De las montañas sobre el ardua cumbre
brota esa voz de su inspirado labio,
que es en la noche de los tiempos lumbre,
miedo del fuerte y confusión del sabio.
Decid, ¿cuál es su misterioso nombre?
Nadie lo sabe, y claro se adivina
al ángel tras el hombre,
y en la cárcel de barro alma divina.
 
   ¡Mejor que el hombre le conoce el mundo!
ved cuál se extiende alfombra de sus plantas
el ancho mar profundo.
Mensajeros de Dios, los mansos vientos
van a decirle sus palabras santas
con flébiles acentos.
De invisibles cantores la armonía
le saluda a su paso,
y es la aureola de su frente el día
muriendo en el ocaso.
La creación ante sus pies rendida
no opone a su poder, poder más fuerte:
Él solo ha sido origen de su vida,
sólo Él será la causa de su muerte.
 
   ¿Queréis saber quién es? En lo futuro
clavad vuestra mirada.
¿Qué apercibís en ese fondo oscuro
do va a brotar un mundo de la nada?
Errantes por los ásperos senderos
hombres extraños miro,
y en la ciudad, del campo en los linderos
dan al viento un suspiro.
Muchedumbres inquietas
en torno suyo su palabra escuchan.
Oigo su voz, que es voz de los profetas,
y combaten y luchan.
Y el siervo ha rechazado el torpe yugo,
y el hombre igual al hombre se levanta,
y se convierte en víctima el verdugo
que más la vida que la muerte espanta.
Nada vale el furor de las legiones,
nada la hoguera que encendida humea,
nada el poder del solio,
nada del circo hambrientos los leones,
a detener la marcha de la idea
que sube al Capitolio.
 
[...]
Y hubo noche de sombra y de misterio;
se oyó estertor de un mundo que moría,
desolación y asombros;
y del romano imperio
viéronse sólo en el siguiente día
los sangrientos escombros.
[...]
Y luego voces de contento suenan,
y ante la cruz rendidos,
los siglos con los siglos se encadenan
lejos, allá en la eternidad perdidos.
 
   ¿Le conocisteis ya? Sobre la tierra
fija la firme planta;
con abrazo de amor al orbe cierra;
su frente hasta los astros se levanta.
Viene a llenar el insondable abismo
del corazón del hombre.
Sólo igual a sí mismo
no tiene patria ni conoce nombre.
Es la santa creencia,
es la oración del religioso labio;
en Él concluye el libro de la ciencia.
Él es el solo sabio.
La creación sus galas le prepara.
Nadie a su ley contrario
con torpe duda su piedad ofenda:
en su Templo de Paz la tierra es ara,
el corazón del hombre rica ofrenda,
el cielo el santuario.
[...]
 
   ¿Qué hizo el mortal? El día se oscurece,
del Gólgota en la cumbre solitaria so
de Dios el hijo con baldón perece:
no alcéis por Él la mística plegaría;
tras breve muerte romperá el sudario.
[...]
¡Ay del que brinda amor a los humanos!
El hombre, en cambio de su bien, ofrece
una Cruz y un Calvario.


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Al eclipse de 1860

                   ArribaAbajo¡Volad, volad por la extensión vacía,
astros de plata y oro,
cruzando el curso y enlazando el vuelo,
como en la arena de la Grecia un día
sobre el carro sonoro
ágil cretense en rápida porfía,
con rueda igual y devorando el suelo,
a par del jonio pertinaz corría!
¡Volad, volad con insaciable anhelo,
Sol que iluminas con triunfal decoro,
Luna que imperas en la niebla fría,
por la carrera olímpica del cielo!
¡Astros, volad, como dispersa hueste
de luminosos ángeles vencidos,
que blanca sueltan la ondulante veste!
¡Id, id, como impelidos
por el dedo de Dios, buscando en vano
linde a la inmensidad; y ora encendidos
sobre la triste noche
de luz verted las argentadas olas,
ora apagados, pálidos, sin rastro,
los desiertos sin fin cruzando a solas,
id por la sombra lúgubre perdidos!
Bien en tomo de un sol, inmóvil astro,
cual mariposas a la luz, ¡oh! mundos,
rodad de niebla o de claror teñidos;
bien, agitando vuestras ígneas colas,
cometas, id, cual rápidos bridones
de destrenzadas crines,
donde el Querub cabalga, a las naciones
despertando al vibrar de cien clarines
Todos, brillando en las azules cumbres
o en las etéreas sendas,
del campamento sed las rojas lumbres,
do armado siempre Dios, vela en las tiendas.
 
   ¡Ay, si una vez, entrecruzando el rumbo,
como en la ciega tempestad dos naves
que arroja el loco mar de tumbo a tumbo,
chocáis rompiendo el eje diamantino!
Iréis, náufragos astros,
cual buques sin timón y sin marino,
siempre al azar, abandonados, solos,
cortando el viento, como rotas quillas,
con los truncados polos,
por ese mar sin fondo y sin orillas,
al soplo eterno de los euros dando
rasgadas las marchitas aureolas,
cual rotas velas del bajel precito,
hasta que el casco arrastrarán jugando
del éter blando las volubles olas
en la playa a encallar del infinito.
 
   Y será, sí, será: muda la tierra
trémula aguarda el anunciado instante
en que a la antigua guerra
tornen Luz y Tinieblas, como un día
en los senos del Caos inconstante.
Ved cómo el astro de la niebla fría
pálido avanza hacia el cenit. La noche
mueve a par suyo las nubladas alas
tachonadas de estrellas;
y van los Sueños en redor. Sus galas
ostenta el Sol, como encendido broche
del manto de su Dios, y las centellas
de enrojecida lumbre
lanza a la inmensidad, reinando solo
del horizonte en la desierta cumbre.
Silencio en torno y majestad: se inclina
Dios a escuchar la sin igual batalla;
el astro al astro lento se avecina,
y el hombre, polvo vil, pasmado calla,
átomo inútil de tan gran rüina.
 
   ¿Qué será?, ¿qué será? Cuando el Profeta
en la ancha plaza al pueblo le decía
siniestro el porvenir, la plebe inquieta,
prodigios viendo, estremecida ola.
Nublábanse los cielos,
y del destino al desgarrar los velos
el hombre audaz con temblorosa mano,
del sol sangriento en las marchitas lumbres
de un Dios lela el pavoroso arcano.
Hoy, cual las muchedumbres
antiguas, tiemblo yo. ¿Do estáis, en dónde
augur de Grecia o sacerdote hebreo?
¿Cuál es el que se esconde
hondo misterio en el que en vano leo
libro de sombra y luz? No la sibila
muerta, o el mudo oráculo responde;
que el idioma del cielo olvidó el mundo,
y por ciencia maldita
trocando el hombre la divina ciencia,
en el banquete de su orgullo inmundo
ya no descifra, por su Dios escrita,
Daniel, de los humanos la sentencia.
 
   Como ojo moribundo,
¡cuál palidece el astro de topacio
bajo el caído párpado de niebla!
Mézclanse Noche y Día, y el espacio
consorcio infame puebla
de luz opaca y luminosa sombra,
viéndose al par en confusión extraña
la Aurora en el Oriente suspendida,
que el mar naciendo baña;
y, detenido el paso,
coronando rojiza la montaña
la lumbre del Ocaso.
Sobre la tempestad de opacas tintas
que finge el cielo, el Iris
de oro, grana y azul suelta las cintas,
y el mar muge o se duerme, y trina el ave
o al nido torna, en tanto que la brisa
de primavera suave
lucha de invierno con el cierzo frío,
y el cáliz cierra o ábrelo indecisa
la flor sedienta a un alba sin rocío.
El corazón del hombre
opreso goza en la alegría triste
de una pasión sin nombre;
absorto al cambio universal asiste,
y ve nuevos el mar, la tierra, el viento,
nueva la luz que el firmamento viste,
nuevo el mundo en redor, trocado todo;
que Dios la esfera bosquejó un momento
con nuevas formas modelando el lodo;
no le plugo después, sopló... y no existe.
 
   ¡Oh! ¡Tinieblas, tinieblas! Ved; se asombra
muda la tierra en la profunda noche
con que se envuelve la extensión vacía.
Pasa Dios, y su sombra
es la que enturbia luminoso el día:
sí; juntos Luna y Sol, ruedas del coche
son en que vuela y al que uncir le plugo
bajo del mismo yugo,
blanco y negro corcel, la Luz y el Caos.
Mirad; el Sol ha muerto:
de su disco encendido y refulgente
por el cielo desierto
inútil rueda la apagada escoria,
y aún el vago esplendor lleva en la frente
dios destronado, de su antigua gloria.
La aciaga profecía
del fin cercano y mísero del mundo
cumplida viendo, el águila de Patmos
las alas bate entre la niebla fría
volando a un nuevo porvenir profundo.
Satán, que la audaz saña
de los vencidos ángeles renueva,
es quien con hueste nebulosa empaña
el claro azul que a conquistar la lleva;
y, última acaso, la primera lucha
del Bien y el Mal, por decidirse, estalla,
y atento el hombre al fin de la batalla
la sombra mira y el silencio escucha.
 
   ¿Quién triunfará? La desdeñosa niebla
mancha la tierra, y desde el mar de Atlante,
que alza y deprime sin mugir las olas,
hasta el desierto que de tiendas puebla
la caravana errante,
do se alzan las pirámides a solas,
tiendas también que abandonó en la arena
una aurora, al partir, pueblo gigante,
doquier la voz de los espantos suena,
doquier se elevan tímidos los ojos.
¿Quién triunfará?... -¿No veis? Rota ya, rota
la niebla, salta en torbellinos rojos,
fuente de luz que de los astros brota.
¡Es Dios, es Dios! ¡Hosana! ¡hosana! ¡hosana!
Con la primera luz bajó a la tierra
tal del Edén en la primer mañana,
y tal, vibrando enojos,
el día aciago que los tiempos cierra,
vendrá otra vez sobre la raza humana.
Luz, nueva luz, eléctrica volando
baña la inmensidad, los mundos baña:
así brillaba cuando,
recién salida de la antigua sombra,
por el mar, por la selva y la montaña,
del ancho campo por la verde alfombra,
por las sonantes ondas del gran río
pasé, pasó jugando,
vida, y colores y matices dando
desde las tenues gotas del rocío
hasta a los orbes de su eterno coro.
Caída de los cielos
duda la Sombra en movimiento blando,
y huye vencida en desgarrados velos
ante las flechas de oro
que de arco tenso arrojan los querubes
Aún entre informes nubes
lucha Satán, cuando el Arcángel vuela
con ímpetu sonoro,
ciñendo diamantina su armadura:
el sol de fuego embraza por rodela,
el haz de rayos como lanza vibra,
y en su antro hundiendo a la Tiniebla impura,
de nuevo al Cielo amenazando libra.
 
   ¡Triunfó el Señor! ¡Enalteced su nombre!
Pero, tras de su gloria
que desborda el espacio rutilante,
himnos de orgullo tributad al hombre.
Él anunció el instante:
lo dijo y fue. Su voz en las edades
que raudas vuelan señaló el momento;
su temblorosa mano
marcó el lugar del ancho firmamento;
su ojo tranquilo descifró el arcano.
Él los secretos de su Dios espía,
y sabe, alzando el rostro al horizonte,
qué mundos pueblan la extensión umbría,
y conoce sus sendas;
que desde el fausto día
en que el carro del sol lanzó a Faetonte,
empuñó audaz sus luminosas riendas.
No intenta ya, como en su origen quiso,
alzarse, igual a Dios, frágil arcilla:
hoy la fe redentora en su alma brilla,
hoy vuelve al Paraíso.
Como en los bosques del Edén, entabla
coloquios con el Cielo su alma inquieta;
y los secretos de la ciencia le habla
con la voz del poeta.
Rescatando ya Adán, todo lo sabe:
Dios le llevó consigo,
y el gran misterio de los mundos, grave,
amigo fiel, lo reveló a su amigo.


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María

                   ArribaAbajoCon las sedas de Persia mal velados
el seno impuro y la marmórea espalda,
y al par mustios y ajados
el color de la tez y la guirnalda,
que en el festín ciñó, de húmeda yedra,
la matrona del Lacio,
las rosas ve con que el umbral de piedra
cubre de su palacio
cada noche el amor, de su honra insulto;
mézclase al coro de los himnos griegos,
que a Isis consagra el vergonzoso culto,
y murmurando sáficos de Horacio,
del circo acude a los sangrientos juegos
o ama del foro el popular tumulto.
 
   La esposa del germano
desde el Danubio al Elba
su prole lleva en el sangriento carro
de las batallas, por la inmensa selva;
ella el muro de barro
alza, que el campo de su pueblo guarde;
ella entona las místicas endechas
cuando, al morir la tarde,
la hueste el bosque consagrado cruza;
ella el haz de las flechas
sobre las aras del Irminsul aguza
o en ponzoñosas yerbas lo envenena;
para aplacar del cielo los enojos,
ella coge la pálida verbena
que en tosco altar tributa,
y en la noche los míseros despojos
de la cruel victoria ella disputa
al voraz buitre o a la inmunda hiena.
 
   Con los rebaños del botín vendida
y abandonada en el harén sombrío,
la hija del Asia vierte en el vacío
las lentas horas de su inútil vida.
Nació sin patria en las movibles tiendas,
creció sin padres, sucumbió sin duelo;
la religión desdeña sus ofrendas
y el casto amor nególe su consuelo.
Así al azar del viento su semilla
dando la flor del loto,
abre del Ganges en la verde orilla
las trémulas corolas,
hasta que el tallo roto
llevan al mar remoto
del turbio río las dormidas olas.
 
   Tal la mujer, cuando la luz augusta
del cristianismo en el Oriente asoma:
fiera en los bosques de Germania adusta,
esclava en Asia y meretriz en Roma.
 
   No así la que sestea
sus rebaños de cabras en las grutas
de las pardas montañas de Judea;
la que adorna su sien con las guirnaldas
de las campestres flores, y las frutas
maduras lleva en las cogidas faldas;
la que en el pozo bíblico, a la sombra
de las verdes palmeras,
llena el ánfora frágil, y al que nombra
tierna en el corazón buscan sus ojos;
la que gula el tropel de espigaderas
por los largos rastrojos;
la que lava los pies del peregrino,
y al huésped de una noche
da la miel blanca y el dorado vino;
la que esparce en el templo los aromas,
y sobre el ara santa
deja en ofrenda trémulas palomas,
o el himno dulce de Isaías canta;
la que al pie de las lomas,
bajo de los granados,
baila al compás del címbalo sonoro,
y con ajorcas de oro
alza a la sien los brazos encorvados;
la que teje las redes
del pescador del mar de Galilea;
la que en la pobre aldea
hila el vellón del cándido cordero;
la que trepa a las cumbres
de Bairad por el áspero sendero
y ve, del sol a las murientes lumbres,
cómo cierran su patria bendecida
sin rumor y sin olas el mar Muerto,
del Líbano feraz la frente erguida
y el arenal confuso del desierto.
 
   Tal fue la prometida
en los antiguos cánticos. Con ella
soñó en el cautiverio
del pueblo fiel la cándida doncella,
y en las sagradas noches de misterio
creyó el Profeta adivinar su nombre
en las lánguidas notas del salterio.
Tal fue la hija del hombre,
hoy desposada de Jehová. Tal era
la que en los días de la edad primera
el cielo escoger quiso,
porque al nieto de Adán de nuevo abriera
las puertas del perdido Paraíso.
Tal fue la última rama
del tronco de Judá. Su débil mano,
de los siglos de hierro y de venganza
el cielo infame para siempre cierra,
y acaba en el arcano
de renovada y mística alianza
el divorcio del cielo y de la tierra.
 
   Rosa del campo y lirio de los valles;
humo de incienso y mirra;
fuente que brota en las umbrosas calles
de los manzanos verdes;
bella, cual de Cedar las blancas tiendas;
corza, cuando en las sendas
del monte Hermión o de Samir te pierdes:
tu pecho es cual racimo
de los viñedos de Engadí; tu cuello,
como la ebúrnea torre,
do clava el sol el último destello;
tu boca es fruto opimo,
tu voz es miel que corre
de panal comprimido, y tu cabello
de las palmas de Elath tierno retoño.
Son rojas tus mejillas,
cual las dulces granadas del otoño;
son tus ojos cintillos de esmeraldas;
tu frente virginal cisne en el baño,
y son tus blancos hombros cual rebaño
que del monte Galaad pace en las faldas.
Tal, simbólica imita,
en los huertos de nardo y de azahares,
a María, la hermosa Sulamita,
la esposa del Cantar de los Cantares.
 
   Vedla sobre las cumbres
de Oriente alzarse espléndida y serena,
ceñida de albas lumbres,
en sus manos la mística azucena,
coronada la frente de astros de oro,
la luna al pie, y el coro
de los almos querubes
con las abiertas alas
llevándola en el trono de las nubes.
Tal avanza. A su paso
huyen del bosque las errantes ninfas,
muere en el mar la voz de las sirenas,
desparece en las linfas
del claro arroyo la voluble ondina,
Juno depone el cetro,
la musa olvida el cadencioso metro
de los festines lúbricos, su danza
torpe suspende la bacante impura
junto al altar de Venus Citerea,
y otra aurora de amor y de esperanza
logra encender, tras de la noche oscura
del mundo, al fin, la Virgen de Judea.
 
   ¡Aurora del amor! ¡La humana historia
no registró en sus páginas severas
suceso igual, de tan inmensa gloria!
Hoy huellan nuestras plantas
polvo de veinte siglos, que han rendido
culto ferviente a sus virtudes santas,
Que ella endulzó del mártir la agonía.
a ella invocaba el demacrado asceta
en la gruta sombría;
a ella la virgen púdica decía
los secretos recónditos del alma;
a ella en la mar inquieta
pidió el marino la propicia calma;
a ella acudió la madre dolorida;
ella inspiró los versos del poeta;
ella sobre las cumbres
abrió al cansado caminante asilo;
ella aplacó las locas muchedumbres;
ella reinó sobre el hogar tranquilo.
Su imagen fue de las sagradas guerras
señera no vencida,
guarda de nuestras tierras,
gloria a las glorias de la patria unida.
Del castillo feudal a la cabaña,
del palacio al tugurio,
del numeroso pueblo a la montaña
fue su bendito nombre
símbolo fausto y bienhechor augurio,
fe y esperanza y caridad del hombre.
Por eso en sus altares
depuso el héroe triunfador su acero,
el poeta el laurel de sus cantares,
la madre su dolor, la virgen flores,
el pastor la escogida entre sus greyes,
el piloto el timón que abrió los mares,
la infancia sus amores
y la ambición los cetros de los reyes.
[...]
 
   Cuando en la puerta gótica del templo
las estatuas severas y tranquilas
de los antiguos mártires contemplo
abrirse en dobles filas;
por las arcadas de la ojiva alzarse
la legión de los ángeles, y dentro,
sobre el dintel oscuro,
a la madre de un Dios, triste, en el centro
Yo, pecador impuro,
que salen a mi encuentro
las perdidas virtudes me figuro;
y humilde entre las gentes
por la ancha nave de la iglesia entro;
la mofa impía arrostro
de la mentida ciencia; donde brilla
tu imagen dulce, ¡oh virgen sin mancilla!,
reverente me postro
con tierno afán, con filial cariño,
y repitiendo mi oración de niño
siento inundarse en lágrimas mi rostro.


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A la patria

Con motivo de la guerra civil

                   ArribaAbajoFingid que el deshonor turbia y desdora
la venerada frente
de la que el ser os dio; que al torpe insulto
alzar no osáis la mano vengadora,
flaca y cobarde ante el oprobio oculto;
y cuando estéril os devore la ira
y la vergüenza el anima os taladre,
sabréis qué musa mí canción inspira
a España, que es mi mancillada madre.
 
   ¡Musa es también la indignación!... ¡Oh gloria!
Cuando en cercanos juveniles días
yo, de la patria historia
las páginas brillantes o sombrías
trémulo recorrí, de España el genio,
atónito, a mis ojos
se alzó y aún guardo su febril memoria.
 
   Él, numen sacro de la Patria, él era
quien enfrenaba el paso
del río en la pradera,
lamentando el cantar de Garcilaso,
o en la guerrera trompa
vibraba el himno triunfador de Herrera;
él, quien el áureo brillo
y de los cielos la innarrable pompa
trasladó sobre el lienzo de Murillo,
y dando a Cano su fecundo soplo,
como del barro Dios, del mármol rudo
héroes formaban al golpe del escoplo.
Por su pálida frente la indecisa
sombra de los gigantes
sueños de Calderón cruzaba adusta,
y vagaba en sus labios la sonrisa
inmortal de Cervantes.
Para surcar la augusta
soledad de los mares no sabidos,
Colón guiaba sus audaces quillas;
para domar vencidos
en pavorosas lides
los pueblos todos, con horrendo estrago,
broquel y espada diéronle los Cides
y su corcel Santiago.
 
   Y en cuanto el mar abarca,
y en Cuanto el sol corona,
las razas le aclamaron por monarca
del mar de hielo a la abrasada zona.
Que él sojuzgó la América en Otumba,
hundió al Asia en Lepanto,
abrió en Las Navas de África la tumba,
y fue en Pavía de la Europa espanto.
Escritas fueron en su altivo idioma
de dos mundos las leyes.
Él dio a los pueblos reyes
y Césares a Roma.
Para guardar sus valles
fió a Guzmán las puertas de Tarifa,
y dio al vasco el peñón de Roncesvalles.
Y antorchas de su gloria,
sobre el pasado oscuro
de veinte siglos, colocó a distancia,
para alumbrar su historia,
de Zaragoza el incendiado muro
y las eternas llamas de Numancia.
 
   Dios coronó de mieses sus llanuras,
de bosques sus montañas;
dio a sus valles rumores y espesuras;
guardó de los metales el tesoro
del monte en las graníticas entrañas,
y sobre lechos de oro
adormeció las ondas de sus ríos.
Dios ciñó con guirnaldas
de entrelazadas vides sus colinas,
derramando en las faldas
la plata de las fuentes cristalinas.
Tachonó de topacios
la sombra de sus noches estrelladas,
llenando los espacios
de eterno azul con brisas perfumadas;
y ceñida de luz y resplandores,
coronada de rosas y azahares,
cual la diosa gentil de los amores,
surgió España del beso de dos mares.
 
   ¡Hoy!... La vergüenza muda
puesto en los labios el discreto dedo,
silencio exige a mi palabra ruda.
¡Hoy! Cuando el llanto anubla mis pupilas,
yo, con afán incierto,
me pregunto, en mis horas intranquilas,
si en tu recinto, España,
la fe, el honor y la virtud han muerto.
 
   No es tu raza esa impura
turba que arrastra por sangrientas charcas,
Patria infeliz, tu regla vestidura,
ciñendo, en vez de tu severa toga,
el manchado disfraz de la locura.
No se engendró en tu seno
quien, si en el mar, do boga,
de la codicia y la ambición, se anega,
a las turbadas olas
la honra, cual carga peligrosa, entrega.
No nació de matronas españolas
esa prole pigmea
que en torno a la tribuna del sofista
ebria le aplaude o gárrula vocea.
Ni se forjó tu espada de conquista
para las flacas manos
que hoy blanden el puñal, que rojo humea,
tinto en la sangre ¡oh Dios! de los hermanos.
Repudia, oh Patria, la villana escoria
que el claro brillo de tu estirpe amengua,
que ella rompió tu pacto con la gloria;
no sabe de tu honor, ni habla tu lengua.
 
   Pastor que guías las nevadas greyes
de la ardua sierra a los tendidos llanos;
tosco labriego que con tardos bueyes
rompes los anchos campos castellanos;
tú, que pueblas con vides las laderas;
tú, a quien sus frutos de oro
dan el naranjo umbroso y las palmeras;
tú, que audaz buscas en remotas zonas
el ganado tesoro,
fiando al mar las combatidas lonas;
virgen que con el lloro
riegas hoy tus marchitas alegrías;
viejo soldado que en la pobre aldea
cuentas al nieto, en el hogar oscuro,
las victorias sin mancha de otros días;
madre infeliz, que sobre el pardo muro
de la iglesia desierta,
doliente apoyas las mejillas frías:
todos cercadme, y cual sagrado coro
clamad: -«¡Oh Patria, a quien lloramos muerta!
Patria, caída en afrentosas luchas;
Patria, si nos escuchas,
álzate erguida en pie: ¡Patria, despierta!»


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A la patria

Con motivo de la terminación de la guerra civil

                   ArribaAbajoNo siempre, ajena a tu pasión ilusa
pero no a tu dolor, oh Patria mía,
verás muda, y sombría,
y esquiva y fiera a mi ignorada musa.
No siempre en noble ira
su balbuciente labio
responderá a la voz de la mentira
con el silencio o con el duro agravio.
Hoy, depuesto su enojo, a la confusa
turba gozosa uniéndose, su canto
mezcla del pueblo al jubiloso grito,
y aún en su rostro pálido y marchito
brillan las risas a través del llanto.
 
   ¡No, no es el himno triunfador! No temas,
Patria, que en las supremas
horas de tu aflicción, cuando el tributo
de las lágrimas tristes
baña tu faz, y cuando el negro luto
por tantos hijos que murieron vistes,
no temas que implacable
ella con dulce estrofa,
como en villana mofa,
de honor, de gloria y de laureles te hable.
Cuando en un pueblo estalla
la lucha fratricida,
no va sobre sus campos de batalla
la audaz Victoria del Honor seguida:
va el Pecado no más, va la proterva
desolación, y un eco sobrehumano
clama en los aires con palabra acerba:
«Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?»
 
   ¿Quién, pues, que noble sea
de triunfos hablará? La ardua pelea
fue un amargo deber, y hoy que cumplido
fue por ti, oh Patria, del combate infame
los trances dad al perdurable olvido.
¡Que ningún pecho inflame
ominoso el rencor! Los vencedores
pendones enlutad, y esos aceros,
de un crimen vengadores,
inclinando hacia tierra, los primeros
sed que lloréis sobre la tumba fría
de los que unió la muerte
en sacra paz tras de contienda impía.
Que oculte avergonzado el varón fuerte
sus heridas sin gloria,
y que, de Dios malditas,
rasgar podamos de la patria historia
las hojas, ¡ay!, con nuestro oprobio escritas.
 
   Que harto para memoria
de nuestra infausta suerte
durarán las rüinas
todo un siglo quizá. Los rotos muros
de la ciudad entrada; los oscuros
restos del templo profanado; el yermo
campo talado; al pie de las colinas
los solitarios pueblos; sobre el monte
la soberbia trinchera;
al fin del horizonte
del bosque antiguo la gigante hoguera;
el puente roto sobre el ancho río,
y en el hogar sombrío
la orfandad, la miseria, el duelo, el llanto,
y acaso horrible el deshonor, bastante
causa han de ser para que a cada instante
trémulo surja el renovado espanto.
¡Ah!... ¡Felices si el santo
temor de igual desolación nos veda
de la discordia el castigado crimen!
¡Felices si redimen
nuestros dolores, de la Patria amada
la miserable suerte, y si en el tierno
corazón de sus hijos
todas las madres de la Iberia imprimen
la ley cristiana del cariño eterno!
 
   ¡Amor y paz!... Que la dorada espiga
los surcos que el cañón abrió en la tierra
fértil encubra, y que la sombra amiga
del árbol torne a coronar la sierra.
Que, sin temor del daño,
baje a abrevarse al apacible río
el balador rebaño.
Que en la festiva danza
de la plaza del pueblo las doncellas
rían y hablen de amor y de esperanza.
Que cruce por la selva,
donde el silencio duerme,
cuando al hogar abandonado vuelva,
solo, el soldado de la Patria inerme.
Que al pie de la alta cruz de los caminos
reposen los cansados peregrinos.
Que el recelo no trunque
del padre anciano el sosegado sueño.
Que retumbe el martillo sobre el yunque.
Que el hacha pula el derribado leño.
Que en nuestros valles caiga
la bienhechora lluvia,
como don de los cielos, y nos traiga
racimos negros y la espiga rubia,
para que el pan y el vino en nuestras manos
símbolo fiel de la obtenida calma,
nos partamos alegres los hermanos
como una santa comunión del alma.
 
   ¡Amor y paz!... Que el corazón exhausto
de ternura y de lágrimas, al templo
lleve el sufrido mal, como holocausto,
y allí gima y medite, y que el ejemplo
de tanto día infausto
le hable con grande voz. Las ansias vanas
de la ambición soberbia, el torpe arrullo
de la lisonja vil, las inhumanas
cábalas del orgullo,
de la mentida ciencia
la audaz palabra, el usurpado rango,
la quebrantada ley de la conciencia,
del goce impuro el cenagoso fango,
la inicua complacencia
con el delito y la honradez cobarde
que en el hogar sin combatir se encierra,
los monstruos son de la oprobiosa guerra
que inextinguible en nuestros pueblos arde.
Patria, siempre vencida
en esa lucha infame, álzate erguida,
y en la honra, en Dios y en tu preclara historia
puestos los ojos fijos,
busca el laurel de tu mejor victoria
dentro del alma de tus propios hijos.


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A la libertad

                   ArribaAbajo¡Triste ley de la Tierra! Eternamente
todo el humano fruto
nacerá con dolor: nacerá todo
pagando al mal su mísero tributo;
y la semilla entre el infecto lodo
tenderá sus raíces,
tal como la razón sus claras lumbres
tenderá entre las sombras infelices
que ciegan a las ebrias muchedumbres.
 
   ¡Tú también, Libertad? De tu alto rango
la agregia vestidura
rota en jirones, por la charca impura
llevar, de sangre y fango,
yo te miré, y aún dura
en mí el trémulo horror. La hija del cielo,
trocada en vil ramera,
pasó rasgando el pudoroso velo,
dando al viento la suelta cabellera,
y en insensata furia
mostrando a los hermanos
en sus labios la injuria
y el cruel puñal en las sangrientas manos.
 
   Yo me aparté y lloré como quien llora
la inesperada muerte
de lo que más amó. Cuando en la aurora
de mi edad juvenil mi ánimo fuerte
soñaba en la esperanza, el noble grito
que brotó de mis labios
fue tu nombre bendito,
oh amada Libertad, y en tus agravios
o en tu próspera suerte
cifré mi dicha o mi dolor. Yo ansiaba
de toda patria esclava
romper el torpe yugo,
verter mi sangre y que a mi dulce metro
depusieran los pueblos su ira brava,
su hacha cruenta el pálido verdugo
y el ruín tirano el usurpado cetro.
 
   Pero al cielo le plugo
trocar mi sueño en la verdad siniestra
de los humanos crímines, y ahora
siento flaca mi diestra
para el acero o el clarín. Batalle
quien arda, oh gloria, en tu vibrante rayo,
y quien sufra, cual yo, torpe desmayo,
que en duelos gima o que apartado calle.
 
   Yo sé que en esa eterna
ley misteriosa, que los mundos gula
y que del hombre el porvenir gobierna,
por la ruta sombría
de un arcano insondable
marcha la humanidad. Sé que navega
sobre una mar instable
la barca de la vida, y que está el puerto
siempre a distancia igual. Pero entre el tumbo
del oleaje incierto,
la Libertad es brújula, que el rumbo
marca a la nave por el mar desierto;
y cuando su voz manda
que un pueblo se alce y la jornada siga,
la tribu que durmió en larga fatiga
sus tiendas pliega, y se levanta, y anda.
 
   ¿Dónde va?... ¿Quién lo sabe?...
¡Va, de la opresión grave
de los imperios persas, al riente
suelo de Grecia, y con Platón medita,
o con la voz ardiente
de Demóstenes grita
su odio implacable y vengador! Va oculta
por tus selvas, Germania, o con el oro
y púrpura vestida,
clama de Roma en el inmenso foro,
y cae al pie de su tribuna herida.
Va detrás de Jesús a la montaña;
va en la santa compaña
del demacrado asceta;
va donde tú peligres,
ley del amor. Su fe no la conturba
ni en la plaza el rugido de la turba,
ni en el circo el rugido de los tigres.
Resignada y risueña,
va hacia el lejano porvenir que sueña,
y el miedo nunca inmuta
el ánimo sereno
con que, invencible y fuerte,
de Sócrates bebió la agria cicuta,
el puñal de Catón se hundió en el seno
y halló en la cruz del Gólgota la muerte.
 
   ¡Sagrada Libertad!... No eras tú aquella
vi] meretriz que entre la inculta plebe
pasó dejando ensangrentada huella.
Tú eres, sí, la que mueve
la legión de las almas soñadoras
tras de un ansiado bien, que en lontananza
con los reflejos doras
del nunca muerto sol de la esperanza.
Sin ti, es el arte la venal mentira
de la cobarde adulación, y el canto
de la acordada lira
fugaz murmullo o comprimido llanto.
Sin ti, la ciencia muda
su antorcha extingue entre la niebla densa
que al alma envuelve en insondable duda.
Sin ti, sagrada Libertad, la inmensa
labor, la pena ruda,
la santa empresa del trabajo humano,
es tan sólo el villano
triste deber de esclavitud sañuda.
Sin ti no hay patrio amor ni ansia de gloria;
es, sin ti, la irrisoria
justicia, cortesana del tirano;
el culto a Dios menguada hipocresía;
y en las páginas fieles de la Historia,
con inflexible dedo,
no escribe la Verdad solemne y fría,
sino, temblando calumnioso, el Miedo.
 
   ¡Cuándo será que impere
tu influjo bienhechor, Libertad santa,
de donde nace el sol a donde muere!
Que aún, bajo el yugo de oprobiosas leyes,
cubren la tierra las humanas razas,
como un tropel de embrutecidas greyes.
Y en las estepas de Asia, en las llanuras
que el sacro Ganges baña
con sus ondas impuras;
al pie de la montaña
del Atlas colosal; en las oscuras
selvas de África ignotas;
en las playas remotas
que el Polo envuelve con perpetuas brumas;
en las islas risueñas
que el Pacífico mar borda de espumas;
en las no holladas breñas
que alzan los Andes, próximas al cielo,
y hasta en tu propio suelo,
Europa, entre esos pueblos sin fortuna
que degrada y oprime,
vergüenza nuestra, la menguante Luna,
por todas partes gime
siglos y siglos, de la estirpe humana
la prole envilecida,
que hoy triunfadora y víctima mañana,
va en loca muchedumbre
escarnio a hacer de la nación caída,
u oprobio a ser de innoble servidumbre.
 
   La ley de Dios se cumplirá, y su lumbre
desparcerá la niebla
del hondo valle a la empinada cumbre.
¿Veis todo cuanto puebla
la inmensidad del Universo? Todo,
desde el sol hasta el lodo,
fue a inquebrantable esclavitud sujeto,
menos el alma del mortal. Batalla
en vano el mar inquieto
para romper la valla
que lo enfrena impotente. Baja el río
siempre desde el umbrío
monte hacia el llano por el cauce eterno.
La semilla germina
siempre de un modo igual. Seca el invierno
los marchitados árboles, y el fruto
torna con el retoño
a pagar el tributo
que el hombre espera del fecundo otoño.
La fiera de la selva, el pez que anida
en los antros del mar, todos sin rastro
pasan cumpliendo su inmutable vida;
y hasta el enorme astroso
que rueda en los espacios sin medida,
y hasta la inmensa máquina del mundo,
todo, al moverse, ignora
el misterio profundo
de la ley creadora
que el curso eterno y renaciente adora.
 
   Sólo en el alma humana
hizo el Señor que vibre,
destello de su lumbre soberana,
la inteligencia libre,
la libre voluntad; y el que fabrica
el yugo o lo soporta, ese, el misterio
sagrado infringe, y temerario abdica
del orbe todo el concedido imperio.


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Familiares

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A la memoria

De mi hermana Adela

                   ArribaAbajoSeis años ya que el alma de mi alma
en la triste postrera despedida
              me dijo su adiós tierno.
¿Por qué, infiel corazón, lates en calma?
¿Por qué, cuando es eterna la partida,
no es el dolor eterno?
 
II
   Y eterno es mi dolor, que aún el agudo
dardo yo siento en la cerrada llaga
              cuando una voz la nombra.
No está muerto mi duelo, aunque está mudo.
Secos al llanto, por mis ojos vaga
              siempre una triste sombra.
 
III
   Cuando el invierno pálido se aleja
y primavera con las frescas galas
              orna el árido suelo,
cual mariposa que la cárcel deja,
su alma entreabrió las transparentes alas
              para volar al cielo.
 
IV
   De entonces que al tornar las tibias brisas,
cuando en Oriente el sol rojo fulgura,
              mi corazón opreso
ve en las luces del alba sus sonrisas,
y el soplo del abril se me figura
              su codiciado beso.
 
V
   Y al pensar en su blonda cabellera
y en la luz de sus ojos de esmeralda,
              me finjo en mi congoja
que es su imagen la verde primavera,
cuando de mustias rosas la guirnalda
              tristemente deshoja.
 
VI
   Que ella murió en la edad de la hermosura,
en la edad de los cándidos hechizos;
              y cuando piense en ella
veré siempre su blanca vestidura,
su tersa frente y sus dorados rizos:
              la veré siempre bella.
 
VII
   Morando en los espacios de la gloria
tú aún vives con nosotros, pobre Adela;
              tú para mí no has muerto.
Yo en mis duelos invoco tu memoria,
cual protector espíritu, que vela
              sobre mi hogar desierto.
 
VIII
   Y, al vencer los escollos de la vida,
yo comprendo ahora bien cuánto se encierra
              inefable consuelo,
en el místico lazo, en que va unida
parte de una familia por la tierra
              y parte por el cielo.
 
IX
   Como en el bosque solitario el ave,
cual flor nacida en el cerrado huerto,
              como en el mar la ola,
cuya breve existencia nadie sabe,
tú, en el hogar donde naciste has muerto
              desconocida y sola.
 
X
   Pero al orgullo vano de la ciencia,
y a las fútiles pompas de la gloria
              o al opulento brillo,
prefiero yo tu cándida inocencia,
y esa vida sin mancha y sin historia
              de un corazón sencillo.
 
XI
   Fugaces horas de inocentes juegos,
fiestas alegres del hogar, veladas
              de infantiles consejas,
de estudio grave o de devotos ruegos,
ésas son las memorias adoradas
              que a tus hermanos dejas.
 
XII
   Yo sé por qué, tras de suspiro blando,
mi madre enjuga con callado duelo
              sus húmedas pupilas;
yo sé en qué piensan mis hermanas, cuando
clavan absortas en el albo cielo
              sus miradas tranquilas.
 
XIII
   La limosna, el perdón de los agravios,
la alegría, el dolor que purifica
              el corazón del hombre,
la oración que pronuncian nuestros labios,
todo a ti nuestro amor te lo dedica,
              todo se hace en tu nombre.
 
XIV
   Así llenas tú aún nuestra morada;
así de nuestro amor te hizo señora
              para siempre la muerte;
y cuando llegue la vejez cansada,
pienso que ha de endulzar mi última hora
              la esperanza de verte.


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A un árbol

                   ArribaAbajoEl día en que yo vi la luz primera,
plantó mi padre en su risueño huerto
ese árbol que admiráis en primavera,
de tiernas hojas y de flor cubierto.
 
   Yo entré en la sociedad, donde hoy batallo,
con la esperanza audaz de los mancebos,
cuando él ennoblecía el fuerte tallo
cada nueva estación con ramos nuevos.
 
   Yo abandoné, buscando horas felices,
mi pobre hogar por la mansión extraña,
y él, inmutable, ahondaba sus raíces
junto al arroyo que sus plantas baña.
 
   Hoy, rugosa la frente y seca el alma,
cuando hasta el eco de mi voz me asombra,
vengo a encontrar la apetecida calma
del tronco amigo a la propicia sombra.
 
   Y evoco las memorias indecisas
de la edad juvenil, sueños perdidos,
mientras juegan sus ramas con las brisas
y al alegre rumor cantan los nidos.
 
   Mi vida agosta ese dolor interno
con que los ojos y la frente enluto:
él abre en mayo su capullo tierno
y da en octubre el aromado fruto.

Arriba