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Abajo

Antología poética

Juana Castro






ArribaAbajoCóncava mujer




ArribaAbajoMaría Encadenada


AbajoLlora, pequeña.
Te están circuncidando en la belleza,
llora,
tus tenues agujeros de esclava
pregonarán tu ser desde la sangre.
Te están atando al oro
para que no recuerdes
ni voluntad ni inteligencia,
para que seas eternamente la muñeca
presa de adornos y miradas.
Tus dos pétalos de rosa taladrados
son el primer dolor de tu recuerdo,
llora,
te espera una isla de vestidos
donde cada deseo te mojará las alas.
Un paraíso de espejos,
de tules y de encajes
te da la bienvenida,
tu mañana
tendrá el color del maquillaje.
Los focos, las joyas y las fiestas
con sus mil tentáculos
matarán tu tiempo atenazado.
Sonreirás
la sumisión estándar que te marquen
en el mundo consumo de los sexos.




ArribaAbajoMaría Desposada


ArribaAbajoEra blanca la boda: un milagro
de espuma, de azahar y de nubes.
Cenicienta esperaba.
Las muchachas regaban cada día
los frágiles cristales de su himen.
Blancanieves dormía.
Al galope
un azul redentor doraba la espesura
y la Bella Durmiente erguía su mirada.
Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,
en las noches de invierno,
derramaban sus cuentos de guirnaldas,
de besos y de príncipes.
Era largo el cabello, eran frías las faldas
por las calles de hombres.
Las fotos de las bodas
irradiaban panales de violines
y era dulce ser cóncava
para el brazo tajante y musculoso.
La boda les cantaba por el cuerpo
como un mar de conjuros.
Y a la boda se fueron una tarde
con su mística plena. Y cambiaron
la hora de su brújula
por el final feliz de los cuentos de hadas.




ArribaAbajoDel dolor y las alas




ArribaAbajo¡Señor!


(25-marzo-1978)


ArribaAbajoMis seis años, Señor, y ni un almendro.
Ni una copa de luz para mañana
ni una piel de león para la huida.
Un niño sin sonrisa es un desierto.
Me has barrido de flores
y un huracán siniestro me adelgaza los pies,
el paladar y el sueño.
La espalda es una curva que sujeta mi madre
y no sé ni llorar, porque el dolor me anega como un grito.
Mis hermanas están frente a la aurora
con un panal abierto en las rodillas.
Yo me miro las cuencas maduradas
y te clamo ¡Señor! porque tu nombre verde
es el único tallo que sostengo
desde que el mar me muerde y me vendimia.




ArribaAbajoParanoia en otoño




ArribaAbajoDafne


ArribaAbajoQue tu luz no me busque, Apolo, porque soy una hoja
que vive con el viento.
Toda la savia es
una caricia blanda,
tengo verdes los brazos de besarme en las ramas,
de mirar en las sombras el cristal desvaído de mi cuerpo.
Los helechos me abren su corazón de agua,
poseo dos mil lunas ganadas al ocaso,
los tilos, el espliego, la frescura
de todos los diamantes que se mueren de frío,
las lianas que adornan
la libertad, el talle, las avenas,
mis pestañas, las rosas, los pedernales tiernos de los frutos,
las blancas mariposas donde beben su plata las raíces,
donde el bosque se espesa de semillas y muerte.
No deseo tu fuego, adoro la ceniza que es espora del trigo
y no quiero otro rayo que el resplandor redondo en las naranjas,
el cenit que atomiza la techumbre calada de los árboles,
los troncos como dioses,
las auroras cebadas en su vientre de polen solitario.
Es inútil que corras, porque este paraíso que fecundan tus ojos
me pertenece ya, es la textura
del fondo de mi carne
y crezco vegetal
desde la dermis al vello más oscuro donde duermen los mundos,
es inútil que corras, inútil que me alcances,
porque tengo las plantas
vaciadas en la tierra
y el laurel
es ya un triunfo de oro en mi cabeza.




ArribaAbajoNarcisia




ArribaAbajoInanna


ArribaAbajoComo la flor madura del magnolio
era alta y feliz. En el principio
sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,
se amaba en la sombría
saliva de las algas,
en los senos vallados de las trufas,
en los pubis suaves de los mirlos.
Dormía en las avenas
sobre lechos de estambres
y sus labios de abeja
entreabrían las vulvas
doradas de los lotos.
Acariciaba toda
la luz de las adelfas
y en los saurios azules
se bebía la savia
gloriosa de la luna.
Se abarcaba en los muslos
fragantes de los cedros
y pulsaba sus poros con el polen
indemne de las larvas.
¡Gloria y loor a Ella,
a su útero vivo de pistilos,
a su orquídea feraz y a su cintura!
¡Reverbere su gozo
en uvas y en estrellas,
en palomas y espigas,
porque es hermosa y grande,
oh la magnolia blanca. Sola!




ArribaAbajoCausa incausada


ArribaAbajoLa noche de san juan
en la hora más ciega se aparece
coronada de rosas, como una llama blanca.
¿A quién festeja, a quién
busca encendida, a quién,
lasciva y dulce, entregará su boca?
Los que la vieron, sueñan
con camelias azules estallando en las manos,
con bambúes fragantes y caobas y garzas.
Pero Ella, que mana de Sí misma
y a Sí propia regresa,
lleva en Sí todo el vino,
toda la miel, el heno, la salvia y los enjambres
florecidos en ojos y en caricias.
Con el alma en las manos
la Magna, la Dichosa, ferviente sobre atlas
atraviesa la tierra,
porque Ella es el mundo.




ArribaAbajoAquaria


ArribaAbajoLlovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina en el borde su mirada.
Líquida llueve, líquida
se sumerge en las algas
y una rosa de yodo, como una ventana
le florece en la sangre.




ArribaAbajoApocalipsis



El espíritu del Valle no muere jamás;
se llama lo Misterioso Femenino.

(Libro del Tao)                


ArribaAbajoElla no es Pomona. Ni, como las Danaides,
una daga dorada oculta entre los senos.
Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza.
Y aunque, como las Náyades, ame fuentes y bosques,
no es Estigia, ni Dafne,
ni es la bella Afrodita
ni el sueño de los héroes.
Pero Ella ha nacido.
Como ananás fragante, se levanta
ungida de romero,
como custodia viva, derramando
cuatro copas dulcísimas:
Abrazo de la tierra,
música del aire,
luz violenta del fuego
y el almíbar del agua.
Ya no habrá nunca noche, porque Ella
se ha manifestado
con sus cuatro trompetas y su gloria.
Y así es la gran nueva, la alegría:
Porque Ella ha nacido
y esta es la señal, aleluya.
Que su gracia
sea con todos vosotros, aleluya.




ArribaAbajoArte de cetrería




ArribaAbajoAmansamiento del halcón peregrino o neblí, aplicable a todas las aves de altanería


ArribaAbajoNi siquiera me roces.
He de adiestrarme a solas,
por tu voz solamente guiada
en esta negra cárcel
que los ojos me cubre hacia el abismo.
Tu voz, tan solamente,
tan desnuda en mi noche, que en las plumas
atadas de mis alas ya no quepa
otra flor que el oído.
Que no resbale, débil, la ternura a tu mano
porque sólo a esta hora
deberías clavarme y su recuerdo.
Que inmóvil permanezca, y muda, y ciega,
y tu aliento tan sólo
se anticipe a mi hambre.




ArribaAbajoCómo se saca al niego de la muda


ArribaAbajoCuando sueltes los grillos que me atan
y descubras mis ojos para el aire,
tal vez haya ya el vuelo
perdido su placer en la costumbre.

A un idilio tan frío
sólo puede la muerte.




ArribaAbajoDe como se desaína al halcón


ArribaAbajoDesconocí, hasta ahora, el precio de mi carne.
Porque nunca amé cuerpos, sino estrellas.
Imágenes, ideas, la luz alta y lejana
de una efigie trazada sobre el viento.
Mas en ti no hay descanso. La mentira
de tu injusta distancia resplandece y me asedia.
Veo el sol, y sé que ya es el tiempo de romper
las estampas, rasgar en mil pedazos
las siluetas del humo, aquello que no existe
sino en mí o en mis ojos.
Hambre mía olvidada, tal vez nunca
sabida. El corazón, en un minuto
de cuatrocientos golpes te demanda.
Voy a ir hacia ti, pues soy una oquedad
que al vacío se cae en su vacío.
Boca mía y el hambre.
Hambre sola total, que en el espacio
sus cuencas desmorona, y a llenarse,
abierta sobre ti se precipita.




ArribaAbajoVuelo de altanería


…y el caudal y sutileza del arte del neblí todo es altanería.

(Pero López de Ayala)                


ArribaAbajoDulce.
Dulce dices, mas tan sólo sospechas.
Pues no eres la garza
que tan sola y tan grande
bajo mis alas vive.
Dulce, sí.
Dulce ella, ante mí, derribada.
Dulce yo, que sobre el cielo un punto
mi corazón dibuja.
Pequeña flor mi fuerza,
mi arrasada veloz
desde lo alto.
Asciendo
y como un rayo caen,
en picado, mi obediencia y mi sed.
Dulce tú, dulce yo,
dulce ella, bebiéndonos fugaces
de su mano terrible la belleza.
Nada es la dulzura:
Un segundo
de muerte.




ArribaAbajoDel halcón que piensa de sí y está atemorizado


ArribaAbajoNi ayer, ni hoy, ni mañana. Nada
sucederá esta noche, salvo el sueño
y la vida. ¿Vivir será también
lo no vivido nunca?
Siempre. Nunca así, cada día.
Las palabras no oídas y las no
pronunciadas. Esa llama que soy
y que te llama, viva. Los momentos
del mundo que te esperan conmigo.
Tus besos y tus brazos: Nada
es todo y ahora. Sangre y agua
vaciándose de un cántaro
inútilmente herido. Venas mías, los ríos
que beberemos nunca. Lloro
otra vez sin piedad
por lo que no tendremos.
El mar es frío y grande,
y yo muero en su orilla.




ArribaAbajoDe la caza con el gavilán


En España los mejores gavilanes, que yo sepa,
y mayores y de mejor esfuerzo son los que crían en el Pedroche,
que es en término de Córdoba.

(Pero López de Ayala)                


ArribaAbajoNi una sombra, ni polvo, quedarán de este lance.
Tan secreto será, tan silencioso,
que aguardo ya tu nombre, descendiendo,
cuando el vuelo levantes tras la muerte.
Ni un gemido se oirá, ni el aletazo
breve de tu sombra en mi rostro.
Parpadeo y te acecho. Más temprano o más tarde
has de intentar la huida. No te equivoques, ciega,
porque el pico es a viento y hay dolor
en tus manos. Será el golpe más limpio
para nadie y nosotros. Quién habrá de morir
no importa nada ya, si el sigilo se esconde
en la brisa del campo y sus murmullos.
Lo que tardare un ojo en abrir y cerrarse,
será un cuerpo abatido. El otro, victorioso,
se volverá a la vida. Bañado, perfumado,
sin que sola una pluma, despeinada publique,
el perpetrado crimen.




ArribaAbajoDe la lonja


ArribaAbajoNo te amaré mañana. He aguardado
tantos días desnuda, con tu nombre
grabado entre las cejas, que olvidé
los inviernos, el azul y las rosas.
Ciertamente, habría de ser negra
la piel negra del perro que amordazó
mis piernas y fue lenta, hacia dentro
vistiendo de parálisis la gallarda
evidencia del hombro. Hoy he visto
que tan sólo milímetros le restan
a los hilos del túnel. Pero existe el remedio:
Mañana, cuando tú te despiertes,
encontrarás el lecho bañado con mi sangre.
Un panal de uñas rotas, y tal vez
una pluma deshojada en la lucha.
No debes sorprenderte. Habré ganado
en el instante último mi guerra.
Con un ala perdida junto al cielo
y la llave morada de los labios, estaré,
torpe y triste, otra vez aprendiendo.
Mas debe ser así, pues que la libertad
hermana es gemela de la muerte.




ArribaAbajoDe la quebrantadura del halcón


ArribaAbajoComo si el mar, de pronto,
venciera mi ventana, y en el muro
abriera un sol la espuma,
he salido a la calle, y he gritado
en silencio tu nombre.
¿Quién oye
morir una azucena? Mientras muerdo,
con mis pies en el polen,
todo el dedo del mar,
alguien vive, y empieza
esta noche a nacer.
Convaleciente y rota, me he mirado
y me he dicho: Ríete de tus piernas
y cree en los milagros.
Porque puedo
volver a andar sin ti, y no me caigo.




ArribaAbajoAlta traición




ArribaAbajoI


ArribaAbajoUn hombre
ha llegado a las islas. Nadie sabe
su nombre ni su vida.
Es más alto
que el sol de mediodía. Me ha mirado.
Ahora sé
dónde estaba escondida la cara de la luna.




ArribaAbajoV


ArribaAbajoColor de la canela y su fragancia
me aguarda entre sus hombros. Moriría
enredadas mis yemas en la hierba
mullida de su pecho. Jamás supe
que un hombre pudiera ser tan bello.




ArribaAbajoFisterra




ArribaAbajoXI


ArribaAbajoSe sentaba, levemente la sombra
de grana en las encinas.
Grises líquenes, muertos
en la roca tendidos.
Tiembla el heno en sus ojos,
calina azul la breve
consunción de la carne.
Mira, inalterable mira
al fondo de las nubes.
El campo, tristemente,
se derrama en sí mismo.
Cesa la tarde, nada
muere ni grita. Solos,
al envés de la tierra, vuelan
dos pájaros terribles. Negros
vidrios de luz, por siempre
en un sueño, caídos.




ArribaAbajoXVI


ArribaAbajoVergüenza
de viajar en el carro.
Un hombre
sentado sobre el yugo
animando a las bestias.
Cuatro
corazones de frío
sentados en la ropa.
Crecido, algún arroyo,
y las ruedas ahogadas hasta el eje.
Y el látigo en el lomo
inocente y bruñido de la yunta.
Y las fieras palabras
y, por probar, las mansas.
Pero la luna, a noches,
me rociaba de estrellas
y en el vaivén de tablas,
por los malos caminos,
recogían mis ojos
el silencio y la gloria.




ArribaAbajoXVIII


ArribaAbajoRebosan
las artesas su grasa.
Arde el fuego y, redondos,
están gigantes blancos
desangrados, que entregaron su grito
a la negra alborada
de diciembre y su frío.
Ahora las mujeres
enhebran ya las tripas,
lavan las cabezas
y ungen con la masa
de carne roja el viento
del comino, la sal y la pimienta.
Y los hombres,
afilados cuchillos,
de las piezas colgadas
separan los jamones, abren
el vaho denso del vientre,
con el machete cuentan
el costillar y el lomo.

Sola niña, se escapa
del griterío, la sangre,
tanta carne batiendo
untuosas las manos, las paredes,
las sillas y las puertas.
La casa, como un lago
de cieno, de detritos y lodo.
Cantan los otros niños, pulen
al dintel de granito su vejiga
y la soplan.
Sola niña,
sin nadie,
huye lejos, al campo
verde y limpio de musgos,
al aire de las rocas
y los cielos abiertos.
Sola niña, aterida,
sin comprender,
llorando.




ArribaAbajoXIX


ArribaAbajoPresentía
su misterio la carne. Oteaban
los ojos el amor y el deseo.
Secreto
de los libros prohibidos,
amarillentos, turbios,
que celaban
su polvo en viejas alacenas
por cerrojos y cámaras.
Amarga
la adelfa del arroyo, el moral
con sus perlas de vino
tinto y dulce, su sombra
de gran sigilo grana, trizando,
con los hombros desnudos
por la enagua
traslúcida de sol y de lavados.
Por montones
de trigo desvelábase
el tacto, su temblor
balbuciente de besos
y de muslos. Crecía
en las manos el agua y en la noria.
Jugaban
a tentación los ángeles
con demonios de sueño
y exploraban
la rosa que se abría
al zumo del verano:
Era
el pecado y la siesta.




ArribaAbajoXXII


ArribaAbajoElla tan sólo mira.
No lo saben los otros.
Muriendo, por qué sigue
cerrada tras el muro.

La miel está en la calle,
hay un zumo que huele y se desborda
y tal vez le bastara
salir,
romper la ampolla, hundirse
en el vientre de música.

Al frente está la vida. Delante.
Ella lo sabe, y cuelga
su tristeza de insomne por los ojos.
Caliente está la tierra. Caliente
se abre verde en los cuerpos
la vaharada densa de la savia.

Ellos pasan cantando, dueños son
de las alas y el vaso, y se beben
a sorbos, con las hojas
primeras, las delicias
del ocio y de las vides.

Y ella aparta los ojos
y hay dolor, pero sabe
que hay destinos de vida, mas el suyo
es morirse a diario, fustigada
cuerpo a cuerpo en la lucha
de las voces, los ojos y los signos.




ArribaAbajoXXXVII


ArribaAbajoSentir el peso cálido.
Girar
previsora la vista, y saber
que no hay nadie.
Agacharse. Enrollar
el vestido, dejar en las rodillas
la mínima blancura
de la tela, su felpa
y el fruncido que abraza
la cintura y las ingles.

Mojar
con el chorro dorado,
tibio y dulce la tierra
tan reseca de agosto, el desamparo
sutil de las hormigas en la hollada
palidez de los henos.

Mezclar
su fragancia espumosa con el verde
vapor denso de mayo, sus alados
murmullos, la espantada
carrera de los grillos.

Y en invierno, elevar
un aliento de nube
caldeada, aspirando el helor
de hoja fría del aire.

Orinar
era un rito pequeño
de dulzura
en el campo.




ArribaAbajoXXXIX


ArribaAbajoCeniciento, el olivar hablaba
con lenguas de mujeres.
Flotaban
como crespones blancos los alientos.
Llegaba, y era hermosa
y triste y ritual como el aceite.
Llenaba, con sus manos de alondra
mil candiles
y el campo se encendía con ojos
de violeta, de alhelíes y lirios.
Desnudábase luego, y era un ascua
su boca entre los brazos.
La lluvia, fervorosa de vientos,
se dormía
sobre el placer azul del novilunio.
Blanca. Blanca como el envés
de las hojas pequeñas del olivo.
Absorta,
era alba y hermosa como una amapola
desangrada en el negro.




ArribaAbajoNo temerás




ArribaAbajoDestierro


ArribaAbajoYo no soy de esta tierra.
Era ya extranjera en la distancia
del vientre de mi madre
y todo, de los pies a la alcoba, me anunciaba
destierro.
Busqué de las palmeras
mi voz entre sus signos
y perforé de hachones
encendidos la amarga
región del azabache. Yo no sé
qué vuelo de planetas torcería
mi suerte.
Sobre el mudo desvío, sé que voy,
como víbora en celo, persiguiendo
el rastro de mi exilio.

No encontrará mi alma su reposo
hasta que en ti penetre
y me amanezca
y ría.




ArribaAbajoCáliz


ArribaAbajoY ahora soy
tan igual a ti, madre,
que no me reconozco en el cristal
de este retrato tuyo tan presente.
Si supieras que todo
lo que de ti he odiado y maldecía
ahora en mí lo descubro
tan exacto y reciente como el cerco
de una piedra en el agua, repetida.
Vengo a verte de nuevo.
Tócame, pon mis dedos
aquí sobre tus llagas, y ábreme
esta rosa de espinas del costado.
Soy tan tuya que el mar
tu voz copia en mi voz para su canto.
Y me despierto, y en la hora vivo
tu misma inmensa sed, esa que siempre
en tus huesos vacíos
irremediable ardiera.
Yo no soy tu fantasma, quiero
crearte ahora en el filo
de quien te dio mi ser, resucitada.
De muerta a muerta, dime:
¿Quién amamanta a quién, serpiente mía?




ArribaAbajo Ecce homo


ArribaAbajoSoy sólo una mujer
sentada en la banqueta.
Me ha pintado la noche
yerma al claro de agosto, despojada.
Aquí sólo el silencio
me acompaña y me fija, presa en mí
del instante.
Nada miro ni hablo.
Nada pienso, y estoy
como no están las piedras,
quizá como una carne
disecada y sin alma. Ni pregunto
ni espero. Ha cesado
la vida y han cesado la intención
y el temblor. Nada hay
que crezca ni que aflore. Nada siente.
Y sin embargo, todo:
demonio, mundo, devenir, distancia,
todo dice y proclama que no existe,
ni por dentro ni fuera, otra
más que esta segura eternidad:
una pobre
mujer sentada en su banqueta.




ArribaAbajoEl extranjero




ArribaAbajoLotófagos


Amsterdam 1998


ArribaAbajoA mediodía, por el aire, pasa
el ángel mudo de los inmigrantes. Todo
se alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan. Pan moreno, pan alto,
pan blanco, pan rubio, de centeno o del sur.
Cada inmigrante huele
su pan de cada día mientras muerde, una a una
las irisadas migas
de su ración de flor.




ArribaAbajoHelios


Desde el Sur
A Pablo García Baena



ArribaAbajoLa lluvia, amigo Pablo, hace ya tiempo
me borró de su estrella, como a Córdoba.
Vivimos, yo y el sur, ahítos de sequía,
y ni julio ni agosto, con cuarenta
diamantes en la sombra, quisieron poner coto
a su ambición ni a su rigor conmigo.

Nada, ni una triste tormenta le ha caído a mis labios,
y en sus grietas de olvido, como el perro más tonto,
acampé el corazón. Una lengua de noche
lamiendo en los rastrojos la forma del rocío
era yo y mi ventana: Ni una brizna de aire.

Pero el norte, lo sabes, limita con arroyos,
mi lujuria sonando entre las piedras
y ese verde tan limpio de los sueños.
Obscena es esta tierra y mi secano.
Soy la reina, amigo, de los mares.

Y qué quieres que haga en tal diluvio.
Dormir, amigo mío, dormir siempre
esta siesta salaz y mi ignominia.

Y esperar el infierno. O que el amor escampe.




ArribaAbajoPenélope


Kabul


ArribaAbajoPajarillo enjaulado, me han quitado los ojos
y tengo una cuadrícula
calcada sobre el mundo.
Ni mi propio sudor me pertenece.
Espera en la antesala, me dicen, y entrelazo
mis manos mientras cubro de envidia
las cabras que en el monte ramonean.
Ciega de historia y lino
me pierdo entre las sombras
y a tientas voy contando
la luz del mediodía.
Noche mía del fardo
que sin luces me arroja
la esperanza del tiempo
engastado en la letra. Noche mía, mi luz
cuadriculada en negro, cómo pesa
mi manto y su bordado, cuánto tarda
la paz negra del cielo, cuánto tarda.




ArribaAbajoDel color de los ríos




ArribaAbajoLa era


ArribaAbajoMi padre y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.




ArribaAbajoEl potro blanco


ArribaAbajoTiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

—Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos como islas detrás de la camisa.

—Mírate.
Y me miro,
y me voy desnudando
de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,
mi cuerpo como el lirio
de sol y la radiante manzana de la carne,
igual que en el milagro
del primer potro blanco saliendo de su madre.




ArribaAbajoJabón de sosa


ArribaAbajoHervía en la caldera de bronce sobre el fuego.
La sosa devoraba el saín de la vida
y ella sola sabía la entraña del milagro.
Inmensa, se enfriaba la tarta
del color de los ríos,
para luego cortarla
en cuadrados pedazos aromados de limpio.

Hoy que ella se muere como se ha muerto el rito,
una niña recoge del cauce de un arroyo
el fruto de una piedra: arena y tosca y ocre,
cómo sabe su frío a la orfandad del labio.




ArribaAbajoPadre


ArribaAbajoEsta tarde en el campo piafaban las bestias.
Y yo me quedé quieta, porque padre
roncaba como cuando,
zagal, dormíamos en la era.
Me tiró sobre el pasto
de un golpe, sin palabras. Y aunque hubiera podido
a sus brazos mi fuerza,
no quise retirarlo, porque padre
era padre: él sabría qué hiciera.
Tampoco duró mucho.

Y piafaban las bestias.




ArribaAbajoRopa blanca


ArribaAbajoO no era aquel su sitio, o alguien olvidó
cerrar la corraliza:
vinieron como bestias,
y volcaron su hocico, y a sus patas cruzaron
mis manos como sábanas.
Se comieron la ropa
puesta al sol, rehirviéndose, y dejaron mis trizas
violadas en el fango.
Mi agua, mi ajuar,
mi niña blanca: todo mierda y andrajos
por la mole de cerdos que a mi sombra
crecieron y gruñían.

Todavía me escuecen
verracos en los ojos, y una noche infinita
de dolor y de rabia.




ArribaAbajoSepia


ArribaAbajoAhora el tiempo me ha puesto
color sepia la blusa y el dorado
terrón donde cantaba
el libro de mis ojos. Estoy aquí, colgada
en la pared de cal, con mi regazo
breve dormido tras las tejas.

Pues el tiempo acomete, y es cifrado y asigna
un recuerdo a mi nombre.
Soy tu abuela, la madre
de tu madre, que vivió como tantas.
Que dio luz a tu cuerpo
y te puso en las manos
la existencia y el mundo.




ArribaAbajoPañuelos


ArribaAbajoEn un golpe de aire los papeles
han salido volando, y esparcen por el suelo
su forma de blancura.
Campo seco, sembrado
de rectángulos tersos,
limpias lenguas de sombra.

—Mis pañuelos son otros. De batista y de lino,
descansan sobre el pasto —sus vainicas aladas—,
y a mis manos reciben
su perfección de agua.

Escritura caída.
Pañuelos
y pañuelos,
vida mía, palabra.




ArribaAbajoAlada mía




ArribaAbajoDisyuntiva


ArribaAbajoLa tentación se llama amor
o chocolate.
Es mala la adicción.
Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi mal,
cosa sería
de andar toda la vida por curarme.
Pues tan sólo una droga,
con su cárcel
del olvido me salva de la otra.
Y así, una vez más, es el conflicto:
O me come el amor,
o me muero esta noche de bombones.




ArribaAbajoSex-shop


ArribaAbajoTengo un muslo guardado para ti.
De oro dulce, desde el tobillo asciende
largo, larga la carne y firme,
donde los dedos, demorar podrías sin llegar.

Quieto. Quieto como te gusta, inmóvil.
No habla. No vacila, no grita.
No se prolonga, inútil,
por caderas, ni ojos, ni presencia.

Son dos líneas perfectas, suavísima
su curva, como un pétalo
de luz o de locura.
Lleva media de seda,
altísimo tacón
y pasado ya el hueco fragante de la corva,
una liga sangrienta, con su lazo
y su gema. Al final,
allí donde el volumen
a los ojos se ofrece densamente
caen bordadas y negras de guipur
las cintas del liguero. Acariciable,
es un muslo de ensueño,
hermoso como un ídolo, podrías
encima de una mesa tocar todos sus poros
o gozarlo, por sábanas y alfombras, largamente.

Está aquí, en su estuche de raso.
Es un muslo, ya sabes, para toda
la vida o algo más.




ArribaAbajoSublime decisión


ArribaAbajoEs injusto el amor, nunca se adapta
ni a razones, ni a ritmo, ni a su tiempo.
Maleducado es. Como una mala hierba,
se enseñorea en la frente del herniado y del héroe.
Sin orden crece ni concierto.
Dislate de los sueños, pajarea
con casadas igual que con los mancos,
y planta sus reales y sus yerros
sin reparar en canas ni en informes.
Y siempre es mal venido.
Pues arder sin objeto ya es locura
o consumirse en vida por un fraude.
Nos promete su cielo inexistente, anacrónico y alto, mientras clava
cual vampiro su daga en nuestra sangre.

Por eso en esta hora
de mi azarosa vida me he propuesto
sin tardanza entregarme al que será
mi amor más puro y noble:
El éxtasis sin celos y sin trabas
con un muñeco hinchable.




ArribaAbajoPañuelos del aire




ArribaAbajoMemoria de la luz


A Villanueva de Córdoba



ArribaAbajoY era entonces la luz, cuando la luz
sobre las trenzas. De cristal y frío
la cal y las palabras. El rocío
cuajando en las encinas toda luz.

Oigo escarchas. Pasar oigo la luz
transparente y altísima en su frío,
enero de cristal, septiembre mío
dorándose en las uvas y en su luz.

En la luz el silencio, lejanía
de la presencia clara de tus calles,
cristal para la sed y la alegría,

cuando luz en las trenzas y en los talles.
Dolor de aquel dolor, sólo ya el día
tan alto de la luz y de tus calles.




ArribaAbajoLa jaula de los mil pájaros




ArribaAbajoFin de curso


ArribaAbajoCrecían como corzos.
Los hexágonos verdes de las mesas
duraban sólo un sueño.
Luego abrían
sus paraguas de viento
y me dejaban sola
con mi panel de corcho,
con mis ventanas frías
y un ábaco de pena tirado por la alfombra.
Treinta y cinco paraguas por el cielo,
y yo la Mary Poppins más oscura,
recortando la sombra
de otros tantos cachorros voladores
en treinta y cinco
sillitas imposibles.




ArribaAbajoAula A-4


ArribaAbajoEntrabais como alcores
por mi casa de arena,
y erais mirlos, ratones,
y juncos y gavieros
tiñéndome las nubes
de luz y de ventanas.
Poner fuego en la mesa
—sin quemaros—,
tocar, tocarlo todo:
la sal y los jazmines,
el pan y la alegría,
las tripas, los limones...
Tocar, hasta embarraros
en miel, en tiza, en agua, en plastilina,
en lodo...
Y reír y llorar como si fuera
el mundo todo un circo,
y nosotros payasos, equilibristas
de aire,
y músicos, cuentistas,
y jaula de leones.

Mi corro de aire fresco, me faltaba
cierta pericia en manos,
pues contabais
con mi poder omnívoro,
y yo nunca
llegué a ser buena maga.




ArribaAbajoRetablo de maravillas


ArribaAbajoLos cien grillos cantando por la lluvia
—el sol, motos, mi frente—
y un gamo de colores corriendo la pizarra.
Mi jaula de mil pájaros,
mi retablo sin fin de maravillas,
mi ciempiés enredado,
y yo sin poder darle
puerta al campo ni flor
a la llovizna.




ArribaAbajoLos cuerpos oscuros




ArribaAbajoOcéanos


ArribaAbajoCon ellos oigo el mar.
Oigo el mar y visito los huecos
de la sombra en sus labios.
(Pero no sé si tienen labios).

Son grandes y son lentos como dos
proboscidios. Se caen
cada día cien veces de su tierna rodilla
zamba. Yo les doy
de beber, les unto
de pomada y de aceite
la piel roja del coxis
y a las doce los pongo en el balcón.

Habla y habla y habla el uno sin parar
una lengua de trapo
y de esponja
y de agua,
mientras el otro —la otra—
se atora con su propia campanilla.

Y el mar entra y sale,
va desde su cuarto a la cocina,
y a mí me humedece
de color gris acero las muñecas.

Cuando brota la luna
yo rehago dos nidos con bufandas
y leche y baberolas
y me siento a escuchar.
Y el mar bate despacio
—muy
despacio—
en sus vientres de tierra.




ArribaAbajoLaberinto ordenado


ArribaAbajoQue el cuarto esté en penumbra
y la puerta entreabierta.
Que una luz a seis metros me señale la vida
que vendrá con el alba.

Que haya sido la tarde como un campo
sosegado de heno,
y que ninguna cara venida de otro mundo
—venida de otra década—
me asaltara los ojos, y diera en la diana
de mi gran jeroglífico.

Que tu voz haya sido
lustrosa y amansada como el lomo
profundo de los gatos,
y que hayan tus manos abrigado
mi caos y la tormenta.

Que en mi cena frugal y su martirio
nadie me haya asechado
contra mi terquedad la boca de pastillas.

Que la casa esté en orden
y que sea la misma,
y que no me atosiguen
los espejos ni el agua.

Que el sopor y el silencio
—¿o tal vez esa música?—
y ese beso callado
por mi cuerpo desciendan como un bálsamo.

Y aun así, quién sabría.
Dormir es un misterio
cercado de palomas
o de peces azules y monedas.
El tesoro escondido cuyo mapa
buscamos cada noche por si el rito
fuera cierto una vez,
y nos tocara.




ArribaAbajoEspejos


ArribaAbajoBaja la loba al llano, y muerde las ventanas.
No con dientes las muerde, sino con sus pupilas
agrandadas y hambrientas.
Con envidia las mira, a las ventanas,
sus lámparas, sus sombras
ocultas y encendidas.
Porque ella vaga sola, sin lugar y con frío,
y allí, tras los cristales,
se agazapa ese algo
que aún no sabe qué es,
pero que late y vive.

Baja la loba al río y mira arriba,
y aúlla a las ventanas
que brillan como soles
y taladran la noche
tan triste de la vida.
¿Quién ama? ¿Cuántos comen?
¿Cómo será la silla?

Lame la loba el suelo, y lame las ventanas
encendidas de luz,
y sus pupilas rojas
son un livor de frío.




ArribaAbajo[Inédito en libro]




ArribaLa bolsa o la vida


ArribaTú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.

Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.

Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.

Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.

Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela —preciosa— que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.
Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla...

Esa cosa. Mi bolso.

Que va a dar al mar.





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