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Abajo

Antología poética

Rafael Guillén






ArribaAbajo Antes de la esperanza (1953 - 1955)




ArribaAbajoSobre toda palabra


AbajoNo es fácil retener cuanto de cierto
lleva cada palabra, rescatada
por la verdad del borde de la nada.
La medida es un eco, un eco muerto.

La verdad no es la rama; es el injerto
propicio al viento fuerte y a la helada.
No es cuerda ni metal; es la tonada,
la alada melodía del concierto.

Propicia al viento fuerte y a la ruina,
camina la verdad, triunfa y camina
de palabra en palabra, paso a paso.

¡Y es gozo recibir su luz violenta,
y sentir cómo nace y se sustenta
del mismo manantial de su fracaso!




ArribaAbajoPronuncio amor (1956 - 1957)




ArribaAbajoPronuncio amor


ArribaAbajoVengo de no saber de dónde vengo
para decir amor, sencillamente.
Para pensar amor, sobre la frente
sostengo qué sé yo lo que sostengo.

Para no detener lo que detengo
siembro en surcos y versos mi simiente.
Para poder subir, contra corriente,
tengo sujeto aquí, no sé qué tengo.

Venir es un recuerdo, si se llega.
Pensar es una huida, si se toca.
Sembrar es una historia, si se siega.

Sólo acierta en amor quien se equivoca
y entrega mucho más de lo que entrega.
Después, toda esperanza será poca.




ArribaAbajoPensado otoño


ArribaAbajoHaciendo otoño vamos. Nos florece
el otoño en la misma primavera.
Esta primera hoja es la primera
que al primer vendaval desaparece.

La savia nueva empuja y reverdece
la rama, y crece alta y altanera.
Fuera mejor, quizás, que no creciera
si para muerte y para viento crece.

Haciendo otoño vamos. Cada día
nuevo verdor en yemas, entreabiertas
a un seguro destino de elegía.

Pronto, las ramas se alzarán desiertas
y el viento jugará, sin alegría,
con la belleza de las hojas muertas.




ArribaAbajoAnclado en mi tristeza de profeta


ArribaAbajoAnclado en mi tristeza de profeta
sé cuánto ha de valer lo que hoy recibo;
cuánto valdrá después esto que vivo
sujeto a este después que me sujeta.

Mi plenitud en ti quedó incompleta
y espera un no sé qué definitivo.
Mientras, cerca de ti, escribo y escribo,
poeta al fin, en tiempo de poeta.

Sé cuánto ha de valer; eso es lo triste.
Valdrá más que lo mucho que poseo
el recordar lo mucho que me diste.

Profetizado don, con que falseo
esta presente gracia que me asiste
y esa futura gracia que preveo.




ArribaAbajo El gesto (1958 -1963)




ArribaAbajoPoema para la voz de Marylin Monroe


ArribaAbajoTu voz.
Sólo tu tibia y sinuosa voz de leche.
Sólo un aliento gutural, silbante,
modulado entre carne, tiernamente
modulado entre almohadas
de incontenible pasmo, bordeando
las simas del gemido,
del estertor acaso.
Como un tacto de fina piel abierta.
Como un espeso y claro líquido absorbente
que envuelve tus adentros, que te sube
del sexo mismo hasta los labios,
que recorre tus dulces cavidades
antes de ser el soplo
caliente y sensorial que nos sumerge.

Tu masticada voz, que te desnuda
sutilmente, insidiosamente, como
si en derredor de tu cintura fuese
creando y disipando al mismo tiempo
mil velos transparentes de saliva.

Tu voz resuelta en quejas y mohines
que trasmina como un olor a cuerpo,
un tierno olor sedoso
que se propaga en ondas, que nos roza
tan delicadamente, que es posible
sentirlo por las manos y en las piernas.

Tu voz labial, visible,
como gustando el aire, como dando
forma a posibles moldes para besos.
Tu voz de oscura selva con riachuelos.

Clavado aquí, en mi hombría,
oigo tu voz, que late entre mis dientes,
y enmudezco la radio, y cierro el gesto.
Porque tú ya estás muerta;
porque hace largos meses que estás muerta
y aún es posible el grito enfebrecido.

Oigo tu voz carnal, y me pregunto
qué pasa aquí. Si acaso es esto un nuevo
pecado, o un castigo.




ArribaAbajoOración final


ArribaAbajoNo tengo más que un gesto; ya lo has visto.
Un gesto que no llega ni a postura.
No me queda ya más de esta aventura
que corro cuando pienso o cuando existo.

Alguna vez vendrás. Por eso insisto,
seca mi terquedad, casi locura:
sólo me queda un gesto, en esta oscura
conciencia que aún confía en lo imprevisto.

Porque es cierta tu vuelta, me apresuro
a decírtelo claro. Y es seguro
que tú, como señor, no escuchas nada.

Cuando llegues, aquí estaré: impasible.
Sólo me queda un gesto y es posible
que me lo rompas de una bofetada.




ArribaAbajoGesto segundo (1964-1966)




ArribaAbajoLos esposos


ArribaAbajoDame la mano; el cuerpo. Necesito
cruzar la calle. Dame
un tímido relámpago
de detrás de tus ojos, algo
que me sustente, una palabra, un hijo
para cruzar la calle. Dame un brazo
para correr. Ponte delante, así,
de cara a mí, que yo me vea cerca
reflejado. Y la mano
también. Dame la mano, el cuello joven,
el espejo, el cansancio
de ayer, el tiempo, sí,
dame el tiempo que te consuma, el peso
que hace posible tu llegada. Quiero
cruzar la calle. Dame
tu soledad, o más, la comisura
de tus labios, la piel de un muslo, algo
con que cubrirme. El gesto
que derrumba un deseo, algo sólido,
arañable, exterior, algo de ti
que arrope mi despegue.
Que no tengo más ancla, que no tengo
más posible contacto, que no tengo
más vertedero, o playa, o límite si quieres.
Dame el silencio, o lo que sea. Dame
algo que me acompañe.
Que está ya cerca el viento, que ya viene
por el árbol de al lado, y necesito
cruzar la calle.




ArribaAbajoDespués del baile


ArribaAbajoA mí buscadme siempre
después del baile.
Cuando el salón vacío aún conserva
olor a carne perfumada, y gira
el recuerdo de una cintura airosa
sobre mesas y sillas en desorden.
Cuando el último ritmo aún perdura,
gratamente obsesivo, sin un cuerpo
en que posarse.

A mí buscadme siempre
aquí, después del baile. Esta es la hora
de los que no llegaron a la fiesta.
Los enfundados, tristes, instrumentos
de la orquesta componen, en gris sucio,
el desolado dorso de la dicha.
Sobre este suelo ya es basura el vuelo
multicolor de los confeti, junto
al cigarro a medias apagado. Vasos,
botellas empezadas, restos
de esperanza inservible.
Entre este humo y soledad, aún queda
la vacía oquedad en donde hubo
una dura muchacha largamente
abrazada. Dios inventó esta fiesta
para darnos la dimensión exacta
de su silencio.

Este es mi sitio. Aquí me encontraréis.
Aquí, en el centro de la pista, solo,
después del baile.




ArribaAbajoTercer gesto (1965-1966)




ArribaAbajoEl origen


ArribaAbajoYo sólo puedo hablar, amigos, cuando
algo como una lluvia, desde dentro,
pero también cayendo dentro, pone
por mi manera de mirar, y pone
por el cauce de entrada o de salida
al exterior del sentimiento, un velo
de agua, o luz, o niebla,
o, yo diría, algo
como una mano de agua, una mano
lúcidamente opaca, que recoge
suavemente las externas formas
de ver, o de pensar, también las formas
de ver, y las sitúa
junto al mismo brocal a donde asoma
de vez en cuando mi palabra. Entonces
puedo decir: estoy lloviendo; yo
estoy lloviendo, aquí. Esta es la hora
del poema.
Sucede
que esta lluvia, o manera, o ser en sí
que condiciona mi salida, nace
de un océano extenso original
al que vierte el dolor —porque el dolor
también es agua— y nace
de originales lagos diminutos,
bajo los manantiales o cascadas
de la dicha. En su doble,
desigual procedencia, esta lluvia,
o mano de agua, o fondo neblinoso
que engendra la palabra, que es palabra
anticipada a los sonidos o ecos
que consigue de mi oquedad, ya hereda
un más alto legado doloroso.

Yo empiezo a hablar, o como
quise decir, si tomo formas, modos
de ver que me presenta el agua
desde dentro, yo empiezo
a llover, y contemplo cómo afuera,
ajeno y lejos de este velo umbroso,
el tema o el suceso toma cuerpo
por sí mismo y se forma
independiente de mi lluvia, pero
sustentado por su humedad o aliento.
Y puede ser que al cabo de una misma
manera, que es la mía, de ponerme
a mirar, siempre abrumado
por el agua, los seres
que se conforman a su amparo tengan
distinto germen natural.
Por eso,
amigos, sólo puedo
asegurar que algunas veces, pocas,
estoy en situación de lluvia, estoy
en personal estado de palabra.
Luego llega el poema, si es que llega,
por sí mismo; no siempre
con una misma intensidad, o modo,
o razón para ser. Y yo lo veo
alejarse. Esto es todo.




ArribaAbajoUn gesto para el quinto aniversario de tu muerte


ArribaAbajoHe venido hasta aquí, por ver si el polvo
de lo que tanto amé,
por ver si esto que queda, que no es nada,
de lo que tanto amé,
por ver si la corpórea cercanía
de un deshecho perfil amable, ay,
tantas veces descrito por los besos,
de unos huesos o, acaso, de un vestido
que yo oprimía junto con tu brazo,
por ver si la certeza renovada
de este silencio en torno,
puede ponerle playas
a mi dolor, puede aún levantarse
como rocoso límite concreto
en donde rompa mi dolor.

Aquí, donde la nada se amontona
y el jaramago crece en los vacíos
que dejó el pensamiento.
Aquí, donde los muertos, ordenados,
como puestos para secar y siempre
inútilmente cerca
como las cosas entre sí, no tienen
tiempo ya para hacer, tampoco para
dejar de hacer aquello que podría
ser comunicación, amor acaso.
Aquí, donde hasta el viento se arrincona,
después que el bieldo separó del grano
esto que sólo es paja,
aún menos que el polvillo de la paja.
Aquí, donde se asoma
la otra mano de Dios, la que sostiene
la esponja que nos borra,
donde la sombra sube
resumida en ciprés, pues de otro modo
no cabría en los cielos, ni en los hombres.

He venido hasta aquí, porque es domingo
y las calles con sol y las placetas
se llenan de muchachas
recién lavadas, blancas, y no puedo
con tanta vida, hoy que te recuerdo.
He venido porque los niños crecen
y crece el matorral y la luz crece
y lo bueno y lo malo crece, y todo
se expande y gira en torno de este punto
de dolorosa calma detenida.
He venido hasta aquí, sin más motivo
que el que tuviera de asomarme a un pozo
tan sólo porque es hondo
o el de sentarme quedo junto al mar
porque es el mar. Y ahora
me pregunto si al cabo de este llanto,
si al cabo del dolor, no habrá un poquito
de tierra nada más, de alguna imperceptible
materia tuya, que traspase el mármol
para tocar mi piel, para rozarme
levemente el cabello.
Porque nunca he querido
entender el amor sin una forma
de tacto. No he podido
renegar de este cuerpo que me diste.

He venido sin flores y sin luto.
He venido a fumarme este cigarro
delante de tu muerte;
solamente un cigarro, por aquello
que fue una gran borrasca de ternura.




ArribaAbajoLos vientos (1967)




ArribaAbajoPoema del no


ArribaAbajoMe decías que no. Por tu mirada
pasaban barcos lentamente. Había
gaviotas en tus ojos, en tus blandos,
oscuros ojos grandes,
donde iba cayendo la amargura
como un anochecer de altas sirenas
en los puertos del Sur.
Me decías que no serenamente.
Era un no original, que ya existía
antes que tú, que hablaba por sí mismo
mientras que tú, impotente, absorta, fijos
en mí tus ojos, lo sentías vivo,
palpabas su raíz por tus adentros.
Era un no adivinado,
mudo, pesadamente silencioso.
Tu duro cuerpo tibio
me decía que no, sin causas, iba
replegándose, como
si volviese a la infancia. Tú no eras.
Me decías que no, y en tu mirada
cabalgaba un dolor que yo diría
maternal. Un dolor implorando
comprensión. Un no de contenida
pesadumbre, pero total, abierto,
levemente asomado
a las playas del llanto.
Me decías que no lejana, sola,
terriblemente sola, maniatada,
sin un porqué donde apoyarte, pero
era no, era no, sin gritos, no...

Los puertos, las sirenas,
los barcos en la noche, todo iba
perdiéndose, alejándose.
Yo, delante de ti, triste, abatido.




ArribaAbajoApenas si recuerdo


ArribaAbajoApenas si recuerdo tu voz, pero me dueles
en alguna parcela remota de la sangre.
Te llevo en mis abismos, enredada en el limo,
como uno de esos cuerpos que la mar no devuelve.

Era un lugar perdido para el Sur. Una playa
sin barcas pescadoras, donde el sol se vendía.
Un litoral, ya selva de luces y de idiomas,
que desdeñó vencido su obligación de arena.

La noche de aquel día nos castigó a su antojo.
Te tenía tan cerca que era inútil mirarte.
El otoño blandía carcajadas y orquestas
y la mar se mesaba furiosa los balandros.

Tu mano equilibraba, con su calor opuesto,
la ondulante templanza del alcohol. Los jardines
me llegaban lejanos a través de tu falda.
Subía mi marea de nivel por tus pechos.

Alfombrados tentáculos, por las escalinatas,
atraían los pasos a las bocas del ruido.
Con luces y cortinas, más arriba del tedio,
hablaban las alcobas de los grandes hoteles.

Hay momentos oscuros en que nos vence el lastre
de tanto abatimiento. Son momentos, o siglos,
en que la carne asoma su desnudez y busca
la destrucción, bebiendo la vida de sí misma.

Yo palpaba tu abrazo por mis alrededores
pero el amor no estaba donde estaba tu abrazo.
Yo sentía tus manos encima de mi pena,
pero la nada iba delante de tus manos.

Recorría, a lo largo, tu entrega desalmada,
por si había una cala donde tirar del copo,
por si acaso encontraba la voz del cenachero
aún mojada del brillo de los chanquetes vivos.

Era un lugar perdido para el Sur. El aroma
del moscatel tenía sinsabores de whisky.
Era un abrazo muerto, que llevo todavía
como un extraño objeto que la carne rechaza.




ArribaAbajoCada mañana


ArribaAbajoCada mañana el mismo
asombro, siempre nuevo:
el ver lo natural
que es para ti tu cuerpo.

Consabidas minucias
del rito del aseo,
que imperceptiblemente
elevas al misterio.

Desde mis ajimeces
vigilo tus linderos:
revuelas como un ángel
sobre tus mismos pechos.

Tu humedad se disputan
la juncia y el espliego.
¡Ay, frescura de aljibe
y calor de sesteo!

En mis blandas murallas
aprisionado, veo
el hábito sencillo
que tienes de tu cuerpo.

Resuelves la materia
en puro movimiento;
cada escorzo insinúa
un ritmo en el espejo.

El repetido aire
que modela tus gestos,
es en ti cristalino
pero en mí es espeso.

De tu cuello desnudo
nace un hondo venero;
de tus brazos en alto,
la mimbre de tu pelo.

Al alba, cuando mido
tu distancia, no entiendo
la natural costumbre
que es para ti tu cuerpo.




ArribaAbajoLímites (1968-1970)




ArribaAbajoHabrá una danza


ArribaAbajoComo la nada repetida, copia
de sí, que no origina un ámbito
y, sin embargo, es inmanente en medio
de dos inabarcables
espejos enfrentados,
habrá un estar no definido, un verse
incorpóreo, sin lindes, sin distancias,
habrá una danza en medio de la ausencia,
en una inmensidad a la que acudan,
en la que se acumulen, superpuestas
en su penetrabilidad, las formas
todas del ser, habrá un opaco y vasto
deslumbramiento, habrá una no visible
revelación, como si múltiples ideas
aflorasen a un tiempo, diluidas
cada una en las otras, pero siendo
ellas mismas. Estado
en lo que fue materia
que, por sutilidad, es traspasada
o que traspasa. Inexistencia al fin
del espacio, derrota de su límite.
Ubicuidad de cuerpos y conciencias.

Habrá una danza en torno de sí misma.
Será como una música cayendo
sobre un lago, que no se expande en ondas
concéntricas pues sólo
existe el eje sin confín, sin dimensiones.
Será una ceremonia. El testimonio
de la total liberación. Sin pista,
sin salones, sin aire, sin presencia.

Habrá una danza atemporal e inmóvil.
Nunca empezó. Perenne, inagotable,
la evolución inanimada, el falso
girar —todo es el centro— irá mostrando
las espaldas desnudas,
los desmayados brazos enlazando
duras cinturas de alabastro, torsos
momificados en la esencia, orquídeas
sobre los pechos sin latido, piernas
clavadas en el brillo
del marmóreo no estar, invariables
posturas traspasadas
por una sola nota permanente
de trompeta, de saxo, un solo golpe
interminable de tambor, un tenso,
estrangulado espasmo en cualquier síncopa
de lo que habrá de ser el ritmo fuera
del tiempo.
Las figuras
sin edad, los gentiles
cuerpos innatos, el cristal, las orlas
de flores por los palcos de la nada.
Simultáneas imágenes
de lo que pudo ser, de lo que, siendo
un instante, será, inmutable, fijo.
Estáticos escorzos estampados;
inertes languideces;
estables actitudes
de complacencia, de terror, de éxtasis,
de plenitud, de pasmo, de alborozo.
Bullicio inmóvil. Acto sin transcurso.

Proseguirá la danza, sin espacio,
sin tiempo, suspendida sobre el vértice
de la inmovilidad, viva y exánime.




ArribaAbajoSignos en el polvo


ArribaAbajoComo el dedo que pasa sobre la superficie polvorienta
del mueble abandonado y deja un surco
brillante que acentúa la tristeza
de lo que ya está al margen de la vida,
de lo que sigue vivo y ya no puede
participar de nuevo, ni aun con esa
pasiva y tan sencilla
manera de estar limpio allí, dispuesto
a servir para algo; como el dedo
que traza un vago signo, ajeno a todo
significado, sólo
llevado por la inercia del impulso
gratuito y que deja
constancia así en el polvo de un inútil
acto de voluntad, así, con esa
dejadez, inconsciencia casi, siento
que alguien me pasa por la vida, alguien
que, mientras piensa en otra cosa, traza
conmigo un surco, se entretiene
en dibujar un signo incomprensible
que el tiempo borrará calladamente,
que recuperará de nuevo el polvo
aún antes de que pueda interpretarse
su cifrado sentido, si es que tuvo
sentido, si es que tuvo
razón de ser tan pasajera huella.




ArribaAbajoDonde sonó una risa


ArribaAbajoDonde sonó una risa, en el recinto
del aire, en los pasillos transparentes
del aire donde, un día
sonó una risa azul, tal vez dorada,
queda por siempre un hueco, un lienzo triste,
un muro acribillado, un arco roto,
algo como el desgaire de una mano
cansada, como un trozo
de madera podrida en una playa.

Donde saltó la vida y luego nada
y el corazón, de un golpe,
echó a rodar, y luego nada, queda
una cama deshecha,
un cuarto clausurado, un portón viejo
en el vacío, algo
como un andén cubierto por la arena;
queda por siempre el hueco
que deja un estampido por el bosque.

De bruces, husmeando, rastreando
unas huellas, tirando
del hilo de un perfume,
penetra el corazón por galerías
que un latido de sangre subterránea
horadó alguna vez y allí quedaron.
Y que allí permanecen con su húmeda
oscuridad de tigres en acecho.
Penetra el corazón a tientas, llama
y su misma llamada lo sepulta.

Donde sonó una risa, una vidriera,
una delgada lámina de espacio
estalló lentamente. Y no es posible
poner de nuevo en orden tanta ruina.

Un nuevo aliento merodea. Llegan
otros sonidos hasta el borde y piden
su momento para existir. Afluyen
nuevas formas de vida
que al final toman cuerpo y se acomodan.
Pero el tiempo ya es otro y el espacio
ya es otro y no es posible
revivir lo que el tiempo desordena.

En la cresta del agua o de la espuma
donde una risa naufragó, ya nada
podrá buscar, hundirse, hallar los restos,
nadie podrá decir: éste es el sitio.
El mar no tiene sitios y sus cimas
son instantes de brillo y se disuelven.

Pero quedan los huecos, queda el tiempo.
El tiempo es un conjunto
de irrellenables huecos sucesivos.
Donde sonó una risa queda un hueco,
un coágulo de nada, una lejana
polvareda que fue,
que ya no está, pero que sigue hablando,
diciendo al alma que, en alguna parte,
algo cruzó al galope y se ha perdido.




ArribaAbajoSer un instante


ArribaAbajoLa certidumbre llega como un deslumbramiento.
Se vive por instantes de luz. O de tiniebla.
Lo demás son las horas, los telones de fondo,
el gris para el cansancio. Lo demás es la nada.

Es un momento. El cuerpo se deshabita y deja
de ser la transparencia con que se ve a sí mismo.
Se incorpora a las cosas; se hace materia ajena
y podemos sentirlo desde un lugar remoto.

Yo recuerdo un instante en que París caía
sobre mí con el peso de una estrella apagada.
Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.
Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.

Vivir es detenerse con el pie levantado,
es perder un peldaño, es ganar un segundo.
Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.
Vivir es ver el agua; detener su relieve.

Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro
del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.
Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,
se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.

Nada altera su orden. Es tan sólo un latido
del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.
Y se siente por dentro lo compacto del hierro,
y somos la mirada misma que nos traspasa.

La lucidez elige momentos imprevistos.
Como cuando en la sala de proyección, un fallo
interrumpe la acción, deja una foto fija.
Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.

La pesada silueta del Louvre no se cuadraba
en el espacio. Estaba instalada en alguna
parte de mí, era un trozo de esa total conciencia
que hendía con su rayo la certeza absoluta.

Ser un instante. Verse inmerso entre otras cosas
que son. Después no hay nada. Después el universo
prosigue en el vacío su muerte giratoria.
Pero por un momento se detiene, viviendo.

Recuerdo que llovía sobre París. Los árboles
también eran eternos a la orilla. Al segundo,
las aguas reanudaron su curso y yo, de nuevo,
las miraba, sin verlas, perderse bajo el puente.




ArribaAbajoAlgo sucede


ArribaAbajoVoy solo entre el desorden del gentío. De pronto
otro calor me roza. Es un instante. Pasa
a estribor de mi turbio no pensar la rotunda
certidumbre del cuerpo
de una mujer, con todas
sus velas desplegadas. Y prosigue. Y se aleja.
Y se disuelve al fin. Y nada cambia.
Sólo, acaso, que en otra dimensión, en el otro
lado del mundo, algo
como un alto edificio, o un nubarrón, o un monte
de cristal, cruje y salta
hecho pedazos. Nada ha sucedido,
pero algo sucede.
Cicatriza
una estela, tal vez, y la distancia,
que es nada, sigue alzando sus diques invisibles
sobre el vaivén de un tiempo que mece entre sus algas
miles de peces muertos.
Y nada se conmueve.
Y sigue siendo injusto el azul de la tarde.

Una larga caída de cabellos, que el hombro,
rotundamente terso, divide, se me cruza
por el cansancio, de improviso, y tira
como con garfios de mi olfato. Y nada
sucede, es cierto, pero algo
sucede.
Todo sigue
en su lugar exacto, pero ya no es exacto.
Tal vez en los remotos
mares del norte, un barco ballenero,
partido en dos, se hunde en este instante
rodeado de témpanos y espumas congeladas.
Pero nada se mueve. Sigue el sol en su sitio.

Y una garganta pasa, y unos ojos perdidos
que no me ven y siguen
avanzando despacio hacia los pozos ciegos
en que el olvido entierra sus restos. Unos ojos
donde el agua no alcanza
el nivel que los haga flotar en lo consciente.
Es tan sólo un momento, pero basta. Y no puedo
explicarlo, no puedo. Intento, al menos,
fijarlos a mis muelles; y saltan las amarras.
El espacio es el mismo, pero ya no es el mismo.
Y algo sucede al fondo
del universo: un astro que pierde su equilibrio,
un niño que no nace,
un bosque que se quema,
un giro, en ese instante, del curso de la historia.

Pasa a mi lado un pecho, una cintura, acaso
un pensamiento, el germen
de un posible contacto que me briza y se pierde,
que estuvo cerca y luego se pierde para siempre.

Y nada más.
El aire de nuevo perfila los contornos.
Los límites afirman sus aristas, parcelan
medidas y lugares y tiempo.
Pero algo
sucede. No sé dónde, ni cómo,
algo inmenso sucede que queda, en algún sitio,
escrito en caracteres perennes e ilegibles.




ArribaAbajoAbriendo paso al rayo


ArribaAbajoElla vendrá, saladamente húmeda,
tenuemente velada
por el polvo de agua que liberan
las olas al romper.
Ella vendrá por los acantilados.

Uno por uno, intento
ir forzando los límites. Y espero.
No sé qué espero, ni por qué. Es un modo
de reclamar mi parte de aventura.

Ella vendrá. Vendrá desde la noche.
Como un débil galope que se acerca.
Como el recuerdo de una risa. Como
el eco de las voces que, otros tiempos,
habitaron la casa abandonada.
Ella vendrá. Yo creo en el misterio.

La fe en lo transparente, en lo que existe
alrededor de la materia; el vago
presentimiento ilógico; el deseo
me salvará. Yo creo
en la otra mitad de lo visible.

Ella vendrá, saliendo del espejo.
Sonriendo desde un retrato antiguo.
Será un leve crujido en la escalera,
el ruido de unos pasos por el techo,
una cortina que se mueve, un vaso
de cristal que se rompe sin tocarlo.

Ella vendrá, como una paz lejana.
Vendrá como un aroma
de vaguadas y montes, cabalgando
a lomos de la tarde.
Ella vendrá al final, no sé por dónde;
tal vez por el atajo
de alguna dimensión desconocida.

Ser hombre es resistirse.
Ser hombre es cometer, conscientemente,
un pecado de lesa desmesura.
Ser hombre es ser testigo de lo absurdo.

Ella vendrá, engarzada en una chispa
de pedernal. Abriendo paso al rayo.
Deslumbrante en la proa
de una infinita luz que se aproxima.



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