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ArribaAbajoMoheda (1971-1977)




ArribaAbajoAdarga


ArribaAbajoPenetra el mundo por la piel. Se adhiere
lo circundante, aprieta
como un rugiente zumo
mineral, como un aire torbellino
de disueltos paisajes
por la piel, un adobo, una sustancia
de melaza y salitre y de partículas
frutales y de savia,
también hedor, penetra,
y légamo, comprime y remodela.

Atrio es la piel, prolongación del caos
hacia dentro; y de lo hermoso. Adarga
penetrable.
¿Qué música,
qué realidad inexistente llama
con sus nudillos, lanza
sus escalas? ¿Qué espuma
de un ajeno supuesto se remansa
en cada arruga dársena? ¿Qué brillo?

Poro por poro, pozos artesianos,
busca la luz del exterior caudales
transcorpóreos, venas
que acrecentar. Afluyen pulsaciones,
sonidos de otro allá que el vello absorbe.
Fusión a su través anonadado.
Desleimiento en el todo del origen.

Inhumana es la piel.
Niega, rechaza
el más acá del tacto. Desarraiga
la posesión.
A lo tan solo esconde
algún pliegue perdido, que aún conserva
la cicatriz de un beso; o un espacio
por otra piel rozado, donde abiertas
heridas parpadean.




ArribaAbajoDesguace


ArribaAbajoTe me deshaces en el beso, amiga.
A lo largo del beso
van arando tu piel ¡qué de otro tiempo!
las arrugas.
Te amo.
Se licúan
tus pómulos; se sume,
se desdenta tu boca y yo te amo.
Te me disuelves en el beso, amiga,
te me desnaces, ay, bajo este cuerpo
que cubre tu erosión.
Te me destrenzas.

Tu lagunal mirada verdinegra
que otro estiaje resquebraja y otro...
dime si aún me ves...
tu voz gimiendo
que un zumbido o recuerdo lobreguece...
tu saética lengua acibarante...
la sed ya no precede...
tu cabeza
por mi hombro, tu redondez, tu espacio
antes tempero, tanto
todo y demás que queda en, mira,
un casi sequedal, sino esa lágrima
rezumada de zubias interiores...

Un hasta luego ¿cuándo? en cada instante
que enmohece el latido; una maraña
de destejidos roces; un tan otro
aquel impulso y ¿cuánto es lo que queda?;
un reloj que quebraza
los muros del deseo, que corroe
la dádiva, que enrancia los agraces;
un humedal que empapa los desechos.

Te me deshojas dentro del abrazo.
Te me lenteces bajo el pulso, amiga,
¿por qué no madre ya, de tan cobijo?,
¿por qué no hermana en tanto
trasvase sangre a sangre?
Te me amainas,
te me remansas en el beso. Cuerpo
de grutas y de espuma, rocas húmedas
que la marea abandonó, ensenadas
con naufragios y mástiles
retorcidos y quillas
donde la herrumbre pone sus huevos amarillos...
Tu prestancia abatida, tu tronchada
blancura cervical; tus senos cántaro
¡tan rotundo el ayer! altivos trojes
de caricias aquellas
que se enconaron, ay, tu quiebro airoso,
tu macerado vientre, así fecundo,
decadente añojal hasta el menguado
alcacel de tu vello.

Te me deslizas a la muerte.
Palpo
tus lugares vacíos, tus siniestras
oquedades, la nada
en donde estuvo tu hermosura.
Te amo.
Cobertizo que el tiempo zarandea.
Almáciga que asola la riada.
Roqueda que el verdín melancoliza.

Te me desguazas en el beso, amiga;
a lo largo del beso te me pierdes,
te me deslíes, ay, te me regresas
a la tierra, que absorbe,
que recupera así su amargo zumo.




ArribaAbajoSon


ArribaAbajoAlgo para después, para un presente
sucesivo después, un son, un ritmo,
en leve esqueje de futuro, hundido
golpe a golpe, punteo
de guitarra alcancía, gota a gota
para después de palmas desdobladas,
quiebro a quiebro clavado
y un dolor pedernal así, soltando
candentes chispas, trémolos quejidos,
dolor así, sonoro,
estático y vibrante en el rasgueo.

A punto ya de soleá, un algo
para después, murado
de cipreses fanales o almenado
de hogueras verdes, pitas llameantes,
apenumbrado algar y pena adentro.

Agua trenzada y molinera ¿dónde
para este fuego o danza
que consume el instante y lo eterniza?
Jardines fuentes ¿para qué y en cómo
si el celo en sí se mustia y aridece?
El drama aquí, el gemido,
los desolados pasos
para después y siempre, en este trance
en el que el son elige su postura
y el alma junco se alabea y toma
impulso y crece y planta
aquí, por todo el monte,
su jadeo final, su primer grito.




ArribaAbajoPiedra-libre


ArribaAbajoPor el jardín agazapados, cada
uno en su puesto y solos,
niños a «piedra-libre», tras un seto,
tras una adelfa, hombres
a idea y a palabra libre, ocultos
en lo oscuro, detrás de un nombre, cerca
y dispersos, detrás de cada oficio,
y el que se queda, escudriñando, ¡visto!
desde su privilegio,
desde su luz mentida —ya ha contado
hasta diez— desde el mando, poseyendo
la valla, sus derechos,
las vastedad de su dominio.
Miro
los arbustos, la sombra
del escondite que me ampara, el alto
murallón que me cerca. Miro el hueco
por donde acechan los fusiles. Miro
un claro entre dos sauces
y un niño ¡visto! que se cruza y sale
cabizbajo y mohíno
hacia la luz. Miro mi propia sombra
que puede delatarme; salto quedo
de un rosal a una yuca, de un silencio
a una coartada.
Reptan,
se acercan ¡visto! van cayendo algunos;
el foco barre la memoria, dejan
el resguardo de la mimosa, pasos
hasta la adelfa, gateando, hurtan
los barrotes, el miedo, se guarecen
tras de la alheña ¡visto!, aquél resiste
la tortura.
Tumbado sobre el césped
espero y miro, avanzo con los codos,
¡ahora!, me incorporo,
me juego el juego ¡visto!, ya no hay tiempo,
corro entre los disparos, atravieso
el clamoreo, saltos
de alegría infantil, de un quiebro evito
la última redada, el árbol último,
salvo la valla y grito, casi lloro:
¡piedra libre para mí, y para todos
mis compañeros!




ArribaAbajoRezumo


ArribaAbajoTu voz pequeña, tu cintura ausente,
tu pubis, dime, tus acantilados
donde las manos se me despeñaban,
dime qué fue, tu deja, tu artería.
Y estoy de ida, pero vuelvo cedo,
y estoy deleble a tu mirada esponja,
y estoy tamiz para que no me pases
sino en harina de recuerdo, en queja
candeal.
Todavía te sostienes
dentro de mí como un almiar reliquia
de pasadas cosechas,
como el sobrado de una casa en ruinas
donde el aire se enreda, como el arca
desvencijada donde
un fino ajuar no usado amarillece.

Tu belígera lengua, tu acomodo
labial, tu ronco desenfreno,
tu peso, muslos, dime
qué fue.
Conservo las cavernas
que dejaron tus aguas
al retirarse y llamo algunas noches
y aún retumbas lejana
por mi roqueña intimidad, goteo,
rezumo aún, desgaste y no termina
de tiempo aquel que es éste y ya no existes.

Este aquel día que me va y me viene
como desasistido ya, sin cuerpo,
tu cuerpo, sin más bridas
que frenen su desboque hacia otra nada;
este aquel modo yerto
de ir pasando por ti, que me reclama,
por mí, que me concita
al abandono y sigues en mis huesos.

Tu tibieza aledaña, mi jadeo,
tu hontanar, mi desmonte,
qué fue, y este saberte
de ayer, mi desolvido,
mi tu sonrisa atroz, mi desventura.




ArribaAbajoVariaciones temporales (1983)




ArribaAbajoI



El presente es recuerdo
como el rayo es tormenta.
No soy en cada instante
más que lo que me queda.

Esto que estoy diciendo
lo dijo ya cualquiera:
cada palabra avanza
tras de su propia huella.

El hoy ya existía
aunque yo no lo viera:
una luz que se enciende
sólo alumbra, no crea.

Que todos los disfraces
que salen en escena
tienen sabor y manchas
del vino de otras fiestas.

Aunque el presente es este
que me grita a la puerta,
muy cerca de su grito
el ayer merodea.


(Algo penumbra)

Entorno un poco los postigos
como si estuviera solo, porque
ya se sabe, la luz
de afuera, al estallar, podría
torcer un cuadro o despertar
un libro, tanto tiempo ahí, con toda
su historia en duermevela
y esto no es bueno y los tapices
y los cansados muebles... pongo
sordina así, algo penumbra, al ruido
con que otros pasos ruedan, rebotando
en las piedras de la calleja, un perro
que engola su ladrido, también pájaros
tan en sus cosas ellos, bueno,
o un campanil conventual que pone
los resoles en hora, la caída
de esta otoñada y vacilante tarde.
Y, como si estuviera solo, tomo
entre mis ojos un arcón, la sombra
de una esquinera lámpara, el dibujo
filigrana de los visillos.
Este
silencio en torno. Esta espesa, labial,
tangible forma
de desgana; la duda de una mano
o de un roce al acecho; algún reloj parado
que no acompasa los recuerdos, algo
que no se deja ver, pero que posa
su otra piel, la de antes, en el borde
más ausente del tacto, ya gastado
de no tocar, de no sentir.
Y, como
si estuviera solo, me planto
en la mitad del desconsuelo, el centro mismo
de esta estancia vacía, o me arrebujo
en el rincón que forma ángulo
con la puerta cerrada y la tristeza
y qué más da y un frío
en las rendijas de los huesos.
Tanto
es el tiempo que se agolpa fuera.
Tan poco queda, pero tan extenso.

Y, como si estuviera solo, apoyo
la cabeza hacia atrás
en la pared, toda hacia atrás, y canto
una canción aquella, como entonces,
como cuando tú estabas y abrías todos
los balcones a qué sé yo. A la vida,
tal vez.




ArribaAbajoVI



El pasado es ahora
que he aprendido a vivirlo;
tal vez lo que hoy no siento
luego tendrá sentido.

Juventud o tristeza
del arroyo perdido
que encuentra su caudal
pasado ya el molino.

No eran dones aquellos
porque eran gratuitos;
sólo después del llanto
me fueron concedidos.

Le llamamos presente
a lo que es fugitivo;
le llamamos pasado
a lo que está en su sitio.

Que lo que entonces era
hoy me mantiene vivo,
aunque si hoy lo tengo
es porque ya era mío.


(Cristales empañados)

Se fue, no tan despacio que no hubiera
un desajuste tenue en la calima
del asfalto, y su falda
parecía más triste en el andar y hubo
como una duda, o tal vez no, y la acera
se fue estrechando al alejarse y, luego,
pareció, quizás fuera
su delgadez, sus hombros, que no iba,
que volvía a la infancia, y en la calle
apenas cabía el sol y mi mirada
y una música urbana que, tan joven,
surgió de un bar con soledad y miedo.
¿Te veías tú, acaso, dime, como
si te pudieras ver, de espaldas, sola,
pegada a la pared, andando, yéndote?

Me fui. Recuerdo que el vacío
aquel era ya parte
de mí. Porque me estuve yendo
todo el tiempo que, arriba, la buhardilla,
cama deshecha, sábanas con restos
de calor, vasos, deja
ya de fumar, me estuve
dejando ir en no querer ser pasto
de ciudad, y las calles
y el ruido estaba en mí y tus ojos, habla,
¿por qué te vas?, estaban
alrededor de mí; ser pasto
de ventanas cerradas, un quejido
o una sirena a media noche, esquinas
donde comprar la nada, el estallido
de la nada, acompáñame, me estuve
yendo de mí todo aquel tiempo tan hermoso.

Se fue y era de noche
en torno a su cintura y sus vaqueros
gastados. La bufanda, con su historia
ella también, entretejida, daba
una vuelta a la tibia
cadencia de su cuello y la seguía
a través de la lluvia y algún perro
y la insolente luz de los semáforos
poniendo en orden el desierto y, lejos,
la otra oscuridad, la que está hecha
de violencia y portales y mugrientas
escaleras.
Me fui de tanta prisa
por conocer, de tanto estar contigo,
de tanta juventud, frío empañando
los cristales, de tanto amor, la estufa,
libros y discos en desorden, altas
madrugadas del beso, tus preguntas,
café para el cansancio, las paredes,
tu pelo, el desconcierto de estar vivo.

Toda esta vida me sostiene ahora.
Todo este tiempo aquel que es lo que tengo,
lo único que tengo. Tanto irse,
tanto perder, tal desapego,
tanta sinceridad, tan armoniosa
desventura, tan sabio desvarío,
tal desesperación, tanta belleza.




ArribaAbajoMis amados odres viejos (1985)




ArribaAbajoMadrigal para tu cuello interminable


ArribaAbajoEse cuello oferente,
alta tersura en el trasluz, que el peso
morado y cobre de la tarde abate
tan despaciosamente,
rizados aires y mechón travieso;
ese temor que late
en el lugar exacto para el beso
—dulce pulpa y neblina—
que empieza junto al hombro y no termina...




ArribaAbajoMadrigal para tu voz desmantelada


ArribaAbajoTu voz como un rescoldo
donde el amor crepita;
como el cable tensado
que sostiene un derrumbe.

En tu voz hay lejanas
algaidas con aullidos,
hondos desfiladeros
por donde el tiempo huye.

Por tu voz cruzan barcos
de esclavos y truhanes,
acordeones viejos
que resoplan gimiendo.

Tu voz como agua dura
cuando el amor se crece,
como un golpe de mar
que pasa entre las rocas.

En tu voz hay pantanos
de grama corrompida,
praderas con extensas
plantaciones de sombra.

Por tu voz pasan lentos
tangos de ritmo oscuro,
trompetas donde el aire
se adelgaza llorando.

Tu voz desmantelada
cuando el amor jadea.
Voz de naufragio y musgo,
dulce voz de desastre.




ArribaAbajoMadrigal de la luz irreverente


ArribaAbajoEse tiemblo en reposo
que desata en tu piel la marejada
del deseo; ese poso
de languidez que despereza el roce
sutil, apenas nada,
de mi piel esponjada para el goce;
esa luz tamizada
que cruza irreverente
por tu vello encendido y transparente...




ArribaAbajoLos estados transparentes (1985-1996)




ArribaAbajoVieja fotografía en sepia


ArribaAbajoEstaba allí el instante aquel; no era
glorioso, no; tenía, acaso, el aura
humilde de haber sido
elegido al azar. Al cabo
¿qué mejor elección?
Ella, la dulce
muchacha endomingada, nos miraba
desde detrás del tiempo, sorprendida
de haber quedado así, como iniciando
un gesto, no sabía
muy bien por qué.
Un gesto
que, en otra dimensión, siguió su curso
natural, escapando del milagro
de aquel instante detenido.
Estaba
junto a un escaparate y los cristales
desdoblaban la calle, que se iba
por el reflejo. Dentro,
suspendidos en el ayer, esbeltos
floreros, porcelanas
tiernísimas y un viejo
reloj eternizando la hora exacta
del olvido.
A la izquierda
llovía dentro de la foto; sola
se perdía la calle y los cerrados
balcones y los árboles borrándose
entre la niebla clara.
Al fondo,
se entreabrían las puertas del otoño.

Estaba allí el instante, desvaído
pero altivo y tenaz en una lucha
ya decidida.
Vieja
fotografía en sepia, apuntalando
lo que queda de luz, lo que no queda,
cuando el tiempo, muchacha endomingada,
vuelve la esquina, apenas
penumbra ya, y nos mira desvalido.
Y nos sigue mirando, mientras todo
se desvanece.




ArribaAbajoLa puerta de las sombras


ArribaAbajoEn la trasera del palacio, cerca
de las caballerizas, allí donde
no llega el ruido de la fiesta, lejos
del esplendor del pórtico y el fasto
de las marmóreas balaustradas, tersas
del roce de la vida, en un perdido
rincón, existe
una puerta con goznes
herrumbrosos, que el tiempo
y el desamor desvencijaron. Crece
un mullido abandono de hojas secas
en el umbral y el látigo del frío
restalla en sus podridos cuarterones.

Es la puerta por donde
entran y salen los recuerdos,
las sombras, los fantasmas
imperiales, el polvo
de lo que un día fueron otras danzas
y entrechocar de copas. Es la puerta
por donde, también hoy, antes que tímido
se insinúe el albor, sale embozada
la historia de puntillas.

(Viena, 1992)




ArribaAbajoTeoría del orden


ArribaAbajoHa recostado sin pudor la vaca
sagrada su famélica osamenta
sobre el asfalto de la concurrida
avenida y, ajena a cualquier norma
de urbanidad, asiste imperturbable
al tumulto y al ruido que ocasiona
su mayestática indolencia y sabe
que ese es el orden porque desde siempre
fue así dispuesto, como bien podría
no haberlo sido así o como, sospecha,
puede haber mundos en los que las vacas
no se recuestan provocando atascos
en la circulación y acaso piensa
qué le vamos a hacer, mientras soporta
en derredor el tráfico incesante
de riskshaws y de motos y autobuses
renqueantes y viejas bicicletas
y en sus lánguidos ojos se reflejan
las fachadas color de rosa, el salto
de los monos que trepan por las sucias
paredes, las basuras, los montones
de frutas, tenderetes y portales
de cachivaches, una turbamulta
abigarrada y cabras por las altas
azoteas y algún camello suelto
y las bocinas y los gritos y ella
tumbada allí, ejerciendo indiferente
su potestad, rumiando en sus adentros
que si esto es así y no de otro modo
es porque, a no dudar, tendrá que serlo.

(Jaipur -India-, 1994)




ArribaAbajoUna página marcada


ArribaAbajo¿Qué será del bohío
aquel, bajo las ceibas
poderosas, donde, entre los raudales
de la lluvia en el trópico,
dejé unas lentas horas
de juventud, que siguen
allí sin mí? ¿Qué de la verdinegra
lujuria de los cafetales, sobre
la que sobrevolaba la cercana
presencia del océano?

Vuelvo atrás estos ojos
que ya son otros ojos, como cuando
se relee una página marcada
por un pétalo seco y no es la selva
acolchando los altos
de Xelajú, ni la amenaza inmóvil
de los volcanes, ni las escondidas
ruinas mayas, lo que me está tirando
como con sirgas del recuerdo, sino
el amargor suavísimo
de saber que aquel mundo que sostuvo
mi asombro, continúa
allí sin mí, no necesita —nunca
necesitó— mis pasos, ni mi aliento,
ni mi palabra.
En esta
hora distante ¿qué será del cielo
aquel, del imposible azul radiante
aquel, de aquellos látigos del viento
hostigando a las nubes en su huida?




ArribaAbajoCristal romano


ArribaAbajoSi este ungüentario de cristal romano
que veinte siglos irisaron, donde
la transparencia envejecida apenas
deja ya ver el soplo que le diera
forma de lágrima y que aún se esconde
en su interior como con miedo a verse
en otro tiempo; si este vaso leve
que otro soplo o milagro ha conservado
indemne entre los mármoles partidos
de la arrasada villa, resbalase
de mis manos y en un funesto instante
se estrellase en el suelo dulcemente,
consternación aparte, no sabría
apreciar las distintas magnitudes
de tamaño suceso, ni sabría
ponerle fecha; pero estoy seguro
de que en el tiempo aquel, que permanece
detenido entre togas y columnas,
se oirían los clamores del desastre.

(Roma, 1987)




ArribaAbajoAdversidades de la sombra


ArribaAbajoAgazapada tras un mueble, huraña,
como amagando un día
y otro día ese salto
que no la va a librar jamás, la sombra
espera. Acurrucada
en los rincones, por entre los pliegues
de las cortinas, bajo el arca vieja,
recortando perfiles
que no son suyos, ángulos, aristas,
curvas que no son suyas, perfilando
una existencia que es ajena, dando
realce a lo que nunca
podrá ser ¡ay!, la sombra
espera desde antes del principio
del universo.
Agazapada y hosca
lanza su grito mudo y su impotencia.

A veces, falsamente
animada, persigue la cadencia
de la hoja, duplica
a ras de tierra el vuelo de las águilas,
se adhiere a los tacones cimbreantes
de las dulces muchachas,
jadea, sube, corre
estirándose, salta, contornea,
campo a través, la desbocada urgencia
de los trenes.
A veces, sigilosa,
busca algo de calor arrebujada
en la tibieza de los edredones.

Vivir la cara oculta; ir pidiendo,
por caridad, un poco de materia
que la haga visible; ir mendigando
un cuerpo, es el destino
doliente de la sombra.




ArribaAbajoEl vendedor de flautas


ArribaAbajoUn aire de cristal, como filtrado
por las copas floridas de los árboles,
se posa en los tejados que puntean
de rojo tanta paz. Desde las cumbres
del Himalaya, bajan los ejércitos
de la luz conquistando todo el valle
de Katmandú.

¿Cuál es la realidad? ¿Esta belleza
de la que soy reflejo, sueño acaso,
o este sentirme vivo en una escena
que estoy soñando? Como por mi infancia
pasaba el hombre de los globos, pasa
el vendedor de flautas por las calles
de Katmandú.

Una aguzada stupa, empavesada
en otra jubilosa singladura
rumbo a la eternidad, se eleva desde
la flor del loto. En las multicolores
banderolas ondean oraciones
que el viento va esparciendo por los campos
de Katmandú.

En la ciudad, cien templos escalonan
los tallados aleros de sus altos
tejados superpuestos. Ensombrados
ventanales se cierran. Cada uno
es una filigrana de madera
en la que un día se detuvo el tiempo
de Katmandú.

Cruza un soplo de irrealidad por este
luminoso escenario que congrega
palacios y sonidos y esculturas
de leyenda. Amenazantes dioses
me observan. El asombro, como un tenue
resplandor, cabrillea por el aire
de Katmandú.

La tarde, sostenida en los nevados
picos inaccesibles, es como una
campana sin sonido volteando
su dicha en el espacio. Cada brillo
es un ángel fugaz. Algunas nubes
pasan sus algodones por la frente
de Katmandú.

(Bhaktapur -Nepal-, 1994)




ArribaAbajoRuinas frente a la mar


ArribaAbajoAquí quedaron estas viejas piedras
que el sol flagela y estos derruidos
muros frente a la mar, por si algún día
la historia decidiese
bajar de nuevo las escalinatas
que llevan a las termas.
Mercaderes
voceando en el sueño sus tejidos
o sus especias. Nobles e invisibles
tribunos paseando
entre una turba de fantasmas. Báculos
de ancianos, armaduras
de soldados, cadenas y grilletes
de esclavos, togas, clámides, harapos,
estolas de matronas que son menos
que un recuerdo, aún menos
que una ilusión, entre los cincelados
sillares de los arcos
caídos.
Ya no acecha
la muerte en los triclinios, porque todo
es muerte. Ya no ronda por las calles
la locura porque han pasado siglos
de locura devastadora. Sólo
la piedra sigue ahí, porque la piedra
es el testigo de la nada. Un mundo
se disolvió, dejando apenas estos
posos que todavía
no ha absorbido la tierra.
Prosigue
pasando el tiempo su terrible lengua
por las ruinas. La hierba,
como el vino de una gigante crátera
derramada, se cuela en los resquicios
del desastre. Ya todo está varado
en este lado del silencio.
A veces,
algún dorado atardecer, parece
que resuena en el mármol de los atrios
la cáliga de un centurión.
Muy cerca,
unas recias columnas aún se elevan
sosteniendo el azul del cielo, contra
un mar que es la memoria de sí mismo.

(Cartago -Túnez-, 1989)




ArribaAbajoLas edades del frío (1997-1998)




ArribaAbajo[Frente a mí estás. Invades, inauguras]


ArribaAbajoFrente a mí estás. Invades, inauguras
un ámbito, un espacio
ya tuyo para siempre. Cada
postura, cada gesto adquiere
el temple de esa transparencia
que en este instante te protege.
Un espacio creado
para ti, que no existía antes
de tu llegada; superpuesto
a anteriores presencias en el mismo
lugar e impenetrable
a posteriores invasiones.

La tarde es una plaza
con tilos y con pájaros y en este
mismo banco de mármol desgastado
se besaron antiguos
amantes; pero ellos
se llevaron su aire y es el tuyo,
el nuestro, el que desplazan nuestros cuerpos,
y nuestra dicha es la primera,
y nuestro sitio es único.




ArribaAbajo[Siempre llegamos a destiempo]


ArribaAbajoSiempre llegamos a destiempo.
Cada llegada es un fracaso. Parte
ya el tren y conseguimos
subir en marcha. Todo en vano.
Nos lleva, es cierto. Pero ya se ha ido.
A través del cristal nos asomamos,
pero la vida ya se ha ido; todo
se ha ido inacabado.
Estamos viendo rostros, árboles,
de otras personas y otros campos.
Estamos contemplando una montaña
que ya no es esta misma que miramos.
Oímos voces, gritos, carcajadas
que hace ya tiempo que sonaron.
Difícilmente pretendemos
hallar una respuesta por el tacto;
y cuando al fin tocamos algo vivo
ya no está allí lo que tocamos.
Cada momento que nos lleva
es un presente ya pasado.
Nos lleva, es cierto. Pero ya se ha ido;
se había ido al alcanzarlo.




ArribaAbajo[Te estoy tejiendo una guirnalda]


ArribaAbajoTe estoy tejiendo una guirnalda
con lirios y violetas
salvajes como aquéllas, las de nuestra
primera cita sobre la frescura
de la hierba. Una rústica guirnalda
que dará testimonio de este amor
mientras dure el futuro, hasta que venga
un pasado cuyo escenario puede
no haberse abierto todavía.

Porque en el tiempo todo avance
es a la vez un retroceso,
y no sabemos cuándo
se consumó nuestra aventura,
y no sabemos cuándo ha de llegar
la tarde aquella en que te oí mi nombre
por vez primera.




ArribaAbajo[Algo se mueve en las crujías]


ArribaAbajoAlgo se mueve en las crujías
de la sombra. Desfilan por sus largos
corredores los ecos de un litúrgico
cántico de tinieblas,
y los roces de muchos pies descalzos
acompañan el sordo golpeteo
del báculo en las losas desgastadas.
Todo son invisibles
presencias en el seno oscuro
de la sombra. Susurros,
voces que están ahí, como la onda
que precede al rugido. Imperceptibles
aleteos, alientos que no existen,
pero que están ahí, como el sonido
que hacen los astros al girar.

Algo irreal se mueve por los claustros
conventuales de la sombra.




ArribaAbajo[Cuando te conocí]


ArribaAbajoCuando te conocí
el tiempo no había llegado todavía;
el mundo no había llegado todavía;
tu llanto no había llegado todavía.
La luz no era aún la luz y era
el despertar un tránsito
de claridad a claridad y todo
era una nada densa y envolvente
unos momentos antes
de la creación.

Después, como un derrumbe,
como un alud de realidad,
como una ola de conciencia, vino
la materia a campar por sus dominios.
Y vino el tacto y la desesperanza.

Hablo de cuando no existía el universo.
Cuando te conocí
tu cuerpo no había llegado todavía.




ArribaAbajoLos dominios del cóndor (2003-2004)




ArribaAbajoInstantánea


ArribaAbajoLa vida sigue andando al fondo
de las fotografías. Sólo
se detiene en el gesto
de los protagonistas, en la luz oblicua
de los primeros planos.
Queda
inmóvil esa mano que no acaba
de completar el ademán y la forzada
sonrisa y la mirada
petrificada y vacua y algo huidiza,
sabiéndose ya pasto de recuerdo.
Y quedan muertos los objetos y el piano
pierde su resonancia y la cortina
y el reloj y los muebles abandonan
sus deberes. Todo queda
varado en esta orilla.

Pero si conseguimos adentrarnos
por la ventana que ilumina
la escena, caminando
despacio, y ver de cerca el fondo
irrelevante y algo desvaído
de la fotografía,
comprobaremos cómo, imperceptiblemente,
el tiempo va cambiando y ya verdean
los árboles y un pájaro
se ha posado en la rama salediza
y alguien ha abierto los postigos
del balcón de la casa abandonada.




ArribaAbajoMuseo del aire


ArribaAbajoToma en sus manos el cincel y, solo,
de poder a poder, se enfrenta
con la piedra.
Y la va desbastando,
y mete en puntos una idea,
da solidez a un pensamiento.

Mas, a medida que perfila el rictus
de los labios, el pliegue
o la arruga del manto, va esculpiendo
también el aire que rodea
la naciente escultura,
va modelando lo incorpóreo, el hueco
reflejo de las mismas formas.

Esos huecos son los que busco, ese
Moisés, esa Piedad, que andan vagando
por no sé dónde y que quisiera
poder un día contemplar.
¡Qué museo del aire! ¡Qué esplendente
galería de estatuas
magistrales, sin las imperfecciones
de la materia, sólo el alma
intangible, el espíritu
de cada obra!




ArribaAbajoOscuridad creadora


ArribaAbajoCierro los ojos y veo
la oscuridad. Te veo a ti
cuando no eras, cuando,
antes de ti, ya estabas destinada
a amarme. Tapo las rendijas
del corazón, no huyendo del externo
resplandor, sino para que no salga
afuera esta creadora
oscuridad en la que estoy amándote.

Cierro los ojos y desciendo al pozo
de tu amor y es su ciega
negrura de azabache la que presta
frescura al agua. Cierro
las ventanas que miran a lo extenso
de tu amor y lo más corpóreo y turbio
de ti se me sitúa
al alcance del beso.

Cierro los ojos para verte,
porque es desde la noche desde donde
amanece, porque es de las tinieblas
de donde surge el rayo, porque
es de la oscuridad de donde nace
todo lo que hace humana
la luz.




ArribaAbajoEl presagio


ArribaAbajoPasa la vida y no pregunta:
ella ya sabe dónde estamos;
pasa muy cerca, a la distancia
que va del beso hasta los labios.
La vemos alejarse, un poco
vuelta la cara atrás, mirándonos.
Bastaba un ademán, bastaba
con que alargásemos la mano.
Se va, dejándose encendidos
los oros viejos del ocaso.
Y todo lo perdemos, aunque
perdido estaba de antemano.

No obstante, alguna vez, alguna
inesperada vez, volando
por un silencio azul, nos llega
una cadencia de los astros;
nos roza un soplo de misterio,
quizás el ala de un presagio:
en la doblez de alguna esquina,
en un recodo del espacio,
algo de lo que, día a día,
perdemos nos está esperando.




ArribaAbajoDerrumbe en la palabra


ArribaAbajoA veces se produce
un súbito vacío en la palabra.
A veces se produce un cataclismo
dentro de la palabra,
un derrumbe geológico en el fondo
de sus cavernas que la dejan hueca.
Y ya no suena espesa,
compacta, como suena
la carne joven, como suena
el mármol o el cristal. Suena a materia
deshecha, a pabellón deshabitado,
a árbol podrido, a inexistencia, a nada.

Cuando la bestia, que ha abdicado
de ser hombre, se suelta y pone muerte
y terror en los sitios
donde la vida andaba en sus quehaceres
diarios, la palabra
espanto ya no dice nada,
ni la palabra horror, ni la palabra
asesinos. Se forma
un agujero negro en lo más hondo
del universo del lenguaje,
que absorbe la lumbrera de cualquier
significado.

Habría que crear
una palabra nueva; una palabra
hecha de sangre y de agonía;
una palabra hecha de inocentes
despedazados; una
palabra hecha de desesperanza,
de maldición y asco.




ArribaAbajoBalada en tres tiempos para saxofón y frases coloquiales (2010-2014)




ArribaAbajo[Se vive solamente una vez]


ArribaAbajoSe vive solamente
una vez. Esta vida, la de ahora,
es la de aquella vez. No hay otra.
Recordar es la torpe
manera de reconocer
un fracaso. Eran falsos los momentos
aquellos si no son
estos momentos. Aquel baile,
si existió, es el que ahora
cimbrea tu cintura en las estancias
vacías; igual que el saxo aquel
que sigo oyendo, tan lejano, ahora
que ya no oigo el saxo aquel.
Así es de corta
la eternidad.




ArribaAbajo[¿Qué ruido es ese?]


ArribaAbajo¿Qué ruido es ese? Abro
la ventana que da a la otra parte
de mi quehacer diario e irrumpe, en vaharadas,
como pavesas de un cercano incendio,
un sonido que, de desorbitado,
se desenvuelve en torno
a lo irreal.
Tú estás en el extremo opuesto
de mi conciencia y no es posible
que me prestes apoyo.
Es
como si todas las vidrieras
del mundo se viniesen
abajo en las crujías de las catedrales
que sustentan la historia;
como si un meteorito incandescente
removiese las vísceras del mundo;
como el fragor del odio; como
el agudo silbido de la muerte
que se acerca.

Un ruido sin contacto
con la materia, proveniente
de las altas esferas de un elemental
y puro desconocimiento.

Y tú estás lejos, aunque estés
en este instante acariciando distraída
mi pelo, recorriendo
con un dedo la arruga de mi frente,
merodeando mi fracaso
existencial, mi desconcierto.
Y cierro
la ventana. No puedo resistirlo.
Y tú no puedes ayudarme.




ArribaAbajo[Estoy esperando una llamada]


ArribaAbajoEstoy esperando una llamada. Hace
ya muchas vidas que la espero.
Si coges el teléfono y escuchas
una canción, como una nana, susurrada
por una voz antigua, con regusto
de miel y de calostro, esa llamada
ya fue un día para mí.

Si coges el teléfono y percibes,
como a través de una tupida malla
de sonidos y voces y diario
ajetreo, algo
como un aliento cálido, que sabes
no volverás a percibir, esa llamada
ojalá fuese para mí.

Si coges el teléfono y resuenan
silbidos, roces cósmicos
como de rocas que se incendian o cometas
que peinan sus lucientes colas, o te aturde
un silencioso estruendo de sistemas
solares que entrechocan y se multiplican
hasta un confín desconocido, esa llamada
tal vez sea para mí.

Si coges el teléfono y, tras una larga
espera, no oyes nada,
esa llamada sí; esa llamada
es para mí.




ArribaAbajo[Deberías saber]


ArribaAbajoDeberías saber que esto que tiene forma
y consistencia y brillo de diamante,
es porque tú, al mirarlo, le das forma
y consistencia de diamante. Y deberías
saber que yo no existo
si no me miras y me creas
mirándome. Y que también te creo yo
cuando te siento junto a mí. Y que este amor
está recién creado siempre, sostenido
en un inexistente pedestal y ardiendo
en una llamarada eterna, que será eterna
mientras me mires y te mire.




ArribaAbajo[Recuerdo aquella vez]


ArribaAbajoRecuerdo aquella vez. Fue la primera.
Y fue el milagro. Porque desde entonces
tuviste un rostro más, aunque era el mismo, y nunca
supiste que fui yo
quien te lo puso. Antes, tu rostro aquel
era para los otros, pero éste
que yo te puse, año tras año sólo
ha sido para mí.

Tú sigues siendo libre y vas
repartiendo tu luz a los afortunados
que te ven al pasar. Y aquella
vez que recuerdo fue también así.
Les iluminas, les enciendes
por dentro una pequeña
lucecita que apenas
les llega a la conciencia, pero
que les aviva los colores
de la vida. Aunque tan sólo sea
unos momentos.

Pero tu rostro aquel, el que te puse entonces,
el que ha sobrevivido, el que ha venido,
sonrisa tras sonrisa, acompañando
mi dicha, cobijando
mi desamparo, siendo bálsamo
para mis desventuras, ese
tan sólo ha sido para mí.




ArribaAbajo¿Cómo te lo diría?


ArribaAbajo¿Cómo te lo diría? Era
la huella de un presentimiento. Aparecía
entre los dos como algo diáfano
pero netamente visible con los ojos
del amor. No sé cómo
decírtelo.

Venía de la más lejana
región del inconsciente, de las brumas
en las que habita el miedo.
Venía de los confines
en donde la materia empieza
a ser sensible. Era una presencia
algo menos que transparente. Y muda.
Vaciaba de sentido
las palabras. Circunvalaba
nuestros cuerpos entrelazados.
Tomaba posesión del aire.

Era un caos imperceptible en ese orden
que la costumbre tiene establecido
para sobrevivir. Caía
como un meteorito en la serena
superficie de un mar que ya ha asumido
su rítmica quietud.

Venía de no sé dónde. Era una presencia
clara, inocente, virginal, ajena
a ti y a mí. Y se fue.
Y no sé si llegamos a sentirla.

Y nunca se interpuso
en nuestros besos. Pero
estuvo allí. Estuvo allí.




ArribaAbajo[Recuerdo esta canción]


ArribaAbajoRecuerdo esta canción. Sonaba, suena,
a atardecer de invierno.
Mas hoy no estoy. Es otro,
en mi lugar, el que la escucha.
Tampoco tú porque, si hubieses
estado tú, no habría
podido imaginarte. Ni ese otro,
ni nadie. Imaginarte cuando
sonaba esta canción
era vivir de nuevo y era
empezar a vivir, caer
en aquel desamparo dulce del comienzo.

Sus notas se mecían suspendidas
en un espacio equidistante
entre tú y yo. Inflamaban,
empezando por la mirada,
lo más oscuro e indefenso
de nuestros cuerpos.
Era
como un imperceptible roce,
como una insinuación sonora,
como si el pasmo y la ternura
a un tiempo nos cantasen al oído.

Tenía un deje de melancolía,
no de amargura; rezumaba
una tristeza pequeñita, cálida,
como de algo que se pierde, algo
que no tiene importancia hasta después
de perdido, que se sabe
que adquirirá su dimensión terrible
cuando no haya remedio.

La recuerdo sonando
mucho después de haber sonado. Por las calles
de ti vacías o en las madrugadas
locas de vino negro.

Hoy vuelve esta canción
tan nuestra, tan inoportuna, tan dulcísima,
queriéndome llevar a otros lugares,
a otros momentos arramblados con las cosas
que más quisimos. Pero no soy yo. Es otro
el que la escucha. Yo estoy bien así y no quiero
llorar.




Arriba[Alguna vez lo pienso]


ArribaAlguna vez lo pienso. ¿Cómo
ha de ser el amor cuando ya no tengamos
cuerpo? ¿O no sea el cuerpo este
que bregaba y sudaba y que subía
a la rama de un árbol para verte
desnuda en el remanso transparente
del río aquel de la niñez?

¿Cómo han de ser los árboles
cuando no sean árboles, ni áspera
su corteza y el río
discurra en un estado en el que el agua
no transmita en el chapuzón el breve
orgasmo diminuto
con que perdona profanar su transparencia?

¿Cómo podré abrazarte cuando ya no estés,
o estés, pero no pueda
apretar tu dureza, tan dulcísima,
contra la mía que se enerva, y ese rictus
de placer se disuelva en una niebla,
gloriosa, sí, pero intangible?

Amo tu cuerpo, las concavidades
de tus brazos y de tus piernas,
el sudor que trasmina la hondonada
de tu espalda, la crencha de tu pelo
que se me enreda en el deseo, el tenso
espasmo en el que te concentras
en ti misma y me olvidas, para luego
reconocerme y compensarme
con tus caricias. Y ese punto en ti
de agotamiento, rebosante de secretas
e inocentes perversidades.

¿Cómo será después, cuando no sea
así, cuando tengamos
que amarnos sin un cuerpo,
este cuerpo que nos oprime,
que nos limita, sí, que nos condena
a ser humanos?