Amanecer en Burgos
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En el silencio de los claustros
reposa |
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la luz encadenada por la
epifanía del tiempo. |
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Florece la altísima
tumba |
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en blancos capullos de escarcha. Un
ámbito |
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de otro oculto transcurre,
sólo por unas losas |
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que oscuramente resuenan,
incubando |
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el crescendo angustioso de la
proclamación de la muerte. |
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Fidelidad no ensayada a la hora de
vivir, |
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permanece cada corazón bajo
el delicado sudario |
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que nada oprime. Sobre las piedras
se abre |
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una fontana de musgo. Porque
quizá |
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temiéramos vivir, en la
sombra germina |
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la floración de la carne
muerta. Andrajos y oro |
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el esplendor revelan de los cuerpos
antiguos. |
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Entre imágenes de lejana
belleza, piadosamente se oculta |
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la carne muerta. Y así es
hermoso |
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discurrir fugazmente entre la
eternidad de la vida, engarzada |
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por la geométrica
perfección de los albos sepulcros, |
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como quien nada escucha, puesto que
ni seremos |
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llamados a los turbios festejos de
la muerte |
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ni el amor y el deseo corruptos, y
el impalpable polvo de los besos |
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alteran, en la madrugada tibia que
turba el aire, |
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el armonioso vuelo de la piedra,
elevado |
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en muda catarata de dolor. |
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Muerte en Venecia
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Detlev Spinell, son aquí
debajo |
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de la muerte. |
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La sangre de la noche
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por el parque, las alas de la
noche |
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por el agua del parque, hasta la
sangre |
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los ojos submarinos, las
palomas, |
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el negro viento de su pelo, el
agua |
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por el kiosko, por las
porcelanas |
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azules, por los álamos, la
orilla |
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de la noche, los mimbres
destejidos |
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de la noche. |
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Debajo de su nombre,
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del borroso marchamo,
demasiada |
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fue su belleza por entre las
barbas |
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de los antepasados, los
blasones |
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y el yeso colorado de los
culos |
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de los ángeles. |
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Mira: no es el pájaro
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debatiendo su herida en el
teclado |
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ni es la cuerda que gime ni el
antiguo |
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sonido de su nombre, ni los
tilos |
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ni el sol sobre la nieve. |
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Aquí debajo,
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Detlev Spinell, de la muerte, al
fondo |
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de las playas que rozan las
palomas |
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de sus dedos, debajo de la
muerte, |
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ya has olvidado el nombre de los
bancos |
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de madera, la grava del
camino, |
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las sombrillas de seda, los
rugidos |
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de un presentido mar, mira la
horrible |
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presencia de las cosas, los
zarpazos |
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del sol, rugen las flores, se
despliegan |
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|
los dientes de la noche, arriba
sombra, |
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el martillo del mar, amor, oh
noche |
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debajo de la muerte! |
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Se ha rizado
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muy tenuemente el mar, o era su
pelo, |
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se levanta cantando entre el
tiznado |
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|
desnudo de los árboles, o el
viento |
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|
ya quebrantado de su pelo, ola |
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por el monte lluvioso, hacia los
viejos |
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|
sonidos de la vida, su lejana |
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|
adolescencia... |
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No, ni en el piano
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ni en su muerto cabello, no,
debajo |
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|
de la muerte renace, ni en las
fotos |
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|
amarillas, debajo de la
muerte, |
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|
en la ola de hoy se ha creado |
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|
su pasada belleza. |
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Ahora recoge
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tu viejo libro... Pola, la
sirena, |
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|
il
vaporetto, las palomas grises |
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|
su belleza la ola pronto el
viejo |
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|
maletín, hacia el puerto,
hacia Venecia, |
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|
|
hacia ninguna parte. |
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El afilado
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|
grito desde la nieve, desde el
hueco |
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|
bramido de la noche los
zapatos |
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|
de viaje deprisa allí la
muerte |
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|
|
la arena, aquel sonido como el
largo |
|
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|
vuelo de las gaviotas, allí
tienes |
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|
Detlev Spinell deprisa la capa |
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|
de viaje tu muerte pronto,
tienes |
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|
que llegar |
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el sombrero de los
músicos
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la pasarela, el Lido, las
palomas, |
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und bon jour, euer Exzellenz! |
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|
la ola
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ya está muy lejos, Venecia,
tu muerte, |
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|
Detlev Spinell, has sentido el
largo |
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|
sonido anticipado, ve, tu
muerte, |
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|
|
rescata la belleza de su
inútil |
|
|
|
adolescencia. |
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|
|
Una vez más el silencioso
resbalar de la góndola, casi |
|
|
|
para tocar hacia la sangre un
ramillete de frío, |
|
|
|
para mirar al fondo de los
derrumbaderos de la noche. |
|
|
|
Como tantas otras veces, hacia la
laguna, |
|
|
|
despacio, desde ese ligero
puñado de fresas, |
|
|
|
tantas y tantas veces por entre los
leones de piedra |
|
|
|
y las columnillas transparentes de
mármol, su delgado racimo de sangre, |
|
|
|
tantas veces entre el aire mordido
por las gárgolas, |
|
|
|
en los rincones de las loggias, en los ecos |
|
|
|
cubiertos de polvo en el mojado
silencio de las fuentes, |
|
|
|
una y otra vez |
|
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|
casi podría decirte
cómo he recorrido
|
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|
los dedos y la palma de mi
mano, |
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|
|
cómo he visto despacio el
opaco vacío de mis ojos |
|
|
|
al mirar y tocar y correr y seguir
cada tarde hacia la laguna |
|
|
|
la góndola ligeramente
velada por la niebla, |
|
|
|
un puñado de fresas, a lo
lejos, |
|
|
|
allá atrás, en la
playa, podría buscar ahora |
|
|
|
las largas trasparencias sobre el
pálido fondo del abismo |
|
|
|
pero no |
|
|
|
rozar la mano ligeramente sobre las
aguas
|
|
|
|
para tocar con los dedos la punta
de otros dedos, no, |
|
|
|
allá a lo lejos es la muerte
acaso, |
|
|
|
tan sólo es un racimo de
fresas salvajes, casi puedo |
|
|
|
decirte cómo iba buscando el
rostro de las cosas desde el brocal de los pozos, |
|
|
|
quiero descender blandamente hacia
la más alta noche, |
|
|
|
ahora llevo mi muerte por la sangre
vuela una golondrina, |
|
|
|
quiero llevar mi muerte hacia la
noche, |
|
|
|
a la orilla del mar, hasta la
orilla |
|
|
|
de la noche, |
|
|
|
quiero dejar mi muerte a orillas de
la noche,
|
|
|
|
respirar la brisa de la noche, las
flores ateridas, |
|
|
|
el aire de las cosas, la tierra que
no es, |
|
|
|
al mismo fondo de los derrumbaderos
de la noche. |
|
|
Óscar Wilde en
París
|
|
Si proyectáis turbar este
brillante sueño |
|
|
|
impregnad de lavanda vuestro
más fino pañuelo de seda |
|
|
|
o acariciad las taraceas de
vuestros secreteres de sándalo, |
|
|
|
porque sólo el perfume, si
el criado |
|
|
|
me tiende sobre plata una blanca
tarjeta de visita, |
|
|
|
me podría evocar una humana
presencia. |
|
|
|
Un bouquet de violetas de Parma |
|
|
|
o mejor aún, una corbeille de
gardenias. |
|
|
|
Un hombre puede
|
|
|
|
arriesgarse unas cuantas veces,
sobre la mesa |
|
|
|
la eterna sonrisa de un amorcillo
de estuco, |
|
|
|
nunca hubo en Inglaterra un
boudoir
más perfecto, |
|
|
|
mirad, hasta en los rincones una
crátera de porcelana |
|
|
|
para que las damas dejen caer su
guante. |
|
|
|
Oh, rien de plus beau que les printemps
anglais, |
|
|
|
decidme cómo hemos podido
disipar estos años, |
|
|
|
naturalmente, un par de guantes
amarillos no se lleva dos veces, |
|
|
|
cómo ha podido esta
sangrienta burla |
|
|
|
preservarnos del miedo y de la
muerte. |
|
|
|
Un hombre puede, a lo sumo unas
cuantas veces, |
|
|
|
arriesgar el silencio de su
jardín cerrado. |
|
|
|
Pero decid, Milady, si no estabais
maravillosa preparando el clam-bake |
|
|
|
con aquella guirnalda de hojas de
fresa! |
|
|
|
Las porcelanas en los
pedestales |
|
|
|
y tantísimas luces y
brocados |
|
|
|
para crear una ilusión de
vida. |
|
|
|
No, prefiero no veros, porque el
aire nocturno, |
|
|
|
agitando las sedas, desordenando
los pétalos caídos |
|
|
|
y haciendo resonar los
cascabeles, |
|
|
|
me entregará el perfume de
las flores, que renacen y mueren en la sombra, |
|
|
|
y el ansia y el deseo, y el
probable dolor y la vergüenza |
|
|
|
no valen el sutil perfume de las
rosas |
|
|
|
en esta habitación siempre
cerrada. |
|
|
Sagrado corazón y santos, por
Iacopo Guarana (1802)
|
|
Una alabarda, un cardo, una tiorba,
una nube de |
|
|
|
humo y flores, silencio,
lejanía convocan, |
|
|
|
presencia de la luz. ¿Para
qué fastos? |
|
|
|
Al ánimo del viejo pintor,
¿traen los años |
|
|
|
serenidad o dicha, o un
hábito ya antiguo |
|
|
|
de andar en sortilegio por largos
corredores |
|
|
|
de una ausencia que duele? |
|
|
|
Blanco y rosa.
|
|
|
|
La carne
|
|
|
|
es débil, y consuela un
espacio si abriga |
|
|
|
patria inventada, nombres amigos,
goce, tiempo |
|
|
|
al amparo de muros, mientras los
ojos saben |
|
|
|
de ficción y de paz, dones
del sueño. |
|
|
|
Amable relumbrón de
teatrales glorias |
|
|
|
cubre el muro, que ya mano
maestra |
|
|
|
ciñera de arquitrabes y
volutas, en honda |
|
|
|
perspectiva, ilusión: a
nadie engañan. |
|
|
|
Ni Arcadias, Cytereas, donde el
hombre triunfa |
|
|
|
aéreo, con los oros de la
felicidad, |
|
|
|
ni cínico despliegue de
algún goce pasado |
|
|
|
sobre el mórbido cuerpo de
lúcidos fantasmas |
|
|
|
animan su pincel. |
|
|
|
Con sosegado pulso
|
|
|
|
torpe la mano sin pasión
preside |
|
|
|
la eclosión de las formas:
amarillo, carmín, |
|
|
|
ocre, azul nieve, lila; una dulce
maniera. |
|
|
Variación
I
|
Domus
aurea
|
I
|
|
La sordidez es nuestro pan, |
|
|
|
se inserta entre los cuerpos como
un huésped incómodo |
|
|
|
y opera en sus
volúmenes |
|
|
|
la falsación del aire |
|
|
|
o desdeña esos hurtos: es
entonces |
|
|
|
un archipiélago de
dudas, |
|
|
|
inquiere nuestro rostro, usurpa
nuestro nombre |
|
|
|
en cometer acciones
honorables. |
|
|
|
Parodia nuestros gestos a los pies
de la cama, |
|
|
|
dibuja el garabato de la carne
desnuda |
|
|
|
en que creemos estar vivos. |
|
|
|
Es el gran
escenógrafo
|
|
|
|
que cada amanecer pone en orden el
mundo: |
|
|
|
las fachadas, los arcos de
triunfo, |
|
|
|
los síntomas del miedo |
|
|
|
que aplazan cada tarde las sombras
con su abrazo |
|
|
|
y que engulle la noche que no
dura. |
|
|
|
La sordidez es nuestro pan, |
|
|
|
nos provee de odio y en él
somos lenguaje |
|
|
|
que sin embargo deteriora, |
|
|
|
levantamos un muro de palabras |
|
|
|
que al odio se reduce |
|
|
|
y el odio deteriora;
parodiándolo |
|
|
|
nos envuelve en palabras como
velos. |
|
|
|
Envolverse en palabras como
velos |
|
|
|
para mitificar las figuras del
odio |
|
|
|
como las estaciones de la
risa, |
|
|
|
porque el discurso del
fracaso, |
|
|
|
la lucidez, la
fantasmagoría, |
|
|
|
son un arte de amar, tienen su
método |
|
|
|
como lo tiene el uso de la
carne |
|
|
|
cuando creemos estar vivos, |
|
|
|
cuando desdice al odio, |
|
|
|
con sus fabulaciones, la noche que
no dura. |
|
|
|
Como tiene su método |
|
|
|
el léxico pomposo de las
causas perdidas, |
|
|
|
brillante como vanos los
recursos, |
|
|
|
los motivos, los temas |
|
|
|
del lenguaje poético
-sentimientos comunes |
|
|
|
que recorren lo ancho de la
tierra |
|
|
|
y otros lenguajes deterioran:
anuncios luminosos, |
|
|
|
la propaganda de las
estaciones |
|
|
|
de invierno, los burdeles, las
lavanderías-, |
|
|
|
y admitimos aquí |
|
|
|
como materia propia del discurso
poético. |
|
|
|
La sordidez es nuestro pan, |
|
|
|
origen del discurso que llamamos
poema, |
|
|
|
origen del discurso de la
carne |
|
|
|
en que creemos estar vivos, |
|
|
|
envueltos en palabras como
velos. |
|
|
|
Odio, carne, poema: palabras como
velos. |
|
|
|
II
|
|
El discurso poético |
|
|
|
fuera haces de signos surgidos en
el aire, |
|
|
|
emanación |
|
|
|
de la presencia pura de
volúmenes juntos |
|
|
|
o colores o masas. |
|
|
|
Lo mismo que la nave
|
|
|
|
es ritmo por la doble
pulsación de los remos |
|
|
|
donde todo es presencia como el
yute o el cáñamo |
|
|
|
o el lino y la madera con sus
triples argollas, |
|
|
|
y esa presencia es
música. |
|
|
|
Como a un lado del muro
|
|
|
|
las significaciones que afligen al
poema |
|
|
|
palpitan con su mugre, y más
adentro |
|
|
|
no destila el violín
más que una forma |
|
|
|
inmóvil en color y al
escucharse ausente. |
|
|
|
Lo mismo que la roca
|
|
|
|
es una arista dócil a la
mano, |
|
|
|
tan irreconocible que carece |
|
|
|
de partes, a lo sumo es un
color |
|
|
|
extenso, que ante el mar no
significa |
|
|
|
y sonoro en las olas que no tienen
historia, |
|
|
|
no así el poema: viejos
estandartes |
|
|
|
llamados a contar siempre la misma
hazaña |
|
|
|
intentando la música que los
cuerpos omiten |
|
|
|
y enturbian las palabras con su
fango: |
|
|
|
no hay palabras ni cuerpos nacidos
en el aire. |
|
|
|
III
|
|
Qué hermosura los seres
nacidos en el aire, |
|
|
|
no en el aire poblado de las grutas
marinas |
|
|
|
donde rasguean trépanos de
algas |
|
|
|
y amenaza el susurro de las bestias
del fondo, |
|
|
|
|
ni el aire batido del estrecho |
|
|
|
inerme al remolino de las rocas
gemelas |
|
|
|
que recoge la imagen la sombra de
las alas |
|
|
|
pendientes en el cielo y son
materia, |
|
|
|
|
o el aire de las cumbres |
|
|
|
que inexpugnan los ecos sin
orilla |
|
|
|
y ve la sucesión de sombra y
luz; |
|
|
|
luz y sombra son cambio: son
materia. |
|
|
|
|
No el aire que colores
intercalan |
|
|
|
a las evanescencias de su
arco, |
|
|
|
investidura dócil de
sentido |
|
|
|
que el païsaje asume, y es
saeta |
|
|
|
|
como el aire evadido a las minas de
sal |
|
|
|
desconoce el derrumbe de las
hojas |
|
|
|
pero lame en los pozos escalas de
color, |
|
|
|
color inmóvil,
gélido: materia. |
|
|
|
|
No el aire de los ríos
subterráneos, |
|
|
|
que no turba color ni luz
entibia |
|
|
|
pero ultraja posibles en su
peso |
|
|
|
un contrapunto de invisibles
gotas, |
|
|
|
|
o el aire encanecido de las
criptas |
|
|
|
donde el azogue espejos
deteriora |
|
|
|
que reflejan esferas y encajes de
cristal; |
|
|
|
feliz inanición que el polvo
omite. |
|
|
|
|
Aire que no anula la
distancia, |
|
|
|
el sonido, el color y las
pirámides |
|
|
|
de Luna en que se finge la
quietud |
|
|
|
y es materia. |
|
|
|
Nacidos en el aire.
|
|
|
|
|
Variación II
|
Queluz
|
Le château de Queluz devenant,
dans la suite des évènements historiques (1789) qu'un
vent européen va bientôt précipiter, une sorte
de symbole d'un monde finissant, nous ne manquerons pas d'admirer
la logique des rapports et des attachements.
|
José Augusto França,
La Lisbonne de
Pombal (París, SEVPEN, 1965), pág. 226. |
|
|
I
|
|
Impermanencia con que el aire
asume |
|
|
|
la distancia, preludia |
|
|
|
una tensión hacia los cuatro
puntos |
|
|
|
cardinales que elide los
volúmenes |
|
|
|
y los hace dudar por fin en
estallido |
|
|
|
que limita contornos y define |
|
|
|
lo visible; luz sin forma
aún, luego es esfera |
|
|
|
de color: y si define en luz, no
tiene nombre. |
|
|
|
Como las varias formas que ahora en
el aire surgen, y son sépalos duros |
|
|
|
las unas, o un estrépito de
alas |
|
|
|
silenciosas que aturden y son
sólo |
|
|
|
en la quietud un color
único. |
|
|
|
O el Sol como su maza erguido, que
centellea y tunde |
|
|
|
las piedras en que desploma su
gruesa mole de garras |
|
|
|
y las estrías de su
diente. |
|
|
|
El Sol no tiene nombre.
|
|
|
|
En la distancia no hay ocaso |
|
|
|
ni bestias boreales en donde el mar
termina, |
|
|
|
como correr la fronda no es el
cuerno de caza |
|
|
|
sino quietud. |
|
|
|
Porque el mar no termina
|
|
|
|
ni es mar ni tiene fin, ni existen
«dónde» |
|
|
|
ni «mar» ni
«fin». |
|
|
|
El mar es un color
|
|
|
|
al que la piel se entrega. |
|
|
|
Innumerables, no distintos
|
|
|
|
de sus cuerpos: escalas de
color |
|
|
|
como la teoría de las formas
vivientes |
|
|
|
irrepetidas siempre, porque no
significan |
|
|
|
más que color y bulto y su
proceso |
|
|
|
es en eternidad: no tienen
nombre, |
|
|
|
y esa ausencia es el fasto |
|
|
|
al que la piel se entrega. |
|
|
|
Y los sonidos
|
|
|
|
son correlatos de esa ausencia |
|
|
|
como lo es el color y el roce de la
mano |
|
|
|
al que la piel se entrega,
irrepetido siempre como el color que en noche |
|
|
|
resume su sonido. |
|
|
|
Inacabados
|
|
|
|
por no tener principio y ser
siempre una aurora |
|
|
|
en que la piel conoce su
principio |
|
|
|
instante a instante, sin
palabras |
|
|
|
más que sonido y luz en que
la mano |
|
|
|
estrecha y no detiene, es
permanencia |
|
|
|
sin principio ni fin, y amanecen al
aire |
|
|
|
ola, noche, color: no tienen
nombre. |
|
|
|
II
|
|
He aprendido a vivir en estos
corredores |
|
|
|
y conozco su historia, |
|
|
|
el terror a la luz. |
|
|
|
Lo que el arte aquí
exime
|
|
|
|
es la notoriedad con que las
cosas |
|
|
|
pesan en la pupila y la hieren,
percuten |
|
|
|
una huella tan honda como su estar:
se desvanecen |
|
|
|
con nosotros, el hueco de una forma
vacía |
|
|
|
en el agua que huye y no deja
cadáver, |
|
|
|
y su vocabulario son recuerdos
porosos |
|
|
|
y cálidos, que saben como
cuerpos dormidos |
|
|
|
dejarse acariciar, y no dejan
cadáver. |
|
|
|
Pero la luz presagia
límites |
|
|
|
y es anticipo de certezas |
|
|
|
en que la piel y el ojo abdican de
su miedo |
|
|
|
y nombran su horizonte; previsible
armonía |
|
|
|
reintegrada a la sombra por el
fulgor intenso |
|
|
|
con que los nombres lucen sus
condecoraciones, |
|
|
|
su metal y su brillo: su
máquina probable. |
|
|
|
Y sin embargo, miedo si levanta
esta tumba |
|
|
|
alzó estos muros de la nada,
terror a la intemperie |
|
|
|
entonces, miedo ahora del roce de
la seda. |
|
|
|
El miedo a la intemperie alza los
muros |
|
|
|
que curtirán los
años, entibia las palabras |
|
|
|
brotadas de un espasmo como sangre
caliente, |
|
|
|
desdibuja la raya de los
cuerpos |
|
|
|
que reintegra a la sombra como la
línea débil de la espalda, |
|
|
|
y sin embargo, fuera, |
|
|
|
más allá del
jardín y sus losanges, |
|
|
|
escindieron los nombres con su
espanto |
|
|
|
la insurrección del
día. |
|
|
|
Hundimos nuestras manos
|
|
|
|
y es vieja la textura de su
apoyo, |
|
|
|
es vieja la erosión en que
detiene el tacto |
|
|
|
la migración inútil
de sus alas, |
|
|
|
es pobre el cuenco de la mano
asida |
|
|
|
a la gracia remota del
volumen, |
|
|
|
y el gravitar inerte de los cantos
rodados |
|
|
|
ya no reconocibles en su sustancia
misma |
|
|
|
y cuando erguidos sí, como
fragmentos |
|
|
|
de sílice y diamante de un
litófono, |
|
|
|
derribada armonía que tiene
nombre ahora. |
|
|
|
Meditación de la pecera
|
|
La perfecta y homogénea
redondez es el primer obstáculo, |
|
|
|
pues por ella se opera una
limitación básica |
|
|
|
a la posibilidad de plantear un
programa efectivo: |
|
|
|
que un supuesto punto de
observación pueda adoptarse. |
|
|
|
Porque un giro de trescientos
sesenta grados, tomándola como centro, |
|
|
|
no descubre en lugar suyo alguno un
rasgo diferenciador cualquiera |
|
|
|
-textura del cristal por ejemplo,
su espesor, |
|
|
|
coloración u otra
circunstancia que haga refractar |
|
|
|
la luz allí de manera
distinta. |
|
|
|
El segundo es, siguiendo el orden
lógico, |
|
|
|
la trasparencia igual y uniforme
del medio |
|
|
|
(circunscrito por una esfera
perfecta), |
|
|
|
pues ello impide discernir en su
seno punto alguno |
|
|
|
que, fijado de manera
inequívoca, sirva de referencia |
|
|
|
para trayectorias y mediciones
sucesivas. |
|
|
|
El tercero es, evidentemente, la
convicción bien fundada |
|
|
|
de ser totalmente aleatoria la
movilidad de los peces |
|
|
|
al no serle aplicables las Leyes de
los Grandes Números, |
|
|
|
por entrar el caso en conflicto con
sus hipótesis básicas. |
|
|
|
El contemplarla fijamente lo induce
aún a mayor confusión, |
|
|
|
pues le revela una agresividad |
|
|
|
en la materia indócil, tan
manejable y breve; |
|
|
|
como aquel protomártir
armenio murió luego de la desollación,
inútil |
|
|
|
en quebrantar su ánimo, de
una simple aspersión de perfume |
|
|
|
mientras una blanquísima
esclava desnuda tañía con palillos de jade |
|
|
|
vasos, musicales por estar llenos
de agua: |
|
|
|
incoherencia.
|
|
|
|
Pues si concentra su
atención en uno solo |
|
|
|
pensando aislar así los tres
problemas a efectos de análisis |
|
|
|
(y signifique esto que son tres los
ágiles peces) |
|
|
|
para, una vez delimitada cada
trayectoria [su curva |
|
|
|
en un espacio de tres dimensiones
(que la esfericidad |
|
|
|
le impide proyectar dichas
trayectorias sobre un plano |
|
|
|
como posibilitaría con sus
aristas un acuario corriente)] |
|
|
|
con sus variantes codificadas, y a
ser posible |
|
|
|
dividida en un breve repertorio de
movimientos básicos |
|
|
|
en sucesión consigo mismos y
con otros |
|
|
|
mediante un número finito de
leyes combinatorias precisas |
|
|
|
con su margen de error asimismo
acotable- |
|
|
|
para recomponer entonces, digo, la
realidad del fenómeno |
|
|
|
que como un todo no es
inmediatamente accesible, |
|
|
|
advierte entonces que, puesto que
la entera realidad que se le alcanza |
|
|
|
la constituye el ámbito de
la pecera, |
|
|
|
no cabe más referencia para
la trayectoria de uno |
|
|
|
que suponer fijo alguno de los
otros. |
|
|
|
El problema se muerde la
cola
|
|
|
|
pero ninguno de los peces lo hace
(lo cual o los inmovilizaría |
|
|
|
o los haría girar sobre un
eje, lo que es equivalente) |
|
|
|
así que contempla perplejo
su indefensión ante el cristal, |
|
|
|
que por falta de centro no
termina. |
|
|
Eupalinos
|
|
Luego -decís- la
contemplación de ese menguado tesoro |
|
|
|
le niega la vida real. |
|
|
|
Más bien él la
convierte,
|
|
|
|
de propia elección, en un
estercolero, |
|
|
|
propiciado por tal
epistemología de la basura; |
|
|
|
en efecto, la contempla como desde
una altura excesiva, |
|
|
|
con supresión de todo
oído y tacto, |
|
|
|
veía Fabrizio pasar los
bueyes de reata, |
|
|
|
abejas de oro sobre las
páginas de un salterio, |
|
|
|
con ese color miel pulido por la
distancia; |
|
|
|
la contempla para irle robando como
un entomólogo de opereta |
|
|
|
imágenes ligeras y fantasmas
aéreos, |
|
|
|
fragmentos de porcelana, alfileres,
medallas, los cuales |
|
|
|
son, mucho después, en la
soledad de su mente, |
|
|
|
una vida de mayor alcance. |
|
|
|
En la tumba de Hatshepsuth
|
|
|
|
se encontró, entre el ajuar
funerario, |
|
|
|
una veintena de granos de
trigo |
|
|
|
con aptitud germinativa. |
|
|
|
Eupalinos
|
|
|
|
alzó su templete redondo
sobre cuatro columnas, |
|
|
|
imagen matemática de una
muchacha de Corinto: |
|
|
|
no cuestiona él la
legitimidad del procedimiento |
|
|
|
puesto que no se le alcanza ninguna
alternativa posible, |
|
|
|
pero obtiene con ello mayor
nitidez |
|
|
|
en las imágenes (y una mayor
gratificación afectiva, |
|
|
|
pues les da mayor nitidez)- |
|
|
|
existencia
|
|
|
|
equivale a gratificación
afectiva |
|
|
|
acompañada de mayor
nitidez- |
|
|
|
ordena el caos
|
|
|
|
de la vida real, tan inferior a su
memoria, |
|
|
|
le confiere sentido y mayor
nitidez. |
|
|
How many
moles?
|
|
Hoy tiene tu mirada un inquietante
brillo: |
|
|
|
el de una gata que se ha tragado un
pajarillo. |
|
|
|
|
Caes como la tarde, ausente y
soñadora. |
|
|
|
El Sol besa las nubes y las
dora |
|
|
|
|
y con ojos profundos, densos,
crepusculares, |
|
|
|
me pides que te cuente los
lunares. |
|
|
|
|
Aun antes de empezar ya me doy por
vencido: |
|
|
|
tienes tantos como un
dálmata crecido, |
|
|
|
|
y con esa sonrisa pizpireta y
astuta |
|
|
|
me aturdes, y no puedo ni pensar en
la ruta. |
|
|
|
|
Veo uno escondido en donde nace el
pelo. |
|
|
|
Está tan solo y es tan
pequeñuelo |
|
|
|
|
que podría perdérseme
si ahora lo dejara |
|
|
|
en el camino, y sin contarlo me
lanzara |
|
|
|
|
ombligo arriba hacia las
redonduelas, |
|
|
|
tan opíparas, pingües,
gordezuelas, |
|
|
|
|
que aspirar su calor y su
fragancia |
|
|
|
confirma mi noción de la
lactancia: |
|
|
|
|
no debe malgastarse en un
recién nacido; |
|
|
|
no sabría apreciarla como es
debido. |
|
|
|
|
La izquierda siempre fue mi
preferida. |
|
|
|
Es la más descarada y la
más presumida, |
|
|
|
|
siempre apuntando al techo muy
airosa |
|
|
|
con su breve hociquillo de color
rosa. |
|
|
|
|
Crece y se vuelve duro, muy
arrogante y tieso, |
|
|
|
si anoto dos que tiene, con un
beso. |
|
|
|
|
He de seguir contando sin
demora: |
|
|
|
sólo he llegado a tres en
una hora. |
|
|
|
|
¿Voy arriba o abajo? Me
extravío, |
|
|
|
dudo, me armo un lío y me
armo un lío |
|
|
|
|
y aterrizo por fin en un
moflete, |
|
|
|
y al morderlo, tan suave y
regordete, |
|
|
|
|
cuento, con un cachete en el
culete, |
|
|
|
cuatro. Esto va mejor: ya suman
siete. |
|
|
|
|
Pero hay más que amapolas en
un prado florido, |
|
|
|
que caracoles después de
haber llovido. |
|
|
|
|
Aun en toda la noche no
podría. |
|
|
|
Tendremos que contarlos otro
día. |
|
|
|
Sweetie, why do
snails come creeping out?
|
Si eres niña y has amor,
¿qué farás cuando
mayor?
ANÓNIMO, Ramillete de flores
(Lisboa, 1593)
|
|
|
Siempre llegamos pronto, o tarde, o
nunca, |
|
|
|
a trenes que han salido o que no
existen, |
|
|
|
los cogemos en marcha |
|
|
|
hacia cualquier lugar sin
estación ni nombre. |
|
|
|
Dónde estaría yo,
Caperucita, |
|
|
|
cuando lanzabas torre abajo |
|
|
|
la escalera de amor de tus dos
trenzas. |
|
|
|
Te desnudo, y el tiempo
luminoso |
|
|
|
que te envuelve se agolpa y cae en
mí |
|
|
|
con ácido rumor de aristas
negras |
|
|
|
al llegarte a quitar los
calcetines |
|
|
|
pequeños, de ir a clase de
gimnasia, |
|
|
|
de salir de excursión con un
vestido blanco: |
|
|
|
me duele la sorpresa |
|
|
|
si aprendo en tus lecciones
algún brillante truco, |
|
|
|
un magistral alarde de
gramática parda. |
|
|
|
Cuatro cosas aún puedo
descubrirte, |
|
|
|
y dejarte grabados en la piel |
|
|
|
esos dulces recuerdos que una mujer
no olvida: |
|
|
|
qué es el sabor a roble y el
posgusto, |
|
|
|
qué lleva la langosta
Thermidor, |
|
|
|
por qué nos arrastramos al
acabar la lluvia, |
|
|
|
para tomar el Sol, los
caracoles. |
|
|
Al
fin a vuestras manos he venido
|
|
|
Cuando era niño, al acabar
la clase |
|
|
|
salíamos todos juntos al
recreo |
|
|
|
y yo era el aguafiestas, el torpe,
el metepatas |
|
|
|
absorto en un rincón
imaginando historias, |
|
|
|
aventuras y compañías
de papel, leyendo un libro. |
|
|
|
La edad no me ha librado de
vocación tan mísera |
|
|
|
ni he sabido adquirir mayor
destreza |
|
|
|
ante la realidad: extranjero en la
sombra |
|
|
|
huyendo tras el cristal de un tren
nocturno, |
|
|
|
ante quien brillan letreros
lacerados, |
|
|
|
resplandores y rostros y
raíles sinónimos. |
|
|
|
Después de fracasar con
tanto empeño |
|
|
|
al fin hasta tus manos he
venido |
|
|
|
como quien nunca supo del olor de
la tierra |
|
|
|
en un jardín mojado por la
lluvia |
|
|
|
ni oyó hincarse en la roca
la paz del arcoiris, |
|
|
|
acorde de las gamas del gozo de la
vista, |
|
|
|
silencio en la fragancia de los
tibios colores |
|
|
|
donde no cabe instante sin
milagro. |
|
|
|
No me exilies de nuevo al metal
trasparente |
|
|
|
donde la voluntad se engríe
y pudre, |
|
|
|
al desierto incoloro donde se triza
el tacto: |
|
|
|
no me dejes en un rincón con
este libro, |
|
|
|
medalla decorosa en el ojal de un
muerto. |
|
|
Disolución del sueño
|
|
Nadie puede instalarse |
|
|
|
en los sueños de otro:
están fundados |
|
|
|
en la incredulidad, la
decepción y el miedo, |
|
|
|
y su inquietud no admite
compañía. |
|
|
|
Juguetes rotos de una niñez
tapiada |
|
|
|
que no quiere arriesgar el
privilegio |
|
|
|
de mecerse en la paz de no haber
sido; |
|
|
|
un andrajo sin nombre |
|
|
|
vacante en el umbral del
paraíso |
|
|
|
al no tener un cuerpo que lo
vista. |
|
|
|
El que contempla el Sol no ve su
fuego, |
|
|
|
cifrado en cenital
circunferencia; |
|
|
|
baja la vista, y teme. Lo confunde
la luz; |
|
|
|
sólo puede mirarla si se
mezcla |
|
|
|
a los colores turbios de las
cosas. |
|
|
|
Tampoco se permite |
|
|
|
afrontar la arrogancia de sus
sueños. |
|
|
|
Finge que no lamenta su
vacío |
|
|
|
pues no los tiene ni jamás
los tuvo, |
|
|
|
o los destierra al sótano
más hondo |
|
|
|
sin calor ni alimento, hasta que
mueren |
|
|
|
y vagan insepultos y lo acosan |
|
|
|
al apagar la luz en un cuarto de
hotel; |
|
|
|
y por fin engalana su
cadáver, |
|
|
|
lo corona de mirto y lo pasea |
|
|
|
para ofrecerlo a quien lo
pisotee, |
|
|
|
y lo destierra al fin a la
página escrita |
|
|
|
para eludir su insulto de
blancura, |
|
|
|
salpicando de tinta su amenaza de
espejo, |
|
|
|
su insoslayable potestad de
lirio. |
|
|
|
Sueño: región
más alta, |
|
|
|
sonora en geometría cuyo
color se vuelve |
|
|
|
imán de la certeza del
exilio. |
|
|
|
La voz es una brisa que nos
trae |
|
|
|
los primeros jirones |
|
|
|
de los aromas del jardín del
sueño. |
|
|
|
Ha de reburujarse como seda |
|
|
|
o desplegarse cálida y
redonda, |
|
|
|
henchida al ascender en su
ternura, |
|
|
|
y volar sobre cumbres y
estuarios. |
|
|
|
Así tu voz, umbral de tantos
mundos, |
|
|
|
sabía concederlos
resumidos |
|
|
|
en la proximidad del horizonte |
|
|
|
de la luz de la llama de una
vela; |
|
|
|
pero hoy vendría a mí
tenue y descalza, |
|
|
|
sobre la duda de cristales
rotos |
|
|
|
que esparciste en la estela de tu
nombre. |
|
|
|
Si rompieras a hablar, tu voz
tendría |
|
|
|
una pátina oscura de
parajes |
|
|
|
donde se pudre la lección
del tiempo. |
|
|
|
Ya no podré entenderte si me
hablas: |
|
|
|
sólo olvidando el lastre de
las cosas |
|
|
|
y las aristas negras de los
nombres |
|
|
|
tiene tu voz la pulcritud del
sueño: |
|
|
|
música en el estuche de su
brillo. |
|
|
|
En los sueños, los ojos son
azules: |
|
|
|
si son de otro color, no
estás soñando. |
|
|
|
El azul es un reino de
dulzura. |
|
|
|
Dulzura no es palabra
suficiente |
|
|
|
en lo espiritual y
trascendido; |
|
|
|
es la de los torrentes cuando
llegan |
|
|
|
a presentar en el Abril del
valle |
|
|
|
la rendición templada de su
hielo, |
|
|
|
conservando en color de las
alturas |
|
|
|
la transfiguración del aire
límpido; |
|
|
|
la del rumor de guijas y de
conchas |
|
|
|
que resuena en las playas por la
noche, |
|
|
|
llenando de sí misma |
|
|
|
la conciencia de estar oculto y
solo. |
|
|
|
Cuando abrías los ojos
levantabas |
|
|
|
una cúpula azul sobre la
tierra, |
|
|
|
coronada de flámulas
ardientes; |
|
|
|
un recinto tan alto |
|
|
|
y en su ofrenda de luz tan
silencioso |
|
|
|
que toda voluntad se deslizaba |
|
|
|
por la pendiente del
desasimiento. |
|
|
|
Así unos ojos pueden
encender |
|
|
|
la latitud inaugural del mundo |
|
|
|
diáfana y trasparente sin
frontera, |
|
|
|
y entrecerrar su propio
laberinto |
|
|
|
de heces y esquirlas de rumor
taimado. |
|
|
|
No quiero su amenaza |
|
|
|
en la consternación del aire
turbio: |
|
|
|
sólo el azul extático
y redondo. |
|
|
|
La curvatura es vocación del
río |
|
|
|
con inflexiones lentas de
meandro |
|
|
|
en el arroyo que desciende al
valle, |
|
|
|
es consuelo en el círculo
del Sol |
|
|
|
cuando tiñe de rojo la
parábola |
|
|
|
en que la luz dibuja el
horizonte, |
|
|
|
espiral aguzada |
|
|
|
en el brillo del brote de la
hoja, |
|
|
|
convexidad en la tensión del
fruto, |
|
|
|
densidad y turgencia |
|
|
|
en todo lo colmado y lo
creciente. |
|
|
|
La redondez es signo de la
carne |
|
|
|
de mujer, salvación, |
|
|
|
oasis de volumen |
|
|
|
en la angustia del plano y de la
recta; |
|
|
|
pero ha de ser jardín al que
no lleve |
|
|
|
la ausencia de un camino no
trazado. |
|
|
|
Esa es la norma capital del
sueño, |
|
|
|
lo que confiere elevación de
nube |
|
|
|
y resplandor solar de
paraíso |
|
|
|
a la entereza de un jardín
redondo |
|
|
|
retirado al secreto |
|
|
|
de su concavidad, sin que el dardo
del tiempo |
|
|
|
-serpiente rectilínea que
hiere con la ciencia |
|
|
|
del veneno sin paz de la
memoria- |
|
|
|
tenga puerta cerrada en que
clavarse. |
|
|
|
Pero tú oscureciste el
horizonte |
|
|
|
donde pudo brillar el más
diáfano |
|
|
|
silencio precursor de voz
primera, |
|
|
|
y trajiste al preludio |
|
|
|
de su estación redonda la
maldición del tiempo: |
|
|
|
un largo corredor de palabras
caídas |
|
|
|
pudriéndose en la sombra de
su otoño. |
|
|
|
Así llegué al umbral
del paraíso |
|
|
|
como Moisés en su
último viaje; |
|
|
|
y en la desolación de la
memoria |
|
|
|
y la miseria del entendimiento |
|
|
|
se desvanecen un jirón
azul, |
|
|
|
geometría sin voz,
música abstracta. |
|
|