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Abajo

Antología poética de Guillermo Carnero

Guillermo Carnero






ArribaAbajoDibujo de la muerte (1967)




ArribaAbajoAmanecer en Burgos


Las Huelgas



AbajoEn el silencio de los claustros reposa
la luz encadenada por la epifanía del tiempo.
Florece la altísima tumba
en blancos capullos de escarcha. Un ámbito
de otro oculto transcurre, sólo por unas losas
que oscuramente resuenan, incubando
el crescendo angustioso de la proclamación de la muerte.
Fidelidad no ensayada a la hora de vivir,
permanece cada corazón bajo el delicado sudario
que nada oprime. Sobre las piedras se abre
una fontana de musgo. Porque quizá
temiéramos vivir, en la sombra germina
la floración de la carne muerta. Andrajos y oro
el esplendor revelan de los cuerpos antiguos.
Entre imágenes de lejana belleza, piadosamente se oculta
la carne muerta. Y así es hermoso
discurrir fugazmente entre la eternidad de la vida, engarzada
por la geométrica perfección de los albos sepulcros,
como quien nada escucha, puesto que ni seremos
llamados a los turbios festejos de la muerte
ni el amor y el deseo corruptos, y el impalpable polvo de los besos
alteran, en la madrugada tibia que turba el aire,
el armonioso vuelo de la piedra, elevado
en muda catarata de dolor.




ArribaAbajoMuerte en Venecia


ArribaAbajoDetlev Spinell, son aquí debajo
de la muerte.
La sangre de la noche
por el parque, las alas de la noche
por el agua del parque, hasta la sangre
los ojos submarinos, las palomas,
el negro viento de su pelo, el agua
por el kiosko, por las porcelanas
azules, por los álamos, la orilla
de la noche, los mimbres destejidos
de la noche.
Debajo de su nombre,
del borroso marchamo, demasiada
fue su belleza por entre las barbas
de los antepasados, los blasones
y el yeso colorado de los culos
de los ángeles.
Mira: no es el pájaro
debatiendo su herida en el teclado
ni es la cuerda que gime ni el antiguo
sonido de su nombre, ni los tilos
ni el sol sobre la nieve.
Aquí debajo,
Detlev Spinell, de la muerte, al fondo
de las playas que rozan las palomas
de sus dedos, debajo de la muerte,
ya has olvidado el nombre de los bancos
de madera, la grava del camino,
las sombrillas de seda, los rugidos
de un presentido mar, mira la horrible
presencia de las cosas, los zarpazos
del sol, rugen las flores, se despliegan
los dientes de la noche, arriba sombra,
el martillo del mar, amor, oh noche
debajo de la muerte!
Se ha rizado
muy tenuemente el mar, o era su pelo,
se levanta cantando entre el tiznado
desnudo de los árboles, o el viento
ya quebrantado de su pelo, ola
por el monte lluvioso, hacia los viejos
sonidos de la vida, su lejana
adolescencia...
No, ni en el piano
ni en su muerto cabello, no, debajo
de la muerte renace, ni en las fotos
amarillas, debajo de la muerte,
en la ola de hoy se ha creado
su pasada belleza.
Ahora recoge
tu viejo libro... Pola, la sirena,
il vaporetto, las palomas grises
su belleza la ola pronto el viejo
maletín, hacia el puerto, hacia Venecia,
hacia ninguna parte.
El afilado
grito desde la nieve, desde el hueco
bramido de la noche los zapatos
de viaje deprisa allí la muerte
la arena, aquel sonido como el largo
vuelo de las gaviotas, allí tienes
Detlev Spinell deprisa la capa
de viaje tu muerte pronto, tienes
que llegar
el sombrero de los músicos
la pasarela, el Lido, las palomas,
und bon jour, euer Exzellenz!
la ola
ya está muy lejos, Venecia, tu muerte,
Detlev Spinell, has sentido el largo
sonido anticipado, ve, tu muerte,
rescata la belleza de su inútil
adolescencia.
Una vez más el silencioso resbalar de la góndola, casi
para tocar hacia la sangre un ramillete de frío,
para mirar al fondo de los derrumbaderos de la noche.
Como tantas otras veces, hacia la laguna,
despacio, desde ese ligero puñado de fresas,
tantas y tantas veces por entre los leones de piedra
y las columnillas transparentes de mármol, su delgado racimo de sangre,
tantas veces entre el aire mordido por las gárgolas,
en los rincones de las loggias, en los ecos
cubiertos de polvo en el mojado silencio de las fuentes,
una y otra vez
casi podría decirte cómo he recorrido
los dedos y la palma de mi mano,
cómo he visto despacio el opaco vacío de mis ojos
al mirar y tocar y correr y seguir cada tarde hacia la laguna
la góndola ligeramente velada por la niebla,
un puñado de fresas, a lo lejos,
allá atrás, en la playa, podría buscar ahora
las largas trasparencias sobre el pálido fondo del abismo
pero no
rozar la mano ligeramente sobre las aguas
para tocar con los dedos la punta de otros dedos, no,
allá a lo lejos es la muerte acaso,
tan sólo es un racimo de fresas salvajes, casi puedo
decirte cómo iba buscando el rostro de las cosas desde el brocal de los pozos,
quiero descender blandamente hacia la más alta noche,
ahora llevo mi muerte por la sangre vuela una golondrina,
quiero llevar mi muerte hacia la noche,
a la orilla del mar, hasta la orilla
de la noche,
quiero dejar mi muerte a orillas de la noche,
respirar la brisa de la noche, las flores ateridas,
el aire de las cosas, la tierra que no es,
al mismo fondo de los derrumbaderos de la noche.




ArribaAbajoÓscar Wilde en París


ArribaAbajoSi proyectáis turbar este brillante sueño
impregnad de lavanda vuestro más fino pañuelo de seda
o acariciad las taraceas de vuestros secreteres de sándalo,
porque sólo el perfume, si el criado
me tiende sobre plata una blanca tarjeta de visita,
me podría evocar una humana presencia.
Un bouquet de violetas de Parma
o mejor aún, una corbeille de gardenias.
Un hombre puede
arriesgarse unas cuantas veces, sobre la mesa
la eterna sonrisa de un amorcillo de estuco,
nunca hubo en Inglaterra un boudoir más perfecto,
mirad, hasta en los rincones una crátera de porcelana
para que las damas dejen caer su guante.
Oh, rien de plus beau que les printemps anglais,
decidme cómo hemos podido disipar estos años,
naturalmente, un par de guantes amarillos no se lleva dos veces,
cómo ha podido esta sangrienta burla
preservarnos del miedo y de la muerte.
Un hombre puede, a lo sumo unas cuantas veces,
arriesgar el silencio de su jardín cerrado.
Pero decid, Milady, si no estabais maravillosa preparando el clam-bake
con aquella guirnalda de hojas de fresa!
Las porcelanas en los pedestales
y tantísimas luces y brocados
para crear una ilusión de vida.
No, prefiero no veros, porque el aire nocturno,
agitando las sedas, desordenando los pétalos caídos
y haciendo resonar los cascabeles,
me entregará el perfume de las flores, que renacen y mueren en la sombra,
y el ansia y el deseo, y el probable dolor y la vergüenza
no valen el sutil perfume de las rosas
en esta habitación siempre cerrada.




ArribaAbajoSagrado corazón y santos, por Iacopo Guarana (1802)


ArribaAbajoUna alabarda, un cardo, una tiorba, una nube de
humo y flores, silencio, lejanía convocan,
presencia de la luz. ¿Para qué fastos?
Al ánimo del viejo pintor, ¿traen los años
serenidad o dicha, o un hábito ya antiguo
de andar en sortilegio por largos corredores
de una ausencia que duele?
Blanco y rosa.
La carne
es débil, y consuela un espacio si abriga
patria inventada, nombres amigos, goce, tiempo
al amparo de muros, mientras los ojos saben
de ficción y de paz, dones del sueño.
Amable relumbrón de teatrales glorias
cubre el muro, que ya mano maestra
ciñera de arquitrabes y volutas, en honda
perspectiva, ilusión: a nadie engañan.
Ni Arcadias, Cytereas, donde el hombre triunfa
aéreo, con los oros de la felicidad,
ni cínico despliegue de algún goce pasado
sobre el mórbido cuerpo de lúcidos fantasmas
animan su pincel.
Con sosegado pulso
torpe la mano sin pasión preside
la eclosión de las formas: amarillo, carmín,
ocre, azul nieve, lila; una dulce maniera.




ArribaAbajoEl sueño de Escipión (1971)




ArribaAbajoPiero della Francesca


ArribaAbajoCon qué acuidad su gestuario
pone en fuga la luz, la verticalidad,
la insulación de las figuras vuelve dudoso el símbolo,
hace abstracción del aire, censura de la flora,
sucumben los jinetes
al vértigo del tacto con su brillo.
No hay llaga, sangre, hiel: no son premisa.
Dormición de la sarga, crucifixión del lino;
última instancia del dolor celeste
angustia de la esfera, de los troncos de cono.
La geometría de los cuerpos
y la vaga insistencia de su enunciado único:
no hay hiel, la multitud
no es síntoma del mal, no es un signo del daño.




ArribaAbajoChagrin d'Amour, principe d'oeuvre d'art


Le plus triste des alchimistes.


Baudelaire                



ArribaAbajoAsí tu cuerpo fue como resume
nuestra pupila el mundo: la imagen delicada
de la belleza basta
para hacernos sentir, y la pintura
de la propia desdicha.
Y la felicidad no tiene historia.
Pero en la ciudad vive: cada calle
es un recuerdo que salvar,
la acuarela del cielo en los días de lluvia
y otras banalidades de filiación diversa
que son felicidad.
Hay colores o músicas
que llevan hacia noches en que el calor de un cuerpo
era toda razón; motivo ahora
de construcción poética, entonces estaciones
de una cierta ignorancia convenida
para mejor fingir que sólo cuerpos
tuvieran realidad: en resumidas cuentas
para mejor vivir,
pero no sin ficción.
Es cada calle
recorrer la ciudad como tenderse entonces
al lado de tu cuerpo. En las noches, inmensa,
reluce en lejanía. De nuevo oigo su voz
poco a poco apagándose hacia el amanecer.
Volver a visitarla en un hotel furtivo
y barato, y saberla
dispuesta a despertar a una palabra.
Banalidad sin duda
y humildad de vivir: una falta de gusto.

Estéril todavía más que la dicha misma acaso
este poema. Imaginarla
con la mirada lúcida del constructor de frases,
perseguir la anuencia de memoria, dicción
y pensamiento
y tener la impudicia de escribirla: bastardos
los gozos del poeta, como su diosa misma.
Y todos son preciosos para volver a ella.
La palabra es un don
para quien nada siente, le asegura
la existencia de un orden,
el derecho de asilo. Porque él ni mira el mundo
ni lo advierte, y sus ojos
no son más que un espejo al que conmueve
una corporeidad de formas puras:
sus goces son la muerte, la renuncia
anticipada asiste a su pupila
con un halo de ausencia, y su deseo
tiene toda la pompa de las causas perdidas:
extremo de elegancia
y de temor. Et solus iste sapit.
Porque el amor nos salva: no haber vivido en vano.
No haber envejecido cuando la noche acaba
ida como sus músicas, darnos como el poema
la razón de estar vivos.
Y gracias al poema
te llamamos amor. Si no, qué llamaríamos
a tu dudoso hechizo,
siempre el poema definiendo
el monótono encuentro con las sábanas sucias,
propiciando sutiles
especies de flaqueza,
ennobleciendo la común astucia
que nos devuelve el mundo, y hasta nos proporciona
razón para crear. Devuelta la palabra
a la palabra, es el momento
en que gotea el agua sobre la piel mordida
y se entibia el encanto: un tranquilo deseo
vertido al ejercicio
de la función poética, y la razón más firme
para empezar de nuevo,
anhelar el hallazgo de la palabra escrita
desde un cuerpo.
¡Y preténdenle
quitar la elocución!
Gracias a un cuerpo
apetecer el mundo, y gracias al dolor
(preferimos nombrarlo con más delicadeza)
recobrar el dominio
de la palabra, el alma
de las cosas.
Mirar
con gratitud inconfesable
el desenlace de la historia
porque su esencia es noble; y más, es decorosa
esa contemplación entre doliente
y resignada, de antemano
prevista, que resume
tanta sabiduría; y como el arte, santa.
Amor, poema, una ciudad por ti
es un mundo, una justa
coloración del alba;
es familiar el brillo de su asfalto
y sus calles amigas.
La palabra es un don, y sus goces bastardos
me dan razón de ti, son tu mejor herencia.
Pero no sin ficción.




ArribaAbajoCenicienta


ArribaAbajoEsta dama ironiza
en las implicaciones de su beso.
Huella el patio de armas con el Príncipe Azul,
y al ingeniar fruición
lo escuchamos croar en su inquieto regazo.
Y si ella es portadora del hechizo,
¿dónde hallar escarpín para su zarpa?




ArribaAbajoVariaciones y figuras sobre un tema de La Bruyère (1974)




Variación I


Domus aurea



I

ArribaAbajoLa sordidez es nuestro pan,
se inserta entre los cuerpos como un huésped incómodo
y opera en sus volúmenes
la falsación del aire
o desdeña esos hurtos: es entonces
un archipiélago de dudas,
inquiere nuestro rostro, usurpa nuestro nombre
en cometer acciones honorables.
Parodia nuestros gestos a los pies de la cama,
dibuja el garabato de la carne desnuda
en que creemos estar vivos.
Es el gran escenógrafo
que cada amanecer pone en orden el mundo:
las fachadas, los arcos de triunfo,
los síntomas del miedo
que aplazan cada tarde las sombras con su abrazo
y que engulle la noche que no dura.
La sordidez es nuestro pan,
nos provee de odio y en él somos lenguaje
que sin embargo deteriora,
levantamos un muro de palabras
que al odio se reduce
y el odio deteriora; parodiándolo
nos envuelve en palabras como velos.
Envolverse en palabras como velos
para mitificar las figuras del odio
como las estaciones de la risa,
porque el discurso del fracaso,
la lucidez, la fantasmagoría,
son un arte de amar, tienen su método
como lo tiene el uso de la carne
cuando creemos estar vivos,
cuando desdice al odio,
con sus fabulaciones, la noche que no dura.
Como tiene su método
el léxico pomposo de las causas perdidas,
brillante como vanos los recursos,
los motivos, los temas
del lenguaje poético -sentimientos comunes
que recorren lo ancho de la tierra
y otros lenguajes deterioran: anuncios luminosos,
la propaganda de las estaciones
de invierno, los burdeles, las lavanderías-,
y admitimos aquí
como materia propia del discurso poético.
La sordidez es nuestro pan,
origen del discurso que llamamos poema,
origen del discurso de la carne
en que creemos estar vivos,
envueltos en palabras como velos.
Odio, carne, poema: palabras como velos.


II

El discurso poético
fuera haces de signos surgidos en el aire,
emanación
de la presencia pura de volúmenes juntos
o colores o masas.
Lo mismo que la nave
es ritmo por la doble pulsación de los remos
donde todo es presencia como el yute o el cáñamo
o el lino y la madera con sus triples argollas,
y esa presencia es música.
Como a un lado del muro
las significaciones que afligen al poema
palpitan con su mugre, y más adentro
no destila el violín más que una forma
inmóvil en color y al escucharse ausente.
Lo mismo que la roca
es una arista dócil a la mano,
tan irreconocible que carece
de partes, a lo sumo es un color
extenso, que ante el mar no significa
y sonoro en las olas que no tienen historia,
no así el poema: viejos estandartes
llamados a contar siempre la misma hazaña
intentando la música que los cuerpos omiten
y enturbian las palabras con su fango:
no hay palabras ni cuerpos nacidos en el aire.


III

ArribaAbajoQué hermosura los seres nacidos en el aire,
no en el aire poblado de las grutas marinas
donde rasguean trépanos de algas
y amenaza el susurro de las bestias del fondo,

ni el aire batido del estrecho
inerme al remolino de las rocas gemelas
que recoge la imagen la sombra de las alas
pendientes en el cielo y son materia,

o el aire de las cumbres
que inexpugnan los ecos sin orilla
y ve la sucesión de sombra y luz;
luz y sombra son cambio: son materia.

No el aire que colores intercalan
a las evanescencias de su arco,
investidura dócil de sentido
que el païsaje asume, y es saeta

como el aire evadido a las minas de sal
desconoce el derrumbe de las hojas
pero lame en los pozos escalas de color,
color inmóvil, gélido: materia.

No el aire de los ríos subterráneos,
que no turba color ni luz entibia
pero ultraja posibles en su peso
un contrapunto de invisibles gotas,

o el aire encanecido de las criptas
donde el azogue espejos deteriora
que reflejan esferas y encajes de cristal;
feliz inanición que el polvo omite.

Aire que no anula la distancia,
el sonido, el color y las pirámides
de Luna en que se finge la quietud
y es materia.
Nacidos en el aire.




ArribaAbajoVariación II


Queluz

Le château de Queluz devenant, dans la suite des évènements historiques (1789) qu'un vent européen va bientôt précipiter, une sorte de symbole d'un monde finissant, nous ne manquerons pas d'admirer la logique des rapports et des attachements.


José Augusto França, La Lisbonne de Pombal (París, SEVPEN, 1965), pág. 226.                




I

ArribaAbajoImpermanencia con que el aire asume
la distancia, preludia
una tensión hacia los cuatro puntos
cardinales que elide los volúmenes
y los hace dudar por fin en estallido
que limita contornos y define
lo visible; luz sin forma aún, luego es esfera
de color: y si define en luz, no tiene nombre.
Como las varias formas que ahora en el aire surgen, y son sépalos duros
las unas, o un estrépito de alas
silenciosas que aturden y son sólo
en la quietud un color único.
O el Sol como su maza erguido, que centellea y tunde
las piedras en que desploma su gruesa mole de garras
y las estrías de su diente.
El Sol no tiene nombre.
En la distancia no hay ocaso
ni bestias boreales en donde el mar termina,
como correr la fronda no es el cuerno de caza
sino quietud.
Porque el mar no termina
ni es mar ni tiene fin, ni existen «dónde»
ni «mar» ni «fin».
El mar es un color
al que la piel se entrega.
Innumerables, no distintos
de sus cuerpos: escalas de color
como la teoría de las formas vivientes
irrepetidas siempre, porque no significan
más que color y bulto y su proceso
es en eternidad: no tienen nombre,
y esa ausencia es el fasto
al que la piel se entrega.
Y los sonidos
son correlatos de esa ausencia
como lo es el color y el roce de la mano
al que la piel se entrega, irrepetido siempre como el color que en noche
resume su sonido.
Inacabados
por no tener principio y ser siempre una aurora
en que la piel conoce su principio
instante a instante, sin palabras
más que sonido y luz en que la mano
estrecha y no detiene, es permanencia
sin principio ni fin, y amanecen al aire
ola, noche, color: no tienen nombre.


II

He aprendido a vivir en estos corredores
y conozco su historia,
el terror a la luz.
Lo que el arte aquí exime
es la notoriedad con que las cosas
pesan en la pupila y la hieren, percuten
una huella tan honda como su estar: se desvanecen
con nosotros, el hueco de una forma vacía
en el agua que huye y no deja cadáver,
y su vocabulario son recuerdos porosos
y cálidos, que saben como cuerpos dormidos
dejarse acariciar, y no dejan cadáver.
Pero la luz presagia límites
y es anticipo de certezas
en que la piel y el ojo abdican de su miedo
y nombran su horizonte; previsible armonía
reintegrada a la sombra por el fulgor intenso
con que los nombres lucen sus condecoraciones,
su metal y su brillo: su máquina probable.
Y sin embargo, miedo si levanta esta tumba
alzó estos muros de la nada, terror a la intemperie
entonces, miedo ahora del roce de la seda.
El miedo a la intemperie alza los muros
que curtirán los años, entibia las palabras
brotadas de un espasmo como sangre caliente,
desdibuja la raya de los cuerpos
que reintegra a la sombra como la línea débil de la espalda,
y sin embargo, fuera,
más allá del jardín y sus losanges,
escindieron los nombres con su espanto
la insurrección del día.
Hundimos nuestras manos
y es vieja la textura de su apoyo,
es vieja la erosión en que detiene el tacto
la migración inútil de sus alas,
es pobre el cuenco de la mano asida
a la gracia remota del volumen,
y el gravitar inerte de los cantos rodados
ya no reconocibles en su sustancia misma
y cuando erguidos sí, como fragmentos
de sílice y diamante de un litófono,
derribada armonía que tiene nombre ahora.




ArribaAbajoMira el breve minuto de la rosa


ArribaAbajoMira el breve minuto de la rosa.
Antes de haberla visto sabías ya su nombre,
y ya los batintines de tu léxico
aturdían tus ojos -luego, al salir al aire, fuiste inmune
a lo que no animara en tu memoria
la falsa herida en que las cuatro letras
omiten esa mancha de color: la rosa tiembla, es tacto.
Si llegaste a advertir lo que no tiene nombre
regresas luego a dárselo, en él ver: un tallo mondo, nada;
cuando otra se repite y nace pura
careces de más vida, tus ojos no padecen agresión de la luz,
sólo una vez son nuevos.




ArribaAbajoEl Azar Objetivo (1975)




ArribaAbajoMeditación de la pecera


ArribaAbajoLa perfecta y homogénea redondez es el primer obstáculo,
pues por ella se opera una limitación básica
a la posibilidad de plantear un programa efectivo:
que un supuesto punto de observación pueda adoptarse.
Porque un giro de trescientos sesenta grados, tomándola como centro,
no descubre en lugar suyo alguno un rasgo diferenciador cualquiera
-textura del cristal por ejemplo, su espesor,
coloración u otra circunstancia que haga refractar
la luz allí de manera distinta.
El segundo es, siguiendo el orden lógico,
la trasparencia igual y uniforme del medio
(circunscrito por una esfera perfecta),
pues ello impide discernir en su seno punto alguno
que, fijado de manera inequívoca, sirva de referencia
para trayectorias y mediciones sucesivas.
El tercero es, evidentemente, la convicción bien fundada
de ser totalmente aleatoria la movilidad de los peces
al no serle aplicables las Leyes de los Grandes Números,
por entrar el caso en conflicto con sus hipótesis básicas.
El contemplarla fijamente lo induce aún a mayor confusión,
pues le revela una agresividad
en la materia indócil, tan manejable y breve;
como aquel protomártir armenio murió luego de la desollación, inútil
en quebrantar su ánimo, de una simple aspersión de perfume
mientras una blanquísima esclava desnuda tañía con palillos de jade
vasos, musicales por estar llenos de agua:
incoherencia.
Pues si concentra su atención en uno solo
pensando aislar así los tres problemas a efectos de análisis
(y signifique esto que son tres los ágiles peces)
para, una vez delimitada cada trayectoria [su curva
en un espacio de tres dimensiones (que la esfericidad
le impide proyectar dichas trayectorias sobre un plano
como posibilitaría con sus aristas un acuario corriente)]
con sus variantes codificadas, y a ser posible
dividida en un breve repertorio de movimientos básicos
en sucesión consigo mismos y con otros
mediante un número finito de leyes combinatorias precisas
con su margen de error asimismo acotable-
para recomponer entonces, digo, la realidad del fenómeno
que como un todo no es inmediatamente accesible,
advierte entonces que, puesto que la entera realidad que se le alcanza
la constituye el ámbito de la pecera,
no cabe más referencia para la trayectoria de uno
que suponer fijo alguno de los otros.
El problema se muerde la cola
pero ninguno de los peces lo hace (lo cual o los inmovilizaría
o los haría girar sobre un eje, lo que es equivalente)
así que contempla perplejo su indefensión ante el cristal,
que por falta de centro no termina.




ArribaAbajoEupalinos


ArribaAbajoLuego -decís- la contemplación de ese menguado tesoro
le niega la vida real.
Más bien él la convierte,
de propia elección, en un estercolero,
propiciado por tal epistemología de la basura;
en efecto, la contempla como desde una altura excesiva,
con supresión de todo oído y tacto,
veía Fabrizio pasar los bueyes de reata,
abejas de oro sobre las páginas de un salterio,
con ese color miel pulido por la distancia;
la contempla para irle robando como un entomólogo de opereta
imágenes ligeras y fantasmas aéreos,
fragmentos de porcelana, alfileres, medallas, los cuales
son, mucho después, en la soledad de su mente,
una vida de mayor alcance.
En la tumba de Hatshepsuth
se encontró, entre el ajuar funerario,
una veintena de granos de trigo
con aptitud germinativa.
Eupalinos
alzó su templete redondo sobre cuatro columnas,
imagen matemática de una muchacha de Corinto:
no cuestiona él la legitimidad del procedimiento
puesto que no se le alcanza ninguna alternativa posible,
pero obtiene con ello mayor nitidez
en las imágenes (y una mayor gratificación afectiva,
pues les da mayor nitidez)-
existencia
equivale a gratificación afectiva
acompañada de mayor nitidez-
ordena el caos
de la vida real, tan inferior a su memoria,
le confiere sentido y mayor nitidez.




ArribaAbajoEnsayo de una teoría de la visión (1979)




ArribaAbajoOstende


Obediencia me lleva, y no osadía.


Villamediana                


Nuestros burgueses [...] sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.


Manifiesto Comunista, 11                



ArribaAbajoRecorrer los senderos alfombrados
de húmedas y esponjadas hojas muertas,
no por la arista gris de grava fría
como la hoja de un cuchillo.
Mueven
su ramaje los plátanos como sábanas lentas
empapadas de noche, de grávida humedad
y reluciente.
También en la espesura
late la oscuridad de las cavernas,
y el Sol sobre las hojas evapora
las gotas de rocío-
el aura de calor
que envuelve e ilumina los cuerpos agotados
cuando duermen: si acercas la mejilla
ves las formas bailar y retorcerse,
un espejismo fácil y sin riesgo:
dos bueyes que remontan la colina,
el mago que construye laberintos,
el calafate, el leproso, el halconero
parten seguros al amanecer,
no como yo, por los senderos
cubiertos de hojas muertas, esponjadas y húmedas.
A veces entre los árboles clarean
los lugares amenos que conozco:
el pintado vaporcillo con su blanca cabeza
de ganso, acribillada de remaches y cintas;
las olas estrellándose bajo el suelo de tablas
del gran salón de baile abandonado,
las lágrimas de hielo que lloran los tritones
emergiendo en la nieve de las fuentes heladas;
el cuartito en reposo con la cama deshecha
junto al enorme anuncio de neón
que lanza sobre el cuerpo reflejos verdes, rojos,
como en las pesadillas de los viejos opiómanos
del siglo diecinueve.
Un cervatillo salta
impasible: lo sigo.
En un claro del bosque
está sentada al borde de la fuente,
con blanquísima túnica que no ofrece materia
que desgarrar a la rama del espino.
Corro tras ella sin saber su rostro,
pero no escapa sino que conduce
hasta lo más espeso de la fronda,
donde juntos rodamos entre las hojas muertas.
Cuando la estrecho su rostro se ha borrado,
la carne hierve y se diluye; el hueso
se convierte en un reguero de ceniza,
y en medio de la forma que levemente humea
brilla nítida y pura una piedra preciosa.
La recojo y me arreglo la corbata;
de vuelta, silencioso en el vagón del tren,
temo que me delate su fulgor,
que resplandece y quema aún bajo el abrigo.
Tengo una colección considerable,
y en el silencio de mi biblioteca
las acaricio, las pulo, las ordeno
y a veces las imprimo.
En el dolor se engendra la conciencia.

Recorrer los senderos alfombrados
de húmedas y esponjadas hojas muertas,
inseguro paisaje poblado de demonios
que adoptan apariencia de formas deseables
para perder al viajero.
Mas no perecerá
quien sabe que no hay más que la palabra
al final del viaje.
Por ella los lugares,
las camas, los crepúsculos y los amaneceres
en cálidos hoteles sitiados
forman una perfecta arquitectura,
vacía y descarnada como duelas y ejes
de los modelos astronómicos.
Vacío perseguido cuya extensión no acaba,
como es inagotable la conciencia,
la anchura de su río
y su profundidad.
Desde el balcón
veo romper las olas una a una,
con mansedumbre, sin pavor.
Sin violencia ni gloria se acercan a morir
las líneas sucesivas que forman el poema.
Brillante arquitectura que es fácil levantar
igual que las volutas, los pináculos,
las columnatas y las logias
en las que se sepulta una clase acabada,
ostentando sus nobles materiales
tras un viaje en el vacío.
Producir un discurso
ya no es signo de vida, es la prueba mejor
de su terminación.
En el vacío
no se engendra discurso,
pero sí en la conciencia del vacío.




ArribaAbajoDivisibilidad indefinida (1990)




ArribaAbajoMúsica para fuegos de artificio


ArribaAbajoHace muy pocos años yo decía
palabras refulgentes como piedras preciosas
y veía rodar, como un milagro
abombado y azul, la gota tenue
por el cabello rubio hacia la espalda.

No eran palabras frágiles, prendidas al azar
de un evadido vuelo prescindible,
sino plenas y grávidas victorias
en las que ver el mundo y obtenerlo.

La emoción de enunciar un orden justo
cedía realidad al sonido y al tacto
y quedaba en los labios la certeza
de conocer en el sabor y el nombre.

Pero la certidumbre de una mirada limpia
es una ingenuidad no perdurable,
y el viento arrastra en ráfagas de crespones y agujas
el vicio de creer envuelto en polvo.

Y si tras de la luz esplendorosa
que pone en pie la vida en un haz de palmeras
el miedo de dormir cierra los cálices
susurrando promesas de una luz sucesiva,

el fulgor de la fe lento se orienta
al imán de la noche permanente
en la que tacto, imagen y sonido
flotan en la quietud de lo sinónimo,

sin temor de mortales travesías
ni los dones que otorga la torpeza
sino un fugaz vislumbre de medusas:
inconsistentes ecos reiterados

en un reino de paz y de pericia,
apagado jardín de la memoria
donde inertes se pudren sumergidos
los oropeles del conocimiento

y como resquebraja la alta torre
la solidez de su asentado peso,
de tan robusto, poderoso y grave
se quiebra y pulveriza el albedrío.

Así para las aves y la plácida
irrepetible pulcritud del junco
hay cada día olvido inaugural
en la renovación de la mañana:

quien hace oficio de nombrar el mundo
forja al fin un fervor erosionado
en la noche total definitiva.




ArribaAbajo Segunda lección del páramo


ArribaAbajo Veo anegarse la llanura helada
en marea de sombra que creciente
al rojo sumidero del poniente
conduce la blancura amordazada

y a la noche cerrada
unas cuantas palabras que prudente
conseguí, menos sabio que paciente,
traigo como remedio de la nada.

Sólo para regalo de mis ojos
brillan y aroman y por un momento
chisporrotean en la llama huidiza;

después, con otros restos y despojos
de voluntad y de conocimiento,
perecen hechas brasas y ceniza.




ArribaAbajoMuseo naval de Venecia


ArribaAbajo Tanta morosidad, si no dilata
la erosión caediza de los oros,
si los haces pintados y sonoros
derriba ennegrecidos por su plata,

¿para qué fue? Su lujo no rescata
el cálido concierto de los coros,
y entre tantos aromas y tesoros
voló hecha humo la última sonata.

Pero cuando descubra el viajero
tan espléndido y raro pudridero
de restos de tramoya y bambalina

dirá que no fue inútil el intento:
si se perdió la voz y el argumento
algo fue, pues dejó tanta ruina.




ArribaAbajoEl estudio del artista


Anónimo holandés




ArribaAbajo Al fondo de la estancia tenebrosa
atestada de mapas y anaqueles,
de caballetes, bustos y cinceles
donde la araña teje sigilosa

una figura pálida y borrosa
rodeada de libros y papeles
alza un compás y cruza dos pinceles
contemplando la noche silenciosa.

Una llama de vela mortecina
signa la oscuridad más que ilumina
y descubre el temor y la torpeza,

la mueca de desprecio y extrañeza
con que asoma la estúpida cabeza
del mono que levanta la cortina.




ArribaAbajoVerano inglés (1999)




ArribaAbajoLección de música


Anónimo, taller de Boucher




ArribaAbajo No presiones la base de la flauta:
sólo con la caricia de los dedos
llévala con dulzura hasta la boca.
Humedece los labios porque brille
la tersa plata inerme en cerco rojo.
Finge no recordar la melodía:
piérdela, duda, persíguela jugando
a la gallina ciega entre las rosas.
Mira cómo se ciñe la guirnalda
a las cuatro columnas del dosel;
las retuerce rozándolas, las hinche
el filo y la blandura de sus pétalos:
bordea en espiral octava y tono,
la indecisión del tempo imprevisible,
sincopado, lentísimo, inminente,
crátera hendida sobre su columna,
anegada en la lluvia y en el miedo
de ceder y volcarse.
Vuélcala
en las notas vibrantes como dardos.
La mano izquierda no te quede ociosa:
tienes en el atril unas granadas
henchidas, reventando en ocre y rojo;
apriétalas tres veces, luego dime
a qué te sabe el zumo de la música.

La beatitud del día se define
en excesos de luz, de Sol, de verde.
En el jardín sonríen los atlantes
al sostener la cúpula del tiempo.
Venus sonríe, y un tropel de faunos
ahuyenta el cervatillo de Dïana.




ArribaAbajoHow many moles?


ArribaAbajo Hoy tiene tu mirada un inquietante brillo:
el de una gata que se ha tragado un pajarillo.

Caes como la tarde, ausente y soñadora.
El Sol besa las nubes y las dora

y con ojos profundos, densos, crepusculares,
me pides que te cuente los lunares.

Aun antes de empezar ya me doy por vencido:
tienes tantos como un dálmata crecido,

y con esa sonrisa pizpireta y astuta
me aturdes, y no puedo ni pensar en la ruta.

Veo uno escondido en donde nace el pelo.
Está tan solo y es tan pequeñuelo

que podría perdérseme si ahora lo dejara
en el camino, y sin contarlo me lanzara

ombligo arriba hacia las redonduelas,
tan opíparas, pingües, gordezuelas,

que aspirar su calor y su fragancia
confirma mi noción de la lactancia:

no debe malgastarse en un recién nacido;
no sabría apreciarla como es debido.

La izquierda siempre fue mi preferida.
Es la más descarada y la más presumida,

siempre apuntando al techo muy airosa
con su breve hociquillo de color rosa.

Crece y se vuelve duro, muy arrogante y tieso,
si anoto dos que tiene, con un beso.

He de seguir contando sin demora:
sólo he llegado a tres en una hora.

¿Voy arriba o abajo? Me extravío,
dudo, me armo un lío y me armo un lío

y aterrizo por fin en un moflete,
y al morderlo, tan suave y regordete,

cuento, con un cachete en el culete,
cuatro. Esto va mejor: ya suman siete.

Pero hay más que amapolas en un prado florido,
que caracoles después de haber llovido.

Aun en toda la noche no podría.
Tendremos que contarlos otro día.




ArribaAbajoSweetie, why do snails come creeping out?


Si eres niña y has amor,
¿qué farás cuando mayor?
ANÓNIMO, Ramillete de flores
(Lisboa, 1593)


ArribaAbajoSiempre llegamos pronto, o tarde, o nunca,
a trenes que han salido o que no existen,
los cogemos en marcha
hacia cualquier lugar sin estación ni nombre.
Dónde estaría yo, Caperucita,
cuando lanzabas torre abajo
la escalera de amor de tus dos trenzas.
Te desnudo, y el tiempo luminoso
que te envuelve se agolpa y cae en mí
con ácido rumor de aristas negras
al llegarte a quitar los calcetines
pequeños, de ir a clase de gimnasia,
de salir de excursión con un vestido blanco:
me duele la sorpresa
si aprendo en tus lecciones algún brillante truco,
un magistral alarde de gramática parda.
Cuatro cosas aún puedo descubrirte,
y dejarte grabados en la piel
esos dulces recuerdos que una mujer no olvida:
qué es el sabor a roble y el posgusto,
qué lleva la langosta Thermidor,
por qué nos arrastramos al acabar la lluvia,
para tomar el Sol, los caracoles.




ArribaAbajoAl fin a vuestras manos he venido


Garcilaso



ArribaAbajo Cuando era niño, al acabar la clase
salíamos todos juntos al recreo
y yo era el aguafiestas, el torpe, el metepatas
absorto en un rincón imaginando historias,
aventuras y compañías de papel, leyendo un libro.
La edad no me ha librado de vocación tan mísera
ni he sabido adquirir mayor destreza
ante la realidad: extranjero en la sombra
huyendo tras el cristal de un tren nocturno,
ante quien brillan letreros lacerados,
resplandores y rostros y raíles sinónimos.
Después de fracasar con tanto empeño
al fin hasta tus manos he venido
como quien nunca supo del olor de la tierra
en un jardín mojado por la lluvia
ni oyó hincarse en la roca la paz del arcoiris,
acorde de las gamas del gozo de la vista,
silencio en la fragancia de los tibios colores
donde no cabe instante sin milagro.
No me exilies de nuevo al metal trasparente
donde la voluntad se engríe y pudre,
al desierto incoloro donde se triza el tacto:
no me dejes en un rincón con este libro,
medalla decorosa en el ojal de un muerto.




ArribaAbajoEspejo de gran niebla (2002)




ArribaAbajoDisolución del sueño


ArribaAbajo Nadie puede instalarse
en los sueños de otro: están fundados
en la incredulidad, la decepción y el miedo,
y su inquietud no admite compañía.
Juguetes rotos de una niñez tapiada
que no quiere arriesgar el privilegio
de mecerse en la paz de no haber sido;
un andrajo sin nombre
vacante en el umbral del paraíso
al no tener un cuerpo que lo vista.
El que contempla el Sol no ve su fuego,
cifrado en cenital circunferencia;
baja la vista, y teme. Lo confunde la luz;
sólo puede mirarla si se mezcla
a los colores turbios de las cosas.
Tampoco se permite
afrontar la arrogancia de sus sueños.
Finge que no lamenta su vacío
pues no los tiene ni jamás los tuvo,
o los destierra al sótano más hondo
sin calor ni alimento, hasta que mueren
y vagan insepultos y lo acosan
al apagar la luz en un cuarto de hotel;
y por fin engalana su cadáver,
lo corona de mirto y lo pasea
para ofrecerlo a quien lo pisotee,
y lo destierra al fin a la página escrita
para eludir su insulto de blancura,
salpicando de tinta su amenaza de espejo,
su insoslayable potestad de lirio.
Sueño: región más alta,
sonora en geometría cuyo color se vuelve
imán de la certeza del exilio.
La voz es una brisa que nos trae
los primeros jirones
de los aromas del jardín del sueño.
Ha de reburujarse como seda
o desplegarse cálida y redonda,
henchida al ascender en su ternura,
y volar sobre cumbres y estuarios.
Así tu voz, umbral de tantos mundos,
sabía concederlos resumidos
en la proximidad del horizonte
de la luz de la llama de una vela;
pero hoy vendría a mí tenue y descalza,
sobre la duda de cristales rotos
que esparciste en la estela de tu nombre.
Si rompieras a hablar, tu voz tendría
una pátina oscura de parajes
donde se pudre la lección del tiempo.
Ya no podré entenderte si me hablas:
sólo olvidando el lastre de las cosas
y las aristas negras de los nombres
tiene tu voz la pulcritud del sueño:
música en el estuche de su brillo.
En los sueños, los ojos son azules:
si son de otro color, no estás soñando.
El azul es un reino de dulzura.
Dulzura no es palabra suficiente
en lo espiritual y trascendido;
es la de los torrentes cuando llegan
a presentar en el Abril del valle
la rendición templada de su hielo,
conservando en color de las alturas
la transfiguración del aire límpido;
la del rumor de guijas y de conchas
que resuena en las playas por la noche,
llenando de sí misma
la conciencia de estar oculto y solo.
Cuando abrías los ojos levantabas
una cúpula azul sobre la tierra,
coronada de flámulas ardientes;
un recinto tan alto
y en su ofrenda de luz tan silencioso
que toda voluntad se deslizaba
por la pendiente del desasimiento.
Así unos ojos pueden encender
la latitud inaugural del mundo
diáfana y trasparente sin frontera,
y entrecerrar su propio laberinto
de heces y esquirlas de rumor taimado.
No quiero su amenaza
en la consternación del aire turbio:
sólo el azul extático y redondo.
La curvatura es vocación del río
con inflexiones lentas de meandro
en el arroyo que desciende al valle,
es consuelo en el círculo del Sol
cuando tiñe de rojo la parábola
en que la luz dibuja el horizonte,
espiral aguzada
en el brillo del brote de la hoja,
convexidad en la tensión del fruto,
densidad y turgencia
en todo lo colmado y lo creciente.
La redondez es signo de la carne
de mujer, salvación,
oasis de volumen
en la angustia del plano y de la recta;
pero ha de ser jardín al que no lleve
la ausencia de un camino no trazado.
Esa es la norma capital del sueño,
lo que confiere elevación de nube
y resplandor solar de paraíso
a la entereza de un jardín redondo
retirado al secreto
de su concavidad, sin que el dardo del tiempo
-serpiente rectilínea que hiere con la ciencia
del veneno sin paz de la memoria-
tenga puerta cerrada en que clavarse.
Pero tú oscureciste el horizonte
donde pudo brillar el más diáfano
silencio precursor de voz primera,
y trajiste al preludio
de su estación redonda la maldición del tiempo:
un largo corredor de palabras caídas
pudriéndose en la sombra de su otoño.
Así llegué al umbral del paraíso
como Moisés en su último viaje;
y en la desolación de la memoria
y la miseria del entendimiento
se desvanecen un jirón azul,
geometría sin voz, música abstracta.




ArribaAbajoPoemas arqueológicos (2003)




ArribaAbajo Villa de un magistrado en Macedonia


ArribaAbajo No se sabe su nombre. De su casa subsisten
el tritón y el Neptuno de un mosaico,
y una lasca de estela con un cuenco
y la espiral de un laberinto.
Contemplaba el mensaje de los frutos,
la exacta disciplina de los astros,
la curvatura unánime que rige
el cuerpo de mujer y el horizonte:
la ascensión de la vida como signo redondo
que degrada la mente cuando rueda
remedando en sus círculos de sombras
la realidad, volumen bajo el Sol
-esfera conciliada en la luz de otra esfera-
donde el deseo anida sin preguntas.
Quiso dar a entender al visitante
acostumbrado al oro falaz del pensamiento
que sus estatuas y su biblioteca
no eran la ostentación y el lujo de un patricio.




ArribaCasa de un comerciante en Ultraiectum, siglo VII d. C.


Arriba Vivo en un lodazal donde gruñen los cerdos
y el humo ofende la quietud del aire.
Fui una vez a Tréveris, y donde se cargaban
las carretas camino de los hornos de cal
recogí el torso alado de un dios ciego.
Me ayuda a despreciar
a esta mugrienta tribu de pastores:
sueño que llegué al Sur, y estuve en Roma.





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