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Abajo

Antología poética

Gabriel Celaya






ArribaAbajoMarea del silencio




ArribaAbajoMeditación


AbajoSi es verdad que existo y que me llamo Rafael;
si es verdad que estoy aquí
y que esto es una mesa;
si es verdad que soy algo más que una piedra oscura entre ortigas,
algo más que una áspera piedra en el fondo de un pozo.

Si verdaderamente es real esta extraña claridad violeta de la tarde,
si esos grises y malvas son casas y nubes;
si verdaderamente no es un sonámbulo ese hombre que pasa por la calle;
si es real este silencio que sube y baja entre el misterio y la vida;
si es verdad que existo y que me llamo Rafael,
y que soy algo más que una planta de carne;
si verdaderamente las cosas existen,
y yo también existo,
y mi pensamiento existe;
si verdaderamente esta dulce tarde con olor a magnolias es algo real;
si es también real este temblor de infinito que siento latir dentro de mí;
si verdaderamente me llamo Rafael y existo y pienso;
si verdaderamente el mundo vive en una atmósfera densa de pensamientos desconocidos y eternos;
si verdaderamente es así,
¡oh, gracias, gracias por todo!




ArribaAbajo[En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata]


ArribaAbajoEn el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.
Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.

En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que sólo se oye a la luna.

Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.

Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.

Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.




ArribaAbajoLa soledad cerrada




ArribaAbajoQuien me habita


Car je «est» un autre

(Rimbaud)                



ArribaAbajo¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos y mirar!

¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme como una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso difícilmente por mis venas!

¡Qué extraño verme aquí sentado
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!

¡Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.




ArribaAbajoEl amor y la tierra


ArribaAbajoEl amor y la tierra se abrazan sollozando,
y la arcilla y el ansia, y el hombre nuevo nace.
—¿De dónde vienes, dime; di, amigo, adónde vienes?
(Unos pájaros largos volaban sobre el llano).

—¿De dónde vienes, dime?
—De un ansia atormentada,
de vidas que prometen, y duelen, y no brotan,
con un paso cansado y un peso resignado
a reposar tranquilo en tu oscuro silencio.

Tierra, no palpites, guárdame en tu tumba.
Traigo los labios blancos de avidez y de espanto.
Mi dolor es tan grande como aquella esperanza
que me dio tanto amor y hoy me pesa tan hondo.

Creía que unos brazos en cruz abren los mares,
que unos ojos dan luz al cielo estremecido,
que unos labios que tiemblan pronuncian ya palabras.
Creía que las cosas nacen sólo del ansia.

Ahora vengo cansado, dulcísimo y sumiso,
con un peso de gritos que no han podido huir,
y te encuentro a ti, tierra, y en tu oscuro latido
perpetúo la angustia que heredé de tus muertos.

El amor y la tierra se abrazaban convulsos;
se abrazaban las ansias palpitantes e informes
y la tierra que sube mojada, espesa y fría
y abandona en mi cuerpo su eternidad sin alma:

su yerta eternidad de extensión desolada,
de cielo en desvarío que no encuentra sus nubes,
de una luz que se sufre como muerte desnuda
que despoja de gritos y sueños confundidos.

—¿De dónde vienes, dime; di, amigo, adónde vienes?
—De una vida que duele porque ignora sus gritos
vengo a tu muerte, tierra, de eternidad dormida;
de un correr detenido a lo inmóvil que vibra.

Mis brazos se han abierto con deseo de alas
y hoy abrazan la tierra, cuna y tumba del ansia.
Un hombre nuevo nace sobre otros hombres muertos.
Hombres muertos descansan bajo el hombre que nace.

Voy por el mundo y canto. Voy por el mundo y lloro.
De tanto como amo no comprendo las cosas:
esta vida voraz que me espanta y me llama,
me da dolor y rabia, y me aterra, y me absorbe.

Tierra, guárdame contigo, con tu muerte caliente,
con tu sueño materno de gritos sofocados;
que un puñado de barro me tapone esta boca
que se abre y se abre, y no encuentra su grito.




ArribaAbajoLa música y la sangre




ArribaAbajoMás


ArribaAbajoLas bestias, los relámpagos, los hombres,
y también la caléndula que estalla
—¡alegría, alegría!—, con su grito naranja;

la hierba siempre dulce y sometida
al lentísimo aliento de la tierra,
y este mar que despliega mi fatiga,
y esta brisa que riza mi alegría,

todo esto quiero libremente y soy,
soy solamente, soy,
soy a la vez dentro y fuera.

¡Dejad volar los versos!
¡Liberad la paloma que la pluma ha clavado!
¡Romped conmigo el ritmo!
¡Matadme! Yo os lo pido.

¡Poemas, poemas, poemas cara al mar!
No el pensamiento, más:
la alegría suficiente para dejarlo escapar.
Y no lo logrado, ¡más!:
en el error, los amores; en lo pequeño, el total.




ArribaAbajoAvenidas




ArribaAbajoDeriva


ArribaAbajoSon poemas, poemas;
son los entusiasmos que para bien nos mienten,
los hundimientos siempre superables,
los errores que quizá no sean errores.

Es el motor de explosión «hombre»,
los fácil-felizmente caprichos sucesivos,
la melancolía con demoras sensuales,
unos versos, restos de cierta hermosa anchura.

Son los grandes gritos por pequeñas causas,
una amada, el deseo que al fin dice su nombre,
y una fecha, un lugar, un sobresalto:
Dios fotografiado al magnesio.

El brillante delirio de una rosa impalpable,
el yo que ahora resulta que realmente existe,
los mil fuegos cambiantes de un anhelo sin meta:
un ala retenida, pero que palpita.

Son las cabezudas evidencias de un niño
hidrocéfalo y tierno que, triste, sonríe;
las muchachas que mueren porque son impalpables,
las balanzas nocturnas, casi musicales.

Aquí peticiones de principio cantan.
Días suman días; yo derivo versos,
versos engañosos que no acaban nunca;
versos que quisieran morderse la cola.

Resbalo en mí mismo cambiando de nombre,
cambiando de forma, cambiando el futuro.
Es el amor —se entiende— o bien —no se entiende—
la libertad abierta: vivir de entregarse.




ArribaAbajoMovimientos elementales




ArribaAbajoMatinal


ArribaAbajoUn hombre; los caminos;
el viento sin sonido del destino;
y andar libre y ligero entre tormentas
magnéticas y secas.

Se multiplican, crecen,
y, sucesivos, vienen con espuma y clamores
confusiones, muchachas, reposos dulces, largas
cabelleras de llanto que le envuelven temblando.

Frente a un mundo en delirio, él se afirma en su paso.
No acaricia, no duda.
Su soledad heroica
no es un irse perdido por los limbos cantando.

Contempla las montañas en su fuerza y su calma;
contempla la mañana pausada y luminosa;
respira, y le parece
que su boca bebe de Dios directamente.

¡Qué cierto, en su absoluto
de gloria y resplandor, el cielo abierto!
¡Qué ciertas, en su calma,
las cosas como son, que son, y basta!




ArribaAbajoEdificación


ArribaAbajoHe roturado sendas. He derribado troncos.
Los pinos, heridos, olían en vivo
y un sol rojo venía rastreando nuestra hondura
mortal, sobre las landas.

Diminutas orejas en la madera escuchan
su lento crecimiento secular y cansado;
diminutas, mis manos han empuñado el hacha.
Combatiente, me erguían en un claro de tierra.

He derribado troncos. He roturado sendas.
Eso es la Cultura: combate duro, heroico.
Hay sol rojo, materia, y yo en Dios me edifico,
y el árbol tempestuoso de mi sangre derribo.




ArribaAbajoTranquilamente hablando




ArribaAbajoCuéntame cómo vives, cómo vas muriendo


ArribaAbajoCuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.

Cuéntame cómo vives.
Ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).

Cuéntame cómo mueres.
Nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.

Cuéntame cómo mueres,
cómo renuncias —sabio—,
cómo —frívolo— brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.




ArribaAbajoDebo ser algo tonto


ArribaAbajoDebo ser algo tonto
porque a veces me ocurre que me pongo a hablar solo,
y digo cosas locas,
digo nombres bonitos de muchachas y barcos
o títulos de libros que nadie ha escrito nunca.
Debo ser algo tonto.

Babeo, grito y lloro.
Los verbos absolutos me llenan de ternura
y esas vocales sueltas, inútiles, redondas,
que vuelan para nada,
me elevan boquiabierto hacia no sé qué gozos.

Soy feliz y, por eso, también un poco tonto.




ArribaAbajoTodas las mañanas, cuando leo el periódico


ArribaAbajoMe asomo a mi agujero pequeñito.
Fuera suena el mundo, sus números, su prisa,
sus furias que dan a una su zumba y su lamento.
Y escucho. No lo entiendo.

Los hombres amarillos, los negros o los blancos,
la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra:
largas filas de hombres cayendo de uno en uno.
Los cuento. No lo entiendo.

Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus dientes,
sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus vientres
y una belleza ofrece su sexo a la violencia.
Lo veo. No lo creo.

Yo tengo mi agujero oscuro y calentito.
Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo.
Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme.
El resto no lo entiendo.




ArribaAbajoObjetos poéticos




ArribaAbajoCantar


ArribaAbajoPerdido entre las cosas
mi corazón, mi corazón
que toma el nuevo nombre
de cada nuevo amor.

Una sonrisa basta,
un jazmín, un color
para llevarse entero
mi corazón, mi corazón.

El mundo en vilo viene
a ser en mi canción,
a ser él mismo siendo
en mí que ya no soy.

¡Oh pasos en la nada!
Mi corazón, mi corazón
diciendo los mil nombres
y olvidando mi voz.

¡Oh tú, que yo recreo
más puro en la canción,
que ya no eres tú mismo
como yo no soy yo!

Se me va, peregrino,
mi corazón, mi corazón,
pero me queda, eterno,
el hijo de mi amor.




ArribaAbajoLas cosas


ArribaAbajoCuanto más de cerca miro,
más se me alejan las cosas.
(Vertiginosas me huyen
por su quietud sin fondo).

La luz rojiza, las rocas,
los pinos, las lentas olas,
palpitan rítmicamente,
viven unidos la vida;

pero las cosas se aíslan
en su equilibrio cerrado
y, al mirarlas, me es extraño
ese simple «estar» callado.

¡Oh las cosas mudas, mudas
y, sin embargo, presentes,
tan sencillas y tan raras
como los cuerpos que han muerto!

En la nada luminosa
perfilan su «estar» callado,
si trato de unirlas, chocan
duras, secas, sin contacto.




ArribaAbajoLas cartas boca arriba




ArribaAbajoA Blas de Otero


ArribaAbajoAmigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
y porque el mundo existe, y yo también existo,
porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
de este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
el semillero hirviente de un corazón podrido,
los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
las corrupciones vivas, las penas materiales...,
todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
sabes también por dentro de una angustia rampante,
de poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
ese mugido triste del mar abandonado,
ese temblor insomne de un follaje indistinto,
las montañas convulsas, el éter luminoso,
un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
el alma transparente y el yo opaco en su centro,
soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
la inercia de la tierra sin memoria que pesa,
el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
el corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio.
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
la materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos
que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
los hombres trabajados que duramente aguantan
y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
la justicia exclusiva y el orden calculado,
las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
la condición finita del hombre que en sí acaba,
la consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,
ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
los gestos consabidos, más lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos
en el frío, en el miedo, en la noche de enero
rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
un temblor me decía: «Ése es otro, un misterio».

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
distintos en un tiempo y un lugar personales,
en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,
en esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
saber que una escalera por sí misma no acaba,
traspasar una puerta —lo que es siempre asombroso—,
saludar a otro amigo también raro y humano,
esperar que dijeras: «Voy a leer unos versos».

Daba miedo mirarte solo allá, en lo redondo
de una lámpara baja y un antiguo silencio.
Mas hablaste: el poema creció desde tu centro
con un ritmo de salmo, como una voz remota
anterior a ti mismo, más allá de nosotros.
Y supe —era un milagro—: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
los árboles, los rayos, la materia, las olas,
salían en el hombre de un penar sin conciencia,
de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice «sí», dije «Dios» sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
sentí que era posible salvar el mundo entero,
salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
pensando que soy bueno, mordiéndome las uñas,
con este yo enconado que no quiero que exista,
con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
y digo derramado: amigo Blas de Otero.




ArribaAbajoPaz y concierto




ArribaAbajoPasa y sigue


ArribaAbajoUno va, viene y vuelve, cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.

Entonces uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión «poeta» —¡ay, nunca registrada!—.
Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y cargado.

Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada.

Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.

Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados,
baten, baten, aventan —polvo y paja— mi vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, lluevo amén mi fatiga.

Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas ¡ay! es necesario, mas ¡ay! soy responsable
de todo lo que siento y en mí se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se pronuncia.

Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho, contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.

A través de mí pasa: yo irradio transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y simplemente mira, me está siempre mirando,
y esperando, esperando desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse.

Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.

Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.

¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado —perdonadme—, cansado.

No me hagáis preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.




ArribaAbajoDespedida


ArribaAbajoQuizás, cuando me muera,
dirán: «Era un poeta».
Y el mundo, siempre bello, brillará sin conciencia.

Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos que un día puse en ciernes.

Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras que hoy sueño en el mañana.

Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!

Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo, parte del gran concierto.




ArribaAbajoCantos íberos




ArribaAbajoEspaña extraña


ArribaAbajoEsta fuerza extraña,
viva, enmarañada,
esta entraña a gritos que llamamos España
está en mí, no la pienso,
no puedo pensarla según la teoría con que quieren castrarla
los que en nombre de un pasado dicen: gloria, punto y raya.

Esta fuerza real que llamamos España,
rabiosa, suficiente,
no es gótico-galaico-leonesa-romana,
ni es árabe, ni griega, ni austriaco-castellana.
Es ibera, terrible, sagradamente arcaica,
mi materia y mi magia.

Yo no puedo pensarla.
Yo no puedo decir mi España es buena o mala,
si es triste o violenta, si es hermosa o si mata.
Yo no puedo juzgarla
porque yo soy en ella y ella en mí, transcendiendo,
y así a fondo me sumo fieramente existiendo.

Porque soy, porque soy
tierra roja y cargada sustancia milenaria,
dulce aceite espesado,
seco esparto, sal pura, ríos con larga historia,
cuerpo ibero con venas de metales hirientes,
que fulgen golpeando,

montañas decididas
en lo llano absoluto de un planeta pensante,
gritos por fin absueltos,
cara a un cielo que todo lo refleja sin mancha,
voluntades paradas,
gestas que, no la tinta, la geología exalta,

costas rotas que muerden con amor violento,
muriendo de su muerte, los mares más lejanos,
terrones trabajados
por muertos anteriores a la historia contada,
hazañas de una entraña que aún no agotó sus formas,
nutre mi carne de patria.

¡Que no vengan a decirme que es un problema mi España!

Yo la tengo sin pensarla
y, adorando o maldiciendo, soy desde dentro un «¿qué pasa?».
Y este físico misterio
como un cuerpo de amor, me tiene tanto
que yo mismo no distingo si es que lo adoro o lo ataco.

Fiera amante, madre amarga,
te maldigo, me deshago, te violo, canto claro,
y esta rabia que te grito
es la rabia con que trato de dar a luz lo más mío,
y es mi manera de amarte,
y es mi manera de hablarme sin perdonarme a mí mismo.

España ciega, mi España
seca, hermosa, exasperante,
ancha España que en vano cabalgo, nunca abarco,
España que en mí lates
y más y más te afirmas cuanto más te combato,
y eres yo sin ser mía, no consciente, de carne.

Como me tienes, te tengo,
como te tengo, me tienes, y poco importa qué pienso,
pues en ti vivo y respiro.
Tú eres mi aire y mi tierra, tú, mi cuerpo y mi elemento,
y maldecirte, maldigo
de mí mismo porque pienso que aún no cumplí lo que debo.




ArribaAbajoLa poesía es un arma cargada de futuro


ArribaAbajo Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo; y en la tierra, son actos.




ArribaAbajoA Sancho Panza


ArribaAbajoSancho-bueno, Sancho-arcilla, Sancho-pueblo,
tu lealtad se supone,
tu aguante parece fácil,
tu valor tan obligado como en la Mancha lo eterno.

Sancho-vulgar, Sancho-hermano,
Sancho, raigón de mi patria que aún con dolores perduras,
y, entre cínico y sagrado, pones tu pecho a los hechos,
buena cara a malos tiempos.

Sancho que damos por nada,
mas presupones milenios de humildad bien aceptada,
no eres historia, te tengo
como se tiene la tierra, patria y matria, macerada.

Sancho-vulgo, Sancho-nadie, Sancho-santo,
Sancho de pan y cebolla
trabajado por los siglos de los siglos, cotidiano,
vivo y muerto, soterrado.

Se sabe sin apreciarlo que eres quien es, siempre el mismo,
Sancho-pueblo, Sancho-ibero,
Sancho entero y verdadero,
Sancho de España es más ancha que sus mil años y un cuento.

Vivimos como vivimos porque tenemos aún tripas,
Sancho Panza, Sancho terco.
Vivimos de tus trabajos, de tus hambres y sudores,
de la constancia del pueblo, de los humildes motores.

Sancho de tú te la llevas,
mansa sustancia sin mancha,
Sancho-Charlot que edificas como un Dios a bofetadas,
Sancho que todo lo aguantas.

Sancho con santa paciencia,
Sancho con buenas alforjas,
que en el último momento nos das, y es un sacramento,
el pan, el vino y el queso.

Pueblo callado, soporte
de los fuegos de artificio que con soberbia explotamos,
Sancho-santo, Sancho-tierra, Sancho-ibero,
Sancho-Rucio y Rucio-Sancho que has cargado con los fardos.

Hoy como ayer, con alarde,
los señoritos Quijano siguen viviendo del cuento,
y tú, Sancho, les toleras y hasta les sigues el sueño
por instinto, por respeto, porque creer siempre es bueno.

Cabalgando en tus espaldas se las dan de caballeros
y tú, pueblo, les aguantas, y levantas —tentetieso—
lo que puede levantarse. Y aun sabiendo lo que sabes
nunca niegas tus servicios: ¡santo y bueno!

Sancho-Quijote y a un tiempo Sancho de basta de cuentos,
Sancho-amén de tiempo al tiempo,
Sancho que aun hecho y derecho, ya de vuelta del Imperio,
al señorito Quijano le tratas de caballero.

Sancho-claro, Sancho-recio,
Sancho que viste las cosas como son y te callaste,
metiendo el hombro, tratando
de salvarnos del derrumbe con tu no lírico esfuerzo.

Hombre a secas, Sancho-patria, pueblo-pueblo,
pura verdad, fiel contraste
de los locos que te explotan para vivir del recuerdo,
¡ya ha llegado tu momento!

Sancho-vulgo, Sancho-ibero,
porque tú existes, existen aún mi patria y mi esperanza.
Porque hay patria y esperanza vas a existir tú de veras
con menos sueño y más tierra.

Tu libertad es instinto. Tus verdades son sencillas:
al pan, pan, y al vino, vino,
y a cada cual lo debido:
lo que le cumple por hombre con un único camino.

Sancho-firme, Sancho-obrero,
ajustador, carpintero, labrador, electricista,
Sancho sin nombre y con manos de constructor y un oficio,
viejo y nuevo, vida al día.

Quiero darte la confianza que pretendieron robarte.
Quiero decirte quién eres.
Quiero mostrarte a ti mismo tal como tú fuiste siempre,
Sancho-humilde, Sancho-fuerte.

En ti pongo mi esperanza
porque no fueron los hombres que se nombran los que hicieron
más acá de toda historia —polvo y paja— nuestra patria,
sino tú como si nada.

Sancho-tierra, Sancho-santo, Sancho-pueblo,
tomo tu pulso constante,
miro tus ojos que brillan aún después de los desastres.
Tú eres quien es. ¡Adelante!




ArribaAbajoDe claro en claro




ArribaAbajoMomentos felices


ArribaAbajoCuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
—el pitillo en los labios, el alma disponible—
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro —sé que todo es fiado—,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente;
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada;
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?




ArribaAbajoCantata en Aleixandre




ArribaAbajoCantata en Aleixandre


[Fragmento]


LAS MADRES PRIMERAS

ArribaAbajoEn la unidad del mundo y en la matriz del caos
recoges un latido y el brote en ti se expande.
Eres tú, pero apenas conformado, tan cerca
de la tierra nutricia, del fuego intermitente,
de la materia arcaica y el ritmo del aliento
del sofoco, del mundo de colores variables,
del mar y cuanto bate golpeando las puertas,
que hablamos por tu boca, vivimos de matarte.
No eres tú quien te dices. Somos sólo nosotras.
Un murmullo en tus dentros, tus labios como un ave,
unas hojas temblando que se juntan y apartan,
¿no dicen ya bastante?¿Qué más puede nombrarse?
Una historia olvidada como un horror sagrado,
el fulgor de unos ojos enterrados e insomnes,
el corazón nocturno que irradia su luz negra,
cuanto eres sin saberlo, cuanto en nosotros duerme
temblando con las ramas que alteran luz y sombra,
te arrastra hacia el origen. Sólo se vive a ciegas.
Bajo el nivel del mar anterior a los cantos
que ondulan indecisos, se asoman y sumergen,
apunta en ti el secreto de los nombres cambiantes,
la luz parpadeante de las metamorfosis,
la sombra en tus dos manos después de la caricia.
¡Si de verdad pudieras nombrar lo que anhelamos!
¡Si de verdad pudieras saltar fuera y mostrarte!
Mas sigues en el plasma con espesa indolencia,
te mueves sin moverte, repites inmanente,
vas y vuelves, no encuentras un término plausible,
sólo como nosotras oceánicas palabras,
rostros ambivalentes, la crueldad, la delicia,
las tenues variaciones de la luz en las plumas.

EL POETA

Echado aquí por tierra, lo mismo que ese silencio
que nadie está notando, yo espío la palabra que circula,
la que yo sé que un día tomará la forma de mi corazón.
La que precisamente todo ignora que florecerá en mi pecho.

LAS MADRES PRIMERAS

El corazón no tiene ni forma ni sonido
y las palabras chocan. Son de metal y matan.
Chocarás si pretendes hablar desnudamente.
Te extrañarán si tratas de enunciar lo impensable.
Las sílabas encuadran duramente un gemido.
Se nombra la apariencia, se calla lo arrastrado
y el sentido dispara contra sí mismo un tiro.
Nacerás, si es que naces, entre esquinas hirientes,
torrentes de basura, sentimientos baratos,
dentaduras postizas, ideas respetables,
risas de vidrio roto, teléfonos y espinas,
asperón, estropajo, naipes, pelos, cacharros,
todo en trozos, chocante, minúsculo y terrible,
revuelto en la ignominia sustancial de los hombres.
Porque las formas duelen, las palabras no sirven
y los despojos flotan en un vals, en tu Vals,
y en ese balbuceo de un mar que nació viejo.
Mira el harapo humano, las mecánicas cifras,
los maniquís sentados en las sillas cuadradas,
los timbres estridentes, los anuncios, la prisa,
las máscaras del miedo y el estupor parado,
los cuadrúpedos muebles con arterioesclerosis,
su esqueleto a la vista, sus patas sin rodilla,
los espejos estancos en la casa del crimen,
los agrios dientecillos de la luz corrosiva,
y el tambor de la muerte, y el silencio expansivo
en el que las palabras pierden todo sentido.
¿Para qué abrirte al mundo? ¿Para qué nuevamente
intentar la aventura? Duerme en mi noche, duerme.
El agua es transparente. Puedes ver la esperanza
en el fondo sin fondo. Mas no alcanzarla. Duerme.
Soy tu fin y tu origen. ¿Qué buscas fuera? ¡Duerme!

EL POETA

De nada servirá ignorar la hora que es, no tener noción
de la lucha cruel, de la aurora que me está naciendo
entre mi sangre. Acabaré pronunciando unas palabras
relucientes. Acabaré destellando entre los dientes tu
muerte prometida, tu marmórea memoria, tu torso derribado,
mientras me elevo con mi sueño hasta el amanecer radiante,
hasta la certidumbre germinante que me cosquillea en los ojos,
entre los párpados, prometiéndoos
a todos un mundo iluminado en cuanto yo me despierte.

LOS OTROS

Pasamos a tu lado, tropezando
los unos con los otros, confundidos,
iguales y distintos, consecuentes,
numerando el destino. Mas tú, al margen,
hablas como entre sueños, nos ignoras.
Ignoras el trabajo, la luz dura,
los hechos cotidianos, el esfuerzo
del hombre prometeico hecho y derecho
que edifica su mundo en el vacío.
No vienes a nosotros, no nos cantas
el canto de la paz y del martillo.
Eres un niño grande, y aún sumido
en la noche de origen, no haces tuyos
los días y trabajos de los hombres
maduros, rodeados de peligros
y monstruos y delicias sin contorno.
¡Oh fuerza solitaria, luz redonda,
que abres como un abismo tu asechanza!
Tus pequeños leopardos, escondidos
en la selva verbal y lujuriosa,
disparan de repente el tenso salto
y atrapan la metáfora y el rayo
de la luz sorprendida, como presa.
Destruyendo el lenguaje, tú destruyes
la lógica, el confort, la teología,
los pensamientos hechos, la cultura,
el orden, la familia, la sintaxis
de la Bolsa y la patria, el mecanismo
cristiano-occidental, nuestras razones.
En nombre de la vida —¿de qué vida?—
propones tus sistemas solitarios.
Mas nosotros seguimos, renunciando
a las mil y una noches de tus fastos.

EL POETA

¡Si vierais que este clamor confuso no es mío! Todo
por culpa de un cabello rubio, de una piedra imantada
que tengo encerrada en esta mano. Acariciar el níquel,
acariciar la sombra, el brillo o la ignominia, la preciosa
ceguedad de no preguntar por el camino, acariciar
al cabo la respuesta,
justamente cuando acaba de ser pronunciada,
cuando aún lleva la forma de los dientes...
Por eso, no quiero vestirme.

LOS OTROS

¡Bajos fondos, extáticos terrores
frente a la luz de un ojo sin mirada,
y en el cuerpo cerrado, unos ramajes
que hablan, ya sin palabras, de un pasado!
¡Los flujos abisales, la espesura
cargada de materias de desecho,
el blando chapoteo en la caverna
marina de la madre, el murmurante
discurrir del deseo, mientras fuera
las olas golpeaban el vacío
y el azul aceraba su uña seca!
¡El refugio de muerte o nacimiento!
Nosotros, pobres hombres, desprendidos
del seno original, lo recordamos,
andando entre codazos por las calles,
contando con sarcasmo unas monedas,
mordiendo el polvo, dando de cabeza
con las paredes ciertas e impensables,
espantando la muerte con canciones
de moda como escobas, y el destino
con bonitas ideas que dejamos
volar alegremente, distraídos.
Recordamos, es cierto. Muchas veces
añoramos volver a lo que fuimos.
Mas somos lo que somos, decididos
de una vez para siempre, sin perdones.
No hables desde el abismo si es que buscas
al hombre en mí posible todavía.




ArribaAbajoEl corazón en su sitio




ArribaAbajoA Leopoldo de Luis


después de leer «Teatro Real»


ArribaAbajoNada es mentira. Todo es verdad.
Nadie personaje; todos «personángel»
modelan su rostro dudoso en el hueco
de esa fiel careta que al fin nos hará
cuanto proyectamos, cuanto pretendimos
pese al yo inmanente, sólo natural.

¿Teatro dices? No hay tal.
¿Me quito la mascarita? ¿Quieres saber mi verdad?
Tengo un yo que es una trampa. Te apuesto a sinceridad.
Doblo a muerto. Cambio vivo. Pongo la cara. Quito el disfraz.
¿Qué descubres? Otra burla.
La del cinismo total.

Levantemos contra el caos del abismo original
las hábiles construcciones, los sistemas habitables,
lo soñado, ya real,
y junto con lo logrado lo que aún sólo es un cantar.
Constatemos la evidencia de
que el hombre cambia el mundo
y alcemos contra lo inerte su indómita dignidad.

Realidad del teatro, alta y pura realidad
del hombre que con su historia se está inventando a sí mismo
y haciéndose de verdad.
Nunca en vano repitiendo lo que damos por sabido,
siempre en vivo yendo a más.
Ya no somos lo que fuimos, ni este que es hoy durará.

Yo que he sido un amphioxus, un batracio, un reptil,
y antes de mi conciencia ya a ciegas me ensoñaba
hombre como ahora soy y hombre que representa
desde hace unos milenios una nueva comedia,
sé que puedo seguir cambiando, interminable,
dejar de ser un hombre, y aún durar, proyectante.

Diciendo, nos hacemos; mintiendo lo que somos
no mentimos del todo; vemos venir el cambio.
Repetimos, es cierto. Desde hace diez mil años
estamos repitiendo por arriba; y debajo
provocando trastornos que si aún no registramos
es porque la conciencia personal ya no sirve.

Esa vieja comedia que estamos rediciendo,
la ecuación vida-sueño, y el «somos o no somos»,
los absurdos problemas de estos últimos siglos
que, pese al desengaño, siguen en lo que digo,
¿en qué quedan si piensas que no eres sólo un yo?
Reptil, mentiste el que eres. Miente más. Es posible.

¿Soy sólo un comediante? ¿Me estoy representando
cuando digo que soy quien no sé, mas será?
¿Miento, mento, desvarío? ¿No anuncio quizá? ¿Quién soy?
¿No provoco el futuro? ¿No forjo lo real?
Esta doblez, ¿no es mi entraña? ¿Será sólo falsedad?
¿Y si el teatro fuera sólo un modo de crear?

Leopoldo, no me gusta llorar lo consabido.
Yo creo en el milagro natural de los cambios
y en el hombre nacido hace sólo cien siglos.
Creo en la libertad, y en el amor, y en todos
los excesos que provocan el milagro,
y quisiera que, por tristes, tus poemas fueran malos.




ArribaAbajoRapsodia éuskara




ArribaAbajoA un viejo marino vasco


ArribaAbajoLa mar está en tus ojos.
¡La mar!
Allí, quieta, pensando sin pensar,
en tus pupilas quietas de claridad total,
azules, tan azules,
o grises, o perdidas, o ¿qué fue lo de allá?,
mientras tú ni me adviertes, te apoyas en la borda,
no puedes recordar porque todo da igual,
ni aun dándote a lo vasto,
ves cómo las gaviotas trastornan lo neutral,
y así, con vuelo raso, firman su libertad.

Estás tranquilo. Estás
y casi me da miedo tu fiel tranquilidad.
Es como si ya vuelto de mundos inhumanos
no pudieras hablar,
ni gritar tan siquiera, ni tan —¡arrayuá!—
reventar por lo sano y a tu modo explicar.
Estás.
Tantas distancias, tantos rumbos de más llorar
hay dentro de esos ojos sin mirada por claros.
¡Oh mortal igualdad!
Tu corazón sufrido sólo sabe callar.

Imantado, en el hecho de lo exacto estelar,
metido sin remedio
en esta aventura sin posible final,
alguien se fue a navegar.
Se iba... ¿Adónde? ¡Qué más da!
Hacer esas preguntas no es cosa de hombre vasco.
Iba expuesto. ¡Y a luchar!
Iba. Se fue. Pero un día volvió a su puerto, a su tasca,
se sentó entre sus amigos
y pidió un vaso de vino.
Y nadie hizo preguntas. ¡Estaban en lo mismo!

¡Pensar que en Terranova,
Barachoa, Operportu y Aguchar señalaron
con ley de nombres vascos, surgideros seguros!
Echeandía no piensa. Echeandía ahí está.
La mar lame lentamente las heridas del momento
y la apertura terrible del grito provisional,
pasa, acalla, sana y sigue siempre radiante y total,
igual, única, perpetua y absurda en la inmensidad.
Son los ojos de Echeandía y es la mar.
Son sus ojos absolutos.
Y eso es ya más que pensar.

¡Si nos contaran toda la aventura del vasco,
cuando allá en la Invencible, cuando después negrero,
o cuando hacia Manila, o bien de ballenero!
Echeandía no cuenta nada, tan sólo está,
y en sus ojos parados,
y en su silencio largo, tristemente neutral,
sólo hay fidelidad,
quizá indiferencia, no sé, no sé pensar.
Quisiera como vasco, cara a la inmensidad,
navegar el silencio, descubrir algo más,
pues aunque nada espero, todo es como esperar.

Y así en mis ojos claros el mar llama a la mar.




ArribaAbajoMazorcas




ArribaAbajoHago solitarios


ArribaAbajoHago, solitarios.
Maquino
lógicas absurdas.
Fabrico sistemas.
Me impongo a mí mismo
la ley de su nada.
Juego y desafío.
Sufro y, sin embargo,
no tiro los naipes.
Juego, y cuando juego,
soy yo mismo, yo,
mi único enemigo.
Desafío, ¿a quién?
Siempre es a mí mismo.
Juego enfurecido.
Tomo por enigmas
lo que son problemas.
Parecen problemas,
pero a veces chocan
con la inteligencia,
y entonces, el Hades
obtuso nos muestra
que existe un azar
normal, inhumano.
Yo mismo lo creo
en tanto que juego.
Yo soy mi tirano.
Quiero el bien del hombre
el que algo se oponga
me parece raro.
Pero, aun sin querer,
respeto la ley,
me niego a mí mismo
Sé que no soy dios,
pero lo sería
si no hubiera error.
¡Parece tan fácil
decir: yo soy yo!
Y veo que no.




ArribaAbajoVersos de otoño




ArribaAbajoUn poco más


ArribaAbajoDe todo lo que fui nada me queda
y aquello adonde voy quizá no exista.
Olas rompientes, glorias al minuto,
¡haced que aún dure un poco mi alegría!

No, nunca volveréis, pues nada vuelve,
no volveréis, oscuras golondrinas,
aunque yo siga aquí, mirando lejos,
buscando no sé qué tras la llovizna.

No hay futuro si no hay también pasado.
Ya nunca volveré como solía.
Llueve y llueve a menudo. Ni se siente.
Y es la continuidad, melancolía.

Entonces uno escucha en lo secreto
su loco corazón. Y unos latidos
que son como explosiones en la nada
nos dicen la verdad: que estamos vivos.

¿Hasta cuándo? No sé. Bello es el mundo
en esa suspensión siempre en peligro.
Me exalta lo inmediato: su repente.
Y soy lo no continuo en cuanto existo.

Alegría de mis mil sin-razones,
pasajera y falaz, ¡oh tú, mentira!
Que me inventas y dicen palpitante,
¡ay, dura, dura, dura todavía!




ArribaAbajoA Gustavo Adolfo Bécquer


ArribaAbajo¿Y si la muerte no fuera el descanso
que tanto necesito?
¿Y si quedara un resto de conciencia
como un sueño de siglos?
¿Y si debiera errar sin yo y sin forma
por no sé qué dominios?
¡Noche sagrada, niégame del todo,
sálvame de un mal sino!



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