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Abajo

Antología poética

Dionisia García






ArribaAbajoEl vaho en los espejos




ArribaAbajoHabrá lilas


AbajoTiemblo
al pensar que, algún día,
ya no veré las lilas de los huertos,
ya no oleré la tierra
en caricia que esponja
ni cruzaré palabras
en mañanas de sol o niebla,
hermosas e incitantes.

He visto a mis amigos;
he sentido deseos de besarlos,
de tenerlos así,
porque más tarde no habrá besos de ahora.

No me gusta creer
que las lilas perderán su existencia
tras los telos de la noche,
de esa noche;
han de existir,
porque también ignoro
si, en alguna parte, cerca de mí,
hay presencias
que no palpo
y fueron siempre.




ArribaAbajoEheu, fugaces...


Horacio, Oda XIV, Libro II



ArribaAbajoCuando vuelvas, ya no estarán aquí;
serán otros los que pinten los postes,
los que abracen a las muchachas rubias
y regalen mecheros automáticos;

habrá cambiado la moda su color:
los zapatos morados envejecen
sobre sus plataformas,
sobre su tiempo corto en menosprecio.

Hoy he querido dilatar la noche
para oír la música del clavicordio,
que llegaba tenue desde la ausencia;
alguien supo sacar la melodía,
guardada tras el umbral del tiempo.

Las muchachas se fueron;
en su bolsa de paja
guardaban un «cassette».

El autobús arrastró las sonrisas.

Un aire fresco me hizo preguntar:
¿estará aquí la verdadera melodía?




ArribaAbajoAdolescente


ArribaAbajoLo vi en la noche opal,
pisoteando lunas a zancadas;
incontenidos vientos
desnudaban su cuerpo,
lleno de brazos tristes,
de manos que, crispándose, sobraban;

lo vi más en el llanto,
con las culpas de nada,
empapado su rostro
de ese sudor acorde
que aboca en agresiones
sin hora ni razón;

es áspera alegría,
sujeta siempre a cambio,
sosteniendo la red,
invertebrada y floja,
que el tiempo cambiará
en suave arquitectura;

aleteo presente,
fuerza,
batalla,
intento,
mudo vocabulario
que agrede con los ojos,
esperando respuesta
sin hora ni razón;
tímida soledad,
que amanece aflicciones
y se muda en denuedo,
con el arropo inquieto
de una marcada hora,
núbil y entristecida.

...Le vi llorar «por qués»,
y nacer en las sombras,
para morir al alba
en desgarrado augurio, sin futuro,
hasta que el tiempo deje de jugar.




ArribaAbajoAnte la tumba de Miguel Hernández


ArribaAbajoTres palomas tocaban desde dentro:
asta, pico, diente de caracola;
punta a punta sobre la tierra blanca,
para que allí quedaran el aliento,
el sentir que deshecho se muriera,
en el amanecer quebrado y seco.

Un nombre mal trazado, letras negras,
con tres vocablos justos y unos años.
Tú, que naciste agreste y buscador,
pisando líquenes, saltando tormos;
atento al despertar de las mañanas.
Casi rasgado el telo de la aurora,
extendías las manos, y era tuyo
el clamor, el gorjeo y las plumas,
toda la libertad que ahora queda,
en pizarras de greda y entre el viento.




ArribaAbajoAntífonas




ArribaAbajoEn el parque


ArribaAbajoEn un banco del parque
desdoblaba su cuerpo un ser cansado,
el sol era caricia
sobre la indumentaria polvorienta.
Entornados los ojos,
sonreía, y hablaba
apenas un susurro,
para volver después a la sonrisa.
Una mueca fue presencia de instantes,
y contrajo la faz
en bostezo quebrado.
Fue testigo el silencio;
nadie lo vio al pasar,
nadie oyó su diálogo mudo;
sólo el atardecer cubrió con sombras
aquel despojo inerte.




ArribaAbajoCarpetas en el césped


ArribaAbajoSobre el césped dejaron las carpetas,
y corrieron cogidos de la mano
ofreciendo caminos a la tarde;

vegetales alientos contenidos,
risa clara se oía en el silencio;
apagando los pasos en carrera,
nuevos itinerarios prosiguieron.

Miraron los relojes, y al partir,
dejaban los rumores una estela.

En el césped quedaron las carpetas,
cartones sobre verdes y entre olvidos.




ArribaAbajoShakespeare no tuvo bicicleta


ArribaAbajoFue peatón de amores en Stratford,
Shakespeare no tuvo bicicleta;
levantó remolinos de tierra
en ardiente alegría
hasta cubrir distancias
y llegar a la casa
de Ana Hathaway,
que esperaba, y ofrecía el abrazo
a su fiel peregrino.
Ahora, los muchachos,
los amantes de Stratford,
van buscando la ruta,
pero ya no hay señales:
fueron borradas por tantas bicicletas
que sólo el aire guarda
intactos los recuerdos,
palpitaciones vivas
del corazón de un joven.




ArribaAbajoRincones


ArribaAbajoUna tarde de agosto
deja caer su calma sobre el patio.
Nada rompe el silencio.
El blanco cal hace brotar la luz
de entre los gruesos muros;
los enseres descansan,
la quietud permanece,
y un hondo Miserere
va asomando su voz
a través de los tiestos
de alábega y jacintos.




ArribaAbajoMnemosine




ArribaAbajoHuida al amanecer


ArribaAbajoNo te vio nadie aquella madrugada;
yo recogí las margaritas secas
que cayeron del búcaro al romperse.

Se instalaba la ausencia en cada instante
desprovista del halo de retorno.
Ahora me conmueven tus palabras;
alienta su grafía, emborronada
sobre las hojas del viejo calendario:
fueron cándido signos, advertencias,
señales en adiós definitivo.

Lamento que, al marchar, no me dijeras
por qué arrojaste al agua del estanque
la pleita que tejí cuando dormías.

Tengo miedo de entrar en tu recinto,
ese lugar que ocupaban las horas
de aquel tiempo lejano compartido.
Allí sabré si volverás un día,
o surgirás ausencia permanente
cuando mis ojos busquen tu mirada,
y recoja el silencio de las noches
la soledad total que has provocado.




ArribaAbajoMar violeta


ArribaAbajoAquella mar violeta que Homero percibió,
¿es este mismo mar que admiramos ahora?
Sobre lechos de espuma, una franja encendida
agolpa el horizonte y traspasa los barcos.

Hemos adormecido en el manso presente,
una frágil verdad que esconde lo tangible,
y es el eco del mar, en alboroto hundido,
el que nos hace ocasos desde su firme adentro.

Espectáculo mudo anega las miradas,
las épocas remansan en un vaivén quebrado,
borrando al regresar las huellas de los ojos.

No quiero ser tortura, negaciones y llanto;
mientras nos entregamos al mar y a los colores,
me invade el sufrimiento de las cosas que acaban,
al no poder sentir esta misma hermosura
fuera de los recuerdos, que surgen ya pasado.

Otra vez el otoño trae una cinta de mar,
una advertencia intacta en los matices nuevos.

Fugaces pasajeros, abrazos de inquietud:
¿Quién podrá comprender la permanente dicha,
el beso singular de la cosmogonía?




ArribaAbajoRetratos sobre la cómoda


ArribaAbajoLos retratos están sobre la cómoda.
Desde el cristal sin brillo, aparecían
los rostros empañados por el tiempo.

Quiero que regresemos a la casa,
para buscar entre las cartulinas
tempestades de júbilo encendido,
rumores y palabras en eco.

Pasaron sin sentir aquellos años;
he olvidado tu rostro de muchacho,
y me llegas ahora lejanía
arrastrada por viento forastero.

Volveremos allí cuando tú quieras,
aquello es sementera de nostalgias
con la pregunta anclada y permanente:
si fuimos el ayer, hoy olvidado,
o ese mudo decir intransferible,
estampado sobre la cartulina.




ArribaAbajoMuros de Harlem


ArribaAbajoAquel muchacho, en Harlem, me besaba;
sus lágrimas tiznadas rociaron mi frente,
y el opio de la luz atardecida
nos condujo, rehenes y vasallos,
por la ciudad sin gesto.
No advertimos en atinado augurio,
esa señal de besos
cuando el tumulto muestra sus arterias.

Desazonaba el miedo abrochado a los cuerpos,
esculpidos distintos en su tinte moreno,
desairado reflejo misterioso
en la duda de Dios al recontar colores.

Las calles, indefensas, reposaron sus sombras
con la sola lucerna de los ojos.
Un arco iris pardo ahuyentaba la lluvia;
sobre el azul tristoso de los muros
mugrientos goterones.

Harlem es una mueca,
un suspiro que fluye interminable,
y traza sus fronteras de llanto iluminado
por antorchas de humo.

No entendí aquellos besos sobre mi piel de greda,
pero conservo aún los círculos oscuros,
como quieta plegaria suplicante.




ArribaAbajoVoz perpetua




ArribaAbajoTranquilo declinar


ArribaAbajoCuántos días,
cuántos caminos
brotaron de ternura,
sin el abrazo apenas.
Qué tropel de recuerdos,
qué reguero de vida,
y mar de comprensiones,
en el fuego amagado del recuerdo.

Estás ahí,
cercanos nuestros sitios.
La eternidad se está esenciando ahora:
la esencias tú sin angustia de tiempo.

Hecho de fuerte enebro,
materia milenaria
donde lo frágil tuerce su sonrisa;
acaeces en las mañanas frías,
en las noches inmensas
con colores de hierba
y pureza de aire;
las palabras surgen reverdecidas:
son concretas y nuevas.

Tenue brisa de rocío apretado,
amanecer tranquilo,
siempre estarás abriendo las ventanas,
cargado de proyectos,
sin limitar espacios;
cabeza bendecida
por una nube blanca,
tranquilo declinar,
como el oro maduro de la espiga.




ArribaAbajoOcaso


ArribaAbajoAcaricio tus sienes, acaricio
los hilos conductores que transportan la savia,
en discurrir cansado y sin destino,
bajo la tenue gasa de su tejido endeble.

No quiero ver tu única caída,
la que quiebra la voz y agolpa pulso espeso.

Huiré, más allá de la estancia del tiempo,
hacia el acre de tierra que sostuvo mi infancia,
cerca de aquel estanque de los sauces,
donde poder soñar regresos nuevos.

Encuéntrame en tus ojos cuando busques;
habré huido, incapaz de descubrir el hielo
que tu mirada yerta me ofreciera.




ArribaAbajoFluía el pensamiento mensajero


ArribaAbajoTe has entregado ya, y yo necesitaba tu presencia,
la imagen, tu hombro de pastor, y la alborada leve
de los días postreros. Sin tu regreso, mi vida habrá perdido
su último eslabón, la primigenia voz, leal y compañera,
ofrendada, durante tantos años, desde una tierra fértil,
conmovida de amor y mansedumbre.
Bien indecible, fugaz, en la última huida,
donde fluía el pensamiento mensajero: invocaste,
quisiste ser ausencia protectora, con la bandada blanca de palomas
que ornó tu transcurrir entre nosotros.

Acudiré veloz; la soledad me llama a buscar el silencio,
a recoger el haz engrandecido que dejó tu palabra: aviso sosegado,
jugoso labio, puntual en los comienzos de mis sendas,
donde acudías desde tu escaso libro, para enseñarme a ser entre las cosas.

Ha declinado ya parte de mi existencia. Es ahora
cuando el dolor fustiga un cuerpo lacerado, rendido,
sin inquietud de alas que impulsen a gozar la tarde de los trigos,
desde el recuerdo de tus ojos antiguos,
y la letra del himno nunca finalizado, letra de bienvenida,
cuando el aire invadía la suprema ganancia de, un poco más,
a los pulmones secos, en el manso final, carente de temores.

No lloraré tu noche. Pródigamente acudes a mitigar el llanto;
y llegas como brisa alentadora, sin consentir que acampe
en el oscuro estadio de las tierras marchitas.




ArribaAbajoComo el álamo cumplido


ArribaAbajoLa casa está vacía:
él ya dijo su última palabra.
Calle abajo
el silencio se adensa
y los hombres musitan
una plegaria
apenas perceptible.

Tiemblan las flores
al abrazar el túmulo,
que avanza con el sol
de una tarde de julio.

Quema la tierra;
la misma que él amó,
durante tantos años,
y a la que regresaba
para caer, al fin,
como álamo cumplido.

La plaza, el altozano,
los balcones abiertos,
ofrecen su mudez en homenaje,
mientras pasa la lenta comitiva.




ArribaAbajoInterludio (De las palabras y los días)




ArribaAbajoEl patio


ArribaAbajoNo hallé jardines amparando la casa,
sí tiestos de geranios
en el patio blanquísimo,
y del evónimo el centenario tronco,
junto al rosal y fino jazminero.

Brillante el enlosado donde sin brío
mi niñez saltaba malhumorada y triste.

Placidez en el rostro, se dejaba entretener mi padre
por aquellas caricias vegetales,
tímido ensanche en edad confinada.

Correr de los años
asomados al aire del patio,
escenario de vivos pormenores,
siempre fugaz el paso de fortuna.




ArribaAbajoHacia el dolor del lunes


ArribaAbajoMañanas de domingo, y las campanas. Lejos los días,
cuando la fiesta invadía la casa; distinto el traje,
por calles empedradas saltábamos con júbilo;
puertas abiertas y tangos de Gardel, entre aromas de
canela y trigo.
Las madres, nunca jóvenes, y vestidas de oscuro,
solían advertir por la ventana.
Sus gritos de ternura entre los nombres.

Domingo pueblerino de tardes, ya tristeza.
Campanario, vencejos en cielo limpísimo.
Balcones entornados, solas aceras.
Reluce el cinemá con Humphrey Bogart.
A rastras nos llevaban hacia el dolor del lunes.




ArribaAbajoEl mar de la geografía


ArribaAbajoA trepar inducía un nogal entre almendros.
Secanales de mies los escondites. Noches en cama alta,
insomnio y primeras lecturas a la luz del pabilo.

Temprano balaban las ovejas. Cantar de gallos.
Como en un paraíso despertaba la aldea.

Al abrir la ventana, posible desechar tristezas:
sobre el alféizar un rizo de clavel, la toronjina.
Gritan los mayorales. El sol en la besana.

Yo deseaba, entonces, llegar al mar de la geografía.




ArribaAbajoEl huerto era más verde


ArribaAbajoTiempo de espera,
demorados días
cuando todo pasaba lentamente,
y el huerto era más verde,
nuestra casa mansión;
a lomos de una yegua
paseo por el mundo.
En la habitación el alto techo
protector de los sueños.

Las cosas han menguado,
tan a la mano ahora,
y apenas necesarias.




ArribaAbajoLa muchacha del pelo azul


ArribaAbajoBrindamos en la casa oriental;
el vino desterraba las sombras.
Bajo cálidas luces,

la muchacha del pelo azul
sentada junto al zócalo,
miradas atraía.

Hablamos de la muerte, de rostros devastados,
del juicio que merece la locura.
Humedecía el vino nuestros labios,
y la noche finalizaba.




ArribaAbajoEn San Michele


Homenaje a Ezra Pound



ArribaAbajoEn San Michele el cementerio un huerto.
Mañana de noviembre.
Los versos de la usura.

Silencio y tierra. Flores.
Los peregrinos buscan vestigios naturales.
La pisada de Pound en la pradera última.
Raíces de laurel. Yedra. Rocío sobre el césped.

Llegamos al lugar como a la posesión de un territorio.
Y no se oía nada. Y llovía.




ArribaAbajo¿Solos?


ArribaAbajoVenturoso saber que alguien te espera
y sufrirá tus lágrimas,
que alguien en la mañana
une a tu despertar una caricia,
y ha contado muchas veces
el granero de tu cuerpo.

Soledades ahuyenta quien nos mira,
quien sabe compartir aquello que aprendimos,
y con nosotros se conmueve
ante las mismas cosas.




ArribaAbajoEn otro invierno


ArribaAbajoMe pregunto si, cuando todo pase,
volveremos a vernos, si del dolor las huellas
serán en nuestros rostros,
si veremos el mar, las lilas temblando de rocío,
la ciudad recorrida en los años.

En otro invierno escribo
cuanto existencia fue.
Emociona pensar que alguien te ama
y guardará el poema.




ArribaAbajoDiario abierto




ArribaAbajoInstantes ganados


ArribaAbajoY esta soledad a la que me aproximo cada día,
cuando el silencio ayuda y los trabajos se detienen,
y aquellos que amo tanto se han marchado a sus cosas.
¿Cómo es posible que amando se esté solo?
Pero yo no he elegido este mal,
ni su voz, queda aún, y pretenciosa.
Aguardo en el lugar de siempre,
y vivo con fervor los instantes ganados,
la cita cotidiana en cada pormenor,
y el tiempo ilimitado a la memoria,
con tantas vidas en una sola, agolpadas ahora,
y exigentes: por cuál quisiera yo la primacía.
Porque no se ha apagado la llama,
y asoman —como en sueños— desventuras y dicha;
vivos alientos, y el dolido esplendor
que a veces acompaña y vuelve a cautivar,
y nos impulsa a ser posiblemente místicos,
defensores de nuestra propia lucha.




ArribaAbajoLyons tea


Aquí conmigo, objeto.
Repaso los contornos:
el rojizo color, el dorado herrumbroso.
Lyons tea
sobre la tapa, decorado de damero y leones.
Qualité de luxe. Export by (1929).
La vieja caja y su olvidado origen,
junto al papel, presencia.




ArribaAbajoAquellas noches


ArribaAbajoCuando en el automóvil paso las avenidas,
farolas y semáforos entrecruzan colores,
evocando las fiestas pueblerinas, jolgorio
de unos años que ya parecen sueños.

Aquellas noches de brillos y cinturas,
por la gracia del baile y el resplandor de los rostros,
han salido al encuentro en los días de hoy, no desdeñados,
porque vivir es siempre una alegría, un don del cielo,
al que a veces acude la desdicha,
pero también la luz convive con las sombras,
y una sonrisa rompe el más amargo gesto.




ArribaAbajoPasión de un día necesario


ArribaAbajoEn las horas se agolpa la tristeza
por el tiempo pasado,
por la vida que pude yo acrecer
en incansable lucha.
Son estas las batallas
de pasado y presente,
sin que posible sea
remediar lo ya ido...

Fuerte mi corazón agrede y sueña,
impulsa el despertar a la alegría,
a la pasión de un día necesario,
en otro mundo que ahora me recibe,
al que amo y temo, y me desasosiega,
en el que bebo sorbo a sorbo,
por si no hubiera más.




ArribaAbajoDevociones


ArribaAbajoMe acerco al guardarropas con el temor de siempre,
porque muchos atuendos se guardaron, tras el dolor
cercano;
tras aquella ocasión o ceremonia cuyo recuerdo surge
al abrir el armario y aspirar los olores
que va dejando el tiempo entre las cosas.

El abrigo de lana con cuello de panilla,
en el rincón más hondo se albergaba,
mostrando sus hechuras de caídas hombreras.

Calado ya el sombrero de fieltro color topo,
surge la pantomima en el espejo.

Aromas de alcanfor invaden el recinto,
mientras busco y encuentro,
entre la ropería,
faldas de muselina,
crespones verde oscuro,
y el pardo atabacado de dos gabanes viejos.

En mis manos el bolso limosnera,
donde quedan vestigios de un recorrido en tren,
junto a monedas y el hermoso esenciero
de cristales topacio que tantas veces quise.




ArribaAbajoLa taza de Silesia


ArribaAbajoEn sus bordes los labios se detienen.
Es hermosa la taza,
con cenefa de rosas
y dorado filo.
Aromas de café, cantueso y menta, son más intensos,
porque la taza es honda.
La miro rosa a rosa,
y me produce gozo
el color y la forma;
el saber que otros labios
han podido apreciar este refugio,
que otros ojos se han deleitado.
Sobre la mesa no es un objeto más,
no es el adorno.
Lleva tras sí miradas,
manos,
labios.
Quizá un último suspiro,
un último sorbo,
o el hastío de las tardes.




ArribaAbajoLas palabras lo saben




ArribaAbajo[Mínimamente fiel es el mañana]


ArribaAbajoMínimamente fiel es el mañana,
dice Horacio,
sin que apenas escuchemos su voz,
porque nos obsesionan los días venideros,
y descuidamos cuanto el presente ofrece:
la casa silenciosa, sus aromas,
un frugal desayuno en la cocina,
mientras humean las infusiones
de flor de manzanilla y ajedrea.

Tras los cristales, el cielo blanquecino;
transeúntes ruidosos en sus ciclomotores.

La gente en movimiento va poblando las calles
en las primeras horas, desvanecidas
por nuestras ilusiones de futuro.

Ayer hablabas del otoño cuando febrero nos recibe,
y es tan incierto el porvenir, tan limitado el tiempo,
ni seguro siquiera, para perderlo en proyectos continuos,
cuando clama la vida en esta hora,
y los alientos se funden con la niebla,
mientras atravesamos el paseo,
y aire temprano refresca nuestros rostros.




ArribaAbajo[Laberinto de coches]


Laberinto de coches
invade la calzada
hasta llegar a las afueras.
Salvados de la atmósfera gris,
pero no libres de transitar  5
por otros laberintos
con despeñaderos y curvas emboscadas
donde el verdor conforta.
Ni un caminante. Ocultos todos,
como nosotros, y atentos a las máquinas.  10

En silencio los montes y laderas.
Sólo de vez en cuando un claxon sobresalta.
Ríes de mis temores. Estornudas.
El polen de los pinos
parece penetrar en el estricto espacio  15
que ocupamos. Más adelante,
al pasar un vallado, se perciben olores
de espliego y artemisa.

Abajo la ciudad envuelta en densa bruma,
quieta y distante; engrandecida,  20
donde deseo estar irremediablemente.




ArribaAbajo[¿Dónde César?]


¿Dónde César?
Parecía que lo habitaba el tiempo
en la calle cuesta arriba,
con su caballo.

Gentes en los portales  5
transmitían: César pasa
camino de la fuente.

El rito enardecía la mañana.
Saltaban de las tejas
los pájaros pasmados,  10
y temblaban los tiestos
de hierbabuena.

Viven quienes conmigo
vieron al hombre
en aquel esplendor  15
de las primeras horas,
quienes un día
oyeron los chasquidos
sobre los adoquines.
De César nadie sabe,  20
pero en mí reina.

Con él los pájaros pasmados
y el movimiento
de la hierbabuena.

Muerta la calle.  25




ArribaAbajo[Aquella casa]


Aquella casa
con ventanas y estores,
habitaciones húmedas,
y ropas con olor a membrillo,
nos recogía en la madrugada,  5
tras la fiesta
con baile y aguardiente,
donde resplandecían
nuestros cuerpos,
sumisos a la danza,
convidados por unas horas,  10
alegres al descubrir la vida,
girando, en movimiento.
Sin palabras.
Sólo el brillo de los ojos
al expresar la dicha,
apenas sosegada, y ya perdida  15
en los regresos de la alta noche,
cuando mudos y a oscuras
buscábamos las llaves,
y nos tendíamos
en la cama mudada,
en sus frías sábanas,  20
hasta que el despertar
mutilaba los sueños.




ArribaAbajo[Esto se acaba, dices]


Esto se acaba, dices.
A preguntar me atrevo,
¿cuándo la luz huirá
de los ojos?
Porque la vida es hoy;  5
son los susurros
de la noche apacible,
y el caldeado lecho
de este instante,
con nuestros sentimientos  10
a flor de piel, y la música,
que también es verdad.
¿Qué aconteceres nos aguardan
más allá de estas horas
propicias a tus lamentaciones?  15
Todo lo más, la muerte,
y un después ignorado,
al que me entrego
con mi equipaje de persona,
entre dudas y sueños,  20
apostando por una amanecida
entre las sombras.




ArribaAbajoLugares de paso




ArribaAbajoInstantánea


Del brazo de mi padre por la avenida airosa,
en busca del amigo, que al fin vimos.
Era marzo con sol, y se acercó un fotógrafo
dispuesto a detener aquella escena.
Nuestros abrigos largos, la sonrisa;  5
el gozo elemental de la existencia,
marcado para siempre en blanco y negro.

Presidía la puerta de Alcalá,
con sus rosas y grises en la piedra,
rodeada de atmósfera inocente.  10

Han transcurrido más de treinta años,
y atravieso el lugar en automóvil,
al paso, las arcadas de piedra ennegrecidas,
su insolente esplendor ajeno a la premura.
Voy a ver al amigo, anciano y solo.  15
Es primavera inquieta, sin fotógrafo,
y mi padre no está.




ArribaAbajoAlvarado


ArribaAbajoQuién pudiera dormir sin haber sido,
sin llevar a la noche tantas escenas muertas
que tornan nuestros sueños infelices.
Entre las limpias sábanas, el cuerpo distendido.
Previa la oscuridad, donde se alojan
momentos y lugares, nos poseen y rompen
todas las armonías.

Esta noche de julio es Alvarado,
habitante del Bronx, quien me visita,
con su angustia de una muerte temprana.
Viene, se posesiona, y punza su estilete.

Deja el lecho de ser albergue grato,
sólo desasosiego hasta el amanecer,
cuando Alvarado huye, se aleja entre la niebla,
hacia el rincón que ocupa en el recuerdo
de aquel lejano viaje.




ArribaAbajoRinconada del viento


ArribaAbajoLa casa derruida, al aire su esqueleto de argamasa.
Ababoles perdidos entre piedras y ortigas,
junto a malvas resecas y restos de cristales.

Fue vieja rinconada donde soplaba el viento,
y en las noches, nadie se detenía.
Pero ellos en la siesta podían contemplar
la armoniosa labor del hormiguero,
el fascinante acopio de la prisa.
Allí se extasiaban, durante muchas horas,
con mirada de asombro,
en una edad propicia a las visiones.

Ya no están quienes fueron.
En el rincón se alzan modernos edificios.

Guardado entre la vida,
grandioso cielo azul,
el viento, los escombros,
y aquel ir y venir de las hormigas.




ArribaAbajoOtro momento


ArribaAbajoConmigo
los colores del Giotto
y su geometría.
Las calles empedradas;
lluvia fina humedeciendo el rostro.
Vivido aquel clamor del siglo trece,
con geranios de ahora en las ventanas.

Allí nada transcurre, menos el sentimiento.
Son perennes los místicos aromas,
las luces que alumbraron
sin apagar el templo de Minerva.




ArribaAbajoKora


ArribaAbajoMira el rostro de figuras beatas;
no siempre el mismo gesto.
Complaciente la serena beldad
que glorifica el tiempo,
funda la permanencia, y el muro sobrevive
taraceado y cálido, con azules pasmados,
magenta y amarillos, junto al negro y los oros.

No tanta prisa. Oye las voces; el tecleo de siglos,
observa la paciencia de quien hizo posible el Pantocrátor.
Parece que aún gimiera con las manos cansadas.

Alilados azules, con marrones y verdes en las grecas;
grises serenos sobre rosado fondo.
Quedémonos aquí. Esto es verdad,
no tan ciertos nosotros.




ArribaAbajoAun a oscuras




ArribaAbajo Mientras conmigo voy


ArribaAbajoLuminosa mañana. Nada teme al olvido.
Yo celebro con ella la fiesta de las calles.
Poco más tengo cierto en esta vida breve
que comenzó otro día de hace ya muchos años.
Me preguntas si creo, si busco otras verdades.
Aquí estoy viendo el mundo. Camino sin respuestas,
a la buena de Dios, que no es tan mala cosa.




ArribaAbajoEl sol de la viña


ArribaAbajoSobre la viña el sol espejea en los pámpanos.
Este apreciado bien llega de prisa,
más que la oculta luz, tan deseada.

Temo que llegue el tiempo de marchitas apuestas,
y lucho por salvar el cansado entusiasmo
para seguir serena
hacia el lugar que llama en lo secreto.

Crece el tiempo, casi llega a la boca.
Quiero permanecer donde fui siempre;
ahondar en la pasión
capaz de mitigar las desventuras.
Que los claros alivien las insistentes sombras,
y un beso, de señal, mi frente roce,
para saber, al fin, como el sol de la viña,
dar luces al verdor, y agradecer el gesto.




ArribaAbajoVisión esperada


ArribaAbajoEran las horas calmas de la siesta
en el patio encalado;
el jazminero ofrecía su aroma.
Dormían en la casa.
Sólo yo vigilante,
y vi pasar el tiempo
con su carga de muerte:
un humo que ascendía
convirtiéndose en nada.
Años atrás, muchos otros gozaron
la luz del jazminero,
y apenas son memoria.

No sé por qué locura
ha merecido el hombre su exterminio;
ser apenas la hora de la siesta,
caer en el olvido,
tras soportar la carga
de un cuerpo malogrado
que a su final camina,
y en el hombro de Dios
lastimado reposa.




ArribaAbajoIntento fiel


ArribaAbajoPasaba por aquí y a tu bonanza llego.
En el camino estás, juntos andamos,
la verdad siempre en tránsito,
y detenerla intento entre estos muros,
donde la humana voz acerca la noticia
que la razón demora.

Al caminar me adentro en la constante espera,
en ese intento fiel que la pasión aviva
hasta encontrar sentido
a este día que habito, al de mañana.

Pasaba..., en esta tarde lluviosa de diciembre,
y digo una vez más: estoy, por si me oyeras.




ArribaAbajoViaje


ArribaAbajoEn la frontera Tú, y acoso las palabras,
la lengua de los hombres.
Queja humana y lamento ante la noche oscura
de un viaje irrepetible con incierto destino.

Y me pregunto, un día de febrero,
¿por qué tanto fracaso
si el hombre debió ser en la alegría?

Desorientada llego. Me conmueve
ver cuerpos humillados
junto a rostros que ya no quieren nada.

Es el amor perdido, la prolongada búsqueda.
Es el desasosiego del silencio,
con el vivo deseo de advertir dónde estoy,
sabiendo que lo tuyo es imposible
a mi necia insistencia,
que vanamente quiere descubrir lo inefable
y arrebatar el don de la promesa.




ArribaAbajoAun a oscuras


ArribaAbajoLas cosas son así al paso de los días:
con pesar vivo alerta, siempre la muerte al fondo.
Entretienen y olvidan los trabajos,
¿qué otro modo de soportar el peso?
Sola o acompañada, con esa herida abierta,
y la extrema paciencia de buscarte,
de escudriñar tu voz y tu misterio.

Como el enamorado, si me acerco a mí vienes,
huyes si me distraigo y obstinada repito
el reproche y la duda. Todo es vano.
Porque al final vences Tú, y aun a oscuras,
acompaña tu ausencia.




ArribaAbajoEl engaño de los días




ArribaSombra


ArribaAl regresar prefiero traer lo más lejano,
aquello que llegando ilumina los sueños,
y descubro que soy de otro tiempo la sombra.
Fueron días pausados y dichosos
porque nada en el cielo es pasajero,
y yo miraba entonces el techo de los campos,
los turnos de la luna que ahora traigo aquí,
tratando de hacer luz en diferente espacio
con las cosas que son de tan dulce memoria.
Hoy vuelvo a los lugares y evoco las palabras,
el sentir jubiloso y la hermosura.
La vida que ya fue dará lustre a los restos,
disfrazados de ayer, simuladores,
sin querer aceptar las cuentas adelante,
e ignorando qué hacer con la viviente sombra
que apuesta su razón a este poema,
a la ciudad que habita, a unos pocos amigos,
y al amparo sereno de quien con ella vive.
Porque todo es distinto, y ya distante
el vigor de los cuerpos con su brío,
y esa luna feliz que nos amaba.

En el declive somos la sospecha
para aquellos que son un sueño y se resisten
a ver en nuestra sombra la futura evidencia.





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