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Antología poética

Ramón García Mateos






ArribaAbajoTriste es el territorio de la ausencia




ArribaAbajo Territorio de la ausencia



      Ved que todo es infancia:
la verdad que es silencio para siempre.

CLAUDIO RODRÍGUEZ                





ArribaAbajo I. [He regresado hoy]


Aquella sería para siempre la casa del padre, donde el tiempo no existió y los paisajes son mágicos recuerdos. Allí transcurrieron los años de la infancia —entre amor y despedidas— con su presencia constante y protectora.



He regresado hoy
recobrando paisajes
a la casa perdida
en el filo del tiempo.
Allí estaban los años
de tristeza y de juego,
las nostalgias heridas
de mi madre y su ausencia,
las tardes de verano
bajo el nogal antiguo
de canciones y cuentos.
Allí estaba el misterio
de las viejas alcobas,
el desván polvoriento
con el eco sonoro
de temores y risas,
la soledad atroz
de tanta despedida.
Y todo lo cubría
la presencia de ella,
amorosa y distante,
como diosa que sabe
acariciar la aurora
—constante su palabra
inventando mi mundo—
o amasar los silencios
en la casa perdida
en el filo del tiempo.



ArribaAbajoII. [Mientras todos dormían]


Siempre vestida de negro, con sus manos cálidas y la ternura brotando de sus ojos, ella sola era el hálito de vida de todo lo que en la casa era para mí cercano y entrañable.



Mientras todos dormían
he regresado al tiempo
de las voces perdidas,
allí estaba su sombra
recorriendo la noche,
levemente amorosa
en el gesto del agua.
He seguido su rastro
por las viejas estancias,
la mirada y las manos
como alados recuerdos
entre tules y linos
del salón y la mesa,
la caricia ligera
de su voz olvidada.
Sólo el áspero aroma
de la noche en silencio
se ha quedado en mi boca
y un sabor de nostalgias.



ArribaAbajoIII. [El pueblo de caminos]


Ahora, desde la luz de la memoria, es como si en el territorio de la infancia se hubiera abolido el tiempo y todos los años hubieran sido el mismo: un año prolongado y mágico.



El pueblo de caminos
y cuestas empinadas
testigo fue en silencio,
en muda lejanía,
de risas y promesas,
de futuros abiertos
a un incierto mañana
con la aurora vencida.
Las paredes de piedra,
los pasillos oscuros,
las ventanas sin rejas
abiertas al paisaje
y nosotros hundidos
en la inmensa penumbra
vagando como sombras
por fin reconocidas.
Seguimos las estrellas
bajo el cielo en la noche,
cruzamos las distancias
de tiempos y de mares,
abrimos esperanzas
entre el alba y el día.
Después, tras tanto tiempo
tentando la memoria,
nos quedan los caminos,
las paredes de piedra,
la mudez de las cosas,
la palabra encendida.



ArribaAbajoIV. [Apenas queda nada]


Al lado del pozo estuvo siempre el viejo nogal, altivo e inmóvil al paso de los días. En verano, a su sombra, contábamos historias o bailábamos las tabas.



Apenas queda nada
de mi mirar de niño
ni queda apenas tiempo
testigo de los días
cuando sin más ni más
allí fuimos felices.
He buscado en el último
rescoldo del invierno
y en las vasijas tristes
quebradas por la espera,
en el vértice mismo
del recuerdo olvidado
y en la vieja memoria
verdecida de hiedra,
he buscado sin rumbo
un atisbo de nada,
un resquicio de vida
en el umbral del miedo,
y sólo a ti te encuentro,
viejo nogal, eterno.



ArribaAbajoV. [Os busco en los espejos transparentes]


Por más que busco sus rostros en el más hondo rincón de mi memoria y registro los bolsillos secretos donde guardé un trozo de mi infancia, no puedo hallar el gesto aquel de Tomás en el juego, la mirada de Esme o el sufrir del Gordito. Aunque busco sus rostros...




Os busco en los espejos transparentes,
limpios de azogue, almas silenciosas,
y sólo soledad hay en su fondo.

Os busco en las estancias de la casa,
allí donde crecimos a la vida,
y sólo hay soledad en la penumbra.

Os busco en los jardines, en la noche,
laberinto de amores y conjuros,
y soledad tan sólo hay en las frondas.

En la soledad os busco decidido
y sólo soledad hallo en el medio
del ansia de vivir a contratiempo.



ArribaAbajo VI. [De todas esas cosas]


Como aquel viejo grabado, otras muchas cosas quedaron adormecidas en el hondón de la memoria y hoy se revelan como la respuesta última a un tiempo recobrado y que quisiéramos salvado del olvido.



De todas esas cosas
que a veces nos rodean
yo prefiero sin duda
las que menos importan,
aquellas que guardamos
en armarios perdidos,
antiguas alacenas,
aquellas que olvidadas
regresarán un día,
después de mucho tiempo
tanto dolor
cuanta ternura
pondrán en nuestras manos,
nos dirán que son ellas,
esas cosas humildes
que a veces nos rodean,
las que hicieron posible
el recuerdo constante,
la mirada furtiva,
el paso de los días,
la voz de la existencia,
esas cosas sencillas
de tanto cotidiano
manejo en las palabras
después de este camino,
al fin sobre el ocaso,
serán la voz sincera
y el eco del pasado.



ArribaAbajoVII. [Subimos una noche]


A veces, en la noche, deseos y recuerdos se confunden en la niebla del tiempo. A veces, la realidad no termina en la simple línea fronteriza de los sueños.



Subimos una noche,
era invierno en Cerralbo,
entre risas y besos
y por calles oscuras
a la vieja alameda
en el arco del tiempo.
Aún recuerdo tus manos
y el calor de tu boca,
aún recuerdo tu risa
y el sabor de tus labios,
aún recuerdo tus ojos
y la luna de enero
reflejando silencios,
bajo el cielo en la noche
que ocultaba los besos.
Cuando ahora te busco,
un septiembre de lluvia
en el fondo de un verso,
sólo encuentro el aroma
—me llegó en una carta—
de la flor del romero.



ArribaAbajoVIII. [Yo hice el mundo en mi lengua castellana]


Hoy estoy seguro que descubrí la vida en las palabras de aquellos hombres que hablaban a la puerta de la taberna con anchas sílabas de tierra. Solemnemente hablaban del trigo y de la lluvia, del vino y la cosecha. Sus palabras —ya mías— quedan en el recuerdo como paloma de luz en un revuelo.



Yo hice el mundo en mi lengua castellana
y aprendí el nombre exacto de las cosas
—madre, tierra, silencio,
hermano y compañía—,
supe entonces que sólo las palabras
eran de cuanto existe la medida.
El mundo se hizo en mí
a fuerza de palabras
y el verbo transformado en realidades
fue de pronto madera,
canción y sentimiento.
Nada quedaba fuera de los nombres,
las plantas se nombraban una a una,
los pájaros, el fruto de los árboles,
el nombre conseguido de los nombres.
Supe entonces que todo era ya mío,
que nada se escapaba a la palabra,
era entonces mi mundo
de luz y de esperanza.




ArribaAbajoComo el faro sin luz de la tristeza




ArribaAbajo Escalera del agua



Nada a nada de mí, ya deshojado
bajo la luz gacela de Granada

RAFAEL GUILLÉN                



Cae el agua. Lentamente las horas
dibujan horizontes de jazmines
recobradas del tiempo en el rumor
de un vuelo de palomas y arrayanes.

Cae el agua. El aire en mil colores
transparenta la dulce
caricia de las rosas
los mirtos y geranios
las adelfas amargas que iluminan
la tarde primavera
el agua
el aire
tu voz azul de nuevo imaginada
en el rozar de un pétalo
los labios de la tarde
la música del agua siempre siempre
mientras en mil colores
el aire se desangra.

Cae el agua. Sentado aquí en la piedra
que bajo nardo y beso palpitara
eternizada al fin
en lágrimas de ausencia
contemplo la eternidad en piedra y agua.

Cae el agua. Y un tiempo sin contorno
de insomnes labios traslúcidos de amor
acaricia la umbría soledad
con sus dedos de sombra
y el corazón vacío
tembloroso
con límite en la luz y su fragancia
precipita los sueños
por senderos de sal:
salobre soledad de la memoria
la eternidad al fin todo lo vence
y canta con el agua
y con el agua muere.

Cae el agua. Se ha llevado la luz
el color de las flores. Sólo queda
el perfume suspendido en el aire.
Escalera del agua.
En el alma la noche.




ArribaAbajo... Que le daban a mi corazón


Hay noches de esas que las carga el diablo
con vino y con nostalgia
de infancias invernales
—el brasero y la lluvia
que suena en las ventanas—
hay noches suspendidas
en el ala de un pájaro
cuando pesan los días
y puede el desconsuelo
brotar entre las páginas de un libro.

Hay noches y días y madrugadas
también de desamparo
en que se cierran todos los balcones
que daban a la calle
—con cancelas de sombra
con aldabas de hierro—
y nadie escucha latir el corazón
de una ciudad enferma que agoniza
y nadie siente la herida del deseo
y nadie nadie nadie
transita por la huella de los besos.

Hay noches de esas que las carga el diablo
y se nublan de azul las transparencias
con antiguas canciones
de amores sin destino
y vuelven a mi mesa
recuerdos olvidados:
una tarde de otoño
verdecida de llanto
el silencio de un beso
despedida y dolor.

Hay noches y días y madrugadas
también en que nos salva
del abismo sin fin del sacrificio
la voz quebrada y rota
que entona una taranta
la queja lastimera
de alguna siguiriya
y ese vaso de vino
que lentamente apuro con la vida
lentamente
y suena una guitarra
luz y sangre
cobijo y compasión
—tantas fatigas—
en esta noche
de cieno
y fuente clara.




ArribaAbajoToque del alba


Han querido nublar nuestro pasado
—borrón y tabla rasa—
anegar de silencio
la luz de la memoria.
Nada importan desiertos y esperanzas
los caminos abiertos en desvelos perdidos
las escaras de fuego
en el párpado hiriente
de nocturnos insomnios.
Un inmenso erial de horas perdidas.
Tierra yerma sin fruto ni palabra.

Hemos seguido el juego
—rayuela
tres en raya
un fatídico marro que encadena
el dolor y el silencio
el miedo y la nostalgia—
hemos seguido el juego
de vivir y olvidar
de sufrir mansamente
las heridas del tiempo
sin pensar que el olvido
nos empuja a la muerte:
como una fruta aceda
rodando un precipicio
como un cristal quebrado
que saja los retratos
como un niño perdido
llorando en el crepúsculo
sin caricia ni halda
sin mandil ni consuelo.

¿Dónde se esconde el brillo de aquellas madrugadas?
¿Dónde el calor ausente de canciones y risas?
¿Dónde quedó el murmullo de tanta flor de fuego?
¿Dónde tanta ilusión de luz amapolada?

Han querido enturbiarnos la memoria
—rastrojo y cuenta nueva—
desteñir nuestra sangre
con el color azul de las infamias
nuestra sangre encarnada
y rebelde y bravía
como un vaso de vino
con regusto de madre
con sabor de madera
con la dulce añoranza
del trujal y la lluvia.

Hemos pisado el vértice del aire.
Se deshizo ya el bálago del miedo.
Voltean las campanas
en viejos campanarios:
el eterno retorno
de un claro mediodía
que ilumina palabras
y revela el recuerdo.
¿Qué anuncian con su toque esas campanas?
No distingo los límites del día
no sé si he despertado y estoy vivo
o si sigo la estela
—vagabundo en el sueño—
de una alada caricia que devuelva
a mis ojos las lágrimas del mar.
¿Qué anuncian con su toque esas campanas?
Suena tibio su son
más allá de la noche
agrietando la calma
de este abril sin retorno:
su canción enamora
pero hiere el silencio
de su lento cantar.




ArribaAbajoDesierto y desterrado


Desde el balcón abierto
de una tarde de mayo
en la penumbra quieta
de las horas heridas
te vi que caminabas
por el límite ciego
donde perdida la ciudad se ahoga
en desnudo hormigón
y metales que hieren
en silencios que abrasan
la miseria y el miedo.
Te vi que caminabas
por el amargo arsénico
donde suicida la ciudad se duerme
acunada en la flor
de una nana de espinas:
la vida como un tango
de muerte como un tango
la vida
la vida
ay
la vida.

Desde el balcón abierto
de una tarde de mayo
cuando piensan el aire
las aguas del estanque
caminabas hermosa
azul y amapolada
la mirada cautiva
inocente en el juego
de acariciar la aurora tan lejana
de un lejano lugar donde la tierra
huele a añil y a limón
a flor de especia
una tierra sin nombre inexistente
más allá de tu luz y tu memoria.
Cauterio de luz blanca
la memoria de luz
blanca de luz cauterio
de luz blanca
ay
blanca
blanca.

Desde el balcón abierto
de una tarde de mayo
bajo el vuelo sin fin
del halcón peregrino
tu nombre sabe a zoco
a miel y yerbabuena
a las viejas historias
de un contador de cuentos.
Tu nombre ¿cuál sería?
Zoraida o Azulema
Laila Mairem o Fátima
tu nombre qué más da
si sabe a yerbabuena
a miel y a flor del alba
tu nombre en las paredes
y todo se ilumina:
el desnudo hormigón
los metales que hieren
los silencios que abrasan
la miseria y el miedo.
Conjuro fue tu nombre
y sal para mis labios
destierro conjurado
en sílabas de arena
de noche del desierto
desierto corazón todo lo quemas
mi corazón desierto y desterrado
mi corazón
ay
mi corazón
desierto y desterrado.

Desde el balcón abierto
de una tarde de mayo
contra el portón sin luz de las ausencias
contemplo yo tus manos
esas manos de niña
que sueñan colibríes
tus manos de aceituna
—viejas muelas que giran
inundando trujales
del color de la tierra.
Tus manos son caricia
y tocan a ese niño
más niño todavía
con ternura de hierba
a la orilla de un río.
¿Adónde os llevará el camino sin norte?
¿Por qué estelas de limo
caminan las nostalgias?
Adónde adónde adónde
se dirigen tus pasos
y dónde dónde dónde
se quedan mis pesares
mis pesares
ay
dónde
mis pesares.

Desde el balcón abierto
de una tarde de mayo
—no recuerdo si era sol o era jueves
o era César Vallejo
en el filo del aire—
me he visto en el azogue de la luz
contemplando tus ojos
contemplando tus manos
con dolor y con miedo
con incierta alegría
con la misma ternura que anidaba
en tus manos en tus ojos de niña
diamantinos de sol
anegados de tierra.
Los años que vendrán
vendrán con nuevas cifras
números caracolas
el agua de mil mares
y serán para ti
niña de mi tristeza
niña por mi cintura
de sal y enredadera
por mi cintura niña
de mi tristeza
ay
mi tristeza.




ArribaAbajoLa llegada del reino de la espiga



Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo
..........................................................
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman

FEDERICO GARCÍA LORCA                



Hombre solo en el mar
en caminos inciertos
vencido y mudo
caminando las horas
que mariposas núbiles
desvelan en sus alas
de colores de amor.

Hombre solo en el mar
por veredas de espuma
hermoso y triste
qué silencios ocultos
destruyeron tu risa
qué dolores tan hondos
abrasaron tus ojos
qué envenenada sangre
inundó tus nostalgias.

Hombre solo en el mar
a merced de los vientos
altivo y bello
besos y caricias
de Venus o de Apolo
son misterios profundos
que se elevan y brillan
y en su pureza alcanzan
el milagro del hombre.

Es el amor.

Viejo hermoso Walt Whitman
hombre solo en el mar.




ArribaAbajoNo era más que una noticia de sucesos


Rudy Linares, un pintor de brocha gorda de Chicago, desconectó el respirador artificial de su hijo, de dieciséis meses, que estaba en coma irreversible, y durante una interminable media hora le acunó en sus brazos, entre sollozos, hasta que el pequeño murió.


(De los periódicos)                



No llorabas siquiera
el llanto enfebrecido
por las noches de insomnio
por un dolor tan grande
que atravesaba el mundo
se quedó en tu garganta
se quedó entre la pena
se quedó en un lamento
de ternura y amor.
Ni siquiera llorabas
cuando una inmensa ola
de carbón y de azufre
una lágrima amarga
abrasó tu mejilla
y de repente todo
se quebró sobre el agua
y de repente todo
se nubló en un instante
y el invierno de pronto
habitó la mañana.

Que lloren en la noche las azucenas blancas
los pájaros heridos por perfumes de tierra
los hombres que cobijan bajo el pecho una flor.
Que lloren en su vientre de sombra y madrugada
las madres que han sufrido en oscuro silencio
y han poblado de espera el paisaje del alba.
Que griten afiladas las espadas del miedo
y se aneguen de arena los ojos y los labios
de aquellos que te hicieron olvidar y morir.

      Y tú sigues ahí
      con el niño Samuel entre los brazos
      bebiendo el corazón de un trago triste
      —vinagre y hiel en cáliz de amargura—
      porque un hombre que ve
      morir lo que más ama
      no puede recordar ya con nostalgia
      ni las horas
ni el mar
ni la esperanza.




ArribaAbajoVilla santa de la estrella


Cae la noche sobre los nombres propios
de tus calles. La noche en el abismo
cortante de la piedra y en el hueco
sin fin de la memoria.
Caminar en silencio
ruando soportales
pasito quedo que acaricia el sueño
caminar con la lluvia
dibujando en los labios
el orvallo del tiempo.

Cae la noche sobre los nombres propios
de tus calles. Las sombras vespertinas
desnudan el recuerdo de caricias perdidas
al norte del olvido.
Recordar las palabras
que nunca se dijeron
recordar lo soñado
imagen ilusiva en un espejo
que hiere con su filo
la voz entre los labios.

Cae la noche sobre los nombres propios
de tus calles. Ni pensar ni escribir.
Dejar sólo que el agua
sosiegue el sentimiento.




ArribaAbajoLo traigo andado




ArribaAbajoHay que abrir el soneto a la alegría


No es más noble el soneto que la copla
ni más grave su voz entre algodones
de rimas consonantes desdobladas.
Y miente quien afirme esa falacia.

El soneto es el rey de los decires,
es verdad,
mas la copla es pasión y sentimiento
volando libremente hacia la nada,
abriéndose en canción, grito, paisaje,

dejándonos la voz entrecortada.
Hay que abrir el soneto a la alegría,
hay que hacerlo brotar de entre la espuma,

hay que girarlo en copla y en simiente
porque...
      como campo de amores
      cantar de amigo
      y en tu boca la copla
      ya ha florecido.




ArribaAbajoCanción primera



No por el puente de hierro,
el de piedra es el que amaba.
A ratos miraba el cielo,
a ratos miraba el agua.

BLAS DE OTERO                



La vieja puente del río
no mira pasar el agua
la vieja puente de piedra
a solas desconsolada.

De piedra puente del río
llora en la noche del agua
no pasa sobre sus arcos
mi amor por la madrugada.

Mi amor se fue con la noche
agua que llora en el agua
igual que llora la puente
llora de pena mi alma.




ArribaAbajoNana de los dos amores


Para Álvaro y para ti




Eres blanco silencio
de luz y luna,
como paloma al viento
su voz te arrulla.

Como canción errante
su voz de tierra
mientras manos de rosa
te balancean.

Mientras suaves caricias
cubren tu cuerpo
su ilusión entre espuma
vence misterios.

Por quererla te quiero,
flor de la aurora,
por quererte la quiero,
luz entre sombras.




ArribaAbajoEnramada


Eran jazmines,
eran claveles,
eran dos ramos
de hojitas verdes.

Eran estrellas,
eran luceros,
eran los ojos
de quien yo quiero.




ArribaAbajoNana del potrillo blanco


Para Germán




Entre las retamas,
entre los olivos,
de luz el caballo,
duérmete mi niño.
Galopa, galopa,
veloz caballito,
que el niño se duerme
soñando contigo.

Con la luna, luna
que te quiere ver
vienen las estrellas
y el sueño también.
Eres una rosa,
eres un clavel,
eres un espejo,
yo me miro en él.
Duérmete mi vida,
duérmete mi bien,
flor de la mañana,
luz de amanecer.

Mañanita blanca,
mañanita fría,
mi niño en su grupa
la luz sonreía.
Por verdes veredas, por
campos de encinas,
ya se durmió el niño,
amanece el día.




ArribaAbajoDe ronda y madrugada


ArribaAbajo Desde el ancho deseo de quererte

Escribo para recordar un tiempo inexistente, pasado sin aristas al sur de la memoria, las horas que se fueron por el agua hacia el mar. Recordar es mentir, inventar ese bálsamo que endulce la amargura del instante perdido, la derrota insalvable en la dura pelea de la sombra y la luz. Escribir es mentir, y mintiendo, en palabras que se crecen, altivas, sobre el rostro imposible de todas las ausencias, construyo el horizonte, alzo mi casa al borde de un camino, hablo de amor y nacen las caricias, los besos y el perfume tan alto de tu boca. Con palabras de arcilla, con sílabas de cieno, con palabras de luna y sílabas de fuego.

Escribo rozando el corazón del aire, y en un verso desbocado, sin estribo ni brida, se hace el aire relincho —Rocinante del alba—, reclamando justicia, un bramido insolente contra el cielo argentado de los dioses absurdos, levantando su belfo en un grito de sangre, en un grito de espuma, en un grito que es aire de palabras y versos, palabras que me salvan de esta vieja e inútil y amarga propensión a todos los desastres.

Escribo desde el ancho deseo de quererte, de alcanzar los desiertos esquivos de tu cuerpo: tan cercano y tan mío, tan aroma y tan miel; escribo desde el ansia sin linde de caricias, de suspiros quebrados en un muslo de acacia y la piel de amatista y los besos en flor; escribo con la tinta azul de las quimeras, con el alma en un verso, con el pecho y el hígado, con el pulso y la sangre, con pulmón y riñones, dejando en las palabras el tiemblo de un acorde, el plectro sin consuelo que tañe el corazón.






ArribaAbajoSoñando un desafío


A Antonio López y Enrique Gran. Y a Víctor Erice, por supuesto.





I

       Cariño cariño mío
      ramito de mejorana
      espuma que lleva el río
      lucero de la mañana.

Esta ansia de luz que amarillea
en el aroma y sol de los membrillos,
esta ansia de luz que reverbera
en el azogue y mar de los cantares,
esta ansia de luz,
anhelo y cárcel,
ansia de corazón, cariño mío,
de caricias que nublan las fatigas
como espuma en remanso adormecido,
esta ansia de luz,
presas las manos,
en el ramo que canta aroma y menta:
al gurugú y al gurugú,
suena en el aire,
al gurugú y al gurugú,
paloma y tiempo.
Esta ansia de luz que amarillea,
esta ansia de luz, de luz en calma,
serena eternidad entre las hojas,
eternidad en flor coloreada.


II

       Planté por Sevilla entera
      banderas de desafío
      y dice cada bandera
      cariño cariño mío.

Sentir la claridad en las palabras
y al quiebro el corazón estremecido.
Se adormecen las horas en el lienzo:
tela y pincel soñando un desafío.
Sentir la claridad, toda Sevilla
de azahar y limoneros se conmueve,
sentir la claridad -cristal quebrado-,
sentirte tan cercana, ansia de luz
y siega de colores,
traslúcido el amor, quietas las nubes,
desdorando el afán de los membrillos.
Fue bandera, color y mejorana
solo un instante fugaz y fugitivo:
un amigo, un cantar y luz en calma.




ArribaAbajoPoema del cuerpo y del abismo


ArribaAbajo I. [Te miro]

Te miro. Y contemplo desde el opaco silencio de mis labios sin alas el temblor en el aire de tu cuerpo y su luz. Te miro con la sangre que bulle y se desborda, con los huesos del alma calcinados de sombra, con los músculos yertos, los cartílagos grises y el recuerdo perdido en los pliegues del mar.

Contemplo. Y miro, así, el esbozo de un cuadro incandescente —un lienzo que descubre el pulso de tu carne—, rumor de llamarada que enciende mi pasión. Contemplo los perfiles inciertos de tu carne, tendida como un bosque, añil y amanecida, tu imagen que desborda el cauce de mis horas, el río en que navega mi viejo corazón.

Te miro y te contemplo. Desnudo la ceniza y el frío del invierno. Contemplando te miro. Y desciendo al abismo del ansia de tus dedos, del deseo del agua, de un naufragio en tu piel. Te miro y te contemplo... Contemplando te miro...






ArribaAbajoII. [Cómo quieres que olvide si no puedo]


Cómo quieres que olvide si no puedo
vencer este sabor de nuez amarga,
este sabor de hierro y de metralla
que rasga el velo añil de los recuerdos.

Cómo quieres que olvide si no puedo
sumar nogal y pozo y luz del alba
—el calor de la lumbre: leña y brasa—
huérfano ya de infancia y tierra y miedo.

Apenas nada pervive entre mis manos:
el invierno y un niño y el prodigio
del carámbano herido en los cristales.

No me dejes tan hondo y desolado,
ebrio de compasión y sin destino:
basta un beso, mi amor, cruzando el aire.




ArribaAbajoIII. [Llega tu olor...]

Llega tu olor hasta esta región que habito con mis versos. Olor a siemprevivas y malvas y pétalos de dondiego entre los labios. Hueles a madreselva y hueles a mujer enamorada: el olor de la brasa y un suspiro, del humo que se pierde en la ventana, olor de una quimera y un espejo, del cuero repujado y un resquicio, sin sol, de claridad en tu estatura.

Llega tu olor y piso muy despacio el rincón desvelado del insomnio. Olor a ese tacto de cereza como un sorbo de sueño y aguardiente, olor a soledad en mis zapatos y a humedad en la hierba del jardín. Hueles a mi deseo y mi condena. Me huelo en ti, sin norte y sin fortuna.






ArribaAbajo IV. [En la piel un aullido de desprecio]


En la piel un aullido de desprecio
y un desgarro de amor entre los labios,
sin maquillaje azul que cubra el alma
ni consuelo ni paz para mis manos.

Una mancha de tinta en el papel
y una lágrima amarga sobre un verso;
ni presente ni olvido ni memoria,
sin nombre y sin otoño: anciano y ciego.

Voy persiguiendo el eco de un poema,
la estela de tus ojos y el aroma
de esa palabra umbría que envenena

la sangre y el aliento de mi boca.
Arde el aire, cristal de ángaro y cera,
arde mi corazón de bronce y sombra.




ArribaAbajoV. [Asciendes por mis ojos...]

Asciendes por mis ojos hacia el escalofrío. Regresan las caricias en un vuelo de imágenes por el cielo sin puertas de viejas madrugadas: imágenes furtivas de besos y gemidos, como un retrato en sepia del aire de tu talle; instantáneas que brotan del pozo de la ausencia, abrazos perfumados en un alba de agosto; grises daguerrotipos desvelando secretos: espino y rosal blanco, espuelas en el alma. Asciendes por mis ojos como la hiedra joven, dulcísima y amante, bordeas mis ventanas enredada en las flores y desnudas de pronto el velo de la tarde, la tarde que se pierde —claroscuro en tu rostro— tras la raya imantada de un nuevo atardecer.

Y yo, cautivo ahora de solo una palabra, me estremezco al sentir tu aliento en un relámpago, en murmullo de hormigas ascendiendo en la hiedra hacia el norte aneblado por un escalofrío.






ArribaAbajoVI. [Acaricia mi voz con tu mirada]


Razón de amor. Canto a dos voces




Acaricia mi voz con tu mirada,
besa mis labios con pasión de fuego,
envuélveme en el aire de tus ojos,
hazme esclava del tacto de tus dedos.

Siénteme compañero a cada instante,
apaga pronto el ansia que me ahoga,
toda la eternidad siempre a tu lado,
quiero tenerte en mí: flor y corona.

Se refleja en tu amor la transparencia
desnuda entre tus manos me abandono
breve destello azul de enredadera.

Tiembla mi cuerpo prendido en el deseo
agua y verbena y llama sin contorno
quiero arder para ti: soy luz de espliego.




ArribaAbajoVII. [Me duele la mirada y el forro triste...]

Me duele la mirada y el forro triste de todos mis bolsillos, me duele la palma de las manos y el silencio ojival que quema mi camisa, aquí, donde arde el deseo de tu cuerpo, mientras gime a lo lejos la sirena de un barco, tal vez abandonado entre la niebla, o el lamento lejano de aquel tren que viaja hacia la noche; me duelen los instantes que regresan desde un ayer perdido sin fronteras, en un rumor de ajenjo y de volframio, me duele este dolor que te persigue, el anhelo sin fin de todos los anhelos, dolor y despedida, deseo de tu cuerpo, me duelen las heridas que nunca atravesaron el perfil de mi carne ensombrecida, me dueles tú, mi amor, cuanta amargura, por no tenerte ya bajo mis manos, caricia y dolor, ansia y sepulcro, cuánto dolor en esta tarde, ahora, que contemplo tu piel, tu cuerpo a contraluz, delicia de esta hora que viaja hacia el llanto y la alegría. Calma este dolor sin fin que me desgrana por tenerte más cerca, por tenerte más cerca y sin costumbre, por tenerte más cerca todavía, por tenerte más cerca, más, más cerca, cerca, más cerca todavía...






ArribaAbajo VIII. [Desde la vieja Habana donde escribo]


Desde la vieja Habana donde escribo
estos versos de amor, de fuego amante,
siento tu cuerpo, faro y estandarte,
para mi cuerpo ansioso y encendido.

Te imagino desnuda entre mis manos,
tus labios me recorren, besan, lamen
cada porción de piel. Ahora se abren
y abrazan mi deseo enamorados.

Acaricio tus senos dulcemente
y bebo de tu sexo —fuente clara—
mientras la llama arde y estremece

de fuego y de color la madrugada.
Entro en ti, mi amor, quiero tenerte
ebria de luz: mi soledad te abraza.






ArribaAbajoCorazón costero de la lumbre

En esta noche de diciembre, cuando escribo los versos que vislumbro desde el umbrío tremedal de los caozos, quiero purgar de soledad las amapolas, quiero beber de golpe la absenta que ilumina de miedo y sinsabor la madrugada, este ajenjo que puso entre mis manos un amigo de arcilla, alberca y lumbre —palabra a la intemperie—, absenta de la orfandad y del destierro, aborto de la luz, amante y muerte, cuartel de las blasfemias que descalzan el miedo, la inmolación y el sacrificio. Denuncio a los suicidas que se anuncian y no creo en la hiel de las pistolas ni en la razón atroz del mutilado. Me duermo en este verso y pruebo el frío de mi dolor en paz con los difuntos. Dime la verdad, dime qué quieres en esta hora sin tabaco de la aurora, cuando busco una caricia en las tinieblas, una flor que me aleje de la ira, del odio, de la rabia que siento en este instante, del dolor y la ira, de la rabia y del odio que nacen de la absenta y el grito del murciélago. Dime la verdad, dime qué quieres... Quiero tan sólo el silencio y la distancia, solución contra el ábaco y la muerte, el compás, la pizarra y la memoria, solución de sulfuro de ternura, calcula mi dolor de madrugada, dolor de sangre y tierra y encono entre las sílabas de este verso que escribo sin conciencia, angustia de palabras enhebradas en un transistor que anuncia el holocausto. ¿Qué puedo adivinar en este tiempo? ¿Qué puedo yo esperar desde esta orilla? Mi nombre se pierde en las palabras y siento a los amigos tan cercanos, amigos y otras trovas que viven en un endecasílabo, en la luz sin color de tantas alboradas, azul y puente, blanco y madrugada, otra vez el alba entre mis versos, en medio de la vergüenza y de la calle en este ahora que crece y nos desnuda y se alza sin aire y sin grilletes y sirve de mordaza al juego y la prisión. Dímelo, por favor, dime qué quieres, ten caridad, por dios, de mi abandono, de mi secreto ciego y destrozado, espero su corazón abierto entre mis besos, en esta oquedad en que mueren los olvidos y se cruzan sin fe los derrotados. De todo puede ser, es cierto, y sé que buscas otra cosa, un lecho para el amor o el pacto de la seda que acaricia y duerme los sentidos en su cuerpo, pero a mí la esperanza no me basta ni me sirve escombrar tanta hojarasca que muere en el piélago gris del desengaño. Vuelvo a la absenta, bebo y bebo, y me nublo de comienzos, de sentencias sin abrigo al solanal, vuelvo al principio, vuelvo a mirar los ojos de mi madre en otro tiempo, cuesta encontrar su palabra entre las ruinas, cuesta encontrar la sonrisa que se pierde en los pliegues del recuerdo. Buenas noches, te digo, buenas noches, me he quedado sin sal en los cigarros y sin alma en la palma de las manos, buenas noches, te digo, buenas noches, corazón costero de la lumbre, buenas noches te digo, hermano y orgulloso, lo más grande se esconde en los barbechos, lo más grande, buenas noches, lo más grande, te quiero, mi amor, y buenas noches, en esta noche de diciembre.






ArribaAbajoMorfina en el corazón




ArribaAbajoCimiento y ramo alegre



Ciudades
que vi, viví, rondando calle y plazas,
cimiento y ramo alegre

BLAS DE OTERO                



He paseado ciudades infinitas en la hora increíble del crepúsculo,
ciudades como guantes gastados por el roce de la piedra, del cuarzo y la tristeza,
ciudades como lentas jaculatorias núbiles que descubren la aurora en murmullo de halagos,
ciudades como el brillo inguinal de un tatuaje, con color de desierto, con olor de marfil,
ciudades desoladas, de acerada belleza, con gatos imposibles recorriendo los parques,
      vagabundos borrachos que saltan al vacío desde oscuras cornisas, con mujeres sin
      nombre y sombra envenenada por vertidos de litio, derrotados paisajes sin luz ni
      marquesinas,
ciudades asombrosas, perseguidas, airadas, reventando en su vientre de aromas y jazmines, de
      cal y salfumán.

He paseado ciudades infinitas en la hora increíble del crepúsculo,
he recorrido a tientas, sonámbulo y sin alma, aceras otoñales,
rebuscando en la noche un rincón sin pavesas para el sueño o la muerte, un rincón incendiado
      por un verso y tu carne ardiendo entre mis manos, por tus senos desnudos, por tus
      muslos en ascuas,
me he perdido en las calles que rodean los bosques, borracho de cianuro y aguardiente, en
      calles enlodadas sin gas ni soportales, en calles que relumbran y ciegan la memoria
      de claridad nocturna,
calles y plazas, soportales de nieve, callejones que abren las puertas del infierno, bulevares
      del sueño, arrabales y rúas que transportan los días en la lluvia menuda, en el agua
      apacible que empapa mi dolor.

He paseado ciudades infinitas en la hora increíble del crepúsculo,
ciudades que he amado en las páginas de un libro, ciudades olvidadas, ciudades donde vive
      mi voz y mi miseria, ciudades y ciudades, ciudades inventadas en tardes de agonía,
en noches de amargor he añorado ciudades donde no estuve nunca y donde quedaron rotos
      pedazos de mi vida.

He paseado ciudades infinitas en la hora increíble del crepúsculo.




ArribaAbajo[Me he despertado esta mañana...]


Me he despertado esta mañana con la amnesia calcárea de los muertos, suspendido en la
      cuerda que transita la sima pavorosa del olvido.
No sé dónde buscar la memoria indeleble de mí mismo, equilibrista mudo, ausente y
      expulsado del paraíso inocente del recuerdo.
Aunque contemplo las pruebas de que existo —los libros en su estante, la camisa doblada en
      el armario, la pluma, los cigarros: el retrato de un tiempo fugitivo— no acierto a
      discernir cómo ni cuándo, ni siquiera si muero o estoy vivo.
¿Soy yo ese que se mueve en la cocina y prepara un café y se acerca, después, a la ventana?
¿Qué estoy mirando ahora de espaldas a mi rostro?
Aunque intento seguir un hilo que me guíe, que aclare el cenagal del pensamiento —los
      versos que escribí, las canciones que fueron balsamina para el ocre dolor
      cristalizado— no consigo salir del laberinto, prisionero del monstruo y sus cadenas.
¿Son míos esos ojos de náufrago y asombro?
¿Estoy llorando yo o son lágrimas que vuelven del pasado?
Aunque me miro insolente en los espejos y pronuncio palabras que barren las sentencias —
      endriago, asperjar, pellica y barcarola: tu nombre en el tajo de un destral— nada me
      dice quién soy yo, nadie recuerda el nombre que alguna vez fue mío.
¿Quién eres tú? ¿Acaso conoces mi desgracia?
¿Por qué no me contestas, ensombrecido y mudo?
Ya no sé si he despertado esta mañana o estoy muerto hace tiempo y sigo caminando, y
      preparo el café todos los días, y recorro las calles y las plazas con el inútil andar de
      los difuntos,
mas escribo con llanto y en silencio palabras que imagino empecinado contra la oscura
      venganza del olvido.




ArribaAbajo[Nieva tras los cristales otoñados...]


Nieva tras los cristales otoñados de luz y amor en copos.
Cae la nieve con tibia mansedumbre, ángeles volanderos que juegan en el aire a las cuatro
      esquinas de mi niñez, al corro en la plazuela, tantos recuerdos al trasluz de mi
      ventana,
copos que caen flotando ante mis ojos, mirada que se inunda de verdes de noviembre y
      amaranto, verde en el ocre misterio de los ojos, verde y tierra, arcilla y verde, piedra y
      verde bajo la nieve de amor y copos de luz que mansamente vuelan.
Nieva en esta dulce mañana de noviembre sobre el bosque que brilla en mil colores, el
      camino se viste de vía láctea, los árboles se nublan de presagios y, a lo lejos, el otoño
      barrunta ya el invierno en las montañas.
Cae la nieve y escarcha la memoria de escuela con brasero y vaho en los cristales,
      carámbanos y juegos,
otros copos que cuajan los recuerdos, otras nieves de inviernos sin otoño, el corro en la
      plazuela y frío en las cuatro esquinas de una infancia imaginada, niñez de rayuela y
      tres en raya, años que no existieron, si acaso en los bolsillos de mis primeros
      pantalones largos,

años a la intemperie,
infancia sin memoria donde sigue nevando para siempre.




ArribaAbajo [Vuelvo al camino...]


Vuelvo al camino, repito otra vez los mismos pasos, recorro siempre la misma geografía:
me reconozco en la imagen del paisaje que pasa cotidiana ante mis ojos.
Camino aún con la tibia memoria de tu carne, de tu cuerpo ofrecido al pulso de mi tacto:
      dulzor y deseo en el sagrado refugio de las sábanas.
Duermes tú cuando dejo la casa en la penumbra,
madeja de amor para mi ausencia fría —como una sierpe que repta por mi espalda—,
duermes bajo el amparo amante de las palabras que no digo, de los besos que entrego al
      remanso adormecido de tus labios.
Dejo la casa en la esquina del alba mientras el sueño último reverbera en el canto de los
      primeros pájaros del día
y me llevo tu olor tatuado en la yema de los dedos, encarnada presencia que circunda mi
      solitaria desnudez de abandonado,
y me llevo también el pámpano y la espiga, sagrario tu cuerpo para mi muerte lenta, ahora
      grano en el silo y mosto en el trujal, tu carne templo, pan para mi hambre, vino para
      la sed que enturbia mis pestañas,
nada más, tan sólo de equipaje mi corazón envuelto con tus lágrimas, en húmedo cobijo
      estremecido.
De camino otra vez.
Yo no soy sino lo que abandono, lo que queda en la distancia entumecida, reflejo y
      candelabro,
un fantasma que gime por tu falta recorriendo siempre la misma geografía.




ArribaAbajoFrente a lo antes nunca visto



No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

LUIS CERNUDA                



Esta costumbre mía de contemplar las cosas con las mismas palabras con que otros las
      miraron
me empuja inevitable a transformar mis ojos, confundidos y húmedos, en voces revividas
      desde un endecasílabo o en páginas de un libro que duerme en mi regazo.
Yo miro con palabras, reconozco en sus sílabas ciudades y paisajes, descubro nuevamente lo
      que ya conocía:


1

Por Zamora y sus puentes anduve enamorado, con Blas de Otero a solas, por la puente de
      piedra, embebidos de noche, silenciosos los dos;
con el Duero a la espalda, su susurro de agua como un romance viejo,
por callejas que guardan resonancias y ecos de traiciones ocultas, el sueño comunero de un
      clérigo rebelde, el agrio desengaño de las horas marchitas,
por esas calles quietas caminamos sin prisa, redoblando el instante, el sabor de un cigarro,
      Orio y Guetaria y ya la galerna está lejos,
a la cita prevista, al encuentro con Claudio en un bar en penumbra, media azumbre de vino y
      de nuevo andariegos a la vela en Zamora:
las iglesias que encienden nuestro asombro nocturno, las plazuelas en sombra, palabras que
      entretejen un claro resplandor,
la llama que bendice la imagen que ahora veo, con el Duero a la espalda, otra vez
      deslumbrado, imagen de una imagen, esfera, espuma blanca, matriz de la ceniza, los
      puentes de Zamora y el don de la ebriedad.


2

Yo vi Roma a la luz de la luna de enero, desde aquella colina, mirador de sus ojos, contemplé
      mi fracaso en la ciudad que duerme bajo una cripta límpida de pórfido y engaño,
Roma, peligro impío para juglares nómadas, cristal en que espejean los últimos naufragios, el
      dolor de estos versos, la claridad y el cielo,
Roma con Rafael y el barrio del Trastévere, camino junto al Tíber, imposible seguir tus pasos
      sin esbozo, imposible aprehender el vaho de la alquitara, sólo gotas de ausencia, sólo
      espectros del agua,
yo vi Roma en los pies desgastados de Pedro, sin barco y sin contorno, besos como mordiscos
      sobre la piedra en ruinas,
Roma por el orgullo de tu cabeza cana,
Roma para mi llanto,
Roma donde dormitan saetas herrumbrosas,
Roma en un espejismo que Mestre dibujara en la tumba de Keats,
así te veo, con la luna más clara, así te nombro, Roma, donde tú no estuvieras, donde yo
      nunca estuve, desde su voz mis ojos contemplan tus secretos, te busco y tú no estás, te
      busco peregrino y en Roma no te hallas,
Roma, Roma callada, te rondan las ausencias de aquellos que te amaron,
Roma, filtro de amor y prenda de todas las mentiras,
Roma, filtro de amor y prenda de todas las promesas.


3

Fue para mí La Habana un sueño adolescente, con su nombre enhebrado a mitos y delirios
      que aún vagan en la noche por todos sus rincones,
un sueño era La Habana, ay, Cuba, junto al mar, el mar de la bahía rozando el malecón,
      palabras que acarician al aire de un requiebro,
a donde yo llegué con el gordo Lezama una dulce mañana de guayaba y abril:
azul en los balcones y allá, en la ciudad vieja, el tiempo suspendido y la Prieta Mamey por la
      Plaza de Armas, las sierpes gongorinas, la papaya innombrable, ancianos que
      conjuran la muerte con palabras, azúcar y toronjas, almizcle y ron de caña.
Fue para mí La Habana recorrer El Vedado y acercarme después a la Casa de América,
con la fiel compañía de un gato enamorado, mitad cubano y vasco y mitad catalán,
un gato por sus salas, con Marcia y con Haydée, un gato perezoso entre hermosas muchachas,
cuando todo era aurora, cuando todo era mayo, cuando todo era un beso con pintura de añil.
Habana al mediodía clavada en mi memoria, a punto del derrumbe, orgullo en la camisa
      guajira de un poeta que fuma adormecido de espaldas a Florida,
Habana sin remedio y el hotel Inglaterra,
un café entre las manos con Nancy Morejón en la arista de un verso,
Habana por mis venas, para el pesar morfina,
ciudad donde la piel se vuelve cataclismo,
ciudad trigueña y huérfana, los muslos de azabache ciñendo mi cintura,
ciudad para el retorno,
ciudad donde es posible morir a media luz.

Esta costumbre mía de contemplar las cosas con las mismas palabras con que otros las
      miraron,
de vivir a la sombra de música y palabras:
Buenos Aires, Cortázar y París en otoño, un palo y una soga con Vallejo en un jueves de
      lluvia atormentado; Federico y Granada: Guillén y Carvajal jugándose los ases del
      aroma; don Antonio en Segovia, Ignacio en su taller; inocente Lisboa siempre en
      llamas, Torga y Pessoa: un ramo de cilantro; Salamanca y Fray Luis, los años
      ignorados que duermen en los claustros, Aníbal Núñez que arde en su triste mortaja...
       por dios, cuántas palabras bogando por mis ojos, ay, ay, cuántos silencios al borde de
      un poema,
yo miro con palabras, reconozco en sus sílabas ciudades y paisajes, descubro nuevamente lo
      que siempre he soñado, lo que ya conocía, la herencia que me arroba, mi única
      riqueza, palabras y palabras, jardín y soledad, iglesia sin campanas.




ArribaAbajoSin destino de estrellas


Caminante perdido sin destino de estrellas que has llegado hasta aquí,
andariego descalzo que has abierto el camino trazado en mis palabras, sendero de alondras
      mañaneras, de piedra y lodo al margen del otoño, camino de culebras ateridas por el
      frío invernal de un abandono,
caminante, mi hermano, que has llegado hasta aquí, descansa ahora al margen de este verso,
calma el cansancio de tus pies en este lado,
serena la canción que vibra entre tus labios y comparte conmigo su vieja melodía,
ahora que has llegado al final de la trocha que anduvimos en abrazo de alcohol y promesas
      nocturnas,
otros amaneceres cruzando el horizonte, distintos pasos mas una única esperanza, otro dolor y
      siempre, siempre la misma herida abierta,
sí, ahora que arribamos al último recodo de esta senda, sosiega el corazón, caballo loco,
      rienda corta al anhelo por tantos días perseguido,
ven, escucha lo que quiero decirte quedo, quedo:
para ti, que no esperas un destino de estrellas, el testigo abisal de mi memoria, de todo lo que
      escribo en esta hora, cuando el deshielo humedece los barrancos y lloran su desahucio
      las madres ultrajadas,
recuento inútil de años que se fueron, de mujeres que nunca supe que me amaron, de batallas
      perdidas con huellas en la piel,
para ti, caminante, mi hermano, para que algún día, desde la sima arcillosa de otro tiempo,
      puedas nombrar mi ausencia.




ArribaAbajoInéditos




ArribaAbajo[Mientras irreverente el agua…]


Mientras irreverente el agua impide las procesiones en Sevilla —inútil tragedia adornada con
      lágrimas gentiles— y un joven costalero desespera su soledad ante las cámaras, en
      este viernes santo de lirios y azucenas me arrodillo ante ti:
beso dulcemente los pies como palomas, tus pies donde comienza el vértigo adormecido del
      deseo, el ascenso hacia la canción de alminar y amanecida, como jacintos los dedos
      de aljibe en agua clara,
agua clara mis besos, saliva para lavar la piel y la memoria, lavo tus pies como María de
      Magdala, agua de rosas y aroma de azoguejo, mil olores como palomas amarradas a
      la agonía del corazón, saliva y besos para ungir tus pies con mi delirio,
delirio de cal, tobillos pavonados en imagen de escarcha, hiriente filo de la muerte, blanca la
      muerte, ciega la manzana que perfilan tus huesos y mis labios recrean, delirio de cal,
      perfume de jengibre,
raíz amarga, raíz que asciende por tus piernas, camino y tregua en busca de una rosa, nómada entre la
      arena, tuareg de los desiertos, punzón de agua que se clava en la arena, agua sin
      cauce para regar la rosa, para regar el tiempo,
el tiempo, galán de tafilete, es un reloj dibujado en tus rodillas, reloj de sol, clepsidra y agua,
      reloj de sangre, quiero dar cuerda a ese reloj para que cante las horas que te amo —
      tic-tac—, las horas y los días —tic-tac—, amante con cadenas, esfera del ocaso y
      luz de seda,
la seda de los muslos cubre el rostro de mi ansia de ti, ansia y espejo, como verónica que en
      medio del albero quiebra al toro, mi rostro cubierto por la seda, tus muslos susurran
      en mi oído, ay, por el arco de Elvira quiero verte pasar, para beber tu nombre y
      ponerme a llorar, por el arco de Elvira,
por el arco que abre las puertas de mi nombre, que abre las puertas de la noche en la ciudad
      del aire, ojivas son las ingles, arco y madera de cerezo, para la redención madera,
      viernes santo en Sevilla, cirios borrados por el agua, plaza de Santa Cruz y de
      rodillas,
de rodillas, sólo ante ti yo de rodillas en este vía crucis de pasión, mi amor, mi cruz de mayo,
      cruz donde clavar la tarde y mi deseo, con lirios y azucenas, mientras junto al
      Guadalquivir la lluvia deshoja lágrimas de cera y yo cruzo la puerta que se abre,
      última estación, sagrario y cielo.




ArribaAbajo[Pulsar la tercera cuerda de la noche...]


Pulsar la tercera cuerda de la noche, trémolo que obtura las arterias y derrumba la muralla
      cerrada del horror, ahí mismo, donde confluyen canción y luna nueva y la boca se
      ciega a causa del miedo y del uranio, ahí, donde la sombra se vuelve golondrina y se
      oyen —lejanos, galope intermitente— los latidos sin paz de un viejo corazón.

Pulsar la cuerda primera de la noche, grito invisible que atraviesa los tímpanos, quejido
      imposible de vino y seguiriya, dolor y desamparo, miedo y catenaria, ay, sí, pulsar la
      primera cuerda del olvido para cerrar la puerta del recuerdo, aldaba y ronda, obturar
      el vuelo de todas las memorias, en este instante, cuando supuran hiel y cal y canto
      las palabras que fueron esperanza, consuelo y luz, amparo bajo la lluvia terrible de tu
      boca.

Pulsar el bordón que suena entre las sombras, fuente y mandrágora, sendero y huella, en esta
      noche en que escribo sin pluma y sin estribos, pan candeal para saciar el hambre,
      hambre de ti, color y tiempo, pulsar el bordón y desenterrar el miedo, yo ya no soy
      más que temblor y espiga, cuánto silencio en la grupa de un verso... pulsar el
      imposible cartílago del tiempo.

Estoy en esta hora contemplando mi muerte, la eternidad sin límites que quiebra los cristales
      nublados del modo indicativo, la cuchilla que saja los tendones del tren y de la
      espera, contemplando mi muerte, velando mi soledad entre dos cirios, un pañuelo
      sobre mi rostro yerto,
sí, murió mi muerte y es este su responso, murió mi soledad y escribo un epitafio, esquela que
      pregone la sosa y el carburo,
sí, estoy ya muerto y escribo este poema para dejar aquí, sobre tus manos, mi sangre y mi
      dolor, la tristeza infinita del perro perseguido, el cansancio del humo, la sal y la
      antracita, mi testamento grabado en piedra y en arcilla, para ti, mis últimas palabras,
      mi último aliento, un beso adormecido en perfume de absenta, un beso y mil
      cadáveres, un beso, sólo un beso...




Arriba [Aunque camine sin rumbo...]


Aunque camine sin rumbo por el prólogo inquietante de un deseo, por el prefacio inútil de los
       años que uno tras otro inevitables pasan,
aunque atónito me pierda en el acorde culpable de un relámpago, en el relincho impuro de un
      caballo en celo,
aunque cubra mi soledad desamparada con el hábito azul de las certezas, con la curva
      orgullosa donde se oculta el alma de los dioses,
aunque tapie el vacío de lo cóncavo con el miedo infantil de lo convexo,
aunque me venza tantas veces el cansancio,

yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé de donde vengo.

Mis antepasados sembraron el camino e hicieron del adobe hogar y amparo, luz del carburo,
      esperanza del hambre, mis antepasados inventaron la vía láctea y la ternura, el hierro
      y la canción en flor de espiga,
esos muertos míos que contemplan mi rostro testaron para mí su sufrimiento, el sudor y el
      arado, el corazón atravesado por gemidos sacrílegos, el calvario del pobre sin pan y
      sin historia,
aquellos hombres labraron mi conciencia, amasaron mi carne con manos amorosas, manos de
      mujeres de eternidad y luto, manos de madre, de arcilla, de tormento,
mis ojos son reflejo de sus ojos, mi pan producto de su hambre, mis palabras el grito de sus
      labios,
mis antepasados, muertos míos, hombres de lumbre y carámbano y dolor,

yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé cual es mi sitio.

La memoria es el territorio de la ausencia, memoria para tejer el lino y la sarga donde duerme
      el recuerdo, ausencia y humo, piel y escalofrío,
mi memoria se viste de pretérito para hablarme al oído, muy bajo, un bisbiseo,
la memoria es la brasa, es el carro, es la lanza, piedra que golpea sobre el vértigo de este vivir
      a rastras, la dignidad de quienes no tuvieron otra cosa que su orgullo y su pena,
mi memoria es la llave para abrir el lugar que a mí me toca, el sitio donde clavar los pies y
      resistir los envites astados del olvido,
mi memoria es de sangre, roja como la sangre, como la sangre roja, mi memoria, mi sitio,

yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé porqué yo escribo.

Para grabar con tinta incandescente —caligrafía indeleble que mana del espanto— la palabra
      justicia sobre el vientre de los poderosos, sobre el aterido aguijón del alacrán, sobre
      la frente añil de la ignominia,
para arropar mi soledad con frazadas de sílabas, palabras para tapar la oquedad aristada del
      invierno, frío en el corazón, palabra y lumbre, fuego para derretir los hielos de
      diciembre, solsticio en el alma, ay, una manta que cubra mi pobre desamparo,
escribo contra el silencio y la amnesia y el alivio sepulcral de los vencidos, contra la mirada
      tangente del centauro, contra el gesto otoñal del humillado, contra la luz cenital de
      las verdades, contra la hiel derramada de los patriarcas,
sí, piedra y lignito, barreno y honda, para vencer el peso insalvable de la muerte, esa muerte
      pequeña que baja las escaleras a mi lado, que bebe de mi copa, que fuma mis
      cigarros, frente a la muerte escribo para salvar de sus huellas mi camisa,
   contigo, con tus besos, con tu dulce corazón y flor de mayo, a tu lado, contigo, para ti,
   para todos los que saben del llanto y las ortigas, fermento y cal, de la llanura interminable
   del deseo, para ti, para ellos, mis versos, mis entrañas, mis caricias, mis manos,

yo sé quien soy,
yo sé quien soy, nadie se llame a engaño.





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