Aquella sería para siempre la casa del
padre, donde el tiempo no existió y los paisajes son
mágicos recuerdos. Allí transcurrieron los
años de la infancia —entre amor y despedidas—
con su presencia constante y protectora.
He regresado hoy
recobrando paisajes
a la casa perdida
en el filo del tiempo.
Allí estaban los
años
de tristeza y de juego,
las nostalgias heridas
de mi madre y su ausencia,
las tardes de verano
bajo el nogal antiguo
de canciones y cuentos.
Allí estaba el misterio
de las viejas alcobas,
el desván polvoriento
con el eco sonoro
de temores y risas,
la soledad atroz
de tanta despedida.
Y todo lo cubría
la presencia de ella,
amorosa y distante,
como diosa que sabe
acariciar la aurora
—constante su palabra
inventando mi mundo—
o amasar los silencios
en la casa perdida
en el filo del tiempo.
II. [Mientras todos
dormían]
Siempre vestida de negro, con sus manos
cálidas y la ternura brotando de sus ojos, ella sola era el
hálito de vida de todo lo que en la casa era para mí
cercano y entrañable.
Mientras todos dormían
he regresado al tiempo
de las voces perdidas,
allí estaba su sombra
recorriendo la noche,
levemente amorosa
en el gesto del agua.
He seguido su rastro
por las viejas estancias,
la mirada y las manos
como alados recuerdos
entre tules y linos
del salón y la mesa,
la caricia ligera
de su voz olvidada.
Sólo el áspero
aroma
de la noche en silencio
se ha quedado en mi boca
y un sabor de nostalgias.
III. [El pueblo de caminos]
Ahora, desde la luz de la memoria, es como si
en el territorio de la infancia se hubiera abolido el tiempo y
todos los años hubieran sido el mismo: un año
prolongado y mágico.
El pueblo de caminos
y cuestas empinadas
testigo fue en silencio,
en muda lejanía,
de risas y promesas,
de futuros abiertos
a un incierto mañana
con la aurora vencida.
Las paredes de piedra,
los pasillos oscuros,
las ventanas sin rejas
abiertas al paisaje
y nosotros hundidos
en la inmensa penumbra
vagando como sombras
por fin reconocidas.
Seguimos las estrellas
bajo el cielo en la noche,
cruzamos las distancias
de tiempos y de mares,
abrimos esperanzas
entre el alba y el día.
Después, tras tanto
tiempo
tentando la memoria,
nos quedan los caminos,
las paredes de piedra,
la mudez de las cosas,
la palabra encendida.
IV. [Apenas queda nada]
Al lado del pozo estuvo siempre el viejo
nogal, altivo e inmóvil al paso de los días. En
verano, a su sombra, contábamos historias o
bailábamos las tabas.
Apenas queda nada
de mi mirar de niño
ni queda apenas tiempo
testigo de los días
cuando sin más ni
más
allí fuimos felices.
He buscado en el último
rescoldo del invierno
y en las vasijas tristes
quebradas por la espera,
en el vértice mismo
del recuerdo olvidado
y en la vieja memoria
verdecida de hiedra,
he buscado sin rumbo
un atisbo de nada,
un resquicio de vida
en el umbral del miedo,
y sólo a ti te
encuentro,
viejo nogal, eterno.
V. [Os busco en los espejos
transparentes]
Por más que busco sus rostros en el
más hondo rincón de mi memoria y registro los
bolsillos secretos donde guardé un trozo de mi infancia, no
puedo hallar el gesto aquel de Tomás en el juego, la mirada
de Esme o el sufrir del Gordito. Aunque busco sus
rostros...
Os busco en los espejos
transparentes,
limpios de azogue, almas
silenciosas,
y sólo soledad hay en su
fondo.
Os busco en las estancias de la
casa,
allí donde crecimos a la
vida,
y sólo hay soledad en la
penumbra.
Os busco en los jardines, en la
noche,
laberinto de amores y
conjuros,
y soledad tan sólo hay en
las frondas.
En la soledad os busco
decidido
y sólo soledad hallo en el
medio
del ansia de vivir a
contratiempo.
VI. [De todas esas cosas]
Como aquel viejo grabado, otras muchas cosas
quedaron adormecidas en el hondón de la memoria y hoy se
revelan como la respuesta última a un tiempo recobrado y que
quisiéramos salvado del olvido.
De todas esas cosas
que a veces nos rodean
yo prefiero sin duda
las que menos importan,
aquellas que guardamos
en armarios perdidos,
antiguas alacenas,
aquellas que olvidadas
regresarán un
día,
después de mucho tiempo
tanto dolor
cuanta ternura
pondrán en nuestras
manos,
nos dirán que son
ellas,
esas cosas humildes
que a veces nos rodean,
las que hicieron posible
el recuerdo constante,
la mirada furtiva,
el paso de los días,
la voz de la existencia,
esas cosas sencillas
de tanto cotidiano
manejo en las palabras
después de este camino,
al fin sobre el ocaso,
serán la voz sincera
y el eco del pasado.
VII. [Subimos una
noche]
A veces, en la noche, deseos y recuerdos se
confunden en la niebla del tiempo. A veces, la realidad no termina
en la simple línea fronteriza de los
sueños.
Subimos una noche,
era invierno en Cerralbo,
entre risas y besos
y por calles oscuras
a la vieja alameda
en el arco del tiempo.
Aún recuerdo tus manos
y el calor de tu boca,
aún recuerdo tu risa
y el sabor de tus labios,
aún recuerdo tus ojos
y la luna de enero
reflejando silencios,
bajo el cielo en la noche
que ocultaba los besos.
Cuando ahora te busco,
un septiembre de lluvia
en el fondo de un verso,
sólo encuentro el aroma
—me llegó en una
carta—
de la flor del romero.
VIII. [Yo hice el mundo en mi lengua
castellana]
Hoy estoy seguro que descubrí la vida
en las palabras de aquellos hombres que hablaban a la puerta de la
taberna con anchas sílabas de tierra. Solemnemente hablaban
del trigo y de la lluvia, del vino y la cosecha. Sus palabras
—ya mías— quedan en el recuerdo como paloma de
luz en un revuelo.
Yo hice el mundo en mi lengua
castellana
y aprendí el nombre exacto
de las cosas
—madre, tierra,
silencio,
hermano y
compañía—,
supe entonces que sólo las
palabras
eran de cuanto existe la
medida.
El mundo se hizo en mí
a fuerza de palabras
y el verbo transformado en
realidades
fue de pronto madera,
canción y sentimiento.
Nada quedaba fuera de los
nombres,
las plantas se nombraban una a
una,
los pájaros, el fruto de los
árboles,
el nombre conseguido de los
nombres.
Supe entonces que todo era ya
mío,
que nada se escapaba a la
palabra,
era entonces mi mundo
de luz y de esperanza.
Como el faro sin luz de la tristeza
Escalera del agua
Nada a nada de mí, ya
deshojado
bajo la luz gacela de Granada
RAFAEL GUILLÉN
Cae el agua. Lentamente las
horas
dibujan horizontes de jazmines
recobradas del tiempo en el
rumor
de un vuelo de palomas y
arrayanes.
Cae el agua. El aire en mil
colores
transparenta la dulce
caricia de las rosas
los mirtos y geranios
las adelfas amargas que
iluminan
la tarde primavera
el agua
el aire
tu voz azul de nuevo imaginada
en el rozar de un
pétalo
los labios de la tarde
la música del agua siempre
siempre
mientras en mil colores
el aire se desangra.
Cae el agua. Sentado aquí en
la piedra
que bajo nardo y beso
palpitara
eternizada al fin
en lágrimas de ausencia
contemplo la eternidad en piedra y
agua.
Cae el agua. Y un tiempo sin
contorno
de insomnes labios
traslúcidos de amor
acaricia la umbría
soledad
con sus dedos de sombra
y el corazón
vacío
tembloroso
con límite en la luz y su
fragancia
precipita los sueños
por senderos de sal:
salobre soledad de la memoria
la eternidad al fin todo lo
vence
y canta con el agua
y con el agua muere.
Cae el agua. Se ha llevado la
luz
el color de las flores. Sólo
queda
el perfume suspendido en el
aire.
Escalera del agua.
En el alma la noche.
... Que le daban a mi
corazón
Hay noches de esas que las carga el
diablo
con vino y con nostalgia
de infancias invernales
—el brasero y la lluvia
que suena en las
ventanas—
hay noches suspendidas
en el ala de un pájaro
cuando pesan los días
y puede el desconsuelo
brotar entre las páginas de
un libro.
Hay noches y días y
madrugadas
también de desamparo
en que se cierran todos los
balcones
que daban a la calle
—con cancelas de sombra
con aldabas de hierro—
y nadie escucha latir el
corazón
de una ciudad enferma que
agoniza
y nadie siente la herida del
deseo
y nadie nadie nadie
transita por la huella de los
besos.
Hay noches de esas que las carga el
diablo
y se nublan de azul las
transparencias
con antiguas canciones
de amores sin destino
y vuelven a mi mesa
recuerdos olvidados:
una tarde de otoño
verdecida de llanto
el silencio de un beso
despedida y dolor.
Hay noches y días y
madrugadas
también en que nos
salva
del abismo sin fin del
sacrificio
la voz quebrada y rota
que entona una taranta
la queja lastimera
de alguna siguiriya
y ese vaso de vino
que lentamente apuro con la
vida
lentamente
y suena una guitarra
luz y sangre
cobijo y compasión
—tantas fatigas—
en esta noche
de cieno
y fuente clara.
Toque del alba
Han querido nublar nuestro
pasado
—borrón y tabla
rasa—
anegar de silencio
la luz de la memoria.
Nada importan desiertos y
esperanzas
los caminos abiertos en desvelos
perdidos
las escaras de fuego
en el párpado hiriente
de nocturnos insomnios.
Un inmenso erial de horas
perdidas.
Tierra yerma sin fruto ni
palabra.
Hemos seguido el juego
—rayuela
tres en raya
un fatídico marro que
encadena
el dolor y el silencio
el miedo y la nostalgia—
hemos seguido el juego
de vivir y olvidar
de sufrir mansamente
las heridas del tiempo
sin pensar que el olvido
nos empuja a la muerte:
como una fruta aceda
rodando un precipicio
como un cristal quebrado
que saja los retratos
como un niño perdido
llorando en el
crepúsculo
sin caricia ni halda
sin mandil ni consuelo.
¿Dónde se esconde el
brillo de aquellas madrugadas?
Rudy Linares, un pintor de brocha gorda de
Chicago, desconectó el respirador artificial de su hijo, de
dieciséis meses, que estaba en coma irreversible, y durante
una interminable media hora le acunó en sus brazos, entre
sollozos, hasta que el pequeño murió.
(De los periódicos)
No llorabas siquiera
el llanto enfebrecido
por las noches de insomnio
por un dolor tan grande
que atravesaba el mundo
se quedó en tu garganta
se quedó entre la pena
se quedó en un lamento
de ternura y amor.
Ni siquiera llorabas
cuando una inmensa ola
de carbón y de azufre
una lágrima amarga
abrasó tu mejilla
y de repente todo
se quebró sobre el agua
y de repente todo
se nubló en un instante
y el invierno de pronto
habitó la
mañana.
Que lloren en la noche las azucenas
blancas
los pájaros heridos por
perfumes de tierra
los hombres que cobijan bajo el
pecho una flor.
Que lloren en su vientre de sombra
y madrugada
las madres que han sufrido en
oscuro silencio
y han poblado de espera el paisaje
del alba.
Que griten afiladas las espadas del
miedo
y se aneguen de arena los ojos y
los labios
de aquellos que te hicieron olvidar
y morir.
Y tú sigues
ahí
con el niño Samuel entre
los brazos
bebiendo el corazón de
un trago triste
—vinagre y hiel en
cáliz de amargura—
porque un hombre que ve
morir lo que más
ama
no puede recordar ya con
nostalgia
ni las horas
ni el mar
ni la esperanza.
Villa santa de la estrella
Cae la noche sobre los nombres
propios
de tus calles. La noche en el
abismo
cortante de la piedra y en el
hueco
sin fin de la memoria.
Caminar en silencio
ruando soportales
pasito quedo que acaricia el
sueño
caminar con la lluvia
dibujando en los labios
el orvallo del tiempo.
Cae la noche sobre los nombres
propios
de tus calles. Las sombras
vespertinas
desnudan el recuerdo de caricias
perdidas
al norte del olvido.
Recordar las palabras
que nunca se dijeron
recordar lo soñado
imagen ilusiva en un espejo
que hiere con su filo
la voz entre los labios.
Cae la noche sobre los nombres
propios
de tus calles. Ni pensar ni
escribir.
Dejar sólo que el agua
sosiegue el sentimiento.
Lo
traigo andado
Hay que abrir el soneto a la
alegría
No es más noble el soneto
que la copla
ni más grave su voz entre
algodones
de rimas consonantes
desdobladas.
Y miente quien afirme esa
falacia.
El soneto es el rey de los
decires,
es verdad,
mas la copla es pasión y
sentimiento
volando libremente hacia la
nada,
abriéndose en
canción, grito, paisaje,
dejándonos la voz
entrecortada.
Hay que abrir el soneto a la
alegría,
hay que hacerlo brotar de entre la
espuma,
hay que girarlo en copla y en
simiente
porque...
como campo de amores
cantar de amigo
y en tu boca la copla
ya ha florecido.
Canción primera
No
por el puente de hierro,
el
de piedra es el que amaba.
A
ratos miraba el cielo,
a
ratos miraba el agua.
BLAS DE OTERO
La vieja puente del río
no mira pasar el agua
la vieja puente de piedra
a solas desconsolada.
De piedra puente del
río
llora en la noche del agua
no pasa sobre sus arcos
mi amor por la madrugada.
Mi amor se fue con la noche
agua que llora en el agua
igual que llora la puente
llora de pena mi alma.
Nana de los dos amores
Para Álvaro y para ti
Eres blanco silencio
de luz y luna,
como paloma al viento
su voz te arrulla.
Como canción errante
su voz de tierra
mientras manos de rosa
te balancean.
Mientras suaves caricias
cubren tu cuerpo
su ilusión entre espuma
vence misterios.
Por quererla te quiero,
flor de la aurora,
por quererte la quiero,
luz entre sombras.
Enramada
Eran jazmines,
eran claveles,
eran dos ramos
de hojitas verdes.
Eran estrellas,
eran luceros,
eran los ojos
de quien yo quiero.
Nana del potrillo blanco
Para Germán
Entre las retamas,
entre los olivos,
de luz el caballo,
duérmete mi
niño.
Galopa, galopa,
veloz caballito,
que el niño se duerme
soñando contigo.
Con la luna, luna
que te quiere ver
vienen las estrellas
y el sueño
también.
Eres una rosa,
eres un clavel,
eres un espejo,
yo me miro en él.
Duérmete mi vida,
duérmete mi bien,
flor de la mañana,
luz de amanecer.
Mañanita blanca,
mañanita fría,
mi niño en su grupa
la luz sonreía.
Por verdes veredas, por
campos de encinas,
ya se durmió el
niño,
amanece el día.
De
ronda y madrugada
Desde el ancho deseo de quererte
Escribo para recordar un tiempo
inexistente, pasado sin aristas al sur de la memoria, las horas que
se fueron por el agua hacia el mar. Recordar es mentir, inventar
ese bálsamo que endulce la amargura del instante perdido, la
derrota insalvable en la dura pelea de la sombra y la luz. Escribir
es mentir, y mintiendo, en palabras que se crecen, altivas, sobre
el rostro imposible de todas las ausencias, construyo el horizonte,
alzo mi casa al borde de un camino, hablo de amor y nacen las
caricias, los besos y el perfume tan alto de tu boca. Con palabras
de arcilla, con sílabas de cieno, con palabras de luna y
sílabas de fuego.
Escribo rozando el
corazón del aire, y en un verso desbocado, sin estribo ni
brida, se hace el aire relincho —Rocinante del alba—,
reclamando justicia, un bramido insolente contra el cielo argentado
de los dioses absurdos, levantando su belfo en un grito de sangre,
en un grito de espuma, en un grito que es aire de palabras y
versos, palabras que me salvan de esta vieja e inútil y
amarga propensión a todos los desastres.
Escribo desde el
ancho deseo de quererte, de alcanzar los desiertos esquivos de tu
cuerpo: tan cercano y tan mío, tan aroma y tan miel; escribo
desde el ansia sin linde de caricias, de suspiros quebrados en un
muslo de acacia y la piel de amatista y los besos en flor; escribo
con la tinta azul de las quimeras, con el alma en un verso, con el
pecho y el hígado, con el pulso y la sangre, con
pulmón y riñones, dejando en las palabras el tiemblo
de un acorde, el plectro sin consuelo que tañe el
corazón.
Soñando un desafío
A Antonio López y Enrique Gran. Y a
Víctor Erice, por supuesto.
I
Cariño cariño
mío
ramito de mejorana
espuma que lleva el río
lucero de la mañana.
Esta ansia de luz que
amarillea
en el aroma y sol de los
membrillos,
esta ansia de luz que
reverbera
en el azogue y mar de los
cantares,
esta ansia de luz,
anhelo y cárcel,
ansia de corazón,
cariño mío,
de caricias que nublan las
fatigas
como espuma en remanso
adormecido,
esta ansia de luz,
presas las manos,
en el ramo que canta aroma y
menta:
al gurugú y al
gurugú,
suena en el aire,
al gurugú y al
gurugú,
paloma y tiempo.
Esta ansia de luz que
amarillea,
esta ansia de luz, de luz en
calma,
serena eternidad entre las
hojas,
eternidad en flor coloreada.
II
Planté por Sevilla entera
banderas de desafío
y dice cada bandera
cariño cariño
mío.
Sentir la claridad en las
palabras
y al quiebro el corazón
estremecido.
Se adormecen las horas en el
lienzo:
tela y pincel soñando un
desafío.
Sentir la claridad, toda
Sevilla
de azahar y limoneros se
conmueve,
sentir la claridad -cristal
quebrado-,
sentirte tan cercana, ansia de
luz
y siega de colores,
traslúcido el amor, quietas
las nubes,
desdorando el afán de los
membrillos.
Fue bandera, color y mejorana
solo un instante fugaz y
fugitivo:
un amigo, un cantar y luz en
calma.
Poema del cuerpo y del abismo
I. [Te miro]
Te miro. Y contemplo desde el opaco
silencio de mis labios sin alas el temblor en el aire de tu cuerpo
y su luz. Te miro con la sangre que bulle y se desborda, con los
huesos del alma calcinados de sombra, con los músculos
yertos, los cartílagos grises y el recuerdo perdido en los
pliegues del mar.
Contemplo. Y miro,
así, el esbozo de un cuadro incandescente —un lienzo
que descubre el pulso de tu carne—, rumor de llamarada que
enciende mi pasión. Contemplo los perfiles inciertos de tu
carne, tendida como un bosque, añil y amanecida, tu imagen
que desborda el cauce de mis horas, el río en que navega mi
viejo corazón.
Te miro y te
contemplo. Desnudo la ceniza y el frío del invierno.
Contemplando te miro. Y desciendo al abismo del ansia de tus dedos,
del deseo del agua, de un naufragio en tu piel. Te miro y te
contemplo... Contemplando te miro...
II. [Cómo quieres que olvide si
no puedo]
Cómo quieres que olvide si
no puedo
vencer este sabor de nuez
amarga,
este sabor de hierro y de
metralla
que rasga el velo añil de
los recuerdos.
Cómo quieres que olvide si
no puedo
sumar nogal y pozo y luz del
alba
—el calor de la lumbre:
leña y brasa—
huérfano ya de infancia y
tierra y miedo.
Apenas nada pervive entre mis
manos:
el invierno y un niño y el
prodigio
del carámbano herido en los
cristales.
No me dejes tan hondo y
desolado,
ebrio de compasión y sin
destino:
basta un beso, mi amor, cruzando el
aire.
III. [Llega tu olor...]
Llega tu olor hasta esta
región que habito con mis versos. Olor a siemprevivas y
malvas y pétalos de dondiego entre los labios. Hueles a
madreselva y hueles a mujer enamorada: el olor de la brasa y un
suspiro, del humo que se pierde en la ventana, olor de una quimera
y un espejo, del cuero repujado y un resquicio, sin sol, de
claridad en tu estatura.
Llega tu olor y
piso muy despacio el rincón desvelado del insomnio. Olor a
ese tacto de cereza como un sorbo de sueño y aguardiente,
olor a soledad en mis zapatos y a humedad en la hierba del
jardín. Hueles a mi deseo y mi condena. Me huelo en ti, sin
norte y sin fortuna.
IV. [En la piel un aullido de desprecio]
En la piel un aullido de
desprecio
y un desgarro de amor entre los
labios,
sin maquillaje azul que cubra el
alma
ni consuelo ni paz para mis
manos.
Una mancha de tinta en el
papel
y una lágrima amarga sobre
un verso;
ni presente ni olvido ni
memoria,
sin nombre y sin otoño:
anciano y ciego.
Voy persiguiendo el eco de un
poema,
la estela de tus ojos y el
aroma
de esa palabra umbría que
envenena
la sangre y el aliento de mi
boca.
Arde el aire, cristal de
ángaro y cera,
arde mi corazón de bronce y
sombra.
V.
[Asciendes por mis ojos...]
Asciendes por mis ojos hacia el
escalofrío. Regresan las caricias en un vuelo de
imágenes por el cielo sin puertas de viejas madrugadas:
imágenes furtivas de besos y gemidos, como un retrato en
sepia del aire de tu talle; instantáneas que brotan del pozo
de la ausencia, abrazos perfumados en un alba de agosto; grises
daguerrotipos desvelando secretos: espino y rosal blanco, espuelas
en el alma. Asciendes por mis ojos como la hiedra joven,
dulcísima y amante, bordeas mis ventanas enredada en las
flores y desnudas de pronto el velo de la tarde, la tarde que se
pierde —claroscuro en tu rostro— tras la raya imantada
de un nuevo atardecer.
Y yo, cautivo
ahora de solo una palabra, me estremezco al sentir tu aliento en un
relámpago, en murmullo de hormigas ascendiendo en la hiedra
hacia el norte aneblado por un escalofrío.
VI. [Acaricia mi voz con tu mirada]
Razón de amor. Canto a dos
voces
Acaricia mi voz con tu mirada,
besa mis labios con pasión de
fuego,
envuélveme en el aire de tus
ojos,
hazme esclava del tacto de tus
dedos.
Siénteme compañero a
cada instante,
apaga pronto el ansia que me
ahoga,
toda la eternidad siempre a tu
lado,
quiero tenerte en mí: flor y
corona.
Se refleja en tu amor la
transparencia
desnuda entre tus manos me
abandono
breve destello azul de
enredadera.
Tiembla mi cuerpo prendido en el
deseo
agua y verbena y llama sin
contorno
quiero arder para ti: soy luz de
espliego.
VII. [Me duele la mirada y el forro
triste...]
Me duele la mirada y el forro
triste de todos mis bolsillos, me duele la palma de las manos y el
silencio ojival que quema mi camisa, aquí, donde arde el
deseo de tu cuerpo, mientras gime a lo lejos la sirena de un barco,
tal vez abandonado entre la niebla, o el lamento lejano de aquel
tren que viaja hacia la noche; me duelen los instantes que regresan
desde un ayer perdido sin fronteras, en un rumor de ajenjo y de
volframio, me duele este dolor que te persigue, el anhelo sin fin
de todos los anhelos, dolor y despedida, deseo de tu cuerpo, me
duelen las heridas que nunca atravesaron el perfil de mi carne
ensombrecida, me dueles tú, mi amor, cuanta amargura, por no
tenerte ya bajo mis manos, caricia y dolor, ansia y sepulcro,
cuánto dolor en esta tarde, ahora, que contemplo tu piel, tu
cuerpo a contraluz, delicia de esta hora que viaja hacia el llanto
y la alegría. Calma este dolor sin fin que me desgrana por
tenerte más cerca, por tenerte más cerca y sin
costumbre, por tenerte más cerca todavía, por tenerte
más cerca, más, más cerca, cerca, más
cerca todavía...
VIII. [Desde la vieja Habana donde escribo]
Desde la vieja Habana donde
escribo
estos versos de amor, de fuego
amante,
siento tu cuerpo, faro y
estandarte,
para mi cuerpo ansioso y
encendido.
Te imagino desnuda entre mis
manos,
tus labios me recorren, besan,
lamen
cada porción de piel. Ahora
se abren
y abrazan mi deseo enamorados.
Acaricio tus senos dulcemente
y bebo de tu sexo —fuente
clara—
mientras la llama arde y
estremece
de fuego y de color la
madrugada.
Entro en ti, mi amor, quiero
tenerte
ebria de luz: mi soledad te
abraza.
Corazón costero de la lumbre
En esta noche de diciembre, cuando
escribo los versos que vislumbro desde el umbrío tremedal de
los caozos, quiero purgar de soledad las amapolas, quiero beber de
golpe la absenta que ilumina de miedo y sinsabor la madrugada, este
ajenjo que puso entre mis manos un amigo de arcilla, alberca y
lumbre —palabra a la intemperie—, absenta de la
orfandad y del destierro, aborto de la luz, amante y muerte,
cuartel de las blasfemias que descalzan el miedo, la
inmolación y el sacrificio. Denuncio a los suicidas que se
anuncian y no creo en la hiel de las pistolas ni en la razón
atroz del mutilado. Me duermo en este verso y pruebo el frío
de mi dolor en paz con los difuntos. Dime la verdad, dime
qué quieres en esta hora sin tabaco de la aurora, cuando
busco una caricia en las tinieblas, una flor que me aleje de la
ira, del odio, de la rabia que siento en este instante, del dolor y
la ira, de la rabia y del odio que nacen de la absenta y el grito
del murciélago. Dime la verdad, dime qué quieres...
Quiero tan sólo el silencio y la distancia, solución
contra el ábaco y la muerte, el compás, la pizarra y
la memoria, solución de sulfuro de ternura, calcula mi dolor
de madrugada, dolor de sangre y tierra y encono entre las
sílabas de este verso que escribo sin conciencia, angustia
de palabras enhebradas en un transistor que anuncia el holocausto.
¿Qué puedo adivinar en este tiempo?
¿Qué puedo yo esperar desde esta orilla? Mi nombre se
pierde en las palabras y siento a los amigos tan cercanos, amigos y
otras trovas que viven en un endecasílabo, en la luz sin
color de tantas alboradas, azul y puente, blanco y madrugada, otra
vez el alba entre mis versos, en medio de la vergüenza y de la
calle en este ahora que crece y nos desnuda y se alza sin aire y
sin grilletes y sirve de mordaza al juego y la prisión.
Dímelo, por favor, dime qué quieres, ten caridad, por
dios, de mi abandono, de mi secreto ciego y destrozado, espero su
corazón abierto entre mis besos, en esta oquedad en que
mueren los olvidos y se cruzan sin fe los derrotados. De todo puede
ser, es cierto, y sé que buscas otra cosa, un lecho para el
amor o el pacto de la seda que acaricia y duerme los sentidos en su
cuerpo, pero a mí la esperanza no me basta ni me sirve
escombrar tanta hojarasca que muere en el piélago gris del
desengaño. Vuelvo a la absenta, bebo y bebo, y me nublo de
comienzos, de sentencias sin abrigo al solanal, vuelvo al
principio, vuelvo a mirar los ojos de mi madre en otro tiempo,
cuesta encontrar su palabra entre las ruinas, cuesta encontrar la
sonrisa que se pierde en los pliegues del recuerdo. Buenas noches,
te digo, buenas noches, me he quedado sin sal en los cigarros y sin
alma en la palma de las manos, buenas noches, te digo, buenas
noches, corazón costero de la lumbre, buenas noches te digo,
hermano y orgulloso, lo más grande se esconde en los
barbechos, lo más grande, buenas noches, lo más
grande, te quiero, mi amor, y buenas noches, en esta noche de
diciembre.
Morfina en el corazón
Cimiento y ramo alegre
Ciudades
que vi, viví, rondando calle y
plazas,
cimiento y ramo alegre
BLAS DE OTERO
He paseado ciudades infinitas en la
hora increíble del crepúsculo,
ciudades como guantes gastados por
el roce de la piedra, del cuarzo y la tristeza,
ciudades como lentas jaculatorias
núbiles que descubren la aurora en murmullo de halagos,
ciudades como el brillo inguinal de
un tatuaje, con color de desierto, con olor de marfil,
ciudades desoladas, de acerada
belleza, con gatos imposibles recorriendo los parques,
vagabundos borrachos que saltan
al vacío desde oscuras cornisas, con mujeres sin
nombre y sombra envenenada por
vertidos de litio, derrotados paisajes sin luz ni
marquesinas,
ciudades asombrosas, perseguidas,
airadas, reventando en su vientre de aromas y jazmines, de
cal y salfumán.
He paseado ciudades infinitas en la
hora increíble del crepúsculo,
he recorrido a tientas,
sonámbulo y sin alma, aceras otoñales,
rebuscando en la noche un
rincón sin pavesas para el sueño o la muerte, un
rincón incendiado
por un verso y tu carne
ardiendo entre mis manos, por tus senos desnudos, por tus
muslos en ascuas,
me he perdido en las calles que
rodean los bosques, borracho de cianuro y aguardiente, en
calles enlodadas sin gas ni
soportales, en calles que relumbran y ciegan la memoria
de claridad nocturna,
calles y plazas, soportales de
nieve, callejones que abren las puertas del infierno,
bulevares
del sueño, arrabales y
rúas que transportan los días en la lluvia menuda, en
el agua
apacible que empapa mi
dolor.
He paseado ciudades infinitas en la
hora increíble del crepúsculo,
ciudades que he amado en las
páginas de un libro, ciudades olvidadas, ciudades donde
vive
mi voz y mi miseria, ciudades y
ciudades, ciudades inventadas en tardes de agonía,
en noches de amargor he
añorado ciudades donde no estuve nunca y donde quedaron
rotos
pedazos de mi vida.
He paseado ciudades infinitas en la
hora increíble del crepúsculo.
[Me he despertado esta
mañana...]
Me he despertado esta mañana
con la amnesia calcárea de los muertos, suspendido en
la
cuerda que transita la sima
pavorosa del olvido.
No sé dónde buscar la
memoria indeleble de mí mismo, equilibrista mudo, ausente
y
expulsado del paraíso
inocente del recuerdo.
Aunque contemplo las pruebas de que
existo —los libros en su estante, la camisa doblada en
el armario, la pluma, los
cigarros: el retrato de un tiempo fugitivo— no acierto a
discernir cómo ni
cuándo, ni siquiera si muero o estoy vivo.
¿Soy yo ese que se mueve en
la cocina y prepara un café y se acerca, después, a
la ventana?
¿Qué estoy mirando
ahora de espaldas a mi rostro?
Aunque intento seguir un hilo que
me guíe, que aclare el cenagal del pensamiento
—los
versos que escribí, las
canciones que fueron balsamina para el ocre dolor
cristalizado— no consigo
salir del laberinto, prisionero del monstruo y sus cadenas.
¿Son míos esos ojos
de náufrago y asombro?
¿Estoy llorando yo o son
lágrimas que vuelven del pasado?
Aunque me miro insolente en los
espejos y pronuncio palabras que barren las sentencias —
endriago, asperjar, pellica y
barcarola: tu nombre en el tajo de un destral— nada me
dice quién soy yo, nadie
recuerda el nombre que alguna vez fue mío.
¿Quién eres
tú? ¿Acaso conoces mi desgracia?
¿Por qué no me
contestas, ensombrecido y mudo?
Ya no sé si he despertado
esta mañana o estoy muerto hace tiempo y sigo caminando,
y
preparo el café todos
los días, y recorro las calles y las plazas con el
inútil andar de
los difuntos,
mas escribo con llanto y en
silencio palabras que imagino empecinado contra la oscura
venganza del olvido.
[Nieva tras los cristales
otoñados...]
Nieva tras los cristales
otoñados de luz y amor en copos.
Cae la nieve con tibia mansedumbre,
ángeles volanderos que juegan en el aire a las cuatro
esquinas de mi niñez, al
corro en la plazuela, tantos recuerdos al trasluz de mi
ventana,
copos que caen flotando ante mis
ojos, mirada que se inunda de verdes de noviembre y
amaranto, verde en el ocre
misterio de los ojos, verde y tierra, arcilla y verde, piedra
y
verde bajo la nieve de amor y
copos de luz que mansamente vuelan.
Nieva en esta dulce mañana
de noviembre sobre el bosque que brilla en mil colores, el
camino se viste de vía
láctea, los árboles se nublan de presagios y, a lo
lejos, el otoño
barrunta ya el invierno en las
montañas.
Cae la nieve y escarcha la memoria
de escuela con brasero y vaho en los cristales,
carámbanos y
juegos,
otros copos que cuajan los
recuerdos, otras nieves de inviernos sin otoño, el corro en
la
plazuela y frío en las
cuatro esquinas de una infancia imaginada, niñez de rayuela
y
tres en raya, años que
no existieron, si acaso en los bolsillos de mis primeros
pantalones largos,
años a la intemperie,
infancia sin memoria donde sigue
nevando para siempre.
[Vuelvo al camino...]
Vuelvo al camino, repito otra vez
los mismos pasos, recorro siempre la misma geografía:
me reconozco en la imagen del
paisaje que pasa cotidiana ante mis ojos.
Camino aún con la tibia
memoria de tu carne, de tu cuerpo ofrecido al pulso de mi
tacto:
dulzor y deseo en el sagrado
refugio de las sábanas.
Duermes tú cuando dejo la
casa en la penumbra,
madeja de amor para mi ausencia
fría —como una sierpe que repta por mi
espalda—,
duermes bajo el amparo amante de
las palabras que no digo, de los besos que entrego al
remanso adormecido de tus
labios.
Dejo la casa en la esquina del alba
mientras el sueño último reverbera en el canto de
los
primeros pájaros del
día
y me llevo tu olor tatuado en la
yema de los dedos, encarnada presencia que circunda mi
solitaria desnudez de
abandonado,
y me llevo también el
pámpano y la espiga, sagrario tu cuerpo para mi muerte
lenta, ahora
grano en el silo y mosto en el
trujal, tu carne templo, pan para mi hambre, vino para
la sed que enturbia mis
pestañas,
nada más, tan sólo de
equipaje mi corazón envuelto con tus lágrimas, en
húmedo cobijo
estremecido.
De camino otra vez.
Yo no soy sino lo que abandono, lo
que queda en la distancia entumecida, reflejo y
candelabro,
un fantasma que gime por tu falta
recorriendo siempre la misma geografía.
Frente a lo antes nunca visto
No
eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no
hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca
visto.
LUIS CERNUDA
Esta costumbre mía de
contemplar las cosas con las mismas palabras con que otros las
miraron
me empuja inevitable a transformar
mis ojos, confundidos y húmedos, en voces revividas
desde un endecasílabo o
en páginas de un libro que duerme en mi regazo.
Yo miro con palabras, reconozco en
sus sílabas ciudades y paisajes, descubro nuevamente lo
que ya conocía:
1
Por Zamora y sus puentes anduve
enamorado, con Blas de Otero a solas, por la puente de
piedra, embebidos de noche,
silenciosos los dos;
con el Duero a la espalda, su
susurro de agua como un romance viejo,
por callejas que guardan
resonancias y ecos de traiciones ocultas, el sueño comunero
de un
clérigo rebelde, el
agrio desengaño de las horas marchitas,
por esas calles quietas caminamos
sin prisa, redoblando el instante, el sabor de un cigarro,
Orio y Guetaria y ya la galerna
está lejos,
a la cita prevista, al encuentro
con Claudio en un bar en penumbra, media azumbre de vino y
de nuevo andariegos a la vela
en Zamora:
las iglesias que encienden nuestro
asombro nocturno, las plazuelas en sombra, palabras que
entretejen un claro
resplandor,
la llama que bendice la imagen que
ahora veo, con el Duero a la espalda, otra vez
deslumbrado, imagen de una
imagen, esfera, espuma blanca, matriz de la ceniza, los
puentes de Zamora y el don de
la ebriedad.
2
Yo vi Roma a la luz de la luna de
enero, desde aquella colina, mirador de sus ojos,
contemplé
mi fracaso en la ciudad que
duerme bajo una cripta límpida de pórfido y
engaño,
Roma, peligro impío para
juglares nómadas, cristal en que espejean los últimos
naufragios, el
dolor de estos versos, la
claridad y el cielo,
Roma con Rafael y el barrio del
Trastévere, camino junto al Tíber, imposible seguir
tus pasos
sin esbozo, imposible
aprehender el vaho de la alquitara, sólo gotas de ausencia,
sólo
espectros del agua,
yo vi Roma en los pies desgastados
de Pedro, sin barco y sin contorno, besos como mordiscos
sobre la piedra en ruinas,
Roma por el orgullo de tu cabeza
cana,
Roma para mi llanto,
Roma donde dormitan saetas
herrumbrosas,
Roma en un espejismo que Mestre
dibujara en la tumba de Keats,
así te veo, con la luna
más clara, así te nombro, Roma, donde tú no
estuvieras, donde yo
nunca estuve, desde su voz mis
ojos contemplan tus secretos, te busco y tú no estás,
te
busco peregrino y en Roma no te
hallas,
Roma, Roma callada, te rondan las
ausencias de aquellos que te amaron,
Roma, filtro de amor y prenda de
todas las mentiras,
Roma, filtro de amor y prenda de
todas las promesas.
3
Fue para mí La Habana un
sueño adolescente, con su nombre enhebrado a mitos y
delirios
que aún vagan en la
noche por todos sus rincones,
un sueño era La Habana, ay,
Cuba, junto al mar, el mar de la bahía rozando el
malecón,
palabras que acarician al aire
de un requiebro,
a donde yo llegué con el
gordo Lezama una dulce mañana de guayaba y abril:
azul en los balcones y allá,
en la ciudad vieja, el tiempo suspendido y la Prieta Mamey por
la
Plaza de Armas, las sierpes
gongorinas, la papaya innombrable, ancianos que
conjuran la muerte con
palabras, azúcar y toronjas, almizcle y ron de
caña.
Fue para mí La Habana
recorrer El Vedado y acercarme después a la Casa de
América,
con la fiel compañía
de un gato enamorado, mitad cubano y vasco y mitad
catalán,
un gato por sus salas, con Marcia y
con Haydée, un gato perezoso entre hermosas muchachas,
cuando todo era aurora, cuando todo
era mayo, cuando todo era un beso con pintura de añil.
Habana al mediodía clavada
en mi memoria, a punto del derrumbe, orgullo en la camisa
guajira de un poeta que fuma
adormecido de espaldas a Florida,
Habana sin remedio y el hotel
Inglaterra,
un café entre las manos con
Nancy Morejón en la arista de un verso,
Habana por mis venas, para el pesar
morfina,
ciudad donde la piel se vuelve
cataclismo,
ciudad trigueña y
huérfana, los muslos de azabache ciñendo mi
cintura,
ciudad para el retorno,
ciudad donde es posible morir a
media luz.
Esta costumbre mía de
contemplar las cosas con las mismas palabras con que otros las
miraron,
de vivir a la sombra de
música y palabras:
Buenos Aires, Cortázar y
París en otoño, un palo y una soga con Vallejo en un
jueves de
lluvia atormentado; Federico y
Granada: Guillén y Carvajal jugándose los ases
del
aroma; don Antonio en Segovia,
Ignacio en su taller; inocente Lisboa siempre en
llamas, Torga y Pessoa: un ramo
de cilantro; Salamanca y Fray Luis, los años
ignorados que duermen en los
claustros, Aníbal Núñez que arde en su triste
mortaja...
por dios, cuántas
palabras bogando por mis ojos, ay, ay, cuántos silencios al
borde de
un poema,
yo miro con palabras, reconozco en
sus sílabas ciudades y paisajes, descubro nuevamente lo
que siempre he soñado,
lo que ya conocía, la herencia que me arroba, mi
única
riqueza, palabras y palabras,
jardín y soledad, iglesia sin campanas.
Sin destino de estrellas
Caminante perdido sin destino de
estrellas que has llegado hasta aquí,
andariego descalzo que has abierto
el camino trazado en mis palabras, sendero de alondras
mañaneras, de piedra y
lodo al margen del otoño, camino de culebras ateridas por
el
frío invernal de un
abandono,
caminante, mi hermano, que has
llegado hasta aquí, descansa ahora al margen de este
verso,
calma el cansancio de tus pies en
este lado,
serena la canción que vibra
entre tus labios y comparte conmigo su vieja melodía,
ahora que has llegado al final de
la trocha que anduvimos en abrazo de alcohol y promesas
nocturnas,
otros amaneceres cruzando el
horizonte, distintos pasos mas una única esperanza, otro
dolor y
siempre, siempre la misma
herida abierta,
sí, ahora que arribamos al
último recodo de esta senda, sosiega el corazón,
caballo loco,
rienda corta al anhelo por
tantos días perseguido,
ven, escucha lo que quiero decirte
quedo, quedo:
para ti, que no esperas un destino
de estrellas, el testigo abisal de mi memoria, de todo lo que
escribo en esta hora, cuando el
deshielo humedece los barrancos y lloran su desahucio
las madres ultrajadas,
recuento inútil de
años que se fueron, de mujeres que nunca supe que me amaron,
de batallas
perdidas con huellas en la
piel,
para ti, caminante, mi hermano,
para que algún día, desde la sima arcillosa de otro
tiempo,
puedas nombrar mi
ausencia.
Inéditos
[Mientras irreverente el
agua…]
Mientras irreverente el agua impide
las procesiones en Sevilla —inútil tragedia adornada
con
lágrimas gentiles—
y un joven costalero desespera su soledad ante las cámaras,
en
este viernes santo de lirios y
azucenas me arrodillo ante ti:
beso dulcemente los pies como
palomas, tus pies donde comienza el vértigo adormecido
del
deseo, el ascenso hacia la
canción de alminar y amanecida, como jacintos los dedos
de aljibe en agua clara,
agua clara mis besos, saliva para
lavar la piel y la memoria, lavo tus pies como María de
Magdala, agua de rosas y aroma
de azoguejo, mil olores como palomas amarradas a
la agonía del
corazón, saliva y besos para ungir tus pies con mi
delirio,
delirio de cal, tobillos pavonados
en imagen de escarcha, hiriente filo de la muerte, blanca la
muerte, ciega la manzana que
perfilan tus huesos y mis labios recrean, delirio de cal,
perfume de jengibre,
raíz amarga, raíz que
asciende por tus piernas, camino y tregua en busca de una rosa,
nómada entre la
arena, tuareg de los desiertos,
punzón de agua que se clava en la arena, agua sin
cauce para regar la rosa, para
regar el tiempo,
el tiempo, galán de
tafilete, es un reloj dibujado en tus rodillas, reloj de sol,
clepsidra y agua,
reloj de sangre, quiero dar
cuerda a ese reloj para que cante las horas que te amo —
tic-tac—, las horas y los
días —tic-tac—, amante con cadenas, esfera del
ocaso y
luz de seda,
la seda de los muslos cubre el
rostro de mi ansia de ti, ansia y espejo, como verónica que
en
medio del albero quiebra al
toro, mi rostro cubierto por la seda, tus muslos susurran
en mi oído, ay, por el
arco de Elvira quiero verte pasar, para beber tu nombre y
ponerme a llorar, por el arco
de Elvira,
por el arco que abre las puertas de
mi nombre, que abre las puertas de la noche en la ciudad
del aire, ojivas son las
ingles, arco y madera de cerezo, para la redención
madera,
viernes santo en Sevilla,
cirios borrados por el agua, plaza de Santa Cruz y de
rodillas,
de rodillas, sólo ante ti yo
de rodillas en este vía crucis de pasión, mi amor, mi
cruz de mayo,
cruz donde clavar la tarde y mi
deseo, con lirios y azucenas, mientras junto al
Guadalquivir la lluvia deshoja
lágrimas de cera y yo cruzo la puerta que se abre,
última estación,
sagrario y cielo.
[Pulsar la tercera cuerda de la
noche...]
Pulsar la tercera cuerda de la
noche, trémolo que obtura las arterias y derrumba la
muralla
cerrada del horror, ahí
mismo, donde confluyen canción y luna nueva y la boca
se
ciega a causa del miedo y del
uranio, ahí, donde la sombra se vuelve golondrina y se
oyen —lejanos, galope
intermitente— los latidos sin paz de un viejo
corazón.
Pulsar la cuerda primera de la
noche, grito invisible que atraviesa los tímpanos,
quejido
imposible de vino y seguiriya,
dolor y desamparo, miedo y catenaria, ay, sí, pulsar la
primera cuerda del olvido para
cerrar la puerta del recuerdo, aldaba y ronda, obturar
el vuelo de todas las memorias,
en este instante, cuando supuran hiel y cal y canto
las palabras que fueron
esperanza, consuelo y luz, amparo bajo la lluvia terrible de
tu
boca.
Pulsar el bordón que suena
entre las sombras, fuente y mandrágora, sendero y huella, en
esta
noche en que escribo sin pluma
y sin estribos, pan candeal para saciar el hambre,
hambre de ti, color y tiempo,
pulsar el bordón y desenterrar el miedo, yo ya no soy
más que temblor y
espiga, cuánto silencio en la grupa de un verso... pulsar
el
imposible cartílago del
tiempo.
Estoy en esta hora contemplando mi
muerte, la eternidad sin límites que quiebra los
cristales
nublados del modo indicativo,
la cuchilla que saja los tendones del tren y de la
espera, contemplando mi muerte,
velando mi soledad entre dos cirios, un pañuelo
sobre mi rostro yerto,
sí, murió mi muerte y
es este su responso, murió mi soledad y escribo un epitafio,
esquela que
pregone la sosa y el
carburo,
sí, estoy ya muerto y
escribo este poema para dejar aquí, sobre tus manos, mi
sangre y mi
dolor, la tristeza infinita del
perro perseguido, el cansancio del humo, la sal y la
antracita, mi testamento
grabado en piedra y en arcilla, para ti, mis últimas
palabras,
mi último aliento, un
beso adormecido en perfume de absenta, un beso y mil
cadáveres, un beso,
sólo un beso...
[Aunque camine sin
rumbo...]
Aunque camine sin rumbo por el
prólogo inquietante de un deseo, por el prefacio
inútil de los
años que uno tras otro
inevitables pasan,
aunque atónito me pierda en
el acorde culpable de un relámpago, en el relincho impuro de
un
caballo en celo,
aunque cubra mi soledad desamparada
con el hábito azul de las certezas, con la curva
orgullosa donde se oculta el
alma de los dioses,
aunque tapie el vacío de lo
cóncavo con el miedo infantil de lo convexo,
aunque me venza tantas veces el
cansancio,
yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé
de donde vengo.
Mis antepasados sembraron el camino
e hicieron del adobe hogar y amparo, luz del carburo,
esperanza del hambre, mis
antepasados inventaron la vía láctea y la ternura, el
hierro
y la canción en flor de
espiga,
esos muertos míos que
contemplan mi rostro testaron para mí su sufrimiento, el
sudor y el
arado, el corazón
atravesado por gemidos sacrílegos, el calvario del pobre sin
pan y
sin historia,
aquellos hombres labraron mi
conciencia, amasaron mi carne con manos amorosas, manos de
mujeres de eternidad y luto,
manos de madre, de arcilla, de tormento,
mis ojos son reflejo de sus ojos,
mi pan producto de su hambre, mis palabras el grito de sus
labios,
mis antepasados, muertos
míos, hombres de lumbre y carámbano y dolor,
yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé
cual es mi sitio.
La memoria es el territorio de la
ausencia, memoria para tejer el lino y la sarga donde duerme
el recuerdo, ausencia y humo,
piel y escalofrío,
mi memoria se viste de
pretérito para hablarme al oído, muy bajo, un
bisbiseo,
la memoria es la brasa, es el
carro, es la lanza, piedra que golpea sobre el vértigo de
este vivir
a rastras, la dignidad de
quienes no tuvieron otra cosa que su orgullo y su pena,
mi memoria es la llave para abrir
el lugar que a mí me toca, el sitio donde clavar los pies
y
resistir los envites astados
del olvido,
mi memoria es de sangre, roja como
la sangre, como la sangre roja, mi memoria, mi sitio,
yo sé quien soy,
yo sé quien soy y sé
porqué yo escribo.
Para grabar con tinta incandescente
—caligrafía indeleble que mana del espanto— la
palabra
justicia sobre el vientre de
los poderosos, sobre el aterido aguijón del alacrán,
sobre
la frente añil de la
ignominia,
para arropar mi soledad con
frazadas de sílabas, palabras para tapar la oquedad aristada
del
invierno, frío en el
corazón, palabra y lumbre, fuego para derretir los hielos
de
diciembre, solsticio en el
alma, ay, una manta que cubra mi pobre desamparo,
escribo contra el silencio y la
amnesia y el alivio sepulcral de los vencidos, contra la
mirada
tangente del centauro, contra
el gesto otoñal del humillado, contra la luz cenital de
las verdades, contra la hiel
derramada de los patriarcas,
sí, piedra y lignito,
barreno y honda, para vencer el peso insalvable de la muerte, esa
muerte
pequeña que baja las
escaleras a mi lado, que bebe de mi copa, que fuma mis
cigarros, frente a la muerte
escribo para salvar de sus huellas mi camisa,
contigo, con tus
besos, con tu dulce corazón y flor de mayo, a tu lado,
contigo, para ti,
para todos los
que saben del llanto y las ortigas, fermento y cal, de la llanura
interminable
del deseo, para
ti, para ellos, mis versos, mis entrañas, mis caricias, mis
manos,