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ArribaAbajoPolítica


75 - Cuestiones de la Rioja en 1877, 1878 y 1879

Los hechos y sus autores. Buenos Aires. Imprenta de Pablo E. Coni, especial para obras. 60 - Calle Alsina - 60. 1880. En 8.º, 76 ps.


Exposición que D. Vicente Almandos Almonacid, gobernador de la Rioja, hace de los sucesos desarrollados durante el período de su mando, a fin de sincerarse de ataques dirigidos a sus procedimientos de hombre público.

Panfleto de política local, carece de interés fuera de la Rioja, no obstante figurar incidentalmente en él nombres conocidos del resto de la República. Contiene algunos pocos documentos comprobatorios.




76 - Manifiesto del Presidente de la República a sus conciudadanos

Buenos Aires. Imprenta de El Nacional, Bolívar 65 y 67. 1880. En 8.º, 24 ps.


Este manifiesto fue dado por el Presidente Avellaneda en momentos solemnes para el país, cuando   —76→   un partido amenazaba la paz de la República, armándose en son de rebelión contra las autoridades nacionales.

«Pido en nombre del patriotismo y mando en cumplimiento de las leyes que las armas sean depuestas». Nadie obedeció su voz, y la rebelión fue un hecho.

El folleto contiene también el decreto de desarme y la carta de Sarmiento a D. Eduardo Madero, que es el comentario más claro y la razón más convincente de dicho decreto.




77 - Manifiesto al pueblo de la República

Buenos Aires. Imprenta y librería de Mayo, de C. Casavalle, Perú 115. 1880. En 4.º menor, 88 ps.


Por disposición de los Diputados nacionales que permanecieron en Buenos Aires no obstante el decreto de 4 de junio de 1880 que ordenaba la traslación de la capital de la República a Belgrano, publicose este folleto, el cual contiene el manifiesto que esos mismos diputados, presididos por el Dr. Manuel Quintana, dirigen al pueblo, ante quien pretenden justificarse; y las actas de sus sesiones con los demás documentos referentes a ese asunto.

Se pisa la arena candente, que dice Estrada. Todo ha pasado, y entre los hombres que firman ese Manifiesto no son los menos los arrepentidos o bastante francos para confesar su equivocación.




78 - Protesta de los expatriados correntinos

Presentada a la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. 26 de abril de 1880. Buenos Aires. Imprenta de El Nacional, Bolívar 65 y 67. 1880. En 4.º, 36 ps.


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El vuelco de la situación política de Corrientes, cuyo gobernador estaba ligado al de Buenos Aires en la rebelión pasada, produjo necesariamente persecuciones en los pueblos distantes y en los primeros momentos, cuando era imposible hacer sentir la eficacia de una nueva autoridad. Los correntinos que abandonaron su patria en esa época presentan su queja a la H. Cámara de Diputados.




79 - Crisis política de la República Argentina

Carta al General Roca por el Dr. D. José Francisco López. Buenos Aires. Imprenta de J. Peuser. Calle San Martín 96, 98, 100. 1880. En 8.º, 9 ps.


Aconseja al general Roca renuncie la presidencia para evitar la guerra civil que amenazaba al país, como si tal renuncia pudiese sofrenar la insensata ambición del Dr. Tejedor. La carta lleva la fecha de 15 de junio.




80 - ¿Qué significa lo que está pasando en la República Argentina?

El odio de un pueblo a la intervención electoral, por B. Vicuña Mackenna. Buenos Aires. Imprenta de Mayo, de C. Casavalle, Perú 115. 1880. En 8.º, 16 ps.


Las palabras del diario «La Nación», con que el Señor Benjamín Vicuña Mackenna encabeza el artículo reimpreso en Buenos Aires, prueban suficientemente su falso punto de partida, del cual son lógicas consecuencias sus más erróneos asertos.

«Ninguno de los que sostienen la candidatura del Dr. Tejedor, dice, ni el candidato mismo, tiene   —78→   vinculaciones de pasión, de amor propio, ni falaces reatos de consecuencia política.

»Es un partido que representa una resistencia, que desaparecería, cesando la causa que la produce.»



Nada de extraño que el diario, órgano del partido nacionalista, aliado del Dr. Tejedor durante su campaña electoral, hablase en esos términos el 6 de febrero de 1880; pero mucho, mucho de extraño que un estadista del nombre del Sr. Mackenna basase sus apreciaciones sobre la situación de la República Argentina, en artículos políticos de acerba parcialidad, recogiendo cargos anónimos de diarios de partido.




81 - Capital permanente de la República en Buenos Aires

Colección de cartas publicadas en «El Siglo» y conferencias dadas en el Club Industrial sobre este punto por el Sr. D. Nicolás Calvo. Volumen III. (1.ª edición) mandada imprimir por D. Eustoquio Díaz Vélez. Buenos Aires. Imprenta de La Pampa, calle Victoria 97 y 99. 1880. En 8.º, 160 ps.


Véase el Anuario anterior, número 260. Esa Colección de cartas dirigidas a «El Siglo», que empiezan el 23 de setiembre de 1878, forma el primer volumen, no habiéndose publicado todavía el segundo.

El presente volumen comprende tres cartas y dos conferencias sobre la cuestión capital. D. Nicolás A. Calvo ha sabido reunir y presentar, con la ligereza y movilidad habituales de su estilo, los argumentos históricos, económicos y políticos que en diversas épocas se han aducido para sostener la conveniencia de la designación definitiva de capital   —79→   en Buenos Aires. Sus cartas están llenas de datos interesantes, de cálculos y razonamientos que convencen, esparcidos acá y allá, en medio de una hojarasca inútil y de párrafos descosidos o inconducentes.




82 - La decapitación de Buenos Aires

Por Adolfo Saldías. Buenos Aires. Imprenta y librería de Mayo, calle de Perú 115. 1880. En 4.º menor, 16 ps.


Panfleto político sin trascendencia.

Ataca agriamente la solución de la cuestión capital, sin otros argumentos que los de la prensa exaltada de la oposición.




83 - Notables discursos sobre la cuestión capital

Pronunciado por los doctores Alem y Beracochea en la H. Cámara de la Provincia. Buenos Aires. Imprenta de El Economista, calle Alsina 56. 1880. En 8.º, 218 ps.


El Dr. Leandro N. Alem habló un par de días en la Cámara de Diputados de Buenos Aires, de que formaba parte cuando se trató la cuestión capital, y el Dr. Pascual Beracochea pronunció un largo discurso, oponiéndose ambos a la sanción de la ley que federalizaba la ciudad de Buenos Aires. Brillante y fascinador el primero, lógico y estudioso el segundo, los dos agotaron los argumentos conocidos y posibles en servicio de su opinión, desviando insensiblemente el arranque histórico y la tradición de la cuestión capital. Terminada la ardiente discusión, rebatidas total o parcialmente las ideas de estos diputados, sus discursos carecen   —80→   hoy del interés que llegaron a despertar por circunstancias del momento, y se conservan como documentos de la época que ayudarán alguna vez, cuando se escriba esa historia, a salvar inexactitudes o inconsecuencias aparentes hasta para los mismos contemporáneos.




84 - Carta de D. Félix Frías al Dr. D. José María Moreno sobre los últimos acontecimientos políticos

Buenos Aires. 1880. En 4.º menor, 16 ps.


Esta carta, que lleva la fecha de 2 de setiembre, sólo contiene el grito de despecho de un hombre a quien las circunstancias habían colocado más arriba de sus méritos. D. Félix Frías se arranca la máscara al borde de la tumba para mostrarse tal cual es, bilioso, lleno de rencores tradicionales, incapaz de comprender la gran evolución política que termina con la designación de capital definitiva para la República Argentina. Hace una exposición de los acontecimientos pasados, y se muestra parcial, desbordando de sentimientos estrechos, de miras raquíticas. Únicamente tiene palabras de encomio para un hombre que estuvo colocado en situación de ahorrar muchas vergüenzas y prefirió provocarlas, aun a riesgo de no conseguir salvar su nombre del eterno olvido que ha empezado a desplomarse sobre él. D. Félix Frías no tendría eco fuera del Dr. José María Moreno.




85 - Actualidad política. Consideraciones por un hombre del pueblo

Buenos Aires. Imprenta de La Tribuna, Victoria 41. 1880. En 8.º mayor, 23 ps.


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Es una breve exposición de los últimos acontecimientos políticos desde la rebelión de 1874, llegando a estas conclusiones:

«Mayoría indiscutible del general Roca para presidente de la República.

»No hay tal liga de Gobernadores-decantada frase de la oposición.

»El Presidente Avellaneda nada ha hecho en favor de la candidatura Roca, puesto que las medidas a que los adversarios atribuían ese fin, están justificadas por el general Sarmiento en su carta doctrinaria al Sr. Madero».



Este folleto es escrito y publicado antes de la reunión de electores. Su autor: Santiago Elejalde.




86 - Noticia exacta de la campaña realizada por el ejército de la Provincia a las órdenes del coronel D. José I. Arias en Junio de 1880

Mercedes. Imprenta de El Oeste, Boulevard Mercedes núm. 80. 1880. En 8.º, 92 ps.


Desde los sucesos de la noche del 1.º de junio, cuando un gobernador que se había declarado contrabandista se apodera de armas depositadas en buque de la nación, hasta la renuncia de ese mismo gobernador a quien la historia juzgará más severamente que los contemporáneos; los sucesos inicuos de seis meses de enceguecimiento están esbozados en este folleto, con las omisiones y falsedades consiguientes a una parcialidad propia del más acerbo partidista. Cada capítulo es un artículo de diario bajo -elogios desmedidos y diatriba insolente-. No hay una página que sobresalga, no hay un rasgo de altura e intención moral: falta de verdad   —82→   en el fondo e incorrección en la forma; monotonía de estilo e ignorancia del derecho. Termina como es consiguiente, con la pintura del pueblo, oprimido por tanta iniquidad; pero el autor confía en la justicia -en la justicia reparadora para los que pisotearon las leyes y humillaron al pueblo.




87 - Mensaje del Gobernador de la Provincia a la Honorable Asamblea Legislativa

Buenos Aires, 1.º de Mayo de 1880. Buenos Aires. Imprenta de Martín Biedma, calle Belgrano números 133 y 135. 1880. En 4.º, 59 ps.


Escrito por el Dr. Carlos Tejedor. Las circunstancias políticas y las absurdas teorías del gobernador de Buenos Aires, que hasta sostenía el derecho de la provincia para contrabandear armas, han hecho conocer demasiado este Mensaje.




88 - Mensaje del Poder Ejecutivo al abrir las Sesiones de la Legislatura de la Provincia

Enero 1.º de 1880. Tucumán. Imp. de La Razón, Laprida números 73 y 75. En 8.º, 229 ps. y varios cuadros estadísticos


Trabajo detenido y bien documentado con una serie de anejos y memorias parciales, presentado por el gobernador delegado Dr. J. M. Astigueta.




89 - Mensaje del Gobernador de la Provincia a las Honorables Cámaras Legislativas al abrir sus sesiones ordinarias en octubre de 1880

Salta. Imprenta del Comercio, calle General Alvarado n. 140. 1880. En 4.º, 16 ps.


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Presenta a grandes rasgos la situación de la provincia de Salta.




90 - Mensaje del Presidente de la República al abrir las sesiones del Congreso Argentino en mayo de 1880

Buenos Aires. Imprenta de El Nacional, Bolívar 65 y 67. 1880. En 4.º menor, 56 ps.


Fue este mensaje el último del gobierno del Dr. Avellaneda y puede propiamente considerársele un cuadro de los seis años de su presidencia, más que un simple mensaje de apertura del Congreso. Trabajo serio y concienzudo, está redactado con una belleza de forma que en algunos párrafos disiente, por su excesiva galanura, de la severidad de un documento oficial.




91 - Discurso del Brigadier General D. Julio A. Roca al recibirse de la Presidencia de la República ante el Congreso Argentino el 12 de octubre de 1880

Buenos Aires. Imprenta de Pablo E. Coni, especial para obras. 60 - Calle Alsina - 60. 1880. En 4.º menor, 16 ps.


El discurso del general Julio A. Roca al recibirse del mando el 12 de octubre de 1880, es el programa de gobierno más amplio y lleno de franqueza que se haya presentado nunca al H. Congreso. Exposición sin fantasías de la situación del país y de los medios de engrandecerlo, ha merecido el aplauso de todos, nacionales y extranjeros, y ha sido comentado en Europa, como en el seno mismo de la República Argentina. «Paz y administración», he ahí lo que ofrece el nuevo Presidente y está dispuesto   —84→   a cumplir -paz, que es base de progreso; administración, que es base de prosperidad y riqueza.




92 - Nirvana

Estudios sociales, políticos y económicos sobre la República Oriental del Uruguay por Ángel Floro Costa (abogado). Buenos Aires. Editor. Imprenta de El Mercurio, Alsina 272. 1880. En 8.º, X-384 ps.


«Hay en los viejos libros de la India, una filosofía útil y cómoda a la mente, cuando ha sido trabajada por el desencanto y herida por el triunfante rayo de la mentira y la barbarie.

»Esa mentira es el aniquilamiento estático del espíritu por las iluminaciones panteístas de la ciencia.

»Especie de sonambulismo seráfico, o mejor dicho de catalepsia voluntaria que nos sustrae a las realidades dolorosas del mundo en que vivimos, y nos circunda de luz en la intimidad de nuestra propia conciencia. -Es el Nirvana [...]

»¿No será acaso el Nirvana lo que habrá empezado a invadir ya mi espíritu?

»¿No será él lo que invade ya los espíritus selectos de mi patria?».



Con esas palabras termina su obra el Dr. Ángel Floro Costa, y explica su título que no corresponde, ciertamente, al contexto del libro, ni a las materias en él aglomeradas.

De cuantos trabajos han visto la luz pública en ambas orillas del Plata, de algunos años acá, ninguno tan discutido y fustigado como el Nirvana. Publicose en Buenos Aires; pero su boga fue exclusiva de Montevideo, donde la prensa se apoderó de   —85→   él para deshacerlo pieza por pieza, creyéndose herida por más de una apreciación dura, por más de un juicio atrevido, por más de una agria alusión, consignadas en las páginas de esa obra sin unidad, aunque fresca y vigorosa.

Las dos primeras partes, de las tres que constituyen el volumen, es personal y desprovista de verdadero interés, salvo para los que hayan seguido atentamente las pequeñas revueltas, las oscuras rencillas, las miserias y las apostasías de todo género que se han producido en la vecina República y que tan triste suerte le vienen deparando.

La tercera parte, que se titula El pasado, el presente y el porvenir, estudia histórica y filosóficamente los orígenes de la nacionalidad oriental, pinta su actual situación, sombría y descarnada, y analiza las únicas soluciones que caben en la vida malsana de ese pueblo querido -el afianzamiento de su independencia, su anexión a la República Argentina o su absorción por el Brasil-. El autor acepta cualquiera de las dos primeras soluciones, aunque cree que la última se realizará fatal e ineludiblemente.

De uno de los juicios más desapasionados de la prensa oriental, tomo las siguientes palabras, todavía severas, pero no desprovistas de exactitud, para dar idea de la forma singular del Nirvana:

«Hay en él destellos de un talento superior al lado de inconcebibles caídas: lo profundo se codea con lo grotesco, en un compañerismo que asombra. -El sabio inicia una revelación científica, y el dulcamara, literariamente hablando, os hace luego una pirueta indigna. Sancho da comienzo a juiciosas observaciones prácticas, y Falstaff lo interrumpe con vulgaridades cínicas. Hay mucho de sonambulismo seráfico -idealidades que vagan por horizontes   —86→   muy altos-; pero hay también sonambulismo que parece más bien somnolencia de pocilga. -Hay mucho arranque, mucho vuelo de inspiración y de estudio, pero se descubre en medio de todo eso que ciertos órganos del alma viven en absoluta y deplorable catalepsia».



Tal es, sin exageración, ese libro que tanto ha llamado la atención en la República Oriental, pasando casi desapercibido entre nosotros, no obstante las graves cuestiones que aborda, ligadas con intereses comunes y referentes a complicaciones internacionales.

Debo hacer aquí una rectificación personal. El Dr. Alberto Navarro Viola ha nacido en Buenos Aires, no en Montevideo como lo asegura el autor al hacer argumento de la ingratitud de los que «han dado la espalda a las brisas inhospitalarias de la patria».




93 - Una polémica en la edad de piedra

Colazos de Nirvana. Buenos Aires. Imprenta del «Mercurio», Alsina 270 y 272. 1880. En 8.º, 108. ps.


Entre los rudos ataques de que fue objeto Nirvana del Dr. Ángel Floro Costa, descuellan por su virulenta acritud los que le dirigió en «El Plata» de Montevideo el redactor de ese diario, Dr. Carlos María Ramírez. El Dr. Costa ha reunido en este folleto los cargos que le fueron dirigidos y las réplicas o sinceraciones con que los contesta. Apreciaciones de hechos -por más que algunos de ellos revistan carácter público-, adolecen de todas las desventajas y repugnancias de la discusión personal exacerbada; y el Dr. Costa ha tenido la buena   —87→   inspiración de colocar en la carátula del folleto, a manera de epígrafe, este párrafo de la conferencia del Dr. Ramírez sobre D. José Pedro Varela:

«Hay en nuestra raza un defecto de que debemos curarnos: somos intemperantes en la crítica, implacables en el ataque personal, y al mismo tiempo muy parcos en el elogio justo y muy avaros del homenaje desinteresado».






94 - Disraeli y Gladstone

(Estudio político). Buenos Aires. Imprenta de El Economista, Alsina 56. 1880. En 8.º, 36 ps.


El doctor Onésimo Leguizamón se ha servido para la confección de este folleto de los datos y observaciones de los capítulos que sobre Lord Beaconfield et son temps, publicó Cucheval-Clarigny en la Revue de deux mondes, capítulos que están hoy reunidos en un volumen.

La parte original de su estudio consiste especialmente en la aplicación de los principios y tendencias de la política inglesa a la política argentina y en la comparación de los grandes hombres de Inglaterra con los hombres que han descollado en nuestro país; llegando, en definitiva, al cotejo de Sarmiento con Disraeli. «Hombres de gran carácter uno y otro, dice, el espíritu de polémica y de contradicción al lado de ciertas tendencias autoritarias y conservadoras que se descubren en el fondo de su organización, son los rasgos salientes de ambas fisonomías morales».

Este trabajo es a la vez biográfico, histórico y político, prevaleciendo el último carácter.





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ArribaAbajoHistoria - Biografía


95 - El Investigador

Correspondencia entre americanistas, literatos, educacionistas, curiosos, empleados, etc. -Directores propietarios Juan A. Alsina-T. S. Osuna. Año 1880. Tomo I. Buenos Aires. Dirección en la Imprenta de Juan A. Alsina, calle de México núm. 635. En 4.º menor, 556-XX ps.


La colección de El Investigador, correspondiente al año 1880 y que forma el primer volumen, contiene próximamente 400 preguntas, contestadas en su tercera parte, y verdaderas curiosidades literarias e históricas, documentos desconocidos o inéditos, etc. Algunas contestaciones son de indiscutible mérito y revelan en sus autores hombres de estudio que se preocupan de divulgar lo que saben en bien de los que desean aprender.

Las preguntas suelen pasarse de interesantes, convirtiéndose en fútiles o estrafalarias; pero las respuestas no exceden la conveniente mesura en publicaciones de este género, que ponen la erudición de pocos al alcance del anhelo de muchos.

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La obra emprendida por los Señores Juan A. Alsina y T. S. Osuna no ha sido merecidamente ayudada, y acaso gran parte de los que conocen su existencia ignoran aún las ventajas de esas entregas quincenales que pueden llegar a convertirse en un repertorio de ilustración americana.




96 - Revista de la biblioteca pública de Buenos Aires

Fundada bajo la protección del gobierno de la provincia por Manuel Ricardo Trelles. Tomo II. Buenos Aires. Imprenta y Librería de Mayo, de C. Casavalle. Perú 145. 1880. En 4.º, 507 ps.


El incansable anciano D. Manuel Ricardo Trelles continúa la publicación de la Revista que fundó el año anterior. Véase el Anuario de 1879, número 104.

Los materiales que contiene este segundo tomo son variados y de interés histórico; de suerte que la Revista conserva su primitivo carácter, constituyendo una verdadera gloria para su autor que afronta las dificultades de publicación tan ardua.

El estudio del Señor Trelles sobre Diego García -V. el Anuario de 1879, núm. 103- ha originado una réplica del Sr. D. Luis L. Domínguez, la cual ocupa las primeras páginas del tomo, seguida de notas eruditas con que el Sr. Trelles se propone rebatir ese trabajo. El las no alcanzan, sin embargo, a modificar la opinión emitida respecto de Diego García. La incuestionable competencia del Sr. Trelles pesa como un buen argumento; pero no convence; y aunque el Señor Domínguez nada adelanta sobre lo ya conocido en esa parte de nuestra historia, «su punto de partida es tan claro y su itinerario al través del tiempo tan seguro, que fácilmente demuestra   —91→   la verdad no negada hasta hoy sino por nuestro distinguido investigador, que esta vez ha inventado un problema para proporcionarse el placer de resolverlo».

Bajo el rubro de títulos territoriales, publica una serie de veinticinco documentos, más o menos, relativos todos a tierras de las provincias del interior y de Buenos Aires -documentos importantes que el Sr. Trelles ha copiado pacientemente y con frecuencia ha tenido que rehacer por completo.

Las tres actas de fundación de Poblaciones en Cuyo, copiadas de los testimonios auténticos que se guardan en el Archivo de Indias, prueban que la Ciudad de Mendoza fue primitivamente fundada por el Capitán Castillo en 1531, y trasladada a lugar más adecuado en 1562 por su sucesor el Capitán Juan Jufre, quien le dio el nombre de Resurrección; siendo él también el fundador de San Juan de la Frontera en el mismo año. Acompaña la traza de la Ciudad de Mendoza en 1561, un cuadro de la repartición de tierras a los pobladores y el plano de San Juan de la Frontera.

Viene en seguida el acta de fundación de la Ciudad de la Concepción del Río Bermejo en 1585.

Los Acuerdos de Cabildo continúan la sección abierta en el Registro Estadístico de Buenos Aires, de 1863, dirigido por el Sr. Trelles, y que tiene por objeto dar a luz los acuerdos más antiguos que se conservan del Cabildo de esta Ciudad. En el Registro Estadístico llegó hasta las actas de 1615; pero un capricho de la Municipalidad, en cuyo poder se encuentra el Archivo del extinguido Cabildo, impidió al Señor Trelles seguir sus investigaciones. Hoy parece resuelto a no volver sobre ellas, y anuncia que se limita a publicar las actas que tenía ya descifradas.

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La Degollación de Charrúas es un bello episodio histórico escrito en 1875. El autor ofrece dar en uno de los próximos tomos de la Revista, todos los comprobantes de esta narración de un atentado cometido por los españoles a principios del siglo XVIII.

Los documentos sobre Santa Fe de la Vera Cruz, reconocimiento del Río Negro en 1798, El Alto-Perú hasta 1825, y especialmente la Memoria del gobernador del Río de la Plata Don Francisco de Bucareli y Ursua a su sucesor Don Juan José de Vértiz, son de incuestionable importancia para la historia patria como para la historia americana. Su aparición acredita una vez más la paciencia y el tino del Señor Trelles en la investigación y estudio de nuestros archivos.

Esta breve reseña, da apenas una idea del contenido del segundo tomo de la «Revista». Ante una obra de tan inmensa labor, el hombre estudioso se explica el filosófico alcance del epígrafe de Isaac Newton con que el Sr. Trelles encabeza su nueva publicación:

«No sé lo que el mundo pensará de mis trabajos; pero para mí tengo que no he sido más que un niño que se divierte a orillas de la mar, y encuentra ya una piedrecita tosca, ya una conchita más agradablemente variada que las demás, mientras que el gran Océano de la verdad se extendía inexplorado ante mi vista».






97 - Américo Vespucio

Por Gregorio Pérez Gomar. Precio 30 $ m/c. Buenos Aires. Imprenta de la Ondina del Plata, Santiago del Estero 176. 1880. En 4.º menor, VII-146 ps.


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El Dr. Gregorio Pérez Gomar emprendió este trabajo en Florencia, patria de Américo Vespucio, pues suponía, como lo dice en el prólogo, que allí «debían hallarse los datos suficientes para determinar la misión que éste había desempeñado en el descubrimiento de América»; y lo ha terminado en Buenos Aires a fines de 1879.

Los siete primeros capítulos de su obra están exclusivamente dedicados a Colón: narran sus peregrinaciones antes del descubrimiento de la América, sus aventuras en las cortes europeas, el descubrimiento y los cuatro viajes que realizara hasta su muerte. Desde el capítulo VIII empieza a ocuparse de Américo Vespucio, nacido el 9 de marzo de 1451; da detalles acerca de su infancia, sus obras, su viaje a España; observa el silencio o deficiencias de los historiadores contemporáneos -Pedro Martire, Dacada Mosto, Fernando Colón, González de Oviedo, Francisco López de Gomara, etc.- para concluir que «Américo Vespucio es el solo historiador original de sus propios descubrimientos, puesto que lo que los otros historiadores de las demás naciones dijeron respecto de ellos, no fue sino copiado o sacado de las relaciones que él mismo escribió».

El capítulo X tiene la más alta importancia, pues sirve de clave a los capítulos siguientes. El historiador brasilero F. A. Varnhagen, que ha escrito sobre Vespucio, con ánimo de conciliar las contradicciones que resultan en su vida de la comparación de diversos documentos, piensa que el único auténtico es la carta de Vespucio a Pedro Soderini, Gonfaloniero vitalicio de la República Florentina, y en la cual refiere sus cuatro viajes -los dos primeros en naves españolas y los dos últimos por orden del Rey de Portugal-. El Sr. Pérez   —94→   Gomar acepta, por el contrario, la autenticidad de la carta dirigida a Lorenzo de Medici, de la que se encuentra un códice en la Biblioteca Ricardiana de Florencia, y cuyos datos y contenido concuerdan con la relación de Herrera, en tanto que la carta a Soderini «no concuerda con ningún otro documento, ni existe en Italia códice alguno con que poder confrontarla». El autor trascribe ambas cartas en el apéndice.

Tomando, pues, rumbo opuesto a Varnhagen, el Sr. Pérez Gomar sigue los viajes de Vespucio y tiene con frecuencia ocasión de criticar al historiador brasilero, tanto en la determinación de las fechas y de los puntos descubiertos, como en el número mismo de los viajes que aquél pretende extender a cinco o seis, no siendo más que cuatro, hasta la muerte del ilustre florentino, acaecida en Sevilla el año 1512, después de haber obtenido el título de Piloto Mayor de Castilla.

Este trabajo termina con un estudio sobre el nombre de América -nombre que apareció por primera vez en una carta geográfica publicada el año 1535-. «Bien miradas las cosas, dice el autor, ni Colón, ni Américo tenían un derecho perfecto a cubrir con sus nombres la inmensa extensión de los continentes americanos, si este derecho debiese derivar de la prioridad del descubrimiento o de la exploración completa de sus costas». Y cierra su libro con el siguiente paralelo:

«Entre Colón y Vespucio había esta diferencia: aquél tenía genio, le devoraba una ambición inmensa, y a las borrascas de su alma respondían las borrascas de su suerte. Hoy el apoteosis, mañana las cadenas y la cárcel; hoy la embriaguez del triunfo y del mando; mañana la humillación del motín y la profanación de la canalla; hasta en su   —95→   vida privada se alzan y se abaten estas ondas de la fortuna: hoy la fatiga del peregrinaje, la amargura de la viudez; mañana el reposo entre los jardines de Andalucía y los poéticos amores de una de esas mujeres de alma ardiente y de seductora belleza. La vida de Colón es el drama de la alta vida del genio, semejante a las calmas y a las borrascas del alto Océano.

»Vespucio no tenía genio, ni ambición; por eso no nos queda de él sino la historia desmantelada de sus descubrimientos. Interroga a las estrellas, sorprende la conjunción de los astros y calcula fríamente las distancias, graba sobre el papel el perfil de las costas que descubre, y acepta resignado la misión de señalar a los nuevos descubridores el itinerario que debían seguir. Por eso Vespucio ni sube a las alturas de la gloria ni desciende a los abismos de la contrariedad.

»Pero nadie puede despojarlo del mérito de ser uno de los que más colaboraron al descubrimiento de la América, y su nombre, aunque no designase los más grandes continentes del mundo, estaría siempre bien colocado al lado de los nombres de Toscanelli y de Colón».






98 - Historia de los gobernadores de las provincias argentinas

1810-1880. Precedida de la cronología de los adelantados, gobernadores y virreyes del Río de la Plata. 1535-1810, por Antonio Zinny. Tomo II. Antigua Provincia del Tucumán-Provincias centrales y andinas. Buenos Aires. Imprenta y librería de Mayo, de C. Casavalle, Editor, Perú 115. 1880. En 8.º, 718 ps.


A propósito del tomo primero de esta obra, di una idea general de su forma y desarrollo, en el número   —96→   106 del Anuario anterior; de suerte que debo limitarme a una simple noticia bibliográfica del contenido del segundo tomo.

Abarca la antigua provincia del Tucumán y las provincias centrales y andinas -Córdoba, Tucumán y Santiago del Estero-; comenzando con los descubridores, conquistadores y gobernadores del Tucumán, siempre en el orden cronológico que se ha marcado, desde don Diego de Rojas -1512-43- hasta el coronel don Andrés Mestre, último gobernador de la antigua provincia y primero de la Intendencia de Salta.

En cuanto a las provincias centrales, se ocupa:

1.º de Córdoba: desde el primer gobernador intendente, coronel don Rafael de Sobremonte -1778- y continuando con los gobernadores y capitanes generales que llevan esos títulos desde 1820, hasta el gobernador actual, Dr. Miguel Juárez Celman, cuyo discurso de recepción aplaude el señor Zinny como programa de gobierno, con excepción de una frase, «que respira guerra» dice él, cuando sólo es la enérgica protesta de adhesión a las instituciones, pronunciada por un gobierno que ha sabido cumplirla fielmente.

2.º de Tucumán: desde el presidente del Cabildo, don Clemente Zavaleta -1810-, teniente gobernador en 1812, y los gobernadores intendentes que empiezan con el coronel Hilarión de la Quintana -1814- hasta el Dr. José María Astigueta, ministro de D. Domingo Martínez Muñecas y «su delegado durante una corta ausencia, desde 31 de diciembre de 1879 hasta mediados de enero de 1880».

3.º de Santiago del Estero: desde don Domingo de Palacios, presidente de la municipalidad -junio   —97→   13 de 1810-, hasta don Pedro Gallo que se recibió del mando el 1.º de diciembre de 1879.

Encabeza cada una de esas secciones el acta respectiva de fundación, y las primeras páginas del libro están destinadas a suministrar algunos datos históricos y ofrecer varias rectificaciones al primer tomo, siendo la más importante de ellas la trascripción del acta de fundación de la ciudad de Buenos Aires, tomada del libro del Dr. Vicente G. Quesada, La Patagonia y las tierras australes del Continente Americano, por haberse dado como tal en el primer tomo de la Historia de los gobernadores, lo que no era sino el acta de los repartimientos.

Si asombro causaba la crónica prolija de los gobiernos del litoral, no cabe forma alguna de admiración por la paciencia sobrehumana del mismo autor, que ha reunido tantos o más completos detalles sobre las tres provincias de que se ocupa, más distantes y abandonadas y menos susceptibles, por lo tanto, de las investigaciones a que se prestan los archivos de los pueblos cuya comunicación con la capital se ha mantenido casi constantemente expedita.

El resumen escrupuloso de documentos de todo género a que se dedica el Sr. Zinny para la compilación de su obra, garantiza su veracidad en la exposición de los hechos, tanto más cuanto que especialmente en este tomo habla sin pasión, aun de los días próximos; y su libro -no sólo de consulta, sino también de estudio como otra vez lo he dicho- alcanzará a ser en algunos casos y para épocas determinadas, un hilo de Ariadna con cuyo auxilio se pueda abandonar el laberinto de las pequeñas reyertas y de los pequeños caudillos y respirar el aire libre de la nacionalidad argentina.



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99 - Monteagudo. Su vida y sus escritos

Por Mariano A. Pelliza. Tomo primero 1785-1815. Buenos Aires. Carlos Casavalle, editor. Imprenta y librería de Mayo, calle Perú 115. 1880. En 8.º, 352 ps. -Tomo segundo 1816-1825. 338 ps. y retrato de Monteagudo


Tenemos al señor Mariano A. Pelliza dentro de su jurisdicción.

Ha nacido para escribir historia, y no debe arredrarse, aunque se crea obligado a sentar, a cuenta de aforismo o reflexión, al comienzo de cada uno de sus libros, el absurdo de que se pierde la verdad, por más que se salve la forma, cuando se escribe la historia a cincel.

Le hemos negado las indispensables condiciones del literato; le hemos negado sobre todo que sea un estilista -V. el Anuario, 1879, número 220-. Ahora tenemos delante al escritor que implícitamente lo reconoce al entregar a las generaciones ávidas de vida intelectual, libros destinados a durar tanto como los nombres casi enigmáticos que aclaran para la posteridad.

Apresurémonos a hacer justicia al expositor recto, de criterio sano e imparcial, que no teme afrontar las más serias empresas, entregando su labor cuotidiana al fallo severo de los que piensan y a la benevolencia de los que aman la patria.

Hasta ahora sólo existían dos biografías, propiamente tales, de don Bernardo Monteagudo, la del salteño Juan R. Muñoz Cabrera, ciudadano de Bolivia, publicada en 1859 con el título de Vida y escritos de don Bernardo Monteagudo, y la de don Íñiguez Vicuña, impresa en 1867. Muchos escritores se han ocupado incidentalmente de esa figura de fulgores y tinieblas, de ese republicano de alma espartana, que consagró su existencia a admirar el sable, la fuerza y el éxito, como lo reconocen sus   —99→   más entusiastas defensores; «carácter sombrío, implacable y formulista, alma soberbia y opaca», como lo ha calificado el Dr. Vicente F. López.

Vicuña Mackenna, Paz Soldán, Amunátegui, López, Mitre, Barros Arana, Juan María Gutiérrez en un trabajo especial, y tantos otros escritores sobresalientes han estudiado bajo diversos aspectos al célebre tribuno tucumano, sin alcanzar ninguno de ellos a presentarlo en la plenitud de su influencia revolucionaria, bajo las múltiples faces de su asareada carrera.

Pelliza se ha servido de esos datos, de las curiosas colecciones de periódicos y manuscritos que le han facilitado Lamas, Casavalle, René Moreno, para seguir paso a paso al doctor de Chuquisaca, desde su origen oscuro y de difícil determinación, hasta su muerte misteriosa, no sin algunas soluciones de continuidad, que tal vez nunca se salvarán, en la vida pública de ese hombre, y no pocas deficiencias en su vida privada, en su vida íntima, que aclararían, acaso, si fuese dado llenarlas, ciertas aberraciones de su carácter y veleidades pueriles de su inteligencia.

El análisis de las opiniones predominantes sobre el origen de Monteagudo, sus estudios, la revolución de Chuquisaca, la insurrección de la Paz, su prisión y su fuga, los sucesos políticos del alto Perú, su llegada a Buenos Aires donde se le confía la redacción de la «Gaceta» de los viernes, su naciente influencia en la sociedad patriótica, su propaganda comprometedora, la Logia Lautaro, el «Mártir o libre», la reacción española, Alzaga, Monteagudo juez, la revolución de octubre, la primera Asamblea popular, las derrotas de la revolución americana, la expatriación de Monteagudo, su correspondencia con Rivadavia, su vuelta al Río   —100→   de la Plata, su puesto de auditor de guerra en Chile, sus relaciones con O'Higgins, el acta de la Independencia de Chile, Cancha Rayada, el proceso y muerte de los Carrera, el destierro de Monteagudo de las provincias argentinas, Irisarri, Ordoñez, el «Censor de la Revolución», el triunfo de la expedición al Perú, el gobierno protectoral de San Martín, Monteagudo Ministro de Guerra y Marina, los cargos que se le formulan, su destierro, su regreso a Lima, su plan de confederación continental, su muerte; todo pasa como los mirages de un variado caleidoscopio, permitiéndonos ver parcial y fragmentariamente al hombre extraño que merece, con las desigualdades de su carrera rápida, llenar estruendosamente un jirón de la historia, sin haber legado más que el orgullo de su nombre y escritos en su mayor parte de ocasión, pero que ponen de manifiesto el temple de su alma y sus indisputables cualidades de publicista.

Reunida la sección biográfica de cada volumen, suma próximamente unas trescientas páginas, ocupando el resto las producciones de Monteagudo, que dan mayor atractivo a la obra, aunque se hubieran podido reducir a menor proporción, pues entran en las publicadas no pocas de escaso interés histórico y de mediano mérito literario. Sea como sea, ellas completan el trabajo de Pelliza, pues le sirven de nota y comentario, a manera de aclaración de sus referencias, tanto en la primera época que empieza con su artículo de iniciación en la Gaceta de Buenos Aires, el 29 de noviembre de 1811 y alcanza hasta el año 1815, como en la segunda, que termina con el famoso Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos, y plan de su organización.

Entro en estos pormenores de pura bibliografía,   —101→   porque supongo que la obra en cuestión ha sido una de las menos hojeadas del año 1880: pertenece a la literatura seria y presenta demasiado volumen al aficionado audaz.

Sin embargo, puede aconsejarse su lectura, con la convicción de que ella ha de satisfacer muchas exigencias.

Aparte de las consideraciones que me merece el autor y de las apreciaciones generales que dejo consignadas sobre esta biografía, debo señalar el último capítulo como uno de los más bellos y más acabados, propiamente grandioso. En ninguna otra parte son tan discutibles y han sido tan contestados los hechos que refiere, porque si hay sombras en el nacimiento de Monteagudo, capaces de desorientar la sensatez de los críticos, densas tinieblas envuelven el misterio de su muerte. Pero la ojeada que arroja sobre el plan de confederación continental y, por decirlo así, sobre la inteligencia política del autor de ese proyecto, haciendo insensiblemente una síntesis, erizada de dificultades, de su vida infatigable y de sus tendencias americanistas, revelan plenamente las dotes distintivas de Pelliza, y realzando su obra, cuya concepción se destaca luminosa, deja perdidos en el fondo oscuro los pequeños defectos de una confección trabajada.

«Moreno, dice en el hermoso paralelo de ese capítulo, combatió el pensamiento de confederar la América, basado en razones que el tiempo ha reconocido sabias.

»La democracia, que era su ideal, habría quedado expuesta a la resolución de hombres y pueblos que no trepidaron en plantear el cesarismo, despojando a la revolución de su primer prestigio: la libertad.

»Monteagudo fue siempre en política un rival   —102→   de aquel ilustre ministro, y como carácter era su perfecta antítesis. Moreno había nacido para mandar, para imponer el sello soberano de su talento a los hombres, a las cosas y a los hechos. Era secretario de la Junta, y la gobernaba; no era soldado, y su genio improvisó la primer victoria sobre el alto Perú. Monteagudo no sabía imponerse, le faltaba algo en su equilibrio moral, y poseyendo condiciones sublimes y extraordinarias aptitudes como hombre de Estado, fue siempre personaje de segundo término».



Estas pocas líneas terminan la disección. Nada hay oculto ya de ese cadáver extendido sobre la mesa del anfiteatro. Han pasado delante de la imaginación del lector las flaquezas y las energías del mulato de Tucumán: está perfecto porque nada humano le falta.

El distinguido chileno don Benjamín Vicuña Mackenna, que parece dispuesto a sombrear todavía esa visión histórica que considera «la efigie más misteriosa, más siniestra, más extraordinaria, y al mismo tiempo más llena de asombrosas y peregrinas contradicciones», cita con encomio estas palabras del joven Fregeiro -Véase el número siguiente:

«Por la variedad de sus lecturas y la fuerza de sus talentos, Moreno aventaja considerablemente a Monteagudo; era, además, un político de largas vistas y de ojo certero, cuyo rol en los acontecimientos, si hubiese vivido más tiempo, habría sido el de un iniciador, el de un jefe de partido. Monteagudo no pasa de ser hombre lleno de vivacidad y de ingenio, escritor elocuente y patriota convencido, pero voluble y sin iniciativa propia, aunque de una energía terrible y a veces sombría».



Este parangón, que halla tan justo el señor Vicuña   —103→   Mackenna, no difiere fundamentalmente del paralelo de Pelliza que trascribo poco antes; pero contiene exageraciones de detalle y deficiencias en el juicio que están lejos de responder a la verdad del carácter estudiado.

Heme detenido en esta última parte y atribuídole formal importancia, porque la considero la llave que ajusta los datos dispersos, los problemas insolubles, las discusiones fecundas, y dándoles la cohesión que parecía faltarles, convierte esa veintena de capítulos de crítica e investigación histórica, en una completa y bien realizada biografía, la mejor que hasta el presente existe de don Bernardo Monteagudo.




100 - Estudios históricos. Don Bernardo Monteagudo. Ensayo biográfico

Por C. L. Fregeiro, miembro de la Academia y la Sociedad Científica Argentina. Buenos Aires. Igon hermanos-editores. Librería del Colegio, calle Bolívar núm. 60. 1880. En 4.º, 434 ps.


El joven C. L. Fregeiro ha escrito un libro no menos importante que el anterior, sobre Don Bernardo Monteagudo. Él sobrepasa en sus proporciones el modesto título que lleva de Ensayo biográfico, y ha merecido entusiastas y lisonjeros aplausos.

Fregeiro sigue a su héroe, como Pelliza, a través de todas las vicisitudes y dificultades de la vida, viéndose frecuentemente obligado a estudiar circunstancias, hechos, aun épocas, que se alejan más o menos de la persona del valiente tribuno y de su acción directa en los acontecimientos, a fin de poder apreciar con rectitud todo el alcance de su acción y toda la importancia del hombre, dispuesto   —104→   siempre a sacrificar su propia gloria, a desvanecerse en el fondo de la lucha, con tal de asegurar el éxito de sus tendencias y propósitos.

Bajo este punto de vista, ambos libros difieren poco; y en realidad, poco se apartan uno de otro por lo que atañe a la exposición de los sucesos y la apreciación fundamental de las ideas y de los hombres en juego. Pero Fregeiro y Pelliza han tomado rumbos distintos, sino opuestos, para llegar a idéntico resultado; y del método seguido nacen siempre sus divergencias de opinión.

Propiamente, Fregeiro ha hecho un libro erudito. No hay página sin notas. Cada línea lleva su comprobante al pie, su certificado de veracidad, que nadie se preocupará de compulsar, pero que debe producir efecto decisivo en el ánimo de los lectores mal prevenidos o desprevenidos del todo.

Pelliza ha compulsado documentos, tanto o más que Fregeiro, ha consultado fuentes semejantes hasta agotar los materiales disponibles para una obra de este género; y, más avezado a tales estudios, con criterio más hecho, no se ha dejado nunca llevar con ligereza por la letra de una nota o de una carta que puede no ser en manera alguna apócrifa, y estar, sin embargo, contradicha por otras circunstancias mejor probadas, desmentida por otros detalles más dignos de fe.

La investigación crítica acerca de quién sea el redactor de El Independiente de 1815, con que Pelliza ha contestado victoriosamente, a mi modo de ver, la opinión de Fregeiro, que atribuía aquella redacción al doctor don Manuel Moreno, comprueba ese cargo como uno de tantos ejemplos que es fácil tomar en el cotejo minucioso de los dos libros.

La forma documentada -y no es Fregeiro el   —105→   primer escritor argentino que la emplea con escrupuloso cuidado-, no conviene a todos los libros de historia, salvo en la parte discutible o de polémica. El historiador debe estudiar en el secreto de su laboratorio los grandes como los pequeños acontecimientos, para volcar aquéllos en las páginas de su obra con la claridad que a su mente se presentan; y reunir los accidentes, las peripecias, las palabras, las costumbres, los hechos de aparente insignificancia muchas veces determinantes y característicos, como reúne y mezcla el pintor los colores dispuestos en la paleta para presentar sólo el resultado de la operación -el tinte que se desea producir, la verdadera historia; profunda hasta donde alcance la inteligencia del autor; elevada siempre y completa en sus contornos.

Si esta forma independiente que revela la naturaleza íntima, el pensamiento por medio del cual han pasado los sucesos, los hombres y las cosas, reclama notable vigor intelectual y altas condiciones de escritor, la documentación prolijamente seguida requiere no menos movilidad y seducciones de estilo capaces de romper la monótona pesadez de exposiciones sin vuelo.

Ni Fregeiro ni Pelliza son literatos; pero el primero, acaso con más dotes que el segundo, si se considera la dificultad de su trabajo sobre el de Pelliza, se ha separado voluntariamente de la senda que más le convenía, por asegurarse la fama de una imparcialidad irreprochable -condición esencial de un historiador, que puede presumirse y no todas las veces se prueba con la exhibición de documentos.




101 - Centenario de Rivadavia. Oración pronunciada en la plaza de la Victoria de Buenos Aires, el día 20 de Mayo de 1880 al tiempo de presentar la plancha y distribuir la medalla conmemorativa del centenario

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Por Bartolomé Mitre. Buenos Aires. Imprenta de obras de La Nación, calle de San Martín, número 208. 1880. 52 ps.


Salvo ciertas expresiones de novela realista o de muy dudoso gusto literario, tiene el corte y la solemnidad de una oración fúnebre magistralmente desarrollada. La personalidad de Rivadavia se destaca bella y majestuosa, mucho más bella y majestuosa que su verdadera figura en la historia argentina. Hay errores en la vida de los hombres públicos que no es dado a un escritor de pensamiento ocultar ni disminuir, porque son errores que trascienden a generaciones enteras y pueden falsear la base de los acontecimientos humanos.

«Ningún acto se prescribe para la historia, y no caben tampoco perfecciones ideales, cuando el choque de múltiples factores históricos acaba por desfigurar las más bellas fantasías, por humillar las más altivas aspiraciones.

»Rivadavia era un gran corazón y una grande inteligencia -capaz de interesarse por las cosas y las individualidades que lo rodeaban, capaz de comprender las tendencias más recónditas de la voluntad-. Pero desconoció la índole de nuestras agrupaciones sociales; y algo semejante al dolor del arrepentimiento, mezclado con el eureka de la sabiduría, debió cruzar su alma al apreciar por vez primera, en el libro de un viajero, la omnipotencia de las instituciones federales. -Las responsabilidades humanas tienen límite, y es frecuentemente cierto, como asegura el evangelio, que las intenciones salvan.

»Rivadavia era esencialmente liberal y progresista. -Diríase que el soplo del espíritu moderno   —107→   había refrescado su cerebro, y hablándole al oído, iniciádole en el secreto de las reformas que despiertan a los que duermen y purifican a los que están pervertidos. -Pero nunca consignemos, como emblemas de la democracia argentina, los nombres de Moreno y Rivadavia: notas desacordes de intensa vibración; términos de evoluciones que se repelen lo mismo que la acción vivificante de las masas populares y el doctrinarismo intransigente de la aristocracia. -Las olas del océano, que sepultaron misteriosamente al genuino tribuno de la revolución, jamás nos traerían, sobre sus crestas de espuma, la noticia de que hubiera ofrecido coronas, ni entrado en los sigilosos amaños de la diplomacia europea».



D. Bartolomé Mitre equipara a Rivadavia con Moreno en sus tendencias políticas, y por todo reproche a las ideas monarquistas y las combinaciones diplomáticas de su héroe, las llama «nubes pasajeras que cruzaron los espacios de su cabeza». Merecen más fe, como exactitud e imparcialidad de apreciación, las palabras de los párrafos que anteceden, pronunciadas ante la tumba de Rivadavia en nombre de los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, al depositar una corona de plata. El catedrático de historia argentina estaba por ese hecho obligado a no disimular errores ni enaltecer virtudes fuera de medida -a no engañar a los que empiezan el trayecto de la vida de la patria.




102 - San Martín y Rivadavia y la dualidad de su misión en la filosofía política de la historia argentina

Conferencia en la Sociedad literaria alemana del 29 de Mayo de 1880, por el Doctor D. José Francisco   —108→   López. Buenos Aires. Imprenta y Librería de Mayo, de Carlos Casavalle, Perú 115. 1880. (Este folleto es donado por el autor al Hospital Alemán; y se vende a su beneficio en las principales librerías). En 4.º menor, 98 ps.


Como en la mayor parte de lo que se escribe de Rivadavia bajo la impresión de su fama tradicional, exageradamente levantada y sostenida adrede en esa altura por políticos empíricos que parecen temer que se divulguen los errores y flaquezas de nuestros hombres históricos, en el folleto del doctor José Francisco López se hace bastante filosofía sin base de acontecimientos reales, para llegar a la consecuencia ineludible de los méritos asombrosos, estupendos, de ese tribuno que no dejó absurdo por emprender en muchas de las cuestiones trascendentes que abordó durante su gobierno, y que ha llevado la gloria exclusiva de sus actos de acierto, «iniciados por inspiraciones tan altas y tal vez más liberales que la suya».

A propósito de este folleto, dice el Señor Mariano A. Pelliza, a quien pertenecen las últimas palabras trascritas:

«San Martín era un héroe modesto en su grandeza y humilde aun en las regiones de la gloria. Rivadavia no conocía esas inflexiones generosas del espíritu que agrandan aun a los grandes: no admitía consejos de nadie, mientras que San Martín no hacía nada sin consejo.

»Por eso Rivadavia se equivocó casi siempre: no escuchaba a sus amigos, ni quiso escuchar la opinión de sus adversarios, y se gastó infructuosamente para su propia gloria y para su patria».



Si al ocuparse de Rivadavia el autor no ha sabido emplear un severo criterio histórico, que él necesitaba más que nadie para moderar su tendencia   —109→   a las especulaciones ideales, no es dado dirigirle igual reproche por las páginas que dedica a San Martín. Sin embargo, la dualidad esta rota: el ave tiene necesariamente que caer porque ha plegado una de sus alas.




103 - Apuntes acerca de Bernardino Rivadavia

Refutación de los rasgos biográficos del Dr. Gutiérrez, de los discursos funerarios de los Señores Alsina, Mitre, Sarmiento y otros. Montevideo. Imprenta de La República. Propiedad del Sr. Rosete. 1857. En 8.º, 28 ps.


Tiene esta segunda carátula: «Refutación solemne de los rasgos biográficos y discursos escritos y pronunciados en Buenos Aires por los Señores Gutiérrez, Alsina, Mitre y otros con motivo de los funerales de Don Bernardino Rivadavia, basada en hechos históricos, documentos y testigos oculares, de los sucesos políticos de la vida pública del antiguo gobernador de Buenos Aires -escrita por un porteño de nota-. En Buenos Aires 1857».

Editada en Montevideo el año que indican ambas carátulas, esta refutación ha sido publicada de nuevo en Buenos Aires en 1880, con motivo de las fiestas del Centenario. Contrasta notablemente con el discurso de laudatoria académica pronunciado en este acto -V. núm. 101- y que basta por sí solo para hallar justificados los temores que el porteño de nota abrigaba de que se siguiese mistificando a la juventud argentina. Presenta descarnados y sin ambages cargos serios contra D. Bernardino Rivadavia como hombre público, y lo ataca de una manera virulenta y terrible.

Ignórase quien sea el autor de este panfleto.



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104 - El general D. José Artigas. Rectificaciones y juicio crítico sobre la vida pública de dicho personaje

A propósito de las conferencias promovidas por el Doctor J. P. Ramírez, en el Ateneo de Montevideo, y dedicado al distinguido publicista doctor D. Juan C. Gómez por un viejo oriental. Buenos Aires. Imprenta de Pablo E. Coni, especial para obras. 60 - Calle Alsina - 60. 1880. En 8.º, 46 ps.


Esta carta dirigida al doctor Juan Carlos Gómez por un viejo que se dice «merodeador de la historia oriental», recorre la vida de Artigas considerándolo como político y como administrador, para acumular sobre él las sombras de todas las aberraciones y de todos los delitos. Mucho malo se ha dicho sobre el famoso Protector de los pueblos libres que tanto daño causó a la idea revolucionaria y en tan grande peligro la puso; pero nunca se habían reunido en un impreso estas acusaciones, comprobadas algunas por documentos auténticos, y todas expuestas con profusión de detalles minuciosos y en la forma constante de recuerdos personales. Entre el Artigas del doctor José Pedro Ramírez y el del viejo oriental, media el abismo de la desmembración territorial y del sacrificio de la verdad histórica hecha en aras de un falso orgullo nacional.




105 - El General Lavalle ante la justicia póstuma

Por Ángel Justiniano Carranza. Artículos insertos en «La Nación» y enriquecidos ahora con nuevos documentos. Edición dispuesta por algunos patriotas amigos del autor. Buenos Aires. Miguel Macías, editor. Imprenta del Pueblo, Defensa 78. MDCCCLXXX. En 4.º, 392 ps. Con un retrato del general D. Juan Lavalle


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Después de dedicar su obra a dos «beneméritos soldados de la cruzada libertadora de 1840», empieza el señor Carranza por trazar a grandes rasgos la biografía del general Lavalle hasta el combate del Yerbal, del cual regresa herido a Buenos Aires, donde siendo testigo de los sucesos que en esa época se desarrollaban en la capital, mostró su descontento por el orden de cosas establecido y se afilió al grupo que trabajaba por derrocar del poder al Coronel Dorrego, Gobernador legítimo de la Provincia. Jefe del movimiento subversivo con una parte de la tropa a su disposición, obliga al Coronel Dorrego, desprovisto de elementos para combatirlo, a huir, dejando acéfalo el mando. Lavalle, a quien la Junta de representantes nombra gobernador provisorio, informado de que Dorrego reunía milicias en la campaña con la ayuda de Rojas, delega el mando en el Almirante Brown y parte a la cabeza de 600 lanceros y coraceros para impedir se organice la resistencia; consiguiendo derrotar a su rival compelido a aceptar desigual combate en las inmediaciones del pueblo de Navarro. Decidido, sin embargo, Dorrego a no abandonar la provincia sin haber tentado todos los medios sanos, se dirige hacia el Norte, buscando la incorporación del cuerpo del Coronel Pacheco que regresaba de su expedición al desierto. Conseguido su primer objeto, el regimiento de húsares núm. 5.º de línea, acaudillado por sus comandantes de escuadrón, los traidores Bernardino Escribano y Mariano Acha, tomaron las armas con el mayor sigilo, y en circunstancias que Dorrego conferenciaba tranquilamente con el Coronel Pacheco, arrestaron a ambos de improviso. Consumada esta pérfida iniquidad, Escribano se puso en marcha con su presa a la ciudad, adelantando al gobierno la noticia, y permitiendo   —112→   al Coronel Dorrego acompañara dos cartas, dirigida la una a Brown y la otra a Miguel Díaz Vélez, en las que solicitaba hicieran valer su influencia, para que lo dejasen pasar a los Estados Unidos como desterrado, en atención a la lenidad con que había realizado todos los actos de su administración.

Mientras tanto, muchos partidarios del general Lavalle, presintiendo la salvación de Dorrego si llegaba a penetrar en Buenos Aires, por su grande y merecida popularidad, asediaban al Gobernador delegado para que hiciese cambiar el rumbo que traía, y ordenase lo condujeran al cuartel general de Lavalle; y al mismo tiempo aconsejaban a este último, decretase el fusilamiento del preso, propinándole las más bajas lisonjas, propias para acabar de marear al débil y engreído militar.

El Gobierno mandó un chasque a Escribano para que llevase el preso a Navarro, y acompañó varios oficios en los que aconsejaba se aceptasen las proposiciones de Dorrego de retirarse del país por el tiempo que se le indicara; pero los adversarios del ilustre vencido no descansaban, pues veían en el general Lavalle un ciego instrumento de sus cobardes maquinaciones, y reunidos en cónclave secreto, mandaban a toda prisa un chasque con dos cartas, de las cuales entresaco las siguientes líneas dando los nombres de sus autores, tales cuales aparecen en el libro de Carranza:

«Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr está formado; esta es la opinión de todos sus amigos de V., esto será lo que decida de la revolución; sobre todo si andamos a medias.

»En fin, V. piensa que 200 y más muertos y   —113→   500 heridos deben hacer entender a V. cual es su deber [...].

»Cartas como esta se rompen y en circunstancias como la presente, se dispensan estas confianzas, etc.».

Juan Cruz Varela



«No se sabe bien cuánto puede hacer el partido de Dorrego en este lance; él se compone de la canalla más desesperada. Sin embargo, puede anticiparse que si sus esfuerzos son impotentes para turbar la tranquilidad pública, son suficientes, por lo que he visto, para intimidar o enternecer a las almas débiles de su ministro y sustituto. El señor Díaz Vélez había determinado que Dorrego entrase a la ciudad; pero yo, de acuerdo con el señor A. (Aguero), le hemos dicho que dando ese paso, él abusaría de sus facultades, porque es indudable que la naturaleza misma de tal medida coartaba la facultad de obrar en el caso, al único hombre que debiera disponer de los destinos de Dorrego [...].

»En tal caso la ley es, que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución, etc.».

Autógrafo del Dr. D. Salvador María del Carril



Los adversarios de Dorrego consiguieron su propósito de que se le encaminara a un campamento militar, donde sería pasado por las armas por estar así acordado de antemano, según lo confiesa en una de sus cartas el Dr. Carril. Habiendo llegado al campamento de Lavalle, comunicose al preso la orden de muerte, concediéndosele el breve   —114→   término de una hora para preparar sus últimas disposiciones, y al espirar el angustioso plazo fue ejecutado militarmente, sin forma de proceso de ninguna clase, a pesar de los empeños hechos por el general Lamadrid para que Lavalle escuchara a su rival -empeños torpemente rechazados por el vanidoso e inepto vencedor-. El coronel Dorrego murió como un verdadero mártir en momentos en que el sol se nublaba; inspirándose en sus nobles y generosos sentimientos habituales, perdonó a todos sus enemigos y pidió a los amigos no vengaran su incalificable muerte. Un bravo camarada de Dorrego, Lamadrid, ha narrado con colores vivos y detalles conmovedores, los últimos instantes de aquel espíritu fuerte, a quien acompañó hasta la consumación de los hechos. El Sr. Carranza reproduce este capítulo de las memorias del viejo veterano y dos cartas, una de ellas del Sr. Díaz Vélez y otra muy extensa del Dr. Salvador María del Carril, en que aconseja a Lavalle el fusilamiento de Dorrego.

Sabida por todos la noticia de este atentado, causó una sensación profunda.

Nadie esperaba aquel acto de rigor inútil con el primer magistrado que acababa de firmar la suspirada paz con el Brasil y que pudo cometer errores, ofuscado por una ambición inquieta, pero que no por eso dejaba de ser un guerrero ceñido con los laureles de la independencia americana y protegido por el recuerdo de la clemencia y moderación que empleó constantemente con sus adversarios políticos: y unánime y sincero fue el dolor de la ciudad y la campaña, sólo comparable al que produjo en Roma la muerte de Germánico, reconquistador de las águilas de Varo.

A pesar de todo, los hombres de principios del   —115→   partido unitario, que habían preparado la inmolación de Dorrego, la aplaudían con alborozo, como puede verse por las cartas que publica el Sr. Carranza y de las cuales trascribo estos párrafos:

«Señor General [...]

»En este momento veo impreso el oficio que V. ha dirigido al Ministro anunciándole la justa y bien merecida muerte de Dorrego. V. debe saber quizá que no soy lisonjero; pero en este momento quiero que mis sentimientos particulares fueran los de toda la masa de esta población, para manifestarle a Vd. el reconocimiento que inspira un hombre como Vd. etc.».

Juan Cruz Varela



El Sr. Carril, después de conocer la manera salvaje con que se había procedido para el fusilamiento de Dorrego, sin proceso previo, sin forma de juicio de ninguna clase y concediendo sólo una hora de plazo entre la notificación y la ejecución de la orden, sugería el consejo siguiente:

«Mi querido General [...]

»Me tomo la libertad de prevenirle que es conveniente que recoja V. una acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma. El Sr. Gelly se portará bien en esto: que lo firmen todos los jefes y que aparezca V. confirmándolo.

»Debe fundarse en etc.».

Salvador María del Carril



  —116→  

«Mi General y querido amigo [...]

»La familia de Dorrego vino ayer con empeños por licencia para ir a Navarro a conducir el cadáver y darle aquí sepultura. Unos le han dicho que estaba tirado en el campo, otros que confundido en la fosa donde yacían los muertos en la acción. Le respondí a este respecto lo conveniente, y sobre licencia les dije clarito, como acostumbro, que lejos de darla, escribiría a V. que no consintiera tal desatino en el día: que allí había una iglesia donde yo sabía estaba sepultado y que el párroco era su primo. La policía está prevenida de negarle también la licencia».

José Miguel Díaz Vélez



Esto último firmaba sin escrúpulo el amigo a quien había recurrido Dorrego para que intercediera en su favor.

El Dr. Salvador María del Carril comprendía el crimen cometido y la inmensa responsabilidad que caería sobre los que directa o indirectamente habían tomado parte en él, y reiteraba tenazmente sus primeros consejos.

Señor General D. Juan Lavalle

Buenos Aires. 20 de Diciembre de 1828

«Mi querido general: Cuatro palabras sobre la muerte de Dorrego y no más: ella no pudo ser precedida de un juicio, 1.º porque no había jueces; 2.º porque el juicio es necesario para averiguar los crímenes y demostrarlos, y de los atentados de Dorrego se tenia más que juicio, opinión de su evidencia existente y palpable comprobada por muchas víctimas, por un número considerable de testigos   —117→   espectadores y por su prisión misma. ¿No será conveniente dejar a los contemporáneos y a la posteridad, en los mismos esfuerzos que se hagan para suplir las formas que no se han podido llenar o que eran innecesarias en el caso, una prueba viva del estado de la sociedad en que hemos tenido, Vd. y yo, la desgracia de nacer y de la clase del malvado que se ha visto V. forzado a sacrificar a la tranquilidad? ¿Y una acta que contuviese el complot, porque no quiero disminuir nada a la fuerza del término, de los jefes y comandantes de su división; hombres de diferentes circunstancias, independientes muchos; de sacrificar la cabeza de una facción desesperada, votando a unanimidad la muerte, no llenaría bien los dos objetos de mi pregunta? Me hace fuerza la afirmativa, querido general. Pero por más fuerzas que tengan las reflexiones que quedan sentadas, no inducen la necesidad de conformarse con ellas, si no se podía contar con la unanimidad o la mayoría. Contando con ellas, me parece que es más que necesario, diestro y útil hacerlo: la necesidad se deduce de consideraciones abstractas que he indicado; pero la destreza y la utilidad son prácticas, y así llamaré yo al compromiso de los jefes y comandantes en un asunto capital».

Salvador María del Carril

(con iniciales)



El Sr. Carranza, después de haber dado a conocer los consejos que recibía Lavalle de los hombres de principios del partido unitario, por medio de gran número de cartas de la índole de las trascritas, hace una biografía sumaria del Coronel Dorrego, y pretende luego disculpar el crimen de Lavalle, recordando con tal objeto algunos antecedentes   —118→   históricos, como la inmolación de Liniers por la Junta de 1810, la de Alzaga por los triunviros de 1812 y la de Borges por Belgrano. Refiere también muchísimos actos posteriores de la vida de Lavalle para demostrar el arrepentimiento sincero de que estaba dominado, acaso el remordimiento que lo persiguió hasta su muerte. La otra parte de la obra, que ocupa 223 ps. es un aditamento de piezas justificativas, a las cuales se han agregado diversos artículos de la prensa periódica del Río de la Plata referentes a ella.

Como se desprende del extracto que acabo de hacer, el libro de Carranza reconoce por único objetivo justificar la conducta de Lavalle en el fusilamiento de Dorrego, compartiendo entre varios prohombres del partido unitario la responsabilidad de un crimen, que el general Lavalle tuvo siquiera la grandeza de recoger para sí solo, después de haber violado torpemente los principios de la justicia y las formas más elementales del derecho. Si no conociéramos al Señor Carranza como un admirador entusiasta del partido unitario, le supondríamos una habilidad admirable para servirse de la burla y del sarcasmo. Nadie fustiga mejor ni más parejo que él lo mismo que trata de defender; y el partido cuyos méritos y servicios se propone enaltecer, sólo puede agradecerle su buena voluntad, pues recibe con cada una de sus publicaciones, siempre repletas de rica documentación, ataques que envidiarían los más hábiles adversarios por la sincera fe que resalta en ellos, proporcionando datos preciosos para el proceso que no tardarán en levantar las generaciones próximas.

Hasta ahora se creía que la muerte de Dorrego se debía al enceguecimiento de un vencedor impetuoso que en un momento de ofuscación, acaso disculpable   —119→   por el ardor de la lucha y la exaltación de las pasiones, había consumado el atentado; y todos se hallaban dispuestos a perdonar, lamentando la muerte temprana que truncaba una existencia llena de esperanzas para la organización y el progreso de la patria. Pero el Señor Carranza nos patentiza, a la luz de documentos incontestables, que fue, por el contrario, un hecho perfectamente meditado y convenido entre los consejeros y directores de la política triunfante, y nos muestra a Lavalle como un instrumento inconsciente, dúctil para todas las pérfidas maquinaciones.

Este libro arroja sobre un partido entero la mancha que más nublaba el nombre de Lavalle. Su autor cree que éste «aparece puro en su resurrección histórica, y ninguna nube proyectará sobre él la sombra de Dorrego», y que ha llegado la hora de fundir «en bronce eterno la estatua ecuestre del general Juan Lavalle, para entregarla al respeto de las generaciones venideras». Desgraciadamente, las ideas falseadas cunden a la par de las verdaderas, y la juventud de hoy, siguiendo la tradición de sus padres, olvida el nombre de Dorrego para sublimar el de su verdugo. Los servicios de este último a la causa de la independencia, sus intenciones patrióticas, su arrepentimiento prolongado al comprender que había propendido directamente al entronizamiento de Rosas, todo esto unido a algunas bellas cualidades que adornaban su carácter, reclaman la benevolencia de la historia para invocar su perdón y deciden a consagrarle un recuerdo duradero y afectuoso; pero exigir una estatua, presentarlo como modelo a la posteridad, equivale a aplaudir errores que deben ser condenados, equivale a resucitar una época unánimemente vituperada, equivale a renegar de   —120→   nuestros progresos políticos y sociales, porque Lavalle sólo puede servir de ejemplo aterrorizador para los que no conciban cuántos desastres, cuántas funestas calamidades causan sin preverlo los hombres débiles, incapaces de utilizar en beneficio de su patria, las condiciones con que los favoreciera la naturaleza, o que no llegan a realizar, por falta de aptitudes y voluntad, sus intenciones sanas o sus propósitos nobles.

La talla intelectual de Lavalle no sobrepasa en nada a la de cualquiera de sus contemporáneos; los males que causaron sus extravíos oscurecen sus servicios; las ideas que defendía fueron las de su generación; sus horizontes no arrojaron ninguna luz en el porvenir, y su figura y sus obras han tenido teatro suficiente en el pasado. Dorrego, a quien la fortuna fue siempre adversa en vida, se agiganta al lado de su rival e inmolador, a pesar de que la ingratitud de los viejos odios engendrados por nuestras situaciones políticas, lo han seguido hasta su tumba, donde aún espera los respetos que corresponden a sus altos servicios y la reparación que exige su memoria profanada por el tirano mismo que la creía digna de venganza. Apóstol de las ideas a que debe la República su prosperidad creciente, les prestó su elocuencia como tribuno, su talento como militar y su sangre como mártir: se adelantó a su tiempo y la posteridad acató sus fallos. En los momentos aciagos de la lucha, marcó con seguridad los rumbos de la marcha lejana. Su figura se proyecta luminosa en el futuro, después de haberse destacado con brillo en la historia.

La tragedia sombría de Navarro ofrece dos víctimas. Una desaparece en el patíbulo, iluminada por la visión del porvenir y embellecida por la sublime resignación de los que mueren mártires de las ideas   —121→   y de las instituciones; la otra se hunde en la historia prolongando sus días para reparar grandes extravíos e implorar el perdón de las generaciones que le suceden. Hoy es ya tiempo de olvidar al culpable y enaltecer al primero que dio forma a los principios de nuestra inconmovible organización actual.

Para juzgar a nuestros muertos ilustres, desechemos una vez por todas los viejos rencores con que nos contagia la tradición, y sin escuchar los movimientos de nuestra sensibilidad impresionable, proclamemos estrictamente la verdad, en nombre de la severa imparcialidad de la historia. Si nos es imposible destruir las preocupaciones del presente, tengamos al menos para el pasado un criterio de exactitud y veracidad. El pudor mismo contempla con ojos codiciosos los placeres del vicio en la pendiente de la virtud: los pueblos padecen debilidades semejantes, y conviene conservar en ellos el culto de sus antecesores dignos, marcando con el sello de los elegidos a sus verdaderos benefactores.

En cuanto a las personalidades indecisas o rastreras que suelen decidir con una cobardía o una bajeza de vidas que la patria necesitaba conservar para la buena dirección de sus destinos, cúbralos el eterno olvido de los que piensan y aman, y pueda siempre aplicárseles, aunque arrastren todavía su existencia sobre la tierra, el verso de Delavigne en su elegía a Waterloo:

Ils ne sont pas, laissez en paix leurs cendres.






106 - La revolución del 39 en el Sur de Buenos Aires

Por Ángel Justiniano Carranza. Condecorado con la Orden Española del Mérito Naval, Miembro de Sociedades Literarias y Científicas en Europa   —122→   y América. Ilustrada con retratos y diagramas. Buenos Aires. Miguel Macías editor. Imprenta del Pueblo, Defensa 78. MDCCCLXXX. En 8.º, XXII-432 ps.


Hay una lámina con los retratos, en mala fotografía, de los Señores Martínez Castro, Ramos Mejía, Barragán, F. Ramos Mejía, Castelli, Ferrari, Gándara, Madero y P. Ramos Mejía, iniciadores del movimiento del Sud


El año 1879 publicó D. Ángel Justiniano Carranza otro libro sobre esta misma revolución, hecho ex-profeso para encomiar a D. Carlos Tejedor, a quien presentaba como el alma de ese movimiento. Me ratifico en el juicio enunciado en el n.º 108 del Anuario anterior, al leer el nuevo volumen contradictorio del primero. El de 1880 quiere poner las cosas en su lugar; y, por lo que respecta al Doctor Tejedor, lo hace maravillosamente, relegándolo al papel secundario, único que desempeñó en la citada revolución.

Pero no me limito allí a apreciar el trabajo, sino que aprecio también al autor, con la severidad que reclamaba tan indigno conjunto de adulaciones. D. Ángel Justiniano Carranza no merecerá nunca fe como historiador. Cuando se lleva la parcialidad hasta el extremo que él la ha llevado, cuando se fuerzan los hechos y mistifican los antecedentes por darse el placer de echar incienso al rostro de los falsos dioses, el sacerdote es un prevaricador que ha desconocido la grandeza o su misión, encenagándose al par de los más bajos pecadores.

Conviene mostrarse duros con los que así explotan la confianza que se deposita en los escritores provistos de elementos para decir la verdad. Sin embargo, declaro que soy harto benévolo; y el lector puede ver, antes de esta noticia bibliográfica, el título de otro libro que me abstengo de calificar; pero que, como parte de la obra general,   —123→   como producto de la misma pluma, del mismo criterio, de las mismas intenciones, no puedo dejar de mentar para poner de manifiesto al hombre completo, al escritor puramente venal.

El proemio que abraza las XXII primeras páginas es lo mejor escrito que conozco de este autor. Presenta el retrato de Rosas con rasgos hábiles y justicieros, aunque inexactos en muchos detalles.

Los VIII capítulos que forman el texto o el cuerpo del libro, contienen la narración detenida y pesada de la revolución del 39, con notas y documentos que sirven de comprobantes. En los dos primeros capítulos refiere cómo se pusieron en comunicación los nueve iniciadores de la revolución, contentándose con dar pocos datos biográficos de algunos de ellos; pinta el estado de la opinión en la campaña, favorable al derrocamiento del tirano, cuenta el fusilamiento del inolvidable Maza y las relaciones de Lavalle y Rivero, copiando dos cartas de este último para probar que la enemistad existente en esos momentos entre ambos, dependía de que Rivero mantenía negociaciones de paz con Rosas, y narra la salida de la expedición de Montevideo al mando del general Lavalle. En el cap. III empiezan las divagaciones a todo vuelo: habla del reclamo presentado por el Cónsul Francés al Gobierno Argentino con motivo del mal trato dado a varios ciudadanos de esa nación; entra con este motivo en escena el Almirante Leblanc y sale ligeramente biografiado. El cap. IV continúa todavía rumbos perdidos: combate de Martín García tomada por los Franceses al mando de Daguenet con auxilio de 200 orientales de las fuerzas de Rivero, después de una heroica defensa de parte de los 133 hombres que ocupaban la isla en ese momento. Por fin, en el cap. V vuelve a tomar el hilo   —124→   de la narración y sigue a los expedicionarios, salidos de Montevideo, hasta su desembarco en Martín García. El general Lavalle es recibido allí con gran entusiasmo, no sin haber antes solicitado y obtenido el apoyo caluroso del Almirante Leblanc, con quien pactó alianza. Lavalle se dedica a organizar la columna expedicionaria, fuerte de unos 500 hombres, y se inclina a desembarcar en la Laguna de los Padres donde numerosos amigos de causa debían incorporársele con algunos elementos. Explica el autor en el cap. VI las vacilaciones que producía en el ánimo de Lavalle la conducta desleal del Presidente Rivero, precisamente cuando fuerzas de Rosas invadían el Estado Oriental; lo cual origina en el gabinete Uruguayo un cambio muy favorable para la empresa de los argentinos, haciendo modificar el plan de campaña; resuelve, entonces, que los ejércitos oriental y argentino operarían conjuntamente en Entre Ríos, no obstante exigir Rivero que Lavalle obrara en Montevideo, ofreciéndole toda su ayuda para más adelante. Este nuevo plan de campaña produce, según se ve en el capítulo siguiente, una malísima impresión en el ánimo de los emigrados argentinos, distinguiéndose entre las cartas que copia el autor para probar la desaprobación del nuevo plan, una muy bien concebida del Dr. D. Juan B. Alberdi, quien aconseja el desembarco en Buenos Aires. Sin embargo, nada de esto consigue hacer cambiar el nuevo rumbo, y la legión libertadora abandona la isla de Martín García, para desembarcar en Entre Ríos, mientras que los hacendados del Sud, totalmente desengañados, sólo reciben el arrepentimiento tardío de Lavalle cuando le reclamaron que desembarcase en esas costas de nuestra campaña.

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Frustrada así la empresa de colocar al general Lavalle al frente de la revolución del Sur, los hacendados se resignaron a esperar la llegada de ese nuevo Mesías; determinándose algunos, como lo expresa el cap. VIII, a pasar al Norte, sin más objeto al parecer que aproximársele; pero probablemente para cerciorarse, palpándole las llagas, de que él era en realidad el divino mensajero que debía reedificar el templo en tres días. Concluye el Sr. Carranza, para no perder la costumbre, con una historia sumaria del pueblo de Dolores, foco de la revolución, y con la exposición de los motivos que precipitaron el pronunciamiento del 29 de octubre, en medio de la efervescencia popular, que llegó a punto de destrozar y ultrajar públicamente el retrato de Rosas a una señal del comandante Rico, el cual figuraba entre los jefes de los revolucionarios.

En el suplemento, que ocupa la mitad del libro -ps. 213 a 428-, incluye el autor una extensa réplica al Dr. José M. Cantilo, que salió en defensa de su abuelo D. Francisco Muñoz, invocando como pruebas de su rectificación recuerdos de familia. Forman el resto del suplemento ampliaciones y comprobantes de los capítulos IV, V, VII, y VIII.

Como se desprende de este ligero extracto, dado que ello necesitase todavía ampliación, el doctor Carranza no es, en su calidad de historiador, el juez que conoce, examina las pruebas y da su fallo justiciero e imparcial, sino un simple narrador, difuso y monótono. Salta a la vista en el presente libro la intención de no condenar los errores del general Lavalle, no obstante que debe comprenderlos. Parece influenciado por el fanatismo que conservan todavía algunas personas hacia la memoria del valiente militar. Grandes pasiones y nobles sentimientos   —126→   podrán justificar errores e invocar gratitud y amor a su recuerdo; pero jamás tan relevantes prendas probarán que los talentos militares y políticos del general Lavalle estuvieron a la altura de las circunstancias, de las esperanzas que se cifraron en él, ni mucho menos de la habilidad del tirano argentino.

Lavalle hizo triunfar lo que combatió con más tesón; y si esta circunstancia constituyó su desgracia, fue también la base de su popularidad. Este hecho no es un fenómeno extraño en la historia argentina: se ha repetido en nuestros días, como para probar que el pueblo suele enamorarse del desvalido. Pero no se triunfa con la exaltación del sentimiento ni con buenas intenciones: requiérese sobre todo la inteligencia de los acontecimientos. El principio de la escena revolucionaria que nos presenta el Sr. Carranza, revela que no hemos adelantado nada en estas materias -y aunque ello sea consolador para los argentinos libres de tiranías que combatir, no deja también de ser curioso comprobar que hace 40 años las revoluciones afectaban la misma forma que hoy: los generales lanzaban proclamas igualmente retumbantes acariciando inmensos horizontes y proyectando grandiosas mejoras, para obrar con cretina ineptitud después de haber sacrificado la estéril abnegación del pueblo.

No recuerdo qué escritor -debe ser un poeta- creía haber mamado en el seno de su nodriza la tristeza que lo aquejaba, por ser la misma de que aquélla padecía. Diríase que una parte de la generación presente ha recibido del seno de la emigración la inhabilidad y el soplo revolucionario que la aquejaban.



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107 - Discurso pronunciado por el Presidente de la República en la solemne inhumación de los restos del General San Martín

Buenos Aires. Imprenta de El Nacional. Bolívar 65 y 67. 1880. En 8.º, 12 ps.


Es éste uno de los más bellos discursos del Dr. Nicolás Avellaneda: el recuerdo de las hazañas del gran capitán americano bajo una forma rica al par que severa, con cuadros llenos de luz y frases admirablemente modeladas.

Trascribo el párrafo que creo de mayor intensidad de pensamiento y de novedad en la expresión, característico como juicio histórico:

«Conozcamos ahora al hombre y al guerrero.

»Las ciudades de la América no lo vieron entrar tras de las batallas, bajo sus arcos de triunfo. La vanidad es una molicie y no cabía ésta en su viril naturaleza. No esparció jamás su espíritu en el festín, ni dio paso a la voz de su contento en el boletín de la victoria. Muchos creen, sin embargo, que su orgullo era inmenso. Treinta años de calumnias innobles no alcanzaron a hacer subir una palabra de defensa desde su corazón hasta sus labios. La ingratitud no le arrancó una queja. Las almas profundas sólo son entrevistas, como el viajero de la montaña descubre a veces un abismo, a la luz de un relámpago; y San Martín fue sorprendido un día en la soledad de su gabinete, contemplando su retrato, que había él mismo colocado entre el de Napoleón y el de Wellington».





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108 - Apuntes biográficos del General Julio A. Roca

Por Benjamín Posse. Córdoba. Imprenta de El Interior. 1880. En 8.º, 31 ps. con un retrato del general Roca


D. Benjamín Posse, antiguo redactor de La Tribuna Argentina, de El Interior de Córdoba, y hoy de La Tribuna Nacional, tiene bien sentada la reputación de escritor hecho, para pensar que los Apuntes biográficos del general Julio A. Roca vienen recién a revelarlo; pero ellos son, seguramente, uno de los mejores testimonios de la galanura jamás desmentida de su estilo, de la movilidad y limpieza de su frase, del brillo y armonía de sus períodos.

Más que una biografía, que tampoco lleva ese título, el folleto contiene datos y apreciaciones en forma de amenísima lectura, guardando cuidadosamente la unidad que a este género de trabajos corresponde.




109 - Reseña biográfica de Domingo F. Sarmiento

Por A. Bel, seguidos de los discursos pronunciados por el General Sarmiento en el seno de la juventud, el 30 de Mayo de 1880, y en el acto de bendecir la bandera del Batallón núm. 11 de Infantería de línea, del Programa de su candidatura y de otras piezas. Tercera edición. Buenos Aires. Imprenta del Nacional, Bolívar 65 y 67. 1880. En 4.º menor, 72 ps. y la fotografía de un busto del general Sarmiento


Tres ediciones de este folleto en el espacio de pocos meses y el nombre de su autor, A. Bel (Augusto Belin Sarmiento), nieto del general, garanten la exactitud de los datos y la bondad del trabajo.

La parte biográfica ocupa apenas unas 20 páginas,   —129→   escrita sumariamente y siguiendo un orden cronológico.

Nacido el año 11, Domingo F. Sarmiento empieza su carrera en 1826, de alférez y luego teniente de Quiroga Carril; ayudante del general Vega en 1829, edecán del general Alvarado, ayudante de coraceros de la guardia del general Paz, en 1831, desterrado, escritor, periodista, autor del Facundo en 1845, su existencia se multiplica, derramándose su actividad por diversos senderos, que lo conducen a los más elevados puestos del país y a la consideración y respeto de los pueblos.

El discurso pronunciado por el general Sarmiento en el acto de bendecir la nueva bandera del Batallón 11 de línea, ha sido publicado separadamente y el lector lo hallará en la sección respectiva del Anuario.




110 - Los Charrúas

Por Ramón Lista, Buenos Aires. Imprenta de M. Biedma, calle Belgrano 133 a 139. 1880. En 8.º, 16 ps.


El joven Ramón Lista dedica «al distinguido arqueólogo Manuel Ricardo Trelles», este breve estudio de la índole, costumbres y grado de cultura de los charrúas, a quienes defiende de la acusación de deslealtad prodigada por diversos autores.

Después de ligeras apreciaciones sobre el hombre primitivo de la Banda Oriental del Uruguay, que a su juicio «pertenece a la presente época geológica, cuyos agentes obran aún a nuestra vista», sin negar que pueda ser mucho más antiguo, termina con algunos interesantes detalles sobre los instrumentos de piedra de esa región, anteriores a la expedición de Solís o posteriores a ella hasta la   —130→   destrucción total de los charrúas en 1831. Es un folleto bien meditado y cultamente escrito.




111 - Apuntes biográficos de Adelaida Tessero-Guidone

Primera actriz de la Real Compañía Dramática Italiana A. Tessero y A. Morelli. Buenos Aires. Imprenta Ostwald, calle Florida número 136. 1880. En 4.º menor, 25 ps.


Adelaida Tessero Guidone merece los homenajes que ha recibido en el viejo como en el nuevo mundo.

«L'Arte fu il primo suo profondo amor»; y el arte pocas veces tiene intérpretes tan nobles e inteligentes como la artista mimada del público de Buenos Aires.




112 - Ligeras consideraciones sobre la biografía del Dr. Pablo Broca

Profesor de Clínica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de París; Cirujano de los Hospitales; Vice-Presidente de la Academia de Medicina; Profesor fundador de la Escuela de Antropología; Fundador y Secretario General de la Sociedad de Antropología; Miembro de las Sociedades de Cirugía, de Anatomía y de Biología; Director del Laboratorio de Antropología en la Escuela de Estudios Superiores; Oficial de la Legión de honor; Senador inamovible; etc., etc., etc. Por el doctor Melchor Torres, Médico Cirujano de las Facultades de París y Buenos Aires; Ex-Externo por concurso de los Hospitales de París: Hôpital des Cliniques, Hôtel Dieu, Ste. Eugenie, Charité; Laureado de la Facultad de Medicina de París (Medalla); Miembro de las Sociedades: de Anatomía, de Clínica, de Medicina e Higiene Profesional, de Terapéutica, de Medicina práctica del Sena, de la Sociedad   —131→   francesa de Higiene, de Antropología de París, de la Asociación Médica Bonaerense, del Círculo Médico Argentino, Médico de la Societá Unione Operai Italiani; etc. Buenos Aires. Imprenta de La Nación, calle de San Martín núm. 208. 1880. En 8.º, 16 ps.


Estos breves apuntes biográficos dan una idea, aproximada, por lo menos, de la vida del ilustre cirujano francés Pablo Broca y de su influencia en el desenvolvimiento antropológico de Europa.