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Aportación a la biografía de Rosario de Acuña

Luciano Castañón



Creemos procedente dar algunas noticias biográficas sobre la escritora Rosario de Acuña, a fin de que se recuerden datos que la sitúan cronológicamente, ya que no son escasas las personas que ignoran lo fundamental de ella, especialmente en lo que atañe a sus vivencias. ¿Nació en el siglo XVIII o XIX? ¿Era de Mérida o de Cartagena? ¿Cómo pensaba? Fugazmente, pues, señalaremos las siguientes fechas de sinópticos hechos.




ArribaAbajoCronología

1851 Nace en Madrid Rosario de Acuña y Villanueva (algunas de sus obras las firma como Rosario de Acuña y de Laiglesia, por ser este -de la Iglesia- el apellido de su esposo). Son sus padres Felipe de Acuña y Solís, y Dolores Villanueva.

1874 Comienza a colaborar en publicaciones periódicas; no con la entera conformidad de sus padres, que por su condición burguesa y acomodada del momento, no estiman propio de la mujer la dedicación a escribir; aunque por otra parte tampoco se lo prohíben.

1876 El 12 de enero -a los 21 años- se estrena su drama Rienzi el tribuno, interpretado por Rafael Calvo. Se representarán posteriormente sus dramas Tribunales de venganza y Amor a la patria.

Contrae matrimonio con el comandante Rafael de la Iglesia.

1882 Aparece su obra La Siesta.

1883 Fallece su padre, a los 55 años. La hija le dedica un soneto, que se graba en la lápida, y que mucha gente entonces aprende y recita:



Piedra que serás polvo deleznable
pues todo al paso de los años muere.
Mi pensamiento en su amargura quiere
fundirse en lo que guardas implacable.

Alcanza en lo infinito y no le es dable
darse a la muerte si el dolor le hiere,
que el pensamiento en su amargura adquiere
una fuerza vital imponderable.

En los abismos de la muerte hundido
está mi padre, luz del alma mía,
y aún más allá del polvo y del olvido;

más allá de mi noche eterna y fría
concibo su recuerdo bendecido
y la esperanza de encontrarle un día.



1884 Lee poemas suyos en el Ateneo de Madrid, resultando insólito que se conceda el estrado del Ateneo madrileño a una mujer.

En años sucesivos viaja a Roma y al Vaticano. Regresa a España y colabora nuevamente en la prensa. Por infidelidad se separa de su culpable esposo.

1891 El 3 de abril se estrena en Madrid su drama El padre Juan, representación que es suspendida por la autoridad competente -como suele decirse-.

Realiza nuevos viajes por Europa; también recorre muchos lugares de España, para terminar estableciéndose en Santander, donde vivía su madre, pasando pronto al pueblo de Cueto, del mismo ayuntamiento, en el que crea una granja avícola experimental, siendo premiada en un concurso internacional de avicultura. Sufre descalabros de fortuna.

1893 Obtiene nuevos éxitos con su obra La voz de la patria.

1905 Fallece su madre en Santander, y posteriormente le dedicará Rosario de Acuña él siguiente soneto:



Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por senderos diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
a dormir en la muerte, confundidas.

Por filial, y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas o corrientes
de un solo tronco o manantial nacidas.

¡No despertemos nunca, amada!
¡Mas si el mandato del poder divino,
el yo consciente surge de la nada,

uniendo tu destino a mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!

1907 Escribe su primer testamento.

1911 Por este tiempo pasa a Gijón, invitada por el Ateneo Casino Obrero. El 29 de noviembre de este año pronuncia un amplio discurso en la inauguración de la Escuela Neutra de Gijón.

1912 (Puede ser el año definitivo de su afincamiento en Gijón). A causa de un artículo publicado en «El Diluvio», de Barcelona, es obligada a exiliarse, pasando dos años en Portugal. Decide, a su regreso a Gijón, vivir en la zona denominada del Cervigón, un promontorio aislado, y allí hay que construir su casa, cumpliendo lo que anteriormente había escrito, refiriéndose al lugar en que le gustaría pasar el resto de su existencia.

1923 El día 5 de mayo, a los setenta y dos años, fallece en Gijón de una «embolia cerebral». Trasladan el cadáver hasta la avenida de Rufo García Rendueles, donde era esperado por un gran gentío. El duelo lo presiden representantes de diversas sociedades, entre los que figuran Alberto Lera, Gervasio de la Riera, Lucas Merediz, Marcelino Aguirre -algunos de ellos masones-. La ceremonia del enterramiento, a petición de la interesada, fue muy sencilla. Falleció prácticamente pobre, y en pleno aislamiento. En este mismo año de 1923, en el mes de julio, la Sección Artística Obrera pone en escena, en el teatro Robledo, de Gijón, como homenaje a la escritora y propagandista, la obra de ésta, El padre Juan, que se desarrolla precisamente en Asturias. Para dicho homenaje se podían adquirir localidades en el Centro Obrero Benito Conde, Tomás Amutio y Felipe Redondo, en La Calzada; Luis Cuesta, en el Llano, en el Bazar X, en el Ateneo Obrero de Gijón, y en La Filomena -popular confitería-.

Si nos trasladamos al año 1933, vemos que el 7 de diciembre, en sesión municipal, el Ayuntamiento -y no sabemos por qué precisamente por informe de la Comisión de Caminos- acuerda la construcción de un mausoleo en la sepultura de Rosario de Acuña, con el voto en contra del concejal católico Rufino Menéndez. Que sepamos, tal mausoleo no se construyó, pues siempre hubo en su tumba -del cementerio civil- una sencilla lápida, incluso rota, y luego restaurada.






ArribaAbajoMi conexión con Rosario de Acuña

Como mi infancia transcurrió más en la playa que en el domicilio y en la escuela, resulta que el edificio donde residió Rosario de Acuña fue siempre como un destacado plinto en mi visión diaria desde la arena playera. A la izquierda el montículo de Santa Catalina, a la derecha aquella casa blanquirroja que entonces destacaba mucho más que ahora, por no existir ninguna construcción en sus proximidades. La casa, erguida en lo alto del Cervigón, imponía su maciza silueta a cualquier hora del día mientras de niños jugábamos incansables y no indagábamos el porqué de su denominación -«Rosario Acuña»-, sin preocuparnos si la habitaban los dueños o la dueña, si había existido ésta, quién era o quién había sido.

También, durante la infancia, casualmente, visité la casa. Resulta que todas las tardes, cuando se dirigía al trabajo, y todas las mañanas, cuando salía del mismo, visitaba el bar -o chigre- que tenían mis padres, un hombre cuya profesión era la de vigilante nocturno en un Banco. La asiduidad del cliente fomentó la amistad, y cierto día fui a su casa, que era, nada menos, que la casa de Rosario de Acuña, pues aquel hombre -Rafael- y su familia, eran entonces los caseros, los inquilinos de la casa. Y así yo anduve por su interior, pero también, por mis pocos años, ignorando la personalidad de quién había vivido allí, de quién había escrito allí.

Todavía el nombre de Rosario de Acuña no me decía nada, porque de haberlo sabido hubiera recorrido el interior con más detenimiento, y relacionado las paredes y habitaciones con la escritora que un día -hoy- hasta incluso recordaría públicamente detalles de la misma. Cuando yo andaba por los mismos pasillos que la escritora, esta hacía cuarenta años que había fallecido, y a mi niñez no le había llegado el eco de su personalidad.

Sin embargo, los chiquillos, cuando ella vivía, la respetaban. Me recordaba el pintor Marola que durante su niñez, uno de los juegos infantiles era «andar a guerrilla», lo cual consistía en hacer dos grupos -entre los amigos-, enfrentarse a cierta distancia y comenzar a tirarse piedras. En cierta ocasión, jugaban en las inmediaciones de la playa, y entonces vieron aproximarse, por lo que se conoce como «el muro», a una señora anciana y menuda; inmediatamente cesaron en la guerrilla, pusieron sus manos atrás como sumisión y respeto a aquella mujer que avanzaba por allí, y que les dirigió unas palabras cariñosas. O sea, ellos comprendían, a pesar de su desconocimiento intelectual, que aquella mujer era acreedora de consideración por la nombradía que sin duda, mientras vivió, tenía en Gijón. Para ellos era tal persona el mito, para mí, años después, el mito era la rectangular casa a la que de pascua a ramos nos acercábamos los niños en inverosímiles excursiones, la poliédrica casa siempre enhiesta como demandando soledad, y al mismo tiempo como muestra de perennidad de quien la había construido y en ella residido.




ArribaAbajoAmaro del Rosal

Amaro del Rosal nació en Avilés en 1904. Ejerció cargos en Ferrocarriles del Norte y Banco de Urquijo; fue miembro del Consejo de Trabajo y Director General de la Caja de Reparaciones. Tras la guerra civil se exilia a México, donde ocupa cargos profesionales relacionados con la siderurgia. En España había ocupado puestos sindicales de mucha responsabilidad, asistiendo a Congresos Internacionales. Pronunció conferencias, colaboró en la prensa, y ya va resultando densa y amplia su bibliografía, entre la que se pueden señalar títulos como «Historia del movimiento sindical bancario 1920-1932», «Los Congresos Internacionales en los siglos XIX y XX», «Historia da la U.G.T. de España» y «La violencia, enfermedad del anarquismo».

Pues bien, este Amaro del Rosal, asturiano exiliado y residente en México, viene, con un equipo de entusiastas, y desde hace muchos años, compilando todo lo que se refiere a Rosario de Acuña, por lo que están en posesión de un archivo muy importante, no publicado por el afán de reunir la mayor cantidad posible de material relacionado con la escritora.

Retrato

Lápida

Lápida en el cementerio civil de Gijón

Carta

En 1968 me escribe desde México:

«Estuve ausente de México una pequeña temporada y esto hizo que retrasara mi contestación a sus cartas relacionadas con Rosario de Acuña. Para su información debo decirle que un colaborador en Madrid y otro en Barcelona, trabajan en la búsqueda de algunas de las obras de Rosario de Acuña siguiendo el guión biográfico que le adjunto. Sin embargo es obvio que donde se encuentran los mejores materiales es en Gijón, muy especialmente aquellos que puedan tener un carácter inédito, como sucede con el proyecto de testamento que usted logró. Con esta fecha estamos escribiendo a la señora Aquilina Rodríguez, de acuerdo con sus indicaciones. Le adjunto copia de la carta. Sería muy importante que si usted pudiera obtener los documentos que posee doña Aquilina [amiga de Rosario de Acuña]. Lo sería, igualmente, si con una grabadora se pudieran registrar unas conversaciones con ella para luego pasarlas a máquina. Igual procedimiento sería interesante si se pudiera realizar con alguna otra persona que hubiera conocido personalmente a Rosario de Acuña. Hablé con Celso [Celso Amieva] hace unos días y en efecto, recibimos las fotos de la casa y del cementerio que usted nos envió. Ese detalle ya está cubierto. Nos damos cuenta, amigo Castañón, que le estamos molestando demasiado y quitándole tiempo. No sabemos cómo compensarle de todas estas molestias. Es nuestro propósito que cuando se publique el libro se ponga a su disposición una buena cantidad para que se distribuya y venda en Gijón. Posiblemente tengamos la posibilidad de editarlo en Barcelona. En México está asegurada su edición. Escribo a mi hermana para que insista con ese otro señor que también tiene materiales de Rosario de Acuña, indicándole que le ayude a usted en lo que pueda en cuanto a convencer a doña Aquilina para que nos facilite los documentos que tiene, dejando a usted en libertad en lo que se refiere al crédito de honor. Bastará que nos haga la indicación del compromiso para cubrirlo inmediatamente y más tarde dejárselo como obsequio a doña Aquilina. Nos interesaría saber si sigue funcionando el "Comité Femenino Pro-Rosario de Acuña". Los directivos de este comité que puedan existir es posible que cuenten con materiales interesantes...»



Por la misma fecha escribía Amaro del Rosal a Aquilina Rodríguez Arbesú -que había conocido bien a Rosario de Acuña- y entre otros párrafos le decía:

«Le estamos enviando esta carta para molestar su atención con un problema que estamos seguros le interesa a usted mucho como interesa a un grupo de asturianos que estamos en México, y que deseamos sacar del olvido a la gran figura de Rosario de Acuña, a quien usted conoció personalmente, y de la que según nos informó el profesor Castañón [se equivoca Amaro en asignarme el cargo de profesor] guarda usted imborrables recuerdos y algunos de los materiales que produjo nuestra escritora. [...] Castañón está colaborando muy seriamente en este esfuerzo. Visitó a usted en alguna ocasión. Estoy seguro, señora Rodríguez, que por el cariño que ha manifestado siempre por Rosario de Acuña, encontraremos en usted toda clase de ayudas y colaboraciones. El que suscribe esta carta es asturiano y tuvo la suerte de haber conocido a Rosario de Acuña poco antes de su muerte, y aún la recuerda sentada en un sillón de mimbre delante de su modesta y grande casa, grande por el tesoro moral, por la reliquia humana que guardaba. Siempre viví bajo la impresión de ese recuerdo de mi juventud que influyó en mi vida como en la de muchos otros a través de su obra literaria [...] el que nos cuente algunas anécdotas, recuerdos de tan insigne "paisana" -aunque no haya nacido en Asturias debemos considerarla como asturiana- será una aportación inédita que dará un gran valor al libro que esperamos publicar cuanto antes. [...] Sabemos que obran en su poder algunos materiales, fotografías, artículos, folletos, escritos [...] no nos guía otro propósito que el de sacarla del olvido y darla a conocer a la juventud de hoy que tanto necesita de un ideario de libertad, de justicia y de humanismo, que son las tres palabras a las que Rosario de Acuña dedicó su vida...»






ArribaAbajoAquilina Rodríguez

Esta Aquilina Rodríguez Arbesú a quien escribió Amaro del Rosal vivía en Roces -Gijón- y era persona fundamental para escribir la historia de Rosario de Acuña. La visité y me emocionaba el cariño que ponía en las palabras con las que mostraba su admiración por la escritora. Conservaba varios recuerdos de esta, como cubiertos, retratos, rizos de pelo, incluso una sábana que había pertenecido a la abuela de Rosario de Acuña.

Antes de la guerra civil, Aquilina, con otras mujeres, como Marina Entrialgo y la esposa de Alfredo Villa y Villa, crearon en Gijón un titulado Comité Femenino Pro-Rosario de Acuña, sito en la calle Ezcurdia número 7, que era donde entonces estaba el Ateneo Obrero, Comité que tenía como finalidad enaltecer la memoria de Rosario de Acuña.

Algo muy importante es el hecho de que Aquilina nunca dejó de llevar flores a la tumba de Rosario de Acuña, dos veces al año, el 1 de noviembre por ser fiesta de Todos los Santos, y el 5 de mayo por ser el día del aniversario de su fallecimiento. Pero lo curioso de esta costumbre acendrada en Aquilina -que iba acompañada de su esposo o de su amiga Pilar García- era que lo siguió haciendo en la postguerra, y entonces recibió algunas advertencias de que no debería ir al cementerio civil a llevar las flores a Rosario de Acuña, pues eran momentos de tensión y de censura, cuando los ánimos estaban desatados y se cometían tropelías y asesinatos. Citar entonces el cementerio civil parecía pronunciar una blasfemia, y estar enterrado en el mismo se estimaba -por algunos- una apostasía. No eran pocos los que se preguntaban quién sería la persona que adornaba la tumba de Rosario de Acuña, ya que no había constancia de ello. Y era la madrugadora Aquilina, como fiel defensora de los ideales recuerdos de la escritora, a la que había conocido siendo ella una niña.

Aquilina tenía una hermana, llamada también Rosario. A ambas les escribió la siguiente carta, fechada el 30 de diciembre de 1919, es decir, cuatro años antes de su muerte. Dice:

«Amigas Rosario y Aquilina. Estoy muy agradecida a las atenciones que tienen conmigo. No puedo corresponder como se merecen, pero les envío unos recuerdos, sin más valor que lo que representan para mí. La corbata morada la llevé hace 50 años (poco más, tal vez 58) al Vaticano, y sobre ella y sobre mi cabeza puso la mano Pío IX, para bendecirme, siendo sin duda su bendición como mano de santo para separarme definitivamente y radicalmente de la secta católica. La corbata bordada me la bordó mi madre, para que hiciera juego con el vestido que era del mismo color, con que emprendimos mi marido y yo el viaje de boda, el mismo día del casamiento, y los dos alfilerillos dorados los compré en la Exposición de París del año 1867 (los vendían a 50 céntimos cada uno) ya veis que nada vale nada, pero representa toda una serie de fechas de mi vida, y por estos recuerdos tan unidos a mí, es por lo que me atrevo a enviároslo con un fuerte abrazo, y si os sirven bien, y si no que mi intención valga. Vuestra amiga que os estima bien.»



Y sí que apreciaban lo recibido, por minúsculo e intrascendente que fuera, pues para las dos hermanas, Rosario de Acuña representaba un ideal que ellas pretendían alcanzar dentro de sus posibilidades.




ArribaAbajoAsturias

A pesar de no ser asturiana, se encariñó con nuestra región, de la que escribió en ocasiones. Se conocen unos trabajos titulados «Estudio filosófico del carácter astur» y «Estudios folklóricos sobre temas asturianos». En un fragmento de uno de los capítulos de que consta su colaboración, «Pequeñas industrias rurales», hace referencia al queso asturiano: «Uno de los quesos más exquisitos, no sólo de Europa sino del mundo, se fabrica en las montañas de Asturias (Cabrales) en las cumbres de Potes. Pues bien; este queso está hecho por mujeres aldeanas, toscas y rudas, que apenas saben hablar. Metidas en cuevas y chozas verdaderamente troglodíticas, se pasan el verano, y el otoño, en las altas cumbres de las Peñas de Europa, enmolleciendo el famoso queso, dándole vueltas, arropándole y ventilándole, según requieren los cambios atmosféricos bruscos casi siempre, en aquellas alturas...»

Y en otra oportunidad escribe: «Recorriendo en una ocasión la costa asturiana desde Vidiago a Tinamayor, me encontré escondida entre aquellos abruptos acantilados que engarzan con asperezas de las rocas praderías y maizales, una casería pequeña y pobre, casi colgada sobre el mar, al asentarse en una especie de península o cabo, socavado en sus cimientos por las furias del océano, que a veces manda resoplidos de espumas por las grietas y agujeros abiertos en medio de los campos...». Se referirá, con estos «resoplidos y espumas por las grietas y agujeros abiertos en medio de los campos», a los famosos bufones que se extienden por la costa oriental de Asturias, siendo el más popular el de Vidiago, por haberlo poetizado Zorrilla.

También enalteció a Asturias en versos, dándose la curiosa circunstancia de que éstos que vamos a citar, los conocen muchas personas, pero ignorando quién es su autora, pues se repetían en algunas escuelas como anónimos.

Se titula el poema:




Asturias


Altas cumbres abruptas, coronadas
por el cendal de inmaculada nieve;
prados cercados de florida sebe;
maizales, viñedos, pomaradas.

Tupidísimas selvas intrincadas
donde el sol ni a penetrar se atreve;
regatos limpios de corriente leve
y ríos que descienden en cascadas.

¿Quién podrá descifrar tanta belleza
que Asturias toda guarda en sus rincones?
¡Cuando el hombre se libre de locuras

y odie al odio, y encauce las pasiones,
podrá vivir la vida de venturas
que ofrece una región con tales dones!



Aun escribiendo poesía, procura, como hace al final, apostillar sin intención generosa de que se dominen las pasiones, de que se odie al odio.

Gijón, villa que tanto la apreciaba, no podía quedar exento de su estro. Existe el siguiente soneto manuscrito, titulado «A Gijón»:



¡Gijón! ¡Gijón! El mar en oleadas
vierte en tí su infinita poesía,
y el sol primaveral bello te envía
sus caricias fulgentes, nacaradas.

Por doquiera tus suaves pomaradas
perfuman el ambiente de alegría,
y, doquiera también, la brisa pía
purifica tus calles esmaltadas.

Vaya hoy mi canto a tí con dulce acento,
mientras oigo del mar los soberanos
arrullos, y transporte el raudo viento

mi saludo a los nobles asturianos:
¡Es la ofrenda de un vivo sentimiento
al pueblo en que naciera Jovellanos!



Cae el soneto en la renovada trampa de citar a Jovellanos, cuyo nombre parece como una obligada constante para cualquier referencia que se haga en Gijón. Recuerda Rosario otro Gijón, el de 1919, sin los bosques de monstruosos bloques de celdas urbanísticas o de colmenas humanas; entonces todavía podía decirse de Gijón que estaba cercado de pomaradas, porque era cierto.




ArribaAbajoObras

Aparte de sus colaboraciones en la prensa periódica, Rosario de Acuña dejó editada bastante obra, sin tener en cuenta, además, su teatro representado. Las obras fueron publicadas unas antes de 1923, fecha de su muerte, y otras en 1929 y 1930, por la editorial Cooperativa Obrera Publicaciones E.C.O., dirigida por Regina Como O'Neill, quien fundó la editorial con el exclusivo fin de publicar las obras de Rosario de Acuña. De esta existen los títulos:

  • La vuelta de una golondrina. Poema. Madrid 1875.
  • Rienzi el Tribuno. Drama en dos actos y epílogo. Estrenado en el Teatro Circo de Madrid, el 12 de febrero de 1876.
  • En las orillas del mar. Poesía. Madrid 1876.
  • Ecos del alma. Colección de poesías, con retrato de la autora. M. 1876, 216 págs.
  • Amor a la patria. Drama en un acto, en verso, estrenado en Zaragoza el 27 de noviembre de 1877. M. 1877.
  • Tribunales de venganza. Drama histórico en dos actos y epílogo. En verso. Representado en el Teatro Español el 6 de abril de 1870. M. 1880.
  • Influencia de la vida del campo en la familia. M. 188.
  • La siesta. Colección de artículos. M. 1882, 244 págs.
  • Tiempo perdido. Colección de artículos. M. 1882.
  • La herencia de las fieras. Misterios de un granero. Cartilla de instrucción y recreo.
  • La casa de las muñecas. Cartilla de lectura para los niños.
  • Certamen de insectos. Opúsculo instructivo para los niños. 1888.
  • Morirse a tiempo. Ensayo de un pequeño poema, cuarta edición. M. 1883.
  • Sentir y pensar. Poema cómico. M. 1884.
  • Odia el delito y compadece al delincuente. Editorial José María Faquineto. M. 1889.
  • El padre Juan. Drama en tres actos. Segunda edición corregida y aumentada. M. 1891.
  • La voz de la patria. Cuadro dramático en un acto y en verso, estrenado en el Teatro Español el 20 de octubre de 1893.
  • La higiene de la familia obrera. Conferencia dada en el Centro Obrero de Santander el 23 de abril de 1902.
  • Avicultura. Colección de artículos. Folleto. Santander 1902. Obra premiada con medalla de plata en la exposición internacional de avicultura de Madrid.
  • Cosas mías. Folleto. Barcelona 1929.
  • España. Folleto. Barcelona 1929.
  • Carta a involuntario español en el ejército francés de la Gran Guerra. 1914-1918. Barcelona 1929.
  • El país del sol. Novela corta. Barcelona 1929.
  • El enemigo de la muerte. Barcelona 1930.
  • El secreto de la abuela Justa. Cuento. Barcelona 1930.
  • El cazador de osos. Barcelona.
  • El pedazo de oro. Barcelona.

Todas estas obras son muy escasas; rara vez se ofrece alguna en las llamadas librerías de lance o de ocasión.

El poeta José Martí nació en La Habana el año 1853, de padre español. Fue un patriota reivindicador de la autonomía de su pueblo. Es autor del libro Lira guerrera, en el que comete un lapsus, pues publica un poema que dedica «A Rosario Acuña», autora del drama «Rienzi el tribuno», pero se equivoca cuando la llama «Poetisa cubana». El poema es ponderativo.




ArribaAbajoLa escuela neutra

En 1911 se da cima a un deseo de los librepensadores gijoneses: la fundación de una Escuela Neutra. Dicho así, sin más, queda la duda de qué es una Escuela Neutra. Quien dedicó párrafos contundentes sobre esta Escuela fue Antonio López Oliveros, director del periódico gijonés de entonces «El Noroeste», y autor de la obra publicada en 1935, Asturias en el resurgimiento español. Escribió de la Escuela: «De ella pueden decir los católicos, como dicen hoy de toda enseñanza oficial, que es una escuela sin Dios; lo que no pueden afirmar es que allí se ataque a Dios y mucho menos que se defienda al diablo. Neutra y nada más que neutra; es decir, formativa de cultura».

Con motivo de la inauguración de la Escuela Neutra Graduada de Gijón, se celebró un solemne acto, en la noche del 29 de septiembre de 1911, en el teatro Campos Elíseos, al que asistió el político Melquíades Álvarez, y en el que Rosario de Acuña pronunció un extenso discurso titulado «El ateísmo en las Escuelas Neutras», que posteriormente sería impreso. Del largo contenido del discurso, se pueden deducir algunas conclusiones, tales como:

  • - La autora está enamorada de la razón, la justicia, la belleza y la Suma Verdad.
  • - La enseñanza en la Escuela Neutra será la enseñanza de las leyes de la Naturaleza, «no como la presentan los deformadores de Dios, sino como la ofrece, a la atónita mirada de los pensadores, la voluntad divina de su Creador».
  • - El orgullo no debe imponer sus dogmas, ni entorpecer el camino hacia la razón, conducida por las leyes de la Naturaleza que es obra de Dios.
  • - La Humanidad camina hacia Dios. La existencia debe ir de lo imperfecto a lo perfecto.
  • - El bello ideal de una alta mentalidad debería consistir en borrar del lenguaje la palabra Dios, no para negarlo, sino para no profanarlo. Las religiones tienen a Dios para asegurar la supervivencia personal y la compraventa de los paraísos.
  • - La Escuela Neutra no es atea, pues coloca al hombre en el camino de la fe, ya que el estudio de las leyes de la Naturaleza no es una oración clarividente del Sumo Hacedor. Conocer a Dios en su ser nos es imposible; admirarlo en sus obras, obligación de toda alma racional.
  • - Exclama Rosario de Acuña: «¡Quién osa calificar a la enseñanza de las Escuelas Neutras! ¡Qué templo puede compararse a esa iniciación de Dios que se le ofrece al niño al abrir, ante su instinto investigador, las páginas de la Creación!».
  • - Recomienda a las madres el ingreso de los niños en la Escuela Neutra. Propugna que la nueva generación reciba la luz de la sabiduría, y termina: «¡Vayamos todos unidos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cultos e incultos, a buscar el porvenir, esculpiendo en el fondo de nuestras almas aquella frase que, hará diez mil siglos, enseñaban las leyendas de los dioses indios, y que hace diecinueve siglos fue repetida por los labios de un justo, en el corazón de Galilea: Amaos los unos a los otros».

Añadamos que la Escuela Neutra de Gijón sufrió alternativas, a causa de, principalmente, sus recursos económicos, pues durante la Dictadura de Primo de Rivera se le retiraron las subvenciones; duró la Escuela hasta la guerra civil de 1936. Comenzó -según Ramón Álvarez Palomo en su biografía de Eleuterio Quintanilla- en una casa de los patrocinadores, Marcelino González, en la calle Covadonga. Yo la conocí en la hoy nuevamente calle de la Playa -también fue General Riego y Vázquez de Mella-. En este local hubo una logia masónica, y algunas personas veían en Rosario de Acuña cierta vinculación con los masones. A su entierro acudieron entre otros, Alberto de Lera, que pertenecía a la Gran Logia Regional del Noroeste de España, con sede en Gijón, siendo Gran Maestro, Grado 33 y Miembro del Supremo Consejo de la Masonería Española. Rosario de Acuña perteneció a la masonería en Alicante (1886).




ArribaAbajo¿Feminista?

¿Era feminista Rosario de Acuña? En su obra Tiempo perdido, publicada en Madrid en 1881, recoge varias narraciones y artículos, uno de ellos titulado «Algo sobre la mujer», en el que apunta sus convencimientos femeninos. Dice:

«Jamás podrán los dos sexos tenerse por enemigos; somos dos partes de un todo, cuya entidad, invisible a los sentidos y potencias, tiene por única e ineludible misión la reproducción de la especie; y si en las manifestaciones especiales de nuestro distinto sexo puede haber diferenciales condiciones, en el fundamento primordial de la esencia, digo y repito, que son equivalentes las partes de nuestra organización, como corresponde al cumplimiento de nuestro común destino sobre la tierra. Procurad, mujeres, la íntima seguridad de vuestro valer; llegad a ser sabias sin vanidad, grandes sin amor propio, entendidas sin falsa erudición, modestas sin hipocresía, generosas sin debilidad, y vuestro reinado quedará asegurado por largas miríadas de siglos.»



Rosario de Acuña no quiere, como mujer, sentirse inferior al hombre, desdeñando la supuesta superioridad de este, ya que las posibilidades femeninas son las mismas que las masculinas para conseguir afectos, así como posiciones profesionales y culturales idénticas. Y eso lo sentía y lo escribía hace nada menos que cien años.




ArribaAbajoTestamento

No sabemos si en las postrimerías de su vida redactaría otro distinto del que nosotros disponemos, escrito en Santander, el 20 de febrero de 1907, cuando tenía 56 años, que dice así:

«En la ciudad de Santander a veinte de Febrero de mil novecientos siete, yo, Rosario de Acuña y Villanueva, viuda de D. Rafael de la Iglesia y ¿Cruset-¿Anset-¿Auset; de edad de cincuenta y seis años; usando de las facultades que otorga el artículo seiscientos setenta y ocho del Código Civil, en relación con el seiscientos ochenta y ocho del mismo, hallándome en pleno uso de mi voluntad e inteligencia, hago este testamento ológrafo que anula cuantos hubiera hecho anteriormente y dejo dispuesto o expresado lo siguiente.

Habiéndome separado de la Religión Católica por una larga serie de razonamientos derivados de múltiples estudios y observaciones conscientes y meditados, quiero que conste así después de mi muerte, en la única forma posible de hacerlo constar, que es no consintiendo que mi cadáver sea entregado a la jurisdicción eclesiástica testificando de este modo, hasta después de muerta, lo que afirme en vida con palabras y obras, que es mi desprecio completo y profundo del dogma infantil y sanguinario, visible e irracional, cruel y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización de la especie humana:

Conste pues, que viví y muero separada radicalmente de la iglesia católica (y de todas las demás sectas religiosas) y si en mis últimos instantes de vida manifestase otra cosa, conste que protesto en sana salud y en sana razón de semejante manifestación, y sea tenida como producto de la enfermedad o como producto de manejos clericales más o menos hipócritas, impuestos en mi estado de agonía; y por lo tanto ordeno y dispongo que diga lo que diga en el trance de la muerte (o digan que yo dije) se cumpla mi voluntad aquí expresada, que es el resultado de una conciencia serena derivada de un cerebro saludable y de un organismo en equilibrio.

Cuando mi cuerpo dé señales inequívocas de descomposición (antes de ningún modo, pues, es aterrador ser enterrado vivo) se me enterrará sin mortaja alguna, envuelta en la sábana en que estuviese, si no muriera en cama, écheseme como esté en una sábana, el caso es que no se ande zarandeando a mi cuerpo ni lavándolo y acicalándolo, lo cual es todo baladí; en la caja más humilde y barata que haya, y el coche más pobre (en el que no haya ningún signo religioso ni adornos o gualdrapas, de ninguna clase, todo esto cosa impropia de la sencilla austeridad de la muerte) se me enterrará en el cementerio civil, y si no lo hubiere donde muera, en un campo baldío, o a la orilla del mar, o en el mar, pero lo más lejos posible de las moradas humanas. Prohíbo terminantemente todo entierro social, toda invitación, todo anuncio, aviso o noticia ni pública ni privada, ni impresa, ni de palabra, que ponga en conocimiento de la sociedad mi fallecimiento: que vaya una persona de confianza a entregar mi cuerpo a los sepultureros, y testificar donde qué enterrada. Si no se me enterrase en Santander, que no se ponga en mi sepultura más que un ladrillo con un número o inicial; nada más; pero la sepultura sea comprada a perpetuidad. Si muero en Santander entiérreseme en el panteón donde yacen los restos de mi madre, y donde hay nicho para mí ya comprado, y cuando yo muera póngase sobre el sepulcro de mi madre una losa de mármol con el adjunto soneto, esté o no esté mi cuerpo enterrado junto al de mi madre.

Declaro por mi único heredero a Don Carlos Lamo y Giménez, abogado, mayor de edad, a quien lego todos mis bienes muebles o inmuebles, en una palabra, todo cuanto posea en la fecha de mi fallecimiento, salvo las mandas que a continuación expresaré, y es mi voluntad terminante que nadie le dispute la herencia ni en total, ni en parte, pues quiero y mando que todo sea para el dicho Don Carlos Lamo y Giménez.

La propiedad de todas mis obras literarias, lo mismo las publicadas que las inéditas, se las dejo también a D. Carlos Lamo y Giménez, y le hago aquí una súplica, por si quiere cumplirla, bien entendido que es solo por merced suya el que me la otorgue, pues no tengo derecho ninguno para ello con arreglo a la ley, mas se lo hago por si su bondad me la satisface. Desearía que a la muerte de Don Carlos Lamo y Giménez pasara la propiedad de todas mis obras literarias a poder de los hijos de Don Luis París y Zejín, en recuerdo de la fraternal amistad que me unió a su padre.

Todas mis ropas de mi uso particular, así blancas como de color, se las dejo a mi prima Petra Solís y Acuña, condesa de Benazuza, para que las use en memoria del cariño que nos unió desde la más tierna infancia.

De mis alhajas que elija una para él y otra para su hija D. Luis París y Zejín.

Todas mis ropas de cama y mesa, así como colchas, mantas y demás ropas, sean también para D. Carlos Lamo y Giménez, y le encargo haga, a su voluntad, algunos regalos entre las personas que me hubiesen asistido en mi última enfermedad.

Todas las coronas y ramos de laurel que poseo, regaladas en homenaje al mérito de mis escritos, ordeno que sean depositadas sobre el sepulcro de mi padre Felipe de Acuña y Solís que yace en el cementerio de San Justo, y sean allí dejadas hasta que el tiempo las consuma, como última ofrenda del inmenso cariño que nos unió en vida.

Encargo a mi heredero universal, Don Carlos Lamo y Giménez, con el mayor empeño, y se lo suplico encarecidamente, cuide de los animalillos que haya en mi casa cuando yo muera, especialmente mis perros, y sobre todo mi pobre Toñita; que no los maltrate, y les proporcione una vejez tranquila y cuidada, y que tenga piedad y amor hacia las pobrecillas avecillas que dejé; y si no quiere o puede sostenerlas hasta que vayan muriendo de viejas, que las mande matar todas, pero de ninguna manera las venda vivas para que sufran los malos tratos que las da el brutal pueblo español: sean todas muertas antes que vendidas vivas.

Recomiendo también a mi heredero que aquello que hubiera habido que gastar en entierro religioso o social, que lo reparta entre desvalidos, primero ancianos, luego niños y con especialidad ciegos.

Creyendo en el Dios del Universo; con la esperanza de poseer un espíritu inmortal el cual no se hará dueño de la conciencia de la voluntad interín vaya unido intrínsecamente a la naturaleza terrestre; segura de que en la inmensidad de la creación nada se pierde ni se anonada; presintiendo, con los fueros de la razón, una justicia inviolable cuyos principios y fines no pueden ser abarcados por la flaca naturaleza humana, confiando en la existencia de la verdad, la belleza y la bondad absolutas, Trinidad omnímoda de la Justicia Eterna, me recomiendo a la memoria de las almas que amen la razón y ejerzan la piedad perdonando a todos aquellos que me hicieron sufrir grandes amarguras en la vida, rogando me perdonen todos a quienes yo hice sufrirlas.

Dejo por ejecutores testamentarios de mi voluntad a Don Carlos Lamo y Giménez y a Don Luis París y Zejín, y encargo a Don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar, corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a D. Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias publicadas o inéditas, en prosa o en verso, recomendándole que para la colección y publicación se atenga al orden de las fechas, con la cual podrá seguirse la evolución de mis pensamientos.

Este es mi testamento, que deseo y mando sea fielmente cumplido en todas sus partes, y que escrito de mi puño y letra y por triplicado, en papel rayado de la clase oncena número = 9375,022 y 9375,023 y 7129,419 = y que firmo y rubrico en el sitio y fecha que en la cabeza se dice.»



En plan sintético recordemos algunas aseveraciones de su testamento. Aparte de lo que suponen meras concesiones de sus escasos bienes para una prima, para Luis París y Zejín, así como para ancianos, niños y ciegos, y de nombrar heredero universal a su sobrino Carlos Lamo y Giménez, hay otros datos de interés, como pueden ser los siguientes:

  • - Tiene una atención preferente hacia los animales que posee, en la suposición de que pudieran quedar desvalidos cuando ella fallezca.
  • - Afirma rotundamente que se ha apartado de la Religión Católica -así como de otras sectas-, y que tomó tal decisión tras razonamientos derivados de estudios y observaciones, o sea, anteponiendo, para su deserción, la razón a la credibilidad infundada.
  • - Por ello no quiere, que una vez fallecida, se celebre un entierro con los habituales ritos católicos. Insistiendo en que si al final de su vida cambiara de opinión, no se le haga caso entonces, ya que cuando escribe el testamento está en su sano juicio, y lo que escribe en ese momento es lo que debe prevalecer.
  • - Renuncia a la mortaja. Quiere una caja pobre, ningún adorno en el coche, y que se la entierre en el cementerio civil, y si no lo hubiere, entonces en el campo, o cerca del mar, o en el mismo mar.
  • - Renuncia asimismo a todo lo que pueda suponer publicidad de su muerte.
  • - Afirma que cree en el Dios del Universo; confía en poseer un espíritu inmortal; presiente una justicia que los humanos no pueden abarcar; cree en la existencia de la belleza, la verdad y la bondad.
  • - No olvida sus trabajos literarios, y ruega que sean editados por orden cronológico, notándose de esa manera su evolución.

Dos aspectos sustanciales parecen destacar en el testamento. Por una parte su renuncia a lo que pueda suponer halago para su persona; y por otra, sus aspiraciones hacia lo abstracto, como pueden ser el Dios del Universo y las entidades contingentes, posibles pero no inexorables -por razones humanas- como son la belleza, la verdad, la justicia, la bondad... Se integraban en Rosario de Acuña un deseo de rechazo respecto a lo íntimamente personal en cuanto supusiera ostentación, y un apoyo en la razón para fundir cierto afán panteísta y cósmico con conceptos tales como -repetimos: justicia, bondad, verdad, belleza...- latentes en las personas.




Arriba La calle

Ya en 1923 la Asociación de señoras de Madrid, titulada «La Fraternidad Cívica», rogaba al Ayuntamiento que se le designara una calle, en Gijón, a Rosario de Acuña. También lo interesa su sobrino, Carlos Lamo, que había vivido los últimos años con la escritora. Se aprueba que lleve su nombre el llamado camino del Piles a la Providencia. El Centro Católico -obsesionado con el masonismo del Ateneo y la escritora- se congratula de que el Gobernador suprima este acuerdo. En 1931 se decide reintegrarle el nombre, y en 1939 -en plena postguerra- se acuerda prescindir del nombre de Rosario de Acuña y volver al de «Camino de la Providencia».





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