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«Otro de los escritores más famosos que pertenecen al grupo salmantino, es don Vicente García de la Huerta. Tanto Huerta como Forner y Meléndez, aunque los tres extremeños, pertenecen literariamente a Salamanca. Allí recibieron su educación intelectual y el estímulo que despertó su numen poético.» (L. A. CUETO: Poetas líricos..., I, p. CXIII, n. 1.



 

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Sobre la relación Forner/Estala, cf.: J. PÉREZ DE GUZMÁN: «Veintiuna cartas inéditas de D. Pedro Estala dirigidas a D. Juan Pablo Forner, bajo el nombre arcádico de Damón, para la historia literaria del último tercio del siglo XVIII», Boletín de la Real Academia de la Historia 58 (1911) 5-36.



 

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Cit. por M. JIMÉNEZ SALAS: Vida y obras de Juan Pablo Forner..., 78.



 

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Para el estudio de las relaciones Forner/Jovellanos, véase el Romance contra Forner. Lo publica G. DEMERSON: Bulleti Hispanique 58 (1956) 39 y ss. Las relaciones Meléndez/Forner, después de algunas alternativas, se afianzan. Escribe Forner, defendiendo la estética de Batilo, su Cotejo de las dos églogas y el quinto de sus Discursos poético filosóficos. Por su parte, Meléndez escribe para Amintas varias composiciones, entre ellas su segundo Discurso, donde le llama «estudioso que medita en la celestial filosofía».



 

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El nuevo grupo de poetas constituido en torno a Meléndez sólo se mantiene con intensidad hasta 1787, fecha en la que Alarcos ha situado la partida de Cienfuegos de Salamanca. Cf. E. ALARCOS: «Cienfuegos en Salamanca», Boletín de la Real Academia Española 18 (1931) 712-30. Un año después, en 1788, deja también la ciudad Sánchez Barbero.



 

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El poema coincide con su partida hacia Zaragoza, su texto se encuentra en L. A. CUETO: Poetas líricos..., II, 182-3. Interesante por la interacción simbólica y el sentido estoicista que adquiere finalmente la composición, transcribo alguno de sus versos más significativos. Al tiempo de ser una despedida a la ciudad es un adiós a la juventud, a la poesía que la caracterizó y al círculo de amigos que supieron mantenerle en la ficción de que una vida más bella (más «dulce», más «suave», para emplear su propio vocabulario) era posible: «Ya más, ¡Oh Tormes! tu corriente pura / Sus ojos no verán; no sus corderas / Te gustarán ni los viciosos prados / De tus riberas gozarán felices; / No más de Otea las alegres sombras, / No más las risas y sencillos juegos, / Pláticas gratas de la dulce amistad... / [...] / [...] Bosque hojoso / Floridos llanos, cristalino Tormes, / Quedan por siempre adiós; dulces amigos, / Adiós quedad, adiós; y tú indeleble / Conserva árbol pomposo, la memoria / Que impresa dejó en tu robusto tronco, / Y sus letras en lágrimas bañadas: / Aquí Batilo fue feliz...».






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