No.
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El tiempo sigue
su veloz carrera, |
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el mundo, largo tiempo
vivirá, |
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y largo sueño en tu
mansión espera |
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á los que su antro cobijando
está. |
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Mas óyeme
un instante, y tus oídos |
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la nueva que divulgo
escucharán, |
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y tus genios, de gozo
estremecidos, |
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en su lecho de mármol se
alzarán. |
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Hay un
rincón de la atrevida Europa |
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do una raza de inmenso
corazón |
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vive, y guarece su triunfante
tropa |
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la sombra de un castillo y un
león: |
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España,
sí, que vencedora un día, |
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dos mundos ocupó con
estrechez; |
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España, que negaba y
concedía |
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tierra donde vivir, con
altivez, |
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existe libre de
extranjero yugo |
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por más que Europa la
contemple audaz, |
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y ser quisiera su fatal
verdugo, |
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siempre envidiando su valor
tenaz. |
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La inquieta
Europa, que intentó humillarla, |
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no la conoce todavía
bien, |
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y atenta solamente á
encadenarla, |
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la mira desde lejos con
desdén. |
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Pobre, ignorante
y sin poder la entiende, |
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de sí misma la juzga sin
amor, |
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y ella á su vez su libertad
defiende |
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con su fe solamente y su
valor. |
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Tinta en la
sangre de sus propios hijos, |
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cercenada de intrusos por
doquier, |
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no ha sabido á desastres tan
prolijos |
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la gloria de sus hijos
posponer. |
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Templos les abre,
y les eleva estatuas, |
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y «esos son (dice á
los extraños), sí, |
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los que pregonan vuestras lenguas
fatuas |
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sin recompensa ni memoria en
mí. |
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«¿No
hay aquí gloria? Sin que mucho tarde, |
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Calderón y Cervantes lo
dirán. |
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¿No hay libertad? Daoiz y
Velarde |
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á daros un
¡mentís! despertarán.» |
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Eso dice la
España postergada, |
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eso la fama anunciará
veloz; |
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díselo tú, Reposo de
la nada, |
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a esos que duermen sin oír
mi voz. |
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Si al viento de
las recias tempestades |
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con que su patria desolar se
ve, |
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ardiendo se desploman sus
ciudades, |
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sus mausoleos quedarán en
pie. |
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Diles que duerman
sin odiar los hombres |
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á esos que grandes y
españoles son, |
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y que no ignoren que
escribió sus nombres |
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á par de los más
grandes, su nación. |
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