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- I -

Conquistadores cristianos de Valencia. = Origen de los Fueros.

La posesión de Valencia, arrebatada a los hijos de los almohades, pueblo el mas rudo de los conquistadores musulmanes, se debió al ardimiento, caballerosidad y talentos del Rey D: Jaime I de Aragón en Octubre del año 1238. Este Monarca unía a su alta honradez un corazón franco, ageno por consiguiente a las miserias de que suelen verse rodeados los príncipes; miserias que en aquella época no habían podido invadir aún la corte militar de los Soberanos de Aragón. Le habían auxiliado en tan ardua empresa numerosos aventureros, que seguían las banderas de aquel Monarca con la buena fe que debía inspirarles el amor a la gloria, sin mezcla alguna de ambición personal. Nuestros guerreros de la edad media peleaban por Cristo, como los árabes, sus enemigos, por Mahoma. El Evangelio y el Corán fijaron sucesivamente la suerte de las Españas, lo mismo que habían tratado de triunfar en el Oriente.

     Esta lucha de tantos siglos convirtió a España, vencedora del Islam, en una nación puramente árabe, sin el mahometismo. Tradiciones, juegos, costumbres, leyes; todo respiró por mucho tiempo el aire del Oriente, en todas partes quedó marcado el paso de los Califas.

     El entusiasmo individual hacía prodigios; cada cristiano fue un héroe por la cruz, en cuya defensa se batía con todo el ardor de un mahometano.

     La conquista de Valencia, que coincidía con la de Sevilla y con las grandes espediciones de los cruzados al centro de la civilización del Asia, atrajo naturalmente alrededor de D. Jaime numerosas bandas de guerreros de todas clases, condiciones y estados, para tomar parte en una empresa en que se ganaba gloria para la religión, honra y provecho para el aventurero. A la sombra de tan gran Rey no podían empero estas gentes estrañas, procedentes de varios países, aspirar a un encumbramiento individual. Tenían delante un genio demasiado grande y gigantesco, para concebir la vanidad de creer, que la espada de un gefe cualquiera aseguraba la victoria en la mano del primer Monarca de su tiempo. La mayoría de la clase soldadesca del egército conquistador se componía también, por otra parte, de ciudadanos aragoneses, catalanes y provenzales, a quienes no arrastraban los señores feudales atados a sus caballos de batalla, como lo permitían en Francia a los nobles barones las leyes de Carlos el Craso. Gefes y soldados disfrutaban sus privilegios; y unos y otros no reconocieron otra autoridad que la del Rey, en quien admiraban el valor y la fuerza material e intelectual.

     No eran los nobles los únicos que habían hecho sacrificios para acompañar al Soberano en la conquista de Valencia, manteniendo un número, siquiera reducido, de vasallos; sino los simples soldados también que, en Virtud de las leyes de Aragón y de Cataluña, habían abandonado sus hogares para emprender una guerra, autorizada por el consejo de ricoshombres, sin cuya anuencia no se ponían jamás en campaña aquellos bravos Soberanos, y por las Cortes de Monzón, representantes de todas las clases de la monarquía. La gloria, pues, y las ventajas que de la conquista pudieran resultar, debían compartirse a proporción entre el Rey, los nobles y los soldados; porque cada uno había, según su clase, contribuido a esta grande operación.

     Así lo comprendió el ilustrado Monarca, cuando verificada la rendición de Valencia en 9 de Octubre de 1238, repartió entre sus guerreros las propiedades inmuebles que, por el acta de la capitulación, abandonaron voluntariamente los antiguos poseedores, que prefirieron la pobreza y la espatriación a la suerte, ignominiosa para ellos, de vivir sujetos al poder de los cristianos.

     Los moros vencidos que no quisieron separarse empero de sus lugares, conservaron sus privilegios y propiedades, formando de este modo aquella numerosa población de moriscos, que subsistió pacíficamente durante los bellos tiempos de la grande monarquía española, hasta la época raquítica de Felipe III y Felipe IV.

     La población de Valencia a contar desde el siglo XIII hasta principios del XVII, se componía de diferentes razas: entre los cristianos había catalanes, aragoneses, provenzales, franceses, no pocos italianos, y muchos castellanos también. Entre los moriscos existían restos de la primitiva raza árabe, numerosas familias africanas, y pueblos enteros formados por almohades y almorávides.

     Heredados los conquistadores en este país, y confundidos con los antiguos dueños, ocurrieron graves dificultades para plantear el sistema de gobierno que debía regir; porque compuesta la nueva población cristiana de gentes que venían a este centro, llevando consigo sus recuerdos, sus costumbres y su legislación, no era posible adoptar las opiniones de unos, sin escitar la rivalidad y el descontento de otros. ¿Debían regirse por los Fueros de Aragón? En este caso oponían los catalanes sus usages; y era arriesgado preferir a cualquiera de los dos pueblos, porque cada uno de ellos contaba con un número, respetable asaz, para que se le obligase por fuerza a ceder en sus respectivas posiciones. La población mahometana era también harto poderosa para permitir al nuevo gobierno que se encerrara en el círculo estrecho de la más rígida intolerancia religiosa; y la base que debía servir por consiguiente al nuevo edificio social, había de ser la mayor latitud en la libertad política y en la libertad religiosa. El Rey no podía en tan encontradas circunstancias decidir por sí solo esta cuestión; porque el Rey no estaba facultado para innovar, abatir o introducir en la corona de Aragón ley alguna, que no fuera otorgada en Cortes, y por lo mismo no le era dable hacer prevalecer ni su propia opinión, ni los fueros de Aragón sobre los privilegios de Cataluña. El único medio que se escogitó para asegurar el establecimiento de la nueva conquista, debió fijarse en un nuevo orden de cosas, que participar a la vez de la legislación árabe, catalana y aragonesa; y para ello se consultó, como era natural, a todas las clases del egército, representadas por competentes diputados al efecto. Este medio, único para conciliar tan opuestos intereses, halló grata acogida entre los conquistadores, y con anuencia de todos creyó el rey Don Jaime llegado el caso de plantear, por fin, las leyes orgánicas del reino, llamando para formularlas el concurso de siete Obispos, once Ricos-hombres, que se titulan Barones, y diezinueve hombres buenos de la ciudad. En esta solemne reunión se tuvieron presentes también las costumbres y las leyes árabes, para dejar a esta clase trabajadora y útil la libertad suficiente, y garantir sus servicios y su religión.

     El primer código legal que gobernó a Valencia se publicó, pues, en 1239; código que, adicionado y completo, fue perfeccionado por los sucesores de Don Jaime, y por las Cortes valencianas.

     El Obispo D. Vidal de Canellas fue el encargado de redactar estas primeras leyes orgánicas, cuyo proemio dice así:

     »Nos Jaime por la gracia de Dios, Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, Conde de Barcelona y de Urgel y Señor de Mompeller: pensando llevar hasta el efecto las cosas sobredichas, teniendo a Dios delante de nuestros ojos; de voluntad y consejo de Pedro Albalat, Arzobispo de Tarragona, y de los Obispos de Aragón y Cataluña, esto es, de Berenguer (Palou), Obispo de Barcelona, y de Vidal de (Canellas), Obispo de Huesca, y de Bernardo (de Montagudo), Obispo de Zaragoza, y de Poncio (de Torrellas), Obispo de Tortosa, y de García (Frontín), Obispo de Tarazona, y de Bernardo (Calvón), Obispo de Vich; y de consejo de los nobles barones, a saber: de Ramón Folch, Vizconde de Cardona, y de Pedro de Moncada, y de Guillermo de Moncada, y de Ramón Berenguer, y de Pedro Fernández de Albarracín, y de Ramón de Peralta, y de Pedro Gisbert, y de García Romeu, y de Gimen de Urrea, y de Artal de Luna, y de Gimen Periz; y de los prohombres de la ciudad (de Valencia), a saber: de Ramón Pérez de Leyda, y de Ramón Muñoz, y de Pedro Sanz, y de Guillermo de Belloch, y de Bernardo Gisbert, y de Tomas Gandell, y de Pedro Balaguer, y de Marimón de Plegamans, y de Ramón Durfort de Guillermo de Lazora, y de Bernardo y Zaplana, y de Pedro Martell, y de Guillermo Bou, y de Estevan de la Gefería, y de Hugo Martí, y de Ramón Muñoz, y de Ferran Periz, y de Andrés de Liñá, y de otros muchos, hacemos y ordenamos las costumbres o Fueros para esta real ciudad de Valencia, y para todo el reino, y para todas las villas y castillos, y alquerías y torres, y para todos los demás lugares edificados en este reino, o que se edificaren en adelante, sujetos nuevamente por la voluntad de Dios a nuestro gobierno."

     La esperiencia acreditó poco después la necesidad de verificar alguna variación en estas primeras leyes orgánicas, y entonces acudieron al Rey los magnates, los caballeros, los eclesiásticos y los hombres buenos de la ciudad y de todo el reino, suplicándole encarecidamente se sirviera hacer aquellas modificaciones, y establecer con este motivo otros fueros, para comprender en ellos varios puntos, que no se habían tenido presentes en la primera promulgación de la Constitución foral. El ilustre legislador conoció desde luego el juicio y el acierto con que se le proponía la enmienda y aclaración de diferentes fueros; y en la necesidad de establecer otros, se persuadió de que ninguno podía tener más conocimiento de estos asuntos que el reino mismo, esto es, los representantes de todas las clases, que formaron desde entonces y con este motivo las primeras Cortes.

     Tanto estos primeros códigos, como otros posteriores, se hallan redactados unos en latín y otros en lemosín; porque la mayoría de los conquistadores cristianos fueron catalanes y provenzales.

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