Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Apuntes sobre la perfección clásica en el abate Vicente Requeno (1743-1811), restaurador de artes grecolatinas1

Antonio Astorgano Abajo


Universidad de Zaragoza


Introducción2

Desde hace años hemos intentado llamar la atención sobre el jesuita Vicente Requeno y su obra, en especial la pictórica al encausto3, con la publicación de una docena de estudios y editando algunas obras inéditas, como sus Escritos Filosóficos4, donde hay abundantes alusiones a los autores grecolatinos y reflexiones estéticas al hablar de los caracteres humanos, como el de buen gusto.

A lo largo de 2011, año del bicentenario de su muerte, presentaremos al personajes en distintos ámbitos y esperamos que, de las Prensas Universitarias de Zaragoza, salga un grueso volumen colectivo, titulado Vicente Requeno (1743-1811), jesuita y restaurador del mundo grecolatino, en el que redactaremos una amplia introducción bio-bibliográfica, y una veintena de especialistas nos esclarecerán la polifacética personalidad artística y pensadora del abate aragonés. Ahora sólo procede que presentemos al lector los grandes rasgos de la persona y obra de Requeno, poniendo de relieve su obsesión por restaurar múltiples facetas del mundo clásico, como la pintura, la telegrafía óptica5, la pantomima6, la música7 o el tambor8.






Requeno, Winckelmann y Mengs

Requeno desembarca en Córcega el 19 de julio de 1767 y llega a los Estados Pontificios en noviembre de 1768, cinco meses después de haber sido asesinado Johann Joachim Winckelmann (1717-1768). Entre 1773 (supresión de la Compañía de Jesús) y 1798 (retorno provisional a España) el abate aragonés vivió en Bolonia, a la sombra de su amigo y protector San José Pignatelli, dedicado al estudio y restablecimiento de las artes grecolatinas, donde fue miembro de la Accademia Clementina (ingresó el 7 de enero de 1785) por sus estudios sobre las bellas artes. En este campo, tomado en el sentido más amplio, llevado de su versátil y agudo ingenio, consiguió bastante renombre en Italia, en especial con sus estudios prácticos sobre el encausto (manera de pintar de los grecorromanos, basada, según él, en la cera púnica), a partir del éxito de la publicación de la primera edición de los Saggi … pittori (1784), de manera que, según Lorenzo Hervás, «no viene a esta ciudad [Roma] personaje ilustre o curioso de las bellas artes que no procure llevar entre sus rarezas alguna pintura al encausto»9.

Tanto el alemán como el aragonés, adversarios del Barroco y del Rococó, estaban convencidos de que el ideal de la belleza constituye una realidad objetiva que puede ser descubierta conociendo las grandes obras de la Antigüedad, sobre todo las griegas. Requeno estaba plenamente identificado con la idea principal de Winckelmann, a saber, que el arte clásico, griego y romano, había conseguido la perfección, y como tal debía ser recuperado literalmente, porque «la única manera de llegar a ser grandes, si es posible, es con la imitación de los griegos»10.

Por otro lado, el carácter «sincero» de Requeno le llevó a dar opiniones críticas respecto a los íntimos amigos Wincklemann y Rafael Mengs, lo cual no contribuía a las buenas relaciones con los partidarios del «bello ideal», a pesar de su común apasionamiento por el mundo griego:

Winckelmann entretanto que ejerce de anticuario, examinando las estatuas, los bajorrelieves y los camafeos, se manifestó juicioso y erudito, y lo respeto. Sin embargo, cuando quiere actuar de filósofo en torno a las causas de la excelencia y buen gusto de los griegos, [...] se muestra bastante falto de dialéctica y de raciocinio. Cuando hace de historiador, encuentro fallos inexcusables en él, [...] pues no hace otra cosa que entresacar la erudición de los centones. Un autor tal, a decir verdad, no puede servir para el restablecimiento del encausto, porque no aporta nada acerca de la historia ni de los métodos de la antigua pintura11.



Similar es la opinión de Requeno sobre la erudición del otro máximo representante de la doctrina del bello ideal, Rafael Mengs, íntimo amigo y retratista de Winckelmann. Sin embargo, el abate aragonés, conocedor del poder político y académico de la memoria y de los discípulos de Mengs, se muestra comprensivo con su escasa erudición pictórica grecolatina12.

La gran diferencia con el «imitador» Winckelmann es que Requeno fue «restaurador», es decir, al alemán sólo le interesaba conseguir la belleza ideal de los griegos, sin importarle el cómo. Así, por ejemplo, en pintura sólo le preocupaba que el cuadro fuese bello, sin importarle que para conseguirlo la mejor técnica era el encausto o pintura a la cera, menospreciada, de hecho, por sus amigos (Mengs) y admiradores (Goethe), firmes partidarios del óleo.

Por el contrario, para el «restaurador» Requeno era de suma importancia el proceso para conseguir esa belleza perfecta y hacerla perdurar en el tiempo. Por eso toda su vida estuvo pendiente de la sistematización y perfección de la técnica pictórica encáustica, que había sido la usada por los griegos, porque era más resistente al paso del tiempo que el óleo y porque suscitaba más emociones en el proceso creador.

Sin embargo, debemos concluir subrayando que fueron muchas más las semejanzas que las diferencias en las vidas paralelas del alemán y del aragonés, íntimamente ligados por el leit-motif de sus vidas, la admiración obsesiva por el mundo grecolatino. No es pura casualidad que Winckelmann encabezase el libro Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y escultura (1755) y Requeno su inédito tratadito, Observaciones sobre la pintura lineal (1799)13, con los mismos versos de Horacio: Vos exemplaria Graeca / Nocturna versate manu, versate diurna (Horacio, Ars poetica, pp. 268-269). Había pasado casi medio siglo entre ambas obras (1755-1799), abarcando el periodo en el que la sociedad europea más ha admirado al mundo griego, y el abate aragonés continuaba absolutamente guiado por el consejo horaciano («Ni de día ni de noche se os caigan de las manos los modelos griegos»).




Algunos rasgos del clasicismo de Requeno

Presentemos resumidamente las conclusiones de los grandes rasgos de la obsesión de Requeno por restaurar las artes grecolatinas. Tal era su admiración que su deseo hubiera sido que, en pleno siglo XIX, se pintase, se cantase y se gesticulase en el teatro como lo hacían los griegos. Incluso que se imitasen ciertas técnicas de telecomunicación, de hacer barcos y tratar el mármol como se supone que se empleaban en el Imperio romano.

No es fácil llegar a conclusiones sobre la figura y la obra del jesuita Requeno, un personaje contradictorio y complejo. Sin lugar a dudas, Menéndez y Pelayo es el máximo culpable del olvido que la obra del jesuita aragonés ha tenido en los dos último siglos, pues en su Historia de las ideas estéticas en España emitió unos juicios desafortunados que han lastrado negativamente la opinión sobre nuestro abate y su obra, calificándolo de «singular proyectista, que hacía por docenas los descubrimientos, [...] todos de rara materia», de «personaje de extraña y singular inventiva y de fantasía aventurera y temeraria» con «imaginación errabunda», mezclada, por raro caso, «con una verdadera y peregrina erudición». Trazó «un excelente suplemento a la Historia del Arte de Winckelmann, [...] y una historia muy docta de la Música entre los griegos»14.

Dejando aparte el juicio ambiguo del sabio santanderino, Giovanni R. Ricci es el único estudioso hasta el momento que se ha atrevido a definir la personalidad del calatorense y lo califica de intransigente y contradictorio, «descontento con la propia época, con frecuencia polémico y hábil en hacer uso de hirientes ironías, en guerra, se podría decir, con el resto de la cultura contemporánea suya», pero no encerrado dentro de los confines de sus propios ejercicios mentales, «sino lleno, al contrario, de la optimista voluntad de actuar sobre el mundo»15.

Como escritor, Ricci valora a Requeno como «un neoclásico individualista, al borde de la categoría», llegando a criticar a Winckelmann y a Mengs, como ya sabemos16. Requeno es un solitario del Neoclasicismo, y al mismo tiempo, a pesar de su explícito descontento con el presente, un estudioso que ha respirado con plenos pulmones el aire de los años que le tocó vivir.

Requeno es un agudo y curioso captador de múltiples formas expresivas, que caen al margen de la literatura propiamente dicha. El que nuestro jesuita se haya fijado en técnicas artísticas, que pudiéramos calificar como minoritarias o marginales, no justifica que ignoremos su coherencia estética ni su rigor conceptual17.

Pero, sobre todo, Requeno, mediante sus textos y sus investigaciones, elabora incesantemente un mito (el mito de la perfección clásica). Y este sueño es edificado sobre fundamentos, ora objetivos, ora hipotéticos, ora imaginarios, que él desearía ver realizado en el plano de la realidad. Nuestro abate, aunque no lo manifiesta expresamente y muestre ciertas reservas hacia Winckelmann, como hemos visto, es un alumno aventajado del alemán, porque encarna la idea fundamental del famoso crítico teutón de que en materia de arte no queda ya nada por descubrir, puesto que los griegos lo han dicho todo. Para alcanzar la cumbre de la excelencia, no queda sino volver a recorrer los senderos que ellos trazaron. Y a fe que nuestro abate aragonés los recorrió durante toda su vida por las rutas griegas de la pintura, la música, las comunicaciones, el teatro, etc. Al mismo tiempo Requeno complementa al alemán, quien, debido a su predilección por la escultura, trató bastante superficialmente la pintura. Ambos, anclados en los modelos y cánones clásicos, cayeron en el mismo defecto, consistente en que su ilimitada admiración por los antiguos los indujo a una obstinada y sistemática negación de los valores del arte de su tiempo.

Nuestro jesuita ocupa un espacio en la cultura europea, por sus estudios de las artes grecolatinas con la sana intención de restaurarlas. Por eso, muy pocos personajes habrá más neoclásicos que el abate aragonés en el Siglo del Neoclasicismo. Le interesaba ser considerado restaurador de los modelos grecolatinos, no inventor de nada. Todo el mérito se lo atribuye a los antiguos, en los que «todas estas cosas se hallan menudamente descritas»18. Según su mejor apologista, Juan Francisco Masdeu, la gloria de Requeno no es la de haber inventado un determinado sistema artístico, «cuya cosa se podría inventar de muchos y diferentes modos, sino más bien la de haber hecho renacer las antiguas artes de los romanos y de los griegos, descubriendo sus autores, los métodos, los progresos y tejiendo una exacta historia cronológica»19.

El abate de Calatorao es el prototipo de hombre neoclásico en el sentido de imitar modelos. Fue un auténtico ilustrado y, como tal, estaba imbuido del espíritu utilitarista al servicio de la Humanidad20. Todos sus estudios, experimentos y libros tienen el objetivo claro de suscitar un mayor interés por el análisis de las fuentes de las artes en la Antigüedad. No le bastaba con la admiración y la exaltación del mundo clásico, para Requeno era un modelo vivo, un ejemplo útil, cuyos principios estéticos y técnicas artísticas había que actualizar y reimplantar.

Debemos ensalzar en Requeno el ímprobo esfuerzo personal que puso en sus trabajos artísticos, enmarcados dentro de la feroz polémica de la superioridad de los antiguos o de los modernos. Sin otras fuentes que las literarias, sin otros dineros que su mísera pensión de desterrado, va tejiendo los procedimientos que, para comprobar su validez, debían ser experimentados a cada paso, con materiales e instrumentos muy caros, que supo reemplazar con su ingenio y sisando la insuficiente pensión doble de 200 pesos anuales. El mismo abate nos confiesa:

La atenta lectura de los autores, tanto antiguos como modernos, me ha suministrado aquellas pocas noticias que podían servirme de guía al fin propuesto y, con los repetidos experimentos y tentativas hechas por mí con suma diligencia y con pequeños gastos, han conducido, si yo no me equivoco, a encontrar las prácticas usadas por los griegos y la solución de infinita dificultad que presentaban los testimonios de los autores y que eran creídos ininteligibles21.



Resumiendo, los trabajos de Requeno tienen bastante de «proyectismo», como le achaca Menéndez y Pelayo, pero todavía suscitan interés y curiosidad, porque puso todo su empeño en llevar a la práctica sus iniciativas artísticas, las cuales constituyen la cabal expresión de su obsesión reformadora y de su creencia en el mito de la perfección grecolatina.

Una serie de circunstancias adversas, como el carácter tímido de nuestro jesuita, su estilo literario manifiestamente mejorable, la no publicación de las traducciones que el mismo abate hizo de sus obras al castellano, llenas de italianismos, su independencia intelectual respecto al estamento académico de la época, dominado por los discípulos de Mengs, etc., han silenciado completamente durante dos siglos los escritos del neoclásico genuino Vicente Requeno, cuya memoria histórica es de estricta justicia rescatar en este segundo bicentenario de su muerte.





 
Indice